Haciendo niños... literalmente

Oli e Irina llevan una alegre vida sexual durante su embarazo, y en ésta ocasión, en pleno placer, ella le cuenta cómo se acariciaba siendo adolescente.

-Sigue… ¡Si-sigue…! Mmmmh… sigueee… - musitaba Irina, muy bajito, mientras la acariciaba. Yo estaba tendido a su espalda, los dos de lado, y la abrazaba con una mano, mientras la masturbaba con la otra, muy despacito, muy suavemente. De vez en cuando, ella musitaba mi nombre, “Oli…”, así, a media voz, entre gemidos, y me derretía de amor por ella. Hubiera querido tenderme sobre mi mujer, o verla saltar encima de mí, pero su preciosa pancita de embarazada, muy avanzada ya, nos impedía hacerlo en esas posturas, y yo mismo temía abusar… la verdad es que mi Irina llevaba su estado con una alegría que me extrañaba, por lo que había visto en mi hermana y leído por ahí… pero me traía loco. Después de unos primeros meses durante los cuales, ni ella ni yo habíamos estado demasiado bien por culpa de mi trabajo, al ver solucionado ese problema, al tener otra vez tiempo para vivir, nos habíamos refugiado el uno en el otro de una manera casi animal. Prácticamente, ni salíamos. Nuestros primos, Beto y Dulce (sanguíneamente, Beto es sólo primo mío, pero le tenemos tanto cariño a él y a su novia, que los consideramos primos a los dos, y de los dos), si querían vernos, habían tenido que venir ellos a casa, porque casi no salíamos, como no fuera a llevar al parque a Román y Kostia, nuestros gemelos… apenas un año les separaba del que iba a ser nuestro tercer lanzamiento editorial, al que sólo le faltaban unas semanas para salir a las estanterías… mi mujer dice que sólo un bibliotecario, sería capaz de expresarse así de un hijo, y me hacía gracia. Porque tenía razón.

-Irina… mi Irina… - La apretaba contra mí, sentía en mi pecho los latidos de su corazón, su sudor se pegaba a mi piel, y su respiración vibraba en el brazo con el que la rodeaba, me acariciaba la piel… sus caderas se balanceaban, frotándose contra mi mano, y contra mi erección. Tenía el miembro empapado y sucio de antes, las sábanas estaban manchadas, no era la primera vez esa noche que me metía dentro de ella, pero otra vez tenía ganas…. Como ella. Pero antes de volver a penetrarla, quería darle un orgasmo a base de caricias, quería hacerla temblar y estremecerse entre mis brazos, ver cómo titilaba de gustito y tiritaba bajo mis caricias… Dios mío, ¿cuántas semanas llevábamos así, haciéndolo todas las noches, varias veces, y en ocasiones hasta por las tardes? Ya había perdido la cuenta, y no me importaba. Román y Kostia nos agotaban, nos acostábamos que nos dormíamos de pie… y sin embargo, nuestros cuerpos reaccionaban solos, y nos pedían mimos, y no había manera de evitarlo. Me dolían las corvas, me escocía la entrepierna y me costaba Dios y ayuda levantarme por las mañanas, pero ¡qué feliz era!

-Ahí… ahí… mmmh, Oli… ay, qué suave… qué… qué dulce me lo haces… ¡más! – suplicó mi mujer, apretándome la mano con la que la abrazaba, frotándose contra mí, buscando ensartarse en mi miembro… yo mismo me movía, mi pene entre sus piernas se extasiaba de calor, se acariciaba con su sexo, tan calentito y suave… Irina apretó las piernas de golpe, y me apresó entre ellas.

-¡Aaaaaaaah… Irina…. Mala! – musité, tapándome la boca con su hombro, luchando por no gemir en voz alta, para no despertar a los gemelos, que dormían en la cunita doble, junto a nuestra cama. El latigazo de placer había sido una ola de delicia que me había recorrido desde los testículos, expandiéndose por todo mi cuerpo, llegó hasta los hombros y me hizo encoger los dedos de los pies, casi fue como si hubiese terminado… pero no, no había llegado aún, y una traviesa impaciencia me dominó, quería acabar, tenía muchas ganas de meterme dentro de ella una vez más, no sabía si podría cumplir mi deseo de hacerla llegar a ella primero… intenté centrarme en mi miedo a que una vida sexual tan intensa como la que llevábamos, pudiese perjudicar al bebé. Ya sabía que no, se lo había consultado al médico.

“Durante el embarazo, las mujeres segregan hormonas que les cambian mucho el carácter”, me dijo don Álvaro, mi médico, cuando le pregunté acerca de… la alegría que tiene Irina últimamente, que es cierto que mi mujer siempre ha sido muy animada en el sexo, pero ahora mucho más. “Igual que a algunas les da por sentirse tristes y llorar por cualquier cosa, otras se sienten muy felices y se quieren muchísimo, y otras…  tienen mayor apetito sexual. Son hormonas, les puede dar por eso perfectamente. Mientras no intentéis posturas raras, mientras ella esté cómoda durante el coito, no hay nada que temer”. Me sentí aliviado al saber esto, Irina no sabía que yo había ido al médico a preguntarle esas cosas, pero aún así, quise saber algo más… A mí me encanta hacer el amor con Irina. Ella ha sido mi único amor en la vida, aparte de los libros y de mi trabajo, ella me hizo un hombre, con ella perdí mi virginidad, la quiero más que a nadie en el mundo… me gusta estar con ella, y cuando digo “estar con ella”, me refiero “estar íntimamente con ella”… pero siempre he sido muy tranquilo respecto al sexo. Hasta ahora.

Casi siempre, es mi mujer la que se acerca a mí, la que pide… yo, simplemente me dejo querer. Sólo muy de vez en cuando tomo yo la iniciativa, y eso, si entendemos por “tomar la iniciativa” cosas como “poner a Barry White en el equipo de música”, o “mirar de reojo cuando ponen un beso o una “escena” en la película que estemos viendo”, o, lo que es más penas todavía y lo reconozco, “decir que tengo frío cuando estamos juntos en la cama”. Pero últimamente, en estas últimas semanas… buf. Estoy pasando unas vergüenzas horribles, pero estoy empezando a pedir de manera más clara, a tomar un poquito la iniciativa. Anteanoche, por un ejemplo, cuando mi Irina fue a desnudarse para ponerse el camisón, se bajó las mallas y yo estaba a su espalda, la abracé y musité “no te pongas el camisón todavía…”. Mi mujer se rió, con esa risa pícara que tiene, y yo noté que me ponía como un tomate. Y ayer por la tarde, mientras los gemelos dormían la siesta, Irina les entornó la puerta de la habitación, ella estaba recién duchada, todavía tenía el pelo húmedo, olía tan bien, y llevaba una camiseta mía, que le queda muy grande y se le resbala por el hombro, y me pareció que no estaba tan guapa ni llevando trajes de noche, ni siquiera con el vestido de novia… y la tomé de la mano, y le dije “ven aquí…”, y la atraje hacia mí, la besé, y en el sofá del salón…

Muerto de vergüenza, también le pregunté a d. Álvaro por eso. Mi médico me sonrió y me dijo que el aumento de mi libido, también era normal. “Si un hijo no une a una pareja, NADA lo hará”. Me explicó que muchos hombres se sienten muy excitados en el embarazo de sus compañeras, que era algo muy natural, nada de lo que avergonzarse… la verdad, que me quitó un peso de encima, porque yo me sentía como una especie de depravado sintiendo tanto deseo por mi Irina estando como está, como si debiera verla como una madre, y no como a mi esposa… Me alivió. Claro que yo, me sentía culpable hasta por masturbarme siendo adolescente, y eso que no lo hacía demasiado; mi padre me hacía hacer mucho ejercicio para agotarme y que yo no andase manchando en exceso los pijamas. Según él mismo y mi madre, masturbarse era cosificar a la persona que protagonizase tus fantasías, faltarle el respeto, insultarla… por eso, sólo lo hacía cuando realmente las ganas me gritaban y haciendo ejercicio o leyendo no podía sortearlas, y procuraba hacer lo que yo llamaba “a ciegas”, que consistía en pensar sólo en el placer que sentía, jamás en chicas o lo que sentiría si besaba o tocaba a alguna… no siempre era fácil, porque simplemente, las chicas de los anuncios de desodorante o gel de baño, se incrustaban en mi cabeza. No digamos si había visto una peli policíaca o de terror en la que saliera un club de strip-tease, o alguna chica ligera de ropa… me sentía terriblemente culpable. En eso, como en muchas otras cosas, había venido Irina a quitarme la culpabilidad y los prejuicios, y entonces, me picó la curiosidad respecto a…

-Irina… cuando… cuando eras adolescente… ¿te tocabas así… como yo ahora? – pregunté. Por alguna razón, mi pregunta pareció gustarle mucho, la oí sonreír, y se esforzó por hablar.

-Sí…. Sí, me tocaba… me gustaba mucho acaricia-¡ah…! Acariciarme… mmmmh…

-¿Cómo… cómo lo hacías? – quise saber, mientras no dejaba de hacer cosquillas en su clítoris, y mi pene estaba ansioso por sumergirse dentro de ella, pero seguía aguantándome.

-Mmmmh… me gustaba hacerlo… boca abajo… me tumbaba boca abajo y me acariciaba… hasta que mis braguitas se mojabaaan… y metía las manos dentro… mmmmmmmmmh…. Oh, sí…. Mis dedos resbalaban aquí… - subrayó, cogiendo mi mano, con la que le acariciaba la perlita temblorosa, y medio volvió la cara. Estaba muy roja, y sacó la lengua, para acariciarme los labios. Se me escapó un gemido del centro mismo del alma, y saqué la mía, para corresponder. Nuestras lenguas juguetearon mientras mi Irina temblaba en mis brazos, parecía tan indefensa… - Pregúntame más, Oli, cielooo… pregúntame cositas…

Le excitaba hablar de eso mientras la tocaba, y sonreí, travieso, ¿podía preguntarle todo lo que yo quisiera…? Pues quería que me lo contase todo.

-¿Qué sentías cuando… te tocabas?

-Picor… cosquillas… - gimió dulcemente – era un picorcito… muy agradable… re… recuerdo que casi saltaba sobre mi mano… oooh… movía las caderas… mmmmmmh… movía el culito, de atrás adelante, frotándome contra mis dedos… haaaaaaaaaaah…. – Sólo de imaginarme a mi Irina descubriendo su placer íntimo, como ella misma lo describía, pensé que me iba encima… y mi mujer, estaba igual, le estaba llegando el gustito… y seguí preguntando.

-¿Cómo empezaste a… aaah… a tocarte? – iba a decir “a masturbarte”, pero siempre he pensado que esa palabra suena tan fea…

-Pues… mmmmmh… debía tener… diez, u once años… y… cuando veía en la tele alguna escena erótica… me subían unas cosquillitas, mmmmmmmmh… muy dulces desde abajo… me gustaba jugar a estirarme de las bragas, para que… me hicieran presión en el coñito… - haaaaaah… Dios, iba a estallar, iba a estallar ahí mismo, con el miembro fuera, preso entre sus piernas, iba a ponerla perdida… - Después… empezó a gustarme hacerme cosquillas con los dedos…. Haaaaaaah… era muy rico, pero… cuando lo hacía, siempre me quedaba con ganas…. Instintivamente, yo sabía que había algo más…

-Sigue… Sigue, Irina, sigue hablando… - le rogué, mientras no dejaba de acariciarla, sus caderas daban golpes espasmódicos, y las mías buscaban casi frenéticamente su cálido agujero, y yo tenía unas tentaciones horribles de cogerme el miembro y guiarlo dentro de ella. ¡Pero era una tortura tan deliciosa la que sufríamos, que no quise pararla!

-Haaaaaaah… u-un día… como notaba que… apretándome con las bragas, daba gustito…. Pensé en frotarme contra algo… mmmmmmmmh…. Y… me froté contra el pico de… de mi mesa de estudio… ooooh… sigue, Oli… si… sí…. ¡síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! – Irina pareció echarse a llorar, se estremeció dando un brinco sobre el colchón, su boca se abrió en un gemido mucho, y noté su pecho palpitar con fuerza, su respiración desordenada salir a bocanadas y su perlita estremecerse bajo mi dedo corazón, titilando contra mí… mi pene estaba pegado a su sexo, y noté una dulcísima oleada de líquido cubrirme el miembro, a latidos… haaaaaaaaaaaaaah… Dios mío…. Dios mío, me corría, no podía evitarlo…. Empecé a temblar, y quién sabe cómo, Irina pensó por los dos, metió la mano entre su piernas y me colocó en su entrada, aún más estrecha por el modo en que se contraía, y yo sólo tuve que mover ligeramente las caderas para… ¡aaaaaaaaaaaaaah, qué placer… qué dulzura! ¡Me había metido dentro de mi mujer en el momento exacto del orgasmo, mi pene pareció agradecer el calor en que lo sumergían devolviéndome un placer inenarrable… Irina gimió como una gatita, sintiéndome dentro de ella mientras aún daba contracciones de gusto, y mi descarga se derramó como miel caliente… me arrebujé más aún contra Irina, sintiéndome pequeñito y mimado… los dedos de mi mujer, entre sus piernas, me acariciaban los testículos, y sin darme cuenta, tenía de nuevo su boca sobre la mía, mientras los dos gemíamos como si fuéramos a echarnos a llorar…


-Otra vez, tienes que terminar de contarme lo de… - dejé la frase en suspenso, pero mi mujer sabía a qué me refería.

-¿Lo de cómo me acariciaba el coñito hasta que me venía el placer y me quedaba con las piernas temblando y el cuerpo desmadejado de gusto…? – Mi Irina sonríe con picardía, y yo no soy capaz de sostenerle la mirada, ni aún a oscuras, se me escapa una risita, un “jijijí…”, pero asiento con la cabeza, y mi mujer me besa, y se ríe. Qué risa tan preciosa tiene… le acaricio la cara, y la beso largamente, mi lengua piensa sola, pero Irina no pone ningún reparo, al contrario, me abraza por la nuca y deja que mi lengua penetre su boca, me acaricia, y lleva mi mano a sus nalgas desnudas. Mi mano se pasea a placer por su trasero, sus caderas, y llega al frente…

-Irina… o-otra vez estás empapada… - Mi mujer sonríe, pero de pronto, poner una cara muy rara.

-¡Ay… AUH! – se dobla y se agarra la tripa.

-¿Qué pasa? ¿Irina, qué tienes? – me incorporo en la cama, mi mujer me mira con los ojos muy abiertos, intentando incorporarse ella también.

-Oli… eso… ¡AH! Eso, no era… flujo… ¡AH! – cierra los ojos de dolor - ¡A… acabo de romper aguas!

Mi cerebro piensa estúpidamente “¡Pero si no es hasta dentro de tres semanas!”, pero las fechas se ven desbordadas por un borbotón de líquido amniótico; no es dentro de tres semanas, no va a ser dentro ni de tres horas, ¡es ahora, viene el bebé!

-¡No te asustes, Irina, no te preocupes, voy por las llaves del coche! – Irina me toma de la mano y aprieta

-¡No…. No va a dar… AH!

-¡Espera, por favor… llamo a una ambulancia! – Mi mujer niega con la cabeza, me dan ganas de decirle “¡no empujes!”, pero no me da tiempo, ni a ella tampoco. Grita, fuerte, su grito de dolor atrona las paredes, y me aprieta la mano con tal fuerza que me hace daño. Y de pronto, todo queda en silencio. Y ese silencio se rompe por el sonido más hermoso del mundo entero: el llanto de un recién nacido.

Enciendo la luz. Nuestra cama está roja, empapada, y en medio del charco, hay una cosita pequeñísima y arrugada, sujeta a Irina por un grueso cordón rosado. Mi mujer está llorando, un llanto silencioso, mientras recoge el bebé con infinito mimo, y se lo acerca al pecho, y éste deja de llorar al instante. En la cunita, Román se despereza, gimoteando molesto porque le han interrumpido el sueño, y su hermano Kostia mira  al nuevo bebé con ojos llenos de curiosidad. Y yo… yo estoy de rodillas junto a la cama. Es evidente que he caído fulminado, pero no recuerdo ni cuándo. Tampoco recuerdo haber llorado, pero noto en mis labios el sabor salado de las lágrimas. Mi mujer me mira con un cariño infinito en los ojos, y tampoco soy capaz de explicar cómo, porque me parece que voy flotando y no toco el suelo, pero de pronto me encuentro acercándole una enorme toalla limpia, y una especie de voz lejana me recuerda que necesitamos agua tibia, y tijeras esterilizadas… estoy tan extasiado, que me parece perfectamente normal cuando mi Irina, con los ojos arrasados en lágrimas, besa al bebé, limpiándole con la lengua los restos de placenta…


-Todo ha ido muy bien, han tenido ustedes mucha suerte… los partos-relámpago son muy traicioneros, menos mal que al menos, estaban en casa… - me dice el médico que ha terminado de reconocer a Irina y al bebé. Yo todavía estoy en una nube, no acabo de creerme que, hace sólo un cuarto de hora, fuéramos sólo cuatro en casa, y ahora, ya seamos cinco… Mi Irina está tendida en nuestra cama, entre sábanas limpias, y el bebé, ya limpio, mama de su pecho, tan pimpante. “Aún no estabas en el mundo, y lo primero que haces, es pegarnos un susto de muerte… si así es como empezamos, no quiero saber qué harás cuando llegues a los quince…”, pienso, divertido.

-Ya sabes cómo se va a llamar, Oli. Sin discusiones. – me sonríe Irina, y niego con la cabeza, derrotado.

-Jesús… ¿estás segura que quieres llamarle así? – sonrío, sentándome junto a ella en la cama y tomándole la mano - Oliverio Homobono, tercero… Por favor, Irina, no tiene aún una hora de vida, y quieres ponerle un nombre digno de un cincuentón…

-Bueno, hoy día hay muchas chicas que tienen nombre de chico… - tercia el médico, ya recogiendo y a punto de marcharse. – Sé de una que se llama Tony…

Una especie de campanilla parece sonar en mi cerebro.

-¿Chica….? – Miro al médico. Miro a Irina. Mi mujer sonríe.

-Pueees… a no ser que en lugar del cordón umbilical, le hayamos cortado otra cosa… sí, es una chica. Buenas noches…. Y salud para criarla. – El médico sonríe una vez más y se marcha. Irina sonríe más y más.

-No… ¡Angelito mío! Irina, por favor, no la llames Olivia…

-¡Por favor, Oli….! Quiero que lleve tu nombre, de verdad, de verdad lo quiero… Sé que no te gusta porque piensas en el tuyo, pero Olivia es un nombre muy bonito… por favor… - Sabía que estaba derrotado antes de empezar, con Irina no puedo discutir. Asiento con la cabeza, y mi mujer sonríe, con esa sonrisa tan luminosa que tiene… y me tiende a nuestra hija. Nuestra niña…. Mi niña. La tomo en brazos, y cabecea contra mí, buscando un pecho que no puede encontrar, pero se arrebuja contra mí de todos modos, pescando mi camisa entre los labios… le acerco la mano a la boca, y me chupa los dedos, y… ay, Dios, esta chiquitajilla es una chantajista, lo veo venir y eso que ni siquiera habla, va a ser como Irina, no podré negarle nunca nada… Voy a tener que aprender a ser firme, porque no quiero hacer distinciones entre ella y los gemelos, no quiero ser un mal padre que tenga favoritos, pero… mira qué bonita es. Nuestro tercer bebé… nuestro… y entonces, se me ocurre. “Te llamas Olivia, sí… pero ser, eres Tercero.”