Hacer footing es bueno para los cuernos (Parte 2)

Esta vez, el encuentro con aquel ciclista se convierte en un espectáculo con público. La relación con su marido se consolida más y más con cada humillación que recibe.

A la mañana siguiente Sandra se quedó durmiendo mientras yo desayunaba y me preparaba para ir a la oficina. Había días que se levantaba y me hacía compañía, desayunábamos juntos, me daba un beso y me iba a trabajar, pero aquella mañana la dejé plácidamente dormida en la cama. Antes de salir de casa me pasé por la habitación y la miré. Dormía de lado, arropada hasta la cintura, respiraba profundamente con el pelo medio enredado en la cara. Su piel morena resaltaba sobre el blanco de las sábanas. Me acerqué y la besé en la mejilla. Dormía en paz.

Pasé la mañana delante del ordenador, inmerso en mis pensamientos. Recordaba una y otra vez la escena del ciclista, la humillación a la que se había visto sometida mi mujer. No lo consideré abuso ya que no vi que se resistiese en ningún momento. Es más, parecía gozar con aquella situación. De hecho, cuando la sorprendí masturbándose en la ducha constaté que le había gustado. Se sentía sucia y puta.

Mi mujer tenía un fuerte carácter, el cual fue una cualidad que siempre había apreciado en ella. Rara vez discutíamos ya que yo daba mi brazo a torcer en demasiadas ocasiones, y cuando acabábamos discutiendo solía ser por temas familiares, ella no soportaba a su suegra. Ella tomaba muchas de las decisiones importantes, como irnos a vivir a un chalet en la sierra, o haber cambiado de coche dos veces en los últimos 3 años. Tal vez yo había sido un marido demasiado permisivo, demasiado sumiso o simplemente estaba demasiado enamorado.

El sexo tampoco era nuestro fuerte. Una vez Sandra me dijo que encontrar la media naranja en todo era misión imposible, casi de cuento. Creo que llegamos a conformarnos con hacer el amor dos o tres veces al mes en el mejor de los casos. Pero cuando hacíamos el amor yo sentía algo especial. Por eso para mí era hacer el amor y no follar. Tal vez también en esto había sido demasiado conformista, demasiado hipócrita para no verla gozar, para no sentir que nunca se corría conmigo o que se corría pocas veces y con desgana.

Ni que decir tiene que el sexo oral tampoco era frecuente. Las veces que lo practicábamos solía ser yo quien le chupaba a ella. En aquellas ocasiones juraría haber probado su corrida en mi boca, el sabor amargo y salado de su coño, que a mí me sabía a gloria. Pero aquello no era recíproco, Sandra era reticente a chupármela. Siempre lo había sido. Decía que eso era para las películas porno y sólo un par de veces la había convencido para que me la chupara.

En resumidas cuentas, tal vez todo aquello estaba pasando por mi culpa. ¿O era tan simple como que mi mujer era un putón de los buenos y yo no había sabido sacárselo de dentro?

¿Qué opciones tenía?

Podía ponerme en mi sitio, enfadarme y contarle que la había visto hacer todas esas guarradas con el cabrón del ciclista. Decirle que no podía engañarme, que había sido testigo, que ella era una puta y que se había acabado todo. Pero en seguida me di cuenta de que aquella opción no era ni mucho menos la mejor para mí. Ser un cornudo nunca me había inquietado, nunca se me había pasado por la cabeza serlo o que mi mujer me los pusiese. Es más, aquello me excitaba, le daba un aire morboso a mi vida. La mezcla de celos, morbo y degradación me hacían sentir estéril, pero me ponía tan cachondo que no era capaz de terminar con mi vida tal y como la conocía.

También cabía la posibilidad de que Sandra no fuese a su segunda cita con aquel cerdo. Era al día siguiente, todavía podía arrepentirse y ser una buena esposa. Algo de cordura podía aparecer en el último momento y hacer que cambiase de ruta, de camino. O que simplemente no saliese a hacer footing. Todo estaba en el aire. Pensé que esta opción se caía por su peso, pero no me desanimé.

Y la tercera opción era dejarse llevar y disfrutar. Aquí tenía mis dudas. ¿Le confesaría a mi mujer que era consciente de todo y que quería participar en aquella depravación? ¿Le haría saber que soy un cornudo y de los buenos? No, esto tampoco me apetecía. Decidí seguir con mi cornamenta anónima y disfrutar de los acontecimientos.

Con aquellos pensamientos estaba cuando me di cuenta que estaba totalmente empalmado. Tardé más de 10 minutos en poder levantarme de la silla y salir a comer.

La tarde fue movida y tuve reunión hasta las 9 de la noche. Cuando llegué a casa Sandra había preparado la cena. Como si nada hubiese sucedido, charlamos mientras cenábamos y nos acostamos pronto. Volvimos a dormir gran parte de la noche abrazados.

Aquella noche soñé que caminaba por el parque, por nuestro sendero favorito. Oscurecía y yo caminaba y caminaba con la extraña percepción de no moverme ni un ápice del sitio en el que me encontraba. De momento, empezaron a aparecer ciclistas que se cruzaban conmigo una y otra vez a cámara lenta. Yo les miraba pero no tenían cara. Aun así, podía escuchar sus risas, sus carcajadas y murmullos. De pronto, desaparecieron y me vi sentado en un banco. La niebla me rodeaba. Niebla espesa y oscura, casi palpable. A mi lado estaba sentado aquel cabrón, sonriendo, mirándome fijamente. Me enseñaba su polla, dura como el acero, apuntando al cielo. Me pedía que le tocase. Me decía que yo era su puta. Le masturbaba durante largo tiempo mientras él reía y reía……

Me levanté con mal sabor de boca, algo inquieto. Como el día anterior, Sandra no se levantó para acompañarme mientras desayunaba. Antes de salir de casa eché la mochila con el chándal y las zapatillas de deporte al maletero. Volví a la habitación y la contemplé durante más de un minuto. Su puta está descansando, está deseosa de ser una mierda humillada (pensé). Me acerqué y la besé en la mejilla.

La mañana fue dura de trabajo, pero pasó como una exhalación. Estaba tan excitado que me costaba concentrarme. Iba de un lado a otro de la oficina. Tomé más de 3 cafés. Estaba nervioso. Parecía un colegial en su primera cita, pero yo no era el citado, tan solo era un mero cornudo espectador.

A medio día llamé a mi mujer por teléfono. Me comentó que iría a tomar café a casa de una amiga y que por la tarde saldría a hacer footing. Confirmé la hora, saldría a las 7 de la tarde. Estaba seguro de que no sospechaba nada. Yo le comenté que me quedaría hasta tarde en la oficina, era un día complicado y me esperaba una dura negociación por la tarde con los alemanes. Nos despedimos y colgué. La suerte estaba echada. Y yo que llegué a albergar la duda de que no fuese a su cita. Qué bobo (pensé). ¿Y si el ciclista no aparece? Sonreí inconscientemente. Qué bobo eres Andrés (ratifiqué).

Por la tarde me escapé antes de la oficina. Como la última vez, me dirigí al centro comercial que estaba cercano a mi casa y me cambié de ropa en los baños. Esta vez me crucé con un hombre que entraba para hacer sus necesidades. Un hombre mayor que dudaba en cuál de los urinarios mear.

Salí a la carrera y volví a esconderme en los arbustos que había justamente enfrente del banco. Miré el reloj y vi que había llegado con media hora de antelación. Hice tiempo conteniendo el nerviosismo que llevaba dentro. Estaba tan excitado que tuve que mear dos veces en 20 minutos.

Mientras permanecía agazapado, el cabrón del ciclista llegó. Era sigiloso. Dejó la bicicleta apoyada y se sentó en su banco. Me volví a fijar en su aspecto de cerdo. Su barriguita, su cara ruda y morena, con barba de unos días, su abultado paquete. Su mirada era viva, penetrante. Se tocaba el paquete de vez en cuando, se lo sobaba lentamente. Pude ver que estaba casi empalmado. La estaba preparando para mi mujer. Empecé a notar aquel cosquilleo en mi polla. Soy un buen cornudo (pensé).

A los 10 minutos apareció mi mujer en la lejanía. Llevaba sus mayas de lycra de color negro y una camiseta ajustada de color naranja. Su cuerpo fibroso hacía que la ropa se ajustase perfectamente a su cuerpo. Se había hecho una coleta para que no le molestase el pelo, como siempre que hacía footing. Me fijé en su expresión, estaba seria pero dejaba entrever nerviosismo. Venía ansiosa la muy puta. Tenía su mirada fija en el banco y en aquel cerdo.

Paró a la altura del ciclista. Pero seguía saltando en su sitio para no enfriarse. De momento paró y cogió aire. No paraba de mirarle, y dijo:

-¡Hola!

-Hola Sandrita. Otra vez vienes solita. ¿Dónde has dejado a tu querido marido?

-Trabajando.

-Ah sí. Se me había olvidado. Qué trabajador que es. ¿Verdad?

-Sí. Mucho.

-Anda, ven y siéntate un rato aquí a mi lado, que tienes que estar cansada de tanto correr y cultivar ese cuerpecito que Dios te ha dado.

Sandra no se hizo de rogar y se sentó a su izquierda, como la última vez. Estaba nerviosa y se le notaba. Nerviosa y excitada. Ni siquiera se recostó en el respaldo del banco. Estaba expectante, mirándole nerviosamente y admirando aquel bulto bajo el maillot negro y amarillo, aquel bulto que ocultaba aquella gorda y dura polla que tanto ansiaba tocar. La más puta y sumisa de las corredoras de fondo (pensé). El ciclista rompió el silencio:

-Tengo una cosa para ti Sandrita. Mira mira, mira que contenta se ha puesto cuando te ha visto.

El muy cabrón se sacó el pollón sin pensárselo dos veces. La tenía totalmente empalmada. Se descapulló y dejó ver aquel gordo y redondo capullo. Sandra se volvió a quedar admirada por la polla que estaba contemplando. Se recostó en su pecho y el ciclista echó el brazo por encima de su hombro, apretándola contra él. Sin más palabras, mi mujer le agarró la polla por la base, admirando su grosor y dureza. Se le caía la baba a la muy zorra. Empezó a hacerle una buena paja. Subía y bajaba la mano lentamente, escondiendo y mostrando aquel capullo. Con la mano libre le acariciaba los huevos, se recreaba con ellos.

-Ah que bien Sandrita…. Mi puta burguesa. Qué pronto aprendes putón. Qué bien hueles… mmmmmmmm

Sandra le acercó la boca a su boca y él sacó la lengua y empezó a lamerle la nariz y los labios, las mejillas, la morreaba como un auténtico cerdo. Mi mujer le correspondía como podía, abriendo mucho la boca y buscando con su lengua la suya.

-Así puta así…. No pares de pajearme.

Sandra aceleraba el pajeo que le estaba dando. Mientras aquel cabrón le llenaba la cara y el cuello con sus babas. Pararon de comerse las bocas y el ciclista dijo:

-Ya veo que aprendes pronto Sandrita. Ahora viene la segunda lección. ¿Tienes ganas de aprender más?

-Sí.

-Pues dale un besito a mi polla. Venga, abre bien esa boquita de puta que tienes y trágatela.

Si no lo veo no lo creo. ¡Le iba a hacer una mamada a ese cabrón en su “segunda cita” cuando a mí tardó 1 año en mamármela! Maldita puta, si no te gusta (pensé). Pero rápidamente me di cuenta de cuánto estaba equivocado. Sin más palabras mi mujer bajó la cabeza y empezó a lamerle el capullo por todos los lados, como si fuese un helado. El ciclista miraba atentamente como Sandra le sacaba brillo a su capullo, llenándolo de saliva transparente. Lamía sumisamente, con la lengua que pone un gatito al beber en un plato de leche. Cuando había degustado bien aquel capullo, abrió la boca mucho y se metió parte de aquel pollón en la boca. Recordé que cuando me la chupaba a mí siempre ponía pegas y decía que la tenía muy gorda y que le dolía la mandíbula de tanto abrir la boca. Otra puta mentira (pensé).

-Así Sandrita así….. mmmmmmmmmmmmm chúpala bien puta burguesa que otra como ésta no vas a encontrar…

Sandra seguía moviendo la cabeza de arriba abajo, con las dos manos en la base de aquel pollón. Bajaba hasta donde podía, que no era ni a la mitad del pollón que tenía el ciclista.

En ese momento y contra todo pronóstico, vi que dos ciclistas aparecieron a la lejanía. Pedaleaban tranquilamente y disfrutaban del paisaje cuando se encontraron con la escena de sexo que mi mujer estaba protagonizando. Pasaron de largo mientras miraban a Sandra, que había parado de chuparle la polla y permanecía quieta en el regazo de su “guardián”. El ciclista les miró mientras pasaban de largo y dijo:

-Tranquila Sandrita, no pasa nada.

Vi que los ciclistas se pararon a unos veinte metros y se daban la vuelta, estaban hablando entre ellos. Permanecieron un minuto así y comenzaron a avanzar en dirección al banco. Me fijé en que el “ciclista guardián” ni siquiera se había molestado en guardarse la polla, que seguía dura. A la altura del banco se pararon y uno de ellos dijo:

-Hola señor. Espero que no molestemos. ¿Podemos mirar?

El ciclista los examinó de arriba abajo. No debió de ver una seria amenaza en aquellos chicos.

-No, no molestáis, pero ni se os ocurra acercaros a no ser que yo os lo pida. ¿Entendido?

Los dos ciclistas se apearon de las bicicletas aceptando las condiciones de aquel cabrón. Vi que eran dos chicos jóvenes en chandal. No creo que tuviesen más de 22 ó 23 años. Noté que Sandra se había quedado paralizada. Estaba cortada. No sabía qué hacer. Se quedó fría ante la situación. Pero el cabrón del ciclista la animó a que siguiera con su labor.

-Venga Sandrita, un poco de público nunca viene mal. Sigue chupando putita.

La cogió de la coleta y la guió hasta su polla bajándole la cabeza. Sandra dudó un par de segundos y luego volvió a abrir mucho la boca y se metió el pollón todo lo que pudo. El ciclista sonreía. Aquella escena le gustaba al muy cabrón. Los chicos miraban atentamente a mi mujer, a su cara, su boca abierta chupando, su cuerpo a lo largo del banco. Estaban perplejos y maravillados con lo que estaban viendo.

Uno de ellos dijo:

-Señor, ¿le importa si nos hacemos una paja?

-Claro que no. Yo también he tenido vuestra edad y estaba más salido que el pico de una plancha. Lo entiendo coño.

Sandra seguía chupando y chupando con los ojos cerrados. Los chicos se sacaron la polla y empezaron a pajearse como locos. El ciclista reparó en uno de ellos que tenía también una buena polla, no era tan gorda como la suya pero era muy larga y puntiaguda. Entonces dijo:

-Vaya chaval, tú vas a ser un buen semental jajaja…. Mira Sandrita, mira qué polla tiene ése.

Mi mujer levantó la cabeza y miró a los chicos. Primero se fijó en la polla del de la derecha, que no estaba mal pero era normalita (como la mía pensé), y luego se fijó en el pollón del de la izquierda. Miraba aquella polla sin dejar de pajear al ciclista, con la cara llena de babas. Entonces el chico, animado por la expresión de mi mujer dijo:

-¿Qué te parece putita?

Sandra le miraba fijamente la polla. Entonces dijo:

-Me gusta. Es un pollón.

Y siguió chupando el pollón del ciclista, que nuevamente la tenía cogida por la coleta la cabeza. Pero esta vez él dirigía la mamada. Empezó a apretar su cabeza contra la polla obligándola a tragar más. Sandra hacía lo que podía abriendo más y más la boca. El muy cabrón no bajaba el ritmo y la cabeza de Sandra subía y bajaba sin parar. Se estaba atragantando y el cerdo no paraba. Vi como le daban un par de arcadas a mi mujer, pero siguió tragando y tragando polla al rito que el ciclista imponía. Entonces dijo viendo la cara de énfasis que ponían los chicos:

-No os corráis todavía chavales, que os tengo preparada una sorpresa.

Los chicos aminoraron el ritmo mientras mi mujer no paraba de mamar y mamar, atragantándose de cuando en cuando, cosa que no hacía que aquel cabrón se apiadase de ella.

En ese momento paró y le dijo a mi mujer:

-No quiero que desperdicies ni una gota puta. Trágatelo todo. ¿Entendido?

Mi mujer asintió como pudo sin sacar la polla de la boca y el ciclista estiró las piernas y empezó a correrse en la boca de Sandra. Veía como mi mujer hacía por tragar mientras que el cabrón la tenía bien cogida la cabeza con las dos manos por la coleta. Al cabo de un minuto la liberó de su anclaje mamador y Sandra se sacó el pollón de la boca. Vi que no cayó ni una gota. Se recostó en el banco y echó la cabeza hacia atrás, como si no quisiera dejar nada por tragar, la oí carraspear. Ese cabrón la había destrozado la garganta a mi mujer. El ciclista dijo:

-Sandrita no te muevas que estos chicos te van a dar un baño. Chavales, acercaos y correos encima de sus piernas sobre las mayas.

Los chicos no se hicieron de rogar y se acercaron a mi mujer. El que la tenía más pequeña debía de estar a punto porque fue acercarse a Sandra y empezar a correrse en una de sus piernas. Sandra aun permanecía con la cabeza hacia atrás, recuperándose de la mamada salvaje. El chaval echó una buena corrida que la dejó bien impregnada de semen la pierna izquierda. Vi que la leche empezaba a bajar por sus pantorrillas de lycra. El otro chaval, el de la polla grande era un hijo puta. Le dijo a Sandra:

-Abre un poquito más las piernas putita, que quiero ver bien ese chocho marcado en las mayas.

Sandra obedeció y separó las piernas. Veía perfectamente su raja marcada en la lycra negra. En ese momento Sandra levantó la cabeza y se quedó mirando a aquel niñato, que estaba casi pegada a ella, con las rodillas flexionadas. El muy cerdo empezó a correrse sobre la raja que se marcaba en la entrepierna. Los lechazos impactaban contra la lycra y se quedaban pegados. Su leche era muy espesa y abundante. Estuvo así cerca de dos minutos, exprimiéndose bien la polla hasta la última gota, que cayó en las mayas. Mi mujer no se perdió ni un detalle de la corrida de aquel niñato.

Entonces se guardaron las pollas y el ciclista dijo:

-Se acabó el espectáculo chavales. Desapareced de aquí cagando hostias y no quiero volver a veros. ¿Entendido?

Los chavales acataron sus órdenes, se montaron en sus bicicletas y desaparecieron mientras se echaban unas risas. Probablemente se lo contasen a todos sus amigos. Contarían como la puta de mi mujer les sirvió de clínex para sus corridas. Como la llenaron de semen sus piernas y la muy puta no decía nada.

Miré a mi mujer y vi que estaba agotada. Tenía la mirada perdida. El ciclista le dio nuevas órdenes:

-Ahora vete a tu casa puta. Ni se te ocurra limpiarte. Me gusta que llegues a casa hecha una mierda. Dame tu número de teléfono, quiero tenerte localizada. Te llamaré para que tomes más lecciones. Eres mi puta. ¿Entendido?

-Sí. Soy tu puta….

Sandra le dictó el número de su móvil. Se levantó y pude ver los chorretones de semen de aquellos niñatos. Estaba totalmente pringada desde la cintura hasta los tobillos. Sin decir nada más, empezó a correr por el camino con las mayas llenas de semen.

Salí corriendo al centro comercial. Me cambié y fui a casa. Aparqué el coche enfrente de mi casa unos minutos antes de que Sandra llegase, pero esperé prudentemente en el coche. Vi como entraba en el chalet a toda prisa. La leche de aquellos niñatos había dejado varias marcas visibles de color blanco en las mayas. Acto seguido entré yo. Abrí lentamente la puerta de la calle y escuché como se metía en el baño. Se iba a duchar. Me acerqué sigilosamente. La puerta del baño estaba entreabierta. Esperé a que el agua de la ducha corriese y me asomé discretamente por la ranura. Mi mujer se duchaba de espaldas a mí. A través del cristal admiré su cuerpo atlético. Su contorno. La espuma del jabón destacaba sobre su piel morena. Se frotaba los pechos haciendo círculos con las manos. Se los apretaba. Creo que gemía. El agua bajaba por su cuerpo describiendo hilos brillantes. Bajó las manos a su coño y empezó a frotarlo lentamente. Flexionaba las piernas para llevar los dedos hasta su culito. Se frotaba sensualmente. Empezó a meterse los dedos en el coñito y a gemir más fuerte. Se miraba su sexo mientras lo hacía. No pude aguantar más y me saqué la polla, que estaba dura como el acero. Empecé a pajearme viendo aquella escena. La puta de mi mujer satisfaciéndose después de una sucia humillación por parte del ciclista y de dos cabrones niñatos con suerte. Esta vez pude oír perfectamente lo que decía:

-Soy tu puta………. Soy tu puta…………. Mmmmmmmmmm

La muy guarra se estaba corriendo viva. Con una mano se frotaba el clítoris y con la otra se sujetaba a la pared de la ducha. Gemía rápido y fuerte.

Temiendo que finalizase su baño, fui a la cocina y abrí la lavadora. Saqué su ropa. Sostuve sus mayas negras llenas de manchurrones de semen en mis manos. Noté como sin ni siquiera tocarme empezaba a eyacular. Me corrí sobre sus mayas y las guardé de nuevo en la lavadora. Escuché que el agua dejaba de correr. Salí de casa y me metí en el coche. Estaba tan excitado que me temblaban las manos. Esperé una media hora hasta que me decidí a entrar.

Sandra había puesto la mesa y preparado la cena. Nos besamos, pero esta vez no fue un beso normal, fue un beso apasionado, profundo. Cenamos casi sin hablar, mirándonos furtivamente. Nos fuimos a la cama y la abracé por detrás. La besé en el cuello. Le dije que la amaba. Ella giró la cabeza y me besó. Te quiero, susurró……

Esa noche Sandra soñó que escribía la tercera parte de este relato, y se preguntó si realmente debía de hacerlo, si sus lectores querían saber más…..