Habitantes del desarraigo (5)

La huida masiva de ciudadanos franceses de Argelia alcanza a Paul, que se ve obligado a abandonar su tierra natal y el amor de Jalil. Años después, mantendrá algunos decisivos encuentros con personajes de su pasado argelino.

ANNE-MARIE

Si hay un momento en mi vida en que sentí de verdad el aliento divino en mi costado fue en la mañana del 24 de Junio de 1961, el día en que tradicionalmente la numerosa comunidad local de origen alicantino celebraba en las playas de mi ciudad la fiesta de San Juan con sus características hogueras, que han dado justa fama a la celebración.

Muy temprano aquella mañana, tras atender a las vecinas más madrugadoras, que se acercaban raudas a comprar el pan recién horneado, recibí la siempre grata visita de mi ex novia Anne-Marie, que vivía a escasas manzanas de mi casa, en el barrio portuario de Sidi El Houari. Venía a recoger una tarta de manzana que había encargado dos días antes para dar una sorpresa a su novio, Bertrand, que cumplía ese día 22 años, y se mostraba tan coqueta y encantadora como acostumbraba. Estuvimos comentando las últimas noticias y chismorreos del vecindario, los rumores de una posible tregua del FLN al finalizar las conversaciones de paz con el gobierno francés, y tras un par de minutos de charla intrascendente entré en el obrador a por la tarta. No bien había entrado a la amplia zona de trastienda cuando sentí el escalofriante ruido de disparos de ametralladora justo en la puerta de la tienda y, acto seguido, de cristales rotos que estallaban en pedazos. Me tiré al suelo de forma automática buscando refugio debajo de una mesa, mientras escuchaba los desgarradores gritos de pánico de Anne-Marie mientras duró la mortífera descarga contra la fachada del local. Después, el silencio absoluto. Cuando me decidí a salir de mi escondite, un buen número de vecinos y curiosos se arremolinaban histéricos ante los restos del escaparate de la tienda. La infortunada Anne-Marie, a quien una bala había alcanzado en el lóbulo occipital del cerebro, falleció en el acto, y además tenía otras heridas de bala en el brazo y en el muslo derecho. Toda ella era un reguero de sangre, y a pesar de mi apremio por trasladarla de inmediato al hospital más próximo, nada se pudo hacer para salvar su vida. La gente en el exterior discutía si los autores de tan horrible crimen habían sido árabes o europeos, pues había versiones contradictorias sobre el particular, pero eso ya no importaba. Lo único cierto es que una hermosa mujer de 21 años, que se encontraba en la flor de la vida, había sido asesinada sin razón aparente, y lo que es peor, yo siempre he sospechado que esas balas asesinas no eran casuales, sino que iban dirigidas a mi persona en una mal planificada operación de venganza. Estudiando los acontecimientos posteriores de mi vida me he preguntado muchas veces la razón última de aquellos hechos, y porqué razón tuvo que ser la bella e inocente Anne-Marie la elegida por el destino para tan infausto final. También debo aclarar que los residentes en Argelia en aquellos años estábamos acostumbrados a flirtear con la muerte por el simple hecho de salir a la calle a comprar el periódico, y en cierto modo estábamos vacunados contra el miedo, y hermanados con la impotencia desde hacía demasiado tiempo ya como para sorprendernos de nada.

El entierro de la joven fue una de las múltiples manifestaciones de duelo e indignación que proliferaron en Argelia a comienzos de los años 60. Sus padres (Anne-Marie era hija única) estaban literalmente destrozados, y el pobre Bertrand, vestido de luto riguroso y con el rostro oculto entre las manos mientras el cura testimoniaba en su homilía sobre las ampliamente conocidas virtudes morales de la fallecida, no pudo levantar la vista del suelo durante la ceremonia. A partir de ese día, mi amigo Pascal y yo arropamos diariamente con nuestra presencia a nuestro desvalido colega, que incluso dejó de jugar al fútbol en la siguiente (y última) temporada futbolística con significativa presencia "pied-noir" en las plantillas de los equipos locales.

Jalil, por su parte, también sintió la poderosa mano de la venganza de Lucien y sus esbirros poco después, cuando salía de rezar de la popular Mezquita del Pachá. Un individuo de origen europeo intentó sin éxito dispararle por la espalda desde el otro extremo de la calle, pero Rachid, el hermano de Jalil, que pertenecía al 2ª Regimiento de Tirailleurs Argelinos del Ejército Francés, y se encontraba casualmente en la zona cubriendo la seguridad de los fieles, se apercibió de lo ocurrido y descerrajó su cargador sobre el sicario enviado por Lucien. Ahora Jalil debía su vida tanto a mí como a su propio hermano, aunque él también se lo agradecía a Dios por su extraordinaria clemencia para con su humilde súbdito, como era de esperar en una persona tan espiritual.

El último año de presencia francesa en Argelia fue, sin duda, el más sangriento con diferencia de toda la guerra. Ello fue debido a la súbita aparición, a partir de septiembre de 1961, de un grupo terrorista de nuevo cuño, la tristemente célebre OAS (Organisation de l’Armée Secrète, Organización del Ejército Secreto, en español), fundada por el propio General Salan en la clandestinidad el 29 de Mayo de 1961, para vengar lo que se consideraba la "rendición incondicional del Estado Francés ante los terroristas árabes del FLN". A partir de aquel instante, con la partida perdida de antemano, la cadena de actos terroristas por parte del FLN y de la OAS sumió a la provincia norteafricana en un colosal caos, que habría de conducirnos directamente al desastre más absoluto. El clima de guerra civil era ya tan insoportable que la mayor parte de la gente empezamos a limitar nuestras actividades diarias; mi relación con Jalil se vio también afectada, pues eran escasas las oportunidades de reunirnos, aunque siempre encontramos un momento y un lugar apartados para entregarnos a nuestro mutuo amor, antes de que el destino decidiera separarnos para siempre.

Tras los acuerdos de Evián, en marzo de 1962, que consagraban la futura independencia de Argelia, y la supeditaban a un plebiscito meramente testimonial, pues con su abrumadora mayoría numérica los árabes lo tenían ganado de antemano, el Apocalipsis bíblico hizo su aparición en tierras argelinas, donde los desórdenes públicos y la falta de autoridad de la administración francesa, en abierta retirada, fomentaron la anarquía total y los actos de extremismo más sangrientos y repulsivos por ambas partes. Los secuestros indiscriminados de europeos por parte de milicianos árabes se hicieron moneda corriente a partir de marzo, especialmente de mujeres y niñas. La aparición súbita en las calles de Orán, Argel o Constantina de los llamados "barbouzes" (barbados), terroristas franceses de la OAS disfrazados con barbas postizas, disparando contra las multitudes o asesinando a musulmanes a plena luz del día, y los habituales atentados indiscriminados del FLN, cada vez más frecuentes y mortíferos, sumieron a toda Argelia en la oscuridad moral y en la más degradante de las miserias humanas: la falta de compasión con sus semejantes. Amparados en su inminente victoria, las iglesias católicas de Argelia, algunas de las cuales llevaban 130 años de actividad continuada y fructífera, fueron ocupadas por centenares de árabes encolerizados, que clausuraban el culto cristiano y, o bien las convertían en mezquitas o en bibliotecas públicas, como ocurrió con la hermosa Catedral del Sacré Coeur, de peculiar estilo neomorisco. Que comparación entre esta locura colectiva, que no había hecho más que empezar a manifestarse en mi país, y la tranquilidad que destilaban las prácticas ascéticas de Jalil y sus compañeros de cofradía en sus reuniones de oración de los jueves por la tarde. Me pregunté muchas veces como les afectaría a ellos toda esta revolución en marcha, y si sus vidas no se verían afectadas de igual modo ante la debacle que se anunciaba en lontananza. La última vez que hice el amor con Jalil, en el silencio cómplice del chalet de mis padres, en las cercanías de Aïn-el-turck, le expresé abiertamente mis miedos acerca de su situación futura si optaba por quedarse en Argelia después de la independencia.

No te preocupes, no me harán nada. El Todopoderoso me protege, como he podido comprobar en varias ocasiones – afirmaba, sin ningún engolamiento por su parte, sino convencido de cada una de las palabras que pronunciaba.

Pero Jalil, tienes un hermano tirailleur, y otro más mayor que es "harki", ambos traidores a ojos del FLN. Y tú tampoco es que te hayas mostrado muy activo en la lucha por la independencia, que se diga – le hice ver mientras acariciaba su sedoso cabello color negro azabache, como la noche estrellada que presenciaba nuestro diálogo.

Tranquilo, no pasa nada. También tenía otro hermano más mayor militante del FLN que murió en el 57 durante una sesión de tortura en una comisaría de Orán. Está reconocido como mártir de la causa, por eso pienso que a mi padre y a mí no nos harán nada. Sin embargo, siento algo de miedo, yo, que no le temo a nada ni a nadie, por mi maestro espiritual.

¿Y eso? `¿Qué pueden hacer con un ser tan noble y respetado como él? No creo que matarle les reportara mucha popularidad entre los sectores religiosos de la nueva nación.

No, no creo que le maten. Pero es sabido que el FLN considera a las cofradías sufíes colaboracionistas con el ocupante francés, y la verdad es que hemos prosperado mucho durante el siglo y medio de presencia francesa. Las autoridades coloniales siempre han mostrado un gran respeto por nuestras costumbres, pero me temo que ahora los del Frente quieran intervenir las cofradías, y nombrar maestros más complacientes con el nuevo poder.

Entonces…si es así ¿Porqué no emigras a Francia con nosotros?. Allí podrías comenzar una nueva vida, lejos de toda esta barbarie que nos rodea. Mucho me temo que a partir del 1 de Julio, tras el referéndum de autodeterminación, la desbandada puede ser generalizada.

Lo siento, no puedo hacerlo – apoyó su cabeza en mi regazo en un gesto mimoso - No podría abandonar a mis padres; ellos son mayores y me necesitan. Como sabes, en mi cultura son los hijos varones los que deben preocuparse de cuidar a sus mayores en la vejez, y si me voy yo, ellos se quedarían en Orán completamente solos; porque de algo estoy seguro: ellos no abandonarían Argelia voluntariamente. No, yo debo ocuparme de su negocio, como hasta ahora, y de procurarles un sustento en la vejez. Además… - se quedó callado un momento, para coger aire antes de continuar con su exposición – mis padres me han presentado a una joven muy guapa a la que consideran apropiada para ser mi esposa, y he decidido aceptar la oferta. Así no me sentiré tan sólo cuando te marches a Francia o a España.

Sí, haces bien – sentí un nudo en la garganta al pronunciar estas palabras que me impedía casi respirar – debes rehacer tu vida cuanto antes. El matrimonio te vendrá bien, espero que seas feliz con tu compañera y tus futuros hijos.

Pero hay un favor que te quiero pedir desde lo más profundo de mi corazón, aunque sé que no soy la persona indicada para pedir nada, puesto que te debo lo más preciado que tiene un ser humano, que es la propia vida.

Ya sabes que no te podría negar nada, Jalil. Tú pide y yo haré lo que esté en mi mano por complacerte.

Se incorporó de repente, como para demostrar la importancia de su petición, y se sentó a mi lado, enlazando las manos en un romántico gesto que me impulsó a besar nuestros nudillos amalgamados.

Quiero que hables con mi hermano Nasir, y le convenzas para que se marche a Francia. El se niega porque no es capaz de ver el peligro en el que se encuentra, y además está enamorado de una muchacha que se niega a casarse con él si se marcha a vivir al extranjero. El sólo ve a través de los ojos de ella, y no se da cuenta del peligro mortal que representa para él haber sido voluntario de una patrulla de autodefensa al servicio de los intereses franceses. Haber sido "harki" le puede costar la vida, y él no quiere verlo. Sé que le matarán en cuanto os marchéis los franceses, y sólo tú puedes impedirlo, Paul.

Me apena decir que creo que llevas toda la razón. Dado el nivel de fanatismo actual, su vida tras la independencia no vale ni un mísero franco. Veré lo que puedo hacer, habib.

Gracias, mi amor. Sabía que lo entenderías – y se recostó de nuevo en mis rodillas, dejando pasar el tiempo entre caricias y besos que ambos sabíamos no volverían a repetirse en muchas lunas, tal vez nunca, si él cumplía su propósito de casarse con aquella joven tan bonita, y yo abandonaba definitivamente mi país natal, tal como tenía previsto.

En las semanas previas a la anunciada independencia de Argelia, aproveché para despedirme de todos mis vecinos y conocidos, quienes, a su vez, en la mayoría de los casos, también estaban haciendo las maletas para embarcarse rumbo a Europa lo antes posible. El 29 de Mayo de 1962 mi amigo Pascal y su novia Nicolette se casaron en una pequeña iglesia de Orán, que la turba no tardaría en profanar y convertir más tarde en mezquita, tras la partida del Ejército francés. Dos días después, los recién casados se enrolaban en un barco que procedía de Marsella y debía conducirles, con todas sus pertenencias a bordo, hasta el remoto archipiélago de Nueva Caledonia, un lejano departamento francés de Ultramar, donde pensaban iniciar una nueva vida alejados del tumulto y el miedo permanente que habían conocido en su etapa norteafricana. Nunca más volví a saber de ellos, pero espero que hayan obtenido toda la felicidad y el sosiego vital que ambos merecían. Pocos días después fue mi hermana Almudena quien se dirigía al altar en la Catedral del Sagrado Corazón, para desposar a su novio Henri, un joven militar llegado años antes desde Rouen, con quien deseaba empezar una nueva vida de inmediato en tierras galas. La despedida en el puerto, en la mañana del 4 de Junio, no pudo ser más emotiva para mi desventurada familia. Todos llorábamos sin control, conscientes de que nuestra partida de Orán se acercaba inexorablemente, como ocurría ahora con mi hermana.

Nuestra salida estaba prevista para finales de junio, pero un macabro acto terrorista, a la desesperada, de la muy activa rama oraní de la OAS sumió a la ciudad en el caos, al volar de forma suicida los miles de litros de toneladas de fuel que se acumulaban en el puerto, oscureciendo la ciudad durante jornadas enteras hasta que se consiguió extinguir el monumental incendio, y que a mi me pareció una premonición del negro panorama que nos esperaba a los "pieds-noirs" de cometer la osadía de permanecer en Argelia después de la independencia. El 2 de Julio, el día posterior al plebiscito que consagró la independencia de Argelia de modo irreversible, mi madre, mi padrastro y mi hermano Julien embarcaron en un atestado ferry rumbo a Alicante, pues finalmente mi madre había hecho de tripas corazón, y había decidido regresar a su tierra natal, a pesar del odio que sentía hacia el General Franco, pues aún era mayor su rencor, y no digamos ya el de Marcel, hacia el Estado francés por habernos abandonado a nuestra suerte en un proceso de descolonización tan chapucero e injusto como el argelino.

Y dos días después, el 4 de Julio, el día anterior a la independencia de mi país, me enrolé en un barco rumbo a Marsella, cumpliendo una promesa que había hecho a Jalil, aunque eso era algo que no podía contar a mis padres, a los que puse como excusa que debía resolver unos trámites burocráticos en Francia, antes de reunirme con ellos en España. En realidad no viajaba solo: los dos hermanos mayores de Jalil, Rachid, el tirailleur, con su esposa y dos hijos, y el antiguo "harki" Nasir, con el corazón destrozado tras romper con su novia oraní para poder a cambio salvar su vida, me acompañaban en el trayecto rumbo a una patria desconocida, que no pensaba recibirnos con los brazos abiertos a ninguno de los tres. Jalil, que se encontraba en el puerto con sus padres para despedir a sus hermanos, valiente como era, hizo un aparte conmigo y me abrazó antes de subir a bordo con toda la fuerza que sus nobles sentimientos le permitían. Sus padres, vestidos a la usanza tradicional musulmana, no comprendían como su hijo mostraba tanta familiaridad con un "pied-noir" como yo, y era imposible que pudieran imaginar la profundidad de nuestros lazos afectivos. Intenté no llorar delante suya, aunque mi atormentado corazón destilaba lágrimas de sangre por una separación tan injusta como prolongada en el tiempo: tenía toda una vida por delante para acostumbrarme a su ausencia y para añorar los paisajes mediterráneos de mi país natal.

Nada más abandonar la bocana del puerto, apoyado en la barandilla del barco que me alejaba de mi amado Jalil y de la cautivadora Orán, encendí el transistor de radio que llevaba conmigo para amenizar la travesía. Mientras contemplaba por última vez la ciudad de las colinas gemelas y de los dos leones, no pude evitar llorar como un crío mientras escuchaba la canción que otro argelino de nacionalidad francesa como yo, y religión judía, de nombre artístico Enrico Macías, compuso al abandonar su patria argelina poco antes. Se titulaba "Adieu, mon pays " (Adiós, país mío) y era una hermosa balada que se había hecho muy popular en Francia en los últimos meses, y que ahora, con el éxodo masivo de la población de origen europeo a Francia, cobraba trágica actualidad con su sentida y emotiva letra, que empezaba así:

J`ai quitté mon pays, j’ai quitté ma maison

Ma vie, ma triste vie se traîne sans raison

J’ai quitté mon soleil, j’ai quitté ma mer bleue

Leurs souvenirs se reveillent, bien après mon adieu

Soleil, soleil, de mon pays perdu

La huida masiva y desordenada de ciudadanos franceses de Argelia en los meses anteriores y posteriores a la independencia se convirtió en uno de los acontecimientos más trágicos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Al menos 900.00 personas, del millón de "pieds-noirs" con que contaba Argelia antes de la independencia, optaron, obligados por la política de acoso y terror llevada a cabo por el triunfante FLN y su rama armada, la ALN, por abandonar presurosos su país de origen, y, en muchos casos, dejando atrás todas sus pertenencias. Mis padres, por ejemplo, prendieron fuego a su popular panadería para evitar que cayera en manos árabes, pero tanto su casa de Orán, como su chalet de Aïns-el-Turck quedaron intactos, y ahora pertenecen sin duda a manos extrañas, que disfrutarán como suyos lugares que un día habitamos nosotros y contemplarán puestas de sol y amaneceres desde las mismas ventanas en que mi familia lo hizo décadas atrás, antes de que el odio fratricida les obligara a poner tierra de por medio con una mano delante y otra detrás.

La llegada a Marsella de los barcos cargados de indeseados emigrantes, que supuestamente regresaban a su patria, (en realidad un país desconocido para ellos que no sentía la menor simpatía hacia aquellos extraños franceses gesticulantes y gritones, que hablaban con un acento extraño), fue caótica. El Gobierno francés, fiel a su política de imprevisión permanente, había calculado en su delirio que tan sólo unos 300.000 "pieds-noirs" elegirían regresar a Francia, y que el resto seguramente decidiría permanecer en una Argelia independiente, pretendiendo ignorar el hecho de que el nuevo Gobierno argelino, contra el que habían luchado ferozmente, les pensaba hacer la vida imposible. Como consecuencia de tamaño despropósito, no sólo el puerto, sino las propias calles de Marsella se vieron inundadas de inmigrantes durante semanas, y nos vimos obligados a dormir durante días en parques y jardines públicos, o en cualquier banco de la calle, porque todos los alojamientos de la ciudad estaban atestados de refugiados, y la Cruz Roja local colapsada, debido a la impresionante avalancha humana que se había abalanzado sobre la ciudad desde comienzos de Junio.

Tras haber cumplido mi palabra con Jalil, y haberme asegurado de que ambos hermanos serían finalmente admitidos como refugiados en Francia (con Rachid no había problema, por pertenecer al Ejército francés, pero me preocupaba la situación irregular de Nasir, que no poseía la nacionalidad francesa, como la mayoría de "harkis", si bien la influencia de los superiores castrenses de su hermano, un "tirailleur" muy apreciado en su unidad, ayudó a solventar su situación de desamparo legal, y consiguió que pudiera acogerse al estatuto de refugiado, y, por ende, el derecho de permanencia en territorio francés) me despedí de los hermanos de Jalil y de sus familiares en Marsella, y me encaminé a España en la mañana del 9 de Julio. Pasé primero por Barcelona, y el día 14 me encontraba en Madrid. Una vez allí estuve visitando su afamado Museo del Prado, y el Palacio de Oriente, paseé por la concurrida Gran Vía, y no me costó localizar a su costado la calle Silva, donde mis padres habían estado viviendo brevemente, poco antes y después del estallido de la guerra civil. Después decidí entrar a ver una película recién estrenada de la niña prodigio Marisol en el Palacio de la Música, titulada "Tómbola", y pasé un rato relajado con sus canciones y su atractivo físico, que a mis ojos parecía más francés que español, después de tantos pesares y desdichas anteriores. Me sirvió para practicar un poco mi español, que en aquella época era un poco macarrónico, dicha sea la verdad. Al salir del cine, un grupo de guapas adolescentes cantaban en la puerta del cine la pegadiza canción que da título al filme, ajenas por completo a la brutal persecución que un grupo de cuatro integrantes de la temida BPS (Brigada Político-Social) realizaba sobre dos jóvenes de aspecto atildado y posiblemente universitarios, sobre quienes descargaron en plena Gran Vía una lluvia de golpes desproporcionada a la escasa resistencia que mostraron, antes de introducirlos a toda prisa en un vehículo en marcha, rumbo, con toda seguridad, aunque en ese momento no podía saberlo, a los tétricos sótanos de la DGS (Dirección General de Seguridad), sita en la madrileñísima Puerta del Sol. Este amargo incidente, que me retrotraía sin querer a pasadas vivencias violentas en mi tierra natal, unida a la descorazonadora indiferencia que mostraban los demás transeúntes que circulaban próximos a los dos estudiantes vapuleados y detenidos, me hizo darme cuenta de que la España de 1962 no era, desde luego, el lugar donde deseaba vivir y desarrollar mi potencial como ser humano. Pasé, sin embargo, el resto de las vacaciones con mi familia en Alicante, donde conocí por fin a mi abuela materna (el abuelo había fallecido ya) y a varios hermanos de mi madre, que se desplazaron, en un gesto que les honraba, hasta la ciudad levantina para volver a abrazar a mi madre tras casi 25 años de ausencia en sus biografías. Después, ayudé a mis padres a trasladarse nuevamente, esta vez de forma definitiva, a la ciudad de Granada, de donde era oriunda la familia de Marcel, y donde pensaban montar una panadería similar a la que se habían visto obligados a quemar hasta los cimientos en Orán. Esta vez, sin embargo, les hice ver a las claras que no podían contar conmigo como dependiente de la misma, y que deberían buscar a alguien para regentarla, puesto que Marcel se veía imposibilitado de atenderla durante largas horas; no hizo falta porque mi madre, ahora que Julien estaba hecho todo un hombrecito y ya no la necesitaba como antes, se ofreció a hacerlo mientras el cuerpo le aguantara. Y tenía cuerda para rato, pues vivió con buena salud y fortuna hasta los 92 años, falleciendo en su querida Granada en enero de 2008. Trasladarse a esta bellísima ciudad fue todo un acierto, porque en ella siempre se sintieron como en una réplica a pequeña escala de Orán, aunque aún más bella, a mi parecer, por su innegable aire oriental y andalusí, que hacia las delicias de cuanto "pied-noir" la visitara ("tiene lo mejor de Argelia – me comentó mi hermana Almudena, en una ocasión en que visitó la ciudad en los años 70 – sin incluir lo peor: sus fanáticos habitantes", en racista referencia a la población árabe argelina, a la que mi hermana seguía detestando muchos años después de la diáspora hacia Europa de toda la familia y sus escasas pertenencias. Nunca compartí sus radicales postulados políticos, aunque comprendía hasta cierto punto su resquemor y rencor por todo lo ocurrido).

En septiembre de 1962 regresé a Francia, me aposenté en París, y decidí matricularme en la Sorbona de Segundo de Derecho, mientras trabajaba en mis ratos libres, como no podía ser de otra manera, en una coqueta panadería del Barrio Latino. En París me sentí libre de ejercer mi sexualidad, y desde un principio tuve mucho éxito ligando con mis semejantes, aunque yo era incapaz de olvidar la desgarradora historia de amor que había dejado atrás, y que me tenía literalmente obsesionado en aquellos días. Me sorprendió ver las calles de París empapeladas con multitud de carteles, que mostraban las fotos de unos malencarados delincuentes buscados por la policía gala, y resultaron ser los principales responsables de la comisión de atentados en territorio francés de la temible OAS; entre ellos, desde luego, no podía faltar un tal Lucien Messeguer, que estaba en paradero desconocido desde la fundación del grupo terrorista de extrema derecha. Lucien sería detenido finalmente en París, donde planeaba un atentado contra el ministro del Interior, en 1963; condenado a diez años de cárcel por su probada participación en la comisión de diversos asesinatos y atentados en territorio argelino bajo soberanía francesa, fue finalmente amnistiado en 1969 al llegar al Elíseo el nuevo presidente Pompidou, que deseaba cerrar cuanto antes la ingrata página de la historia llamada "Guerra de Independencia de Argelia". Años después, en 1975, en una época en que yo estaba experimentando con el sexo tras romper con Hervé, mi pareja de los últimos siete años, acudí a una sauna gay situada en el barrio de Pigalle, y conseguí ligar con un guapo joven al que sacaba al menos diez años; cuando me encontraba en el momento cumbre de excitación en el interior de una cabina, mientras aquel agraciado joven me practicaba una hábil felación, me asusté al escuchar los gritos de dolor que alguien profería en la cabina contigua, pero no le di importancia de momento, sabiendo que hay gente muy rara por el mundo que goza con ese tipo de situaciones. Sin embargo, los gritos de dolor de aquel desventurado fueron en aumento, así como los insultos que su maltratador particular le endilgaba. Intenté concentrarme en mis propios asuntos, pues ese tipo de situaciones violentas me retrotraían a viejos traumas de mi turbulenta adolescencia argelina, que no deseaba recordar en absoluto. Sin embargo, cuando minutos después la puerta de la cabina se abrió y aquel sádico salió al exterior, se encaró de forma poco elegante con los pocos curiosos, que alarmados, o tal vez llevados por el morbo, se habían arremolinado ante la puerta de su cabina. Una voz que me trajo ecos infames del pasado remoto rompió el silencio en un tono agrio y destemplado:

¿Se puede saber que miran, señores? ¿Nunca han visto a un puto maricón recibir su merecido? ¿O quieren que continúe repartiendo estopa con ustedes?.

Sin dejar de empujar con una mano la cabeza del chaval que me practicaba la mamada más fantástica que recordaba en mucho tiempo, aproveché la mano libre para dejar una rendija abierta en la puerta de la pequeña cabina que ocupábamos; tal y como presentía, pude ver el perfil de aquel asesino de mi juventud, del hombre que me violó sin contemplaciones, intentó hacer lo mismo y probablemente asesinar a mi pareja, y después ordenó liquidarnos a ambos, afortunadamente sin éxito, pero llevándose por delante la vida de una bella joven, a la que había conocido muy bien en sus años mozos, cuando salíamos en pareja con él y su novieta de entonces.

El cúmulo de sensaciones que embargaron mi alma, unido a la excitación sexual que sentía en ese momento por razones obvias provocaron en mí una erección mastodóntica, que sorprendió gratamente a mi compañero de juegos. No pudo, sin embargo, deleitarse demasiado con su privilegiada boca, nacida para otorgar placer oral al prójimo, porque, tras una serie de involuntarias convulsiones, me vine sobre su pecho en una corrida abundantísima, que me dejó virtualmente extenuado. Tras disculparme con mi pareja ocasional por el egoismo manifestado con mi acción, totalmente incontrolable de todos modos, le dejé al pobre masturbándose en solitario tras aceptar mis torpes disculpas, pero cuando salí al exterior, aquel hijo de puta ya no se encontraba en los alrededores; quien sí permanecía en el interior de la cabina era el pobre sumiso apaleado con saña inhumana por Lucien. Se trataba – cómo no podía ser de otra forma – de un joven inmigrante magrebí, que trabajaba seguramente como chapero en la sauna, pues mi ex amigo había tenido el detalle de desparramar unos cuantos billetes sobre el cuerpo meado y lefado del pobre muchacho, que además estaba lleno de hematomas y apenas podía hablar, mucho menos tenerse en pie. Sin perder un minuto corrí en busca de un teléfono público para llamar a una ambulancia, pero el jacobino dueño del local me lo impidió, asegurándome que ya se encargaba él de curar al desdichado en la "enfermería" del local, y llevándoselo luego en brazos, ayudado por otro compañero de infortunio del norteafricano, hasta una habitación iluminada con unos desangelados fluorescentes situada al fondo del local. Cuando, hirviendo de ira e indignación, corrí al vestuario para ajustarle las cuentas a aquel indeseable, resultó que el hijo de puta ya se había vestido y acababa de abandonar el local, según me confirmó el apático portero de aquel tugurio. Según he sabido después, Lucien es un conocido afiliado del Frente Nacional de la región de la Isla de Francia, ha estado casado y se ha divorciado dos veces (su primera mujer le acusó de malos tratos al separarse, y la segunda, mucho más joven que él, le abandonó por un joven de su edad a los pocos meses de casados) y tiene tres hijos de su primer matrimonio. Ha ejercido de periodista en medios ultraderechistas y ha tenido infinidad de demandas por libelo y difamación, perdiendo casi todas ellas.

En cuanto a mí, estuve trabajando como abogado laboralista a partir de 1967 en un conocido bufete de abiertas simpatías socialistas, y, especializado en derecho laboral, he participado en innumerables juicios contra conocidas empresas, algunas de ellas multinacionales incluso, que violaban o incumplían de modo escandaloso las normas básicas del código de trabajadores. En el verano de 1978, durante unas vacaciones en España para visitar a mi familia en Granada, y, en especial, para asistir a la boda de mi hermano Julien con una guapa granadina, me dirigí tras la ceremonia a descansar al término almeriense de Aguadulce, donde había oído decir que existía una incipiente playa nudista con algo de ambiente gay, algo especialmente novedoso en la pacata España recién salida de la dictadura franquista; ni corto ni perezoso me despeloté nada más llegar a la playa, donde sólo unos pocos valientes habían optado por el desnudo integral como yo; entre estos pocos atrevidos había un hombre de mi edad, de ojos claros y físico poco español, que se me quedó mirando desde un primer momento, pero que no se atrevía a abordarme, como si temiera meter la pata o cometer un error garrafal. Finalmente fui yo quien lo hice, harto de tanta tontería y de tanta miradita de soslayo, porque el jodío me gustaba y además estaba muy bueno, que todo hay que decirlo. Yo era un hombre libre y sin compromiso, y él estaba sólo en la playa, por lo que supuse que buscaba lo mismo que yo. Cual no sería mi sorpresa cuando al acercarme hasta él me di cuenta de que en realidad…¡ya nos conocíamos!.

¡Bertrand! ¿eres tú?

Joder, Paul, no has cambiado nada – se echó a mis brazos, lo que me pareció un poco extraño en nuestro estado de desnudez, aunque el roce de su piel me pareció ciertamente agradable – Te hubiera reconocido hasta vestido…- bromeó con la simpatía de la que siempre había hecho gala, hasta la trágica muerte de Anne-Marie.

Pero bueno, hombre, ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Vives por aquí? – yo me dirigía a él en francés, pero él respondía frecuentemente en español, quizá sin darse cuenta, por lo que opté por alternar ambos idiomas en la conversación. Estaba tan guapo y gallardo como veinte años antes, más ancho y grandote, por supuesto, pero aún podía levantar pasiones entre las féminas, como entonces.

Sí, bueno, en realidad vivo en Almería; tengo algunos negocios de hostelería en esta zona, y por eso me traslado con frecuencia a esta playa de las afueras. Y tú, con ese acento tan francés, eres turista en España ¿verdad?.

Así es, vivo en París; allí trabajo como abogado, al final me decidí a terminar la carrera de Derecho en la Sorbona, y parece que me ha servido de algo a fin de cuentas.

Ya veo…y tu familia ¿Dónde está?.

¡Uff! Ya sabes como fue la diáspora "pied-noir": caótica e irracional. Están todos desperdigados por ahí. Mi hermana vive en Rouen con el militar con el que se casó, y tiene dos hijos adolescentes, y mi madre y mi padrastro viven en Granada, lo mismo que mi hermano Julien.

¿En Granada? ¿Tan cerca?

Sí, así es. De allí procedía la familia de Marcel, y además ellos no querían pisar territorio francés, estaban muy quemados con De Gaulle y toda su banda después del abandono de Argelia en el 62, como te puedes imaginar.

Sí, puedo comprender como se sentían porque yo sufrí la misma amargura. Al final regresé a Almería con mi madre, que como sabes es de aquí y emigró de niña a Orán. Y no me arrepiento para nada de mi decisión: esta ciudad es muy tranquila y disfruta de un clima muy soleado y agradable durante casi todo el año, como nuestra querida Orán.

¿Y como te va por lo demás? ¿Te has casado? ¿Tienes familia? – pregunté de forma totalmente inocente.

Bertrand bajó la vista y cogió un puñado de arena, que se deslizó enseguida entre sus dedos para volver a su medio natural. Parecía incómodo con la pregunta, y me arrepentí al instante de habérsela planteado, pero, aún así, tras pensárselo unos segundos, respondió de forma resuelta:

No, la verdad es que no me he casado. No hubiera podido hacerlo aunque hubiera querido, de todas formas.

¿Tanto te han afectado las circunstancias de la muerte de Anne-Marie?

No, no es eso. Por supuesto que me afectó, y que me sentí fatal una buena temporada, y luego además cuando empezaba a recuperarme tuvo lugar la matanza de "pieds-noirs" del 5 de Julio, en la que murieron dos primos y una tía míos.

¿La célebre carnicería de cientos de europeos el día de la Independencia en Orán? ¿Te puedes creer que me libré por los pelos? Mi barco salió del puerto el día anterior, el día 4.

No sabes la suerte que tuviste, aquello fue horroroso. Disparaban a todo lo que se movía. Y los militares franceses ahí acuartelados y con órdenes expresas de no intervenir, viendo como nos cazaban como conejos. Fue espantoso, de verdad. No tengo palabras para describirlo. Nos querían aterrorizar desde el primer día, y lo consiguieron: Yo salí con lo puesto unas semanas después, y la mayoría de los que quedaban en Orán lo hicieron al poco tiempo.

Sí, una auténtica tragedia – reflexioné llevando mi pensamiento hasta el muelle del puerto de Orán y rememorando las lágrimas de Jalil cuando subí por la escalerilla del ferry, rumbo a lo desconocido.

Pero volviendo a lo que me preguntabas, te decía que nunca hubiera podido casarme con ninguna mujer, porque en realidad…¡no me gustan!.

Fingí que la relativa sorpresa que me producía su inesperada confesión (de no haber sido gay difícilmente me lo hubiera encontrado en pelotas en aquella playa) no me turbaba como en realidad lo hizo, y entré a saco en la materia que nos ocupaba.

Pero Bertrand, si tú eras el chico más ligón de la clase…no había chica que se te resistiera. Aún recuerdo a esa morenita que tenía un aire a la Francoise Hardy de los primeros tiempos

Mmmm...¡Francoise Hardy! ¡Que recuerdos tan entrañables me trae ese nombre! La lánguida adolescente que cantaba aquello de "Tous les garcons et les filles" – se puso a tararear la popular canción de 1962, un clásico imperecedero de la música francesa del siglo XX - ¿Sabes que fue la última canción que escuché antes de salir de Argelia? Y me hizo sentir igual de triste y solitario que a la pobre infeliz que la canta, porque yo también me sentía huérfano de amor, y pensaba que nunca encontraría a nadie que me amara o a quien amar realmente.

Que casualidad, yo también me sentí así al abandonar Argelia, aunque en mi caso la última canción que escuché, en el propio barco y sintonizando Radio Orán con un transistor, fue "Adieu, mon pays" de Enrico Macías.

Una canción muy triste; de hecho, no me siento capaz de escucharla sin echarme a llorar – precisó Bertrand - Como lloré aquel día en el barco que me conducía a Alicante…acordándome de ti.

¿¡De mí, precisamente!? – di por hecho que me estaba vacilando.

Sí, como lo oyes – se echó a reír de su propia ocurrencia – no debería decirte esto, pero he esperado quince años para hacerlo, y ahora que te he encontrado te lo voy a contar, en español o francés, como prefieras, pero de aquí no te vas sin enterarte.

Soy todo oídos – ya no había nada que pudiera sorprenderme en la vida, después de todo lo vivido, de todos modos.

Bueno, no sé como empezar. En realidad soy más tímido de lo que aparento. Pero lo cierto es que desde que tenía quince años he estado enamorado en secreto de tí. Sí, no pongas esa cara, ya sé que no éramos amigos ni nada, pero ejercías sobre mí un poder y una fascinación irreprimibles. Empecé a imitarte inconscientemente en todo. Como tú jugabas, y muy bien, por cierto, al fútbol, yo me puse a practicar como un loco, a ver si así alcanzaba tu nivel e ingresaba en el equipo juvenil de los "Espagnols", como tú. Y sí salías con alguna chica, yo me obsesionaba con ella, como me sucedió con Anne-Marie; en cuanto me enteré que habíais roto, empecé a cortejarla de un modo notorio, hasta que cayó en mis redes poco después. Pero me engañaba a mí mismo: era a ti a quien deseaba, y ningún sucedáneo, por bella y buena que fuera la infortunada muchacha, podía solucionar eso. Aquella relación, a medio plazo, hubiera sido un verdadero desastre. Me di cuenta de ello cuando tú abandonaste el equipo para ir a estudiar a Argel con Lucien, ese que luego se hizo terrorista de la OAS, y yo conseguí ocupar tu plaza en el equipo. Me alegré por mi éxito, pero no era lo que yo deseaba en el fondo. Yo hubiera querido compartir contigo la alegría de un gol propio, la injusticia de un penalty mal pitado, la desesperación de una derrota en el último minuto…y, sobre todo, hubiera deseado poder ducharme a tu lado, poder contemplar de soslayo tu hermoso cuerpo desnudo, como hago ahora mismo, en aquel viejo vestuario, y haber sido al menos un buen amigo tuyo. Pero tú nunca te fijaste en m텡que le vamos a hacer!¡no se puede tener todo en la vida! – Bertrand se echó a reir para quitar dramatismo a su patética confesión, que me conmovió profundamente, sin embargo.

Sí, supongo que estaba demasiado ocupado con otros menesteres en aquella época – me quedé un momento pensativo, antes de posar la vista en la línea del horizonte; ni una sola nube turbaba la belleza de aquel atardecer del mes de julio – Pero hay algo que deseo saber ahora mismo. El pasado está muy bien, y nos ha marcado a fuego a ambos debido a nuestra brutal experiencia argelina, pero yo necesito saber si yo sigo provocando en ti esos mismos sentimientos de antaño, o todo eso que me cuentas fue una vana ilusión de adolescente.

Bertrand bajó de nuevo sus límpidos ojos azules, antes de convertirme en el hombre más feliz del mundo con su rápida respuesta.

Por supuesto que te sigo amando; le he pedido tantas veces a Dios y a los santos que venera mi anciana madre que me permitiera volver a verte, que para mí el simple hecho de estar hoy a tu lado es como un verdadero milagro. Ya no le pido más a la vida. Me siento feliz sólo por haber compartido estos minutos de conversación contigo.

Ahora el que reía descaradamente era yo. No podía creer que el orgulloso futbolista de antaño, un chico tan aparentemente competitivo como él, escondiera una faceta tan romántica y humilde en su castigado corazón.

Bueno, Bertrand – dije levantándole la barbilla, para reflejarme en su clara mirada, por la que parecía no haber pasado el tiempo – tal vez puedas obtener de la vida algo más que unos simples minutos de conversación conmigo – y, sin pedir permiso, le besé en los labios con todo el sentimiento que me fue posible en aquel momento.

Aquel sería tan sólo el primero de muchos besos por venir en los años sucesivos; agarrados de la mano, nos introdujimos en el agua, jugamos, como los adolescentes que fuimos una vez, con las olas, y nos metimos mano cuanto pudimos y la ocasión lo permitía bajo la superficie del mar. Ese fue el principio de una hermosa relación que habría de traer paz, amor, estabilidad e ilusión a nuestras desnortadas vidas de seres desarraigados, de apátridas en busca de una razón suprema que diera sentido a nuestras existencias.

(Continuará)