Hacker: Hola, Laura (ADVERTENCIA:SNUFF)
Este relato puede herir sensibilidades, todo es fantasía, no justifica ni por asomo este tipo de comportamientos en la realidad. Que disfrutéis del relato. Lamento el retraso, querida Laura. Gracias por tus recomendaciones, Ayla.
[i]Publicado: Dom Sep 11, 2011 9:41 am
Hacker: Soy verdugo de doncellas, pero... ¿dónde está mi doncella? Responde y nos veremos en el patíbulo.
Publicado: Sab Dic 3, 2011 2:59 pm
Lady_Laura: Bonito espectáculo. Fantasía o realidad, ¿qué importa eso? Es excitante, chicas, disfrutad del show y dejad de quejaros.[/i]
Domingo, 4 de diciembre, 12:48 am
- Por aquí, señor. – Le indicó el maître muy educadamente, con una sonrisa perfecta.
Le condujo por un amplio pasillo, paredes rojas, muebles de época victoriana, alfombra acolchada bajo sus zapatos de 200 euros. Pero demasiado angosto para su gusto. Llegaron rápidamente a una zona donde se oía bullicio de música sonando en directo, jazz, cabaret, algarabía nocturna. Una cortina de terciopelo rojo cubría el final del pasillo. El maître, de nuevo con esa sonrisa inmutable en su cara, retiró la cortina, dejando ver una bulliciosa sala de fiestas digna del mismísimo moulin rouge: muchas chicas, mucha pluma, mucho cancán y mucha carne.
- ¿Me permite su abrigo, señor? Se lo devolveremos a la salida. Ahí dentro hace mucho calor.
- Oh, claro… – Se lo entregó, algo torpe, pues aún estaba admirando la inmensidad de la sala. Una de las camareras ya le estaba esperando, también sonriente, con un precioso vestido de lentejuelas rojo, a juego con el local.
- Por favor, acompáñeme, tenemos una mesa reservada para usted. – Él le sonrió de vuelta y se dejó guiar, despidiéndose educadamente el maître.
- No sabía que existieran lugares así en esta ciudad… en París y Las Vegas quizás, pero ¿aquí? – La camarera le rió la gracia como una colegiala traviesa.
- Bueno, ahora que ya sabe que estamos aquí, esperamos verle más a menudo.
- Por supuesto, preciosa, por supuesto… - Mientras caminaban a la mesa perdió la mirada en el espectáculo de las bailarinas, en la loca pianola siendo pulsada al compás de aquellas piernas subiendo y bajando, y dejó escapar una sonrisa.
- ¿Entonces, la señorita Laura trabaja aquí?
- ¿Se refiere a Lady Laura? Sí, señor, es una de las estrellas del espectáculo. ¿Ha venido a verla? Mire, es aquí. ¿Qué desea tomar? Tiene una carta de una selección importada que seguro será de su agrado.
- No, gracias, ya sé qué tomaré; Un Rob Joy sin guinda, por favor. – Tomó asiento.
- Enseguida. Bienvenido al Chatte Nocturne.
Realmente, no estaba cómodo. No le gustaban los lugares llenos de gente, gente babosa, sobre todo. Cuando miró a su alrededor, descubrió que no era él el único que se dedicaba a mirar. Los de las mesas colindantes le observaban, le extrañó ver que la mujer de una pareja cercana a él tenía más ojos para su persona que para su grueso y sudoroso marido. Bueno, quizás no le sorprendía tanto, pero no le agradaba ser el centro de atención. En otra mesa explotaron en carcajadas. Demasiado ruido, demasiada gente. Seguro que era una madriguera de políticos, o quizás gánsters, como en las películas. Y muchas, muchas fulanas, sin duda. Y joder, no se cortaban ni un pelo; la mujer que tenía clavados los ojos en él parecía estar comprobando si el pene de su marido era igual de grueso que su oronda barriga por debajo de la mesa. Vaya antro…
- Aquí tiene, su Rob Joy sin guinda. – La camarera desvió su atención, dejó el cocktail rosado encima de la mesa, pulcramente situado encima de un posavasos de diseño. Él se lo agradeció con un gesto de cabeza. – Si desea cualquier cosa, estaré encantada de atenderle.
Se llevó la copa a los labios mientras la camarera le daba la espalda para atender a sus quehaceres. Sus ojos estudiaron la mesita para huir del resto de miradas. Estaba realmente incómodo. Cogió un folleto que estaba al lado de una velita y de la carta de bebidas, lo ojeó por encima… hecho para el turismo, sin duda. Encontró la página dedicada a Lady Laura, y leyó para sí.
- “Conozca a la fascinante Lady Laura, la mejor maestra de la música jazz, cautivará sus sentidos en una noche mágica. Déjese llevar a otra época con su voz, sin duda resultado de un pacto con el diablo que le hará caer en la dulzura del infierno.” – Se rió – Qué cosas.
Dio otro sorbo, miró su reloj. La una menos cinco. ¿Cuánto iba a tardar en aparecer? La verdad es que ya sentía curiosidad. Sólo tuvo que esperar cinco minutos para que la sala perdiera completamente el ambiente parisino para adentrarse en las salas de jazz del siglo XX americano. Los gritos y la algarabía se acallaron, las luces se entornaron para que sólo quedase un foco sobre el escenario. Escenario ahora sólo ocupado por un piano, un contrabajo, un trompeta, una batería, y un micrófono vacío.
Y entonces, ella apareció. Un largo vestido de cola rojo como la sangre, a juego con sus labios. Piernas interminables, cuerpo de curvas sinuosas. Piel morena, de caña de azúcar. Pelo difícilmente domado en unos inacabables rizos de caoba. Ojos que miraban a ninguna parte, y a todas las almas a la vez. Guantes que acariciaban su antebrazo, que llamaban a comprobar su suavidad. Sus dedos acariciaron el micro, lo atrajeron hacia sí. Y el piano, al sentir su primer aliento, comenzó a sonar, entonando las notas del Summertime de Ella Fitzgerald. No era Ella, por supuesto, pero el folleto se había quedado corto. Esa mujer era pura dinamita, y su voz era la mecha candente, serpenteante en su mente, inundándola con miles de chispas. Le hizo dejar la mente en blanco y olvidar para qué y por qué había ido allí. Le hizo olvidar el calor y el olor a carne sedienta de sexo de todo aquel lugar. Sólo tenía ojos y oídos para ella. Le tenía hechizado. Cuando continuó con Feelings sólo quería que esos ojos suyos se posaran en él. “Mírame”, le pedía con todas sus fuerzas en un grito silencioso, viendo cómo su pecho subía y bajaba para entonar las preciosas caídas y subidas que necesitaba aquella música negra. Terminó con Time after time, y al final de la canción, por fin sus miradas se cruzaron. Una sonrisa en sus labios acompañaron el “so lucky to be loved”, y entonces él se sintió realmente afortunado.
El mundo le sacó del embrujo al llenarse todo de aplausos y gritos de emoción. Comenzó la lluvia de rosas y claveles, ella sonrió y saludó a su público. Pero sus ojos estaban con él. “Serás mía”, quería decirle con la mirada. Ella pareció captarlo, pero no retiró la mirada. Estaban conectados.
Y de pronto, todo pareció quebrarse. Volvió la algarabía, las damas parisinas corrieron a calentar de nuevo el ambiente, con sus lentejuelas y sus vestidos de strass. Nada de bajos, ni de piano, ni de elegancia, sólo carne y ruido. Y ella bajó sus ojos, sus aleteantes pestañas, y se dirigió a las escaleras, como una princesa destronada. Algunos hombres se acercaron a conocerla. Él se levantó de la mesa, para sorpresa y desilusión de la mujer del gordo futuro calzonazos. Fue hacia allí. Sin flores. Sin regalos. Sin gran gusto musical, siquiera. Pero con más que todos aquellos hombres: la seguridad de que aquella noche sería suya. Y, como si se hubiera tratado de una llamada, los ojos de Lady Laura de nuevo buscaron los suyos. Y los encontraron.
Cerraron la puerta del camerino con estrépito. Sus bocas deseaban beber de la otra. Sus brazos parecían confusos y no sabían dónde pararse. La subió al tocador, su espalda chocó con el espejo, los botes de laca cayeron al suelo. Los dedos de ella atrajeron su cabeza hacia sí, enganchándose con su pelo rubio. Él lamió su cuello, dejando escapar un suspiro que era incluso más delicioso que todas sus canciones. Eso era lo único que quería oír brotar de su garganta esa noche, pero no hacían falta las palabras. Se coló entre sus piernas y la forzó a abrirlas. La mano derecha de él acarició su cuello, lo mordisqueó, de nuevo aquellas notas de placer surgiendo de lo más profundo de ella. Deseaba que cantase para él.
- Espera, espera, déjame hacerlo a mi modo – Pidió con una voz más ronca de lo normal al ser presa del deseo. Le separó un poco de ella, para desilusión de él. Señaló un sofá rojo, mullido, acolchado, al otro lado del camerino. – Siéntate ahí. Quiero ponerme cómoda.
Él la miró, le dedicó una media sonrisa. No estaba acostumbrado a que le dijeran qué hacer, pero haría una excepción. Se dejó caer en el sillón, y la miró, esperando paciente al segundo acto.
Ella entonces tomó la misma pose que en el escenario, la pose de una diva. Con suaves contoneos se fue deshaciendo de las telas que estorbaban para ese número. Poco a poco el tirante de su vestido viajó a su antebrazo. Pronto tampoco estaba ahí. Le imitó el otro tirante. Un contoneo de caderas. Hermoso sujetador de encaje negro. Pam, pam, dos sacudidas de ese culo de diosa malvada, y el vestido dejó ver un hermoso conjunto de ligas y braguitas a juego con el sujetador.
- Delicioso. Sólo lamento haber dejado mi bebida olvidada para brindar todo esto.
- Bueno… - Avanzó, suspirando, dejando el rojo vestido, como un charco de sangre, tirado en el suelo – Yo puedo darte un cáliz del que beber. – Se acercó hasta el punto de tener su pubis a la altura de la cara de él.
No tuvo que dejárselo entender ni un segundo más. Sus labios besaron su monte de venus a través del encaje, y las manos enguantadas de ella volvieron a perderse entre sus rizos atrayéndole.
- ¿Por qué no bailas un poco para mí, mi hermosa diva? – Sus manos viajaron a su escultural trasero, firme como una piedra, y le atrajeron aún más.
Quería saborearlo todo de ella. Estaba desatando aquella parte que siempre trataba de dejar oculta. Una parte más salvaje de él. Toda aquella atmósfera le estaba volviendo loco. Sus dientes mordieron tela y carne. Lady Laura echó su cabeza hacia atrás, sus bucles azabaches cayeron como una cascada por su espalda y sus caderas se elevaron. Su pierna izquierda viajó al lado derecho de él, la aguja de su tacón se clavó en el sofá, atrajo su cabeza más hacia sus partes bajas, y comenzó el baile que tanto él deseaba. Sus caderas iban de atrás adelante en una armonía cadenciosa, los labios de él esperaban el ansiado encuentro entre aquella parte, cada vez más caliente. Pronto no pudo aguantarse más. Sus manos se clavaron en sus cachetes, las uñas de él le hicieron a Lady Laura dar un gritito, sus dedos rasgaron el encaje y, como si de una bestia se tratara, se deshizo de tan elegante conjunto, rasgándolo con un par de tirones y lanzándolo con fuerza hacia cualquier rincón del camerino. Sus brazos se aferraron en torno a ella, que ya estaba más que rendida y se dejó hacer. Sus fluidos para él eran pura ambrosía. Cada vez había más. Le inundaban la cara, los labios, la boca, la barbilla. Sus dedos viajaron a su rajita, pero ella de pronto le frenó, echando la cabeza violentamente hacia delante, las caderas hacia atrás.
- No, por favor. No la primera noche, al menos. – Él la miró, presa del repentino parón, notando el bulto en sus pantalones. Pero aun así, le quedaba una mínima consciencia, y los ojos de ella le miraron con la dulzura de una muñeca rota. – Déjame mostrarte qué te puedo ofrecer.
Sus manos le empujaron hacia atrás en el sofá, le ayudaron a tenderse de lado, le acostaron completamente. De pronto notó las rodillas de ella cayendo con fuerza en sus antebrazos. Estaba atrapado, inmovilizado con el peso de ella. Y de pronto vio su rajita acercándose a su cara. Estaba decidida a usarle. Él tomo aire, y puso a trabajar su lengua. Lady Laura suspiró de nuevo y sus caderas volvieron a ponerse en marcha. Su lengua entraba y salía de su agujerito, cuando bajaba más saboreaba su clítoris, dando algún que otro mordisquito. Ella comenzó a perder la compostura en un par de minutos, y entonó la melodía de los gritos y los aullidos. Cada vez sus contoneos eran más violentos, menos mal que le quedaba la nariz o ya le habría dejado sin aliento, no le daba tregua. Cogió sus grandes senos entre sus manos, para espectáculo de él, ya que la llave de la cantante apenas le dejaba ser un consolador a su servicio. No paraban de bambolearse salvajemente con la fuerza de sus movimientos. Y de pronto, la notó tensarse completamente, tembló víctima de un orgasmo. Notó que los fluidos de ella le desbordaban. Era tan dulce y tan cálida… Bebió, ávido de quedarse todo para él. Ella no tardó en quedarse sin resuello, liberó sus antebrazos y se tendió a su lado, agotada y aún sin controlar sus respiración.
- Oh, cariño, eso ha sido fabuloso.
- Puedo decir lo mismo, milady… supongo – No pudo evitar mirar a su pantalón, su polla estaba a punto de romper la cremallera. Ella se turbó un poco al notarlo.
- L-lo siento, de veras. Pero es que no soy como las otras… ¿lo entiendes, no?
- Lo entiendo – No, no lo entendía.
Hubo un silencio incómodo. Ella cerró los ojos y se arrebujó contra él. Él miró al techo, intentando relajarse. Pero no, no funcionaba. Probó con la conversación.
- ¿Cómo alguien con tu voz termina en un tugurio como éste y enrollándose con cualquiera?
- Tú no eres un cualquiera. Lo noté por la forma en que me mirabas.
No pudo evitar sonreír para sí.
- Tienes razón… no soy como los demás. – Se quedó por un momento pensativo - ¿Por qué sólo cantas canciones de Ella Fitzgerald?
- Cuando era pequeña mi padre me ponía sus vinilos. Me gustaba su nombre.
- Lady Ella… ¿por eso te haces llamar Lady Laura?
- Ajá.
- Mmm… y dime, ¿qué más sabes de Ella?
- No mucho más, la verdad.
- … es curioso. Yo podría enseñarte más.
- ¿Sabes mucho de música, no?
- En absoluto. Sólo me interesó el morbo de su muerte. – Dijo, mientras se incorporaba en el sofá. – Oye, ya que no me dejas continuar, ¿puedo jugar yo un rato contigo? Te va a sonar raro, pero quiero enseñarte algo.
Ella le miró confusa, pero al ver que le tendía la mano la aceptó. Él la levantó de golpe.
- Ella tuvo muchos problemas de salud al final de su vida. – Comenzó a hurgar en el tocador del camerino, buscaba algo. Cogió el secador de pelo y arrancó el cable sin previo aviso. – Ven aquí, siéntate – le colocó la silla. Ella le miró algo preocupada, pero accedió a sentarse.
- ¿Q-qué vas a hacer?
- Verás, ya que te gusta tanto Fitzgerald, me parece interesante hacer una prueba contigo. ¿Sabes qué le pasó?
- Bueno, dices que tuvo muchas enfermedades… por dios, ¿qué estás haciendo? – Él se había sentado en el suelo y le hizo doblar las rodillas hacia atrás, sentarse con los talones debajo del trasero, y comenzó a pasar el cable por una de sus piernas, manteniéndola prieta y no dejándole desdoblarla. Se separó de ella para buscar algo que le sirviera para atar la otra pierna. Ella no alcanzó a ver qué era esta vez, pero notó la presión en cuanto él se puso a ello. Mientras tanto, él iba hablando por todo el cuarto.
- Contrajo diabetes. Si se trata a tiempo, se puede tratar y vivir con la enfermedad sin ningún problema, pero le pasó ya siendo muy anciana y en tiempos muy diferentes a los nuestros. Al final, le tuvieron que amputar las piernas. ¿Te lo imaginas?
- ¿Y todo este espectáculo es por eso?
- ¿No es excitante?
- ¡No, para nada! Me estás asustando. – Él se rió.
- Vamos, Laura, relájate. Disfruta del show. Además, esto no tiene nada de peligroso.
- Pero duele, vamos, desátame.
- Antes déjame probar otra cosa. – Sin previo aviso, notó que le ataba también las manos a la espalda.
- ¡Eh, eh, qué haces! ¡No me digas que también le tuvieron que cortar los brazos!
- No, no, eso es gusto personal.
- Por favor, ¿Qué estás haciendo? Suéltame, para ya esto.
- Pero si el espectáculo acaba de empezar, Laura.
- ¿Pero qué espectáculo, de qué hablas?!
- No pierdas los papeles, querida. Nos estábamos llevando bien.
Lady Laura iba a volver a la carga, pero vio que seguía buscando algo. Finalmente, cogió el cable de las luces del tocador, y tiró con fuerza, provocando un estallido de luz y chispas. Ella gritó por la impresión.
- Creo que esto servirá. Lo siento, querida, no encuentro otra cosa.
- ¡¿Te has vuelto loco?! Oye, ¿q-qu…? – Notó el cable cerniéndose sobre su cuello - ¡oh, dios mío, qué haces! – Notó que anudaba el cable como una horca, y lo apretó contra su garganta. Tosió a causa de la presión. - ¿No irás a matarme, verdad? – Temblaba de pies a cabeza, trataba de huir de la silla, pero temía el golpe, tenía las piernas atadas, al fin y al cabo, dobladas así no podría ir muy lejos. – Oh, por favor, tiene que tratarse de un sueño. No, por favor…!!!
- Fantasía o realidad, querida Laura, ¿Qué importa eso, mientras sea excitante?
Y sin mediar una palabra más, tiró del cable y la elevó en el aire. Ella dio un grito al notarlo, que se cortó de golpe y murió en su boca, que se abría tratando de coger aire. Sus gemidos no tenían nada que ver con sus bellas canciones, pero para él eran incluso más excitantes y hermosos. Buscó un lugar donde atar la cuerda improvisada, que, para desgracia de Laura, era demasiado gorda y dura, se clavaba sin clemencia en su cuello provocando unas feas ronchas rojas y amoratadas casi al instante en la zona. Le estaría doliendo horrores sin duda.
Caminó hacia el sofá, mientras tenía a Laura bailando para él. El show privado. Se tiró en el sofá, con los ojos de ella clavados en sus movimientos mientras sacaba la lengua buscando un poco de aire para sus doloridos pulmones. El pecho subía y bajaba, los ojos amenazaban con salírsele de las órbitas. Él por fin desabrochó sus pantalones, y sacó su miembro, suspirando de puro alivio.
- Joder, qué ganas tenía de sacarle de la prisión. Una pena que no pueda catarte, Lady Laura, pero te respetaré. Un caballero siempre es un caballero. Eso sí, querida, baila para mí. Muévete, así, sí… - Comenzó a pajearse mientras la veía perder la vida.
Los espasmos de ella eran muy salvajes. El cable cada vez estaba más hundido, la tráquea se veía excesivamente hundida. No dudaría mucho. Pero el movimiento brutal de sus piernas intentando desprenderse de sus ligaduras, esa pose que lo único que le dejaba era abrir y cerrar las piernas, dejando su rajita a la vista u ocultándola, le estaba poniendo a mil y no tardaría en correrse. Si tuviera las piernas libres, estaría pataleando como una loca. Allí, tirado en el mullido sofá donde antes ella le había usado para darse placer, ahora la miraba entonar sus últimas notas y sus últimos contoneos de caderas. Sexy.
Dos minutos, y los espasmos se hicieron más espaciados. Apenas subía y bajaban ya sus senos, aunque sus sacudidas los hacían botar pero que muy bien. Él seguía concentrado en su tarea, y, cuando las piernas de ella quedaron colgadas sin vida, completamente flácidas, en su peso muerto, su lengua quedó tendida sobre la comisura de sus labios, y sus ojos se proyectaron hacia el cielo, completamente en blanco, supo que era el momento. Había muerto ahí, bailando para él, su último show y la muerte de una joven promesa de los lunapares de lujo. Una puta que se negaba a ser follada. Su polla estalló en una fuente de lefa que dejó sus pantalones hechos un desastre, por no hablar del sofá.
- Oh, ¡mierda…! – Suspiró profundamente, dejando caer la cabeza sobre el respaldo del sofá. - Tendré que llevarlos a la tintorería.
Sólo se oía el crujido del cable que colgaba a Laura del techo, al oscilar aún su cuerpo levemente. Pronto y poco a poco los murmullos del mundo fueron acallándose. Se forzó a levantarse cuando oyó el chorro de orina cayendo contra el suelo. Un acto reflejo algo desagradable, sobre todo para tan elegante dama. Se levantó del sofá, se acercó a ella, pero esperó a ponerse enfrente a que terminara de vaciar su vejiga. Entonces, con una mano, cogió los restos de semen de su pantalón, y los depositó con toda la delicadeza del mundo en la boca de ella, introduciendo los dedos dentro, acariciando su lengua.
- Para que pruebes tú también de mi cáliz.
Dicho eso, metió la mano limpia en su bolsillo, y sacó un pañuelo de seda que sacudió para extenderlo. Se limpió con él. Volvió a guardarlo, y sacó su móvil último modelo. Abrió las aplicaciones. Buscó la cámara. Enfocó el cuerpo colgante de Laura. Se fijó en el detalle de que todavía tenía puesto el sujetador. Se lo quitó, no sin esfuerzo, y lo dejó caer al charco de orina. Acarició sus pechos, aún cálidos, besó sus pezones. Qué pena no haber podido catar en condiciones ese escultural cuerpo. Un flashazo inundó la habitación cuando sacó la foto de su cuerpo, sólo vestido por los guantes largos, las ligas y los tacones. Enfocó a su cara amoratada. Otro flashazo. A sus ojos completamente en blanco. Otro. A su boca abierta, que dejaba entrever su lengua con los restos de su corrida. El último flashazo.
Cerró la cámara. Cerró las aplicaciones. Bloqueó el móvil. Lo volvió a guardar. Aprovechó el espejo del camerino para colocarse bien el traje y peinarse. Reparó en los restos de los fluidos de ella en torno a su boca. Cogió unos cleenex del tocador y los retiró despacio. Cuando pensó que estaba lo suficientemente arreglado, abrió la puerta y se sorprendió al encontrarse a un fan con un ramo de flores, esperando a que fuera ella quien saliera. Sonrió, cerró la puerta.
- Lo siento, amigo. Creo que te va a dejar algo “colgado”, se encuentra indispuesta. – Y escapó de aquel bullicio de carne y lentejuelas que le ponía enfermo, aun con el sabor de Lady Laura en su lengua.
[i]Publicado: Dom Dic 4, 2011 03:01 am
Hacker: He conocido a una doncella. Su nombre es Lady Laura.
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