¿Hace cuanto que no haces un trio?
Cuando tu mejor amiga te propone un trio
- ¿Hace cuanto que no haces un trío?
- ¿Y eso?, no se… no mucho, al fin de semana siguiente de venir de Madrid, ¿por qué lo preguntas?
- ¿Te apetecería hacer un trío conmigo y con mi marido?
Maria era mi amiga desde la escuela. Es una de esas amigas que las circunstancias te van alejando de ella durante un tiempo pero que siempre vuelves a reestablecer la relación, porque lo que verdaderamente trasciende es una sincera amistad. Con María mantenía una complicidad hasta en lo más íntimo. Nos contábamos casi todo, lo que ella hacía con su marido, lo que yo hacia con mis amantes, todo o casi todo, porque nunca antes me había insinuado nada en relación a hacer un trío, aunque lo que verdaderamente me sorprendió fue la forma tan directa de decírmelo. Enseguida se percató de que me había quedado sin palabras y trató de explicarme.
- Si Lucía, te entiendo, pero antes de decir nada déjame explicarte. Mi marido lleva tiempo insinuándome que le gustaría hacer un trío. Al principio no le hice mucho caso, ya sabes, son esas fantasías que todos los hombres tienen de estar con dos mujeres a la vez. Incluso le seguí inocentemente la broma. El caso es que la cosa fue a más y empezó a tomar un cariz mucho más serio. Fue entonces cuando me di cuenta que no era un juego, si no que de verdad me estaba pidiendo tener un trío conmigo y otra mujer. Si te he de ser sincera en ese momento me molestó mucho esa petición, no sabría explicarte bien pero era como si me hiciese de menos, como si ya no le fuese suficiente. Luego y después de haberlo hablado más en serio, comprendí que no era esa la cuestión, que buscaba romper con la monotonía en la que había caído nuestra vida sexual. Me hizo comprender que si me lo proponía era porque estaba muy enamorado de mí y que precisamente ese amor suponía una garantía de que esa experiencia lejos de plantear ningún conflicto, reforzaría mucho más nuestra relación. Y que si yo le correspondía de igual manera tampoco debería suponer nada para mí.
Me pareció que María estaba un poco confundida
- Espera, espera… a ver si te he entendido; tu marido quiere follar con otra para reforzar vuestra relación?, ¿es eso lo que me estás contando?
- No, no exactamente, es que no se como explicar esto. Él quiere mejorar nuestra vida sexual, ampliarla, y de ahí lo del trío, e insiste en que no me preocupe porque me quiere con toda su alma y que después de hacerlo nuestro amor solo puede salir reforzado.
-¿Y tú, como crees que te reforzará ver a tu marido follar conmigo?
- No lo sé, no tengo ni idea, ya se que es un riesgo pero tu eres mi mejor amiga y se que puedo confiar en ti, que no buscarás hacerme daño y que ahí se terminará todo y no interferirás en mi relación con mi marido.
- ¿Y has pensado en que si a mi me apetece hacerlo con tu marido? … ¿y contigo? … ¿acaso eres lesbiana?
- No, no lo soy y por eso tú eres la persona más indicada, me conoces, tienes experiencia y sabrás como actuar en cada momento. Y en cuanto a mi marido, bueno, alguna vez me has dicho que tenía mucha suerte por acostarme con un “tío con semejante polvo”, así que he deducido que sexualmente te atraía. Mira Lucía, esto es muy complicado para mí, por un lado me apetece complacerle, no te lo puedo explicar, pero por otro lado me da mucho miedo de que no salga bien. La única posibilidad que tengo eres tú y si dices que no, daré por terminada esta historia y punto.
La verdad que sus explicaciones lejos de tranquilizarme me preocupaban más. Era evidente que estaba hecha un lío y que cualquier decisión que tomase no iba a ser completamente satisfactoria. Lo único que podía entender era que hubiese pensado en mi como única opción, tenia sentido desde su punto de vista, pero para mi resultaba un compromiso de consecuencias impredecibles. Podía salir bien y no pasar nada como que podía ser un desastre y acabar de un plumazo con una amistad de muchos años. El solo hecho de habérmelo dicho suponía ya un riesgo en si mismo, ¿qué era lo correcto que debía hacer, decirle que si o decirle que no?.
- Dime María, ¿sabe tu marido que me lo has propuesto?
- No, no tiene ni idea, seguramente no cree ni que me atreva a dar el paso.
- Desde luego le vas a sorprender, de eso puedes estar segura. ¿Y que pasa con el hecho de que sea precisamente yo?, tu marido también es mi amigo, quizá una situación tan “familiar” de pueda dar corte.
- No lo sé, es posible, pero de lo que si estoy segura es de que tú le gustas y no creo que para él seas un inconveniente. Tu vida libre y bastante licenciosa hace que seas admirada y deseada por todos los hombres que conozco, incluido mi marido.
- Vaya, entonces le regalas doble premio, un trío y yo, ¿no?
- Mas o menos. No hay otra mujer más que tú que pueda hacerlo ya que eres la única que cumple con todos y cada uno de los requisitos. Además, solo es sexo y una inyección de morbo en nuestra relación, que buena falta le hace. Tú decides.
- No María, la decisión es tuya, eres tú la que tiene que estar convencida y decidida. Hubiera preferido que me hubieses pedido ayuda para comprarte un vestido, pero si de verdad esto es lo que quieres, sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites .
Los días siguientes a esta conversación estuve dándole vueltas a la cabeza a este tema. No podía quitarme la idea de que hubiera sido todo más fácil si le hubiese dicho que no, pero como había aceptado, ahora no podía pensar en otra cosa que en como hacerlo sin que ni María ni yo saliésemos perjudicadas. Si estaba demasiado atenta a su marido quizá podría molestarla pero si no le prestaba la atención suficiente podría resultar un trío decepcionante. Era realmente complicado acertar, así que decidí que lo mejor era no pensar y dejar que los acontecimientos sucediesen y ya sobre la marcha vería como actuar.
Por fin llegó el día. Quedé con María que lo haríamos de forma que fuese una sorpresa para su marido. La noté nerviosa pero ilusionada, pensé que en el fondo ella también lo deseaba. Incluso hablamos de hacer un numerito lésbico entre las dos, cosa que me sorprendió pues me había dicho en muchas ocasiones que no le gustaban las mujeres. Veríamos a ver hasta donde estaba dispuesta a llegar.
Habíamos quedado en mi casa. María lo decidió así para evitar que su cama le trajese recuerdos que pudiesen herirla si esto salía mal. Su marido no venía con ella tan apenas a mi casa, siempre lo hacia ella sola, así que cuando le dijo que venían a verme se hizo un poco el remolón pensando en que le aburriríamos hablando de nuestras cosas. Le convenció diciéndole que yo tenía algo muy importante que contarles.
Estuve dándole vueltas y vueltas sobre que ponerme para recibirles y tras muchas divagaciones pensé que cuanto mas directa fuese, mejor, así que me puse un vestidito de tirantes rojo muy cortito que me compre el año pasado en la playa, y sin ropa interior. Aunque al principio se sintiese incómodo al verme tan poco recatada, serviría para despertar su excitación y facilitar el momento de contarle nuestras intenciones. Bueno, no sé, ya improvisaríamos si acaso.
Sonó el timbre. Cuando abrí la puesta vi la cara de sorpresa de María; quizá me había pasado con el vestido. Su marido no reaccionaba.
- ¡Hola chicos!... pero pasad, no os quedéis en la puerta como unos pasmarotes…
Tras los preceptivos besos de rigor, María y su marido pasaron directamente a la sala de estar y se sentaron ambos en el único sofá que tenía. Yo me senté frente a ellos, en una silla. Tuve que tener cuidado al sentarme de no dejar ver tan pronto el “regalo” que su mujer le había preparado, por lo que junté con cuidado las rodillas, colocando ambas manos entre mis muslos presionando el escaso trozo de tela que me cubría. Aunque la evidencia de mis pechos y mis pezones marcándose sobre el vestido eran complicados de disimular.
- ¿Y que os contáis chicos?
- Tu dirás –respondió María- ¿no tenías algo que decirnos?
-¡ Ahhh, si, claro!... que tonta… bueno, no es nada importante, una tontería…
No sabía como actuar, si ir despacio, deprisa o como, y además ya veía que Maria iba a estar bastante pasiva, así que debía tomar yo la iniciativa. Decidí ganar un poco de tiempo.
¿Qué queréis beber, os apetece una cerveza o una coca cola?
En mi apartamento, la cocina y la sala de estar son una sola cosa, así que cuando abrí el frigorífico y me agache para coger el hielo del cajón congelador deje ver perfectamente que tampoco llevaba las bragas puestas. Lo hice sin pensarlo, pero cuando ya estaba agachada me di cuenta perfectamente de la situación, por lo que decidí continuar como si no hubiese pasado nada. Cuando me incliné para entregar al marido de María su cerveza pude notar como sus ojos buscaban entre mi descocado escote. El ambiente era tenso y cruzábamos pocas palabras. Carlos, así se llama el marido de María, se mostraba distante, no entendía mi actitud tan descarada sobre todo en presencia de su mujer, pero al mismo tiempo le desconcertaba que María no dijese nada y pareciese tan tranquila. De cualquier forma, Carlos no dejaba de buscar mi entrepierna con su mirada, sabedor como era de que debajo de la falda podría ver mi depilado sexo en todo su esplendor. Ya no tenía sentido seguir con las piernas juntas, así que adopté una postura más relajada que dejase mi sexo franco y diáfano a los ojos de ambos. Carlos empezó a sudar. Miraba a su mujer continuamente como preguntando ¿pero no te das cuenta de que nos está enseñando su coño?, pero María parecía no darse cuenta o no importarle nada mi exhibición.
Ante tal desconcierto, me levanté, abrí un cajón del mueble, cogí un sobre que tenía preparado y sin mediar palabra se lo entregue a Carlos.
- ¿Qué es eso? – Preguntó él sin salir de su asombro -
- Es para ti, léelo –le contesté-
Parecía dudar y miraba a María con cara de estupefacción.
- Ábrelo – le instó su mujer - vamos a ver que pone.
Antes de abrirlo lanzó otra mirada a mi entrepierna, ahora visiblemente expuesta con absoluto descaro.
Carlos sacó una nota del interior del sobre y la leyó mentalmente sin pronunciar una sola palabra. Cuando terminó de leerla, la doblo despacio, la metió en el sobre y le dio un cariñoso beso a su mujer. Terminó la cerveza de un trago y guardó unos segundos de silencio.
- Me estáis poniendo a prueba, ¿no es eso?
- Noooo, -respondió de inmediato María - no es eso cariño, lo que pone en la nota es completamente cierto.
-¿Me quieres decir que me has traído aquí para que hagamos un trío con Lucía?
- Si, era lo que tantas veces me habías pedido ¿no?, pues ahora ya es una realidad. He querido demostrarte mi amor accediendo a tus deseos y Lucía ha aceptado ser nuestra compañera de trío.
Decidí intervenir
- Escucha Carlos, María te quiere y desea hacerte feliz. Eso es todo. Tú le pedías insistentemente un trío y ahora ya lo tienes. ¿Te vas a echar atrás en este punto?
Me levanté de la silla y me fui a sentar junto a Maria, sobre el brazo del sofá. Pasé mi mano por su hombro y la besé en la mejilla.
- Tienes la mujer más hermosa, dulce y complaciente del mundo .
Dicho esto, busque está vez sus labios mientras le desabrochaba los botones de su blusa. La sentía extremadamente nerviosa, seguramente mezcla de miedo y excitación. Mis labios rozaban imperceptiblemente los suyos que permanecían absolutamente pasivos. Debía tener cuidado con lo que hacía no fuera que me pasase de vueltas. Enseguida los generosos pechos de María quedaron al descubierto y mi mano recorrió lentamente su contorno casi sin tocarlos. Sus pezones estaban duros, señal evidente de que la situación le excitaba y sus labios ya habían empezado a reaccionar a mis estímulos, abriéndose levemente para permitir el húmedo paso de mi lengua.
Carlos contemplaba la escena sin atreverse a dar el paso definitivo. Todavía le costó unos segundos más incorporarse al trío, pero finalmente nuestras tres bocas confluyeron en un tórrido y apasionado beso. La incorporación de Carlos fue como una inyección de adrenalina para María. Rápidamente buscó con sus manos la bragueta de Carlos para liberar un excitado y terso pene que mostraba ya una importante erección. Inmediatamente se deshizo de sus pantalones y slip para que María pudiese inclinarse sobre él y regalarle una generosa felación. Con la boca de María ocupada en la polla de Carlos, nuestras bocas se aferraron más todavía entrelazando nuestras lenguas hasta casi faltarnos el aire.
Decidí dar una vuelta de tuerca más y abandoné la boca de Carlos para arrodillarme frente a María que seguía entusiastamente aferrada al pene de su marido, del que tan apenas emergía de su boca. Levanté levemente la falda a María y contemplé por unos segundos aquel delicado sexo que transparentaba bajo su braguita. ¿Le gustaría sentir mi boca en él?. Decidí intentarlo.
Acerque la boca lentamente para que sintiera el calor de mi aliento y pudiese pararme si no era de su agrado, pero o estaba muy concentrada en chupársela a Carlos o estaba permitiéndome el contacto. Pose mis labios sobre los suyos vaginales y note como un escalofrío le recorría el cuerpo al tiempo que abandonaba por un segundo el pene de su marido para emitir un sugerente gemido de placer. Estaba claro que María deseaba que le hiciese sexo oral. Le quité las braguitas, acaricié su escaso vello púbico y acerqué la punta de mi lengua hasta su clítoris. Esta vez su gemido fue más salvaje y ahogado ya que no soltó la polla de su boca. El sexo de María era dulce y muy blandito. Nunca ha estado entre mis preferencias comerle el coño a otra mujer, solo en contadas ocasiones lo había hecho, pero esta vez me resultó muy agradable. Era obvio que la situación estaba atrapándome a mí también.
María se estremecía al contacto de mi lengua y sus cada vez más intensos gemidos denotaban que su clímax estaba cada vez más cerca. No entendía como una mujer tan receptiva al sexo pudiera haber caído en la monotonía. Supongo que son cosas del matrimonio. Sus gritos, más que gemidos, eran ahora tan audibles porque ya no tenía el pene de su marido en la boca. Carlos estaba detrás de mí tratando de encontrar el camino hasta lo más profundo de mi sexo. Sentí como entraba, despacio pero implacable, duro pero al tiempo tierno, y como mi cuerpo reaccionaba ante los primeros estímulos de su penetración. Allí estaba yo, comiéndole el chochito a Maria mientras su marido me la estaba metiendo delante de sus propios ojos, y lo hacía bien, me follaba tan bien que casi no caí en la cuenta. Retiré por un segundo mi boca del sexo de María y pregunté.
- ¿Te has puesto condón?
- Si, descuida – respondió Carlos -
Antes de que pudiese reaccionar, las manos de Maria cogieron mi cabeza para empujarla con fuerza hasta su sexo. Necesitaba…, más bien exigía mi boca porque estaba a punto de correrse. Desconocía esa facilidad con la que alcanzaba el orgasmo y me sorprendió que así fuese, como que accediese tan fácilmente a que le hiciese sexo oral. Ciertamente no conocía esa faceta de María, ella nunca me lo había contado.
Sus gemidos clamaban por un inminente orgasmo que se hacía de rogar y por el que luchaba ansiosamente.
- ¡Siiii! – gritó Carlos - córrete cariño, córrete como nunca te has corrido antes
Carlos animaba a su esposa a correrse mientras me follaba cada vez con más intensidad. Yo también estaba alcanzando ese punto en el que el orgasmo se apodera de cada poro de tu cuerpo. Le sentía entrar con fuerza mientras mis paredes vaginales se afanaban en atraparle para no dejarle escapar, lo que hacía todavía más intenso el roce de su polla.
-¡Me corro, me corro! –gritó María justo en el momento en que su cuerpo se tensó e inmediatamente se sacudió varias veces consecuencia de los espasmos que un potente orgasmo le estaba produciendo. Sus gemidos ya no eran de ansiedad si no de alivio y mientras los profería se le podía oír entrecortadamente – te quiero…, te quiero…- palabras indudablemente dirigidas a su esposo.
Liberada de la necesidad de proporcionar sexo oral, me concentré esencialmente en canalizar todo el placer con que Carlos me obsequiaba. Cerré los ojos y activé todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi vagina para sentirle todavía mas intensamente. Empecé a percibir todo como si sucediese a cámara lenta, sentía como su polla entraba y salía milímetro a milímetro de mi coño, como uno de sus dedos hacía lo propio en mi culo y como los dedos de María, que había superado ya su orgasmo y se había tumbado debajo de mí, acariciaban mi clítoris con maestría. Temía que Carlos no tuviera fuerzas suficientes para llevarme hasta el clímax, pero antes de que flaquease, una explosión de placer brotó desde lo más profundo de mi vientre, lanzándome a un universo de sensaciones placenteras y envolviéndome con uno de los más intensos orgasmos que recuerdo. Absorta en el disfrute de semejante placer, apenas pude escuchar las súplicas que María le hacía a su esposo.
- Córrete en mi boca cariño, entrégame tu orgasmo.
Noté como su pene abandonaba mi sexo y todavía temblorosa acerté a divisar a María quitándole el condón y entregarse a lo que sin duda era uno de sus mayores placeres, comerle la polla a su marido hasta no dejarle una sola gota dentro.
El orgasmo de Carlos tampoco se quedó corto, sus gritos reflejaban una furia contenida que finalmente brotaba con fuerza inundando la boca de María con su cálido semen, que chupaba y tragaba como si la vida le fuera en ello.
Rendidos los tres, tirados en el suelo como si allí nos hubiese dejado una riada, nos fundimos en un abrazo y en un cálido beso con María, quien todavía había guardado para mí un poco del sabor del orgasmo de su marido.
Finalmente todo había salido bien y me retiré a ducharme, dejándolos allí, tirados en el suelo, abrazados y besándose, a esa pareja de tiernos tortolitos que acababan de descubrir su segunda adolescencia.