Hacker: Hola, srta. Metomentodo (ATENCIÓN: SNUFF)

Séptima entrega de la saga. Alguien sigue la pista de Hacker... Dedicado a mis lectoras y lectores habituales, en especial a Eternidad: que tengas un buen trayecto en autobús, preciosa. Este relato puede herir sensibilidades, todo es fantasía, no justifica este tipo de comportamientos en la realidad

Publicado: Dom Sep 11, 2011 9:41 am

Hacker: Soy verdugo de doncellas, pero... ¿dónde está mi doncella? Responde y nos veremos en el patíbulo.

Publicado: Vie Ene 18, 2013 11:31 pm

Señorita Metomentodo: Me meto donde no me llaman y por eso me merezco esto

Viernes, 18 de enero,10:04 am

-              ¿Quién eres? ¿Por qué me sigues?

Lanzó la pregunta al aire, sabiendo de sobra que la persona que venía detrás de él cerca de  10 minutos no podría escucharle y, aunque así fuera, no le contestaría.

Acababa de salir del hospital. Aún le ardía la cara. Las marcas que Sharon había dejado en su rostro eran profundas, implacables. La enfermera le había dicho que no le dejarían cicatriz si seguía a rajatabla las curas, bajo una mirada de curiosidad y de alerta que él intentó evitar con una de sus sonrisas ensayadas. Estaba pensando que llevaba 2 días sin ir a trabajar, estaría preocupado sobre cómo explicar todo aquello al día siguiente en la oficina, de no ser porque la persona que le seguía se estaba llevando todo su interés.

Estaba seguro de que le buscaba a él. Se había desviado. Había cambiado de acera. Incluso se había metido en el metro para volver a salir por la otra salida. Pero ni por ésas. Ahí estaba, la misma sombra detrás, casi como si fuera la suya propia. Se quedaba, eso sí, a una distancia prudencial, manteniendo una separación de 2 o 3 personas entre ellos, pero parecía no atreverse a darle más cancha por si le perdía. Y la gente, mientras tanto, pasaba a su alrededor, saliendo del trabajo o yendo a alguna fiesta, camino del intercambiador.

Miró de nuevo su reloj. Tenía ganas de ir a su casa, echarse, olvidarse de todo lo ocurrido en las últimas horas. Pero con alguien en sus talones no podía darse ese lujo. La incesante palpitación en la cara no mejoraba ni la situación ni su humor al respecto. No estaba dispuesto a dedicarle más de 15 minutos al asunto. Tenía dos opciones: o correr, o…

Pararse en seco. En medio de la multitud de Moncloa. Girarse en redondo. Avanzar hacia su sombra. Ver cómo se sorprendía, a pesar de estar debajo de unas gafas de sol enormes y llevar ropas que camuflaban su fisionomía. Observar cómo pretendía cambiar de rumbo, continuar en dirección contraria. Negárselo con la cabeza mientras aceleraba el paso lo suficiente como para colocarse a su altura y cogerle bruscamente del brazo, atrayéndole hacia sí.

-              Creía que me estabas buscando. Pues ya me has encontrado.

-              No sé de qué me habla, suélteme o llamaré a la policía. – Le contestó una voz de mujer, detrás de las ropas anchas y las gafas de sol, aparentemente muy tranquila.

-              No, no quiero ninguna escenita, ¿entendido? No estoy teniendo un buen día. – Ella intentó zafarse, sacudió el brazo.

-              ¡Suélteme, o…!

-              ¡Eh, preciosa! ¿Te está molestando este pay…? – La mano que no retenía a su perseguidora fue rápida al cuello del gallito.

-              Los payasos hacen gracia, pero veremos si a ti te quedan ganas de reírte si vuelves a meterte en una conversación ajena. – Le dijo, casi en un susurro, con los dientes apretados. Sin darle derecho a réplica, apretó con fuerza el cuello del chico y le lanzó contra el suelo.

La mujer vio al chico mirarles como si estuvieran locos, aún sin creerse lo que había pasado, pero enseguida notó que la empujaba hacia la boca del metro y poco más le dio tiempo a ver.

-              ¡Dónde me llevas! ¿Qué estás haciendo?

-              Vamos a hablar a un sitio más tranquilo.

Se acomodaron en las escaleras mecánicas. Ella se zafó de él, pero no hizo ningún ademán de huir. Él permaneció detrás suya, callado, metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta. La tranquilidad forzada de ambos no resultó extraña, otros dos ciudadanos entre otros tantos que sólo se preocupaban de lo suyo. Cuando él se echó sobre ella, fingiendo un abrazo, sólo le causó sorpresa a ella. Sus manos rodaron por dentro de su abrigo, rozando sus pechos. Ella iba a poner la voz en grito hasta el momento en que notó que sacaba algo: su cartera.

-              ¿Qué pretendes?

Él ni siquiera la contestó, la abrió por la zona de los carnets y comenzó a sacarlos sin ningún tipo de reparo y a lanzarlos al aire. La gente a su alrededor dudaba si recogerlos o no. Les fue más cómodo ignorar lo raro de su comportamiento y seguir con la mirada perdida en el vacío.

-              Ah, vaya, ya veo – Le puso un carnet especial delante de la cara. – Investigadora privada, ¿eh? A partir de ahora te llamaré la señorita metomentodo, ¿qué te parece? – Ella se mantuvo callada, sabiéndose descubierta. Dejó que le volviera a dejar la cartera en el abrigo, y le notó retirarse en el momento justo de acabarse las escaleras. - ¿Te importa si cogemos el metro, señorita metomentodo? Como ya te he dicho, he tenido un día duro, y estoy cansado.

-              ¿Dónde vamos?

-              Lo decidiremos sobre la marcha. Vamos, camina.

Tuvieron que correr y casi abalanzarse para entrar en el metro. Se sentaron despacio, sin levantar sospechas. Él se sentía observado por ella, pero no podía verla a través de las gafas, así que ni corto ni perezoso se las quitó.

-              Bonitos ojos, ¿verdes, no? – Dobló las patillas de las gafas y las guardó en el bolsillo de su chaqueta, con gesto elegante. Ella no abrió la boca. - ¿No vas a decirme nada? ¿Tienes miedo?

-              ¿Por qué iba a tenerlo?

-              Cierto… ¿Por qué? – Se la quedó mirando - ¿Para quién trabajas?

-              No pienso decírtelo.

-              ¿Para la organización de Sharon? No, no creo que recurrieran a alguien como tú, un par de tiros les bastarían.

-              Oye, en serio, no tengo ni idea de qué estás hablando. – Dijo, apartando la mirada de él para fijarse en el resto de personas que iban en el metro. Algunos habían alzado levemente la mirada o disimulaban con un libro sin perder un detalle de la conversación.

-              Pues vaya una investigadora que estás hecha. – Cogió un mechón de su pelo y lo olió – Aunque te deben de pagar bien, ¿qué perfume es? ¿Chanel?

-              Ya basta – Le arrancó el mechón de pelo moreno de golpe. - ¿Qué pretendes con todo esto? Mira, ya no puedo seguirte, rechazo el trabajo y ya está, ¿vale?

-              Oh, nada de eso. Esto es divertido, no quiero que pare. Fíjate, estoy aquí, hablando con una señorita preciosa que no paraba de seguirme. Me he sentido halagado, aunque ahora mismo no es mi mejor momento – Dijo, rozándose las heridas de la cara. – En otra ocasión hasta te habría invitado a tomar algo a una de las terracitas de Ópera, pero mejor hagamos algo más… íntimo.

-              ¿Íntimo? – La otra le miró como si se hubiera vuelto loco – Oye, en serio, creo que te estás confundiendo. A mi sólo me dijeron que te siguiera y viera dónde ibas.

-              Ah, eso me interesa. ¿Y pretendes que después de decir eso te deje en paz?

-              Pretendo que acabes de una vez con esto, no pienso desvelar los datos de mi cliente y… - Él le hizo caso omiso en un momento dado y la hizo callar con un gesto.

-              Vamos, seguro que has tenido que hacer cosas más comprometidas, señorita metomentodo, no me vengas ahora con ésas. - Vio que tragaba saliva cuando se acercó a su rostro, bajando el suyo, y sobretodo comprobó que sus ojos se giraban hacia las miradas indiscretas del metro. Se retiró un poco, siendo el ligero rubor de ella ya más palpable - Ah, ya comprendo. Te he despojado de tu armadura, ¿no? - Se puso él las gafas de sol – Siempre observando sin ser observada. Y con todas estas miradas, ¿qué puede pasar? - Rió quedamente - ¿Crees que les importamos lo más mínimo?

-              Oye, en serio, eres tú el que no me importas nad- ¡! - Un beso esta vez fue lo que la silenció de golpe, pero no un beso tímido, sino uno de esos besos que nada tenían de inocentes, con la lengua entrando y saliendo, removiéndose por su boca. Su brazo izquierdo la retuvo contra su cuerpo con fuerza. Se acompañó de la mano libre, que fue directa a masajear su pecho izquierdo. Lo más curioso fue su reacción, se preocupó más de mirar a los desconocidos del metro, a su sorpresa y su desconcierto, y no retiró a Hacker de un violento empellón hasta que notó alguna mirada de lujuria por parte de los espectadores. El hombre se rió ruidosamente, pero antes de que ella pudiera hacer nada, como, por ejemplo, pegarle por lo asqueroso que había sido aquello, él se levantó del asiento hacia la puerta de la parada de metro. Con tanta charla y con el último incidente no se había dado cuenta de que habían llegado a Callao.

-              ¿Lo ve, señorita metomentodo? No ha sido para tanto. - Se quitó las gafas de sol y se las tiró, y le mostró lo que tenía en su mano: nada menos que su cartera, seguramente sustraída de nuevo durante su manoseo – Esto me lo quedo yo.

-              ¡Eh! ¿Pero qué te has creído? ¡Hijo de puta!

-              Tranquila, sólo les dará un tema de conversación más en sus anodinas vidas. Si no, dime, ¿por qué ninguno ha abierto siquiera la boca? - Comenzó a sonar el pitido de aviso de cierre de puertas, y él se despidió con un elegante movimiento de mano, dispuesto a marcharse. Ella se tiró a las puertas, pero sólo pudo manotearlas y aporrearlas mientras se le cerraban en la cara.

-              ¡No, mi cartera! ¡MALDITO CABRÓN! - Notando que ya arrancaba el metro, le dejó en el andén, sonriendo. Se dio violentamente la vuelta y se dejó caer sobre la puerta, soltando un bufido. Notó los ojos de todo el vagón del metro clavados en ella, pero nadie dijo nada - ¿Y ustedes qué coño miran? - Gritó, realmente cabreada con esa gente. Todos volvieron a fijar la vista en sus ebooks readers, en el periódico, videoconsolas o en la nada. Eso, ya se terminó el espectáculo. Siguió gruñendo y se bajó en la siguiente parada para huir de la vergüenza.

Al salir a la calle, le sorprendió el sonido de su móvil, que ella reconoció como un mensaje nuevo. Si alguien pretendía quedar con ella, cliente o amigo, no era el mejor momento. Estaba que echaba chispas. Pero más cuando leyó el mensaje:

“¿Es muy arriesgado volver a quedar contigo, señorita metomentodo?”

Revisó el número de móvil. Oculto. ¿Se podía hacer eso en los mensajes? Era igual, le dio a responder para descargar su ira, pero sin resultado, el número no era reconocido por su móvil. Probó a llamar. Tampoco resultó. De pronto, volvió a sonar el tono de mensaje, lo miró con prisas:

“Tendrá noticias mías, manténgase a la espera. Le recomiendo ir a casa, tómese el día libre”.

Tuvo tentaciones de estrellar el móvil contra la acera, pero se controló a tiempo. Era la única forma que tenía de contactar con él. Se paró a pensar en todo lo que había pasado. En todo el tiempo que llevaba trabajando jamás le había ocurrido nada parecido. Gran Vía quedaba a 5 minutos de Callao. Si corría lo suficiente, quizás podía darle alcance… suponiendo que hubiera salido del metro y que no hubiera cambiado de línea en el transbordo. Y, si había salido fuera, ¿iba a quedarse quieto allí, esperándola? Su única esperanza es que alguien se hubiera parado a mirar las heridas de su cara y le reconociera o le hablara de él si le preguntaba… ¿qué probabilidades tenía de encontrar a alguien en la plaza que le hubiera visto?

Aún estaba el maldito mensaje en la pantalla. ¿Qué se pensaba ese hijo de puta? ¿Que encima iba a hacerle caso? No, ya en serio, ¿qué iba a hacer a continuación? Respiró hondo ¿Ir a hablar con su cliente y contarle todo lo que había ocurrido? ¿Acudir a la policía? “Sí, mire, una persona a la que vigilaba en el metro me ha descubierto y me ha robado mi cartera, por no hablar del morreo que me ha plantado delante de todo el jodido vagón”. La opción fácil era ir a casa y compadecerse por el fallo delante de un litro de helado. Pero no, no era de ésas. Tenía las armas adecuadas para contratacar. Y aquel cabrón se lo había ganado a pulso.

Así que regresó al metro y se encaminó hacia casa, hacia un determinado lugar de su casa: su despacho. Los alquileres en el centro eran demasiado caros, así que tenía su oficina en su ático alquilado. Al fin y al cabo, vivía para trabajar, y así restaba tiempo y dinero en desplazamientos. Le bastaron 5 minutos para encender el ordenador y teclear su búsqueda: Gabriel Gómez Leroy. El explorador escupió resultados al instante, pero no tan satisfactorios como le hubiera gustado: nada de redes sociales, ningún blog, sólo algún comentario en otros perfiles haciéndole referencia (básicamente, algún compañero de colegio preguntando a otros qué habría sido de él), y datos que aparecían sobre su empleo en BBVA. Después de casi una hora de navegación no tenía ningún dato esclarecedor o comprometedor, nada que ya no le hubiera dicho su cliente al respecto. Frustrada como nunca lo había estado, estaba a punto de apagar el ordenador y llamar a su cliente para cancelar el trabajo (la mayor humillación por la que podía pasar), cuando reparó en una página extraña: www.ggleroy.org . Sin descripción ni links ni valoraciones. ¿Qué podía ser aquello? Entró y se encontró con una página completamente vacía. No hay absolutamente nada, pero tampoco saltaba un error. O sí, se fijó mejor… había un guión parpadeante en el comienzo de la página. Ahora que lo observaba bien, parecía igual que cuando se abría una hoja en blanco en Word. Cansada pero curiosa, se preguntó de qué iba todo aquello. Se lo pensó bien, sus dedos se acercaron y se alejaron de las teclas varias veces, pero finalmente las golpearon y pulsó la tecla enter para enviar una sola palabra:

  • Hola.

No tuvo que esperar mucho tiempo para obtener una respuesta.

  • Creía haberle dicho que se tomara el día libre.

Se quedó pasmada.

  • ¿Cóm

  • No se preocupe, señorita metomentodo, este chat es privado. Está alojado en mi servidor, y la programación es perfecta. Inescrutable. Diseñado todo especialmente para usted. Sabía que no te ibas a quedar quietecita.

  • ¿Quieres decir que has creado esto ahora mismo?

  • Sí.

Se quedó mirando un rato la pantalla… ¿a qué se estaba enfrentando? Otra vez saltó un mensaje en la pantalla.

  • ¿Sigues ahí, o te has asustado demasiado?

Se tomó unos segundos para contestar

  • Ambas cosas.

  • ¿Qué hacías buscado mi nombre? ¿Creías que iba a ser tan tonto como para dejar un rastro de migas? Si esa es tu forma de trabajar habitual, no te mereces tu sueldo.

  • Tranquilo, voy a rechazar este trabajo.

  • ¿En serio?

  • Ya te lo dije.

El mensaje tardó en aparecer.

  • Me decepcionas. Creía que nos llevábamos bien.

  • ¿Llevarse bien es sobarme en medio del metro y robarme la cartera?

  • A lo mejor esperabas unas flores.

Notó calor en las mejillas por el cabreo que se estaba cogiendo.

  • Quiero que me la devuelvas.

  • Por supuesto. Cuando dejes de seguirme, por ejemplo.

  • Te vuelvo a repetir, voy a dejar este trabajo.

  • ¿Y qué hacías buscándome entonces? Ya te dije que me comunicaría contigo. Eres demasiado impulsiva para tu profesión.

  • Te buscaba por pura curiosidad.

  • … ¿Curiosidad? ¿Profesional o personal?

  • ¿Qué importa eso?

  • Mucho. Sería la diferencia entre freír tu ordenador ahora mismo o invitarte a cenar.

  • ¿Cómo que freír mi ordenador?

  • Ah, es sencillo, ¿tampoco sabes de lo que trabajo? Ahora mismo mi página ha insertado un programa en tu equipo y tengo libre acceso a él. Una sola orden de mi software a tu equipo podría desestabilizarlo, borrar el sistema operativo, joder el ventilador… bueno, digamos que tengo muchas opciones. Pero creía que ibas a preguntarme por la cena, ¿no te interesa más?

  • No voy a cenar contigo, no quiero volver a verte jamás.

  • Señorita metomentodo, eras tú quien me estaba buscando, ¿recuerdas? Además, tendremos que vernos para devolverte la cartera.

  • Puedes mandarla por correo o dejarla en algún sitio y la recogeré.

  • ¿Todo esto es por orgullo? ¿Es la primera vez que te descubren durante una investigación?

  • Cierra el pico.

  • Tomaré esa salida de tono como un sí. ¿Sigues teniendo curiosidad?

  • ¿Sobre qué?

  • Sobre mí.

  • Creído de mierda.

  • Puede. Pero sólo me estoy refiriendo a lo escribiste hace un par de minutos.

Ella se quedó dubitativa. Sólo tenía que cerrar esa ventana y olvidarse del tema y de aquél payaso. Sobre la cartera, podía ir a una comisaría, denunciar el robo, y renovar toda la documentación. ¿Entonces, por qué no lo hacía?

  • ¿Siempre tardas tanto en contestar?

  • ¿Por qué insistes tanto en quedar?

  • Tengo un asunto pendiente contigo.

  • ¿Eso es una amenaza?

  • Jajaja.

  • ¿Lo es?

  • ¿A ti te ha sonado así? Podemos comentarlo durante la cena.

  • ¡Otra vez la cena!

  • Lo que quieras. Ponte algo elegante, y nada de gafas. No le hace justicia a tus ojos. Estate lista a las 8.

  • ¿Pero quién te has creído que eres para darme órdenes?

Se quedó esperando una respuesta, pero no hubo. El guión se quedaba parpadeando, a la espera de que ella pusiera algo más. Pero no hubo ningún tipo de reacción desde el otro lado. Supuso que se había desconectado. Su primera reacción fue mirar el móvil. Ningún mensaje. Seco, tajante. Si quería tener más respuestas, tendría que ser durante la cena.

Estaba metida en todo aquello hasta el cuello, quisiera o no. Soltó un bufido, no acababa de entender todo lo que había pasado en aquel extraño día, y sólo eran las 12 de la mañana. El litro de helado fue su comida. Al final sí que necesitó azúcar para frustración. De vez en cuando miraba el ordenador con recelo. ¿Y si la espiaba con el programa? El ojo de su webcam comenzó a parecerle sospechoso. Lo tapó con un esparadrapo antes de darse un baño relajante. Analizó la situación mientras se recogía su abundante pelo, moreno y ondulado, en un improvisado moño alto. La ropa cayó al suelo del cuarto con un sonido sordo, descubriendo las curvas de una mujer algo pasada de peso para bien, de curvas exuberantes y pronunciadas pero piel tersa y firme. Se levantó más vapor al sumergirse en el agua caliente, casi hirviente. Odiaba encontrarse en inferioridad de condiciones, y más ante aquél maldito engreído y prepotente. ¿Qué le habría pasado en la cara? Sin duda alguna, eran uñas de mujer. ¿Alguna riña con alguna exnovia? ¿Un ataque? Era más plausible, quizás se trataba de un violador en serie… Le recorrió un escalofrío a pesar del agua. No le gustaba nada no saber a qué se enfrentaba. Ella era quien vigilaba, no estaba acostumbrada a sentirse vigilada. Le gustaba tener todo bajo control, y sufrir un día entero de su falta la estaba atacando los nervios. Miró el reloj, sólo eran las 4… el paso de las horas le estaba resultando una tortura. Quería terminar todo aquello, y cuanto antes.

¿Seguro?

La había sobado en el metro. La había descubierto. La había humillado. La había robado. Se había burlado de ella. Abiertamente y en privado. Se había colado en su ordenador. Había revisado sus archivos. Por no hablar de toda su documentación. Todo eso en un día. En un solo día.

¿Y ella qué había hecho?

Callarse, cabrearse, buscarle, comer helado como una zorra americana y darse un baño. Todo un ejemplo de feminismo.

Se preguntó qué le había hecho aceptar el trabajo. El cliente le había venido con la información, sólo tenía que seguirle. Era una tarea sencilla, el chico de la foto era de su misma edad, aproximadamente, y era guapo. Punto, se acabó. Sus pulsiones le habían jugado una mala pasada. Ahora podía tener una cita con un violador y ella estaba allí, tomándose un baño.

Y lo peor es que a una parte de ella no parecía importarla el panorama.

Suspiró, y sus manos fueron hacia el pecho que le había magreado en el vagón. La otra mano fue a su cálida entrepierna, sin jugos a causa del agua. Si el cuerpo le jugaba una mala pasada delante de aquel tipo, podía terminar muy mal. Comenzó a frotarse, la sensación le fue llegando. No podía haber nada entre ella y aquel hombre. Por muy guapo que fuera (por favor, ¡si tenía la cara destrozada!), no podía darle cancha libre a nada. Podía ser peligroso. Podía ser bestial. Podía ser… La humedad creció entre sus piernas, distinguiéndose del agua por el tacto espeso y pringoso. La mano de su pecho ya no se paraba quieta en unas cuantas caricias, atinaban con pellizcos precisos en el pezón y la llevaban a la gloria. Recordó la cara de la gente del metro. Cómo les miraban… era mitad envidia y asco. ¿Alguna habría deseado estar en su situación? ¿Cómo sería follar delante de más gente? ¿Era eso lo que le esperaba en la cena? O quizás la llevaba al baño de caballeros y… no, no, eso no podía pasar… no podrían entrar dando una patada en la puerta mientras se comían a besos, pasando de la cena. No la levantaría en volandas, no la estrellaría contra la pared y se la metería de golpe. No, eso no podía pasar, pero… pero en su mente estaba teniendo una aproximación de lo que era, y sus dedos, aunque no se sentían igual que su polla, le estaban haciendo vivir aquello. No tardó mucho en correrse en un escandaloso orgasmo, el movimiento de su cuerpo hizo que se saliera el agua de la bañera. Bajo la respiración entrecortada, se fijó en el reloj, mientras el vecino daba golpes para quejarse de la efusividad del momento anterior. Las 5.

… Aún le quedaba tiempo para un segundo round.

A las 7 consideró que no le quedaban fuerzas para que nada malo ni indecente pudiera ocurrir. Salió del baño, camino del cuarto, dejando un reguero de vapor y agua. Apenas podía moverse… quizás se había pasado. Abrió el armario, y se dio cuenta de un hecho preocupante. “Ponte algo elegante”, le había dicho. ¿Había algo en su armario que correspondiera con esa descripción? Comenzó a echar cosas a la cama. No… no… no, no, no. ¡Con todo el tiempo que había tenido! Bueno, pues míster importante tendría que conformarse con una blusa ceñida, una minifalda y unas botas de tacón. ¿Sería lo suficiente elegante para conseguir recuperar su cartera? Parecía una puta a la que iban a pagar con su propio dinero. Fue entonces cuando sonó el timbre.

Un momento, ¿el timbre? Claro, tenía su documentación, ¡sabía dónde vivía! Miró por la mirilla, esperando encontrárselo, con el corazón en el pecho…

Pero no era él. Abrió y era un mensajero.

  • Servicio de catering.

  • S-sí… pase.

El mensajero entró, cargando una pesada caja y una bolsa.

  • ¿Dónde puedo colocarlo, señorita?

  • Oh, ahí mismo, en esa mesa.

Sacó una bandeja llena de marisco, una especie de crema ligera de verduras, y una tartaleta. De beber, una botella de Moet Chandon y otra de vino blanco de una marca que no conocía, pero que tenía pinta de ser cara. Dejó todo en la mesa, colocado, con copas y cubiertos incorporados, se despidió, y se marchó tal como había llegado, dejándola a cuadros. ¿Esa era la prometida cena?

  • ¿No te gusta? – Oyó a sus espaldas. El mensajero había dejado la puerta abierta, y ahora ahí estaba él. Vestía de traje y se apoyaba en el dintel mientras la miraba. Había disimulado las heridas con una especie de tiritas, finas y blancas. Le miró sin saber qué decir. Él entró en su casa, sin esperar invitación, y suspiró - ¿A eso llamas elegancia? He de reconocer que estás mucho mejor que con esa estúpida gabardina, pero creo que un vestido te habría favorecido más.

Notó de nuevo el calor agolpándose en sus mejillas.

  • Para ti es más que suficiente. – Pareció molesto con el comentario. Aun así, fue a la mesa, retiró una silla y le hizo un gesto para que se sentase. Ella accedió, aunque de mala gana. - ¿Ésta es tu famosa cena?

  • Para ti es más que suficiente – Dijo con sorna, devolviéndole la pulla mientras se sentaba. Observando su cara de mala leche, terminó por suspirar – Viendo cómo te ha sentado el revuelo de esta mañana, he considerado que eras una chica tímida, acostumbrada a que nadie la mire ni la saque de su burbuja, ¿qué mejor que hacerlo en tu casa?

  • Vaya, me siento halagada.

  • También necesitaba el ordenador para resolver nuestro asunto pendiente – Comentó, mientras se hacía con la botella de vino y la descorchaba. Sirvió un poco en ambas copas. – De todas formas, te quejas mucho de este encuentro, pero creo que he superado con creces el tuyo, ¿no crees? – Alzó la copa, en una invitación a brindar – Por los encuentros inesperados.

Ella no le siguió el juego, se limitó a clavar sus ojos en los de él, así que dio un sorbo en solitario y dejó la copa.

  • ¿Para qué necesitas el ordenador?

  • Te lo diré más adelante. Ahora, cenemos – Y cogió una nécora del plato de marisco.

Dio un golpe a la mesa y se levantó de golpe. Tiró la servilleta encima de la crema de verduras, echándola a perder. Se marchó de la mesa, rezongando sobre lo ridículo que era todo aquello. Él la siguió con la mirada, se notaba que le estaba sacando de quicio. Ella se giró bruscamente.

  • ¡¿Dónde está mi cartera?! Dámela, coge todas tus cosas y sal de aquí. Ya basta de jueguecitos.

Se la quedó mirando gravemente. ¿Había forzado demasiado la máquina?

  • Muy bien. Como quieras. – Dejó el crustáceo en el plato, de mala gana – Tienes un portátil, ¿verdad? Tráelo aquí, a la mesa. – Ella cogió el portátil, a escasos metros de ella, en el despacho, aún encendido y conectado a la batería Él colocó la silla al lado de la de ella cuando se sentó. – Entra en google. Eso es. Pon “Tu cuello entre mis manos”. Es un foro. Sí, ése es. Ábrelo.

Y entonces se cargó el infierno. ¿Qué era aquello? Un foro dedicado a la asfixia erótica. Se quedó pasmada del susto. Él, aprovechando la impresión, cogió la copa de vino y, sin previo aviso, la cogió la barbilla y la forzó a mirarle. Le metió rápidamente algo en la boca, ella no tuvo tiempo de reaccionar y morderle. La copa de vino ya estaba en sus labios, vertiendo líquido, y su acto reflejo fue tragar aquello que le había dado. Oh, mierda. Mierda, mierda, mierda… Oyó el golpe que dio al dejar la copa en la mesa, un poco más y la rompe, de hecho, sonó a roto.

  • ¿Qué… qué era eso?

  • Te vas a empezar a sentir muy pesada, querida señorita metomentodo. Muy, muy pesada. – Casi como confirmando sus palabras, notó que se dormían los brazos, y la sensación pasaba a las piernas. Qué había hecho, qué iba a… - No sé quién te ha contratado, pero supongo que no me andaba buscando a mi, Gabriel, sino a Hacker. Mala investigación, señorita, muy mala. - Buscó su hilo, el hilo dedicado a sus doncellas, manejando con soltura el ratón del portátil. – Tengo una regla. Toda aquella “doncella” que me contesta, tiene una cita conmigo. No tenía pensado hacer nada con las chicas que me buscan tan directamente. Pero, como lo has pedido tan vehemente… pero tenemos que resolver un tema. ¿Será tan amable de escribir aquí? Ah, claro, no creo que puedas… déjame – El efecto de la droga ya le había pasado a todo el sistema circulatorio. No es que se sintiera pesada, es que era una marioneta. Él tomó sus manos, sacó un dedo, y comenzó a teclear muy lentamente, sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo – vamos a ver… sí, eso es, ajá… una más… ahora un espacio… bien, poquito a poco… - Estuvieron así un rato, hasta que él pareció quedar satisfecho - Déjame que lea: “ Me meto donde no me llaman y por eso me merezco esto”. Te he creado una cuenta a nombre de Señorita Metomentodo, espero que no te haya importado. – No podía creer lo que estaba pasando. Estaba cagada de miedo. - Ah, y si me permites, también voy a seguir con otra costumbre de mis visitas. Siento predilección por las damas hermosas.

Cerró el ordenador de golpe, se levantó, tomó la copa de vino y se la llevó a los labios. Pero, mirándola, sopesó otra posibilidad para beber. Así, suelta como estaba, no tuvo escapatoria cuando la forzó a hablar las piernas y dejó caer el contenido de la copa en su entrepierna, mojando ropa y lo que no era. Le notó agacharse entre sus piernas y abrirlas, apoyándola mejor en la silla. Notó las braguitas descender por sus piernas, pero como si le estuviera pasando a otra persona. Y de pronto fueron sus labios y lengua los que se abrían paso en su rajita, ávidos de beber el vino y más cosas. ¿Era normal que estando paralizada pudiera notarlo también? La cabeza cayó pesadamente hacia atrás, se quedó mirando el techo y se dejó hacer entre gemidos y turbios pensamientos: ese hombre tenía mucha experiencia, y todo apuntaba a que tenía muchas exnovias… o muchas denuncias en la comisaria de policía, más bien. A pesar de la lamida de coño profesional y de que la droga no enturbiaba las deliciosas sensaciones, el miedo hizo que tardará mucho más de lo normal en correrse, inundando la boca de él con sus jugos. Le notó alzarse y relamerse. Lo siguiente, que la tomaba del pelo con brusquedad para obligarla a mantener la cabeza recta.

  • Mi turno, señorita – Notó que con la otra mano le abrió la boca, sacó la lengua, abrió un hueco, y le metió la polla sin ningún tipo de consideración. Oh, cuánto tiempo había pasado desde la última vez, y qué diferente era: a manos de un lunático y sin poder hacer nada ni por huir ni por colaborar. Él movía sus caderas para marcar el ritmo, no su cabeza de ella, sólo la sujetaba del pelo para que se mantuviera alzada. Le hubiera encantado la situación en otro contexto, en otro momento, con otro. Además, era demasiado grande y él poco cuidadoso. Notaba las arcadas y los huevos golpear su barbilla. Joder, ni siquiera podía moverse para darle un buen mordisco. Aquel cabrón se lo merecía, sobre todo cuando notó que temblaba y que derramaba todo su líquido caliente en su garganta. Al menos no había tenido que saborearlo, y la dejó en paz. Su cabeza cayó pesadamente hacia adelante, se quedó inclinada hacia allí, parecía completamente una muñeca rota, con restos de semen resbalándole por la barbilla. ¿Y ahora qué? Tenía miedo.

Mientras se recuperaba, le oyó abrir de nuevo el ordenador. Oyó varios clics, y estuvo un rato navegando en silencio. Tenía paralizada la lengua, cuando trató de hablar, sólo salieron unos quejidos horribles y lastimeros, que además, él ignoró completamente. Por fin reparó en ella – Con permiso – Le dijo, mientras le quitaba una de sus medias. Pensaba que seguiría desnudándola, pero no, la cosa quedó allí. Oyó un tintineo metálico, y pudo ver que había cogido un cuchillo romo de la mesa cuando volvió a cogerla del pelo para alzarla y poner un cojín detrás de su cuello para mantenerla firme, ¿qué pretendía ahora?

  • Muy bien, señorita, hagamos esto lo más rápido posible – Con un doble clic, abrió en grande la primera imagen de las que se acababa de descargar del foro (de ahí los clics): apareció una mujer colgando en una bañera – Ésta es la dulce Alejandra – siguió pasando, con horror vio detalles de la muerta, como la lengua fuera, la cara amoratada e hinchada, los ojos salidos de las órbitas… pasó a otra mujer, tendida en el suelo con una corbata alrededor del cuello – Cyntia, fue otro encuentro inesperado – de nuevo más detalles y otra mujer en el monitor, siguió con el espectáculo macabro – Laura, la musa de ébano… Patricia, una mala profesora… Paula, una jovencita demasiado curiosa… y Sharon, la que me dejó esta bonita cara.

No necesitaba hablar para preguntarle. Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas. 6 mujeres, había matado ya a 6, y ella iba a ser la número 7. Hacker visualizó las imágenes en modo de diapositivas, de tal forma que las imágenes se vieron a pantalla completa, e iban pasándose de una a otra cada 5 segundos, de forma automática. Se colocó a sus espaldas, quedando fuera de su vista.

  • Como ves, con esto se sufre bastante. Hay a gente que le pone, no sabes de qué manera. Pero tú no has escogido escribir en el foro, a ti esto no te va. Así que seré piadoso contigo, siempre y cuando resolvamos rápido este asunto… que, como ves, no es realmente una amenaza, querida, no necesito de ello. Bien… - Le tendió la media, despacio, casi con gestos ceremoniales, y la pasó por delante de su cuello, ajustándola en el centro. Gimió, trató de moverse, lloró desconsoladamente. No, no, no… - Dime, ¿quién te envió? Si me lo dices, prometo apretar fuerte, y será rápido e indoloro. Sólo será un “cras”, y tendrás el cuello roto. Es lo más humano en tu situación, ¿entiendes? – Si no estuviera paralizada, se echaría a temblar, de hecho, en ese mismo momento se lo hizo encima.

  • o-o-o… ofaó… - consiguió articular, suplicando y llorando.

Pero eso no era lo que él quería oír. Notó que pasaba el cuchillo por los extremos de la media, improvisando un garrote vil, apretando la media contra su cuello, atrayéndolo hacia el cojín que la mantenía erguida. Cuando comenzó a morder la carne estuvo apunto de hacérselo otra vez. Y encima eso, no paraba de ver las imágenes de esas mujeres en el ordenador. Sus ojos apuntando al techo, en blanco. Sus cuellos rojos y morados. Sus caras hinchadas y azules. La espuma y la lengua en sus bocas… No quería acabar así. Así no. No con tanto sufrimiento…

  • ¡¡E-A!! – Gritó, con el poco aire que pasaba a sus pulmones a través de la media.

  • ¿Quién has dicho? No te entiendo. Esfuérzate un poco más. Dilo, di su nombre y maldícele, gracias a él vas a morir hoy. ¿Quién es tu cliente? – Le notó apretar más la media, de forma brutal. La nuez se le metió hacia dentro, notó una arcada, los ojos parecían salírsele de las órbitas. Cogió todo el aire de sus pulmones, todas sus fuerzas, y lloró sus últimas lágrimas, sabiendo que con eso saltaría al vacío.

  • ¡¡E-B… B-r… end-A!!

Le notó apretar. Si lo de antes creía que era brutal, es que no había tenido ni idea. El cojín iba a caerse de la fuerza, se resbalaba hacia arriba, y la media debía de estar muy, muy dentro de su cuello. Aún con ese sufrimiento inaguantable, que duró unos segundos, tensó más la media y cumplió lo prometido.

Crack.

Cuando soltó el cuchillo, la señorita metomentodo cayó al suelo de boca, y se quedó en una postura algo grotesca, con el carrillo izquierdo apoyado en el suelo, el culo en pompa, las manos asomando entre su torso. Parecía una muñeca a la que hubieran dado una paliza, con la media clavada asomando entre su ropa.

Brenda… la hija pesada de su jefe. Las niñerías de esa cría habían precipitado a aquella mujer que estaba tendida en el piso a la muerte. Seguramente se habría interesado por saber qué iba a hacer para pedir un día de permiso del trabajo. Al haberle cerrado el foro rápidamente habría avivado esa curiosidad. Maldita cría. Maldita y estúpida cría.

Sacó su móvil último modelo cabreado con la situación. Era cierto que la señorita metomentodo no le caía precisamente bien, pero no se merecía que hubiera ido a hacerla una visita. Se había metido donde no la llamaban, pero no en el foro. No había escrito a Hacker. No paraba de pensar en ello mientras enfocaba a su cara. Un flashazo inundó la habitación. Enfocó a su postura incómoda. Otro flashazo. A sus ojos vidriosos y atemorizados. Otro. A su boca abierta, en una mueca eterna de incomprensión y sufrimiento. El último flashazo.

Cerró la cámara. Cerró las aplicaciones. Bloqueó el móvil. Lo guardó en su bolsillo. Se acercó a la botella de Moet Chandon, la descorchó y bebió directamente, un trago largo y desesperado Se limpió directamente con la manga de la chaqueta, y miró altivo al cadáver. – Bebe tú también, señorita metomentodo… ni siquiera me acuerdo de tu verdadero nombre… que te cuiden mejor allá donde estés ahora – Regó su boca con un buen chorro de champán.

Iba a hablar con Brenda. Muy, muy seriamente.

Publicado: Vie Ene 18, 2012 11:51 pm

Hacker: He conocido a una doncella. No conocí su nombre.

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