Habitación 415

Una ciudad desconocida, un recepcionista de hotel, una noche y la mañana que sigue y mi deseo de sentirme guarra.

  • Ah, sí, joder… dame duro cabrón, fóllame…- me sorprendo a mí misma gritando exaltada a cuatro patas sobre la cama sin deshacer del recepcionista de un hotel en el que ya sé que no pasaré la noche. Él se agarra con fuerza a la parte más carnosa de mis caderas, suelta una especie de gruñido y se empeña en descubrir mis límites.

Cuando comenzó la mañana ni siquiera podía sospechar el transcurrir de la noche. Todo había sido tan formal, siguiendo los pasos pautados, los horarios de charlas, coloquios y conferencias, las presentaciones de estudios, las comidas, los grupos de trabajo. Un congreso médico me había hecho llegar sola, con otros doctores de mi entorno a los que conocía, pero sola, hasta aquella ciudad del norte. Todo había sido tan reglado que cuando llegó la tarde y el grupo de especialistas en enfermedades cerebrovasculares del que formaba parte debía acudir a una cena en un restaurante con estrella, yo estaba saturada. No quería hablar más de pacientes, de medicamentos, de descubrimientos, no quería volver a ver las mismas caras, aunque fuera en otro entorno. No sabía exactamente lo que quería, pero que por favor pararan de seguir marcándome los tiempos y el camino.

  • ¿Un miércoles, en Donosti?- la cara del recepcionista del hotel en el que me alojo es propia del que se enfrenta a un desafío matemático de dimensiones colosales. Cuando bajé a la recepción y le hice ver que no conocía la ciudad, presto arrancó un mapa del taco que había sobre el mostrador, lo colocó para que yo lo viera, agarró un bolígrafo y empezó a señalar, comenzando por la ubicación del hotel, los puntos de interés. Esos ya los conocía, en uno de los descansos del congreso nos habían hecho un tour en autobús turístico, yo quería otra cosa, por eso le interrumpí y se lo pregunté más directamente: ¿dónde puedo salir a tomar algo, una zona dónde haya buen ambiente? Viendo su cara de extrañeza me fijo en sus ojos color miel, y en cómo, sin querer quererlo, éstos bajan irremediablemente hasta perderse en el escote de mi blusa ligeramente abierta.

-Sí Álex,- me he fijado en el nombre que aparece en la plaquita de su uniforme junto a los idiomas en los que me puede atender- un lugar en el que te pudiera encontrar a ti, por ejemplo- digo. Balbucea, es tímido pero profesional, me mira a la cara, trata de sonreír aunque su rostro comienza a ponerse colorado.

  • ¿El bar del hotel?- sugiere. Yo ladeo la cabeza; muy profesional, su jefe estará encantado con esa visión comercial de que los huéspedes sigan consumiendo en el hotel, pero yo no he aguantado un día de charlas aburridas, no he renunciado a una cena en un lugar de prestigio para acabar la noche en un desierto bar de hotel. -Termino mi turno en media hora- dice él bajando la voz para que no se entere su compañero que merodea por allí y yo me siento desarmada.

Si me hubiera guiñado el ojo después de decir la frase no estaría aquí, sentada en un taburete acolchado frente a unos estantes repletos de botellas y apoyada en una barra tras la que una camarera, a falta de nada mejor que hacer, se afana en secar unas copas que ya han salido secas del lavavajillas. Pensé en pedir lo mismo que pidiera el cliente anterior, pero aquí no hay nadie; o bien el recepcionista no es tan convincente con otros como lo ha sido conmigo o los cócteles no son gran cosa. Al final pido un Cosmopolitan, al primer sorbo me doy cuenta de que he sido poco osada y pienso. Pienso en que no quiero un chulo pretencioso, uno al que le baste una sonrisa y una mirada para cautivar a cualquiera. Yo no soy cualquiera. Por eso me ha gustado él, porque ha dudado, porque en su reglamento estará prohibidísimo liarse con las clientas y él respeta las reglas, porque con el corazón acelerado ha valorado los pros y los contras, las posibles consecuencias y finalmente he ganado yo, con una voz melosa y un botón de mi camisa entreabierto como todo armamento. Por eso y por sus ojos color miel, que, lejos de ser empalagosos, se ha detenido un instante todavía en mi escote antes de huir al verse descubiertos.

Mientras yo tomaba mi copa apareció por la misma puerta por la que yo había entrado. Caminaba subiéndose la cremallera de una cazadora y en la mano llevaba un casco. Cuando lo vi apuré la bebida. Pasó sin decirme nada, un ligero movimiento de cabeza fue toda la señal que me hizo. Afortunadamente ya había pagado y pude caminar apresurada tras él. Cuando salí a la calle y el frío húmedo me golpeó me apresuré en buscarlo en la oscuridad. El faro trasero rojo de una moto me indicó la dirección. Nos volvimos a mirar. Ahora ya, sin las correcciones que le impone el cargo, su mirada me recorrió entera; soy algo mayor que él, tengo un buen tipo pero tampoco soy la mujer más bella del planeta, morena, pelo liso y sólo una ligera ondulación al final de la melena, tez mate, ojos oscuros. Me somete a juicio, lo sé; la sentencia llega en forma de beso en el que sus dientes tiran débilmente de mi labio inferior. Luego toma el casco integral, me lo coloca y al bajar la visera y rozar mi piel, una descarga recorre mi cuerpo indicándome que no me he equivocado.

El contacto físico ha comenzado en su moto. La excusa ha sido el frío en mis manos, por eso las he colado bajo sus ropas al rodear su cuerpo. En un semáforo él ha echado la mano a mi espalda, quizás algo más abajo, y me ha empujado hacia delante apretándome contra él. El viaje ha sido corto, algo menos de cinco minutos. Al parar apenas me habla, entro en el ascensor todavía quitándome el casco. Mira mi reflejo en el espejo y sonríe. Está a mi espalda, es alto, bastante alto, por encima del metro noventa seguro, con una anchura de hombros nada exagerada y quizás le falte algún kilo de músculo. Echo mi cabeza hacia atrás y el baja la suya. Me besa en la nuca, detrás de las orejas, no tiene prisa por llegar a mi boca. Me rodea por el vientre con su brazo cuando sabe que el ascensor va a llegar a la planta indicada. Me gira y yo me sorprendo. Me hace caminar delante suyo, casi subida a sus zapatos. Siento el calor de su cuerpo un poco por encima de mi trasero. Abre la puerta, pasamos, deja los cascos y las llaves en una mesa, se quita la cazadora con parsimonia, vuelve hacia mí y yo recibo a su boca sacando la lengua para jugar a trabarse con la suya.

Mis manos bajo su ropa en la moto han adelantado en parte el trabajo: los bajos de su camisa ya están fuera del pantalón. Él se saca el jersey y yo comienzo a desabotonar. Encuentro un cuerpo esbelto, poco musculado y nada de grasa, y un pecho con algo de pelo del que enseguida tiro con mis dientes. Mi boca pasa por sus pectorales y los pezones se le endurecen. Mis dedos se calientan en la piel de su vientre. Una línea de vello se adivina por debajo del ombligo, trato de seguir su recorrido, de colar la yema de mis dedos bajo su pantalón, su calzoncillo.

  • No tengas prisa, tenemos toda la noche- me detiene. A cambio se separa unos pocos centímetros de mí, vuelve a doblar su cintura y me besa varias veces, de una manera que no sabría describir, como aumentando el deseo cada vez que sus labios vuelven a los míos. Tras el último me sorprendo de puntillas, persiguiendo su boca que se aleja. Llega el turno de sus manos. Mi abrigo se quedó en la habitación del hotel, sólo tiene que soltarme la blusa, bajarme la falda. Incluso le pediría que no lo hiciera, que comprobara cuanto antes con su mano entre mis muslos que yo ya estoy lista. Pero no. Se mueve lento, dándole a cada movimiento su medida. Al quedar con la blusa abierta se aparta, como un pintor que observara su obra. Sus manos aprietan repentinamente mis pechos todavía con el sujetador puesto. Llevo un conjunto de lencería negro que enseguida ciega sus ojos, en cuanto él se agacha para comerme las tetas. Siento sus besos, su saliva, mis pezones tan sensibles y la piel de mis areolas erizándose. Al cabo de unos segundos una teta escapa del sostén y el la atrapa al vuelo con la boca. Mama saciando su hambre, alimentando la mía. Cierro los ojos y gimo.

Sus manos son grandes, han sido capaces de abarcar mis generosos pechos, decididas y yo me dejo hacer; me ha cogido en volandas y me ha girado. Abro los ojos un instante para ver un armario como todo horizonte. Lo siento a mi espalda, su respiración sobrevolando mi cabeza ligeramente inclinada hacia delante, sus dedos nerviosos en el cierre de mi falda. Cuando por fin aquella cae, quiero sentir sus dedos deslizando mis braguitas, pero a cambio siento una bocanada de aire caliente y húmedo sobre mi sexo. Se ha agachado, ha hundido la cabeza entre mis nalgas. Las ganas le hacen cabecear, querer llegar con su boca a todos los rincones. La tela y yo nos plegamos a sus movimientos. Yo estiro los brazos, bajo la cabeza para mirar al suelo y saco el trasero para ayudarlo en sus movimientos; la braguita se pega a mis labios, se aprisiona en la raja del culo. Siento sus manos agarrándose a mis caderas y el cosquilleo de su lengua y sus dientes sobre la ropa. Cuando por fin se decide a dar un paso más en su tortura y la braga queda anclada por debajo de mis rodillas, él se contorsiona, cuela su cabeza entre los muslos y siento su frente apoyándose en mi monte de Venus.

  • Déjate caer- me dice, y yo cumplo sus órdenes. Flexiono las piernas y sus brazos aguantan mi peso. Tiene la cara contra mi coño, siento que sus espiraciones calientes me lo incendian aún más. Su lengua enseguida trata de controlar el incendio, abre mis labios, se adentra ligeramente en mi vagina y al salir remata en mi clítoris. Incansablemente, siempre su lengua aleteando en mis labios, bebiendo de mí, y de vez en cuando un movimiento de lado a lado de la cabeza restregándose, sorbiéndome, que a mí me hacía gritar

  • Sí, joder, que bueno, síiii…-. Mi coño está empapado, adoro el ir y venir de su lengua por mi concha pero necesito algo más duro. -Fóllame, cabrón, fóllame- le digo. Su respuesta no me la podía esperar.

-No me des órdenes, zorra- dice, y entre cada una de las palabras azota con sus grandes manos una de mis nalgas. El remate es agarrármelas con ambas manos y sacudirlas hasta que me tiembla todo el cuerpo. Después sale de entre mis piernas pero no se levanta. Giro apenas la cabeza para verlo arrodillado ante mi trasero. Me ha mantenido los tacones para que quede justo a la altura de su cara. Sus dedos separan mis cachetes y escupe en mi ano. Inmediatamente siento la punta de su lengua hurgando en él y yo me derrito. Me dejo hacer, me entrego definitivamente a su voluntad, aquello es lo mejor que he sentido en años. Mientras él se entretiene en mi ano yo sólo soy capaz de gemir mientras mi coño se desborda de nuevo.

No me da tiempo de echar de menos su lengua en mi trasero. Su cuerpo se pega al mío, lo empuja contra el armario que tengo enfrente. Mueve mis manos, me hace subirlas y separarlas. Roza mis tetas que oscilan en el vacío. Diría que me va a cachear, pero es como si atacara directamente con la porra.

  • Aaaah- grito. Me la ha clavado entera sin avisar y la tiene más grande de lo previsto.

  • ¿No querías que te follara?- me reta. Apenas soy capaz de balbucear un sí. -Dime, ¿no querías que te follara?- insiste.

  • Sí, fóllame, fóllame como a una puta- digo yo fuera de mí. Él sonríe de una manera particular, cortando bruscamente la respiración nasal, como bufando. Uno de sus brazos me rodea, justo por debajo de los pechos, su otra mano se desliza por mi pelo y acaba haciéndome girar la cara. Él acerca la suya, saca la lengua y me lame el lateral, desde el mentón hasta las patas de gallo. Inmediatamente comienza a martillearme frenéticamente. Su polla apenas se retira y ya está de nuevo llegando lo más arriba posible. Siento sus huevos oscilando, golpeándome en los labios, una y otra vez, constantemente. Separo una mano de la pared y la llevo a mi pipa para acelerar el fin. Me corro y una descarga eléctrica me recorre entera hasta hacerme trastabillar de mis tacones.

Álex me coge en andas. Sus brazos son largos y mi cuerpo se hace un ovillo, de un manotazo hace caer los zapatos que resuenan al tocar el suelo. Mientras camina conmigo en volandas veo el ondear del mástil de su entrepierna. Me enrosco en su cuello para facilitarle el abrir la puerta, pasamos a su habitación, simple, moderna. Me deja en la cama, yo me pongo a cuatro patas y él me suelta un cachetazo que, por cómo suena y la onda expansiva que provoca en mi cuerpo, ha tenido que dejar una buena rojez. Ronroneo.

  • ¿Te gusta, eh?- pregunta retóricamente. Mi respuesta es una especie de maullido, y su reacción es otro manotazo en la misma nalga que hace que me pique todo el culo. Lo siento subirse a la cama, doblar las piernas, adaptarse a mi postura. Acerca su polla pero no me la clava, no todavía. Abre con ella mis labios, recorre mi raja.

  • Métemela, por dios, métemela ya- suplico. Esta vez el castigo de su mano es en la otra nalga. Golpea con su pene endurecido mi coño, tres, cuatro, cinco veces, haciendo que mi cuerpo se estremezca. Sólo después me la mete. Yo gimo de gusto. Sus manos se anclan a mis hombros, tira de mí cada vez que sus impulsos me empujan hacia delante. Me monta como a una yegua. Yo, lejos de hacerme dócil, pido más guerra. -Así, hijo de puta, así, destrózame el coño- grito para elevarme sobre el crujido que nuestro traqueteo provoca en la cama. Agarra mi pelo, tira de él hasta hacer una cola en su mano; lo usa de riendas mientras no para de cabalgarme. Su pollón en cada embestida me rellena, me sacia. La tiene larga y gorda, quizás con una cabeza más gruesa lo sintiese mejor, pero es efectivo. Mis ansias hacen que enseguida el coño me chorree. Me corro y no me da tregua. Su mano tira de mis cabellos, me hace elevar la cabeza o bien me la hunde en el edredón. Después de una tanda intensa en la que parece que va a partirme en dos, me concede una pausa.

Apenas son segundos, él adopta una postura más cómoda, arrodillado sobre el colchón, yo permanezco a cuatro patas, mientras él, con una ternura inesperada, me besa suavemente en una nalga, justo dónde instantes antes me había azotado. Después vuelve a las andadas.

  • Aaaaaaah- no puedo más que gemir cada vez que su polla vuelve a entrar en mí. La saca entera para luego volver a enterrarla, varias veces. El chocho se me vuelve a licuar cuando me la mete y reposa. A continuación comienza a follarme lento, agarrándose a mis costados. Me gusta pero pido más. Sus manos aprietan mi carne hasta hacerme aparecer un michelín en la parte más baja de la espalda, allí donde antes sólo había hueso, e incrementa el ritmo. - Ah, sí, joder… dame duro cabrón, fóllame…-. Cuando quiere vuelca su cuerpo sobre mi espalda y me hace caer de bruces sobre la cama. Como en el impacto no se le ha partido la polla, vuelve a barrenarme. Agarra mis manos, las mueve a su antojo, las estira, hace que entrelacemos los dedos. Mi cuerpo, preso entre el suyo y el colchón no sabe si elevarse y facilitarle la tarea o frotarse contra el edredón. Imagino sus caderas retirándose mínimamente y volviendo a empujar sin pausa. Siento llegar un nuevo orgasmo, se lo digo, lo grito. Me corro. Él insiste, su polla me colma. Cuando a él su resistencia está a punto de agotársele se da cuenta que no lleva condón y me la retira con prisas: mi coño sudoroso y mi culo reciben un baño de su leche.

  • Ya- me dice. Me había pedido que no me moviera y después del orgasmo y con el cuerpo todavía agitado no puedo más que seguir sus órdenes. Ha limpiado cuidadosamente mi piel, eliminando los restos de su corrida, aunque mucho me temo que hemos manchado la colcha. Deshace la cama y yo me cuelo dentro. Cuando él regresa del cuarto de baño me imita. Se pone a mi espalda, le gusta sentir el contacto de mi culo, y se abraza a mí. Mi mano agarra su polla y comienzo a masturbarlo.

  • Eres insaciable, ¿eh?- pregunta riendo.

  • Hoy sí- respondo muy seria.

  • Dame diez minutos y seguimos-. No me queda otra que aceptar a regañadientes.

Tal vez pretendía hacerse el gracioso cuando deshaciendo el abrazo se cubre con la sábana como un fantasma, pero yo en esa madrugada no soy fácil de asustar. No rio su gracia, tan sólo me fijo en su pene, al que el gesto de su cuerpo dota de un movimiento pendular; lleva los huevos afeitados y el vello recortado por encima. Es la primera vez que la veo tan cerca. Cuando mis dedos la acarician, él se olvida de jugar a fantasmas y mira el saber hacer de mi mano en su polla. La estiro, la reciente corrida hace emerger fácilmente el capullo. No me dice nada, pero mueve su cuerpo hasta sentarse casi sobre mis tetas. Yo entiendo lo que quiere. Me llevo la punta a la boca y mi lengua lame. Ahora es él el que gime. Se eleva y se acerca para facilitarme la tarea, incluso sostiene mi cabeza mientras su glande conoce mis dientes. Mi boca hace crecer su rabo y los dos nos enorgullecemos, él de su tamaño, yo de mi maestría comiendo polla. Con las rodillas apoyadas en la cama justo a la altura de mis pechos, su cuerpo enmarca el mío. No podría escaparme de él, pero ni me planteo intentarlo. Mi boca sigue chupando, mis manos sostienen su rabo orientándolo hacia mi boca. Agarra una de mis manos y me hace sobarle los cojones. Al cabo de unos minutos sabe que su polla no crecerá más pero me deja que siga mamando, incluso su mano en mi nuca fuerza mi cuello para ver hasta dónde soy capaz de tragar. Luego se retira.

  • Ay, sí, me encanta cómo me lo haces Álex, no pares-. Desnuda y tendida sobre la cama, mi mirada asciende y desciende alternativamente por su cuerpo. Me gusta mirar su cara, la vena que se le hincha en la frente, el gesto de concentración para no acabar antes de tiempo y el empeño que pone en satisfacerme, pero también sus brazos reteniendo elevada una de mis piernas, su vientre plano, el movimiento de su cadera. Me la ha vuelto a clavar y yo casi me corro en el acto. Me encanta sentir las idas y venidas de su polla en mi coño, su mano aplastando mi vientre para reforzar mis sensaciones, la dureza de los pezones cuando llevo mi mano y me los estimulo para que ese qué sé yo se extienda por todo mi cuerpo.

Deja caer mi pierna y se tiende sobre mí. Apenas se levanta sobre los brazos, busca mi cara con la suya. Lo beso y cuando retira los labios me pide que no cierre la boca. Me escupe. No debería, pero me excita. Le pido que lo vuelva a hacer y finalmente él accede a mis súplicas. Con él no soy yo y me gusta. Lo abofeteo. El ríe y me castiga con una serie de pollazos duros que me llevan de nuevo al orgasmo. Luego, tras resistir las convulsiones de mi cuerpo, vuelve a follarme. Sube o baja el ritmo, le gusta torturarme, que le pida más, que me muestre exigente y que cuando él me da lo que he pedido me vuelva inocente de golpe y le reclame que pare porque me mata de gusto.

Apoya su frente en la mía, nuestras miradas compiten a ver cuál va más cargada de deseo. Más que besarnos nos arrancamos los labios en morreos caníbales. - Fóllame, fóllame, hazme gozar como una puta- imploro cada vez que él hace una pausa. La fatiga hace mella, él vuelve a dejar vencer su cuerpo hasta aplastar mis tetas con su pecho. Cuela los brazos por debajo de mis axilas y se acopla a mí en un polvo animal. Mis piernas traban las suyas y se cruzan sobre su culo, no le dejo más remedio que seguir empujando. Vuelvo a sentir la inminencia de un orgasmo, el corazón se me acelera y la respiración se me desacompasa. Jadeo, gimo, suspiro y grito. Álex no se detiene. Me corro de nuevo clavándole las uñas en la espalda. Quizás es dolor, quizás esfuerzo, su mueca se tuerce, aprieta los dientes mientras intenta prolongar un poco más lo inevitable. – Sigue…sigue…sigue- le animo en cada golpe de riñón. Cada gesto de su polla, cada viaje por mi interior me sirve para prolongar un poco más el clímax. – Échamela dentro, préñame- acierto a decir mientras él, exhausto, se deja ir y su pene revienta inundando mi coño.

Mi brazo se cruza sobre la cara para amortiguar la luz que llega a mis ojos.

  • ¿Qué hora es?- pregunto de una voz somnolienta. Álex ha abierto la puerta de la habitación tan sólo un segundo. Temprano, me dice, luego desaparece. Miro el reloj en la mesilla y marca las nueve. No es temprano, joder, es tardísimo. Estoy desnuda, en una habitación que empiezo a reconocer pero no sé dónde diablos se encuentra, con la piel impregnada en sudor y restos de corridas secas. Mi cerebro se despierta de golpe sabiendo que he perdido la segunda jornada del congreso. Trato de mantener la calma, recuerdo que el vuelo no sale hasta las cinco, busco una excusa creíble que contar a mis compañeros. Pero lo primero, ¿dónde dejé mi ropa? Se fue desperdigando por el camino. Si me atrevo a cruzar la puerta tengo que salir desnuda. ¿Habrá alguien? Joder, no sé si comparte piso. Salgo de la cama y abro su armario. Cojo lo primero que encuentro, una camiseta de baloncesto. Me queda larga, me llega hasta medio muslo, pero eso es bueno, tampoco sé dónde cojones perdí las bragas. Abro la puerta con cautela. De fondo sólo se escucha el sonido de una radio y el trajinar en la cocina. Me asomo con sigilo y me alivia sólo encontrar a mi recepcionista preferido.

  • ¿Hay alguien más?- pregunto.

  • No- responde- por cierto, te han estado llamando. Y te han llegado como treinta wasaps. Para mí que es tu marido- me dice. Encuentro el móvil sobre la mesa de la cocina, dónde sé que no lo dejé. ¿Lo habrá estado mirando? Sí, es mi marido, también otros de los asistentes al congreso, pero sobre todo mi marido. Tecleo rápido una respuesta y entonces, como si el estrés se hubiera bajado como en un mal suflé, me vengo abajo.

  • Necesito un café- le digo.

  • Pues no tengo, no me gusta- me responde. Luego me da alternativas: tengo leche, de varios tipos- esta vez tampoco guiña el ojo- té, tisanas, cola cao, ¿quieres un cola cao? Te vendría bien para recuperar fuerzas. También tienes madalenas, sobaos, mira a ver qué queda. ¿Prefieres una tostada?-.

  • No, en serio, necesito un café, es lo único que me despierta por la mañana-. Álex finge una cara de pena, se retira un par de pasos de la isla de la cocina. Va sin camiseta y sólo lleva unos bóxer que dejan más que intuir su paquete. - Y esto, ¿no funcionaría?- dice mirándoselo. Sin duda, funcionaría para excitarme más que la cafeína, pero no me da opción. – Ahora bajamos, aquí al lado hay una cafetería- añade. Yo de repente soy consciente de lo frío que está el suelo de baldosas de su cocina. Busco una silla pero encuentro un lugar mejor, sobre la encimera, justo al lado suyo. Le miro mientras abre y cierra armarios y se prepara dos tostadas con mermelada y crema de cacao.

  • Te sienta bien la camiseta, incluso mejor que a Doncic- dice de pronto. Yo sonrío, no sé quién diablos es Doncic pero debe ser el propietario de esa camiseta azul y número setenta y siete. Álex se acerca. Me besa, sabe al primer mordisco de su tostada de chocolate. Me recuerda la noche previa, me ofrece su lengua, me excita. El hueco en las axilas de la camiseta es tan amplio que tiene fácil acceso a mis tetas. Acerca sus manos y me las acaricia. Sabe cómo tocarme, yo gimo al instante. Aparta la tela, consigue que mis pechos grandes salgan al exterior primero y después me retira completamente la camiseta y yo quedo desnuda sobre el falso mármol de su cocina. Sus tostadas quedan abandonadas y ya solo mordisquea mis pezones. Alzo la vista y me encuentro una ventana sin cortinas y detrás, cerca, un edificio. Me da igual, incluso me gustaría que hubiera alguien, que algún mirón pudiera ver desde su balcón mi cara de placer mientras Álex se come sin prisas y con ganas mis tetas.

Le ha crecido la polla hasta marcársele completamente en la ropa interior. Me deshago de su abrazo aun a costa de perderme el sabio hacer de su boca. Estiro los brazos y trato de bajarle el calzoncillo. Él ayuda y como un resorte su rabo apunta al cielo. Está demasiado bajo para mis manos, imposible para mi boca, afortunadamente él encuentra la solución: agarra mis pies y comienza a masturbarse lento con ellos. Él actúa y yo, hipnotizada, sólo puedo seguir el aparecer y desaparecer de su pollón por el hueco que forman las palmas de mis pies al juntarse.

  • Necesitas una ducha- dice al cabo. No dice nada sobre él pero no deja pasar la oportunidad de meterse en la bañera conmigo. En cuanto corre la mampara me giro buscando su cuerpo. Ahora ya sí son mis manos las que asen su masculinidad y tiran de ella. Me rechaza, me gira y me da un cachete en la nalga que el sonido del agua cayendo aminora. Agarra la esponja, la empapa y vierte una buena cantidad de gel. Comienza a enjabonarme por las tetas, luego baja por el vientre, moviendo siempre la esponja en círculos. Llega a mi sexo. Presiona fuerte y la espuma limpia los restos de la noche previa. Mi mano busca de nuevo su polla y esta vez sí, me deja hacer. Siento el roce de su piel en mi trasero, su mirada sobrevolando mis hombros para caer en mi pecho y observar cómo va la limpieza. Se olvida de mis piernas, de mi cara, de mi espalda, -luego terminas- me dice. Agarra el cable de la ducha y dirige el agua caliente para diluir el jabón. Enseguida mi piel brilla. Apunta entonces hacia el coño. Mi espalda se apoya en su pecho, las piernas se me flexionan solas cuando él dirige el chorro a mis labios, mi clítoris. Me deshago. Quiero llevar mis dedos pero me lo impide. Tiene otra idea:

  • Cómemela- susurra bajando la cabeza hasta mordisquearme el lóbulo de la oreja derecha, y yo inmediatamente me giro y me arrodillo. El agua cae sobre mi cara, me obliga a cerrar los ojos por un instante. Da igual, me sirve una mano agarrando su rabo para guiarlo a la boca. Aguarda a que parte de su polla esté ya en mi garganta para agarrar mi cabeza y empujar la nuca. – Entera- ordena. Sé que no podré pero pongo todo mi empeño en intentarlo. Trago todo lo que puedo y luego la suelto envuelta en babas. No le gusta, agarra su polla y me golpea con ella en la mejilla; luego la vuelve a hundir en mi boca. Repito la operación, me la meto todo lo que soy capaz y cuando la arcada me obliga, la suelto. Él reincide en el castigo. Después se convence de que no soy capaz de hacer más y me deja cabecear a un ritmo sostenido. Me gustaría poder levantar los ojos y ver qué expresión tiene para soltar esos gemidos que emite, pero el agua sigue cayendo sobre mi cabeza. Podría aguantar más pero no quiere; aparta mis manos, mi boca y comienza a masturbarse con fuerza. Asisto en primer plano a la tensión de sus músculos, a la dobladura de su cuerpo, a su apretar de mandíbulas. Sigue pajeándose, casi con furia. Diez, quince, treinta segundos. Cuando intuye el momento, su mano empuja mi cara. Cierro los ojos, abro la boca, saco la lengua, coloca el capullo entre mis dientes y me regala dos chorretones de semen que irremediablemente caen por mi garganta y me hacen toser como una tísica. El resto de su corrida se pierde en mi boca, en mi rostro, se mezcla con el agua para formar grumos que tardan en escaparse por el desagüe. Exprime hasta la última gota, limpia bien los restos bajo el agua tibia y sale de la ducha.

  • Te espero, no tardes- me dice antes de volver a agarrar mi cabeza por enésima vez y estamparme un beso en los labios todavía manchados de su leche.

  • Ummm- el primer sorbo de café es casi tan satisfactorio como su polla. Sentado frente a mí en una mesa minúscula, Álex no ha pedido nada, pero arranca un cuerno a mi cruasán.

  • ¿Con cuál de estos te liarías?- pregunta de golpe. Se refiere a un grupo de cuatro hombres cercanos a los cincuenta que han entrado y piden sus consumiciones.

  • Con ninguno- le digo convencida. -Antes me acuesto con la camarera. Por cierto, ¿tienes algo con ella? Me mira de una forma que parece que le estuviera robando algo-. Él gira la cabeza, la observa, no demasiado, se nota que entre los dos hay tensión sexual.

  • No, pero me gustaría. ¿La seduces para mí?- me reta. Ni lo entiendo ni me hace gracia el juego.

  • La próxima vez- zanjo.

  • Date por invitada formalmente- dice él.

  • ¿Y mi marido?- la réplica me sale natural.

  • También- contesta divertido. Y guiñándome el ojo añade: esperemos que le guste mirar-. Sé que tengo una sonrisa estúpida provocada por su superioridad de machito de polla enorme.

He decidido no preocuparme por mi ausencia al congreso al que debía asistir y tomarme la mañana de relax. Álex se ofrece a enseñarme la ciudad. Antes debo pasar por el hotel a cambiarme. Me acompaña, dice que se adelantará un poco, para que nadie sospeche, que preguntará si han salido ya los horarios del mes siguiente, o que bromeará diciendo si son capaces de trabajar sin él. Me agarro de su brazo y camino sin preocupaciones. Me conduce por su barrio. Al doblar una esquina un letrero indica “Club”. Miro a mi guía. ¿Esto es lo que creo que es? Apoyo la mano en la manilla pero no se abre.

  • Esta cerrado- me informa- Pero si quieres esta noche paso y le pregunto a la portuguesa que lo lleva cuánto me darían por ti- bromea y yo me siento entre halagada y humillada. El frío de la noche previa ha dado paso a una mañana templada, de viento sur, en la que las hojas de los árboles caen a nuestro paso formando una alfombra de ocres y amarillos. Enseguida me sorprende el hotel, casi tardamos más en moto. No quiero que nos vean entrar juntos, por él. Entra y yo espero unos segundos.

  • Habitación 415- digo al compañero de Álex que sale a atenderme. Él está a mi lado, como si nada. Vuelvo la cabeza y él hace lo mismo.

  • Hola- dice con efusividad.- ¿Encontró al final anoche lo que buscaba?- me pregunta.

  • Sí, muchísimas gracias- le digo, y agarrando la llave que me tiende su compañero me dirijo a los ascensores. Mientras, él se queda abajo. Me encantaría que contando a sus compañeros lo zorra que resultó ser la de la habitación 415.

Mi corazón late acelerado, y no es por la velocidad al caminar, ya que no tenemos prisa; tampoco por la posibilidad de que alguien me descubra de su brazo, pues las únicas personas que conozco en esta ciudad están encerradas en un palacio de congresos debatiendo sobre cómo combatir el ictus. Al cruzar un puente y hacer una pausa esperando un ascensor urbano, le desvelo el motivo:

  • Toma, quédatelas de recuerdo- le digo tendiéndole enmarañadas en mi mano unas braguitas color burdeos. Las mira, las ve, no las reconoce como las de la noche anterior, ata cabos.

  • ¿No llevas nada?- pregunta entre nervioso y excitado. Yo, igualmente ansiosa, muevo la cabeza en gesto negativo. Para demostrárselo bajo la cremallera del chaquetón que he cogido al subir al hotel; debajo sólo unas medias negras y un liguero. Él esboza un gesto divertido, hace un movimiento con la cara, y con la barbilla me señala algo: sonríe a la cámara- me dice. Yo, muerta de vergüenza, me doy cuenta que una cámara de seguridad apuntaba directamente a mi cuerpo.

Caminamos por un parque, a estas horas de una mañana laboral no hay mucha gente, algunos transeúntes que acortan su camino por él y de fondo se escucha la algarabía de unos niños en excursión. Nos acercamos a un estanque con muchos patos y un cisne, después subimos una ligera cuesta y me enseña unos pavos reales, con sus colas abiertas, luciendo orgullosos su pelaje como yo luzco mi cuerpo cuando él me pide que abra de nuevo mi abrigo. Me gustaría poder centrarme en sentir sus manos acariciando mi vientre, mis senos, pero estoy demasiado pendiente de la gente que pasa unos metros más allá, para subir rauda la cremallera en caso de necesidad. Comenzamos a descender, siento mis pechos balancearse bajo el chaquetón al compás de mis pasos. De repente Álex se encuentra con un conocido; me rodea con el brazo, me identifica como suya. Luego, cuando me deshago de su abrazo, continúo un poco más y me detengo a seis o siete metros. Espero que esté aprovechando mi ausencia para vanagloriarse, para contarle a su amigo lo duro que me ha follado, lo que me ha hecho disfrutar. Cuando él me mira le hago una mínima señal que él entiende; mueve ligeramente a su amigo, y cuando sé que sólo él puede verme, vuelvo a bajar la cremallera del abrigo y abriéndolo le enseño mi cuerpo. Se despide de su conocido y me desvía del camino principal. Estamos en una explanada con algunos bancos, un poco más baja, escondidos entre los árboles. Me coloca de espaldas al camino, a la gente que pudiera pasar y me pide que abra y baje el abrigo nuevamente. Yo así lo hago, él saca su teléfono y me hace unas cuantas fotos en las que yo intento olvidar mis nervios y juego a ser provocativa.

  • Ven, no puedo esperar más- me dice cuando llegamos a la parte baja del parque. Río cuando abre la puerta de unos servicios públicos y me empuja dentro con él. Abre decidido mi abrigo y yo me dejo hacer. Vuelvo a sentir sus manos, su boca abalanzándose contra mi pecho. Me encanta cuando olvida su timidez y hago aflorar su lado más animal. Su lengua se relame en mis pezones y después me clava los dientes. Sus manos van bajando por mi cuerpo, la respiración se me acelera cuando pasa por mi vientre y se encamina a mi sexo. Su mano contra mis labios me hace estremecerme, después, cuando me mete su dedo central, yo me apoyo en la pared metálica y me abandono. Me masturba con las ansias que decía tener, rápido, intenso, buscando que mi cuerpo alivie la tensión en un orgasmo. Suma otro dedo y su mano adquiere el grosor y el tamaño de una buena polla, no de la suya, pero sí de una buena. Me folla deprisa con su mano, yo gimo y le pido más. Él no piensa parar y sigue hasta chapotear en mi vagina. Me corro, lo grito, llevo mi mano a su muñeca y no consigo saber si quiero que deje de hacerlo o instarle a que lo haga más y más.

Lamo con avidez sus dedos empapados en flujos vaginales. Después me siento en el inodoro y desabrocho su pantalón. Su polla a medio crecer desaparece en mi boca en medio segundo. Le como la polla buscando proporcionarle el mismo alivio rápido que él me ha regalado. Acomodo la postura a medida que su rabo crece, cabeceo y lo masturbo. De pronto se escuchan golpes en la puerta pero yo continúo mamando. Los golpes siguen hasta que Álex me detiene en seco. Se sube el calzoncillo y el vaquero, me quedo mirando el grosor del bulto que difícilmente esconde en el pantalón, relamiéndome. Salimos del baño sumidos en una carcajada, una mujer con un niño en brazos nos dice algo en vasco, no lo entiendo pero sé qué nos quiere decir: somos unos cerdos salidos.

Desde el mirador de un centro cultural me enseña la ciudad. Cuando apoyo la cabeza en su hombro me olvido de mi desnudez, de que al subir las escaleras o desde la calle en aquella terraza puede haber gente que haya visto mi coño brillar empapado en flujos. Regresamos a la calle y él me lleva por lugares que no conozco, de los que no visitas cuando haces turismo. De pronto me encuentro frente al mar. El sol luce y se agradece, el viento continúa siendo del sur, el calentón de minutos atrás todavía mantiene mi cuerpo en ebullición; si fuera vestida me quitaría el abrigo, pero no tengo más remedio que dejármelo puesto, sólo me atrevo a bajar un poco la cremallera, hasta que Álex esboza una sonrisa al intuir mi escote generoso.

Me siento feliz, como una adultera saciada sexualmente que no teme ser descubierta, hasta que… El hijo de puta me ha traído a la zona del palacio de congresos. No reconozco a mis conocidos, pero hay grupos de gente arremolinados en las puertas. Sé que no ha sido casual, que me ha traído aquí a posta. De pronto me dice que se tiene que ir, que entra a trabajar en quince minutos, que ya encontraré el camino y sino solo tengo que pedir un taxi y pagar la carrera con mi cuerpo; sonríe maliciosamente cuando lo dice. Me muerden los nervios cuando lo veo alejarse dejándome sola. Rápidamente me retiro de la puerta del congreso, antes de encontrarme con alguien y tener que explicar mi ausencia. Sin Álex mi desnudez debajo del abrigo me asusta, me meto en un bar segura de tener la cremallera bien subida. Pido un par de pintxos para comer y pregunto por el camino hacia el hotel.

A mi regreso lo encuentro atendiendo formalmente tras el mostrador. No me sale reprenderlo. Me entrega la llave antes siquiera de que se la demande. Hay otras personas merodeando por la recepción, así que actúo un poco.

  • Por favor, ¿el servicio de habitaciones?- pregunto.

  • ¿Qué deseaba?-. Me muestra su mejor sonrisa, diferente a la que me ha dedicado cuando me ha dejado sola en la calle pero me derrite igual.

  • Quiero que me folles-. No lo digo, lo vocalizo, lo gesticulo, pero él me entiende. Dice que se encargará personalmente. Subo a la habitación y espero. No tarda mucho. Golpean la puerta y yo abro sabiendo que es él. El abrigo me lo he dejado sobre la cama, así que estoy solo vestida con mis medias y el liguero. Antes de que él entre yo ya estoy esperándolo junto a la cama, de pie. Doblo mi cintura, apoyo las manos sobre el colchón y lo primero que ve de mí son las nalgas esperando su castigo. El cuerpo me tiembla cuando su mano sacude mi cuerpo. Luego él también se agacha y cubre de besos los cachetes de mi trasero. Dureza y ternura, me encanta la mezcla. Sus manos recorren mi espalda, se aventuran por mis pechos, calibran el agitado respirar de mi vientre; al hacerlo su cuerpo se pega al mío. Muevo el trasero buscando restregarme con su paquete. Con la mirada perdida en la colcha de la cama, escucho el sonido que hace su pantalón al caer al suelo. Siento el roce de su polla bajo el calzoncillo, crecida, muy crecida. Sus manos están ancladas a mis nalgas, Álex se agacha.

  • Ay, sí, dios, cómeme el culo- digo intuyendo lo que me espera. Su lengua comienza a mojar mi ano. Las sensaciones que experimento van mucho más allá de las cosquillas que me provoca. Mi mente es capaz de transformar esa sensación en placer. Deseo que me coma, que me devore. Me abre las nalgas, siento como me tiran los esfínteres, después el tacto esponjoso de su lengua me relaja. Gimo, me retuerzo cada vez que su boca se empotra entre mis posaderas y la suavidad de su lengua me recorre desde el final del coño hasta la parte superior de la raja. Siento de pronto un dedo rondar la zona. Me pone nerviosa pero sé que es necesario para que pueda entrar en mí. Presiona, la primera falange de su dedo índice entra en mi cuerpo. Lo mueve, me barrena, trata de dilatar mi ano con suavidad pero decidido. Sabe que mi ano es para él, aunque no me guste, él ha sabido encontrar mi lado más sucio y obtendrá de mí todo lo que se proponga.

Su dedo avanza, siento como mi ano cede poco a poco. Tiene un dedo ya dentro cuando acerca la yema del pulgar. Retira un dedo y lo sustituye por el otro. Es más ancho pero mi cuerpo ya está acostumbrándose. Permanezco inclinada, con la cabeza gacha, mirando alternativamente el cabecero y la cama. Cuando menos me lo espero su polla se abre paso en mi coño. Me ha cogido desprevenida, concentrada en convertir en placer las sensaciones que me provocan sus dedos en mi ano, y me humedezco en el acto. Gimo de una manera lastimera. Cuando me folla el coño con su polla gorda aprecio más la presencia de su dedo en mi ano. Le pido que me folle rápido, que me haga correrme cuanto antes, se lo suplico. Mueve sus manos, una agarra mi cadera metiéndose por debajo de la tira del liguero, la otra está en la parte superior de mi trasero, hundiendo sin forzar su dedo pulgar en mi ano. Se acelera sólo para concederme el disfrute que le he pedido. Sus muslos golpean los míos, hacen que mi cuerpo se sacuda, que mis pechos colgando bailen. Me levanto, Álex me sujeta, llevo una mano a apretarme una teta, la otra baja al coño y se acompasa a sus idas y venidas por mi vagina. Toco mis labios, me pinzo y me froto la pipa, necesito correrme para que luego él pueda destrozarme el culo. Pronto surte efecto. Mi cuerpo convulsiona, me agito, agrando el agujero de mi ano sin pretenderlo, me corro y vuelvo la cara buscando su imagen detrás de mí.

Ya me ha dado el alivio del orgasmo y ahora le toca a él. Su polla impregnada en flujos deja un surco de humedad en mis nalgas. La carnosidad del glande se sitúa a la entrada del ano. Fuerza un poco y comienzo a tragarlo. Doy un respingo, me duele pero no digo nada, aguanto mientras él presiona y su polla se va doblando para entrar por mi pequeño agujero trasero. Me abraza, mueve mi cuerpo tratando de encontrar la mejor postura para metérmela entera. Sé que le gustaría hacerlo más intenso, pero entiende que mi culo necesita sus tiempos. Avanza, lento, pero avanza. Me lo dice:

  • Muy bien, zorrita, ya casi está-. Continúa doliéndome, ni siquiera llevando una mano al coño me alivio. Me abraza, me aprieta contra él, ya está completamente dentro, sus manos como garras se clavan en mis tetas. Sus gestos son bruscos y mi cuerpo aguanta las sacudidas como puede. -No grites, sino el resto de los clientes se quejarán en recepción y tendré que volver enfadado- me dice al oído cuando un empujón más brusco me hace chillar. Vuelve mi cara, besa mi cuello, se adueña de mi boca, me posee. Cada vez me siento más elevada, en su abrazo casi levanta mis pies del suelo, sólo permanezco sujeta por su polla hundida en mi culo. De golpe se retira, me empuja. Caigo sobre la cama y Álex me gira decidido. Son décimas de segundo, de pronto me veo con las piernas abiertas y flexionadas. Siento mi culo arder, lo imagino tremendamente dilatado, como algunas veces he visto en el porno. Recibo un salivazo pero no me calma. Lo miro, implorando sin decirle nada que vuelva a él. Apoya su cuerpo en mis piernas, se me doblan, me hacen daño pero reprimo el grito de dolor. Vuelve a acercar su polla a mi ano y entra completa con sorprendente facilidad. La siento moverse, el dolor se alivia, más aún cuando coloca una de sus manos sobre mi sexo y comienza a moverla, a restregarme los labios, el clítoris. Noto que los ojos y la boca se me abren de golpe, sorprendida de lo excitante que es. Siento como el coño se me humedece a pasos agigantados. Él no se detiene, sus caderas empujan incansables, su polla me abre el culo más y más y su mano vuela a una velocidad tremenda, haciendo que mi clítoris extienda el placer a cada rincón de mi cuerpo.

Me llevo la mano a la cara, me la muerdo para no gritar como una loca y que se entere todo el hotel. Me estoy corriendo con una polla gorda y larga hundiéndose una y otra vez en el culo, me siento como nunca antes me había sentido. Álex vuelca su cuerpo sobre el mío, mis piernas lo sostienen. Ya no se mueve, sólo gruñe, bajando la cara hasta enterrarla entre mis tetas y mi hombro. Se deja ir, su cuerpo se convulsiona al compás del salir disparado del semen de su polla. Lo abrazo, quiero sentir su calor en mi piel, quiero apoderarme de él, retener un poco más esa sensación de verme convertida en una guarra, llevármela conmigo, tenerla presenta en mi día a día; no sé si sabré sin él, pero por lo menos espero conservarlo más allá de ese momento en Álex que se retira y mi ano comienza a expulsar, lenta y pesadamente, todo la leche caliente con la que me ha rellenado el culito.