Hacer realidad una fantasía...

Yolanda y yo somos un matrimonio que nos compenetramos a la perfección en el terreno sexual; nos casamos hace cinco años y disfrutamos de unas condiciones económicas bastante aceptables, procurando siempre vivir lo mejor posible.

Yolanda y yo somos un matrimonio que nos compenetramos a la perfección en el terreno sexual; nos casamos hace cinco años y disfrutamos de unas condiciones económicas bastante aceptables, procurando siempre vivir lo mejor posible. Ella es una mujer de 32 años, muy bonita; un poco bajita -1,62 cm-, pero muy bien proporcionada, con tetas pequeñitas muy agradables y un culo excepcional.

Cuando ella y yo follamos, muchas veces fantaseamos con la posibilidad de que otro hombre nos acompañe, follándose a Yolanda delante de mi; yo, pensando en ello, me corro enseguida; incluso a veces utilizamos un consolador, en sustitución de ese segundo pene que imaginamos, pero que no tenemos realmente.

Cierto día ella me insinuó introducir un cambio en nuestras relaciones íntimas, incorporando a otra persona; es decir, hacer realidad nuestra fantasía. Le dije que no, indignado. Aunque pensé que si marchábamos bien en el terreno sexual, tarde o temprano terminaríamos cayendo en la monotonía, aceptando otras opciones.

Quise mantenerme en mis trece, porque realmente me asustaba la idea. Sin embargo, al cabo del tiempo y de muchas conversaciones, terminé accediendo, y lo dejé todo en sus manos.

Cuando llegó el día que yo tanto temía, Julio, un compañero de trabajo de mi mujer, fue invitado a nuestra casa; yo me encontraba escondido en el armario empotrado, desde donde iba a ser testigo que todo lo que allí ocurriera. Ella le dijo que estaba sola en casa; eso les permitiría encontrarse en una libertad total de movimientos.

Cuando aparecieron en el dormitorio, mi mujer iba vestida solo con un sujetador y unas braguitas, calzada con zapatos de tacón. Lentamente se quitó el sujetador, dejando sus pechos al aire; después se bajó las bragas muy despacio, quedándose desnuda por completo, exhibiendo los maravillosos detalles de su hermoso cuerpo, en especial las deliciosas curvas de su precioso culito.

Se abrazó a Julio diciéndole:

  • Tengo muchas ganas de conocerte íntimamente.

En seguida le abrió la bragueta y le extrajo el pene, que comenzó a acariciar sin ningún reparo.

De inmediato se abrazaron ambos y se dieron un beso en la boca con gran pasión, al que yo respondí con una tremenda erección, aunque me sentía bastante nervioso.

Estaban abrazados y se besaban y se sobaban sus respectivos sexos. Sin dejar de besarla, él comenzó a sobarle las nalgas.

En unos instantes vi a mi mujer echada sobre la cama boca arriba, completamente desnuda y con las piernas abiertas y elevadas, esperando las caricias de su nuevo amante.

Él mostraba un pene muy desarrollado, acaso de mayores proporciones que el mio.

Repentinamente, él comenzó a besarla por el cuello, descendiendo hasta llegar a sus tetas, chupandole los pezones con gran deleite.

Después siguió bajando, sin dejar nada por besar, y no se detuvo hasta llegar al coño, que ya me imaginaba totalmente húmedo. Se entregó primero a observarlo detenidamente y después a olisquearlo, diciendo a continuación:

- Que bonito es tu coño y que bien te huele a orina y a sudor, puta guarra.

Inexplicablemente esas palabras hicieron que mi polla pegara un brinco.

A continuación se entregó a comérselo; ella aprovechó para acariciarle el pene y los huevos, mientras él masturbaba su clítoris sirviéndose de la lengua.

Ella empezó a suspirar y a gemir, cada vez más fuerte, presa de un profundo placer que, sin la menor duda, y si ella no lo impedía, la haría correrse a los pocos segundos igual que una loca.

Sin detenerse él en la estimulación del punto más sensible de su coño, ella, a pesar de sentirse como extasiada, consiguió revolverse para llegar a la altura de su pene con la boca. Él lo tenía totalmente tieso y descapullado y mi mujer con un lento y preciso movimiento se lo introdujo en la boca para chuparlo casi con desesperación.

Él lanzó un gemido de placer, porque le estaba proporcionando una mamada fenomenal, al igual que él estaba haciendo con ella.

En cuanto advirtieron que no tardarían mucho en correrse, dejaron de chuparse y ella se tumbó boca arriba con los muslos bien abiertos para ofrecerle el coño.

- Creo que quieres sentir mi polla dentro de tu coño, puta, marrana,...

Sin esperar respuesta se echó encima del cuerpo de mi mujer y aprovechó esa posición para acercar el pene a su coño, y con un suave movimiento de riñones pude comprobar como toda su longitud pasaba por la entrada de su vagina, hasta que estuvieron totalmente acoplados.

Al escuchar los gemidos de mi mujer, yo no pude soportar más la tensión y desabrochándome los botones de mi bragueta, me saqué la polla empezando a masturbarme muy despacio.

Lentamente comenzó él los movimientos del coito y a los pocos segundos mi mujer comenzó a acusar los espasmos del orgasmo que llegaba de una forma lenta pero irresistible.

Se corrió de una forma frenética, más feliz que nunca, diciendo algunas palabrotas que no logré entender totalmente.

Luego él se separó de ella, pero sin correrse, con su pene completamente en erección, por lo que continuaron unidos, abrazados y besándose.

Unas palabras pronunciadas por él en aquel momento, retumbaron en mi mente como un trueno, mezclándose en mi interior como un terrible torbellino de rabia y excitación:

- ¿ Te gusta que te lo hagan por el culito?

Ella, totalmente entregada, tuvo que admitir que si se lo hacían bien, le encantaba.

Se dio la vuelta, tumbándose boca abajo, con los muslos semiabiertos y con el culito en pompa, totalmente ofrecida.

Él se colocó detrás, separó un poco más las nalgas de mi mujer y se deleitó con el delicioso espectáculo de la visión de su precioso ano de color marrón.

- ¡Que bonito ojete tienes,...! ¿Te gusta que te lo chupen, viciosa?

  • Me gusta mucho que me hagan eso,... dijo ella entre jadeos.

Él se agacho, besando en primer lugar sus nalgas y oliendo después entre la raja que las separan.

- Me gusta el olor tan peculiar y obsceno de tu sucio ojete,... dijo él, al tiempo que comenzaba a recorrer la raja del culo con la punta de su lengua.

Mi mujer se estremeció cuando la lengua de Julio encontró el apretado agujerito anal y pude ver perfectamente como se adentraba en su interior como una verga en miniatura.

- ¡Oh, Julio,... más,... chúpame más adentro,... que lengua más buena tienes, puto cabrón... quiero sentirla hasta el fondo de mi recto,... por favor, hazme cagar de placer,... !

Nunca pude imaginar que mi mujer pudiera comportarse de aquella manera.

Ella, literalmente retorciéndose de un lado a otro de puro placer, se llevó la mano derecha al coño y con vicio empezó a juguetear en su interior, pajeándose torpemente su abultado clítoris.

Julio se incorporó y se chupó el dedo índice de la mano derecha; una vez bien lubricado con saliva lo puso en la entrada del culo de Yolanda y lo fue introduciendo poco a poco hasta el fondo.

  • Venga Julio, métemela y dame bien por el culo, verás que estrecho es y el gusto que te dará... dijo mi mujer, mientras se acariciaba el clítoris.

Julio lubricó su polla también con saliva y cuando terminó se la acercó al ojete y despacito le fue metiendo el capullo. La muy puta de mi mujer gritaba de dolor y de placer por la enculada mientras se hacía una paja.

  • ¡Como te siento dentro de mi culito,... voy a correrme contigo,... ! -gritaba ella.

Él se agarró a sus tetas y siguió follándola por el culo hasta que se corrieron con una terrible explosión de placer, ambos gimiendo y gritando y diciendo palabras incomprensibles.

Ella se incorporó y se besaron de nuevo en la boca.

  • ¿Quieres que te la limpie con mi lengua, Julio? - dijo ella.

- Oh, si,... eso me encantaría,... hazlo como una verdadera puta,... - dijo él.

Mi mujer se inclinó y le dio un tierno chuponcito en el capullo, para después darle unas lamidas desde la base hasta la punta; pero no se detuvo ahí: le chupó también los testículos y, metiéndose debajo, le comió el culo mientras le sobaba suavemente el pene.

Ante la visión de aquella imagen tan obscena, me quedé estupefacto y no me pude aguantar las ganas: me acaricié la polla frenéticamente y, como esa situación me estaba llevando a la cima del placer, no me detuve. Me corrí como un adolescente que no tiene control.

Después de todo esto y con el mismo sigilo con el que habían entrado, se marcharon de la habitación.

Cuando nos quedamos a solas, le dije que me contara todo lo que había sentido. Lo hizo estando los dos en la cama y al oír todo lo que yo ya había visto, pero con sus propias palabras y sus expresiones de placer, no pude aguantar de nuevo mi excitación, me subí encima de ella y le separé las piernas, pero cuando se la metí en el coño, me corrí enseguida.