Hacker: Hola, Paula (ADVERTENCIA:SNUFF)

Hacker ha recibido otro comentario en su post, pero esta vez tiene dudas... el nick corresponde a una chica de 18 años recién cumplidos... Advertencia, este relato puede herir sensibilidades, no es apto para mentes sensibles.

Publicado: Dom Sep 11, 2011 9:41 am

Hacker: Soy verdugo de doncellas, pero... ¿dónde está mi doncella? Responde y nos veremos en el patíbulo.

Publicado: Vier Dic 16, 2011 9:00 am

Paulita_perrita: Jdrrrrrr m as puest a top!!!! K ay k acr xa k bngas???? Jajajajaaaajajajajajjja ya m gustria a m probr t2 stooo!!!! Mmmmmmm…

Viernes, 16 de diciembre, 4:58 pm

Por primera vez, estaba confuso.

Rara vez le ocurría algo así. Rara vez dudaba sobre lo que tenía que hacer. Si alguien escribía en su tablón del foro, si alguien publicaba una respuesta a su comentario, él iba, hacía una visita a la afortunada, y le mostraba qué significaba todo aquello.

Pero aquella vez… ¿aquella vez debía hacerlo?

Al leer el comentario, al parecer, escrito por un móvil (o un torturador de la ortografía), ya le surgieron las primeras dudas. Cuando comenzó su búsqueda por la red, y vio los primeros resultados, algo le dijo que se andase con cuidado.

Según sus fuentes, Paulita_perrita era una niña de 18 años. Repetidora asidua, aficionada a las redes sociales, a ponerse hasta el culo de alcohol en los botellones, a poner a los críos cachondos con fotos en sujetador, falditas cortas, morritos… una embobada que no tenía ni idea de lo que había hecho, por lo que parecía.

Pero había escrito. No podía hacer otra cosa que hacerla una visita, se dijo. Pero, por si acaso, lo comprobaría. Quería ver si era verdad que su próxima presa sería una niña. Maldita sea, una putita de 18 años, era demasiado hasta para él.

Así que ahí estaba, como un vendedor de farlopa o un pedófilo, en la acera de enfrente de un colegio de monjas donde repetía por tercera vez 4º de la E.S.O.. Joder, el kit completo: niña en uniforme y con monjitas alrededor. Suspiró, apoyado contra la pared. Había muchos críos fumando fuera, gritando, armando jaleo. Muchos granos y muchas hormonas en el aire.

Aquello era como buscar una aguja en un pajar.

Había sido previsor y había sacado una impresión de una de las miles de fotos que encontró, aunque le costó dar con una en la que no estuviese enfocándose a las tetas y sí a la cara. Lo peor es que todas le parecían iguales. Volvió a guardarla y decidió esperar. Quizás diera con ella si observaba detenidamente.

Se fijó en un grupo de chicas. No, parecían demasiado tímidas. Una empollona de gafas… no, ni de broma. Un grupo de fumadoras quitándose a unos de encima. Probable, pero no. Dos chicas solas. Una de ellas llevaba la falda como si fuera un cinturón. El polo blanco abierto casi por completo, dejando ver un sujetador rosa. Maquilladas. Grandes pendientes, muchas pulseras. Pero los chicos ni se acercaban, como si fueran demasiado para ellos. Mmmm…

Sacó de nuevo la foto. El pelo, largo y castaño, parecía ser el mismo. El tamaño de los pechos, muy generoso, también encajaba. Levantó de nuevo la mirada y descubrió que ya se estaban yendo juntas, riéndose a carcajadas del grupo de chicas tímidas. La de la falda corta le dio un empujón a una antes de irse, supuestamente accidental. Siguieron avanzando, alejándose del instituto.

Cruzó a la otra acera. Las siguió a unos pasos de distancia. Hablaban de algo, pero no alcanzaba a oírlas. De vez en cuando miraban sus móviles y tecleaban como locas, pero seguían cotorreando. De pronto echaron a correr, un autobús acababa de llegar a una parada cercana y se metían prisa a gritos. ¿Le iba a tocar correr? No tenía ganas, pero no quería perderlas de vista, sobre todo a la descocada. Aceleró el paso para llegar él también al autobús, aunque intentó no correr demasiado para no darlas alcance. Por suerte, ellas consiguieron pararlo, incluso tuvieron tiempo de poner a caldo al autobusero mientras fichaban con sus abonos de transporte. Él preguntó por el precio del viaje, pagó con monedas y miró de reojo dónde se sentaban. Tras darle las gracias al conductor y recoger su ticket, avanzó para sentarse dos filas detrás de ellas. Ahora sí que podía oírlas hablar.

-       ¡Joder, Paula, es que siempre estás con lo mismo, tía! Deja de contarme tus movidas con los tíos, so cerda, que yo no pillo cacho y tú te hartas.

-       Eso te pasa por ser tan modosita, Blanquita, que ya te lo he dicho varias veces. Los tíos están deseando entrarte, pero como eres una jodida estrecha les echas a todos para atrás. ¿Qué pasa, que te estás guardando para la boda, o es que te vas a hacer pingüino?

-       No, joder, pero no sé…

-       Venga ya, no sabes, no sabes. Lo que te pasa es que eres una cagada, eso es lo que te pasa.

-       Y tú una guarra y no me quejo, ya verás cuando te dejen preñada.

Entonces estallaron en una fuerte carcajada. Dios, le iba a estallar la cabeza.

-       Paula, tía, en serio, ya te vale. ¿Hoy qué vas a hacer?

Paula, la que encajaba con su descripción, ya casi a la percepción, se giró para mirar por la ventana.

-       Joder, pues yo que sé… ¿los deberes, que no? Menuda puta la de matemáticas, dice que como siga así va a hablar con mi vieja. – De pronto, pareció sentirse observada, y le miró de reojo, sus ojos se cruzaron con los de él. En otra situación quizás hubiese retirado la mirada, disimulado un poco, pero quería verle bien la cara para ver si era ella la de la foto. Y sí, lo era. Estaba jodido. – Eh, eh, Blanca, tía, mira.

-       ¿Qué quieres ahora? Estoy escribiendo, espera.

-       ¿Has visto al notas ése de atrás? No para de mirarme, el muy viejo verde. – La tal Blanca se giró. Él no pudo evitar reírse para sus adentros de la situación.

-       ¡Tía! ¿Qué dices de viejo verde? ¡Está como un tren!

-       Y una mierda, tía, por lo menos tiene 30. – Al ver que él ni se inmutaba, a pesar de que le estuvieran mirando fijamente, pareció ofenderse - ¡eh, tú, gilipollas, qué coño estás mirando! – Una mujer que estaba sentada al lado la reprendió y ella se lió a gritos. Blanca, la otra chica, prefirió concentrarse en su móvil. Él no podía parar de mirarla. Con tanto pote y maquillaje parecía tener más edad, pero aquel comportamiento pueril hacía ver que le quedaba mucho que aprender. Siguió mirándola para ver cómo reaccionaba.

-       Paula, en serio, deja de liarla ya y deja que mire, total, ¿qué importa?

-       Tía, es que me pone nerviosa, no sé, joder, ¿es que en qué está pensando? – La tal Blanca pareció meditar por un momento, sonrió pícaramente y cerró el móvil.

-       ¿Sabes que algunos tíos tienen fantasías con colegialas?

-       ¿Qué me estás contando, Blanca? ¿Crees que soy imbécil o qué?

-       Mira, démosle lo que quiere y ya está, joder, ¿me entiendes? – Paula se la quedó mirando, y al ratito sonrió de vuelta. – Así nos dejará en paz de una vez, ¿no?

-       Mira que eres guarra tú también, Blanca. A ver si no se pajea mientras tanto, el muy degenerado.

Y, ni cortas ni perezosas, comenzaron a magrearse en medio del autobús. Francamente, aquello le pilló totalmente por sorpresa. Sonrió para sí, ya sin disimular su lívido y su malicia. La tal Paula era una mala pieza, y ya comenzaba a entender su post. Una de ésas candidatas a ninfómanas que tienen que probar todo de todo. Y ahí estaban, en medio del autobús, besándose con lengua, tocándose por debajo del uniforme, y dándoles motivos a las marujas para decir que cada vez las niñas eran peores. Se daban el gusto de mirarle mientras se ponían, sonriéndole de refilón. Él las sonrió también, negando con la cabeza, qué niñas más malas. Pero se percató de algo que no le gustó en absoluto. Un tipo sentado más adelante se estaba girando con un móvil en la mano. Si estaba pensando grabar un video, no podía permanecer allí mucho tiempo. Salir en un video que se pudiera colgar luego en internet no le interesaba. Se levantó, se encaminó a las puertas de salida, y tocó para que el autobús se detuviera en la siguiente parada. Le dio la espalda al tipo del móvil para que no saliera su cara, por si acaso seguía grabando. Siguió mirando a las chicas, que comenzaron a burlarse de él, parando su jueguecito.

-       ¿Qué te pasa, ya te has corrido? Si nosotras acabamos de empezar.

“Yo también, Paula… yo también” Pensó mientras la sonreía a modo de despedida, al notar que el autobús frenaba y las puertas se abrían de golpe.

Paula le vio desaparecer y se partió de risa con Blanca. Hablaron de lo mal que estaba el mundo, se quitaron de encima al tipo del móvil que insistía en que continuaran, se bajaron en su parada aún con el hombre siguiéndolas para acompañarlas a tomar algo. Al final, como siempre, no pasó nada, y cada una se fue por su camino. Paula estuvo un rato en el parque y fumó un poco de maría. No tenía prisa en llegar a casa. Total, no iba a haber nadie, su madre trabajaba a todas horas y pasaba de hacer nada. Pensó sobre qué programa echaban en la tele. Pensó qué iba a cenar. Pensó sobre si llamaba a algún tío para subirlo a casa. Revisó el móvil. Nada de nada. Qué aburrimiento. Comenzaba a oscurecer. Sería mejor subir a casa. Abrió el portal (que siempre tenía la cerradura estropeada) y subió las escaleras (cuarto piso sin ascensor, gritos en el segundo, lloro de bebé en el tercero). Ver un poco de porno, hacerse un dedo, cenar algo precocinado mientras veía la peli de la cuatro y bajar luego al botellón. Sí, eso estaría bien… ¿dónde coño había puesto las llaves? Hurgó en el bolso y abrió la puerta. Las tiró en la entrada, dejó caer el bolso al suelo, cerró la puerta. Se metió en el comedor, se tiró en el sofá, y se estiró oyendo el silencio, disfrutando de la oscuridad de la casa. Quizás pasaba de todo y se quedaba dormida.

-       ¿Ya has llegado, Paula?

Se incorporó de golpe. La voz venía del sillón contiguo. Distinguió una silueta a contraluz. Se tiró a encender la luz y a apartarse de allí.

Era el tipo del autobús. No el plasta, sino el viejo verde. Le vio cerrar los ojos por el golpe de luz repentino.

-       Si vas a hacer eso, al menos avisa. – Comentó, molesto.

-       ¡Eres el notas del autobús! ¿Pero qué coño estás haciendo en mi casa?

Él se rió a carcajadas. Ella no se reía para nada.

-       Joder, será cosa de la maría, porque si no dime cómo has entrado.

-       Las tarjetas de crédito sirven para algo más que pagar con ellas. Tu puerta se abre tan rápido como tus piernas, preciosa.

-       Voy a llamar a la policía.

-       No, no lo harás.

-       Y una mierda no lo haré.

-       Os cortaron el teléfono la semana pasada. Por falta de pago, ya sabes. Y el móvil lo tienes en el bolso, antes de que lo cojas te habré dado alcance, ni lo intentes.

-       ¡¿Cómo mierdas sabes tú lo del teléfono?!

-       Soy Hacker.

Paula le miró interrogativa. Él hurgó dentro de su chaqueta y dejó un papel impreso encima de un maletín metálico que había en la mesa.

-       ¿Me harías el favor de traducir qué diablos has puesto en el foro? Con lo fácil que es escribir correctamente. Lo he impreso, para que no tengas que encender el ordenador, aunque te iba a dar igual, tampoco tienes internet. Oye, por curiosidad: a esas horas, estabas en clase, escribiste desde el instituto, ¿no? ¿Cómo es que las monjas no tienen un filtro para evitar que entréis en este tipo de sitios?

Paula le oía, pero estaba centrada en el papel. Lo cogió despacio, lo leyó. Efectivamente, era lo que había escrito. Tenía ante ella a Hacker. Estaba sentado allí, frente a ella, estaba en su casa. Le miró de hito en hito. Él estaba esperando a que respondiera a sus preguntas. Comprendió que no iba a hacerlo, la había descolocado. La sonrió, tranquilizadoramente. Ella tragó saliva.

-       Oh, joder… Esto es tan… raro… - Siguió mirándole, él se dejó observar - ¿T-te importa si fumo?

-       ¿María?

-       Sí.

-       Tú verás.

Fue a por el bolso. Él permaneció sentado. Ella dejó el bolso cerca del maletín y sacó un porro ya preparado, sin dejar de mirarle, y volvió a sentarse.

-       Joder, esto es alucinante – Sonrió, comenzó a reírse, nerviosa. – Acojonante, más bien. – Se encendió el improvisado cigarrillo, y lanzó una bocanada de humo a la habitación.

-       ¿Por qué escribiste en el foro?

-       …; Pues yo que sé. Quería probar todas esas cosas que haces.

-       ¿Te crees que es un juego?

-       Y yo que sé. Sólo que… me pone cachonda. Ya sabes, lo de… lo de la horca, la falta de aire… todas esas movidas – Dio otra calada.

-       Eres una cría.

-       No, no lo soy.

-       Eres una cría que vas a un colegio de monjas y vistes de uniforme. Tienes 18 años, ¿en qué estás pensando?

-       ¡Que no soy una cría,

joder

! – Gritó, bastante molesta.

-       Porque follas y te drogas no eres una cría. Ya.

-       No es eso.

Hubo un tenso silencio. Ninguno de los dos parecía querer decir nada, pero no dejaban de observarse. Ella estaba nerviosa. Se removió en el sillón, no se encontraba cómoda. Retiró la mirada a la mesa, al maletín.

-       ¿Qué llevas ahí dentro?

-       He pensado que a las niñas como tú les gustan los juegos.

-       ¿Ah, sí? ¿Pero no decías que esto no es un juego?

-       Yo no he dicho eso. Pero no estoy seguro de que te atrevas a jugar.

Ella le miró. ¿Acaso eso era un reto? Él clavó sus ojos en los suyos. Parecía que le estuviera leyendo el pensamiento. Blanca tenía razón, estaba bueno. Apagó el porro en un cenicero cercano y se incorporó para coger el maletín. Él no se lo impidió. Lo abrió y se quedó sin habla.

Esposas. Consoladores. Un gag-ball. Bolas chinas. Pinzas para los pezones. Una soga. Cuerdas. Una bolsa. Medias. Ligueros. Tangas. Eso era lo que se veía sólo a primera vista.

-       ¡Jo-der!

-       ¿Te gusta lo que te he traído, Paula?

Ella se rió de pura emoción. O tal vez fue por la marihuana. Él se levantó entonces del sillón, se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

-       ¿En serio todo esto es para mí? ¿Qué tienes pensado hacer conmigo?

-       La pregunta no es ésa, querida niñita. La pregunta es, ¿qué quieres pedirle a Papá Noel? ¿Has sido una niña buena para merecerte todos estos regalos?

Ella le sonrió pícaramente.

-       No. No lo he sido. Nunca soy una niña buena. Ya te he dicho que no soy una niña.

Hacker permaneció unos momentos en silencio, como pensando si decir o no decir algo, pero finalmente abrió la boca.

-       Quiero que escojas cinco cosas de este maletín para pasar la noche. Piensa qué cosas has visto en el foro que te gustaría experimentar.

-       ¡¿Sólo cinco cosas?! – Pareció decepcionarse.

-       No tenemos toda la noche, querida.

-       Bueno, pero podemos probar otro día más cosas, ¿no?

Él se quedó de piedra, y no se contuvo a la hora de reírse a carcajada limpia. Ella le miró, preguntándose si era ella quien había tomado drogas o él. Respiró fuertemente para recuperarse y ponerse serio de nuevo.

-       Perdona, ¿has visto las fotos del foro?

-       Sí, joder, es lo que más cachonda me pone. Son unos fotomontajes buenísimos, siempre me he preguntado cómo los haces.

-       Bueno… es tu noche de suerte entonces. Hoy te enterarás de cómo están hechos. – Hizo un gesto de cabeza al maletín - ¿Te decides ya o qué?

-       Oh… sí, déjame ver. – Paula comenzó a hurgar y descolocar todos los juguetes. Miraba unos, sopesaba otros. Los volvía a dejar y sacaba otros. Minutos y minutos pasaban. Hacker alzó la mirada al techo, impaciente. Finalmente dejó escapar un bufido, no aguantaba más. Se quitó la chaqueta y la dejó en el sillón.

-       Te espero en el dormitorio. No tardes.

Al pasar por el pasillo, reparó en la cocina. Ya de paso, se serviría un trago. Rebuscó por los armarios. Ni un triste ron, ni vodka, nada por el estilo. Miró en el frigo. Botellines de cerveza. Psé, serviría. Cogió la más fría, la abrió y se encaminó al pasillo, dándole el primer sorbo a aquel cuello frío y verde mientras se aflojaba la corbata. Entró en el dormitorio de Paula, lo distinguió por tener su nombre en la puerta, pintado por aquellos artistas ambulantes y baratos de cualquier paseo marítimo. Era una auténtica pocilga. Ropa y peluches por todas partes. Le cortó el rollo por completo.

-       Nena, mejor te espero en el cuarto de tu madre. No tardes o iré yo a buscarte.

-       ¡No, no, ya voy! – La oyó decir.

El dormitorio principal estaba justo en la puerta de al lado. Cama pulcramente hecha, poca decoración, sólo algunas fotos de Paula de niña. En el armario muy poca ropa. Escasas pertenencias. Un único despertador en una mesilla, programado para saltar a las 3 de la tarde. No hacía falta ser detective para saber que se encontraba en el cuarto de una madre soltera, probablemente joven, que se mataba a trabajar durante la tarde y la noche para dar de comer a su estúpida e ingrata hija, que no llegaba a pagar las facturas, pero que prefería darle todo lo que pudiera a su pequeña. Pobre mujer, ¿cómo iba a reaccionar al encontrar el cuerpo sin vida de Paula?

-       Ya estoy – Oyó una sugerente voz, sensual aposta, partir desde sus espaldas, en el quicio de la puerta. Se giró para ver a una Paula vestida únicamente por sujetador y braguitas rosas, y medias de liguero blancas. En una mano traía la bolsa transparente, donde había metido las esposas, la cuerda y el consolador. La alzó y la contoneó traviesamente – Creo que con esto nos podemos dar una buena fiesta.

-       Y yo creo que te dije de traer cinco cosas, y veo seis. Pero bueno, haremos como que las medias y el liguero son lo mismo, me gusta cómo te queda. Tienes buen gusto, nenita. – Dejó el botellín en la mesilla de noche, avanzó hacia ella y le quitó la bolsa – Pero ten cuidado, no vayas a estropear la bolsa, la vamos a necesitar. – La puso boca abajo e hizo que todo lo que había dentro cayese sobre la cama.

-       ¿Para qué? Yo la había cogido para meterlo todo – Él sonrió diabólicamente.

-       Ya lo verás. – Observó lo que había escogido para hacer el plan de la noche, le dio pena no ver la soga entre ellos, con lo que le gustaba a él ahorcar a sus víctimas… tendría que conformarse con estrangularla. Pero ahí tenía mucho material para divertirse. – Vale, vamos a empezar con esto – Cogió la cuerda.

-       ¿Vas a ahorcarme ya?

-       Lo primero: esta cuerda no sirve para eso, es demasiado fina y puede romperse con tu peso. Lo segundo: no me voy a conformar con hacerte sólo una cosa, te he dicho que escogieras todo lo que quisieras precisamente para eso, para que experimentaras. Pero seré yo quien lo dirija, ¿entendido? No quiero oírte decir nada, sólo quiero escucharte gemir como la perrita que aseguras ser – Notó que sus palabras le habían puesto cachonda, asintió con la cabeza – Buena chica. Y ahora, acércate.

Ella lo hizo, obedientemente y en silencio. Para su sorpresa, vio que le colocaba la cuerda en torno al cuello con un nudo corredizo simple. Iba a preguntarle si finalmente iba a ahorcarla, pero él le acalló con un tirón que hizo que la cuerda se clavase en su cuello, le dolió un poco y gimió, aunque enseguida se aflojó la presión. Le apretaba, pero no le cortaba la respiración. A menos de que él quisiera lo contrario, claro.

-       Ponte a cuatro patas. Ya.

Dudó un poco, pero volvió a obedecer.

-       ¿Qué hacen las perritas?

-       Ladr… - Se paró a pensarlo – Guau, guau. – Él se rió, observándola desde su posición privilegiada.

-       Al final vas a resultar más lista de lo que pensaba. Venga, vamos a dar un paseo.

Así que la cuerda era para eso. La estaba usando como una correa. La sacó de la habitación.

-       Gira a la derecha. A la derecha, he dicho – Dijo, dando un fuerte tirón a la correa, aquello le provocó una arcada y, cuando se aflojó la presión, un ataque de tos. – Pero qué poquita cosa eres, ¡vamos, camina! – Con el extremo de la cuerda le azotó el culo sin clemencia. Ella se apresuró a retomar la marcha para que dejase de golpearla. ¿Estaba segura de dónde se había metido? Aquel tipo parecía muy exigente. Ella sólo quería divertirse, probar lo que había visto en el foro…

Estuvieron así durante unos minutos, vagando por la casa, de un lado a otro. Cuando no iba lo suficientemente rápido, la azotaba o la cortaba por unos segundos la respiración, tirando de la cuerda hacia atrás. Comprobó que cada vez lo hacía durante más tiempo, y algunas veces ya no necesitaba ninguna justificación para hacerlo. Pero, a pesar de estar algo asustada, estaba excitada, y apenas le estaba doliendo todo aquello a causa de la marihuana. Notaba los carrillos del culo calientes, pero no le dolía, a pesar de saber que le habría dejado marcas. Los tirones de la correa le resultaban molestos en el momento, pero luego la caricia de la cuerda era hasta reconfortante. Podía notar el chorreo de su entrepierna fluir por las caras interiores de sus muslos, y parecía que él podía notarlo también.

-       Perrita, qué bien te has portado. – Le dijo, cuando volvían a entrar al dormitorio. Ella le contestó con unos ladriditos suaves que le sacaron una sonrisa. Tiró de la cuerda suavemente para llamar su atención – Súbete a la cama. Vamos, no me hagas decírtelo dos veces, Paula.

Ella subió a cuatro patas, no era tan fácil como parecía. Él le ayudó y la sujetó para que permaneciera en esa postura, con la cara apuntando al cabecero de la cama. Notó que cogía algo, pero no consiguió distinguir el qué. Le forzó a abrir las piernas más, y retiró un poco las braguitas para dejar visible su rajita y su culito.

-       Dime, ¿qué perro has visto tú sin cola?

-       ¿Có-cómo dic…? ¡¡AAAAAAAAHHHHHHHHRRRRGGGG!! – Gritó de puro dolor al notar la punta del consolador contra su culo, ¡ni siquiera estaba lubricado! - ¡NO, por favor, nunca me he metido nada por ahí!

-       ¿Qué te dije yo de hablar, puta? – Tiró con fuerza de la cuerda hacia atrás, levantándola. Ya no estaba a cuatro patas, las manos de ella fueron a la correa, que se clavaba sin clemencia en su cuello.

Con o sin maría, eso era doloroso, ¡la estaba asfixiando! Apenas podía respirar, menos aún hablar. Cuando la punta del consolador comenzó a introducirse en su culo, su grito tampoco fue audible, se quedó en un gemido ahogado de puro dolor. Las lágrimas comenzaron a surgir y resbalar por sus mejillas. Cuando ya había abierto su ano, se lo metió de golpe. Ahí estaba la cola improvisada de la perrita. Apenas ya podía respirar, y el dolor la tenía en una nube. Se notó desfallecer, le dolía muchísimo el pecho y el cuello. Entonces sintió que caía en la cama, hecha un pequeño ovillo. La correa cesó de apretar su cuello, respiró a bocanadas, buscando el aire.

Su pierna se alzó, él la estaba colocando de lado, abriéndola. Le forzó a alzarse un poco para retirar las braguitas. Le miró, vio que se bajaba la cremallera del pantalón y se sacaba la polla. Iba a decir que no, que no lo hiciera, por favor, pero se quedó en una súplica silenciosa por miedo a que volviera a hacerle algo. No sabía que todo aquello fuera tan doloroso, que se sufriera tanto.

Se la metió, pero para su sorpresa, fue muy dulce. Como si hubiera reparado en que la había dejado como una muñeca rota, como si se arrepintiese del trato anterior. Iba a descubrir su secreto. Ella siempre había presumido de que se acostaba con chicos, e iba enseñándolo todo, pero lo cierto es que no había pasado de los toqueteos y los besos torpes habituales. ¿Así iba a ser su primera vez? No sabía que la visita de Hacker conllevase también sexo. Pero así era, y la estaba violando, ahí, en la cama de su madre. Cómo se había metido en ese lío.

Notó que se echaba encima de ella, como arropándola. La besó en la mejilla, lamió los surcos de lágrimas.

-       ¿Eres virgen? Entonces, ¿por qué trajiste el consolador? Una polla es distinta. Debiste decírmelo.

Ella no quiso hablar. Cerró los ojos y quiso hacerlo lo más placentero posible. La verdad, no le costó mucho. Aquel hombre sin duda se había acostado con muchas mujeres. La estaba follando despacio, sin prisa, sin movimientos bruscos, muy suavemente. Se sorprendió al notar que sus caderas respondían a la cadencia. Al poco rato las lágrimas se habían secado y gemía pidiendo más. Y eso fue lo que le dio Hacker. Se colocó bien entre sus caderas y se movió más fuerte y más rápido. Ella comenzó a gemir más alto, a gritar al ritmo de sus embestidas. Llena por los dos agujeros y debido a su inexperiencia, no tardó en correrse, arqueando las caderas y proyectándolas hacia arriba. Al ratito y tras un grito de puro de placer, se derrumbó contra el colchón, como un puente al caerse, y Hacker paró. Se la quedó mirando, su pecho subiendo y bajando a un ritmo irregular y disparado. Había una media sonrisa en su rostro. Él la observaba, serio, preguntándose si seguir, pero sabía de sobra que no había marcha atrás: le había visto la cara. Retiró su polla de dentro de ella, aún erguida, lo que le provocó un gemido a Paula. No había sangre, sin duda ella ya había probado con los consoladores. Pero una polla de verdad era distinta. No tenía ganas de continuar, al menos, no así.

Se fijó en sus pechos, subiendo y bajando a causa de su respiración acelerada. Su mano derecha acarició los senos turgentes, desarrollados ya a un tamaño adulto. Muchas mujeres querrían tener ese tamaño. Paula estaba muy bien proporcionada, aunque era un poco baja para la media y le daba ese aspecto de niña, a pesar del maquillaje y el busto. Levantó el sujetador e introdujo la mano, buscando sus pezones. Estaban calientes y se excitaron al primer contacto. Los pellizcó con medida, sin presión apenas, mirando la expresión cambiante de su rostro. Bendita juventud, ya estaba de nuevo gimiendo y recuperada del primer asalto. Los besó y lamió para asegurarse de que estuviera a tono de nuevo. Su mano izquierda viajó a su entrepierna. Húmeda, palpitante y ardiente. Ella gimió y alzó un poquito las caderas, pidiendo más. Se retiró de sus pechos. Se incorporó un poco, metiéndole dos dedos y casi volviéndola loca. Ella ladró un poquito más, como para mantenerle contento. Con la mano derecha ya liberada, soltó la media del liguero con gestos hábiles. Sacó los dedos de su rajita y los lamió para limpiarse. Se dedicó por entero a desprenderla de una de sus medias, acariciando su muslo, su gemelo, su tobillo...

-       Las medias, Paula, no eran para que te las pusieras, aunque me ha encantado verte tan lanzada. Tienes madera de esclava sadomasoquista. – La miró directamente a los ojos. – Son para estrangularte.

Ella le miró, atemorizada. Se llevó una mano a la boca. Se la notaba dubitativa. Abrió la boca para hablar, pero enseguida la cerró.

-       Puedes hablar ahora, no te preocupes.

-       No… no quiero. Antes ha dolido mucho.

-       Lo lamento, me has puesto tan caliente que apenas me llegaba la sangre al cerebro, y no controlé. Ahora será diferente. Te follaré mientras vamos poquito a poco, como mientras paseábamos con la correa, ¿recuerdas? - Paula se quedó pensativa, pero aceptó con un ligero asentimiento de cabeza.  – Bien… empecemos, entonces.

Levantó un poco la cabeza de Paula del colchón, y pasó la media justo por debajo, retirando la melena castaña para evitar que quedara atrapada entre la seda y la piel. Al enrollar la media en torno a su cuello, notó las marcas que había dejado la correa, unas finas hebras de color rojo. Se colocó entre sus caderas, quedando las piernas de Paula en triángulo a su lado. Hacker quedó sentado sobre sus propios tobillos, con las caderas de ella sobre sus muslos para tener su miembro a la altura necesaria. Las manos de él cogieron los extremos de la media, y mirándola a los ojos fijamente, se cernió sobre ella para comenzar.

Ella dio un gemido al notar la presión y la polla de él entrando de nuevo. La primera vez estuvo sólo cinco segundos, y no apretó con toda la fuerza que le pedía su mente. De hecho, apenas Paula podía haberlo notado. La miró para ver si quería que continuase, y ella asintió. Esta vez apretó más fuerte, se notaba ya un poco las venas de su cuello hincharse, y ejerció presión durante unos quince segundos. Ella buscó el aire, pero seguía confiada. La mente de él comenzaba a moverse por derroteros diferentes, le estaba pidiendo más acción, sobre todo con semejante escena delante de él. Movió con mayor empuje sus caderas, comenzando a follarla salvajemente. Ella dejó escapar un gritito de placer y sorpresa. Las manos de él se movieron solas y tiraron con fuerza de la media hacia fuera, ciñéndose la tela sin piedad. La elasticidad del complemento permitía que se estirase con facilidad, pero la presión ejercida en el cuello de Paula comenzaba a ser mortal. Ella al principio se dejó hacer, creyéndolo parte del juego, pero al notar la falta de aire palmoteó el colchón. Le miró a los ojos, pero estaba como ido, aunque la miraba directamente a sus pupilas centelleantes a causa de la humedad de sus ojos. Las embestidas de su miembro tampoco cesaban. Un sonido ahogado salió de su garganta, intentando llamar su atención, y sus manos viajaron desesperadas a la media, pero era tal la fuerza de él que no podía separarla de ninguna forma. Pataleó para quitárselo de encima, pero no funcionó. Optó por clavar sus uñas directamente en los hombros de él, rasgando la piel, y aquel dolor repentino pareció sacar a Hacker de aquella especie de trance asesino.

Aun así, estaba demasiado excitado, dio un grito gutural y se forzó a soltar la media, provocándole a ella un ataque violento de tos. Pensando que ésa sería una muerte segura, comenzó a gritar, asustada, pidiendo ayuda, mientras retiraba la media para evitar que volviese a la carga. Las manos de él volvieron rápidamente a actuar, una bajó a la nariz de ella y la otra a su boca, dejándola sin respiración. Se notaba a punto de llegar al orgasmo bajo toda aquella situación. Al ver la desesperación y el sufrimiento de ella reflejado en lo poco que se veía de su cara, definitivamente se corrió dentro de ella. Dio un grito salvaje mientras eyaculaba en la joven Paula.

Paula en cambio ya apenas se movía cuando la dejó tranquila. Cuando la sangre corrió por otras partes de su cuerpo diferentes a su miembro, se percató de qué había ocurrido realmente. Paula yacía casi semiinconsciente en la cama, apenas sin respiración, con unas feas ronchas moradas en el cuello, la cara rojiza, y un poco de sangre en la nariz a causa del manotazo que le había propinado al parar su grito de auxilio. Él respiró hondo, mirando la escena. Tenía que terminar con aquello ya. Cogió raudo las esposas y alzó los brazos de ella para atarla al cabecero de la cama. Ella gimió débilmente, pero apenas podía hacer algo más que quejarse. Pronto tenía la bolsa de plástico abierta, y levantó su cabeza para introducirla dentro. Ella se resistió, moviendo la cabeza de un lado a otro, pero no fue suficiente.

-       Éste es el secreto de mis fotomontajes, Paula... No son fotomontajes... Lo lamento, eres muy joven, pero deberías habértelo pensado antes de responderme… Lo siento. – Le confesó, con la voz entrecortada, mientras aseguraba la bolsa con la misma media para que el aire quedase aprisionado y no pudiera renovarse.

Se retiró entonces de entre las piernas de ella, y se quedó sentado en el borde de la cama, sin mirarla. Oyó la respiración asustada de ella al comprender, se agitaba por momentos. Gritó pidiendo ayuda, la oyó llorar desesperada. Escuchó cómo la bolsa comenzaba a pegarse al ser gastado el aire. Como ella tenía las manos atadas, no podía abrir un agujero para respirar. Moriría asfixiada. Presa del pánico, comenzó a patalear el colchón, luchó por liberarse. El cabecero de la cama se sacudió salvajemente. Hacker seguía sentado en el colchón, dándole la espalda, con la vista clavada en el armario que tenía frente a sí. Si seguía forcejeando, gastaría muy rápido el aire. Sería cuestión de un par de minutos que muriera. Se percató de que el botellín de cerveza aún estaba ahí. Alargó el brazo para alcanzarlo y dar un trago, mientras Paula saltaba casi literalmente en la cama, tratando de liberarse. No quería mirarla. Con sus otras víctimas no se había sentido así. No le agradaba matar a una chiquilla, y menos que su instinto asesino se descontrolase así con ella. Prefería darle la espalda hasta que pasase lo peor para evitar otro episodio como el anterior. Al menos quería darla una muerte plácida, aunque experimentaría sin duda un inmenso dolor y un terror inimaginable. Notó las piernas de ella sobre su espalda, unas patadas dolorosas e hirientes, pero no se movió para dejar de recibirlas. Oyó unas palabras ahogadas que se semejaban a insultos barriobajeros. Paula optó al rato por dejar de castigarle, pedir clemencia y seguir luchando por soltarse de las esposas. Dio otro sorbo, notando como los botes iban espaciándose más, al igual que los gemidos y los lloriqueos. Miró por la ventana. El sol ya despuntaba cuando la respiración de Paula se volvió inaudible y su cuerpo apenas se movía. Giró para ver su cara. Tenía los ojos desorbitados y centelleantes al otro lado del plástico lleno de vaho. La sangre de su nariz había manchado gran parte de la bolsa y se mezclaba con su saliva, había un gran agujero negro que absorbía el plástico hacia dentro, era su boca. El plástico ascendía y bajaba, buscando el aire inexistente. A Hacker le recordó el movimiento de un pez antes de morir. Dio un par de sacudidas, presa de los espasmos previos a la muerte, y se quedó mirando fijamente al vacío con ojos fríos como el cristal. El plástico quedó finalmente hundido en ese agujero negro.

Hacker suspiró, no sin cierta tristeza, y dejó el botellín en la mesilla. La miró para comprobar si todo había acabado. La habitación ya estaba bañada por un color rojo como la sangre a causa del sol naciente. Se levantó, cansado, dolido, algo apesadumbrado. El cuerpo había quedado en una postura antinatural, forzada, delirante. Había sufrido horrores. Por qué habría escogido la dichosa bolsa…

Se guardó la polla en los calzoncillos y se subió la cremallera. Sacó de un bolsillo su móvil último modelo. Abrió las aplicaciones. Buscó la cámara. Enfocó el cuerpo retorcido de Paula. Un flashazo inundó la habitación. Enfocó a la bolsa, intentó que se vieran sus ojos clavados aparentemente en el espectador. Otro flashazo. Al plástico pegado en su boca y que le había precipitado a la muerte. Otro. A sus manos, amoratadas por la lucha contra las esposas, con las uñas manchadas de su propia sangre al intentar ella defenderse de su ataque. El último flashazo.

Cerró la cámara. Cerró las aplicaciones. Bloqueó el móvil. Lo volvió a guardar. Respiró hondo. Decidió que no podía dejarla así. La madre estaría a punto de llegar. Fue al salón, dejando el botellín de cerveza en el fregadero antes. Buscó las llaves de las esposas en la maleta. Encontró su chaqueta y la ropa de Paula tiradas en el sofá. Lo recogió y regresó al cuarto. Le quitó las esposas. Colocó su cuerpo recto, mirando bocarriba, e hizo lo mismo con los brazos. Quitó con cuidado la media. Desprendió la bolsa. Emitió un sonido desagradable, húmedo y viscoso, y oyó un silbido post-mortem surgir de la boca de Paula. Le cerró los ojos. La limpió un poco la cara con la sábana, para adecentarla lo máximo posible. Por el mismo motivo le colocó el pelo y la cabeza por encima de la almohada. Limpió su semen de entre sus piernas, y la vistió con la ropa recogida. Finalmente, la tapó con la sábana. Esperó que así por lo menos no fuera tan traumático para la madre. Miró a Paula antes de cerrar la puerta de la habitación y dirigirse por última vez al salón. Recogió sus cosas, cerró bien su maletín y salió por la puerta. Al bajar por las escaleras, saludó a una mujer que subía, y que le sonrió amablemente, a pesar de las pronunciadas ojeras que mostraba su rostro.

Tenía los mismos ojos que Paula.

Publicado: Sab Dic 17, 2011 07:32 am

Hacker: He conocido a una doncella. Su nombre es Paula

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