Habitación 739
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Habíamos quedado en el aparcamiento del hotel. Ni el quería que se enterara su novia, ni yo que me viera mi marido. Apresurada por la hora que era y con mi bolso de los secretos encima, me quede en la puerta. El, como siempre, muy puntual, me miro con recelo. Disponíamos de una hora. Y ya solo nos quedaban 59 minutos...
El, había reservado la habitación. Paso por recepción y cogió la tarjeta. Nos dirigimos con cautela al ascensor. Nadie nos había visto. -Subimos al séptimo, cielo.
Aquellas palabras, causaron en mi una gran excitación. Cosas del destino. No lo dude un segundo. Me entretuve en jugar con sus manos. A planear nuestra aventura, nuestro juego. A pensar, que teníamos la oportunidad de olvidarlo todo. De no decir nada. Y ya solo nos quedaban 50 minutos... Abrimos la habitación. Impoluta. Inmaculada. Virginal. Me encanta pensar las travesuras que allí se han podido consumir. Los secretos que se han podido decir. Los pactos que se han podido hacer.
Me dirigí al aseo y me cambie. Me puse mi disfraz de amante perfecta. El mientras, deshacía la cama, encendía las velas y perfumaba el cuarto con el dulce olor a vainilla.
Le sugerí que se tumbara en la cama. Iba a disfrutar de mis manos. Recorría con ellas cada poro de su piel. Sentía en mi pecho el respirar de su alma. Imaginaba, que el estaba planeando el siguiente asalto. Y ya solo quedaban 43 minutos...
Tras el momento de la calma, empezó la excitación. Jugábamos a amarnos. A ser por un instante lo que en la realidad no podíamos. Besábamos la idea de lo prohibido. Nos abrazamos a la aventura de esos momentos. Creíamos que había llegado la hora de desnudar nuestros cuerpo, para abrigar nuestra imaginación, que llegaba a los limites mas insospechados. El calor recorría mis extremidades. Mis labios bebían del elixir de la vida. La pasión me inundaba por completo. Íbamos a bailar la danza del fuego. Y repostamos en la sabanas blancas, que pedían a gritos el olor de los amantes. Siempre me había enamorado de aquellas sabanas inocentes, que cubren lo necesario, y dejan ver lo que es inevitable. Y ya solo quedaban 29 minutos...
No siempre sentía lo mismo. Es mas, diría que con la misma persona se tiene sensaciones diferentes. Habíamos culminado nuestro encuentro de esa tarde. Nos quedamos admirados de lo que éramos capaces de hacer. La sincronización fue perfecta. Esperamos mientras volvíamos a la realidad, después de aquel viaje al paraíso.
Nos aferramos el uno al otro. En esos momentos, los dos disfrutamos del instante de ser amos de nuestras pasiones y esclavos de nuestros descubrimientos.
Decidí tomar una ducha antes de márchame. Y solo me faltaban 11minutos... Ya, nada tenia sentido. El mundo exterior empezaba a llamara a la puerta. La fantasía empezaba a desvanecerse. Todo estaba llegando a su fin. Recogí todo y me despedí de el. Quien sabe cuando tendríamos otro encuentro. Solo me quedaba un recuerdo. La habitación 739. Mi cómplice. Nuestra confidente.