Háblame claro...
"Háblame claro ¿Qué es lo que quieres?... ¿Acostarte conmigo?-Hice una pausa perfectamente planificada sin perder la seguridad que desbordaba-Bueno está bien. A ver si con eso dejamos tanta bobada"
-Háblame claro ¿Qué es lo que quieres?... ¿Acostarte conmigo?-Hice una pausa perfectamente planificada sin perder la seguridad que desbordaba-Bueno…está bien. A ver si con eso dejamos tanta bobada.
Se quedó atónito, mirándome con los ojos muy abiertos, sin saber si reír, sin saber qué hacer. Sonreí con suficiencia, ¿Ese era el mismo león de lujuria que minutos antes parecía comerme con solo palabras? Un cachorrito asustado jugando a ser grande…
-Estoy esperando…
Que si era enserio, si, era enserio. Que si era broma, reí, no, no era broma. Que si estaba loca, un poco quizás, pero que le íbamos a hacer. Comenzó a reírse con nerviosismo y soltó un comentario estúpido en medio de una risa lacónica, el gesto de mi rostro permaneció como si fuese grabado en piedra. ¿No era eso lo que quería? Que esperaba entonces.
Se levantó dudoso, mirándome inquisitivo. Actuó como lo que era, un hombre común, cualquiera. Le estaba ofreciendo sexo, le estaba dando lo que pretendía arrebatarme con sus moditos tontos, ahorrándole trabajo, ¿Qué más se podía pedir?
Despacio caminó hasta mi metido en su papel de galancito barato. Mirada penetrante, media sonrisa, voz aterciopelada. Con una tranquilidad pasmosa le esperé sin dejar mi puesto al lado de la puerta, todo era tan predeciblemente fácil.
Se dirigió a mis labios y, acorde con mi idea, mi boca huyó. Se separó de inmediato alentado por sus sospechas. No era jugando pero mis labios no los iba a tocar.
-¿Por qué?-levante los hombros como única explicación posible. Mi boca no entraba en el trato y no era negociable. No le gustó, pero era demasiado sencillo para negarse; no iba a perder la oportunidad que tenía ahora de forma tan fácil en sus manos. Antes de perder el control lo iba a tomar como mío, esta vez las cosas se iban a hacer a mi manera.
Aceptó, obviamente. Pero se quedó sin saber qué hacer, acababa de romper su guión y la simpleza que lo ahogaba le impedía improvisar. Como nos cambia la vida, como cambian las personas…
-Acuéstate-Me obedeció parcialmente sentándose en la cama. Le di la espalda y metí mis manos por dentro de mi falda para sacarme la parte inferior de mi ropa interior. Si necesitaba certeza, esa era la mejor manera que tenía de despejar sus dudas.
No le miré cuando pasando por su lado me tendí en la cama sobre mi espalda. Se veía visiblemente superado por la situación, petrificado sin atreverse a hacer nada. Doblé ligeramente las rodillas y abrí las piernas, clara señal de invitación. Un ligero estupor me invadió cuando sentí sus ojos clavados en mi ahora desnuda entrepierna, mi mirada se fue hacía la pared como intento de controlar mi pequeño ataque de pudor.
Cerré los ojos cuando sentí como remangó la larga falda que tenía sobre mi estómago dejándome desnuda de cintura para abajo. Quise desaparecer del mundo ¡la sensación era más fuerte de lo que había imaginado! Pero así debía ser…así iba a ser. Su rostro intentó hundirse entre mis piernas pero eso tampoco iba a pasar. Molestó se incorporó increpándome sobre mis intenciones.
-Solo métemelo ¿Bueno?-La seguridad se me estaba yendo cuotas y eso se lo demostró el hilo de voz con el que ahora le hablaba. Asintió confundido, aun así no se iba a poder sin que mínimamente me lubricara un poco. ¡Dios, se veía más fácil en mi mente!.
Dejé que sus dedos hiciesen el trabajo sucio en mi sexo traidor que al primer roce se anegó en un río de fluidos. Cerré los ojos obligando a mi mente a vagar en un lugar lejos de allí; aunque el trabajo entre mis piernas me hizo regresar más veces de las que quise.
-Hazlo ya-en pocos minutos mi entrepierna había liberado un caudal de jugos delatores. Su mano estaba empapada y el olor a excitación llegaba hasta mi nariz. No podía seguir de esa manera. Un calor sofocante se instaló en mi rostro, el mismo que intenté mantener lejos de su visión por la sospecha de hallarme visiblemente sonrojada.
Temblé de forma incontrolable cuando sentí la punta de su miembro tocar coquetamente las inmediaciones de mi sexo. No se desvistió, ni siquiera hizo el intento. Se apoyó a ambos lados de mi cuerpo y se dejó ir sin preámbulo alguno.
Mis manos se cerraron con fuerza contra la sabana. Mordí mis labios para ahogar el quejido que se me atoró en la garganta. Tenía que permanecer inalterable, imperturbable, serena, fría como hielo. Pero estaba ardiendo, sentía como si me estuviera derritiendo; refugié mi rostro en la almohada para que no viera mis gestos.
Estaba adentro y el roce era delicioso, el ritmo que tenía era constante, fuerte. Quería gritar, necesitaba hacerlo, pero mis esfuerzos se encontraban concentrados en tranquilizar mi cuerpo. El control volvía a ser suyo, otra vez, y no podía saberlo. Mi cuerpo era un traidor sin remedio.
Se hizo a mis pechos, no supe cómo, ni en qué momento, pero mis senos terminaron por fuera de mi blusa y entre sus labios. Mis fuerzas, mi voluntad no pudieron apartarle, apenas si pude mantener mis manos quietas para que no se fueran apretarle más contra mí. Cuando me vio ceder se tomó confianza y sus manos tomaron el lugar de su boca para que esta se entretuviera en mi cuello.
El sonido de sus besos alternado con sus jadeos invadió mis oídos poniéndome perdida. La cabeza me dio vueltas y sentí un sabor a hierro en la boca: mi sangre. La fuerza con la que estaba mordiendo mis labios había terminado por lastimarlos y hacerme sangrar. Igual nada pude hacer, era la única manera de mantenerme callada, porque mi cuerpo, miserable traidor, no pudo de forma alguna quedarse quieto.
Dio un caderazo más fuerte sobre mi humanidad, lo que provocó un jadeo ronco seguido de un mordisco fuerte en mi cuello. ¡Carajo, lo estaba disfrutando como un loco! Su cuerpo se estremecía de placer con cada movimiento sin ningún disimulo posible.
Aguanté de forma inútil pero estoica, todo lo que me fue posible. Pero se me hizo imposible. Olas de calor comenzaron a reptar por todo mí ser, mis caderas convulsionaron hundiendo más su carne en la mía, mis piernas se movieron inquietas, me venía de forma inevitable. Un gemido lastimero salió de mi garganta mientras contracciones de físico placer me inundaron completa.
-…Mierda…-Necesitaba respirar, necesitaba que llegara aire a mis pulmones, así que saqué mi rostro de la almohada de la que había hecho un refugio. No me atreví a abrir los ojos, los mantuve cerrados intentando recuperar el aliento. Los suyos estaban fijos en mí, estaba todavía dentro de mi cuerpo, podía sentirlo. Eso se supone que no tenía por qué pasar…
Una experiencia horrible que me hiciera odiarlo; detestarlo por usarme como un objeto, como una muñeca de plástico; aborrecerlo por masturbarse con mi cuerpo a costa de mi bienestar. Sentirme usada, vejada, violada. Y dejar, por fin, de quererlo de esa manera tan estúpida…
Y sí, me estaba usando. Y sí, era una muñeca inflable. Y sí, estaba masturbándose con mi cuerpo. Pero seguía sin odiarlo y la experiencia horrible se convirtió en un orgasmo arrasador. Puse la almohada sobre mi rostro queriéndome ahogar con ella y resoplé frustrada.
Me arrebató la almohada de mi rostro, abrí los ojos dispuesta a increparlo y quise cerrarlos de nuevo en el acto. Me miró con deseo, con ternura y la molestia se me quedó en la garganta. Sudaba, sus mejillas de un rojo encendido, su respiración agitada. Me quedé helada bajo sus ojos. Me acarició suavemente la mejilla.
-¿Ahora si vas a dejarme hacértelo como quiero?-me estremecí completa. Voltee mi rostro hacía la pared huyendo de sus ojos. Me tomó por la barbilla devolviéndome-¿Me vas a decir que no te gusta? ¿Qué no quieres? ¿Vas a seguir haciéndote la dura?...¿Me vas a dejar así?-¡Golpe bajo! El corazón y la entrepierna se unieron y brincaron al unísono en una armonía que no me gustó ni cinco. Eso no era parte del plan
-Termina-cedí aparentemente indiferente. Que no, que así no, que de masturbarse lo hacía con su mano de una vez-¿Entonces?
-Déjame hacértelo…bien. Hazlo conmigo. Yo sé que te gusta.-me quede de una pieza. Mirada penetrante, media sonrisa, voz aterciopelada. ¡Dios! Ojos encantadores, sonrisa de niño, voz dulce, olor masculino, caricias de fuego…¿Dónde se me había quedado el control?-Por favor…
Lamio de mis labios la sangre que todavía manaba de ellos. Volvió a la vida el león de lujuria. Ya no jugábamos más en mi terreno y el juego recién iba a empezar…