Habitación doble con baño. (3ª parte)

María muestra su verdadera cara y la historia da un inesperado giro apenas unos días antes de que nos confinaran.

El año 2020 llegó con malos presagios y a principios de febrero ya se hablaba en la calle de un virus en China que parecía muy peligroso. A finales del mes la inminencia de un confinamiento domiciliario parecía ser cada vez más real, por eso María me peguntó si me importaría que invitase a Nadia a que se viniera a vivir con nosotros durante el confinamiento, no fuera que le tocase pasarlo sola. Por supuesto que no me importaba.

Nadia se trasladó a primeros de marzo. Apenas había hablado con ella un par de veces y no me había fijado demasiado, pero ahora que nos veíamos más a menudo y más de “andar por casa”, veía lo que antes no podía ver. Era delgada y alta, sin ser sospechosa de anorexia ni de pívot de baloncesto. El pelo, muy corto y negro, realzaba el óvalo de su cara de piel clara en el que destacaban sus ojos enormes, pero tristes, muy tristes de hecho. Una boca normal y bien formada, con labios carnosos de comisuras caídas, lo que terminaba de dar a su cara ese aspecto triste del que hablaba. De su cuerpo destacaría sus piernas largas y bien torneadas y un culo, para mí, excelso. Sus pechos eran pequeños si los comparaba con los de María, pero muy bonitos. Y muy apetecibles, dicho sea de paso. Su sonrisa también era triste.

Nos fuimos conociendo poco a poco y fui enterándome de cosas de su vida, unas veces a través de María y otras contadas por ella misma. A veces las versiones no coincidían mucho y yo tenía una cierta tendencia a creer siempre la versión oficial, es decir, la de Nadia. Así supe que había tenido dos desengaños amorosos, uno de ellos, el último, muy traumático y del que todavía se intentaba recuperar. Según Maria, lo que pasaba era que tenía muy poca personalidad, pero a mí no me lo parecía. Que estaba en horas bajas era muy cierto.

Planteé la conveniencia de ir acumulando cierto tipo de víveres, pues aunque parecía que se podría salir para comprar, me parecía que era mejor hacerlo lo mínimo posible y solo para los productos perecederos. Así se decidió y así lo hicimos. Algún tiempo después, ya confinados, cambiamos de parecer y hicimos que nos lo trajeran a casa para salir menos aún.

Un día, al volver a casa después de una incursión por varios supermercados de la zona en busca de papel higiénico, que escaseaba sin ninguna explicación lógica, entré en mi habitación y allí, en la cama, estaban María y Nadia en la postura del 69. No me sorprendí demasiado por los antecedentes que me había comentado María, pero me supo mal pillarlas así, tan de improviso, así que pedí perdón y me dispuse a salir con toda tranquilidad, pero María, que era la que tenía el culo apuntando a la puerta de la habitación, me pidió que no me fuera.

  • No, cariño, por favor, ven con nosotras, ya verás como lo pasamos bien. A Nadia seguro que no le importa ¿a que no?

Nadia dijo que no, pero tenía la cara encendida, del color del tomate. No estaba yo muy por la labor, pero ante la insistencia de María, decidí unirme, aunque con la intención de interactuar solo con ella, ya que no vi muy convencida a Nadia. Me desnudé y subí a la cama. Sin embargo noté que Nadia no perdía de vista mi nabo y eso me halagó. María se hizo cargo de la situación rápidamente y organizó la coreografía.

  • Nosotras nos quedamos como estamos y tú, cariño, te pones detrás de mí.

María siguió con lo que estaba haciendo cuando las interrumpí, es decir, comerle el coño a Nadia, y yo me incorporé según las instrucciones de la autonombrada coreógrafa con un poco de prisa, tengo que reconocerlo, porque encontrarlas en aquella postura y tener la oportunidad de participar, me había puesto como una moto. Ocupé mi sitio y penetré a María, la cual tardó no más de tres bombeos para excitarse también y acelerar sus caricias en la vagina de Nadia, que aceleró los suyos en el clítoris de María. Yo había empezado con movimientos muy lentos, quería disfrutar al máximo de esa excepcional ocasión.

De vez en cuando la lengua de Nadia tocaba mi polla, supuse que accidentalmente, cuando ese roce coincidía con la salida de mi polla y tocaba la zona del frenillo, ¡madre mía, era una gozada! Y yo casi sin darme cuenta, aceleraba.

En determinado momento la mano de Nadia apresó mis testículos y los amasaba delicadamente, me detuve un momento, sorprendido, saqué mi polla de la vagina de María lo justo para que esta no se quejara del abandono y Nadia me regaló varios voraces lengüetazos que me hicieron perder el control y todo el bucle se aceleró. La primera en correrse fue María, que, evitando quedar en trance, provocó el de Nadia. Cuando yo me corrí, Nadia tenía en su boca uno de mis testículos.

María apenas nos dio tregua.

  • Ahora, Nadia tú te echas hacia atrás y te sientas y yo te comeré el coño. Haz el favor de pasarme ese frasco que hay en la mesilla, a tu derecha. Ricardo, tú te engrasas bien la polla y me engrasas el culo. Me lo puedes follar tranquilamente, que me he puesto el enema. Y luego Nadia te hará una buena mamada para dejártela bien reluciente.

Entonces comprendí que todo había estado muy planeado por María, el que yo las encontrara en mi cama no había sido fortuito sino algo muy pensado. Si no ¿a cuento de qué se había puesto el enema si en teoría yo no iba a estar con ellas? Si tenía alguna duda, la cara de consternación de Nadia me la estaba disipando. Intuí que no era el plan que le había contado a ella.

  • A ver, María, dame un respiro. ¿A que tantas prisas?

  • ¿Que te pasa, ya no te gusta follarme el culo?

  • Lo que me guste o deje de gustar no viene a cuento ahora. Solo te he dicho que me des un respiro.

  • ¿Prefieres que Nadia te chupe los huevos, es eso, no?

  • ¿Estás intentando manipularme, Maria? Te aviso que no te va a ir nada bien? Ya nos has manipulado con esta puesta en escena que he visto demasiado tarde.

  • ¿Pero no ves que todo es una broma? ¿Y tú, no dices nada? ---dirigiéndose a Nadia.

  • ¿Y que tengo que decir? En un momento me he convertido en el invitado de piedra. En esta comedia que has montado me has asignado el papel de atrezo decorativo. No entiendo que pretendes, la verdad.

  • Ya veo. Os habéis puesto de acuerdo. ¡Pues que os den! ¡Que os follen a los dos! Y tú ---otra vez dirigiéndose a Nadia. --- ya puedes ir pensando en irte de esta casa.

  • Para el carro, María, no se que coño te pasa ni a que viene todo esto, pero desde ahora te digo que si ella se va, yo me voy también.

  • ¡Por mí, como si te operan! ¡A la mierda los dos! ¡Pero Nadia se va, y cuanto antes!

Salió de la cama y se marchó de la habitación. Nadia me miraba consternada.

  • Siento mucho todo esto, Ricardo. No me lo esperaba.

  • Ni te preocupes, no me ha venido de sorpresa. Siempre tuve la sensación de que toda su insistencia en que me quedara en la casa porque me quería y me necesitaba no era sincera. Le prometí a su madre que trataría de ayudarla, pero ni ella creía que pudiera hacerlo, según se desprende de unas notas que aparecieron en esta habitación y que por cierto María no quiso leer aduciendo que le iban a provocar mucho dolor. Lucía sospechaba que estaba celosa porque ella tenía lo que a María le faltaba, el cariño de otra persona, y parece que esos celos se han ido enconando a lo largo de los años que Lucía y yo hemos vivido juntos convirtiéndose en odio hacia su madre y, posiblemente, hacia mí. Lo que no entiendo es por qué te ha metido a ti en el embrollo.

  • Para humillarme, creo. Empezó a tratarme mal desde un día en que nos vimos los tres, y en plan de broma, le dije que estabas muy bien para tu edad, lo siento, Ricardo. Fue un comentario apreciativo para ti, pero a ella le sentó fatal. En ese momento tendría que habela dejado, pero era incapaz de raccionar en esos días.

  • ¿Y por eso te ha hecho participar en esta pantomima?

  • Yo no lo he comprendido hasta que que te ha dicho lo del enema.

  • ¿Que quieres decir?

  • Que no es verdad que se lo hubiera puesto.

  • ¿Que no…? ¡Ahora lo entiendo! Si yo la hubiera enculado, tú te habrías encontrado en la disyuntiva de aceptar hacerme la felación o no. En los dos casos tú perdías, o lamías su mierda o quedabas en evidencia y como una estrecha. ¿No es eso?

  • Sí, así lo creo yo también.

  • Vamos a tratar de olvidar este asunto. Y lo que he dicho de que si tu te vas, yo me voy también, lo he dicho de verdad. Yo, por si no lo sabes, tengo mi casa, me vine a esta habitación para no estar solo en ella y fue un acierto, pero ahora, quedarme no lo será. Si nos vamos cada uno por nuestro lado, todos estaremos solos, así que te propongo, sin ninguna clase de compromiso por tu parte, por supuesto, que te vengas conmigo. La casa es grande y tendrías tu propia habitación, hay dos baños, así que tu decides, piénsalo.

  • No puedo pensar mucho, Ricardo, al venirme aquí con vosotros dejé el apartamento que tenía alquilado. Voy a aceptar temporalmente tu invitación, hasta que todo esto pase o encuentre algo que me convenga. Gracias, de verdad.

  • La otra opción sería quedarnos aquí, esta habitación es mi casa, tengo un contrato de alquiler y nadie me va decir quien puede entrar o salir de ella, pero después del episodio de hoy y el descubrimiento de la verdadera personalidad de María, la verdad, no creo que sea lo mas adecuado, así que, si te parece, mañana mismo empezamos el traslado, porque esta casa se va a convertir en un infierno si de verdad nos confinan.

  • De todos modos yo me iré, así que sí, me voy contigo.  Gracias otra vez, Ricardo.

Estuvimos hablando durante bastante tiempo, hasta que en un determinado momento nos dimos cuenta de que seguíamos desnudos, en la cama y uno frente al otro. Nos reímos hasta que de repente, nos quedamos serios, mirándonos, y poco a poco fuimos acercando nuestras caras hasta fundirnos en un beso largo y profundo. La separé un poco y le dije que que no tenía que hacer nada que no quisiera hacer, que como ya le había dicho, no había ningún compromiso por su parte.

No me contestó y volvió a besarme. Volví a separarme, la miré y le dije

  • ¿Sabes que tienes unos pechos muy bonitos?

  • ¡Venga, no te rías de mí, ya sé que son muy pequeños!

  • No son pequeños, son normales para tu complexión.

. ¿Tú lo crees de verdad? Lo que sí son muy sensibles.

  • ¿Es una invitación?

  • Un deseo, más bien

  • Pues tus deseos, en este preciso instante, son los míos.

Bajé mi boca hasta hasta sus pechos y los besé muy delicadamente. No sé porqué, pero con Nadia no me apetecía hacerlo de otra forma. Con la misma suavidad con que la había besado, chupé aquellos delicados pezones y fue cierto lo que me había dicho, eran realmente sensibles pues la reacción a mis caricias fue rápida y se pusieron duros enseguida. Yo pasaba mi lengua trazando círculos a su alrededor, sobre la areola, acabando en el pezón que lamía y chupaba.

La respiración de Nadia no tardó en hacerse profunda y cada inspiración acababa con un suave gemido. Acariciaba sus muslos y glúteos, permitiéndome en estos últimos ser un poco menos delicado, la piel de Nadia era suave y su trasero era duro y me encantaba apretarlo y amasarlo entre mis dedos. Pasé a acariciar la cara interna de los muslos retrasando el momento de acercarme a su vulva, y cuando lo hice fue rozando los labios de su vagina en toda su longitud, estaban húmedos, lo cual me animó a meter mis dedos entre ellos. Nadia acariciaba mis testículos, parecía que sentís cierta atracción por ellos, y el momento en que ella, tirando del escroto, liberaba mi glande coincidió con que yo introducía mis dedos en su vagina. Ambos dejamos escapar un suspiro, pues por mi parte, ese acto me proporciona siempre un gran, aunque breve, placer. Nadia reaccionó apretando sus muslos, pero unos movimientos de mis dedos la convencieron de permitirles mayor espacio, los introduje hasta donde pude en su vagina, lanzó un grito y levantó su pelvis en un movimiento reflejo. Ante esto, aumenté el ritmo de la penetración y ella el volumen de sus gemidos, los cuales acompañaba con entrecortados susurros de “así, así, fuerte, más dentro, más, así, no pares, sí, sí, aaahhh”, agarraba mi mano como intentando que mis dedos entraran aún más dentro de su coño, yo hacía todo lo posible por hacer que así fuera y ella lanzó un “¡Me corro, Ricardo, sí, sí, me corro!” Fue un magnífico orgasmo del que yo disfruté tanto como ella solo de ver como su cuerpo se tensaba sosteniéndose en la cama solo con la cabeza y los talones, derrumbándose después y quedar abatida con los brazos en cruz, desmadejada, pero no vencida.

No paré de acariciar su vagina y daba suaves golpes en ella mientras Nadia continuaba jadeando. Sus piernas estaban abiertas, su húmedo coño, totalmente expuesto, eran una invitación, pero ella sacó fuerzas de donde pudo y echándose sobre mí, agarro mi polla para brindarme la mejor mamada de la que tengo recuerdo. Puedo parecer un tópico, pero con Nadia el sexo era algo espléndido, no era estridente, se entregaba pero no era pasiva, no se limitaba a dejarse llevar, te acompañaba y muchas veces te enseñaba el camino. Aquella primera vez fue toda una experiencia.

Acompañaba los movimientos de su cabeza con mis manos, pero no los forzaba, y ella parecía disfrutar de la mamada que me estaba haciendo tanto como yo de recibirla. Temí que, si seguía de ese modo, no tardaría en correrme, pero Nadia, sin mediar una palabra, abandonó la felación y se puso a cuatro patas, ofreciéndome aquel coñito totalmente inundado. Me acerqué a ella y la penetré. Me recibió con un grito como cuando le metí mis dedos, empecé a bombear y casi de inmediato comenzó a gemir y jadear, y otra vez casi en un susurro, pronunciaba palabras para, en cierto modo, animarme a follarla de una manera determinada o con más fuerza, intercalando de vez en cuando frases como “¡así, así, Ricardo, cariño, así me gusta mucho, me encanta, cariño!” u otras similares y que a mí me encantaba escuchar, aunque la mayoría de las veces me costaba oírlas de tan bajo era el tono en que las decía.

Más tarde, sin que llegáramos a detenernos, tomó una almohada, la puso bajo su vientre para mantener su trasero un poco elevado y se tumbó completamente, mientras, yo seguía penetrándola sin bajar el ritmo, pero ya estaba cansado, así que me detuve un momento y me eché sobre ella, la besaba en el cuello, le daba pequeños mordiscos en el lóbulo de la oreja y mis manos acariciaban sus pechos.

  • Me encanta tenerte dentro de mí, Ricardo, me gusta mucho.

Me incorporé de nuevo, dispuesto a embestirla de nuevo. No sabía cuanto iba a poder aguantar sin correrme, pero visto como Nadia lo disfrutaba, bien merecía el esfuerzo.

  • ¡Me viene, Ricardo, me viene! ¡Me voy a correr, Ricardo! ¡No pares ahora, dame fuerte, así, así, sí, sí. ¡aaaaaahhhhh! ¡Ya me corro, yaaaaaa!

Únicamente en esos momentos el volumen de su voz subía algo. Me separé de ella, me tumbé a su lado y la dejé descansar, pero fue solo un momento, porque apenas se recuperó un poco se subió encima de mí y se volvió a introducir mi pene empezando a cabalgarme de inmediato, ahora podía acariciar su culo y, sin penetrarla, su ano, lo cual hizo que acelerara su cabalgada y volviera correrse de nuevo.

  • No te puedes imaginar como me gusta hacer el amor contigo, Ricardo. Yo tampoco lo hubiese imaginado nunca. ¡Estaría así el resto de mi vida! Así, como ahora, teniéndote dentro mí, sintiéndote dentro de mí. ¡Si yo supiera que sientes la mitad de lo que yo siento en este momento sería completamente feliz!

  • Lo soy, Nadia. Puedes estar segura de que lo soy. Y muy sorprendido de que tu estés aquí conmigo cuando podrías tener hombres mucho mas jóvenes y fuertes que yo.

  • ¡No los quiero para nada! Ninguno me ha sabido dar la centésima parte de la ternura que tu me estás dando. Cuando me acaricias, cuando me besas y cuando me haces el amor. ¡Me siento tan bien contigo, Ricardo! Me siento… me siento mujer. Por primera vez en mucho tiempo me siento mujer.

  • No puedes imaginarte lo feliz que eso me hace, Nadia.

  • Bueno, creo que me lo empiezo a imaginar, porque siento algo dentro de mi que, creo, quiere seguir haciéndome feliz. Y ya es hora de que me de todo lo que se está guardando. ¿Me lo vas a dar, cariño, sí?

Se sentó de nuevo sobre mí y muy lentamente al principio y luego subiendo el ritmo, buscaba su orgasmo y el mío. Yo sentía mi vientre y mis testículos totalmente mojados con los fluidos de su vagina, ella se acariciaba y apretaba los pechos, yo lo hacía con su clítoris como buenamente podía. Se corrió dos veces más, la segunda, cuando sintió los chorros de semen caliente que inundaban sus entrañas.

  • ¡Siiií, cariño, dámelo todo, sí, cariño, si! ---mientra se inclinaba y me besaba en la cara, en la boca…

No quise que se moviera de como estaba, encima de mi, sintiendo sus pechos en el mio, su vientre, su vulva, mi pene, no tan duro ya, pero dentro de ella.

  • ¿Estás bien? ---le pregunté.

  • ¿Que si estoy bien? ¡Estoy maravillosamente bien! He perdido la cuenta de los orgasmos que he tenido, de las veces que me has hecho correrme. ¡Ha sido fantástico!

  • Ha sido tu propia naturaleza, no es mérito mío.

  • Lo que tu digas, pero… ---se quedó en silencio, pensando--- ¿Te puedo hacer una confidencia?

  • ¡Por supuesto! Tus secretos serán mis secretos.

  • No es un secreto, es solo que… Yo sí que me he puesto el enema.

  • ¿Como dices?

  • Que yo sí que me puse el enema.

  • ¡Ah! No sabía que te gustaba…

  • Es que no lo sé. Pero sé que a ti sí que te gusta.

  • Pero no vamos a hacer nada que tú no quieras. Pero, a ver, ¿por qué te lo has puesto, si puede saberse?

  • Pues podría decirse que por un ataque de personalidad.

  • Me lo explique, por favor.

  • María quería que me quedara muy muy claro que tú solo le follarías el culo a ella y que “si en algún momento tu sintieras ganas de follármelo a mí, tenía que poner alguna excusa y salir de la habitación, y entonces sería el suyo el que recibiría tu polla y tu semen y yo me tendría que aguantar”. Luego me di cuenta de que contaba con que tú nos descubrieras encamada y que no se lo iba a poner, y decidí que si se me presentaba la ocasión, la que se iba a tener que aguantar era ella. Y me lo puse yo.

  • Y estás dispuesta a probar una cosa que puede que no te guste.

  • Eso no lo voy a saber hasta que lo haya probado ¿no te parece?

  • Lo que me parece es que eres más atrevida de lo que yo me pensaba.

  • No, Ricardo, contigo quiero ser más atrevida de lo que yo misma me pensaba que podría llegar a ser.

Durante la conversación, mi pene había ido adquiriendo de nuevo su tono y dureza y ella, al notarlo, me miró y besó tiernamente.

  • Solo prométeme que si te pido que pares lo harás.

  • No hace falta que te lo prometa, pero lo haré: Te lo prometo.

Se incorporó ligeramente, cosa que aproveché para tomar uno de sus pezones con mis labios y reclamarlo para mi lengua, que lo lamió hasta que se irguieron duros como garbanzos. Mi mano acariciaba el otro pezón que, aprisionado entre el pulgar y el índice, reaccionaba igual que su gemelo y arrancaba suaves gemidos de Nadia, la cual balanceaba muy despacio su cuerpo. delante y detrás, para sentir el roce de mi pene dentro de ella. Se detuvo, extendió el brazo hasta la mesilla de noche para alcanzar el lubricante que María había dejado allí, abandonó mi pene y tomándolo entre sus manos, acercó sus labios hasta él y dio varios besos, apenas unos roces, en mi glande, seguidamente vertió lubricante en su mano y engrasó mi miembro con abundancia. Sin perder un segundo, me paso el lubricante y se colocó en cuatro.

  • Estoy preparada, cariño, cuando tu quieras.

Vertí un poco de aquel gel en la raja de su trasero y lo apliqué con delicadeza a lo largo de toda ella y muy especialmente en su ano, tratando de introducir una buena cantidad del mismo con mis dedo. Dio un pequeño brinco al sentir la intrusión, pero se repuso enseguida. Fui dando un ligero masaje en el agujero con el fin de relajar el ano. Luego sustituí el dedo por mi pene haciendo el mismo recorrido que hacía aquel. Cuando el glande tocaba su ano a Maria se le escapa un suspiro y hubo un momento en que me pareció notar que estaba un poco más relajado, así que decidí probar.

Coloqué la punta del pene en la entrada de su ano y fui dando pequeños empujones tanteando la resistencia que iba a encontrar, María extendió sus brazos hacia atrás tratando de separar sus glúteos lo máximo posible, y seguramente esa pequeña distracción fue la que permitió que uno de aquellos empujes lograra meter la mayor parte del glande, no obstante, no forcé, sino que fui empujando muy poco a poco. Cuando mi glande estuvo dentro, me detuve, pero fue Nadia la que inició los movimientos para que mi pene fuera entrando, lo hacía muy despacio y de vez en cuando se detenía unos segundos, imagino que para que su ano se fuese adaptando al cuerpo extraño que lo invadía.

El proceso duró varios minutos y cuando mi pubis hizo tope, volví a tomar la iniciativa, muy despacio, esperando alguna señal que me indicara que que todo estaba bien. La señal me llegó en forma de movimiento, pues Nadia comenzó a acompasarlo al mío, aunque poco a poco le fue dando más brío. El placer que me hacía sentir sería muy difícil explicar, la sensación que la estrechez de su recto causaba en mi miembro era de un placer extremo. Poco a poco ella termino por relajarse del todo y experimentó ese mismo placer como una explosión que tocaba las terminaciones nerviosas en todo su cuerpo, que se estremecía en cada penetración.

  • ¡Madre mía, que maravillosa delicia! ¡Ni en mil años hubiera podido imaginar tanto placer!

Llevé mis manos a sus pechos y los acaricié con verdadera pasión, sus pezones estaban durísimos, todo su cuerpo estaba sensibilizado y totalmente receptivo a cualquier estímulo que se le diera. Una de mis manos buscó su vulva y una vez allí estimule el clítoris, ella aumentó la velocidad de sus movimientos y el choque de su trasero en mi vientre bien parecía que aplaudía su acción.

  • ¡No pares, Ricardo, no pares ahora! ¡Me voy a correr! ¡Noto que me corro! ¡Ya, ya, yaaaaaa!

Había echado sus manos hacia atrás y apresado mi culo para apretar mi pelvis contra su culo y se mantuvo así hasta que el orgasmo fue disminuyendo y se derrumbó sobre la cama entre jadeos. Me tumbé a su lado sin dejar de acariciar cualquier parte de su cuerpo a la que tuviera acceso, y cuando se le normalizó la respiración se giro poniéndose frente a mí, tomó mi mano y la llevó hasta su vagina, sus ojos no se apartaban de los míos mientras comencé a acariciar su clítoris y los cerró en cuanto mis caricias comenzaron a surtir el efecto que ella buscaba. Mientra mis dedos trabajaban en su vagina, mis labios se afanaban en sus pechos, pero yo iba a quedarme ahí, así que fui bajando mientra continuaba besando y lamiendo. Nadia entendió al instante cual era el destino de mis besos y empezó a prepararse, dobló sus rodillas y abrió sus piernas y cuando mi boca tocó los labios de su vagina y mi lengua acarició su clítoris, puso sus manos en mi cabeza aumentando ligeramente la presión de mis labios en su vulva. Conseguí llevarla a otro orgasmo, pero ella quería más.

Se echó sobre mí y esta vez fue ella misma la que condujo mi pene hacia la entrada, todavía un poco dilatada, de su ano. No necesitó más de dos embestidas por su parte para tenerla toda dentro, se incorporó y comenzó a darle a su trasero un movimiento circular primero, después delante y detrás para, a continuación, hacerlo arriba y abajo, y ese fue al parecer el que más le gustó o con el que más placer halló. Hice que se echare sobre mí, necesitaba sentir su cuerpo sobre el mío, poder acariciarla y besarla. Pero no dejé de bombear su culo mientras ella me pedía que no perdiera el ritmo, y cuando se hizo evidente que iba a correrse de nuevo, lo aceleré para tener mi propio orgasmo, con el que descargué, entre jadeos que se mezclaban con los suyos, varios chorros de semen que aliviaron la presión en mis testículos.

Nos fuimos recuperando entre besos y caricias y, muy cansados y abrazados, llegamos a dormirnos.

Esa noche se quedó conmigo, no quisimos darle a María la oportunidad de montar un nuevo espectáculo. A la mañana siguiente la acompañé hasta su habitación para recoger todo lo suyo y comenzar a bajarlo hasta los coches. En uno de los viajes desde la habitación de Nadia oímos llorar a María, pero le hice una señal a Nadia para que no hiciera caso. No pensaba irme sin decirle nada a María, pero prefería que Nadia no estuviera presente.

Cuando lo tuvimos todo en los coches le pedí Nadia que se quedara vigilando y volví a subir. A María se le había acabado el llanto, posiblemente pensó que no volveríamos y se llevó una sorpresa al verme. Le entregué las llaves y le dije podía quedarse con todas las últimas compras porque no iba a volver para buscar nada más.

  • Así, ¿y ya está?

  • Sí, ya está. ¿Qué esperabas después del numerito de ayer? No quería que pasara nada de esto, pero no puedo confiar en ti ni en tus cambios de humor. Ya no estoy para aguantar nada así. Lo siento porque en esta casa he pasado unos años maravillosos, pero tú me lo has estropeado todo. Espero que todo te vaya bien en la vida.

  • ¡Pero para follar con Nadia si estás! ¿No? Os estuve oyendo ayer…

Ya no contesté. Di media vuelta y me fui.

Luego vino el confinamiento. Nadia y yo nos montamos una nueva vida. Desde el primer día ella quiso quedarse conmigo, en mi habitación y en mi cama. Creo que este confinamiento nos ha unido mucho más de lo que cabría esperar. Ella teletrabajaba y yo procuraba mantener la casa en orden y los fines de semana, entre los dos, limpiábamos, poníamos la lavadora… y teníamos mucho sexo. Ahora dicen que durante ese confinamiento las parejas que iban bien reforzaron sus vínculos y las iban mal, acabaron rompiendo. Nosotros fuimos de la primera clase.

El confinamiento acabó, pero la pandemia aún cabalga. Ahora solo nos quedad confiar en las vacunas y en que, a lo mejor, esta Navidad de 2021 podamos visitar a mis hijos pues aunque les he presentado a Nadia en vídeollamadas, quiero que la conozcan en persona. La reacción de mis hijos fue la que me esperaba: El menor me llamó para soltarme un “¡Joder, papá, eres un crack!” y el mayor, en su tono más inquisidor resumió su opinión con “¡Joder, papá, ya te vale!”

Pero la realidad es que ahí quedó todo y sospecho que ya tienen ganas de conocerla. Mis nietos, usando su lenguaje, flipan. Los mayores, adolescente, al principio pasaron bastante, pero ahora no se cortan para preguntame que cuando van a conocer a mi novia. Los pequeños rivalizan en hacerle dibujos que luego le mandan por whatsapp. Y todos, incluidas mis nueras, tienen su número en sus agendas.

La sonrisa de Nadia ha resplandecido, no tiene nada que ver con aquella con la que la conocí hace poco más de un año, y yo… bueno, los que me conocen dicen que estoy más joven, pero debe ser porque he perdido peso y camino con más agilidad.

Y porque vuelvo a ser feliz.