Habitantes del desarraigo (6 - Fin)
Ha pasado medio siglo de los traumáticos acontecimientos que marcaron su vida, y Paul regresa de visita a Orán, dispuesto a reconciliarse con su atormentado pasado. La nueva y la vieja Argelia se dan la mano para producir un benéfico efecto de catarsis en su vida.
KARIM
MAYO 2008
Parecía increíble, pero había pasado medio siglo desde que un grupo de generales pusiera fin mediante la coacción y la amenaza a la débil e inservible IV República Francesa, y auparan al poder, por métodos dudosamente democráticos, por más que fuera ratificado por un Parlamento legalmente establecido, al ínclito General De Gaulle; una decisión de la que más tarde se arrepentirían, y una figura incómoda de la que más tarde renegarian casi todos los "pieds-noirs" que le encumbraron en su momento a la cúspide del poder. Así son las cosas en el mundo de los humanos.
No sé cual fue el momento en el que decidí que quizá ya era hora de dejar atrás viejos tabúes y miedos inconfesados y regresar de visita a Argelia, ahora que parecía que el país se había pacificado casi por completo después de la reciente y demoledora guerra civil de los años 90. Convencer a Bertrand de que me acompañase, se convirtió, sin embargo, en tarea imposible. El siempre había venido conmigo en todos mis viajes por el mundo, entre ellos a Marruecos, India, México, Estados Unidos, Francia, por supuesto, Alemania, Hungría, Turquía, y concretamente Estambul, una ciudad que nos fascinaba a ambos, Egipto, Túnez, Jordania (y es que nuestros conocimientos de árabe desde niños nos venía genial a la hora de viajar por el extenso mundo árabe). Pero intentar que me acompañara a nuestra verdadera patria chocó con un muro protector mucho más grande que mis probadas dotes persuasivas. El no se oponía a que yo viajase a la tierra de nuestra infancia y juventud, es más, le parecía un viaje lógico y enriquecedor, ahora que estaba tan de moda en España el tema de la memoria histórica, pero, en cierto modo, él llevaba razón cuando afirmaba en tono resolutivo: "no se me ha perdido nada en Argelia, que yo sepa". Lo que decía tenía una base real; en ese lugar no quedaban ni familiares ni amigos, nada ni nadie que rescatar del olvido; es como si nunca hubiéramos vivido allí, nos habían robado el alma, se quejaba amargamente algunas veces, cuando tocábamos, siempre con algodones, ese tema. Argelia era el país de los recuerdos ocultos, de los sueños profundos, el territorio de la memoria, donde se hablaba la lengua del corazón. Por otra parte, la experiencia de los desafortunados "pieds-noirs" que salieron de allí a partir del 5 de Julio de 1962, día en que el Ejército francés dejó de garantizar protección a los ciudadanos de nacionalidad francesa, era mucho más traumática que la mía. Bertrand recordaba todavía con terror, y se le erizaba aún la piel al recordarlo, como las turbas fanáticas arrasaban las iglesias católicas, linchaban hasta la muerte a los "colaboracionistas", especialmente a los odiados "harkis", a quienes llegaban a castrar después de muertos en algún caso, o como apedrearon las casas de los franceses de Orán el 14 de Julio, día de la fiesta nacional gala. Eso por no mencionar la espantosa matanza organizada del mismo 5 de Julio, de la que Bert nunca quiso hablar abiertamente, pues decía que, a pesar de los años transcurridos, era una situación que le superaba por completo. Cuando al fin tomó el transbordador que le llevaría hasta Alicante el 17 de Julio, aún tuvo que soportar insultos y reproches de los exaltados nativos en el puerto, y por momentos creyó que también les lincharían a ellos antes de subir a bordo, lo que le sumió durante días en un auténtico estado de shock emocional, del que tardó varios meses en recuperarse. Es natural que con estos recuerdos en mente, tan distintos de los míos propios, no quisiera por nada del mundo acompañarme a nuestra tierra natal, aunque yo intenté hacerle comprender que las guerras siempre sacan el peor lado de todas las personas, y que probablemente esas personas, en tiempo de paz, serían tan pacíficas y amigables como cualquiera de nosotros. El, sin embargo, cruzaba los dedos, y se encomendaba a todos los santos; prefería irse de misionero a Ruanda, decía, antes que enfrentarse a los terribles recuerdos de su juventud.
Cuando finalmente tomé el ferry que debía conducirme desde Almería hasta Orán (dos ciudades que se miran de frente en los mapas, pero que viven de espaldas la una a la otra, a pesar de la cercanía geográfica y de los lazos afectivos e históricos entre ambas), tras superar los trámites legales pertinentes, me pareció que cargaba a cuestas con todos mis recuerdos, amontonados en un rincón mal iluminado de mi memoria; durante medio siglo había luchado contra mis vivencias norteafricanas, las había arrinconado en el baúl de los recuerdos que cantara Karina, y me había enfrentado a ellas desde la sensatez y la serenidad, pero sin intentar comprenderlas en su totalidad. Me daba miedo, lo reconozco, pensar en Argelia. Rara vez reconocía ante nadie que había sido "pied-noir", en Francia porque esa condición suele traer aparejada la coletilla de "extremista de derechas", que en mi caso era totalmente injustificada, y en España, desde que me trasladé a vivir a Almería en 1979, porque, aunque lo hubiera confesado abiertamente, poca gente sabía a ciencia cierta que cosa sería un "pied-noir", y mucho menos podían imaginar los padecimientos de nuestra comunidad (y la del resto de los argelinos de todas las etnias y religiones, por supuesto) durante los ocho años de guerra entre el FLN y las fuerzas militares francesas destinadas en Argelia.
Los primeros días de estancia en mi ciudad natal, el lugar que yo más añoraba en el mundo, sin reconocérmelo a mi mismo en ningún momento durante el último medio siglo, supusieron una catarsis de tal magnitud, que fueron innumerables las veces que me eché a llorar, para mi propia vergüenza, al visitar lugares que habían sido importantes alguna vez en mi biografía sentimental: la Plaza de Armas, ahora rebautizada como Plaza del 1º de Noviembre, con su hermoso Ayuntamiento de estilo francés y el antiguo Teatro de la Opera, orgullo de la ciudad, hoy rebautizado con el nombre de Abdelkader Alloula, un dramaturgo local que escribía en árabe argelino, y fue asesinado en los años 90 por los fundamentalistas islámicos, en la época de mayor inseguridad en la ciudad desde los tiempos de la guerra de liberación. Y cómo no derramar una lágrima de pura nostalgia al contemplar mi antigua casa familiar, que se mantenía en pie como una campeona, aunque la fachada echara de menos alguna que otra capa de pintura, ahora habitada por una familia local; la antigua Catedral del Sacré Coeur, a la que antaño acudía la flor y nata de la burguesía europea local en busca de consuelo espiritual, y que hoy ofrece refugio intelectual a las nuevas generaciones de estudiantes argelinos, que preparan allí sus exámenes en un ambiente tan calmo y silencioso como en sus días de gloria apostólicos romanos. En fin, todo estaba en su sitio, se había construido, como es evidente, barrios enteros donde en los años 50 no había más que campo y viñas (éstas fueron las primeras en caer en desgracia con la llegada del nuevo régimen, pues como es sabido el Islam prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas); pero faltaba algo, algo indefinible, diría yo. La ciudad estaba allí, permanecía viva, sí, pero la vieja y sufrida Orán se veía triste sin la presencia de la mitad de su descendencia: la mitad de sus hijos la habían abandonado sin despedirse, tras una absurda pelea entre hermanos, y ella no había vuelto a saber de ellos. Por eso, cada vez que uno de sus antiguos hijos europeos la visitaba, como ocurría hoy conmigo, ella se ponía guapa para recibirle, y se vestía con sus mejores galas, orgullosa de su apariencia, y de haber sobrevivido a tanta adversidad a lo largo de su historia. Ni que decir tiene que, con la marcha forzada de sus extensas comunidades europeas y judías, la cosmopolita Orán de los años 60 se quedó reducida a la anodina Orán actual, una ciudad hermosa, pero monocolor, que a duras penas refleja el esplendor de antaño. Pero eso es algo que a sus habitantes actuales no parece preocuparles; me recordó, sin embargo, la enorme pérdida humana, material y moral que supuso para España la expulsión de los judíos en 1492, y no digamos ya la de los moriscos en 1609, que sumió a regiones enteras como Valencia y Murcia en la ruina absoluta, de la que tardarían décadas en recuperarse.
Tras dedicar el martes y el miércoles a pasear por la ciudad y empaparme de nuevo de sus monumentos y de sus gentes, el jueves por la mañana lo dediqué a relajarme en la playa de Cap Blanc, que ha conservado su aspecto tranquilo y su perfil bajo de antaño, y que posee unas aguas cristalinas de color turquesa ideales para la práctica del submarinismo; recordé haber estado allí en alguna ocasión con Lucien siendo muy jovencitos, y mucho más tarde con Pascal y Bertrand, en torno a 1961, cuando mi actual pareja estaba aún muy deprimido tras la reciente muerte de su novia, Anne-Marie. Pero el jueves por la tarde, sin seguir un plan preestablecido, salí de mi hotel a las seis y cuarto, y estuve caminando tranquilamente por la Ciudad Vieja, hasta que, al cabo de veinte minutos, divisé la calle donde se encontraba la sede de la antigua cofradía sufí de Jalil. ¿Seguiría estando en activo, y, más difícil aún, en aquel mismo lugar, medio siglo después? ¿Y aún de darse todas estas variables, de ser así, seguiría yendo Jalil a reunirse con ellos, o habría abandonado la práctica tras casarse, por puro pragmatismo, para centrarse en la ingrata tarea de sacar adelante a su familia en un país en vías de desarrollo?. Además ¿qué me garantizaba que Jalil estuviera vivo? sus dos hermanos mayores habían traicionado a la naciente república argelina y habían escogido voluntariamente ser ciudadanos franceses, habían votado con los pies y se habían instalado en la que había de ser su verdadera patria. Yo había perdido el contacto con ambos en fecha tan temprana como 1963, y eso era algo que había lamentado de veras durante décadas, porque Rachid y Nasir habrían podido ser, además de amigos, valiosas fuentes de información en relación a la suerte que hubiera podido correr Jalil en Orán. Claro que, a comienzos de los 60, lo que yo deseaba a toda costa era olvidar como fuera a mi amado Jalil, a quien estaba completamente seguro que no volvería a ver durante el resto de mi vida. ¿Me equivocaba quizá? Pronto lo descubriría tomé aire al llegar a la puerta de la ajardinada mansión, y sonreí para mis adentros al comprobar que todo encajaba con mi visión interior, todo seguía igual que en el 62, como si no hubieran pasado los lustros y las décadas por aquel edificio de estilo vagamente andalusí. Porque lo cierto es que el edificio se mantenía en muy buen estado de conservación, se notaba que lo repintaban de blanco cada cierto tiempo, y mantenía incólume su elegancia legendaria, una elegancia de tipo espiritual, diría yo, como la clase de gente que lo frecuentaba. Y siendo jueves por la tarde, fecha tradicional de reunión de las hermandades sufíes en el norte de Africa, no tardarían en aparecer los primeros devotos. Me detuve frente a la puerta entreabierta, dudando entre entrar o volver sobre mis pasos y marcharme a pasear por el Petit Lac o a dar una vuelta por el centro histórico ahora que aún era de día y podía disfrutar de la maravillosa luz mate del atardecer sobre las bellísimas fachadas coloniales oraníes.
Finalmente, aprovechando que un joven de veintipocos años, vestido a la europea, entraba en el recinto tras saludarme con el preceptivo "Salam aleikum", me decidí a seguirle. Sentí que se me encogía el corazón al volver a descalzarme, como prescribe la tradición islámica, y hollar de nuevo, tantos años después, la hermosa estancia en penumbra en la que se reunían para orar y meditar los cofrades. Si bien, por respeto, yo me quedé a la entrada de la estancia, en actitud de recogimiento pero ajeno a los preparativos de sus rituales, el mismo joven que me saludó al entrar, y que ahora se había cambiado de ropa para lucir una chilaba blanca que le permitiría mayor libertad de movimientos durante el culto (que se realiza íntegramente sentado en la postura del loto), me animó con gestos, primero, y guiándome del brazo, después, para que tomará asiento en un mullido cojín al fondo de la sala. A eso de las siete, había ya reunidas unas cincuenta personas, pero ni rastro de mi amigo Jalil, o yo al menos no le reconocí entre los asistentes; me había sentado en la misma postura que el resto de los presentes, pero, a diferencia de ellos, que parecían concentrados en su propio ser, con los ojos cerrados y la respiración imperceptible, yo estaba en estado de hipervigilia, controlando visualmente el más mínimo movimiento de cada uno de ellos, esperando que alguien se diera la vuelta de un momento a otro, y reconociera en mí a su amigo del alma, a su gran amor llegado desde tan lejos, y entonces las lágrimas acudirían prestas a nuestros ojos, y todo el mundo nos miraría embobados, asombrados de que un europeo y un argelino hubieran desarrollado alguna vez una amistad tan profunda, en un país tan poco acogedor para el diferente como la Argelia nacida de la independencia en 1962.
Pero nada de esto ocurrió; en su lugar, un leve murmullo de reverencia se dejó oír cuando el "sheikh", el guía espiritual de la comunidad, hizo acto de presencia en la sala y tomó asiento, en un simple cojín, como el resto de nosotros, pero en un lugar destacado frente a su entregada audiencia. Al principio, debido a la considerable distancia a la que me encontraba de él, y a que las tupidas cabezas (algunas de ellas, las de los más ancianos de la comunidad, con turbante incluido) de otros creyentes me imposibilitaban contemplarle en toda su majestad, no me di cuenta de su identidad, pero en cuanto abrió la boca y dirigió un sentido saludo personalizado a cada uno de los miembros, a quienes conocía por su nombre, me di cuenta, con el corazón acelerado a mas no poder, de que se trataba del propio Jalil en persona. No podía distinguirle bien del todo, pero sí veía que llevaba ropajes locales, sin turbante, y que gastaba una barba blanca, bien recortada, eso sí, que le daba un cierto aire venerable y de autoridad al mismo tiempo, sobre su parroquia. Una vez que hubo saludado uno por uno a todos los presentes, y de haber dedicado alguna frase cariñosa en el dialecto local a muchos de ellos, Jalil se dirigió a mí, preguntándome en árabe primero y en francés después, al comprobar mi origen europeo, como me llamaba, y a que se debía mi presencia en aquel lugar, interesándose por saber si se trataba de un buscador de la belleza espiritual en mi país de origen.
Me llamo Paul respondí en francés, para continuar mi exposición en árabe argelino y busco a un antiguo amigo que ha representado para mí siempre la belleza espiritual de la que los místicos sufíes hablan.
Jalil no mostró sorpresa alguna por mi respuesta, no así alguno de los presentes, que volvieron la cabeza para curiosear quien sería aquel intrigante europeo, y, de paso, para comprobar si le conocían de algo, y me refería a alguno de ellos en particular. El "sheikh" sonrió complacido, y todo su rostro, a pesar de la distancia, pareció transfigurarse en una fuente de energía alternativa, era como una lámpara a pleno rendimiento que iluminara la habitación en semipenumbra.
Muy bien, Paul, espero que encuentres a ese amigo espiritual muy pronto, y que, juntos de nuevo, podáis deleitaros en vuestra mutua compañía, rememorando en un ambiente lúdico y relajado los recuerdos compartidos de antaño, y bebiendo de nuevo de la fuente dorada de la amistad, la más maravillosa herramienta del ser humano en su camino a la felicidad, después de la búsqueda del ser divino.
Aquel alambicado lenguaje espiritual, pronunciado en frases rítmicas y de cadencia poética, en su florido árabe dialectal, me dejaron literalmente fuera de juego. El que hablaba, desde luego, no era el Jalil campechano y cercano que yo había conocido, sino el guía espiritual en que se había convertido, al parecer, a lo largo de todos estos años. La sesión de oración y prácticas espirituales terminó sobre las ocho y media, y, apenas terminar la misma, Jalil se levantó y desapareció de nuestra vista. Me quedé un poco cariacontecido por no haber podido verle más de cerca, pero siempre quedaba la opción de presentarme por las buenas a la salida, puesto que en algún momento debería salir del edificio, era evidente. El joven de la chilaba que me había animado a sentarme junto a ellos, se acercó a saludarme presuroso, y se dirigió a mí en un correcto francés con acento magrebí.
Hola, me llamo Karim
Yo soy Paul. Encantado le estreché la mano, un saludo al que parecía estar poco acostumbrado, a juzgar por la rigidez de su mano en el acto de entrechocarla con la mía.
¿Qué tal, Paul? ¿Qué le ha parecido la ceremonia? Es impresionante ¿verdad?.
Sí que lo es. Para un europeo como yo, resulta cuando menos sobrecogedora. ¡Todo parece tan auténtico aquí!; en mi país las ceremonias religiosas son frías y desangeladas, pero estas prácticas, en cambio, hablan directamente al corazón.
El muchacho, que tendría unos veinte años, y poseía un agradable rostro de rasgos morenos y encantadores ojos color miel, sonrió complacido con mi comentario.
Eso es también porque tenemos un guía fuera de serie. Se llama Jalil y es un hombre espiritualmente elevado, descendiente de una estirpe espiritual que ha transmitido su sabiduría de generación en generación directamente desde los tiempos del profeta Muhammad.
Sí, me consta. Le conocí bien en otra época
El joven abrió mucho los ojos de pura sorpresa, antes de responder.
¿A quien? ¿A mi abuelo?
¿Qué? ¿Quieres decir que Jalil es tu abuelo?
Sí - se pavoneó orgulloso soy hijo de su hija mayor, Aisha. He heredado las aficiones espirituales de mi abuelo; también me gusta la música raï, no creas, aunque no esté muy bien vista por aquí, pero esto supera a todo lo que el mundo puede ofrecerme ahí fuera.
Me alegra que hayas escogido este camino tan hermoso, que demuestra que el Islam es también una religión de tolerancia y profunda sabiduría espiritual. Pero, dime una cosa, ¿cómo podría hacer para saludar a tu abuelo? sin molestarle, claro, me imagino que ahora será un hombre muy ocupado.
¡Que dice! Mi abuelo siempre tiene tiempo para todo el mundo, incluso para los simples desconocidos que le saludan por la calle. Imagínese para un antiguo amigo, eso cae por su propio peso. Acompáñeme, y le hago pasar de inmediato. Tendremos que colarnos, pero es que, si no, los devotos no le dejarán hablar con usted hasta pasado mañana. Y ellos pueden disfrutar de su presencia durante todo el año, pero usted seguramente está de paso, y querrá hablar con él cuanto antes.
Me temo que sí. En principio pensaba permanecer hasta el domingo en Orán, antes de volver a casa.
¿Vive usted en Francia?.
No, en realidad vivo en España actualmente.
¡Ah! ¡España! ¡Real Madrid!¡Barcelona!
Bueno, hace tiempo que no sigo mucho la Liga, porque vivo en una ciudad pequeña, pero sí, son dos de los mejores equipos de Europa, sin duda.
¡Y del mundo! Yo soy del Valencia ¿sabe?...
El equipo de David Villa y de Carlos Marchena.
¡Y de Raúl Albiol! ¡Y de Albelda, Baraja, Morientes, qué se yo! Mire, es aquí señaló una puerta con arco de media luna y motivos islámicos tallados en su superficie - Espere un momento, que le voy a anunciar su visita.
El joven se hizo paso entre la decena de postulantes que hacían cola para presentar sus respetos al "sheikh", lo que aproveché para tomar aire y pasearme nervioso por el angosto pasillo atestado de gente. No pasó ni medio minuto hasta que el nieto de Jalil se abrió paso de nuevo entre la gente y me hizo pasar entre el gentío, cerrando la puerta a continuación. La sensación de alivio al dejar atrás aquel vocerío ensordecedor era indescriptible; parecía como si, obligados a permanecer en silencio y concentrados en buscar la fuente de luz que ardía en sus corazones durante la hora anterior, ahora sus discípulos fueran incapaces de mantener un tono de voz neutro, hablando tan alto (casi a gritos, me parecía a mí) como el resto de sus conciudadanos oraníes. Este era un dato que ya casi tenía sepultado en mi memoria: el elevado tono de voz en el que se comunicaban habitualmente mi antiguos paisanos, y que podía hacer creer a alguien que desconociera la lengua árabe que se estuvieran peleando entre ellos, cuando muy bien podían estar bromeando tranquilamente.
La primera sensación que tuve al encontrarme frente a frente con mi antiguo amante fue abiertamente contradictoria: no sabía si postrarme de rodillas ante él y venerar al encumbrado líder espiritual en que se había convertido, o lanzarme a sus brazos emocionado y con lágrimas en los ojos. No hizo falta que me decidiera por ninguna de las dos opciones, porque, nada más verme entrar, y quedarme boquiabierto ante él, admirando la aureola de santidad que parecía rodear a su persona, Jalil se acercó hasta mí con los brazos abiertos y un brillo iluminador en la mirada.
¡Mi muy querido amigo Paul!¡No puedo creer que estés aquí después de tanto tiempo!.
No pude responderle porque no me quedaban palabras para hacerlo. Allí delante tenía a la persona que más había querido en toda mi vida, con perdón para mi madre, y para Bertrand, a quien adoro, y que ha sido y es el verdadero compañero de mi vida, a quien no cambiaría por nadie, tampoco por Jalil. Estaba tan emocionado que me eché a llorar nuevamente, estropeando el momento, pero es que siempre había estado convencido en mi interior de que nunca más volvería a ver a mi antiguo amigo en el reino de los vivos.
Con vuestro permiso, os dejo a solas anunció Karim en baja voz, dirigiéndose hacia la puerta Tendréis mucho de que hablar. Y no os preocupéis, ya le digo a los demás que no os molesten durante un rato. Hasta luego.
Adios, Karim, y gracias por todo respondí, mientras me despegaba del prolongado abrazo que me había unido en carne mortal de nuevo a Jalil, después de más de 45 años de separación física.
Veo que ya conoces a mi nieto prosiguió Jalil con voz queda, llevándome hasta un amplio ventanal que daba hasta un patio interior, en el que destacaba una pequeña fuente de piedra en el centro, y varias palmeras datileras de tamaño mediano en cada una de las esquinas del mismo.
Sí, parece un gran chico. Me ha parecido un gran joven, con un fondo muy espiritual, y además es muy aficionado al fútbol, como yo a su edad.
Sí, tienes razón comparte con ambos varios rasgos de personalidad que le convierten en un joven muy carismático. De mí ha heredado mi vena espiritual, de su madre su llamativo físico, de su padre la afición por el fútbol y parece que ha heredado también de mí otros rasgos de carácter que me recuerdan a nosotros a su misma edad y señaló con un delicado gesto de la mano el solitario patio, en el que sólo pude ver, apoyando la espalda en el canto de la fuente, a un atractivo joven local, vestido a la europea, que escuchaba música de un mp3 a través de un audífono. No comprendí de que me hablaba hasta que Karim, en camiseta y vaqueros, hizo su aparición en escena, y ambos amigos se marcharon en dirección a la verja de entrada con las manos enlazadas, como los novios en los países occidentales.
Debo aclarar que la costumbre de caminar dos varones, sobre todo jóvenes, con las manos entrelazadas, es muy común en el norte de Africa, y en casi todos los países islámicos, en realidad, y no significa que ambos compartan algo más que una simple amistad. Es un gesto muy común que no está relacionado necesariamente con la homosexualidad; en esos países, no llama la atención a nadie por la calle, mientras que, sin embargo, esa misma muestra pública de cariño entre un hombre y una mujer, no está bien vista en general, pues los sectores más conservadores de esas sociedades lo consideran señal clara de concupiscencia. Sin embargo, bastó una simple mirada cómplice entre Jalil y yo para percatarme de que la relación entre Karim y su apuesto amigo iba, seguramente, algo más allá de una simple amistad.
Jalil me hizo pasar a una salita interior en la que la decoración consistía básicamente en una alfombra persa que cubría todo el perímetro de la diminuta estancia, un mueble aparador de madera acristalado, que contenía tan sólo media docena de laúdes, y una pequeña mesa auxiliar, con un juego de té completo para varias personas. La tenue iluminación de la estancia procedía de un estrecho ventanuco a modo de postigo, decorado con piedras de colores imitando motivos florales, que sumía a la habitación en una agradable atmósfera, acogedora y privada a un tiempo.
Había varios cojines desperdigados formando un círculo imperfecto alrededor de la mesita, y tomamos asiento uno enfrente del otro. Jalil me sirvió el humeante té en una taza de porcelana, recordando perfectamente, a pesar de los años y la distancia, la cantidad exacta de terrones de azúcar, dos, que prefería. Este detalle me emocionó, pero me lo guardé para mis adentros. Después, tras servirse él mismo, dejando caer graciosamente el líquido a gran distancia desde la tetera de plata maciza, me miró con ojos inquisidores y bondadosos, sonriendo apaciblemente al mismo tiempo. Su pelo, blanco como la nieve, unido a su cuidada barba, le daba un aspecto patriarcal fascinante. Deseé mentalmente tener un pelo semejante al suyo, en lugar de mi cabello canoso, que un día fue rubio, y hoy parecía resignado a mostrar al mundo un lúgubre color ceniza.
Tienes buen aspecto Jalil me observaba encandilado, como quien contempla un objeto muy valioso expuesto en un escaparate; sin embargo, al mismo tiempo, había una especie de desapego en su persona que le hacía sobrevolar muy por encima de los asuntos mundanos, como si estuviera suspendido en un limbo atemporal por encima de los pensamientos comunes se nota que practicas deporte y que llevas una vida sana.
Bueno, hago lo que puedo para cuidarme. A nuestras edades cualquier atención que le prestemos a nuestro cuerpo es poca.
El vehículo del alma, como dicen los místicos apuntó sabiamente él, bebiendo de la taza a pequeños sorbos Y cuéntame, querido Paul, ¿qué ha sido de tu vida todo este tiempo? ¿has sido feliz? Es algo que me ha obsesionado todos estos años, en que has estado siempre presente en mis oraciones.
Gracias. La verdad es que he disfrutado de una vida plena. He estado viviendo en Francia y en España, curiosamente las dos potencias coloniales de Orán; me hice finalmente abogado, especializado en conflictos laborales, y me ha ido bien en el plano profesional. Hablo perfectamente francés y español, me manejo bien en inglés, y me defiendo como puedo en árabe argelino.
No seas modesto intervino Jalil divertido lo hablas muy bien, mejor de lo que tú te piensas.
Se hizo un espeso silencio que Jalil aprovechó, con la diminuta taza rozando apenas sus labios, para sondear mi lenguaje corporal. Hice como que no me daba por aludido y desvié la mirada hacia el armario de los laúdes; sabía que no le había contado toda la verdad, pero no quería entrar en honduras sobre mi vida personal. ¿Cómo decirle a un líder espiritual que fuiste, eres, y serás siempre homosexual, uno de los grandes tabúes de todas las religiones, aunque se tratara de un ser humano tan excepcional y comprensivo como Jalil, que incluso podía ser considerado técnicamente bisexual?.
¿No te has olvidado de contarme algo, Paul? ¿Es que en tu vida sólo hay espacio para el trabajo y nada más? preguntó con sorna Jalil.
En realidad hace algunos años que estoy jubilado. Si lo que quieres saber es si existe una señora de Hernández, la respuesta es no. Vivo en pareja, sí, pero con otro hombre Jalil no dio muestras de mostrarse escandalizado ¿y cómo podría estarlo él precisamente? Se llama Bertrand Delanois, y, aunque parezca extraño, es un antiguo compañero de liceo aquí en Orán al que volví a encontrarme años más tarde en España, siendo ambos ya hombres adultos. Vivimos juntos en un apartamento frente al mar en Almería, una ciudad situada frente a las costas de Orán, de la que procedía parte de la colonia española oraní, entre ellos la madre de Bertrand.
Lo sé, lo sé, allí se rodaron muchas películas del Oeste en los años 60 comentó Jalil Formó parte del reino de Granada hasta el siglo XV, y cuanta con una alcazaba árabe que domina la ciudad. Estuve visitándola hace unos años, y quedé fascinado con ella, parece una ciudad argelina sin lugar a dudas. Por no hablar de la propia Granada, claro. Eso son palabras mayores, alimento para el espíritu, vitaminas para el alma. Recorrer sus calles y su Alhambra equivale a varias sama simultáneas, uno se siente renovado al tener el privilegio de pisar sus centenarias callejas.
Allí vive el resto de mi familia. Mi padrastro murió hace varios años, y mi madre hace unos meses, con 92 años. Y allí tengo a mi hermano Julien, que a su vez tiene hijos más mayores que tu nieto Karim. Estoy muy unido a esa rama de mi familia.
¿Y cómo se vive en lo que llaman países industrializados? preguntó Jalil con vivo interés por la respuesta siempre me he preguntado si habré hecho bien quedándome en Argelia y dedicando mi vida al plano espiritual, viviendo sin grandes lujos. Hoy en día sé que he cumplido con la misión que el Altísimo me confió al nacer, y sólo tengo motivos para agradecerle su clemencia con este pobre mortal, pero cuando era más joven tuve dudas muy serias sobre cual era el camino que me conduciría a la felicidad y la realización personales.
¿Quieres decir dejé la taza en el platillo y me le quedé mirando fijamente, alucinado que te hubiera gustado irte a vivir a Francia con tus hermanos y conmigo de buena gana, y que hubiéramos podido tener la oportunidad de ser felices juntos en Europa?.
Bueno, yo no diría tanto, porque me hubiera resultado difícil escapar de mi propia cultura, que tiene unas reglas muy precisas. Básicamente una: haz lo que quieras, pero en privado. Que no trascienda. Aquí en Argelia uno puede hacer lo que quiera con su vida, siempre que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Y convivir con otro hombre, aunque lo deseara ardientemente, hubiera resultado excesivo para un hombre musulmán practicante. Pero tal vez en Europa no me hubiera casado nunca, y de ese modo nosotros podríamos pero ya es tarde para lamentarse, y además estoy muy orgulloso del camino escogido. El camino difícil, el de los verdaderos sufíes. Aunque eso no significa que haya sido infeliz en ningún sentido.
¿Has sido feliz en tu matrimonio entonces?
Mucho. Agradezco al Todopoderoso la dádiva de haberme concedido conocer a dos personas maravillosas, las únicas con las que he mantenido una relación sentimental en mi larga vida: tú, a quien considero el mayor regalo divino posible, una fuente suprema de dicha y felicidad, y Fátima, mi compañera en el viaje de la vida, una mujer tan bella por dentro como en su exterior. Una buena esposa y mejor madre, y un motivo de orgullo por su inteligencia y sagacidad para cualquier hombre a quien hubiera escogido por esposo.
Aunque no lo expresaba verbalmente, me quedó claro que, pese al amor entrañable que le despertaba su esposa, el verdadero amor de su vida había sido un hombre: yo. Se notaba en el distinto tono de voz que utilizaba para hablar de ambos, pasional y emocionado al hablar de mí, tranquilo y pausado al referirse a su esposa. Aquello no sólo halagó mi ego, sino que me hizo ser consciente de que los sentimientos humanos no entienden de sexos ni de lealtades, son tan ciegos e impredecibles como el ojo de un huracán que todo lo destruye a su paso.
Durante mucho tiempo temí que te hubiera sucedido algo terrible tras la independencia del país, sugerí sin intentar ahondar en tan espinoso tema no sabes lo que me alegra saber que estás bien y que todo en tu vida ha estado en orden, conforme a los principios morales que siempre te han guiado en tu caminar.
A decir verdad, querido Paul, no siempre fue así. Hemos pasado épocas muy difíciles en Argelia, en general, y nosotros los buscadores del amor divino, en particular. Desde el primer momento el Gobierno nos hizo la vida imposible eso era algo que yo ya imaginaba, que intentarían controlar a las cofradías, e incluso deponer a los "sheikhs" y nombrar sustitutos oficialistas, más complacientes con el nuevo poder. Y después hemos tenido nuestra cuota de sufrimiento durante la guerra civil de los años 90, porque nuestra visión tolerante y pacífica del Islam no concuerda con la brutal ortodoxia de los grupos fundamentalistas, que hicieron furor en aquellos años de plomo.
¿Y sacaste alguna lección de tales pruebas del destino?
Por supuesto, siempre hay que sacar una conclusión válida de cualquier experiencia que nos ofrezca la vida. La principal lección que me ha ofrecido la vida es que el fanatismo y la intolerancia no conducen a ningún sitio. Y aquí en Argelia, hasta tiempos muy recientes, hemos sido testigos de todo un despliegue de prepotencia y malos hábitos por parte de los poderosos, que con el tiempo les pasaría factura. Los gobernantes nos han vendido la idea, durante largos años, de que, en cierto modo, el fin justifica los medios, y que los actos de terrorismo indiscriminado y las matanzas de los años 50 y 60, de alguna manera, eran males "necesarios" en la construcción de la nacionalidad argelina. Como si esas pobres vidas inocentes pudieran ser sacrificadas en el altar de la patria por un ideal mayor y trascendente. Una barbaridad. Por eso, cuando en los años 90 los grupos fundamentalistas islámicos se alzaron en armas contra el Gobierno y utilizaron sus mismos métodos, realizando actos de terrorismo indiscriminado y matanzas de poblaciones enteras en las montañas, los argelinos en conjunto nos dimos cuenta de hasta que punto habíamos errado en nuestros juicios, y cuan soberbios habíamos sido en nuestros planteamientos políticos y sociales.
Quieres decir que la situación ha mejorado en estos últimos años.
Gracias a Dios y elevó las manos en plegaria hacia el cielo, en señal de agradecimiento los puntos de vista de los políticos, y de la sociedad en general están cambiando, poco a poco, pero en la dirección de un mayor entendimiento y respeto hacia los demás. Siempre ha habido gente muy valiosa en Argelia, la diferencia es que ahora se les permite expresarse por fin. Y al menos tenemos un presidente, el señor Bouteflika, que siente simpatías personales hacia las cofradías sufíes, y le encanta fotografiarse con ellas. Aunque sólo sea eso, de momento, ya es un gran avance en comparación a la situación anterior de acoso permanente. Que todo siga así, loado sea Dios.
Creo que te has convertido en el proyecto de hombre que llevabas dentro, en la mejor versión de ti mismo, Jalil. Me pregunto si en mi caso habrá sucedido lo mismo.
Deja que sea el Creador quien decida eso, querido amigo sugirió apurando su escueta taza - ¿Te apetece otro té, Paul?
No, gracias. A decir verdad estaba pensando en otra cosa. Me he fijado que en ese mueble y al decir esto señalé con la mano el mueble situado a su espalda guardas celosamente varios laúdes. Y me gustaría tener el privilegio de tocar algo juntos como remate de esta jornada tan gloriosa. ¿Te apetece?
Por supuesto tocar el laúd es un placer para los sentidos y para el alma definió Jalil en tono poético y si es en compañía de un entrañable amigo a quien hace muchos años que no veo, mejor todavía.
Se dirigió hasta el aparador y extrajo del mismo dos valiosos ejemplares, probablemente los mejores de su pequeña colección, ambos artesanales. Me quedé en silencio admirando la belleza del instrumento, y empecé a rasguear con mimo sus cuerdas. Para probarlo, elegí una de mis composiciones favoritas, el "Romance anónimo" que aparecía en la película francesa "Juegos prohibidos", intentando extraer todo el sentimiento posible de cada una de sus notas.
¡Caramba! Nunca pensé que tocaras tan bien un instrumento tan unido a la cultura islámica como el laúd comentó Jalil impresionado - ¿Dónde has aprendido a tocarlo tan bien?.
Bueno, si te soy sincero, le cogí mucho cariño al laúd que me regalaste por mi cumpleaños en cierta ocasión, y durante mis noches solitarias como estudiante universitario en París, durante los primeros meses de mi exilio europeo, porque yo siempre he considerado mi marcha de Argelia como tal, me dedicaba obsesivamente a tocarlo. En las largas noches de insomnio de aquellos meses, en que todo me recordaba a ti y echaba de menos hasta el último rincón de la geografía de tu cuerpo y de mi patria argelina, me convertí, sin maestro alguno, de modo autodidacta, en un virtuoso del laúd. Y años después, ya de adulto, en España, he tenido un profesor de origen marroquí, con el que he perfeccionado la técnica. Eso es todo.
Asombroso. Debes haber sufrido mucho lejos de tu tierra.
No lo sabes tú bien pero mejor que con palabras te lo expresaré con una canción que escuché por primera vez en el ferry que me conducía hasta Marsella en compañía de tus hermanos.
Las notas de aquel laúd nunca sonaron tan dulces y melancólicas como cuando entoné los primeros acordes del "Adieu, mon pays" de Enrico Macias.
Jai quitté mon pays, jai quitté ma maison
Ma vie, ma triste vie se traîne sans raison...
Cuando la canción llegó a su fin, dos gruesas lágrimas resbalaban por mis mejillas. Jalil, uno de los seres más sensibles y empáticos que he conocido en mi vida, lloraba a mares sin mostrar vergüenza alguna. Estaba verdaderamente emocionado, y no encontraba la manera de responder racionalmente, toda vez que estaba demasiado tocado en lo más profundo de su alma. Alargó su mano hacia la mía en completo silencio, y permanecimos unidos en estrecho contacto, mirándonos fijamente y sin decir palabra, por espacio de un minuto; es imposible expresar todo el amor y la energía que me transmitió con este simple gesto.
Me robaron mi país confesé entre lágrimas me robaron mi juventud, y me robaron a la persona que amaba. Pero no les odio, Jalil, hoy me he dado cuenta de que el destino tiene sus propias leyes, que el corazón de los hombres ignora.
Jalil sonrió complacido al escuchar esto, se secó las lágrimas con una servilleta, y comenzó a rasgar su laúd con una bella canción de amor, del género "ghazal", que habla de amores entre un hombre en la plenitud de la vida y un muchacho más joven, y que son muy populares, tanto en su forma poética como en la cantada, en el universo sufí, donde la figura del amado sirve indistintamente para expresar el amor entre dos seres humanos, y la búsqueda más elevada del amor divino, del Amado por excelencia. Sus dedos elegantes y sinuosos, que no parecían haber perdido facultades con el paso del tiempo, desgranaron la más bella melodía, acompañada de la más tierna letra que un hombre pueda dedicar a su ser amado. Lo consideré un homenaje personal a nuestra pasada relación, y me sentí embriagado de que aquel viejo guía espiritual conservara un espíritu romántico, sin faltar a su esposa y a sus deberes religiosos, y decidiera compartir conmigo la composición más íntima de su repertorio. Los minutos se convirtieron en horas, las más intensas de mi vida adulta, con total seguridad, en las que nos deleitamos en nuestra mutua compañía, con la simple compañía de dos viejos laúdes, como las manos que los tañían, y el sonido quebrado de nuestras voces acompañando algunas de las canciones. Aquella "jam-session" improvisada fue la experiencia catártica que me ha permitido afrontar mi segunda madurez, que algunos denominarían vejez, con un renovado interés por el mundo y sus habitantes, y ha marcado un antes y un después en mi propio despertar espiritual. Perdonar es la clave.
FIN