Habitación doble con baño. (2ª parte)

Nada dura para siempre y de un día para otro todo se trastoca tornando en llanto lo que antes eran risas. Y sin embargo la vida sigue... pero nada es igual.

A punto de cumplir los 85 años murió doña Matilde. Murió como, estoy seguro, le gustaría morir a todo el mundo: Ir a dormir una noche y no despertar.

Antes de que transcurrieran tres meses de la muerte de su madre, Lucía habló con María sobre nuestra relación y se trasladó a mi habitación.

  • Ricardo, a partir de este momento tienes que suspender las transferencias del alquiler. Ya no es necesario.

  • No, ya no es alquiler, hace tiempo que no lo es. Es mi aportación a los gastos de la casa, Lucía. Mi estancia aquí crea unos gastos y no me parece justo no colaborar sufragando una parte de ellos. Es más, tengo que aumentar la aportación

  • Pero Ricardo, tú haces la compra la mayoría de las veces…

  • No vamos a discutir eso. Iremos viendo como nos organizamos.

Vivíamos así, felices y despreocupados. Fueron los años más felices de mi vida. Una sola nube oscurecía ese horizonte: Mientras más felices éramos Lucía y yo, mas se enturbiaba mi relación con María. No es que nos peleáramos, no, simplemente me ignoraba. Y se lo comenté a Lucía.

  • No te preocupes, cariño, está celosa.

-¿Celosa? Pero ¿como puede ser? ¡Si podría ser su padre!

  • Así es, amor mío, pero lo está. Es posible que desee ser ella la que estuviera entre tus sábanas. ¡Y no lo entiendo, porque ella misma me confesó que es lesbiana!

  • ¿Lesbiana? Pero ¿no estuvo casada?

  • Sí, y a lo mejor fue eso lo que hizo ir mal su matrimonio. Cariño, que no te afecte. Déjala que se vaya haciendo a nuestra vida. Pueden pasar dos cosas: Que se haga a la idea o que decida marcharse. De todas formas, me tiene muy desorientada, su comportamiento es a veces de lo más extraño. Bueno, vamos a dejar de preocuparnos de momento, lo que sea, ya lo dirá si quiere decirlo.

No sé si se hizo a la idea, pero no se marchó. Nuestra vida siguió así. De vez vez en cuando conseguía captar alguna mirada de María y una cosa era segura, era una mirada extraña, indefinida, que no sabía como catalogar.

Transcurrieron los años viviendo en una nube de algodón, Lucía y yo éramos felices, muy felices. Hacíamos todo juntos, leíamos, escuchábamos música, viajábamos… hasta que en marzo de 2019 todo se torció.

A Lucía le detectaron un cáncer en el pecho, muy avanzado y que había afectado gravemente al sistema linfático. No quiso que le aplicaran quimioterapia ni radioterapia, era muy consciente de que nada de eso la iba a salvar, había hecho, ya hacía tiempo, un testamento de vida y solo deseaba que no se le prolongara inútilmente y que le evitaran el dolor en lo posible. Antes de que la sedaran quiso hablar con su hija y conmigo por separado, y casi acabando el mes se nos fue, nos dejó. Y nuestra vida cambió.

En aquellas primeras semanas no supe que debía hacer, Lucía me había hecho prometer que cuidaría de María, que no la dejaría sola, pero ¿y si María no quería que yo la ayudara? Decidí tomarme un tiempo, esperar, no podía abandonar la casa y dejarla totalmente sola. No es que yo fuera una compañía agradable en aquellos terribles momentos. Las noches se me hacían eternas sin Lucía, y durante el día siempre me parecía oírla moverse por la casa. Y lloraba, lloraba mucho. Sentía un terrible dolor. Sabía que tenía que sobreponerme porque también me hizo prometérselo. María y yo andábamos por la casa como dos almas en pena sin llegar a cruzarnos, sin tan siquiera vernos. Llegó el verano y mis hijos, primero uno y luego el otro, me hicieron pasarlo con ellos para que me distrajera con los niños. Me hizo bien.

María también pasó el verano con una amiga. Pero el verano pasó y yo todavía no tenía claro que debía hacer, se acercaba la Navidad e iban a ser unas fechas muy difíciles de sobrellevar para los dos, así que decidí que tenía que hablar con María.

Pero María se me adelantó y un día llamó a la puerta de mi habitación.

  • Hola, Ricardo, ¿puedo pasar un momento? Necesito hablar contigo.

  • Por supuesto. Yo también quería hablar contigo. ¿Quieres que pasemos allá, al despacho?

  • Como prefieras.

Nos sentamos uno frente al otro y yo esperaba que tomara la iniciativa. No acababa de decidirse, se la veía muy incómoda y no sabía por donde empezar. Yo imaginaba que no sabía como decirme que debía irme de la casa. Ya me había hecho a la idea, así que intenté ayudarla, pero otra vez se me adelantó.

  • Bueno, a ver, no sé porqué pero creo que te estás planteando el irte de la casa y yo vengo a pedirte que lo reconsideres, Ricardo. Tanto tú como yo, hemos pasado un mal trago, todavía lo pasamos. Yo no quiero quedarme sola en esta casa que significa tanto para mí y no creo que tú quieras estar solo en tu casa.

  • Es cierto, María, me lo he planteado, pero sólo porque pensaba que tú lo preferirías así. En esta casa he pasado los últimos mejores años de mi vida, pero renunciaría a ello si eso es un obstáculo para ti o te resulta incómodo. Desde hace bastante tiempo creía que mi presencia aquí era algo indeseable para ti, y ahora que tu madre ya no está…

  • ¡Que equivocado estás, Ricardo, pero que equivocado! Lo último que yo podría desear es que te marcharas y dejar de verte. Yo, Ricardo, me enamoré de ti casi desde el mismo momento en que entraste por la puerta. No te puedes ni imaginar el infierno que ha sido para mí verte tan feliz en brazos de otra mujer, aunque esa mujer fuera mi madre, la de veces que me odiaba a mí misma por odiar a mi propia madre cuando te besaba o te acariciaba. Y cuando se trasladó a tu habitación… ¡Cielo santo, como me avergüenza ahora reconocerlo! Yo entraba a hurtadillas en la habitación de mi madre para escucharos cuando hacíais el amor. No podía entender lo que hablabais, pero oía perfectamente los orgasmos de mi madre, y los tuyos, y me moría de rabia porque no era yo quien hacía que te corrieras, no era yo quien te tenía entre mis piernas, no era yo a quien penetrabas. Y me masturbaba, Ricardo, imaginando todo eso. Así día tras día, todos estos años. No, no te puedes imaginar el calvario que ha significado para mi todo este tiempo.

Me parecía todo demasiado trágico, pero no me paré a analizarlo, mi mente estaba en un estado que quizás necesitaba creerlo.

  • Pero yo… yo creía que tú... bueno, que tú eras…

  • Lesbiana. Sí, es lo que mi madre pensaba. En todo caso, Ricardo, soy bisexual, pero ni siquiera eso lo tengo claro. De todas formas ese es un matiz que mi madre era incapaz de entender. Y sí, he mantenido relaciones con alguna mujer, mas exactamente con una única mujer, con Nadia, y está en la misma disyuntiva que yo. Ella cree que es lesbiana y sin embargo confiesa que le atraen los hombres. Yo no tengo ninguna duda, aunque alguna vez tenga sexo con Nadia, no es más que una vía de escape para la tensión sexual que me provocas y ella es la que está dispuesta a prestarme su ayuda porque al mismo tiempo alivia la suya. Pero en realidad, cuando me practica sexo oral, eres tú quien ocupa mis pensamientos. Todo esto te debe parecer muy extraño, pero he querido ser sincera contigo porque… porque aparte de estar enamorada de ti, mi madre me hizo prometer que no te dejaría ir (¿prometer no dejarme ir?) y que… trataría de hacerte feliz. Pero no es solo la promesa que hice, es que realmente quiero estar contigo, y, sobre todo, Ricardo, te juro que no deseo otra cosa que hacerte feliz, muy feliz. ¿Podrías tú intentar hacerme un poco feliz?

  • Yo también hice una promesa a tu madre, ella me lo pidió. Le prometí que cuidaría de ti en la medida que tu lo desearas, pero que si yo, como creía entonces, era un incordio para ti, abandonaría la casa. Sin embargo, había decidido que eso no iba a suceder hasta pasada la Navidad. No podía ni pensar en dejarte sola en esas fiestas y yo me veía incapaz de pasarlas solo, porque ya había dicho a mis hijos que no me movería de aquí y lo entendieron. Y sí, quiero hacerte feliz, de verdad, o por lo menos quiero intentarlo. Todo está un poco confuso en mi cabeza, espero que lo entiendas. Tu madre ha dejado un hueco muy grande e importante en mi vida. Si entiendes eso, María, sera una gran cosa para inententarlo.

Solo quiero que consideres algunas cosas. Por más que yo ponga el mayor empeño en hacerte feliz, no dejo de tener la edad que tengo. ¿Te has parado a pensar en ello? Casi te doblo la edad y no sé cuanto tiempo voy a ser capaz de mantener mis fuerzas para darte lo que tú necesitas.

  • Por favor, Ricardo, hiciste feliz a mi madre, has estado con ella hasta el último minuto de su vida. Yo seré feliz, sabiéndote feliz. Te lo juro. Si además, y perdona la frivolidad, por favor, me das un poco de lo que dabas a mi madre… ¡Madre mía! ¿Que más puede pedir una mujer que ya pasa los cuarenta? Lo que yo necesito eres tú, y yo voy a conseguir ser todo lo que tú necesitas

  • Y que tiene toda una vida por delante, no lo olvides, porque yo no lo olvido. Por otra parte ¿que hay de tu amiga Nadia, sois casi pareja.

  • Ella sabe que te quiero. Y sabe que si me pone en la tesitura de tener que elegir, me perderá. Nos perderemos mutuamente, quiero decir. No te voy a engañar con ella, pero seguramente alguna vez sí.

  • Si ella lo acepta, si me acepta en las mismas condiciones que yo a ella, no pondré reparos. Por mi parte, ya me conoces. Soy pájaro de un solo nido, y si tus ausencias no son largas…

  • Te prometo que no lo serán. Entonces ¿puedo trasladar mis cosas aquí?

  • Lo estoy deseando. Pero me gustaría que primero miraras las cosas de tu madre. Puede haber algo que quieras conservar. Todo lo que ella quería que fuese tuyo lo tenía perfectamente etiquetado y empaquetado, pero a pesar de eso, debes mirar.

  • Lo haremos los dos juntos. — y cambiando el tono de sus voz a otro mas susurrante y meloso.---

Antes de todo eso ¿no me podrías dar un anticipo de mi felicidad, por pequeño que sea?

  • Creo, María, que por la última conversación que mantuvimos tu madre y yo, ella no espera otra cosa. Así que, si quieres intentaré darte algo más que un anticipo.

  • Estaba segura de eso. Pero si no te importa, esta primera vez y hasta que no hallamos ordenado todo lo de mi madre, vayamos a mi habitación ¿te parece bien?

  • ¿Respeto o superstición?

  • Respeto. Ha pasado ya bastante más del tiempo que ella me marcó como lo que consideraba sano, pero mientras todo lo suyo esté aquí será como si no la dejásemos ir. Y ella me repitió muchas veces que el recuerdo no debe ser una cadena que nos sujete a nada ni a nadie, sino como la llama de una vela que ni te ata ni te obliga, pero te muestra el camino para que puedas volver cuando quieras hacerlo.

  • Estoy de acuerdo. Vayamos, entonces.

  • Una cosa más, Ricardo. Por favor, no me compares con mamá.

  • No pensaba hacerlo, María. Como te he dicho antes, ya tengo una edad y, para bien o para mal, he conocido otras mujeres. Cada cual es como es y lo único que les he pedido siempre es que me aceptaran como soy y no intentaran hacerme cambiar, porque entonces ya no sería yo.

  • Te acepto y te quiero como eres y ya verás como te conozco más de lo que tu te crees. Dejemos de hablar, por favor, necesito recuperar el tiempo que no te he tenido, lo demás irá surgiendo y solucionando sobre la marcha. ¡Ah! Yo hablo muy poco durante el sexo. Y si hablo soy muy… guarra.

  • Me va a encantar, María. Me va a encantar que en ocasiones hagamos el amor y en otras ocasiones follemos, si te refieres a eso.

  • ¡¡¡¡Sííí, eso es lo que quería decir!!!

  • Y en este preciso momento ¿que quieres, follar o hacer el amor?

  • Me gustaría un poco de cada cosa. Tenemos muchas horas por delante, cariño. ¿Puedo llamarte cariño?

  • Claro que sí, si así lo quieres

El sexo con María era otra dimensión, sobre todo al principio porque, según ella, iba con hambre atrasada y le debía un sin fin de polvos.

  • Así que tienes que empezar a pagar enseguida porque nos va a faltar tiempo.

Apenas me dio alguno, cuando entré en la habitación ya estaba desnudándome, casi me arranca los botones de la camisa, y parecía que era contagioso, pues cuando quise darme cuenta yo le estaba quitando el jersey y antes de contar tres tenía el sujetador en mi mano y lo arrojaba no sé donde. María se afanaba con mi cinturón y mis manos, ya debajo de su falda, lo hacían con su culo. Coincidiendo con mis manos bajando las bragas de María, ella bajaba mis pantalones, de los que me desembaracé en dos segundos. La falda y las bragas de María no tardaron en seguir el mismo camino que mis pantalones, solo mis calzoncillos me separaban de la desnudez total, sin embargo María optó por acercarse a mí y abrazarme, y mientras me besaba me dijo:

  • Hagamos como si esta fuera nuestra noche de bodas, llévame a la cama. ---la tomé en brazos y la llevé hasta la cama.--- Túmbate aquí, junto a mí.

Empecé a besarla en la boca e intenté bajar hasta sus pechos, pero ella me detuvo.

  • No, cariño, es la primera vez y quiero ser yo quien tome la iniciativa ¿quieres? Quédate tumbado y espera.

La dejé hacer. Sin dejar de mirarme se fue como una gata hasta los pies de la cama mostrándome al hacerlo su hermoso trasero y su depilada vulva, una vez allí se giró y se acercó, tomó mi pene y lo comenzó a lamer desde su base hasta el glande con una desesperante lentitud que me enervaba, en el mejor sentido del verbo. Yo cerré los ojos evitando su lasciva mirada e intentando distraer mi mente de las maniobras que con su lengua y sus labios ejecutaba María en mi pene. Debo reconocer que yo estaba muy preocupado, pues no es lo mismo satisfacer a una mujer algo más joven que uno mismo que a una a la que casi doblas la edad. Aún contando con que en todo el tiempo que Lucía y yo habíamos compartido lecho nunca, ni una sola vez, dejé de procurarle varios orgasmos, y eso que nuestras sesiones eran casi diarias y prolongadas. Pero la vitalidad de María… En fin, tiempo habría de verlo.

Como ella misma me había anunciado, cuando follaba era parca en palabras, no obstante me hizo un único comentario.

  • ¡Madre mía, cariño, la tienes durísima! Si la tienes siempre así, voy a ser la mujer más feliz del mundo. ¡Y que huevos más gordos, me encantan!

A mi casi se me escapa un “a tu madre también le gustaban mucho”, pero pude callar a tiempo. Y ella también calló.

Había comenzado la felación propiamente dicha. Se introducía mi polla a tal profundidad que no podía creer que pudiera respirar y aún así podía tocar con la lengua parte de mi escroto. Permanecía así un momento, liberaba mi polla, tomaba aire y le dedicaba una sublime mamada al tiempo que la masturbaba con un giro de muñeca que talmente parecía que quisiera asegurarse de que estaba bien atornillada al pubis.

Me cansé de estar inactivo, así que me fui girando de modo que tuve su vagina al alcance de la mano. Empecé a acariciar su raja, ya húmeda, y sin más, introduje los dedos índice y corazón en su vagina al tiempo que el pulgar lo hizo en su ano. Puede parecer que exagero, pero María soltó un largo “aaaahhhh” y toda su combatividad, todo su aparente dominio de la situación, desapareció como por ensalmo, se derrumbó, pareció como si la invasión de su intimidad por mis dedos hubiese accionado un conmutador y hubiese desconectado algo.

Giró la cabeza buscando mis ojos, los suyos, abiertos como platos, tenían la mirada desenfocada y su boca estaba abierta con el mismo gesto con el que había abandonado, y olvidado parecía ser, la felación. De ella salía apenas un “aahh” entrecortado, repetido y, luego me di cuenta, perfectamente sincronizado con los movimientos de mi mano, en honor a la exactitud, coincidía con la entrada de mis dedos en sus cavidades.

No supe en ese momento cual de mis dedos era el causante de la reacción de María y no me importaba demasiado, tampoco tuve mucho tiempo para pensarlo, pues volvió a introducir mi polla en su boca con más afán, si cabe, que antes. En aquellos momentos estábamos tan sincronizados, que cuando hice el movimiento de meter mi cabeza entre sus piernas, ella levantó la suya y la paso al otro lado, con lo que su vulva quedó en el preciso lugar donde yo la deseaba, así que, sin abandonar el trabajo de mis dedos, me fui apoderando por entero del clítoris de María que seguía jadeando de un modo apenas audible, mezclando los jadeos con alguna palabra, inconexas, de las que, a duras penas, pude distinguir “rico”, “gusto” “diosmio”, “correrme”, aunque no recuerdo si ese era el orden en que las pronunciaba.

Su pelvis se movía con ritmo buscando acomodarse a las caricias de mi lengua y los movimientos de mis dedos, dudando de a cual de ambas cosas adaptarse. Ganó mi lengua.

Por mi parte, me esforzaba por aguantar lo máximo, no quería correrme antes que ella, pero me estaba costando horrores. Menos mal que ella también llevaba hambre atrasada, así que cuando apretó sus muslos y su coño contra mi cabeza y mi boca, me dejé ir, no la pude avisar, no podía separar mi boca de su coño, por lo que opté por seguir chupando, lamiendo e intentando beber el enorme caudal de fluidos que manaba de su vagina. Yo descargué varios chorros de caliente semen en su boca sin que al parecer le importara demasiado, pero que a punto estuvo de atragantarse.

Todavía con la mirada perdida y jadeando, se colocó en sentadilla dándome la espalda y se introdujo la polla de un solo golpe, estaba tan lubricada que esta operación no le supuso ningún problema.

Verla e esa posición y el movimiento de su trasero arriba y abajo le dio una nueva vitalidad a mi polla, en caso de que la necesitara y, aunque esos movimientos no eran excesivamente lentos, tampoco eran demasiado apresurados, por lo cual era un verdadero placer contemplar su cuerpo desde aquella perspectiva.

El manantial de su vagina había inundado completamente mi pubis, con lo que cada vez que su vulva lo golpeaba producía un ruido como de chapoteo de lo más excitante.

De pronto, se detuvo y se dio la vuelta, puso su pecho sobre mi falo y se entretuvo unos minutos acariciando el glande con sus pezones (o sus pezones con el glande, no lo tuve claro), primero uno y después el otro, de vez en cuando apretaba su pezón con fuerza contra el glande, yo lo notaba duro, muy duro, en realidad. Y seguía sin decir palabra, solo movía los labios, como si rezara

En un momento dado, agarró mis piernas, las levantó, las separó y comenzó a rozar mis testículos y la polla con sus pechos. Mentiría si dijera que esto no me sorprendió, nunca me había encontrado en una situación semejante: mis piernas apuntando al cielo y separadas en un ángulo increíble. Por un momento me sentí totalmente ridículo, pero al observar la cara de María, como en éxtasis o colocada, mis prejuicios se evaporaron. Pero las sorpresas no habían acabado, ni por asomo. Habían tenido que pasar casi setenta años de mi vida para, en unos pocos segundos, descubrir que había una mujer mucho más joven que yo que estaba intentando follarme el culo ¡con un pezón! Juro por lo más sagrado que todavía no consigo entender como conseguí no sucumbir al ataque de risa que estuvo a punto de echarlo todo por la borda, pero lo hice.

Sí que recuerdo muy bien que pensé “¡Esto no me puede estar pasando a mí, María me está tomando el pelo!” y esperaba que de un momento a otro se pusiera a reír a mi costa, pero miraba su cara y sus ojos en blanco y me decía a mi mismo que o era una actriz que valía un mundo o se había metido algo en algún momento en que yo no miraba

Con toda la suavidad de la que fui capaz, me moví y conseguí colocarme detrás de ella, que no reaccionó hasta que sintió mi polla invadiendo sus entrañas, entonces comenzaron sus jadeos y gemidos, muy suaves al principio pero que fueron cobrando intensidad poco a poco. De vez en cuando, sacaba mi polla y con ella un rio de fluido blanco salía de su vagina y se vertía a las sábanas, yo evitaba parte de aquel caudal se perdiera y con la punta del falo lubricaba el perineo y el ano.

Mientras volvía a penetrarla introduje un dedo en su ano, bien lubricado con sus propios flujos, y la temperatura de María se puso por las nubes. ¿Y que puedo decir de mí? Volví a sacar mi polla de su coño y jugueteaba con ella en la entrada de de su ano, y entonces María habló.

  • ¡No, mi vida hoy no, por favor, por el culo hoy no! Te prometo que a partir de mañana me follarás el culo siempre que quieras, mi amor, a partir de mañana siempre tendré en casa lubricante y enemas para que me folles el culo y me hagas gozar, vida mía, te lo prometo. Pero ahora sigue follándome el coño, por favor, necesito correrme, Ricardo, ¡haz que me corra!

Pareció como si aquel discurso abriera una espita de gas y diera toda la energía al culo de María, pues el ritmo de su culeo, si se dibujara en un gráfico sería como la curva de Gauss, pero con una meseta en la parte superior, que fue donde se corrió y yo me corrí.

Con el tiempo fui comprendiendo los estados anímicos de María, me di cuenta de que la mirada perdida durante más de cinco minutos era un viaje a la introspección en el que yo no podía acompañarla. Aunque ese viaje era poco frecuente en nuestras sesiones sexuales, ocurrían a veces, su cuerpo estaba ahí pero su mente solo ella sabía donde. Y eso me creaba mucha inseguridad, pues aunque parecía disfrutar del sexo, a veces se le ocurrían cosas peregrina de las que luego no se acordaba.

Después de nuestra primera vez tuvimos una larga charla, porque eso sí, todo lo que no hablaba durante la coyunda (son sus palabras, no las mías) lo hablaba después, y con un lenguaje frecuentemente soez que me incomodaba. Follaba por apetito y cuando le apetecía (también son sus palabras).

  • ¿Me quieres explicar que ha sido eso de levantarme las piernas y follarme el culo con los pezones?

  • ¡¿Perdona?! ---me miraba con los ojos abiertos como platos.

Le expliqué el episodio y lo difícil que me resultó no estallar en un ataque de risa. No me creía. Y lo entiendo. Tardé en convencerla y le conté que solo cuando me puse detrás de ella y la penetré pareció volver de nuevo a la realidad. Nos reímos mucho, los dos, aunque su risa no me pareció del todo creíble o sincera , Me dijo que, a veces cuando pasa por algo que le produce una gran emoción, entra como en trance.

  • Se ve que me estabas follando bien. La próxima vez, cuando te des cuenta, me das un cachete en la nalga y ya veras como vuelvo a tierra. De todo lo demás sí que me acuerdo, cariño, y de la promesa que te he hecho también.

  • Y de donde has sacado eso de los enemas. Y conste que me imagino el porqué.

  • Se lo oí a una pornstar en una entrevista en un canal de You Tube. Y si lo piensas, es de lo más lógico. Y yo quiero que lo hagamos así para que, si no lo hacemos, las consecuencias no nos corten el rollo. Por otra parte, cariño, ha sido maravilloso, divino. De verdad. Seguramente te extrañe que no soy muy explosiva cuando me corro, pero es que mis orgasmos son tan intensos que me dejan sin fuerzas hasta para hablar. Pero lo notarás en los espasmos de mi vagina, que no puedo controlar y en que mi cuerpo se contorsiona como el de la niña de El Exorcista.

  • Los espasmos de tu vagina fueron los principales causantes de mi orgasmo.

  • Tenemos que arreglar tu habitación, quiero dormir en tu cama cuanto antes.  ---Me dijo cambiando repentinamente de tema

  • ¿Dormir?

  • En algún momento tendremos que dormir después de follar ¿no te parece?

A la mañana siguiente nos pusimos a ello. En uno de los cajones encontramos una hojas manuscritas de Lucía. A primera vista perecían un relato. María me las entregó diciendo que no se veía con fuerzas para leerlo.

  • ¿Lo lees tú y me lo cuentas, por favor?

  • De acuerdo, sin problemas.

  • La Navidad está a la vuelta de la esquina, cariño, y en un principio yo había pensado que le podríamos decir a Nadia que la pasara con nosotros, pero se va a ver a sus padres al pueblo y no volverá hasta el 2 de enero, así que tendríamos que pensar en algo para no pasarla los dos solos en esta casa, no creo que nos haga bien.

  • Me parece buena idea. Vamos a pensar alternativas.

Llegó la Navidad y la pasamos en Mallorca, en un hotel del levante mallorquín, con un espléndido spa, gimnasio y saunas. Pasé del segundo y aproveché bien y mucho el primero y el tercero. Por las noches nos cansábamos un montón y de día nos relajábamos, descansábamos y bebíamos cava. ¡Ah, sí! Y comíamos también. La semana se nos hizo corta.

Continuará...