Háblame de mamá (Iván)

Lo que un hijo puede hacer por ayudar a su madre es a veces digno de mención.

HÁBLAME DE MAMÁ ( V )

A veces la ausencia de un padre marca definitivamente las relaciones entre madre e hijo. Eso le sucedió a Iván. Fue él mismo quien echó a patadas de casa a su padre, un hombre que maltrataba con mucha violencia a su esposa, la madre de Iván. Aún no era mayor de edad Iván cuando físicamente había adquirido un cuerpo imponente, con una musculatura desarrolladísima y ante el cual su padre no pudo hacer nada cuando un día (por fin afortunadamente para su madre y para él), Iván lo echó de casa. Su madre, Adriana, estaba preocupada por que a partir de ese momento no tenían de qué vivir, pero Iván se apuntó a entrenar a un gimnasio de boxeo (deporte que siempre le gustó mucho) y pronto participó en combates, primero para amateurs y luego para profesionales, aunque su madre no estuviese muy de acuerdo. Gracias a ello ganó cantidades de dinero que le permitieron vivir con holgura a su madre y a él.

Iván no es el caso del chico que tuviera problemas amorosos o de relación con las mujeres, sino todo lo contrario. Ya a corta edad empezó a llevar a chicas a su casa y a mantener relaciones sexuales con ellas. En realidad llevaba a casa a cuantas mujeres le apetecía, de todas las edades, casadas o solteras... Adriana, sentía cierto orgullo interior por esta faceta de su hijo. De hecho en una ocasión Adriana invitó a café a dos amigas casadas; una de ellas incluso fue a la reunión con dos hijos pequeños. Estas amigas hacía mucho tiempo que no veían a Iván y cuando lo vieron llegar del gimnasio se quedaron boquiabiertas ante la clase de hombre que tenían ante ellas. Adriana lo advirtió y como en un impulso se llevó a los hijos de una de aquellas amigas a la cocina y a entretenerlos mientras limpiaba las tazas del café. Su intención era dejar solas a sus amigas con Iván. El caso es que al cabo del rato Adriana escuchó pequeños gemidos que provenían del dormitorio de su hijo. Fue hasta allí y por la puerta vio como Iván se estaba follando a sus dos amigas a la vez. Adriana estaba muy orgullosa de su hijo. Cuando acabaron de follar las amigas salieron y se despidieron de Adriana diciéndole: Si no fuera porque es tu hijo no me explicaría como puedes contenerte sexualmente con un semental así en casa.

La verdad es que Adriana se encontraba algo necesitada en lo que a sexualidad se refiere, pero ni por un segundo se le hubiera ocurrido fijarse en su hijo. Por otro lado, Iván acabó dándose cuenta de la frustración de su madre y de la necesidad que tendría ella de compartir su cama con un hombre, pero él no sabía que hacer. Supuso que la madre experimentaría excitación y deseo cuando lo oía a él follar con una mujer en la habitación. Tampoco a Iván se le ocurrió dar él mismo placer a su madre. No había llegado hasta ese punto.

Por esa época se preparaba Iván para el combate de boxeo más importante que tuvo hasta ese momento. Se enfrentaría a un tal Salim Abdul, un púgil de origen argelino que había llegado como inmigrante. Iván intentó convencer a su madre para que fuese a presenciar la pelea, pero ella no quiso. Y así llegó la noche del combate. Salim Abdul era un boxeador impresionante. Medía casi dos metros y pesaba ciento treinta kilos. Iván no obstante estaba convencido de que había grandes posibilidades de ganarle, además estaba muy motivado por la cifra económica que recibiría si vencía. En efecto, Iván tumbó a Salim en el segundo asalto dejándolo prácticamente incosciente sobre la lona. Tras la victoria Iván fue entrevistado por los periodistas y recibió su premio. Luego, caballerosamente, se acercó hasta los vestuarios a interesarse por el estado de Salim. Ya se encontraba bien; recibió a Iván deportivamente y le estrecho las manos. Los dos púgiles charlaron un rato durante el cual Salim se quejó de su mala suerte pues no le iba bien en el boxeo y por si fuera poco llevaba seis meses en el país y le era difícil adaptarse ya que no tenía casi amigos y padecía una enorme soledad, y sobre todo lo que echaba de menos era una mujer. Iván sintió pena por él y le invitó a ir a cenar a casa para la noche siguiente y aunque Salim quiso rehusar la invitación por no causar molestias, Iván insistió tanto que al final no tuvo más remedio que aceptar.

Así que Iván comunicó a su madre que para la noche siguiente tenían un invitado, que preparase una rica cena pero que entre la comida no hubiese carne de cerdo pues Salim era musulmán y no podía comerla. Adriana estuvo de acuerdo en todo y procuró preparar una buena cena para la ocasión, incluso ella misma quiso ponerse guapa maquillándose un poco ya que hacía mucho tiempo que no venía ningún invitado a casa. Cuando Salim llamó a la puerta esa noche Adriana se encontraba muy nerviosa sin saber porqué. Iván presentó a Salim y a su madre. Adriana jamás había conocido a un hombre de aquellas características: Negro, guapo, alto y fuerte.

Durante la cena Salim y Adriana se miraron constantemente y él parecía un buen hombre, al contrario de lo que Adriana había pensado siempre de los musulmanes. Iván notó que entre su madre y Salim podía haber atracción y esto le agradó, así que decidió dejarlos solos alegando rápidamente que le dolía fuertemente la cabeza y que se retiraría a dormir ya. Salim quiso entonces marcharse, pero no llevaba ni tres cuartos de hora en casa y Adriana e Iván insistieron que se quedase un poco más, aunque fuese charlando un poco con ella. Se sentaron un poco a hablar; Adriana se hallaba cómoda con él, con una sensación de querer coquetear que nunca había experimentado. El vino durante la cena hizo que se desinhibiese y riese por todo divertida. Adriana preguntó a Salim por las mujeres musulmanas y éste habló de la belleza de estas, pero dijo que no se podía comparar a la de algunas mujeres blancas occidentales, todo mientras miraba fijamente a los ojos a Adriana; entonces Adriana se echó a reir de nuevo y no podía detener la risa, de modo que Salim le preguntó porqué reía esta vez. Adriana se disculpó y dijo que era una tontería:

-¿De qué te ríes? – preguntó Salim con su acento argelino.

  • Es una tontería –respondió Adriana.

  • Dímela por favor.

  • Es que... –empezó a decir Adriana en un tono entre serio y tímido- siempre he sentido curiosidad por saber si es verdad que los negros tienen el pene más grande que los blancos.

  • ¿Quieres comprobarlo conmigo? –preguntó Salim.

  • No sé...

Salim miró a su alrededor para asegurarse que el hijo de Adriana no estaba por allí. Ella estaba nerviosa y desde luego impaciente y Salim no podía creer su suerte al ver como una mujer blanca le pedía aquello, así que no dudó en bajarse la cremallera del pantalón y extraer su pijo totalmente erecto y en pie de guerra. ¡Míralo bien –dijo a Adriana- nunca verás uno como éste! En efecto el pene de Salim era gigantesco y Adriana se quedó maravillada, tanto que preguntó: ¿Sólo lo puedo mirar?. No,-le respondió Salim-, es todo para ti. Entonces tímidamente Adriana se inclinó sobre la polla del negro y se la fue introduciendo en la boca. El semental gimió de puro gusto. Inmediatamente se quitaron la ropa el uno al otro pero Adriana continuó haciéndole la mamada a Salim. Sin que ellos lo advirtiesen Iván se asomó a ver qué hacían y se ocultó para no ser descubierto. Iván no pensó que Salim y mamá se pusieran a follar tan rápidamente. La escena era fascinante: ver a una delicada mujer blanca, más si era su madre, con un enorme negrazo con un pene descomunal excitó tanto a Iván que él mismo se puso a masturbarse. La pareja continuó follando durante el transcurso de dos horas e Iván no perdió detalle. Admite que sintió enormes deseos de aparecer y follar también con su madre, pero que esto nunca sucedió.