Hace calor

En pleno verano, Alberto decide combatir el calor bañándose en la piscina de casa. Sin embargo ,no tardará ne cruzarse con una inesperada sorpresa que quizás le ayude mejor a sobrellevar el bochorno.

Cuando el calor aprieta, hay que buscar formas de aplacarlo. La sombra, bebidas fresquitas o el aire acondicionado son algunas de las mejores maneras. Otra es el agua, cuyo frescor logra aplacar el ardor de mediodía tan insoportable. Claro que para eso, hay que tener cerca una playa, o en su defecto, una piscina. En el interior del país, para tristeza de muchos, la playa es un lujo inalcanzable gracias a la situación geográfica, así que la piscina se convierte en la única medida viable. Claro que si se tiene un aparato de aire acondicionado, el problema del calor también se puede solucionar, pero Alberto tenía el problema de que el aire acondicionado estaba estropeado, así que ese lujo era algo inalcanzable.

Marcaban las seis de la tarde en pleno mes de Junio y el calor lo devoraba en su habitación. Aun con la ventana abierta y la persiana bajada, el bochorno lo estaba matando. Encima, tenía que estudiar para ese maldito examen de la carrera, pero la temperatura elevada del ambiente poco margen le estaba dando. Cada vez más harto, decidió que dejaría el estudio para la fresquita y decidió ir a la piscina.

Debido a la tempranera aparición del calor, el padre de Alberto decidió comprar una de esas piscinas de plástico que tanto se venden en las grandes superficies, adquisición que se aceleró con las continuas suplicas de su hermana pequeña Claudia. Ellos vivían en una pequeña vivienda de barrio y, aunque no tenía cabida para una buena piscina, el patio era lo bastante amplio para albergar una de versión reducida. Animado, el joven decidió que era buen momento para darle uso, así que se quitó la pegajosa camiseta llena de su sudor, el pantalón y se puso un bañador grande que le cubría hasta las rodillas. Ya listo, partió hacia el patio. Bajó las escaleras y se fijó en que la casa estaba vacía, ya que sus padres no se encontraban, sino trabajando. Cuando llegó, encontró que la piscina ya estaba invadida.

Claudia nadaba con tranquilidad en el agua, meciéndose de forma elegante. Alberto la observó por un pequeño rato hasta que la chica se percató de su presencia. Entonces, dejó de moverse tan grácil y se puso en pie.

—¿Has venido a darte tú también un bañito? —le preguntó graciosa.

Llevaba puesto un biquini naranja bastante fino que dejaba bastante al descubierto. Su piel clara estaba perlada de gotas de agua que relucían intensas bajo el Sol de la tarde. Su pelo marrón oscuro, suelto en una espléndida melena que le llegaba hasta la espalda. Se veía aplastado y mojado por todas las zambullidas que la chica habría realizado. También se fijó en sus bonitos pechos, redondos y firmes, que resaltaban bajo la tela de la prenda, sobre todo por los pezones que se intuía bajo esta. La fina braguita, casi tanga, permitía apreciar la zona de las ingles y casi se podía entrever un poco de los labios de la vagina sobresaliendo. Se trataba de una hermosa y erótica visión como pocas había visto.

—Oye, ¿te vas a quedar ahí mirando como un pasmarote o te vas a meter? —dijo la chica.

Notándose cada vez más fogoso, el muchacho decidió meterse.

La piscina tenía forma hexagonal y un metro de altura. Se entraba por unas pequeñas escalerillas que había a uno de los costados. Ya en el agua, sintió el intenso frescor que el líquido elemento poseía, envolviendo todo su cuerpo y haciendo desaparecer todo el bochorno. Ya más relajado, pegó su espalda contra una de las elásticas paredes y fue dejándose caer hasta que el agua le llegaba un poco más arriba del cuello, casi dándole en la cara. Estaba por sumergirse por completo cuando su hermana volvió a llamarlo.

—¿Qué tal? —preguntó mientras andaba para acercarse a él—. Está bien el agua, ¿eh?

—Ya lo creo —respondió él mientras veía como ella se aproximaba cada vez más.

Le puso algo nervioso tenerla tan cerca. Más próxima, pudo fijarse en cómo le brillaban sus ojitos marrones, tan bonitos e intensos. También vio sus labios, tan gruesos y sensuales, esperando ansiosos a que los besasen. Y notaba la creciente respiración de la chica. Estaba completamente ensimismado ante tan hermosa criatura, que no vio como le tiraba algo de agua por encima.

—¡Oye, no empieces a salpicar! —le dijo algo molesto.

—¡Venga tonto! —habló con juguetona actitud su hermana—. ¡No seas tan aburrido y diviértete!

Le gustaba ver lo enérgica y divertida que llegaba a ser. Tenía ya dieciocho años de edad y en todo ese tiempo, había cambiado mucho. De ser una niña dulce y algo tímida había dado paso a una chica sensual y atrayente. Él sera dos años mayor y la había visto crecer en todo ese tiempo. Ahora, la tenía delante y se veía incapaz de controlarse. Más agua salpicó encima de él, lanzada por ella. El muchacho fue directo a por su hermana, dispuesto a atraparla.

—¡No salpiques más, que lo vas a poner todo perdido! —le dijo mientras avanzaba a grandes zancadas para ponerse a su altura.

—¡Jajaja! —reía de forma intensa—. ¡A que no me pillas!

Corretearon por toda la piscina como dos chiquillos pequeños. La intentó atrapar y en un par de ocasiones, estuvo a punto de lograrlo, pero ella era tan escurridiza que logró evitarlo. Siguió mirándola mientras la perseguía y no cesaba de decirse lo hermosa que era. Llevaba fijándose en ella desde hacía algunos años, notando como se ponía más bonita. En cualquier momento, sus ojos se iban hacia su respingón culito o hacia sus tetas. En más de una ocasión, se cruzaba con la mirada de ella. ¿Sabría que la espiaba de forma tan indecente? Esperaba que no fuese así como tampoco que se masturbaba en más de una ocasión pensando en su precioso cuerpo e imaginando que hacían toda clase de inmorales actos. Ella le volvía loco de una manera que se veía incapaz de explicar. O tal vez si lo sabía, pero no quería reconocerlo. Al fin, logró atraparla.

—¡Te pillé! –gritó mientras se abalanzaba sobre la muchacha.

—Alberto, ¡que me chapas! —se quejó Claudia.

Pero su hermano tuvo más cuidado de lo que ella creía. La envolvió con sus fuertes brazos por la cintura, atrayéndola hacia él. De esa manera, quedaron cara a cara, con sus cuerpos rozándose más de lo normal. Se miraron en silencio, sintiendo esa inesperada cercanía que experimentaban.

—Bueno, parece que al final, me has atrapado —comentó con cierta gracia la muchacha.

—Pues si —repuso Alberto—. Y eso que has logrado escaparte en varias ocasiones.

Se notaba lo incomodos que se sentían y pese a las bobaliconas sonrisas dibujadas en sus caras, era evidente que pasaban algo de vergüenza. Pese a esto, ninguno se separaba del otro. Siguieron mirándose el uno al otro, como si no pudiesen hacer otra cosa. De repente, Claudia pasó sus manos por la espalda de su hermano para atraerlo un poco más. Los pechos de la chica se restregaban contra su torso y percibía con bastante claridad su intensa respiración. La cercanía ponía todo en mayor peligro del que imaginaban. Alberto sabía que no debía aproximarse más, pero al sentir las manos de su hermanita acariciando su espalda, el tacto de su húmeda y suave piel y esa mirada tan hermosa, no pudo evitarlo.

Agachó su cabeza, pues su hermana era algo más baja que él y se besaron. El contacto de sus labios desencadenó una corriente eléctrica que recorrió los cuerpos enteros. Se apretaron con mayor fuerza, aumentando la intensidad de ese beso. Las manos no quedaron quietas. Las de Claudia recorrieron el torso bien formado y llegaron hasta el bañador, sobando por encima de este su ya erecta polla. Mientras, las de Alberto descendieron por su espalda para amasar el culazo de la chica, apretando sus tiernas nalgas. Estuvieron así por un pequeño rato hasta que la muchacha se apartó.

—¿Qué pasa? —preguntó confuso Alberto.

La única respuesta que recibió fue que su hermana le hiciera apoyar su espalda contra una de las paredes de la piscina, dejándose caer un poco. Luego ella se colocó encima, haciendo que sus entrepiernas entrasen en contacto. A continuación, Claudia volvió a besarlo, revelando unas ansiosas ganas por seguir. El joven no dudó en corresponderla como debía.

La pasión se desató entre los dos. La chica se incorporó un poco, ofreciendo sus redondas tetas a su hermano. Él no dudó en acariciarlas y besarlas con gula, incapaz de creer que ese par de increíbles pechos estuvieran en sus manos. Con agilidad, mientras no cesaba de besarla, desabrochó el cierre delantero y tiró de los tirantes para despojarla de su prenda. Los senos, al fin, eran libres.

Sin dudarlo, Alberto engulló uno de los rosados pezones, chupándolo y lamiéndolo sin piedad. Claudia gimió con fuerza y se apretaba a su hermano, restregando sus tetas por su cara. Con una de sus manos, el chico acariciaba y pellizcaba el otro pezón, poniéndolo tan duro como el que tenía en su boca. Así, fue besando y succionando ambos pechos, haciendo gozar a su hermana de forma intensa. En una de esas succiones, incluso dio un pequeño bote, salpicando todo de agua.

Al mismo tiempo, la chica coló una mano por dentro del bañador de su hermano y le agarró su dura polla. Alberto tembló al sentir esa fuerte presión. Más lo hizo cuando su hermana decidió comenzar a hacerle una paja.

—Ag, Claudia —murmuró al sentir el suave movimiento de esa mano, intensificada por el agua.

—¿Te gusta? —preguntó llena de deseo la chica.

La única respuesta que recibió fueron los gemidos de Alberto. Animada por eso, continuó masturbándolo, todo ello mientras él se dejaba caer hasta sentarse en el suelo. Ella se colocó de nuevo con suavidad y siguieron besándose. Al mismo tiempo, el muchacho llevó una de sus manos hasta la braguita y acarició por encima, arrancando un grito a su hermana. Eso le hizo ver que también estaba cachonda. Deslizó la tela y hundió sus dedos dentro de la raja. Podía percibir lo tibia que estaba en comparación con la frialdad del agua.

—Oh, ¡Alberto! —aulló la muchacha—. ¡No pares!

Y no lo hizo. Mientras ella lo pajeaba, él frotó con sus dos dedos el abultado clítoris. Masajeó aquella zona, haciendo que la muchacha gritase más y más. Entre los dos se estableció una suerte de competición por ver quien se corría antes. Finalmente, fue Claudia quien se vino primero.

—¡¡¡Me corrooo!!! —gritaba con fuerza al tiempo que se retorcía llena de placer y levantaba mas agua.

Cunado todo terminó, la chica cayó desmadejada sobre su hermano, quien la levantó un poco para que su cara no se hundiese en el agua. Incorporándose, la hizo apoyarse sobre su pecho, dejando que se relajase. Le acarició el pelo con suavidad hasta que ella se alzó para mirarle.

—Tienes buena mano —le comentó con una sonrisilla en la cara.

—Pues tú también —respondió el muchacho.

Ambos se echaron a reír. Luego, se miraron un instante más antes de acabar besándose de nuevo.

—Quiero follarte —le susurró la chica en su oreja.

Alberto se estremeció. No podía creer como estaban desarrollándose los acontecimientos. Estaba morreándose con su propia hermana en la piscina de su casa, dejándola semidesnuda y la había masturbado. Y en esos mismos instantes, ella le estaba suplicando tener sexo. Lo peor no es solo que fuesen familiares, sino que encima no parecían sentir remordimiento alguno por lo que acababan de hacer. Al menos, él no percibía que Claudia se sintiese mal. Lo mismo se podía decir de él, quien estaba ansioso por tirársela.

—Vale, pero vamos dentro —dijo a la muchacha—. No sigamos aquí porque vamos a poner la piscina perdida con nuestras corridas y además, alguien puede escucharnos.

—Si no lo han hecho ya —comentó ella con picardía.

Le dio un gran beso en la boca y se pusieron en marcha.

Ya en la casa, Alberto llevó a su hermana hasta el sofá del comedor, donde la dejó caer bocarriba. Él se puso encima y volvieron a comerse la boca con ansia. Sus lenguas jugueteaban y la saliva corría de un lado a otro. Llevó sus manos hasta los pechos desnudos de la chica, los cuales volvió a amasar, sintiendo los duros pezones contra sus palmas. No tardó en bajar a besarlos y lamerlos, todo ello, para seguir descendiendo.

Tras besar el vientre plano, llegó hasta la entrepierna. Retiró las braguitas de la chica, tirándolas encima de la mesa donde sus padres solían cenar. Luego, ella abrió sus piernas, ofreciéndole la increíble visión de su coño. Bien depilado, se podía ver como los labios estaban abiertos, mostrando el rosado y húmedo interior, del cual no dejaba de manar liquido transparente. Sin perder más tiempo, se inclinó y comenzó a lamerlo.

—¡Agh, Alberto!

La lengua del muchacho recorría cada centímetro del coñito de su hermana, prestando especial atención a su clítoris. Ella se retorcía, gozando del gran placer que le proporcionaba. El sabor amargo de los fluidos inundó el paladar del joven, quien disfrutaba comiéndole el coñito a su preciada Claudia. Bajo su bañador, su polla estaba a punto de reventar. Siguió así hasta que ella alcanzó un segundo orgasmo. Emitió un grito aún más fuerte que antes y todo su cuerpo se tensó. Alberto se incorporó y con su cara impregnada de todos sus líquidos, la besó.

Estuvieron así por un pequeño momento, hasta que Claudia se calmó. Entonces, llevó su mano hasta la entrepierna de su hermano, acariciando su endurecido miembro.

—¿No ibas a follarme?

Aquellas palabras fueron suficientes para que Alberto se quitase el bañador y sin dudarlo, guiase su polla hasta la húmeda entrada de su hermana. Se puso encima de ella, restregando su glande por toda la vagina, arrancándole más gemidos. Los dos estaban a punto de caramelo. Lo sabían, y por ello, el chico empezó a meter su dura estaca en el interior

Ambos gimieron cuando la polla fue adentrándose dentro. El conducto se notaba estrecho, pero con lo bien lubricada que estaba, pudo llegar hasta el final.

—Vaya, no eres virgen —dijo con sorpresa Alberto.

—Claro que no —respondió su hermana.

Se besaron y a continuación, comenzaron a follar.

Alberto movía con fuerza sus caderas, clavando su polla en lo más profundo de la chica. Tenía tantas ganas de correrse, lo deseaba más que nada en este mundo, pero tenía que resistir. Ella gemía, emitiendo pequeños alaridos que indicaban lo mucho que disfrutaba. El chico siguió moviéndose de forma intensa y de vez en cuando, besaba a su hermana.

—¿Te…te duele? —preguntó con cierta preocupación.

—No, tú sigue —le contestó—. ¡Me encanta!

Volvieron a besarse y él arreció con sus acometidas. Los gritos de la chica se hicieron más sonoros y le abrazó con fuerza, llegando a clavar sus uñas en la espalda. Notaba los pechos aplastándose contra su torso, arañando los pezones en la piel. Continuó embistiendo hasta que notó que se venía.

—Claudia, ¡me corro! —gritó desesperado.

—¡Yo también!

Ella fue la primera en correrse, sintiendo como una gran explosión de humedad estallaba en su interior. Él, al notar las fuertes contracciones de su coñito, acabó eyaculando sin piedad. Chorros y chorros de semen inundaron el conducto de su hermana, al tiempo que sentían sus respiraciones acortarse y sus cuerpos temblar. Tras esto, quedaron destrozados, uno encima del otro.

Exhaustos del intenso orgasmo, quedaron en esa posición por un ratito. Ya más relajados, se pusieron de lado, frente a frente. Alberto intentó no salirse para derramar semen, pero un poco ya salía. Miró a su hermana, quien estaba radiante por todo lo ocurrido.

—Llevaba tanto tiempo deseando esto —confesó muy alegre.

Le pilló desprevenido, pero lejos de molestarle, le alegró.

—Yo también, Claudia —expresó eufórico—. Llevo observándote desde hace tiempo. Eres tan bonita y sexy. Me tienes loco.

—Lo sé, ya me he percatado —le confesó—. A veces te pillaba mirándome de forma descarada.

—Lo siento —se disculpó algo avergonzado.

—Para nada. Era lo que deseaba hermanito. Tú eres la persona a la que más quiero y con la que deseaba follar.

Oír todo aquello lo alegró mucho. Se besaron de nuevo y quedaron abrazados. Sus padres tardarían todavía en venir, así que podían apurar el tiempo un poco más.

Desde ese día, Alberto descubrió cual era la forma de aplacar el terrible calor. Ni piscinas, bebidas refrescantes o aire acondicionado. Tan solo tenía que follar con su hermana. Bueno, en realidad, el calor no se largaba, pero el disfrute del sexo incestuoso era algo que no le podía quitar nadie.