Habitación 309-E (II)
-¿Qué tienes aquí? ¿Una cicatriz? -No, es otro de mis tatuajes
-¿Estás bien? –preguntó Isabel sentándose a mi lado.
-Sí –respondí y comencé a llorar. Me abrazó, estuvimos así unos momentos hasta que pude calmarme, me separé –disculpa, no sé qué me pasa… -intenté explicarle, pero puso un dedo sobre mis labios.
-No tienes que decir nada, todo llega a su tiempo.
Besé su dedo y volví a abrazarla, recargué mi cabeza en su pecho.
-¿Dónde has estado todo este tiempo? –pensé en voz alta.
-Preparándome para conocerte.
Levanté la vista, observé su rostro sereno, su mirada avellana dulce y su pequeña sonrisa. Yo podría amar a esa mujer.
-¿Mejor?
Me acerqué a sus labios y la besé suavemente –Sí.
-¿En qué piensas?
-En que puedo enamorarme de ti –suspiró con mis palabras.
-Yo ya me estoy enamorando de ti, eres dulce, tierna, tímida, sincera…
-Para, que me la voy a creer
-¿Y por qué no?
-Por qué no soy todo eso que dices
-Para mí lo eres
Y otra vez el silencio, solo su respiración y la mía acompasadas.
-No quisiera, pero tengo que irme –dije levantándome como de un sueño
-Bien, es hora de trabajar, te acompaño a la puerta.
Bajamos la escalera y en el último peldaño di la vuelta y la abracé, volvimos a besarnos, jugué con su lacio cabello que llevaba suelto.
-Te quiero –le dije.
-Y yo te quiero a ti.
Salimos, el sol y el aire entraron por mi nariz y sonreí, volteé y dije adiós con la mano.
Regresé a mi trabajo, el día transcurrió con normalidad y al terminar me fui a mi casa. No hice por comunicarme con Isabel, necesitaba pensar, digerir todo lo que estaba sucediendo ¿de verdad estaba preparada para una relación? Es decir, no es que nunca la hubiera tenido, ni tampoco que me hubieran dejado con el corazón hecho trizas, simplemente no funcionaron y punto; pero ahora era diferente, y nada tenía que ver con que fuera con una mujer, no me importaba demasiado lo que pudieran decir los demás, por eso mantenía mi vida en la privacidad. Pero era tan agradable, me sentía tan bien con ella, pero por otra parte todo estaba sucediendo tan rápido… “Todo llega a su tiempo”, tenía razón Isabel debía dejar que las cosas marchasen a su propio ritmo en vez de querer controlarlas a cada minuto.
Los dos días siguientes no tuve comunicación alguna con ella, y por ser fin de semana, y no seguir mi rutina de siempre tampoco me la encontré, aunque tampoco hice por buscarla. Me hacía sentir bien necesitarla pero no al extremo de la dependencia. Ella tampoco se comunicó.
El lunes volví al trabajo, cerca de la hora de la comida la llamé:
-¡Hola Isa! ¿Cómo estás? –se oía mucho ruido al otro lado de la línea.
-Hola, dame un momento –esperé unos momentos, cuando por fin habló ya no se escuchaba nada al fondo -Perdón pero no escuchaba ¿cómo estás? Pensé que estabas enojada o algo así.
-¿Enojada?
-Sí, después que estuvimos en la librería no te comunicaste y yo no sabía qué hacer, así que decidí darte tu espacio y no abrumarte.
-¿Dónde estás?
-En Guadalajara
-¿Y qué haces allí?
-Me tocó venir a la feria del libro, por eso oíste tanto barullo, ahorita me encerré en un almacén para poder escuchar ¿qué haces?
–Pensando en ti. Quería verte.
– ¿querías? ¿Ya no quieres?
– ¡claro que sí! pero no podrá ser, estás muy lejos.
–bueno, hoy no pero regreso el miércoles ¿qué te parece?
–me parece demasiado tiempo, pero que le hago.
–entonces ¿nos vemos el miércoles?
–depende a que hora regreses
–pues creo que a media tarde, si quieres puedo pasar a buscarte a la salida de tu trabajo.
–Mmm, mejor nos vemos en mi departamento y tienes un momento para descansar.
–ok, así puedo dejar mis maletas en casa.
–hecho entonces
–hecho. Tengo que volver antes que mi jefe se ponga loco
–un beso
–mil para ti.
Me sentí francamente decepcionada, quería verla, decirle que la había extrañado. Pero tendría que esperar hasta el miércoles.
Ya empezaban a salir a comer los compañeros de la oficina, no me sentía con ánimo así que decidí pedir comida; cuando estaba descolgando el teléfono una de las compañeras me ofreció ir a comer con ellas; me extrañó porque al principio cuando llegué a trabajar ahí algunas veces me invitaron, pero al negarme varias veces dejaron de hacerlo. Sin más acepté. Era un grupo de cuatro que siempre iban juntas a todas partes, fuimos a un restaurante cercano a la oficina; yo no participaba mucho de la plática aunque intenté ser un poco sociable. Me reí de sus bromas y pasé un rato agradable.
A la tarde al regresar a casa pensaba si sería buena idea llamar a Isa, le había llamado por la mañana y no quería hostigarla; no me decidía. Llegué a casa y fui directo a tomar un baño, cuando salí tomé mi libro y me dispuse a leer para no pensar en ella.
Un rato pude concentrarme en mi libro, pero al rato había alguien tocando a la puerta ¿quién podría ser? Mi corazón latió a mil por hora ¿y si era ella? ¿Habría adelantado su regreso par verme? Corrí a abrir sin importar que anduviera en pijama y sin peinar.
– ¿La señorita Leonor García? —preguntó un muchachito que cargaba un paquete.
– ¿Sí? —Dije con cierta inseguridad.
Alargó la mano para entregármelo.
– ¿Tengo que firmar algo?
–eh... ¡No!
– ¿Quién lo envía? —pregunté mientras lo inspeccionaba por fuera tratando de obtener pistas acerca de lo que podría ser.
–La señorita Isabel
– ¿Isabel?
–Sí, la señorita Isabel Robles
– ¡ah! Permítame un minuto –y entré a buscar para darle una propina, sin embargo cundo salí a buscarlo ya no estaba.
Entré y tomé el paquete que había dejado sobre la mesa, la envoltura era de papel kraft color café (parecido al papel estraza pero más grueso), no traía nada escrito por ningún lado, lo abrí: eran dos libros de Mario Benedetti, inventarios I y II – ¿poesía? — pensé, en eso sonó mi móvil.
–Hola ¿te llegó ya mi paquete?
–sí, justo lo estoy abriendo.
– ¿Te gusta la poesía?
–pues... No he leído mucha
–Benedetti te va a encantar
– ¿usted cree señorita Robles?
–presumo que sí señorita García
– ¿cómo supiste mi apellido? –
–Te mandé investigar –dijo en tono despreocupado
No supe que contestar
– ¡cómo crees! Lo vi en la placa del timbre de tu edificio.
–Siento mucho no haberte avisado que salía
–No te preocupes, no tenías que hacerlo —y sin quererlo mi voz sonó dolida
–no hago las cosas por deber, sino porque quiero. Pero en verdad actuaste de forma tan extraña en la librería que creí que lo mejor era darte tiempo, aunque me moría de ganas de pedirte que vinieras conmigo por lo menos el fin de semana.
–me hubiera gustado ir
– ¿de verdad? ¡Oh lo que me perdí!
–Lo que nos perdimos
– ¿qué pasó en la librería? ¿Me propasé?
–No, no fue eso
– ¿Entonces?
–perdí el control
–Y yo estaba encantada –dijo con una risa en la voz
–pero yo no estoy acostumbrada, no me gusta sentir que las cosas se me van de las manos
– ¡ja, ja, ja, ja! ¡Pero sí justo ahí me tenías!
–contigo todo es... sorpresivo, impredecible, a veces me siento... insegura
– ¿Insegura? ¿Por qué?
–No creo que esto me esté pasando
– ¿esto?
–Sí, ya te lo dije
– ¡oh Leonor! ¿Qué ideas rondan esa loca cabecita? Yo no voy a lastimarte, por lo menos no intencionalmente, me gustas mucho y ahora que te estoy conociendo empiezo a quererte.
–Y yo a ti.
– ¿qué necesitas para sentirte segura? ¿Quieres que te pida que seas mi novia?
¿Su novia? No me lo había planteado ¿quería ser su novia?
–No, me doy miedo yo misma
– ¿Tú?
–Sí, soy otra ahora que estoy contigo
–eso me asusta, no quiero que seas otra, me gusta como eres
–Bueno, no otra, la misma pero quizá un poco mejor.
– ¿Me haces un favor?
–Claro, lo que quieras.
–En el inventario dos lee la página 454
Tomé el libro y empecé a buscar la página.
–No ahora, después, con calma.
Seguimos platicando de su día y el mío hasta que nos despedimos. Volví a tomar el libro y la página que me indicó, había un poema subrayado:
Hagamos un trato
Compañera usted sabe
que puede contar conmigo
no hasta dos o hasta diez
sino contar conmigo
si alguna vez advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar conmigo
si otras veces me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo
Me quedé en blanco, solo sintiendo los latidos de mi corazón y el aire caliente de mi respiración sobre mi labio.
Llegó el miércoles y con él mi nerviosismo de volver a ver a Isabel. El día pasó lento y rápido, salí en punto de la oficina para volver a mi casa. Tomé un baño y me puse a preparar la cena, cocinar tiene un efecto calmante en mi. Cuando estaba terminando tocaron a la puerta: era ella, sonriendo como siempre.
-¡Hola, pasa!
-¿Cómo estás?
-Mucho mejor ahora –contesté y me abracé a ella quien correspondió a mi abrazo, me separé un poco y busqué sus labios en un beso lento y suave.
-¿Qué es lo que huele tan bien?
-Preparé algo de cenar
-¿cocinaste? Aunque yo me refería a ti
-Es mi terapia contra los nervios
-Creí que era leer
-No desde que te conozco, ven vamos a sentarnos y me cuentas tu viaje.
Después de cenar tomamos café en la sala y conversamos durante mucho tiempo.
-¿te gustó mi regalo?
-claro que sí y más el poema que subrayaste
-¿entonces?
-¿entonces?
-¿Aceptas el trato?
Me quedé en silencio, observando su rostro, en sus ojos apareció un momento la zozobra aunque yo no dudé sólo quería un poco de suspenso; por respuesta la besé de forma intensa.
-¿entonces? –preguntó con los ojos aún cerrados.
-¿no es clara mi respuesta?
-No –dijo y me miró- quiero oírlo además de sentirlo
-Por supuesto que puedes contar conmigo, hasta mil, hasta un millón o más.
Volvimos a los besos, comencé a acariciar su rostro, su cuello, sus hombros y sus brazos en un viaje de exploración descendente; noté que ella solo me abrazaba y se dejaba hacer.
-¿Qué pasa?
-Tengo miedo
-¿De qué?
-De cómo reaccionaste la última vez
-No por favor, no tengas miedo
-¿Cómo sé hasta dónde está bien llegar?
-Ni yo lo sé, pero tú dijiste que todo llega a su tiempo.
-¿Puedo hacerte una pregunta muy personal?
-Claro, dime
-¿Eres virgen?
-¿A mis treinta y cinco? -Me reí con muchas ganas- No ¿qué te hace pensar eso?
-Tu reacción
-Te expliqué que mi reacción se debió a otra cosa. Me gusta acariciarte y que me acaricies.
Y para recalcar lo que decía volví a besarla y acariciarla, con mucha dulzura y parsimonia, Isabel me respondió de la misma forma, siguiendo mi ritmo. Mis dedos se pasearon por su nuca, como ciega trataba de encontrar el punto preciso de su tatuaje más eso no impidió que mis manos curiosas continuaran su marcha. Por debajo de la blusa su suave espalda fue un paisaje inmenso, llano hasta que llegué al final y mis dedos sintieron una pequeña protuberancia.
-¿Qué tienes aquí? ¿Una cicatriz?
-No, es otro de mis tatuajes
-¿Puedo verlo?
-Si quieres
Se dio la vuelta dándome la espalda, con mucho cuidado levanté su blusa sólo lo justo para observar un eclipse de aproximadamente cinco centímetros de diámetro, arriba del coxis entre sus dos simpáticos hoyuelos, no resistí la tentación y le di un beso al que ella respondió con un pequeño sobresalto.
-¿te gustó?
-Sí, toda tú me gustas.
Volteó a verme, suspiró y dijo:
-Es hora de irme –y se levantó del sofá.
-¿Ahora? –dije viéndola moverse nerviosa.
-Sí, mañana hay que trabajar –respondió mientras juntaba sus cosas.
-Por favor quédate –dije en voz tan baja que no sabía si me había escuchado.
Sin girarse preguntó -¿Estás segura?
-Sí, por favor quédate.
Volvió a sentarse a mi lado.
-Leonor yo no quiero que te sientas forzada a hacer nada, yo respeto tu ritmo, no tengo prisa, que yo te quiera no depende de que tú y yo tengamos intimidad, quiero que cuando llegue el momento las dos estemos seguras.
-Yo lo sé, gracias. Pero de verdad quiero que te quedes a dormir.