Hacker: Hola, Alejandra (ADVERTENCIA:GORE)

Hacker va a visitar a una nueva cibernauta... pero esta vez ella le está esperando, para su sorpresa.

Publicado: Dom Sep 11, 2011 9:41 am

Hacker: Soy verdugo de doncellas, pero... ¿dónde está mi doncella? Responde y nos veremos en el patíbulo.

Publicado: Mie Oct 12, 2011 00:37 am

Alcmena: Te espero.

Miércoles, 12 de octubre, 10:30 pm

Miró su reloj. Era la hora. Observó el bloque de edificios, las ventanas iluminaban la noche y, cuando ningún coche pasaba por la calle, sólo se oía el zumbido de algún televisor o alguna bronca casera. Cruzó la calle con paso decidido. Saludó a una anciana que le quiso abrir la puerta para pasar cuando ella salía a tirar la basura. Le dedicó una amable sonrisa, pero permaneció en los telefonillos. La anciana le dejó solo, buscando el piso y el número. Llamó, y se colocó el traje durante la espera.

  • ¿Sí?

  • Soy yo, abre.

  • …; ¿Lo siento?

Él sonrió, se apagó la luz automática del portal.

  • Soy yo, Alcmena. Me estás esperando.

Hubo un tenso silencio, pero definitivamente se oyó el desagradable timbre que abrió las puertas. Su sonrisa se intensificó, y al avanzar, las luces volvieron a encenderse. Se demoró al tomar el ascensor. Salió, se dirigió a la puerta, con las manos en el bolsillo del pantalón de su elegante traje gris, caminando sin prisa. Cuando fue a llamar a la puerta, ésta se abrió de golpe. Una mujer salió, vistiendo ropa de andar por casa, con el pelo cayendo en bucles castaños por sus hombres.

  • Entonces, es verdad. – Le dijo, mirándole directamente a los ojos. Unos hermosos ojos marrones, grandes y de pestañas perfiladas a pesar de no estar maquilladas.

  • Eres muy hermosa, Alcmena… ¿o prefieres que te llame por tu nombre real? – Ella seguía mirándole desde la puerta. - ¿Me dejas pasar?

Ella reparó en que aún no le había ofrecido el paso, y se hizo a un lado. Él pasó, cotilleó las figuritas de la entrada, tomó una entre sus manos.

  • Yo personalmente prefiero llamarte Alejandra. Me gusta más. Te pega más – La sonrió de reojo. - ¿Sabes quién soy, verdad? – Inquirió, dejando de nuevo la figurita en su sitio.

  • La muerte.

Él se giró hacia ella despacio, como si sopesara sus movimientos. Ella no paraba de mirarle. Le miraba directamente a los ojos. En otra situación, se hubiese puesto nervioso, pero no esa noche.

  • Me han llamado muchas cosas, pero nunca así… ¿es lo que significo para ti?

  • Sí.

  • Poca gente espera a la muerte…

  • Tengo cáncer. – Dijo, en un tono cortante.

  • … ya. Pero… - Se acercó a ella, tomó un mechón de su pelo entre sus dedos, se lo acercó para olerlo, mientras cerraba los ojos - ¿Por qué no esperas a la quimio, preciosa? Puedes salvarte.

  • No. – Dijo ella, fríamente. – No quiero verme en ese estado.

Él la miró de arriba abajo, estudiándola.

  • Entiendo. Se te ve una mujer deportista, y además, por lo que

veo, te gusta cuidar tu imagen. Pero eres muy joven… es una pena. – Soltó su mechón, y la dio la espalda. Entonces, ella pareció dudar, perder un poco de fortaleza.

  • ¿Te… te compadeces de mí?

  • No, Alejandra. – Se colocó delante del sofá, tomó el mando y apagó la televisión, aunque ya estaba en silencio – Me sorprendes. – La miró, su rostro reflejaba admiración – Eres muy valiente. Te admiro enormemente.

Ella se sonrojó, y se fijó por primera vez en él. Su porte era casi regio, tenía el pelo cayéndole sensualmente por encima de los ojos, un pelo rubio que delataba que su sangre no era precisamente latina. El traje que llevaba y la forma de llevarlo le hacía poseer un aire seductor casi hipnótico.

  • Por favor, Alejandra, ven y siéntate conmigo. Necesitamos hablar.

  • Sí – Ella le obedeció y se sentó en el sofá. Él la esperó para hacer lo mismo.

  • ¿Qué es exactamente?

  • Es un tumor… en el cerebro…

  • Ajá.

  • Comencé con dolores de cabeza muy fuertes, y me dijeron que era una migraña – Se rió tristemente – Migraña…

  • Continúa.

  • Bueno, no hay mucho más que contar… harta de la medicación y de no ver ninguna mejora, pedí consejo a otro médico. Éste me dijo que era por exceso de ejercicio. La tercera vez me dijeron que era un tumor, y que ya era muy tarde, pero que podía recurrir a la quimioterapia, y que había también otros tratamientos experimentales… pero yo no tengo tanto dinero, y, si te digo la verdad, tampoco tengo ganas.

  • No tienes ganas de seguir viviendo. – Dijo, de una forma abrupta y casi maliciosa. Ella clavó la vista en un rincón lejano, pensativa, pero asintió con la cabeza lentamente.

Notó una mano en su barbilla. La forzó a mirarle. El rostro de él avanzó hacia ella. Notó sus labios sobre los suyos. Cerró los ojos y se abandonó a aquel beso. Sus lenguas juguetearon. La respiración de ella se aceleró. Él, al notarlo, se separó un poco y le susurró sugerentemente:

  • Yo seré tu verdugo, y tú mi doncella, Alejandra. Si así lo deseas, seré la muerte para ti esta noche. Dime, ¿lo deseas?

  • Sí… es lo que quiero.

  • Y dime, ¿ya sabes cómo? Se te ve una mujer muy decidida como para dejar esto a la improvisación. – La mano de él viajó a su pecho, lo amasó, la lengua se precipitó sobre su cuello.

  • Ugh… bueno, no del todo…

  • ¿Viste las fotos de Cyntia?

  • Ah… s-sí…

  • ¿Qué te parecieron? ¿Te excitaron? – Notó que su mano se colaba directamente en su entrepierna.

  • ¡Ah! Mmmm, sí… - Él se rió quedamente.

  • Bueno, entonces, creo que tengo una ligera idea de tus gustos… Alejandra – Levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos, cesando sus caricias. Ella ya estaba totalmente rendida.

  • Soy toda tuya.

  • En ese caso… ¿por qué no vas a ponerte algo que esté a la altura del momento, eh? No creo que quieras que el forense te vea con ropa de maruja – Se rió – Ponte preciosa para mí, Alejandra. Tranquila, tómate tu tiempo. Mientras, me daré una vuelta por la casa.

Aquello la dejó un poco descolocada y enfrió un poco el ambiente, pero se levantó y fue a su cuarto. Cerró la puerta mientras observaba cómo él la miraba desde el sofá. Cuando él oyó el clic del picaporte, se levantó y cotilleó las fotos del salón. Bueno, más bien, la carencia de fotos. Sin familia, sin amigos, sólo preocupada y obcecada en ella misma, y finalmente se encontraba de bruces con el dolor y el sufrimiento de la enfermedad. Decidir cómo morir y cuándo era el acto más valiente que se podía esperar de ella. Pero era un paso difícil. Ella le sorprendía gratamente.

Abandonó el salón. El apartamento era muy pequeño. Una pequeña cocina, un pequeño baño, un pequeño armario empotrado. Poco había que hacer allí. Abrió el armario y se sorprendió de lo que encontró en el suelo. Una soga con un nudo de horca. Así que ya lo había intentado… era una cuerda muy tosca, sin duda le habría tenido que doler o asustarla lo suficiente como para no intentarlo mucho. Cuando Alejandra abrió la puerta se le encontró con la soga en la mano y sonriendo. No era una imagen muy acogedora…

Sin embargo, la imagen de ella era más que excitante; se había recogido el pelo con un hermoso pasador, se había pintado los labios de un rojo a juego con el vestido que ahora llevaba, largo, sensual, excitante, con un generoso escote que, aunque sus pechos no lo llenaban, le quedaba sin duda muy bien. Unos zapatos de tacón completaban el halo de elegancia que portaba. Él la miró, bajando el brazo, con la soga eso sí aún en la mano.

  • Brillante. – Ella se puso completamente roja por la fuerza de su mirada. Parecía que quisiera comérsela. – Pero, ¿no falta algo?

  • ¿Que me falta… algo?

  • Sí, querida… - Avanzó hacia ella, y cuando estuvo a su lado, le pidió permiso, pero entró igualmente sin esperar contestación.

Dentro sólo había una cama de matrimonio, un tocador y un armario. Avanzó al tocador, y hurgó en el joyero. Sacó un collar de perlas, y se giró hacia ella.

  • Esto nos hubiera valido para otra ocasión, pero no es el complemento que estoy buscando para ti ahora. Pero sin duda, éste tampoco – Tiró la soga encima de la cama. – Debió de dolerte. No es bueno hacer pruebas con algo así. – Ella se sonrojó y agachó la cabeza, no dijo nada. Él entonces avanzó al armario y lo abrió. Soltó un silbido y de pronto sacó un uniforme de colegiala – Vaya, no te esperaba de éstas, Alejandra.

  • No, no te confundas… es un uniforme de instituto, pero de verdad. Dudo mucho que ahora me valga.

  • Ya veo, así que es un recuerdo. Pues con esto no te verías nada mal. ¿A dónde fuiste?

  • Al Sunset.

  • Ah, sí, he oído hablar muy bien de él… buenos profesores y alumnos muy obedientes.. sobre todo las alumnas. – Miró el uniforme y finalmente pareció contentarse con la corbata. La sacó de un tirón. – Creo que con esto valdrá.

  • ¿La corbata del uniforme…? – Preguntó, mientras él avanzaba y se la anudaba, colocando los bucles de cabello para que no entorpecieran el contacto directo con la piel.

  • Sí, creo que te quedará muy bien. Alejandra, hiciste pruebas, ¿dónde?

  • ¿Dónde? Pues… en el baño…

  • La barra de la cortina, ¿verdad? – Cogió la soga y le quitó el nudo.

  • Sí… aunque no sé si resistirá... ¿Qué haces? – Dijo, al notar que la daba la vuelta y le ataba las muñecas juntas con la cuerda.

  • ¿Tú que crees? Si no tienes nada inteligente que decir, quédate calladita.

Ella entonces no dijo nada. Ya no había marcha atrás. Aquel hombre estaba decidido a colgarla. Entonces y por primera vez notó el corazón latiendo en su pecho, a mil por hora. ¿Le dolería? ¿Iba a ser doloroso? ¿Le haría él daño? Su fantasía era morir ahorcada, desde pequeña le fascinaban las películas de vaqueros de la tele, pero se les veía patalear y sufrir…ella no quería sufrir. Notó que la cuerda pasaba ahora por sus senos, por arriba y por abajo, apretándolos, volviéndolos turgentes. La presión era reconfortante. Notó la respiración de él en su nuca.

  • Ven conmigo.

Él avanzó hacia el baño. Miró la barra, miró la pared de enfrente. Había algo que no le gustaba. Se marchó con paso apresurado, de vuelta al cuarto, dejándola allí sin entender nada. Volvió, para sorpresa de Alejandra, con un espejo. Lo colocó justo enfrente de la barra. Se echó hacia atrás para comprobar si valía y sonrió, satisfecho. Se quitó la chaqueta, se desanudó la corbata, aflojó su camisa, se quitó los zapatos y los calcetines. Lo dejó todo en la pila. Entonces, se metió dentro de la bañera. Le tendió a ella una mano, aunque ella no podía cogérsela al estar atada. “Oh, dios mío, ahí voy”,g pensó para sí, y avanzó no sin temor, se notaba los temblores en los bucles que le caían por la frente.

  • No, no te inquietes, Alejandra. Ven, yo te guiaré. Así, pon el pie ahí. Tranquila, yo te cojo, no caerás. Eso es, y ahí el otro. Perfecto. ¿Sabes? Me has conmovido, Alejandra, y no permitiré que sufras más de lo que puedas soportar, preciosa. Te haré el viaje lo más placentero posible. – Ella tembló, pero esta vez de excitación. Se encontró encaramada al borde de la bañera, los tacones no se ponían fácil – Muy bien, ahora, despacio, gírate. Eso es, con cuidado. Yo te sujeto. Muy bien, y ahora, mira – Se encontró de bruces con su reflejo en el espejo. Estaba hermosísima. Él la miraba radiante desde su espalda, como si se sintiera orgulloso. - ¿Te gusta lo que ves?

  • Sí… - Él le acarició la cadera.

  • Bueno, ahora necesito algo de ti. Yo ya estoy cumpliendo mi parte, pero necesito que me pongas un poco a tono, o me temo que no voy a rendir tan bien como me gustaría… - Dicho esto, puso las manos directamente en sus senos, y los amasó fuertemente. Alejandra soltó un grito por la sorpresa y la excitación, la corbata se movía de un lado a otro, y sus pies estaban a punto de perder el equilibrio. – Ah-ah, con cuidado, señorita, no vaya a caerse… -Entonces, ella notó que cogía la corbata y la tensaba para que se doblase sobre la barra. Fue un tirón fuerte a su cuello, notó la asfixia, se quejó y comenzó a toser. Pero los pies aún seguían en contacto con la bañera, no iba a morir por eso. “Oh, joder, esto me está poniendo realmente cachonda” Pensó, al ver su reflejo en el espejo, su cara comenzaba a tornarse roja. – Veamos, ¿qué tenemos por aquí? – Vio la mano de él meterse bruscamente entre su falda y las piernas, la levantó y acarició sus bragas – Ya veo, totalmente empapada. Menuda puta estás hecha, Alejandra, ¿no crees?... oye, ¿por qué no contestas? – Notó un pequeño tirón en sus bragas, colándoselas en la rajita - Aún no te he ahorcado, así que puedes hablar.

Ella entonces hizo un esfuerzo sobrehumano, presa de la excitación y el temor, notaba la corbata clavándose en su cuello.

  • Sí…

  • Sí, ¿qué?

  • Ugh… q-que soy… aaaahg… - Paró para coger aire – u-una

puta…

Notó el paquete de él pegado a su culo. Y un tirón de la corbata. Si no fuera por las puntas de los pies, no llegaría. Se estaba asustando, un poco más y…

  • Repítelo.

  • S-soy… ug-ahg… u… ahg… una put-aaahg… -

Cada vez tenía la cara más roja. Notó el paquete de él, duro como una estaca, esta vez se movía como si arremetiera contra ella. Con la mano libre la cogió de una teta y apretó con fuerza. Menos mal, porque si no hubiera resbalado. Ella gritó de placer, todo eran emociones encontradas.

  • ¡Repítelo!

  • ¡U-unaahh… aaagh putaaa! – Gritó con fuerza, notando sus pies apunto de resbalar.

Él respiró fuerte, con dificultad, pareció intentar controlarse. Se quedó quieto detrás de ella, la miró a través del espejo.

  • Bien… bien. – Aflojó la presión de la corbata y los pies de ella volvieron a tocar el borde de la bañera. Tosió un poco, cogió aire a bocanadas, el pecho latiendo con fuerza, como los pistones de una locomotora. Jamás la habían humillado de aquella manera, pero ¿qué era aquella sensación? Se encontraba muy excitada, no recordaba haberse sentido así. Y ahora, el dolor que sentía en el cuello no le provocaba sufrimiento, la corbata no la había hecho tanto daño como la soga y le había dejado una sensación cálida, sin apenas marca. Él sonrió a través del espejo, directamente hacia ella, y se estremeció. - ¿No ha estado mal, verdad? Ya te lo dije… voy a hacerte el viaje más placentero. Probemos ahora con esto…

Alejandra escuchó el sonido de una cremallera, y algo golpeó su culo. Algo erecto y con la punta algo mojada.

  • ¡Oh, sí, por favor…! – Se descubrió diciendo ella, y aquello hizo que él se echara a reír.

  • Estás disfrutando todo esto, ¿verdad? Eso está bien, porque será tu primera y última vez… - De pronto notó que con la mano libre la alzaba, la apoyaba contra él. De alguna forma la mantuvo contra él y le quitó las bragas, abrió sus piernas y dejó su coño completamente accesible. La mano de él abrió sus labios, dejándola totalmente expuesta al espejo, para vergüenza de ella al ver su propio reflejo. Los dedos de él enseguida se mojaron - ¿Lista? Allá vamos…

  • ¡¡AAAH!! – Gritó cuando la polla de él entró de golpe en ella, llegándole hasta la matriz. – E-está en el fondo… - Se fijó en el espejo, la tenía toda dentro, sólo se le veían los huevos.

  • Y eso te gusta, ¿verdad, preciosa? Bueno, vamos a darle un poco de movimiento a esto.

Y entonces, tiró de la corbata. Ella se alzó, sus pies no tocaron la bañera, su cuerpo no le tocaba a él. Estaba completamente colgada. La barra amenazó con partirse, pero aguantó. Miró al espejo. Estaba siendo ahorcada y follada a la vez. La polla de él era el único contacto que tenía con algo, exceptuando la corbata, que la cortaba la respiración. Ella miraba todo desde el espejo, y, a pesar de la falta de aire, sólo notaba placer, con aquella polla atravesándola y ella sintiéndose volar.

  • Y ahora, abajo. – Aflojó la presión de la corbata y volvió a notar el contacto de él, y su polla volvió a metérsele hasta el fondo. Volvió a gritar. Pero apenas tuvo tiempo, porque enseguida el brazo de él hizo fuerza para alzarla de nuevo. Y de nuevo notó que caía. Subía y caía, subía y caía. Y la polla de él entraba y salía de ella casi al mismo ritmo que el aire de sus pulmones.

No tenía tiempo de pensar en nada, sólo gemía y trataba de respirar para aguantar. Estaba siendo la mejor follada de su vida. La mano libre de él viajó de nuevo a su pecho, casi le arrancó el vestido y el sujetador, pero sólo lo rasgó, dejando que los pechos salieran entre las cuerdas que los mantenían firmes y apretados. Se regodeó en ellos, pellizcó el pezón con fuerza arrebatándola un grito ahogado. – Vamos, disfrútalo, Alejandra, ¡quiero que te corras! – La mano voló a su culo y le dio un fuerte cachetazo que resonó por toda la habitación. Entonces, con el brazo libre también tomó la corbata. Cada vez las subidas y las bajadas eran más brutales, y cada vez la ponían más. Sus ojos ya estaban clavados en el techo, alzados, su boca abierta, dejando caer la saliva que pendía de ella, manchando el vestido, su barbilla, sus senos… de su coño no paraban de manar sus fluidos, que empapaban las caderas de él al subir y bajar, mojaban el borde de la bañera y parte del suelo. Con las sacudidas más brutales cayó el primer zapato. No tardó mucho en caer el segundo. Estaba a punto de correrse… apenas podía respirar, ya le fallaba hasta la visión, y en cambio ella estaba a punto de correrse…

  • Aaaghh…ak-ak-agghgg…

  • ¿Qué dices, preciosa? – Dijo él, con una voz ronca y casi gutural, mientras la follaba con violencia - ¿Ya vas a terminar? ¡No se te ocurra hacerlo sin mí! – De pronto hubo un empujón mortal contra las caderas de ella, que se alzó golpeada por el cuerpo de él. Una de las manos la mantuvo cerca de él, la apretó contra sí, y ella pudo notar los temblores de su polla descargando toda su leche dentro de ella. No la soltaba, y la mantenía arriba con el brazo que atrapaba la corbata. Otra sacudida, ella estaba viendo las estrellas. La polla de él debía de estar notando también sus espasmos, el balanceo de su cuerpo que, de no estar tan apretado por él, haría que toda ella se contrajera de un lado a otro de puro placer.

Entonces, él suspiró, relajó la tensión de su cuerpo y apoyó la frente contra su hombro. Se fijó en el espejo, presa de los últimos espasmos del orgasmo. Su semen resbalaba por sus piernas. Había sido el mejor polvo de su vida… y, por desgracia, el último…

  • Ahora tienes que ser valiente… – Le susurró en el oído, mientras retiraba su polla ya no tan empinada de su cuerpo. Alejandra estuvo a punto de pedirle que no lo hiciera, pero sabía que tenía que ser así. Ya era la hora. Tenía que irse.

Su cuerpo cayó pesadamente, la corbata se clavó sin piedad y, sin los tacones, ya no rozaba el borde de la bañera. De todas formas, las puntas de los pies no paraban de contorsionarse para tratar de alcanzarlo. Ella miró abajo, viendo cómo reaccionaba su cuerpo. Entonces él tomó su barbilla muy dulcemente.

  • No es ahí donde tienes que mirar, Alejandra… mírate a ti. Mira cómo la vida escapa de tu cuerpo. Es uno de los momentos más hermosos de todos. Estoy contigo, no temas, el dolor no durará mucho.

Y ella, obediente, le hizo caso. Miró al espejo. Su cuello estaba muy largo. La corbata se clavaba en él, dibujando una línea roja. La mano de él fue a su entrepierna, sus dedos ágiles encontraron su clítoris. Placer y dolor, qué deliciosa mezlca… eso era lo que sentía mientras se abandonaba a la muerte, aquel hombre rubio que ni siquiera le había dicho su nombre.

De pronto, notó que su cuerpo se tensaba, reaccionaba intentando escapar, aunque su mente permanecía serena y entregada.

  • ¡¡AAAghhh, AAkk-ak… uuuggghhh!! – Él la cogió con fuerza para evitar que comenzara a ejecutar aquella danza macabra que, sin duda, quebraría la corbata, la barra, o bien su cordura.

  • Sshhh… relájate, no dejes que tu cuerpo decida qué tienes que sentir. Mira aquí, a mis manos. Voy a hacer que vuelvas a correrte antes de morir. Pero para eso tienes que estar quieta y sin patalear, preciosa. Yo sé que puedes, no me defraudes… vamos… – Con un esfuerzo sobrehumano, obligó a sus piernas a permanecer quietas, sus brazos se estiraban y, de no ser por las muñecas atadas, no pararía de palmotear el aire. Pero lo consiguió. Sus piernas estaban tensas, pero firmes y quietas, levemente abiertas para dejarle a él hurgar en su rajita – Eso es, mantente fuerte y consciente para mi… mi preciosa Alejandra.

¿Cuánto tiempo estuvo así? No lo sabía. En algunos momentos notaba que le faltaba la consciencia, pero él, a base de susurros y palabras tiernas, por no hablar de esas deliciosas caricias, la traía de nuevo de vuelta. Pero cada vez que se veía en el espejo su cuerpo estaba más lívido y su rostro más amoratado. Le daba miedo el aspecto de su cara, que era una mezcla de sufrimiento y éxtasis. Pero eso no importaba… no importaba en absoluto… sólo quería sentir esa sensación, su coño parecía gritarla más que el dolor. Sólo un orgasmo más, sólo eso…

  • Eso es, déjate llevar… vamos, córrete, quiero que me llenes completamente con tus fluidos. ¿Estás a punto, verdad? Vente para mi… Será nuestra despedida… – Lamió su cuello, provocándole un muy leve temblor a ella debido a la escasez de fuerzas, sus manos trabajaban ya muy rápido, a un ritmo frenético.

Y entonces, ocurrió. Alejandra sintió que su alma se deslizaba a otra parte llena de éxtasis. Se corrió, su cuerpo, casi inerte, respondió con una suave vibración, y eso fue lo que a él le marcó el momento justo para situar su mano en su hombro y empujar fuerte hacia abajo.

Crack.

Silencio. El cuerpo de Alejandra pendiendo de un lado a otro, completamente inerte, con el cuello roto para hacerla irse en el momento justo. Él miró al espejo, a su cara. Vio un rostro plácido, tranquilo, entregado al placer, casi sonriente bajo el rictus de la muerte. Se alegró por Alejandra. Se había ido, pero como ella había querido. Miró sus dedos, completamente empapados. Se los llevó a la boca y los lamió. Algo en su interior le decía que ella no era como las demás, que la echaría de menos.

Oyó que un chorro de orina caía a la ducha. Aquello le sacó de sus ensoñaciones. Salió con cuidado de la bañera, pero mantuvo a Alejandra colgada. No quería que cayera. Tenía que permanecer así, así de delicada y hermosa, como una muñeca… Su otra mano hizo un nudo en la corbata para que permaneciese dentro de la bañera aun cuando él se hubiera marchado.

Miró a Alejandra, que había dejado de orinar, y hurgó en el bolsillo de su pantalón. Sacó su móvil último modelo. Abrió las aplicaciones. Buscó la cámara. Enfocó el cuerpo colgante de Alejandra. Un flashazo inundó la habitación. Enfocó a su cara amoratada. Otro flashazo. A sus ojos desorbitados. Otro. A su boca semiabierta, que dejaba entrever su lengua. El último flashazo.

Cerró la cámara. Cerró las aplicaciones. Bloqueó el móvil. Lo volvió a guardar. Se acercó a ella, acarició su pecho, su estómago, su pierna. Se inclinó y probó el resto de su aliento en sus labios, aún cálidos y húmedos. Su lengua se permitió un último jugueteo con la de ella. Se separó, y con un gesto tierno, le cerró los ojos. Recogió las cosas de la pila, se vistió despacio, sin dejar de mirarla. Se anudó la corbata, se atusó el pelo, se vistió correctamente. Ya en el dintel de la puerta, se giró hacia ella, la dedicó una última mirada, y susurró, mientras se acercaba al pasillo que le llevaría a la salida.

  • Te echaré de menos, Alejandra.

Publicado: Jue Oct 13, 2011 03:01 am

Hacker: He conocido a una doncella. Su nombre es Alejandra.

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