Habitación de alquiler (uno)

Mi casera vive sola y se alegra de tener un inquilino como yo

Por medio de un amigo me enteré que se alquilaba una habitación en un piso cercano a la facultad. Después de la experiencia del primer curso en el que tenía que invertir casi 40 minutos en el trayecto desde casa a la universidad, pensé que parte del dinero ahorrado en mi trabajo de camarero durante el verano bien lo podía gastar durante el curso en cosa que me facilitasen la vida.

El alquiler era bastante más alto pero además de la cercanía a la facultad tenía el aliciente que se ofrecía la posibilidad de media pensión en casa de la dueña que vivía en el mismo edificio. Esto me pareció muy interesante pues me liberaba de la preocupación diaria de ir a comprar y preparar la comida, y además ofrecía tener comida casera cada día.

Mi satisfacción fue completa cuando tras aceptar las condiciones del alquiler comprobé que iba a compartir piso con dos chicas de la facultad de Biología.

Los primeros días fueron de tanteo y aunque los tres éramos jóvenes sin ataduras sentimentales y cuerpos atractivos, acordamos que para preservar el orden y la convivencia dejaríamos a un lado la cuestión sexual entre nosotros. Así evitábamos conflictos y posibles roces por afinidades contrapuestas.

Me iba costar mucho acostumbrarme a verlas deambular por la casa semidesnudas. Y yo tuve que reprimir algunas costumbres como la de ir del baño a la habitación en pelota picada. Cuando nos poníamos cómodos en el sofá frente al televisor siempre tenía la tentación de mirar de reojo sus cuerpos, sus braguitas, sus pezones marcándose en las camisetas y tantos detalles que me excitaban pero que tenía la obligación de reprimir.

A pesar de nuestro pacto, en el fondo ellas disfrutaban con sutiles provocaciones a las que yo respondía con mucho disimulo tratando de mantener la compostura. En la soledad de mi habitación más de una paja me hice reviviendo escenas fruto de nuestra distendida convivencia.

Empezó el curso con normalidad y cada cual se centró en sus estudios. A medio día comíamos en el comedor de la facultad y por las noches subíamos al piso de la dueña a cenar los cuatro juntos.

La dueña era una señora viuda de unos cincuenta que vivía gracias a la pensión y al alquiler que sacaba de nuestro piso. El coste de la cena lo pagamos aparte.

Poco a poco fuimos cogiendo confianza entre nosotros y nos sentíamos como una pequeña familia. La señora Carmen era muy afable y pronto nos contó que tenía un hijo y una hija que ya se habían independizado, pues disponían de buenos empleos gracias a haber estudiado mucho, igual que estábamos haciendo nosotros.

También nos contó que desde hacia once años que era viuda, y que su marido había muerto en un accidente de circulación. Por eso tuvo que reorganizar su vida para dar estudios a los hijos y llevar la casa adelante.

A medida que iban pasando los días mis compañeras de piso fueron tomando más confianza y cada vez hablaban con más desparpajo sobre sus vidas privadas. Dado el acuerdo entre nosotros no tenían reparo en tratar cualquier tema en la mesa siempre desde la perspectiva femenina, lo que en más de una ocasión me puso en serios aprietos.

La única que parecía darse cuenta era la señora Carmen. Cuando el asunto se incendiaba demasiado salía a echarme un capote y distraer la atención con otros temas. Creo que en alguna ocasión llego a compadecerse de mí, pues en frente yo tenía prácticamente dos fieras sexualmente muy activas mientras que yo estaba “muy centrado en los estudios” y tampoco se me daba muy bien el ligoteo.

El rumbo de la historia dió un cambio brusco de dirección aquel jueves por la noche que mis compañeras de piso anunciaron que no vendrían a cenar, pues iban a una fiesta organizada por los de medicina.

Me presente puntual a la hora de cenar en casa de Carmen. La mesa estaba muy bien preparada para dos. Al verla me llamó la atención lo arreglada que estaba, un vestido que le sentaba muy bien con generoso escote, el pelo recogido en un vistoso moño y aunque muy sutil, un maquillaje que la hacía más guapa de lo habitual.

-          “Como estamos solos, hoy he preparado algo especial”, me dijo mientras me indicaba que tomara asiento y ella traía un humeante plato con carne asada con guarnición.

-          “Uhmmm, tiene una pinta estupenda… y huele de maravilla”, le digo dudando entre mirar al plato o al generoso escote de su vestido.

-          “Este asado no lo hacía desde hace mucho tiempo… desde…” Carmen se interrumpe, y luego continua: “Bueno, desde hace mucho y hoy me apetecía hacerlo para ti”

Comemos, bebemos y charlamos amigablemente, salvando las distancias como si fuéramos una pareja cualquiera. Pasan los minutos y entre copa de vino y bocado de jugoso asado, la figura de Carmen mi casera se diluye y aparece la Carmen mujer madura, atractiva y ante mis ojos cada vez mas sexy

Pasamos de un tema a otro y pronto aparecen alusiones a mis compañeras de piso, a sus relaciones, a las mías, al ajetreo de la vida actual, a los chismorreos, al equilibrio emocional, a la soledad, al ciber sexo, a la amistad, al amor en todas sus variantes.

Al levantarme para recoger la mesa noto los efectos del buen vino que nos ha acompañado durante la cena. Me siento muy satisfecho y agradecido por tan suculenta cena, también un poco torpe en los movimientos, y disfrutando de una sensación agradable como de flotar.

Carmen se da cuenta y me sonríe con cierta ternura mientras terminamos de recogerlo todo. Me acompaña hasta la puerta como si tuviese miedo de que me caiga por el camino. Al llegar al final del pasillo, me vuelvo hacia ella y tengo la brillante idea de darle un beso en señal de agradecimiento por la estupenda cena.

Le doy un beso en la mejilla, tan cerca de la boca que parece un piquito entre enamorados. Carmen me sonríe. Yo repito el beso esta vez en medio de los labios. Cuando me separo nuestras caras permanecen juntas y paralizadas en el aire.

Carmen gira ligeramente la cabeza y me da un beso en la boca como dios manda, con lengua, húmedo e intenso.

Creo que ha sido el beso más jugoso y rico que me han dado. Nos separamos nuevamente y nos miramos a los ojos preguntándonos: ¿es esto verdad?, ¿esto es lo que queremos?

La respuesta es que nos fundimos en otro beso apasionado, en otro y en otro. Mientras nos besamos me conduce hacia su alcoba.

Al llegar junto a la cama, Carme se detiene me mira fijamente a los ojos, y me hace una sola pregunta:

-          “¿Estás seguro que quieres hacerlo?”

-          “Si, si…claro que si”, le respondo.

Acto seguido me desnuda lentamente, como el que desenvuelve un regalo sorpresa y disfruta de la incertidumbre de que habrá dentro antes de descubrirlo.

Echado bocarriba, con la polla apuntando hacia el techo espero con impaciencia que ella se denude también y venga conmigo. Tras quitarse la ropa confirmo que tiene un cuerpo estupendo, muy bien cuidado, que nada tiene que envidiar al de una mujer joven, tal como sospechaba.

Se echa a mi lado, me da un beso y me coge la polla. Da unos pocos meneos, que son suficientes para que me corra inmediatamente. Me siento muy avergonzado, la intensa emoción ha podido conmigo y me ha jugado una mala pasada.

Por suerte para mi, Carmen no le da importancia pues sabe que la velada acaba de empezar y ella sabe cómo continuar. Estoy en buenas manos.

Continuará.

Deverano.