Habitación doble con baño (1ª parte)

Recién jubilado y harto de vivir solo, encuentro la oportunidad de alquilar una habitación y tener un poco de compañía.

Me llamo Ricardo, tengo 69 años, me jubilé a los 61 años por miedo a que en esos cuatro años que me faltaban llevaran a cabo la felonía de alargar la edad de jubilación. Estoy separado desde hace muchos años, tengo mi casa propia y en ella estuve viviendo hasta poco después de jubilarme, pero cuando llegó ese momento, y a pesar de que no me faltaban amigos y cosas que hacer, cuando llegaba la noche, la casa se me hacía enorme y las horas eternas, así que tomé la decisión de que, si me salía algo que me conviniera, me iría. Esto ocurría pocos meses después de jubilarme.

Una mañana, cuando daba mi caminata habitual, vi un cartel en un balcón: “Se alquila habitación doble con baño” seguido de un número de teléfono. Lo marqué en mi móvil y me contestó una voz de mujer, le explique que había visto el cartel y que podía estar interesado, también le dije que, para evitar hacer que perdiera su tiempo y yo perder el mío, me podía adelantar que pedía por el alquiler, me lo dijo, no me pareció exagerado y quedamos en que me pasaría a ver la habitación en el curso de la mañana. Me aseguró que la tendría en reserva hasta que yo fuera.

Hice un largo paseo para no llegar pronto y dar la sensación de que lo de alquilar la habitación era pura necesidad. Toqué el timbre y me abrió una señora mayor, malencarada y muy borde.

  • Buenos días, señora, vengo por lo de la habitación.

  • Se ha equivocado de piso, aquí no es. ---casi cerrándome la puerta en las narices.

  • ¡Mama, por favor! ---Una voz desde dentro.--- ¡Ya atiendo yo a este señor!

Era Lucía, una señora de buen porte unos años más joven que yo. De buena estatura, un poco entrada en carnes, pelo corto, canoso y pecho exuberante. Atractiva. Eso fue lo que pude percibir mientras se acercaba a la puerta. Extendió la mano en muestra de saludo y se la tomé.

  • Es usted don Ricardo, me imagino. Yo soy Lucía. Y ella es Matilde, mi madre. ---me dijo mirando a la señora con gesto irritado.--- Debe disculparla. No acaba de aceptar que alquilemos la habitación y a veces se le olvida quién es la dueña.--- Añadió dirigiendo una nueva mirada a la señora, que torciendo el gesto se retiró al interior de la casa.

Me hizo pasar para mostrarme la habitación. La seguí aprovechando la ocasión para echar un vistazo a su figura desde atrás. Tenía un buen culo para su edad, parecía de carnes prietas.

Su madre no paraba de murmurar por lo bajo. Me indicó con un gesto que no hiciera caso y me condujo a la que habría de ser mi morada, si todo iba bien. Doña Matilde no había dicho su última palabra.

  • Supongo que al menos le darás la habitación del fondo ¿no?

  • ¡Dios mío, que paciencia hay que tener! No, mama, es la habitación grande con baño la que quiero alquilar.

  • ¡Pero esa habitación es la que se comunica con la tuya!

  • Sí, mamá, con una puerta que hace un siglo que no se abre y que nadie sabe donde está la llave.--- contestó Lucía poniendo cara de resignación.

Me mostró la habitación, era amplia, con mucha luz. Tenía una gran cama que parecía cómoda y que según me dijo había hecho restaurar, el colchón era nuevo, todavía por estrenar. Y además de las mesillas de noche con sus lámparas correspondientes, había un mueble grande con varios cajones y un gran armario al lado del cual había una puerta de dos hojas que daba a una estancia, también muy amplia, amueblada como para un despacho. Al fondo de esta estancia se encontraba el baño. Enorme y, por lo que pude apreciar, renovado no hacía mucho tiempo.

  • Esta habitación fue en otro tiempo la de mis padres, y este era su despacho. Antes no se comunicaba con la habitación, pero en una reforma que hicieron, mi padre decidió que le era más cómodo ir desde allí, que no salir al pasillo para entrar en su despacho. Al morir mi padre, mi madre prefirió cambiarse a otra más pequeña. ---Me explicó Lucía.--- Bueno, ¿que le parece, le gusta?

  • Mucho. La verdad es que no me esperaba que pudiera disponer de tanto espacio. Mi idea era venir aquí solo a dormir. Verá, yo tengo mi casa, pero desde que me jubilé y paso más tiempo en ella, el silencio de la casa se me antoja agobiante, sobre todo por las noches. Por eso cuando vi el cartel me pareció una buena idea que, sin desprenderme de mi casa, que un día será de mis hijos, alquilar algo más pequeño y al mismo tiempo sentir que hay más vida en la casa. Los ruidos familiares hacen compañía ¿no le parece? Ahora, con todo este espacio, a lo mejor tendría que replantearme algunas cosas. En fin, si las condiciones siguen siendo siendo las que me dijo por teléfono, y si no hay ningún inconveniente por su parte, no hay más que hablar, me quedo la habitación.

  • Deduzco, entonces, que vive solo. ¿Separado?

  • Así es. Desde hace mucho tiempo.

  • ¡Vaya! Lo siento mucho.

  • ¡Ah, no se preocupe! Mi ex mujer no pudo superar eso que llaman el “síndrome del nido vacío” y la convivencia se convirtió en algo muy difícil. Ahora vive en un nido aún más vacío. Pero fue su decisión. ¿Y ustedes? ¿Hay algún otro hombre en la casa?

  • No. Mi madre y yo somos viudas. Yo lo soy desde hace algo más de dos años. Y mi hija, a la que no creo que tarde en conocer, está separada también, así que usted será el referente masculino de la casa. Será un cambio positivo.

  • Espero que así sea. Desde luego, lo que no quiero es interferir en sus vidas.

  • No debe preocuparse por eso. Nosotras tampoco le resultaremos un estorbo, puede estar seguro. Lo que si voy a rogarle es que, al principio, tenga un poco de paciencia con mi madre. Si llega a molestarle, me lo dice, yo sé como meterla en vereda. Será hasta que se acostumbre a verle en la casa.

  • No se preocupe. Terminaré por ganar su confianza. Si le parece acabamos de concretar los términos. Yo le pagaré mensualmente por transferencia o en mano, como prefiera.

Ultimamos los detalles y quedamos en que a partir del día siguiente podría empezar a llevar lo que considerara necesario. Al salir de la habitación nos encontramos a la que me presentó como su hija María, que era una copia rejuvenecida de Lucía, aunque con una melena rizada y un cuerpo más esbelto que el de su madre. Su cara tenía un punto de picardía, una sonrisa agradable y ojos de mirada inteligente.

En un principio el alquiler de la habitación no incluía nada más, pero no pasó mucho tiempo antes de que a la hora de salir a mi caminata diaria me hicieran compartir con ellas el desayuno, aunque en contra del parecer de doña Matilde, la cual no acababa de aceptarme, no ya en su mesa, sino en su casa. Yo seguía los consejos de Lucía y no me daba por aludido.

Tomé la costumbre de levantarme un poco antes de lo que solía y compraba unos cruasanes o unas pastas, que eran mi aportación al desayuno. Antes del año ya me sentaba a la mesa para la cena también, aunque en un principio me resistí porque eso me obligaba a cumplir con un horario, pero Lucía me convenció alegando que así al menos dejaba de llevar esos horarios anárquicos con las comidas. Y tenía razón en eso.

En algún momento dejé de ser don Ricardo para convertirme en Ricardo y se requería mi presencia en todas las celebraciones familiares que no coincidían con algún viaje mío para ver a alguno de mis dos hijos y nietos. Yo siempre aportaba alguna botella de vino y cava, y fue así como empecé a ganarme a doña Matilde, pues le encantaba el cava y el champán.

Y fue en una de esas celebraciones cuando la cosa se disparó. Me explico: Lucía y yo manteníamos largas conversaciones, normalmente por la noche, cuando abuela y nieta se retiraban a dormir, la una porque tomaba una infusión para dormir y la otra porque se levantaba temprano. Así supe de la la vida de Lucía, de su matrimonio, de su viudedad y del porqué de una casa tan grande que su padre le dejó en herencia con su madre como usufructuaria hasta su muerte, cosas, en fin, que no voy a relatar porque no vienen al caso y no aportan nada a este relato.

Disfrutaba mucho de esos momentos y de la compañía de Lucía, y no voy a negar que me atraía mucho, tanto que esperaba con verdadera ansiedad esos momentos en los que nos quedábamos solos ella y yo. No quería hacerme falsas ilusiones, pero en ese momento habría jurado que yo no le era indiferente tampoco. La cuestión es que esas conversaciones crearon una proximidad entre ella y yo que tuvo su desenlace la noche en que se celebraba el 84 aniversario de doña Matilde. Habían invitado a unos parientes y se había puesto mesa en el comedor principal. Doña Matilde ocupaba la cabecera de la mesa, como era natural, a su derecha se sentaba Lucía y a su izquierda, María. Lucía me reservó el asiento situado junto al suyo, “porque ya es como de la familia.

Durante toda la cena, Lucía no despegó su pierna de la mía. Llegó la hora de los brindis, yo había traído dos botellas de champán francés, con lo que acabé de ganarme a doña Matilde. Durante los brindis, Lucía puso una mano en mi pierna, aprovechando el barullo del brindis y las felicitaciones a la homenajeada, puse mi mano sobre la de Lucía, ella la tomó y la llevó hasta su pierna desnuda y yo la desplacé hacia la parte interna de su muslo, lo acaricié y lo apreté, ella apretó sus muslos dando a entender que mi maniobra le había gustado, dio un largo suspiro del que sólo yo me dí cuenta. O eso creía.

Tras el brindis los parientes empezaron a despedirse y en un momento sólo quedamos en la casa los cuatro habituales. Acabábamos el champán cuando doña Matilde ya daba cabezadas de sueño. Yo, después de apretar de nuevo el muslo de Lucía, dije que estaba cansado y que si querían les ayudaría a recoger todo y me iría a la cama. Lucía dijo que todo se haría por la mañana porque había tenido un día ajetreado y también necesitaba descansar, que llevaría a su madre a dormir y se retiraría. María dijo que, entonces, con nuestro permiso, ayudaría a su madre para arreglar a la abuela y también se iba a dormir. Me despedí de ellas y me fui a la habitación, me di una ducha y me metí en la cama, desnudo.

Apenas quince minutos después, oí un leve ruido proveniente de la puerta que comunicaba con la habitación de Lucía, la que llevaba un siglo cerrada y nadie sabía donde estaba la llave. No me moví ni encendí la luz, la que entraba de la calle por la ventana era suficiente para andar por la habitación sin peligro de tropezar con los muebles, lo cual le habría quitado toda la magia al momento. Lucía, pues era ella, entro en mi cama y un segundo después sentí la presión de sus pechos en mi espalda, hice el movimiento de girarme pero ella me pidió que todavía no, que la dejara estar unos minutos así, sintiendo mi olor y el calor de mi cuerpo.

  • Empezaba a pensar que no vendrías. ---le dije

  • He querido refrescarme un poco antes de venir. ¡Llevo tanto tiempo deseando este momento, temía tanto que nunca llegara que creía que me volvería loca! ¡Te deseo tanto, Ricardo, que creo que he perdido la razón! ---me decía mientras su mano acariciaba mi pecho.--- ¡Dios mio, Ricardo! Cuando has acariciado mi pierna, tan cerca de mi vulva, he creído que iba tener un orgasmo, a duras penas he logrado evitarlo. ¡Tenía tantas ganas de estar aquí contigo que el tiempo se me ha hecho eterno!

Eché mi mano hacia atrás, agarré su pierna y la atraje de modo que quedó sobre mí, luego, y mientras acariciaba su pierna y su culo, le dije que yo también la deseaba con pasión y que durante la cena, cuando había comprendido que ella correspondía mis sentimientos, el tiempo parecía haberse detenido y los minutos también se habían convertido en siglos para mí.

Ella se apretó aún mas y pude notar la dureza de sus pezones en mi espalda. Mi mano, mal que bien, acariciaba como podía su vulva y ella intentaba apretarse todavía más. Yo recorría su muslo, con la punta de mis dedos apenas podía rozar su labios vaginales.

  • ¿Puedo girarme ya? ¡Necesito besarte…!

  • Sí, Ricardo, bésame porque yo no deseo otra cosa que tus besos y todo lo que quieras darme.

Me giré de modo que su pierna siguiera sobre mí, puse mi mano en su nuca y la besé con suavidad y muy lentamente al tiempo que acercaba mi cuerpo al suyo todo lo que pude. La punta de mi pene tocó sus labios vaginales.

  • ¡Ricardo, amor mio! ---dijo en un susurro al sentir mi falo tan cerca de la entrada de su vagina--- Tengo miedo, tengo mucho miedo de no saber hacerte feliz.

  • Ya lo haces, Lucía. ---le contesté en el mismo tono.

  • ¡Te deseo tanto, tengo tantas ganas de ti…!

  • Ssshhhh. Estoy contigo, Lucía, estamos juntos. Vamos a vivir este momento con toda la intensidad que se merece. Vamos a olvidarnos de todo y de todos, solos tu y yo. Y nuestros cuerpos. Pero quiero pedirte algo.

  • ¡No me pidas nada, Ricardo, por favor, tómalo, toma de mí todo lo que quieras porque todo te lo voy a dar!

  • Yo también quiero dártelo todo, Lucía, y por eso tengo que pedirte que me digas qué es lo que te gusta o lo que te gustaría, qué es lo que te da mayor placer, porque no quiero equivocarme ni ir a ciegas, quiero que disfrutes desde el principio.

  • ¡Sí, mi amor!

Lucía se colocó de manera que me facilitaba el poder besar, chupar y mamar aquellos pezones duros como bellotas.

Tomó mi mano y la llevó hasta su vulva.

  • Empieza aquí, amor mío, y ve subiendo despacito. ¡Siii, así, mi vida! Despacio. Cuando llegues arriba, al clítoris, acarícialo también muy despacio, en círculos pequeñitos alrededor. ---me decía, susurrando, con voz entrecortada.

Encontrar su clítoris fue fácil pues estaba duro y erecto. Me pareció grande. Lo acaricié con cuidado y, liberándolo totalmente de la capsula que lo protegía, le dedique unos minutos.

  • ¡Así, así, mi vida! ¡Que gusto amor mío! ¡Aaaahhh, siii, cariño, un poco mas rápido, cariño, siií, así, así! Baja otra vez! ¡Ahí,sí, méteme el dedo, aaahhhh, más, más, todo lo que puedas, mi vida, no pares, no pares! Cómeme también las tetas, cariño, chúpame los pezones, muérdelos suave. Así. ¡Aaaahhh, como me gusta, mi vida, cuanto gusto me das, Ricardo! ¡Bésame entre los pechos y ve bajando hasta mi vientre! Ahora ya sabes lo que quiero, ¿verdad que sí, mi vida? ¿Notas como estoy de mojada?

Mi lengua y mis labios fueron abandonando los pechos de Lucía y muy lentamente fui bajando por su vientre. Besando y lamiendo llegué hasta su vulva y mi olfato se llenó de su embriagante aroma, su vagina destilaba abundante fluido, lo que me hacía ver su estado de excitación. Cuando fui acercando mi boca a su vagina, Lucía abrió sus piernas para que yo no encontrara la menor dificultad al invadir tan bendito territorio.

  • Te estoy esperando, mi amor, mi vagina, mi coño espera tu boca y tu lengua. ¡Aaaahhhh. aaahhh, Ricardo, es maravilloso lo que me haces sentir, creo que voy a morir de gustooooo! ¡Aaaahhhh, aaahhh!

Besé los labios de su vagina del mismo modo que había besado los de su boca, mi lengua exploraba hasta donde podía toda aquella profunda sima que se estaba convirtiendo en un inagotable manantial. Los gemidos, casi gritos, de Lucía, al igual que sus estremecimientos y movimientos de pelvis y caderas, me confirmaban que mis caricias alcanzaban su propósito de darle todo el placer de que era capaz.

Sin pararme a pensarlo lamí su ano y eso no le desagradó

  • ¿El culo también, cariño? ¡Que delicia, mi amor! ¡AAAAHHHH! ¡Es la primera vez que...!

¡Así, así, así! ¡Aaaahhh! ¡Vuelve, vuelve al coño, chupame el clítoris que ya me corro¡ ¡El clítoris, amor, cómeme el clítoris!

Fui hasta su clítoris y lo tomé entre mis labios, chupándolo con suavidad, dando pequeños tirones, y como para aliviarlo un poco de la dulce tortura que le procuraba, soplé un fino y lento chorro de aire, ignoro que sintió cuando lo hice, pero el efecto fue maravilloso, lanzo un breve grito de placer, abrió sus piernas aún más y entre violentos espasmos, sin dejar de repetir mi nombre, se corrió.

  • Ricardo, mi vida, amor mííííío, ya me coooooorrrrooooo! ¡AAAAAAAAHHHHHHHH... AAAAAAHHHHH... AAAAHHHH... AAAHHH... AH... aaahhh... aahh...

No dejé de lamer y chupar ni ella me lo pidió. No supe si era su forma de correrse o si era a causa de las continuas caricias de mi lengua en su clítoris, pero fue un orgasmo muy largo, como un montaña rusa, pues cuando parecía que acababa, volvía a remontar con ímpetu. Las olas de placer fueron remitiendo muy lentamente y se hacían más espaciadas.

Abandoné la zona de placer en que se había convertido su vulva y volví a sus pechos sin dejar de acariciar su trasero, pues ya me había dado cuenta de lo mucho que le gustaba. Ella, una vez calmada, buscaba mi boca y me besaba sin dejar de decirme que me quería, que me deseaba y que me lo quería dar todo, como yo se lo había dado. Le dije que no había hecho más que empezar, que quedaba mucha noche, y, que si ella me lo permitía, esperaba hacerla alcanzar el cielo.

  • Amor mío, solo con esas palabras me pones otra vez al borde del orgasmo.

Se puso sobre mí, ofreciéndome sus pechos, colocando los labios de su vagina en contacto con mi pene.

  • No te rías de mi, por favor, pero esto era una de mis fantasías cuando pensaba en ti. Estar así, acariciando tu pene con los labios de mi vagina.

  • ¿Como me va a disgustar, Lucía? Todo lo que a ti te de placer es muy importante para mí. Y por si no lo has notado, me ha subido la temperatura unos grados. ¿Notas la dureza de mi pene, Lucía?

  • ¡Cariño mío, claro que lo noto y no sabes como deseo sentirlo dentro de mí! Pero déjame gozar de este momento, de hacer realidad mi secreta fantasía. Déjame que esté así unos minutos, acariciando tu polla, sintiendo como toca mi clítoris. ¡Dios mío, que placer tan grande siento. ¿Te gusta a ti, Ricardo? ¿Notas lo mojada que estoy? Es por tu culpa, Ricardo, tu bendita culpa!

Con un lento vaivén Lucía deslizaba los húmedos labios de su vagina a lo largo de mi falo procurándome un placer exquisito. Se entretuvo en ese juego durante un buen rato y era evidente que le gustaba. Yo acariciaba sus glúteos, incluso hice una incursión a la entrad de su ano con mi dedo, pero ni siquiera pareció percatarse de ello.

-Creo que ya estoy preparada, amor mio, penétrame, métemela cuando quieras, Ricardo.

Se echó sobre mí buscando mis besos, hice que levantara un poco su culo para liberar mi polla de aquella húmeda prisión y la dirigí a la entrada de su vagina, la fui penetrando muy poco a poco porque era algo que me daba gran placer y esperaba que a ella le pasara igual, que disfrutara de ese momento prolongado en que la tomaba.

Un largo gemido fue la respuesta inmediata de Lucía al sentir la total invasión de su vagina, no necesitamos mucho tiempo para sincronizar nuestros movimientos. Ella seguía abrazada a mí, pero sus movimientos sumados a los míos nos procuraban la penetración perfecta. Ambos estábamos intentando alargar al máximo el placer y retrasar cuanto fuera posible el orgasmo a sabiendas de que cuando llegara sería el éxtasis.

  • Lucía, cariño, no quiero correrme todavía, creo que puedo aguantar un rato y quiero hacerte gozar mucho. ¿Quieres hacer lo que yo te diga?

  • ¡Claro que sí, mi vida, no deseo otra cosa, no quiero negarte nada!

  • Solo déjame que yo me mueva y me ponga detrás de ti.

  • ¿Me lo quieres hacer desde atrás, cariño?

  • Después sí, pero ahora quiero jugar un poquito con tu coñito.

  • Sí, cariño, sí.

La visión de su culo en pompa y su vulva en todo su esplendor fue superior a mis fuerzas y no pude resistir la tentación de volver a comérselo, así que me puse en ello, pero esta vez empecé dando unas pasadas con la lengua en la entrada de su ano, bastaron un par de lengüetazos y Lucía ya trataba de separar los glúteos con sus manos.

  • ¡Cariño mio, como me gusta lo que me haces! ¡Que sensación tan extraordinaria, Ricardo! ¡Necesito que me la metas, amor, quiero correrme, no puedo aguantar más!

Me coloqué de rodillas y acaricié su coño y su ano con mi falo. Lanzaba grandes suspiros y jadeaba. La penetré. La postura facilitaba que la penetración fuera más profunda.

  • ¡Dame fuerte, mi vida, ya no puedo aguantar más, haz que me corra, por Dios! ¡Que gusto, cariño mío! ¡¡Ya!! ¡¡Ya!! ¡¡Ya me corroooooo!

Y nos corrimos los dos. Se derrumbó sobre la cama y yo con ella, mi polla se mantenía dentro, así que seguí bombeando. Ella se agarraba a las sábanas y las mordía pugnando por evitar el grito que su garganta trataba de proferir. Y yo seguía con mis ataques. Fueron toda una cadena de orgasmos los que tuvo. Terminamos agotados y abrazados. Conseguimos dormir un poco.

Cuando desperté, vi que estábamos tumbados de costado, yo detrás de ella, muy pegado, en cucharilla. Cuando fui consciente de ello, mi naturaleza reaccionó y comencé a rozar mi polla desde su culo hasta su clítoris. Poco a poco, Lucía fue despertando y también fue consciente de mis maniobras, solo que esta vez estaba dispuesta a ser ella la que llevara la iniciativa.

Me pidió que me tumbara boca arriba y me dejara hacer. Comenzó a recorrer mi polla con la lengua desde abajo hasta el glande, pero lo hacía muy despacio y sin apartar su mirada de mi cara, muy pendiente de mis reacciones al tratamiento que me estaba aplicando, de vez en cuando se entretenía un poco más en mi glande lo tomaba entre sus labios y le daba unas caricias con su lengua. Toda esa operación la repitió varias veces, hasta que se aplicó en una felación que fue portentosa. Cuando noté que estaba a punto de correrme, se lo dije y ella se giró poniéndose de espaldas y me pidió que lo terminara yo y eyaculara en su culo. Lo hice así y dirigí mis disparos de esperma justo a la entrada de su ano. A la primera descarga, agarró mi polla y lo apretó contra su ano introduciendo apenas un centímetro, con lo que los consiguientes chorros de esperma inundaron la entrada de su ano. A cada descarga mía, ella se introducía un poco más y cuando yo terminé de eyacular, muy poco a poco fue introduciendo el resto de mi polla en su culo hasta que la tuvo toda, y entonces estuvo unos minutos sin moverse, haciendo que su ano se familiarizara con el extraño cuerpo que lo invadía. Una vez conseguido comenzó a moverse con lentitud y poco recorrido que fue aumentando a medida que la excitación y la lubricación gracias al semen se extendían a lo largo del falo. Cuando notó que su ano se deslizaba con gran facilidad, aumentó el ritmo de sus enculadas y empezó a gemir al mismo ritmo que se ensartaba en mi polla. Alcanzó un nuevo orgasmo, se mantuvo empalada y me pidió, casi sin voz, que la masturbara.

Me incorporé como pude, nos acomodamos de modo que mi mano alcanzara su vagina con facilidad. Su coño, como ya venía siendo normal, estaba muy lubricado con los fluidos de Lucía, así que el roce de mis dedos no le iba a incomodar. Comencé a masturbarla, primero acariciando los labios y después el clítoris, Lucía respiraba profundamente y levantaba su pelvis o la movía lateralmente como siguiendo los movimientos de mi mano. En un momento dado introduje dos de mis dedos en su vagina y eso aceleró su respiración y aumentó el ritmo de sus movimientos. Mi polla seguía dentro de su ano, así que el efecto combinado de ambas penetraciones acabó provocándole otro orgasmo. Se inclinó hacia atrás, sobre mi pecho y alzó el brazo para acariciar mi cara.

  • ¡Gracias, cariño! Ha sido una delicia, no estaba segura de si me iba a gustar, ahora ya lo sé. Tengo que comprar un lubricante. Ya veras como la próxima vez irá mejor. Ademá quiero que te corras dentro de mí, eso me hace muy feliz.

  • A mí también, Lucía.

  • ¿Sabes una cosa? Ha sido la primera vez que he mamado una polla, me daba como asco, sin embargo hoy… Me ha gustado mucho chupártela, me sentía más llena de vida cuando lo hacía. Y tus testículos…

  • ¿Que pasa con mis testículos?

  • ¡Me encanta acariciarlos y amasarlos! ¿no te he hecho daño, verdad?

  • ¡Claro que no, cariño, bien al contrario!

  • ¡Me siento tan feliz cuando pienso que podré estar contigo, así, disfrutando de tu cuerpo y tu del mío…! Cariño ¿tú disfrutas de mi cuerpo?

  • De cada centímetro, ¿que digo? ¡De cada milímetro de él! Y quiero disfrutar de él cada noche.

  • Y cada hora del día, siempre que quieras, ya encontraremos la manera de que cada vez que lo desees… Amor mío, todavía te noto dentro de mí. ¿Sabes? Creo que podría correrme otra vez, si tu quieres, mi amor. Acaríciame los pechos, vida mía. ¡Cielo santo, me pasaría así el resto de mi vida! ¿Por qué has tenido que aparecer en mi vida tan tarde?

  • Seguramente tenía que ser así para poner en valor estos momentos que vivimos ahora.

  • Si, seguramente. Ahora, si no te importa, voy… a… correr… meeee. ¡Dios mio, no me lo puedo creer! ¡Me estoy convirtiendo en una ninfómana!

  • No me importa, siempre que sea conmigo.

  • Eso tenlo por seguro, amor mío.

Y en esos términos siguía nuestra vida.