Hace 10 años.

Leonor, mi dentista favorita.

Hace 10 años conocí a Leonor. Desde mi primera visita hubo una mutua atracción, lo que algunos califican de "química" pero que en realidad solo es calentura. Leonor era rubia, de estatura regular con buenas tetas y un culo bien parado. Tenía una cara preciosa y el pelo muy corto teñido de rubio intenso.

Como dice mi esposa era "mi tipo". Su consultorio estaba en el primer piso de su casa y a la mitad de la sesión apareció su esposo. Mi mujer había llamado preocupada por mi tardanza y el tipo había atendido. Era sábado a la tarde y Leonor me había dado esa cita especial por mis continuos viajes. Recuerdo que minutos antes, Leonor, sin mirarme y mientras buscaba algo en un armario había dicho que su marido era frío.

Yo me quedé de piedra y contesté una boludez. La doctora me tiró todo de entrada y yo no esperaba algo así. Además, cuando uno va a un dentista, no va pensando en coger. El miedo al dolor es más fuerte y no hay pija que se pare ante ese hecho. De todas maneras, la doctora se jugó la vida. A los pocos minutos apareció el marido, como comenté antes, y Leonor se sonrojó bastante. Sabía que estaba en falta. La sesión terminó sin más novedades pero el tratamiento debía continuar.

Hubo dos, tres y más sesiones. Las miradas y comentarios decían mucho. Yo tenía una timidez inexplicable y no apuraba el desenlace hasta que un día, Leonor dijo al pasar que viajaría a la capital. Me estaba diciendo que en esa ciudad, donde vivíamos y donde todo el mundo se conoce aunque sea de vista, no se podía hacer nada. Ella era esposa de un comerciante muy conocido. Acordamos encontrarnos en la capital.

A las tres de la tarde del día acordado nos encontramos en un bar bien discreto. Allí le dí mi primer beso de lengua. La calentura de los dos era incontrolable. Una hora después entrábamos en un hotel. Leonor era deliciosa. Nos empezamos a besar como locos y la desvestí con la mayor lentitud posible. Quería que el momento fuera eterno. Cuando estuvo desnuda, busqué su concha con mis labios. Tenía un olor a mujer espectacular. La chupé con fruición, saboreándola segundo a segundo. El marido nunca le había chupado la concha así que se volvió loquísima. Tuvo dos o tres orgasmos seguidos y cuando terminaba el último, la penetré despacio.

Yo estaba concentrado en no acabarme rápido. Quería que ella gozara como nunca. Los hombres tenemos la desventaja de acabar y quedar blandos un largo rato y por esa causa hay que retener el polvo hasta el límite. Es una técnica que siempre practiqué y me la enseñó una mujer mayor que yo, en mi adolescencia. Leonor se retorcía como poseída mientras yo la penetraba sin descanso, sin darle tregua. Hicimos varias poses y al final no pude aguantar más. Ella tenía olor a sexo en todo su cuerpo, en su cabello y en su aliento. El chorro de semen le llenó la vagina y la hermosa se acabó de nuevo gimiendo y balbuceando.

Quedamos mirando el techo por largos minutos y en silencio. Se levantó para ir al baño y la pude ver desnuda de frente y de espalda, completa. Era una hembra total. Usé el baño a mi turno y a la media hora le empecé a chupar la concha de nuevo. La locura duró casi tres horas. Salimos a la calle cuando el sol se estaba yendo. Prometimos vernos de nuevo cosa que nunca sucedió. Ella no me dio más turnos para ir a su consultorio y no volvió a responder mis llamados.

Es posible que se haya arrepentido de su infidelidad o que yo no haya sido lo que buscaba. No lo sabré nunca. Han pasado los años y cada vez que la recuerdo, me excito.

Hace un par de meses soñé con ella. Estaba igual de linda que aquella tarde en el hotel.