Hacia arriba
De esos textos que salen en un impulso sin explicación... no llega a poesía.
Después soltó todo. Con la sangre agolpándose en sus sienes, los ojos bien abiertos pero sin ver realmente nada. Sus manos sujetando las caderas de ella, atrayéndola más hacia él, inmovilizándola contra su pelvis.
Antes, los besos urgidos y las caricias encendidas recorrían todo su cuerpo. ¡Qué bien se sentían los labios de ella, carnosos, suaves, sensuales, sobre su piel! ¡Qué hábiles sus manos sobre su sexo! Al subir y bajar… provocándole escalofríos de placer.
Gemidos, quejidos, aullidos, gritos.
Entrar en su calor fue liberador y narcótico, sentía que podía perderse dentro de ella. Forzó su cuerpo más allá de lo acostumbrado para moverse al ritmo que ella le pedía, le rogaba, le exigía en suaves susurros, ronroneos amorosos. Por un momento creyó desfallecer bombeando dentro de ella, mirando la curva de su espalda bajo él, lo carnoso de su trasero, su cuello breve y sus cabellos revueltos.
Y entonces ella se fue en esa espiral sin retorno del orgasmo y sus paredes lo hicieron prisionero y tiraron de él para que la acompañe. Sintió cómo desde su nuca bajaban ramaleadas eléctricas sin control y al nivel de su cintura se hacían mil relámpagos que prometían una explosión.
Cerró sus manos sobre sus glúteos y apretó. Después soltó todo.