Habitación 309-E

Va de nuevo, desde el inicio y con un pequeño aumento

No sé con certeza cuando comencé a poner mi atención en ella. Trato de hacer memoria y por más que lo intento no puedo recordar; he perdido la noción del tiempo

Lo único que puedo recordar es su rostro en la tienda departamental, en el centro comercial, en una sala de cine, el tren subterráneo… en realidad no siempre su rostro, a veces su cabello, la espalda, retazos de ella, instantáneas que acuden a mi mente como flashes. ¿Cómo puedo asegurar que siempre era ella? Solo lo sé. Fue algo sumamente raro, pero se dio una conexión entre nosotros. Me explico.

Empezó… en el subterráneo, claro. Uno de esos terribles días en que es imposible dar un paso por el andén sin rozar otros cuerpos (personalmente siempre me ha molestado la cercanía de cuerpos extraños, me producen gran malestar), intentaba buscar un espacio menos lleno donde acomodarme y eché a andar, a unos cuantos pasos ya me había arrepentido pues hacia el fondo el sitio estaba peor. Intenté regresar por donde había venido y en ese momento se escuchó por el túnel el sonido del tren, traté de apresurar mi marcha pero estaba rodeada, la gente comenzó a apretarse hacia el frente dejándome sin salida. Por fin llegó, cuando abrió las puertas intenté resistirme e ir en sentido contrario, sin embargo el tumulto de gente me arrastró casi sin que yo tocara el piso y me lanzó dentro; con resignación intenté encontrar a que asirme, cuando por fin llegué a la altura del pasamanos lo que sentí no fue el frío metal, sino una mano pequeña, tibia y suave que me causó sobresalto, al instante retiré la mía; sin embargo me tomó y puso mi mano sobre la barandilla soltándome después; yo esperaba sentir que se situara al lado de la mía, pero en lugar de ello encontré una mano fría y áspera. Busqué entre los rostros la dueña de aquella mano (seguro era de una mujer) y ahí estaba: tranquila y con una sonrisa a medio dibujar pese a la incomodidad que suponía estar en ese espacio compacto rodeada de extraños, no me sonreía a mí, solo sonreía.

Por un momento olvidé mi mal humor y el estar entre extraños… me concentré en ella, en cada detalle, calculé que tendría alrededor de treinta años, alrededor de sus ojos marrones llenos de luz se delineaban unas pequeñas arrugas, aunque el resto de su cara ponía en entredicho lo que sus ojos delataban: el cabello recogido en una coleta, un cuello largo, la barbilla cuadrada pero muy femenina, la boca que sonreía ahora mostrando una parte de sus dientes… hasta entonces me percaté que me miraba, tuve un momento de turbación y desvié la mirada. Llegamos a la estación y al levantar la vista ya no la encontré en el vagón, mientras el tren siguió su marcha distinguí a lo lejos una breve silueta que corría mientras su coleta se movía al compás. Tomé nota mentalmente del lugar en que había bajado y  me preparé para bajar en la estación siguiente: mi destino.

Qué curioso ha resultado escribir mi destino , es tan apropiado en más de un sentido, aquel encuentro realmente selló mi destino. Llegué a mi trabajo y por más que intentaba concentrarme en el ordenador me era imposible, en la pantalla aparecían una y otra vez los ojos marrones y la sonrisa. El día transcurrió de forma “normal” y a la salida en vez de correr al subterráneo como de costumbre decidí dar un paseo y acercarme caminando. La tarde era calurosa, me detuve en “El café  del centro”, que tiene mesas a la intemperie y estuve contemplando el ir y venir de las demás personas, esperando que el calor amainara para seguir mi marcha.

Observé de reojo que llegó un grupo de estudiantes con el ruido que los caracteriza, trataban de acomodarse todos en una de las pequeñas mesas, sin embargo no lo consiguieron, al estar mi mesa semivacía me pidieron permiso para llevarse las sillas que no utilizaba, a lo que accedí; los seguí con la mirada, por fin todos se sentaron. Busqué otro punto de interés y descubrí más allá la parte posterior de un cuello al descubierto, ligeramente moreno que por alguna razón me hizo sentir un escalofrío. Fue una sensación tan extraña… pedí la cuenta y me dispuse a retirarme, fui a los lavabos a refrescarme un poco la cara, tenía el rostro mojado y buscaba a tientas con que secarme sin éxito, escuché que alguien salía de los servicios y traté de apurarme sin lograrlo. Una mano suave me acercó un par de toallas de papel, le agradecí y al levantar el rostro vi una sonrisa que me desconcertó, era ella… la chica del tren. Me saludó con un “hola” amistoso mientras yo la miraba con el ceño fruncido que tal vez ella interpretó como hostilidad así que se dio la vuelta y se lavó las manos, no podía quitarle la vista de encima y ella se notaba incómoda, reaccioné por fin y le ofrecí toallas para que se secara las manos, con una inclinación de cabeza me sonrió, le devolví la sonrisa y tendí mi mano para saludarla, levantó las cejas con incredulidad y preguntó:

-¿Eres siempre tan formal? Otra vez no supe que contestar, bajé la vista y retiraba mi mano cuando me dijo: -¡oye! No lo tomes tan a pecho, es una broma -y con sus dos manos tomó la mía- yo soy Isabel ¿Ya te conocía? Porque me parece que nos habíamos visto antes, no sé en qué lugar. Negué con la cabeza y ella continuó: -¿Eres prima de Miriam? O ¿acaso vas al club de lectura de la librería a dos cuadras de aquí? Seguí negando con la cabeza y entonces dijo: -¿Cómo dijiste que te llamas?

–De hecho no lo dije, no me has dejado hablar.

-¡Tienes razón!, voy a callarme para que me lo digas. Hizo mueca de niña regañada, apretó los labios con fuerza y me miró fijamente. Durante unos segundos no dije nada, todo esto sucedió sin que soltara mi mano, era un contacto cálido que –aunque venía de una extraña- no me causaba  incomodidad, sin embargo tradujo mi silencio como incomodidad y me soltó. Me sentí como abandonada y entonces dije mi nombre.

-Tengo que irme Leonor, vine con unas amigas y ya me tardé demasiado. A menos que… ¿quieres sentarte con nosotras?

-Gracias, pero tengo que irme ya.

-No sé porque pero me caíste simpática, ¿te parece bien si me das tu número y otro día quedamos? bueno… si quieres.

Lo medité un momento, ¿y si resultaba una loca? Qué era mejor, ¿mi casa? ¿El trabajo? ¿El móvil? Me miraba entre divertida y preocupada.

-¡Oye, si crees que soy psicópata mejor te doy el mío!

Me sonrojé y entonces su sonrisa se volvió carcajada, la vi a los ojos y su mirada brillante me convenció que no era peligrosa:

-¡Qué va! Solo meditaba cual era más conveniente darte. Te doy el de mi móvil porque en casa casi no me encuentras y en el trabajo no me pasan llamadas.

También pensaba que si me equivocaba era más fácil cambiar ese número que mi domicilio o trabajo. Por otro lado no tendría que ser yo quien marcara y evitaba sentirme ridícula llamando a alguien que ni conocía y con quien no tendría de que charlar.

-Ok, te llamo… ¿el jueves? Quizá nos pongamos de acuerdo y vamos a dar una vuelta por ahí.

-Está bien, nos vemos. Cuando estaba a punto de irme, se acercó a mí y me besó en las dos mejillas. Tuve un estremecimiento que me corrió desde la nuca hasta los tobillos.

Salí intentando disimular mi consternación, tres veces en el mismo día una extraña me había no solo tocado sino hasta besado… ¡y encima de todo le di mi número telefónico! ¿¡Qué demonios me estaba sucediendo!?

Ya en casa me tranquilicé e intenté convencerme de que todo había sido una broma, ¡claro! Que estúpida fui, era una de esas bromas de moda en la televisión en la que el objetivo es ridiculizar al incauto que les sigue la corriente. Por más que intenté convencerme a mi misma de que eso era lo que había sucedido, en mi interior albergaba la esperanza de que no fuera así.

Llegué a casa e intenté relajarme leyendo, sin embargo a cada momento perdía el hilo, así que decidí dejarlo y ver televisión. Después de saltar de canal en  canal encontré algo que capto mi atención: un programa acerca de tatuajes, explicaban los diferentes significados según la figura y la parte del cuerpo donde estuvieran. Me sentí fascinada por la temática, siempre pensé que los tatuajes eran cosas sin sentido, sin embargo parecía haber allí algo mas profundo. Además caí en cuenta que Isabel  (la chica del tren y la cafetería) tenia uno en la parte posterior del cuello ¿cuál era la figura? por más que intentaba recordarlo no lo lograba. En eso estaba cuando sonó la alerta de mensaje en el móvil: era un número desconocido. Lo abrí pensando que tal vez era algún tipo de anuncio o promoción, pero no, decía: "hola Leonor, ¿no es muy tarde para molestar? solo quería verificar que es tu número y no me gastaste una broma. Isabel"

Sentí un dulce cosquilleo en el  pecho y respondí: "Si es mi número". Releí el mensaje y noté que había resultado muy cortante, pero en fin, ya lo había mandado.

"Perdón si te molesté" fue su respuesta, "nada de eso -respondí- lo que pasa es que estoy viendo un programa muy interesante y no quería perder detalle, ¿qué haces?"

-"Preparándome para dormir.  Mañana hay que empezar temprano y apenas es martes, falta mucho para el fin de semana ¿acostumbras desvelarte viendo tele?

-"No, solo que el programa me atrapó, de hecho casi no veo tele, prefiero leer"

-"Ya decía yo que tienes cara de lectora, a mi también me encanta. Trabajo en una librería"

-"¡Súper!"

-“Sí, así hago lo que más me gusta en horas de trabajo. Jajaja”

Y ahí estaba yo en gran charla con una persona que apenas conocía; no sentí el paso de tiempo hasta que ella dijo: "Me ha encantado charlar, no me equivoqué contigo, pero son las tres y no se tú pero a mi me quedan pocas horas de sueño".

-"Perdón, tienes mucha razón, no sentí el paso del tiempo.”

-“No te preocupes a mi me pasó igual. Buenas noches”

-“Buenas noches”

Apagué la televisión para dormir, pero por más que daba vueltas en la cama no lo conseguía. Yo tendía más bien a la soledad ¿entonces por qué tanto entusiasmo de platicar con alguien que recién conocí?

El despertador sonó a las seis de la mañana y yo estaba molida, no supe a que hora me dormí pero seguro que no hacía mucho. Decidí quedarme otro rato y llamar al trabajo para avisar que llegaría más tarde. Cuando lo hice la jefa de personal se extrañó mucho, no suelo llegar tarde o faltar a menos que esté muy enferma; preguntó si me sentía bien o si no prefería tomarme el día puesto que con mi record de puntualidad y asistencia, no habría ningún problema. Le agradecí y contesté que solo necesitaba unas horas.

A las once llegué a mi trabajo, algunas compañeras me miraron con extrañeza pero no comentaron nada, yo no era precisamente la persona más extrovertida y social de la oficina. Tomé mi puesto y comencé a desahogar los pendientes; la jefa de personal fue a verme para preguntar nuevamente si estaba bien, en realidad era con ella con quien algunas veces “platicaba”, más por el puesto que porque hubiera una amistad.

A la hora del almuerzo decidí pedir comida y no salir para que no se me acumulara el trabajo. La oficina estaba casi vacía cuando sonó mi móvil:

-“Hola, hola ¿cómo te va? Espero que ya tengas registrado mi número”

-“¡Hola Isabel! Claro que sí ¿cómo estás?

-“Bien, voy a salir a almorzar ¿tú gustas?”

-“Provecho, yo comeré en mi oficina tengo mucho trabajo pendiente”

-“¿Vas a comer solita?”

-“Ajá, casi siempre lo hago”

-“¿Por qué? Eres una chica linda que seguro tiene muchas amistades”

-“Gracias, pero no es así”

-“¡De verdad eres muy linda!”

-“Otra vez gracias, pero en realidad tengo pocos amigos, no soy muy sociable que digamos”

-“No lo creo, a mi me pareciste todo lo contrario”

-¿Sí? Eres la primera persona que me lo dice. Es mas, las pocas amigas que tengo dicen que en un principio no les agradaba, hasta que me conocieron más”

-“Que raro”

Platiqué por mensaje con Isabel durante toda la hora que duraba mi comida, no adelanté nada de trabajo, pero pasé un rato muy agradable.

-“Oye Isa ¿puedo decirte así? Ya casi termina la hora de comer y me has hecho una compañía muy agradable, pero y tú ¿qué vas a comer?”

-“¡Claro! Puedes decirme como mejor te acomode. No te preocupes, le dije a mi compañera de turno que me quedaba y me hizo favor de mandarme algo, así que mientras conversamos yo también he comido”

-“Oye, además de trabajar en la librería ¿eres psicóloga o algo así?”

-“No ¿por?

-“Es que en dos pláticas te he contado más de lo que suelo decir de mi a cualquier persona no soy parte de un experimento o algo así, ¿verdad?”

-“¡Claro que no mujer! ¡No seas paranoica! Lo que pasa es que ya te había visto otras veces y… bueno…”

¿Ya me había visto? ¿Qué quería decir con eso?

-“Y… ¿qué?”

-“Ya te lo dije, que me has caído simpática y cuando vi la oportunidad… pues… aproveché”

Mi mente estaba revuelta, ¿qué había visto de especial esta chica en mi? Jamás nadie había puesto tanto interés por conocerme, al contrario, yo sentía que la gente me huía y había aprendido a pasar desapercibida. Pasaron unos minutos y yo no había contestado.

-“¿Te molesté?”

-“No Isa, para nada. Sólo pensaba”

-“¿Se puede saber en qué?”

-“Tonterías, no hagas caso”

-"¿segura? me da la impresión que te pusiste triste"

-"no, solo reflexionaba. Voy a tener que despedirme, tengo que volver al trabajo"

-"ok, yo igual, bye"

-"Bye"

Fue una despedida un tanto abrupta, tenia razón Isabel, tal parecía que me había enojado. En fin, intente concentrarme en el trabajo y dejar por un momento eso de lado.

A las nueve ya estaba muy cansada, hacia un buen rato que todos se habían ido y mi jefa me había advertido que no me quedara hasta tarde. Me estiré para desentumecer el cuerpo y apagué el ordenador. Isabel volvió a mi cabeza, por alguna razón sentía la necesidad de explicarle que mi intención no era ser hostil, era falta de habilidad social. Sin embargo me cuestionaba también si debía dar tantas explicaciones a alguien que apenas conocía, después de todo además de su nombre y su trabajo no sabía mucho más.

Mejor era irme a casa y no pensar tanto en eso.

Tome el subterráneo, ya no eran horas de ir caminando, para mi fortuna iba semivacío y halle un sitio donde sentarme junto a la ventana. En la estación siguiente  el lugar a mi lado quedo vacío y unas paradas mas allá se sentó alguien a quien ni por curiosidad voltee a ver.

-¡Hola, hola! ¡Qué sorpresa!

¿Era conmigo?

-¡Isabel! ¿Qué haces aquí?

-Lo mismo que tú… supongo. Voy a mi casa.

Otra vez había sido ruda.

-Perdona mi descortesía, no pensé encontrarte aquí, es una casualidad muy… ¿improbable?

-¿Improbable?

-Sí, en una ciudad tan grande, con tantos habitantes…

-¿Crees que te estoy siguiendo? –dijo y abrió desmesuradamente sus ojos.

-¿A mi? ¿Por qué habrías de hacerlo?

-No sé, pero desde que nos conocimos me da la impresión que piensas algo raro de mi.

-¿Tanto se me nota?

-¿???????

-¡Es broma! Perdón, no estoy acostumbrada a socializar mucho, ya te lo dije.

-Pero de fondo es cierto ¿no?

-Un poco… al principio.

-¿Qué tengo que hacer para que dejes de pensar eso?

-Bajarte conmigo en la siguiente estación.

-¿Cómo?

-Es la mía, y si no bajas tendremos que despedirnos por hoy.

-Es que…

-Ahora la desconfiada eres tú.

-No, está bien, vamos.

¿Por qué había dicho tal cosa? ¿Qué esperaba conseguir? Yo no era persona de dejarse llevar por los impulsos, pero al parecer Isabel estaba logrando que yo le abriera todas las puertas que tan bien había cerrado.

-¿A dónde vamos? –preguntó.

-Mmmmm ¿te apetece cenar? Conozco un restaurante cercano.

-No sé, no vengo preparada.

-Es un ambiente tranquilo, nada del otro mundo. Es más no necesitas reservación porque es muy pequeño.

-No me refiero a eso.

-¿Entonces?

-Es que… no traigo dinero suficiente, ya iba a mi casa.

-No te preocupes, esta vez yo invito.

-No sé, me da pena…

-Como quieras… Podemos dejarlo para otro día.

-Pero… ya nos bajamos, además es la prueba de confianza ¿no? Tengo que confiar en ti para que tú confíes en mí.

Reí con ganas.

-Ya lo demostraste, te bajaste conmigo.

-Bueno, entonces vamos –dijo con una sonrisa de oreja a oreja, y se colgó de mi brazo.

El sitio era realmente muy pequeño, unas cuantas mesas. Me gustaba ir allí cuando no quería cocinar, aunque no iba con tanta asiduidad para decir que fuera cliente habitual; estaba cerca de mi casa y no tenía que soportar miradas indiscretas o de compasión por comer sola.

-¿Vienes muy seguido? –preguntó Isabel.

-No tanto, prefiero comer en mi casa; a veces compro comida y la llevo.

-Oye… ¿y no hay alguien esperándote para cenar?

-No.

-¿Vives sola?

-Sí.

-¿Te molestan tantas preguntas?

-No.

No tuvimos que esperar, pasamos de inmediato a una mesa que quedaba en un rincón, aunque en realidad pasé yo sola pues Isa tenía apuración de ir al sanitario y se adelantó.

-¿Qué te apetece comer? –pregunté.

-No sé, ¿qué te gusta a ti?

-Pues… aquí sirven unas crepas muy ricas.

-¿De verdad?

-Pero hay otras cosas.

-Te digo un secreto –dijo bajando la voz y acercándose a mi- la verdad, yo preferiría unos tacos al pastor ¿Vives muy lejos?

-No, a unas cuantas calles, veamos… sí hay.

-¿Y si pedimos la cena para llevar?

La mire un poco desconcertada, no sabia si estaba lista para tanta confianza.

-¿No habíamos quedado en que ya nos teníamos confianza?

Empezaba a creer que esa mujer podía leer mi pensamiento.

-No es desconfianza –dije- sucede que no estoy muy segura de que mi casa esté en orden. Casi no recibo visitas y además hoy salí muy apurada y no tuve tiempo de ordenar ni un poquito

-No importa, ¿vamos si? –dijo poniendo una cara… que fue imposible negarme.

-Ok, pero no digas que no te lo advertí.

Ambas reímos con ganas e hicimos nuestro pedido.

-¡Listo! –le dije.

-¿Está muy lejos?

-No, a unas cuadras.

Nos fuimos conversando por el camino, era una mujer muy amena, con tanto que leía tenía mil temas de que hablar; yo la miraba embobada, no tenía un rostro hermoso en sí, pero cuando sonreía lo hacía con todo el cuerpo: su gran sonrisa de dientes “de conejo”, sus ojitos chispeantes y las arruguitas que se formaban alrededor de ellos…

-… ¿Ya lo leíste?

-¿Mmmm?

-No me estás haciendo caso ¿ya te aburrí?

-¡Claro que no! Estaba muy concentrada en lo que dices.

-A ver, ¿de qué estoy hablando?

-De un libro.

-¿Cuál?

-…..

-¿Ves?

-Perdón; ya llegamos.

Entramos a mi edificio, vivo en un departamento más bien pequeño pero muy cómodo.

-No hay elevador, estoy en el último piso.

-¡Menos mal que sólo son cinco!

-¡Qué bárbara! –Dijo en cuanto entramos- ¿a esto llamas desorden? Deberías ver mi habitación ¡no está así ni cuando ordeno!

La verdad sí soy muy meticulosa y ordenada, pero cuando titubeé no se me ocurrió mejor excusa para que no se diera cuenta de mis dudas.

-Ponte cómoda, voy por platos y vasos.

En vez de sentarse se fue tras de mi.

-Te ayudo.

La cocina es muy pequeña, quedamos muy cerca aunque sin llegar a tocarnos, así que aproveché la oportunidad para ver de cerca el tatuaje de su cuello: era una salamandra.

-Bonito tatuaje –le dije dejando caer mi aliento en su nuca (soy un poco mas alta que ella); a lo que reaccionó con un estremecimiento, pero no volteó, se quedó de espaldas y bajo la cabeza.

-¿Te gusta?

-En realidad… sí.

-Te puedo llevar a dónde me lo hicieron.

-Creo que no, gracias. Me gusta como lo llevas.

-¿Cómo lo llevo? -dijo dando la vuelta y quedando su rostro muy cerca del mio.

-Sí, tienes un cuello largo y esbelto, eso hace que luzca.

-¡Guau! ¿Es un cumplido? Porque tengo otros dos tatuajes que puedo mostrarte.

-Puede que lo sea –dije apresurándome a salir de la cocina- ven, ya está listo.

-¿Dónde puedo lavarme las manos?

-¡Ah, claro! Por aquí –la guié- el único baño está en mi habitación, y ahí sí que es un desastre, ni mi cama tendí, que pena.

-No pasa nada, no vine a calificar la limpieza de tu casa, además fui yo la que insistió en venir.

-Pasa, te espero en el comedor –dije cerrando la puerta y enseguida me di prisa en arreglar un poco mi recámara.

-Es bonito tu apartamento –dijo sentándose junto a mi y no de frente como había yo puesto su servicio- ¡vaya que eres meticulosa! Pusiste la mesa como si fuera una cena de gala ¿tengo que comer los tacos con cubiertos? –y sonrió divertida.

-No, claro que no, come como prefieras –conteste un poco abochornada.

-¡Me encantas! –dijo.

-¿Cómo? –me hice la sorda.

-Que me encantas, pensé que ya no había gente como tú.

-¿??????

-Eres tímida y reservada sin llegar a ser pedante. Y tu cara no oculta tus emociones.

-¿Sí?

-¿No?

-No lo sé.

-¿Ves?

-¡Me encantas! Cuéntame de ti.

-¿Qué quieres saber?

-Ok ¿qué música te gusta escuchar?

-Depende del momento y el humor.

-Ahorita que te apetece escuchar.

-Fado.

-¿Perdón?

-Fado, es música portuguesa , muy sentida casi siempre canta una sola persona, los temas más cantados en el fado son la melancolía, la nostalgia o pequeñas historias del diario vivir de los barrios humildes. Una de las mejores definiciones de fado la ofrece Amália Rodrigues , considerada la Embajadora artística de Portugal: “el fado es una cosa muy misteriosa, hay que sentirlo y hay que nacer con el lado angustioso de las gentes, sentirse como alguien que no tiene ni ambiciones, ni deseos, una persona..., como si no existiera”.

-¿Así te sientes conmigo?

-No, es… creo que… el fado se parece a mi, o yo a él.

-No me lo parece.

-Escucha… -puse algunos cds de fado, mis favoritos, y terminamos la cena sin hablar.

-Es hermoso –dijo- esa música se cuela en los huesos, entiendo porque te gusta –tomó mi mano y la besó, yo la retiré con brusquedad- perdón, no quiero incomodarte. Creo que es tarde y debo irme –se levantó rápidamente y tomó sus cosas, la alcancé cuando abría la puerta para salir.

-Espera, no te vayas así –dije cerrando la puerta.

-¿Así?

-Sí, molesta.

-No estoy molesta, estoy apenada.

-¿Por qué?

-Creo que malentendí todo y te incomodé en tu propia casa…

No la dejé continuar, la puse contra la puerta, la besé con ternura y pasión. Cerró los ojos y sus labios correspondieron inmediatamente, sus brazos se enredaron en mi cintura en un abrazo muy estrecho; quité las manos de la puerta, una la llevé a su cuello y la otra a su cintura, intentando estrechar más el abrazo si eso era posible.

Solté sus labios, pero no su cuerpo, pegué mi frente a la suya: cerré los ojos, el momento había sido tan mágico, tan perfecto, que tenía miedo de que no fuera real; ella tampoco me soltó ni hizo el intento de reanudar el beso, se quedó inmóvil. Abrí los ojos al sentir su mirada fija, estaba sonriendo. La solté despacio y me separe un poco, no quería ser brusca y asustarla de nuevo.

-Yo… -intenté explicar mi arrebato, decirle que nunca antes me había pasado, que si había fantaseado con besar a una chica, pero esta era la primera vez que lo hacía. Las ideas se amontonaban en mi cabeza y no lograba articular palabra.

-¿Te arrepientes? –preguntó.

-No creo en el arrepentimiento.

-¿Entonces?

-¿La verdad?

-Sólo la verdad.

-Es la primera vez que beso a una chica.

-¡Qué privilegio! gracias –dijo y me guiñó un ojo.

Me quede mirándola sin atreverme a preguntar “¿y ahora qué?”. Ella consultó su reloj y dijo:

-Es tarde, tengo que irme.

-¿Ahora? –conteste y sin querer mi voz demostró desilusión.

-¿Quieres que me quede? –dijo dándole a sus palabras un tono pícaro.

-Quisiera que pudiéramos hablar otro rato más, pero si tienes que irte… Además me preocupa que lo hagas sola.

-Entonces… -hizo una pausa- llamemos un taxi.

Reímos

-Ok, lamento no tener auto para poder llevarte.

-Si tuvieras auto no nos habríamos encontrado en el vagón del tren…

Llamamos al sitio y en cinco minutos ya estaban por ella.

-Llámame en cuanto llegues ¿sí?

-Lo haré.

Nos miramos unos instantes, no supe como debía despedirme, fue ella quien rompió el silencio.

-Te aviso –dijo, y se acercó para abrazarme; aproveché y la tomé de la cara para volver a besarla, quería que sintiera la sed que estaba despertando en mí su boca.

-Wow, que rico besas –dijo mirándome a los ojos. Tengo que irme –y me dio un último beso rápido.

Ya no dije nada, sólo la vi marcharse y perderse en el recodo del pasillo; cerré la puerta y fui a la ventana para verla subir al taxi. Me adivinó más que verme y con la mano dijo adiós. Me quedé sola, por primera vez me sentía realmente así ¿cómo era eso posible? Hacía ya varios años que no vivía como hija de familia, y nunca experimenté esa desazón ¿por qué? ¿Quién era Isabel? En el tiempo que estuvo en casa no me platicó nada de ella y yo olvidé preguntar.

La radio seguía sonando, la apagué. Fui a bañarme; ni siquiera le pregunté dónde vivía ¿cuánto tiempo iba a tardar en llamarme? ¿Y si llamaba mientras estaba en la ducha? Me apresuré a salir para esperar su llamada.

Ya en mi habitación me recosté y tomé mi libro para entretenerme en un intento de que el tiempo pasara sin casi sentirlo, sin embargo no podía concentrarme: leía una y otra vez el mismo párrafo sin poder darle sentido, era la segunda vez que Isabel me hacía desistir de leer. Decidí concentrarme en mis pensamientos, intenté unir lo que sabía de ella y las imágenes, me quedé dormida; sonó el móvil:

-Ya estoy en casa –dijo Isa al otro lado.

-¿Todo bien? –pregunté sin saber exactamente a que me refería.

-Sí, ningún contratiempo.

Se hizo un silencio que no era incómodo, sino de tener tanto que decir y no saber por dónde empezar. Fui yo quien habló primero.

-Estuviste aquí tanto rato y sigo sin saber casi nada de ti.

-No preguntaste nada.

-Tienes la habilidad de hacer que hable de mí y olvide preguntarte de ti.

Rió y tuve un estremecimiento.

-¿Dónde están tus otros dos tatuajes? –seguí.

-¡Adivina!

-¿Así sin pistas?

-Sólo te diré que casi no les da el sol.

-¡Ups! Mejor lo dejamos para otro día.

-Como quieras.

-¿Cuándo puedo verte?

-Cuando quieras.

-¿En serio?

-Siempre que no quieras que regrese ahora.

-Mmmm

-¿Quieres que regrese? Dijo en tono serio.

-Lo deseo, pero creo que es mejor que no.

-¿Puedo preguntarte algo?

-Lo que quieras… aunque no estoy segura de si te contestaré.

-Me arriesgo. ¿Por qué me besaste?

-No lo sé.

-¿No lo sabes?

-No quería que te fueras.

-¿No era más fácil pedirlo? –dijiste con voz divertida.

-Creí que era mejor argumento –contesté siguiendo el juego.

-¡Y vaya que lo fue!

-Tenemos que dormir.

-Será difícil.

-Para mí también.

¿Cómo terminar la plática? ¿Debía decirle “te quiero”, “hermosa”, “mi vida”, o algo así?

-No te quiebres la cabeza, no necesitamos ponerle un nombre a lo que sentimos, no todavía.

-Eres más madura que yo.

-quizá.

-¿Nos vemos mañana?

-Si quieres.

-¿Tú no?

-¿Lo dudas?

-Por supuesto que no.

-Te envío un beso.

-¿Y un abrazo?

-Todos los que quieras.

-Duerme bien.

-Sueña lindo.

-Entonces contigo.

-Voy a colgar.

-Hazlo.

Fue una despedida rara, pero me sentía bien, muy bien. Ya no dudé que pudiera conciliar el sueño.

…Sonó el timbre, me levanté en pijama y abrí: Isabel estaba de espaldas, con una coleta en el cabello, como el día que la vi correr en el subterráneo, me acerqué al tiempo que la abrazaba por la cintura besé su cuello, el tatuaje que tanto me atraía. Sin decir palabra la conduje hacia adentro y la solté solo lo suficiente para voltearla y saborear sus labios, que dulces eran, suaves, tiernos y a la vez impetuosos, me mordisqueaba suavemente y mi columna vertebral recibía descarga tras descarga eléctrica, mi piel estaba completamente erizada.

Isabel tomó entonces el control, sus manos –que habían estado en mis hombros- bajaron poco a poco hasta posarse en mi cadera, me atrajo hasta que su vientre y el mío chocaron, mis piernas temblaron no soportaron más mi peso: caímos al sofá, ella encima mío, abrí los ojos con sorpresa y temor, vi dulzura y deseo en los suyos, sonreí y volví sedienta a su boca, toqué sus senos sobre la blusa y la sentí estremecerse, me atreví a desabotonar lentamente uno por uno sus broches y rozar su piel con la yema de mis dedos, su cuerpo dibujo un arco que yo aproveché para darle la vuelta y quedar encima. Caímos al parquet y entre risas seguimos explorándonos.

Besé su cuello y baje hacia sus clavículas, me demoré en los huecos que se forman entre los dos huesos, saqué su blusa de los jeans y acaricié a mis anchas la piel de su cintura. Jugué con la pretina de su pantalón hasta que sus ojos me indicaron que estaba lista, lo desabotoné y saqué de sus piernas, besé una por una, subí al ombligo y regresé a su boca, dejé mi peso descansar sobre su menudo cuerpo. Me tomé un momento para respirar…

-¡Maldito despertador! ¿Por qué tenía que sonar ahora?

Me despierto con humor de perros y voy a bañarme, estando en la ducha escucho que mi móvil suena.

-¡¿A estas horas quién está j…?!

Cuando por fin salgo, veo que es un mensaje de Isa y mis piernas se vuelven de gelatina. Me siento en la cama con el cabello escurriendo agua, no lo abro inmediatamente, dejo que el cosquilleo en mi mano se extienda por todo mi cuerpo. Al fin me decido:

“¡Buen día! Quería ser lo primero en tu día y que seas lo primero en el mío”.

Qué palabras tan sencillas, tan lindas, se me asoman a los ojos las lágrimas, dicen tanto en tan poco, respondo: "¿qué estás haciendo conmigo?"

Ya no hay respuesta.

Me preparo para ir al trabajo, pero todo lo vivo como a través de una nube, no es que yo “ande en las nubes”, estoy alerta, siento que mis sentidos se aguzan, dejo de estar volcada todo el tiempo hacia mí y empiezo a ver hacia afuera.

Al salir me topo con unos vecinos que me dan los buenos días con una sonrisa, les respondo, sigo mi camino y pienso “qué raro, nunca me habían saludado”.

Cuando llego a la oficina me siento nuevamente el blanco de todas las miradas, pero de una forma distinta, algunas personas me sonríen y hacen un pequeño movimiento de cabeza al que respondo un tanto confundida. Me siento y trabajo. Después de un rato de estar concentrada en lo mío se acerca mi jefa y me dice:

-¡Vaya, qué bien te ves hoy!

La miro, sonrio y le contesto: "Gracias, me siento bien"

Me devuelve una mirada de asombro y sus labios se abren como queriendo decir algo más, pero nuestra confianza no llega a tanto y se retira.

Trabajé sin descanso hasta la hora de la comida, por un momento tuve la tentación de llamar a Isabel para quedar y almorzar juntas, pero no sé ni donde trabaja, me dijo que en una librería, pero no en cuál ni dónde queda; supongo que no muy lejos o no habríamos coincidido tantas veces... el sonido del móvil interrumpe mis pensamientos:

–Hola Leonor ¿cómo estás? —mi corazón late apresurado.

–Bien, pensando en salir a comer ¿y tú?

–Pensando en ti.

– ¿En verdad?

– ¿No me crees?

– ¡Oh no! No es eso, es que...

–Es que...

–No sé

– ¿Te incomodo?

–No, me siento muy bien contigo.

– ¿A qué le temes?

–Pues... a... esto, es algo nuevo para mi.

– ¿Qué? ¿Qué te guste alguien?

–No, que me guste, tú sabes...

– ¿Alguien feo?

– ¿¡Tú!? ¿Fea? ¡Nunca!

– ¿Entonces? ¿A qué te refieres?

–A que me guste una mujer

–Para mí también

– ¿de verdad? No lo parece

– ¿Qué quieres decir? —Tu voz suena divertida— es que acaso me estás diciendo...

–No te estoy diciendo nada, es sólo que pareces tan segura... como si no te importara lo que piensen los demás.

–Es que no me importa ¿por qué tendría que?

–Pues... No sé, por que vivimos en una sociedad donde hay reglas

–A veces muy estúpidas

– ¿De verdad lo crees?

–Sí, pero creo que será mejor discutirlo en otro momento. Solo que quede claro que me siento feliz a tu lado y no voy a renunciar a eso por lo que la gente pueda decir: si les gusta bien y si no, que miren a otro lado.

– ¡Oh! —quería decirle un te quiero, pero se quedó a mitad de mi garganta– te invito a comer

– ¿Ahora?

–Sí, si puedes.

–Mmm... Depende ¿dónde sería?

– ¿Qué tal la cafetería donde nos conocimos?

– ¡Me queda perfecto! ¿En diez minutos?

–Ok, diez minutos —colgué.

Tomé mi bolsa y salí corriendo como loca, aunque no me gusta, tomé un taxi pues no quería llegar tarde. El tiempo se me hizo eterno aunque llegué muy pronto; pedí una mesa dentro del local y esperé. El tiempo pasaba y ni rastro de Isabel, empezaba a sentirme tonta y con ganas de llorar cuando apareció por la puerta.

– ¡Tengo horas esperándote! Pensé que no vendrías –dijo.

–Pero sí ya tengo un buen rato aquí sentada.

Sonrió divertida

–Yo estoy en una mesa afuera, pensé que había llegado primero y no se me ocurrió entrar a ver.

– ¿Y qué haces aquí?

–Es que como tardabas mucho me estaba aguantando... –dijo bailando de un pie al otro.

–Anda ¡vete al baño que no quiero accidentes!

– ¡Ya vuelvo!

Me quedé embobada mirándola, tan linda, tan jovial ¿cuántos años tiene? Otra pregunta para mi lista, tendría que empezar a escribirla o volvería a olvidarlo. Mi mente divagaba y veía hacia ningún lado cuando se plantó frente a mí:

– ¿Quieres comer aquí o vamos afuera?

–Contigo voy a donde sea — ¡maldita sea lo dije en voz alta!

– ¡Uf! Tendré que aprovechar esa promesa —dijo y se acercó a mi rostro mirándome a los ojos con la promesa de un beso, mas fui yo quien se apresuró a besarla, corto pero intenso. Cerró los ojos y así permaneció un instante hasta que dije "vamos".

– ¿A dónde? —fue su respuesta y me miró con ojos traviesos.

–A la mesa que tú elegiste —me levanté y le tendí la mano, la tomó y así salimos a buscar el sol.

– ¿Cuántos años tienes Isabel?

– Los que tú quieras.

– ¡En serio!

– ¿Nunca te dijeron que a una mujer nunca se le pregunta la edad?

No pude evitar sonrojarme y ella reírse.

–Me encanta cuando te sonrojas –dijo y al llegar a la mesa retiró una silla y me la ofreció con la mano para que me sentara– por favor señorita, tome asiento. Me senté y suspiré, se sentó a mi lado y tomó mi mano.

Charlamos muy amenamente durante la comida, cuando habíamos pagado la cuenta y estabamos por irnos dijo:

–Treinta y dos

– ¿Ah?

–Tengo treinta y dos años

– ¿De verdad? Te calculaba menos

–Tú sí sabes halagar a una mujer –me tomó de la mano y me atrajo hacia ella para besarme, con mi mano libre la tomé por la nuca y correspondí al beso. Cuando nos separamos sus ojos brillaban.

– ¡Wow! creo que puedo acostumbrarme a esto.

Sin soltar su mano de la mía le dije "vamos"

– ¿A dónde?

–Te acompaño de vuelta a tu trabajo.

– ¡Oh, pero si está muy cerca!

–Por eso, así dejas de ser un misterio

– ¿Misterio? ¿Yo?

–Hasta ahora sólo se tres cosas de tí: te llamas Isabel, tienes treinta y dos años y trabajas en una librería.

–Te faltó algo más...

– ¿Sí?

–Sí, que me encantas

– ¿Vamos?

–Contigo a donde sea...

–Déjame hacer una llamada

–Ok

–Avisé a mi trabajo que tomaré un poco más de tiempo para la comida

–Genial

Caminamos realmente poco, algunas cuadras y llegamos a una librería en la que había entrado algunas veces:

– ¿Es aquí?

–Sip –dijo y sacó un llavero– corre porque tengo que desactivar la alarma. Entré y cerró tras de mi, me quedé en el umbral mientras ella corría a la trastienda a apagarla.

–Ven

– ¿No tienes que abrir?

Miró el reloj –en cinco minutos —y dió unos cuantos pasos que no seguí.

– ¿Hay alguien más?

–Nop

–Ya he estado aquí

–Lo sé —dijo encogiéndose de hombros y volteando hacia mi— te he visto

–Pero tú nunca...

– ¿Me acerqué a hablarte? No

Mi rostro preguntó un por qué

–No lo sé, habitualmente no me da pena

–Se nota —dije en tono socarrón intentando aligerar el momento.

–Me gustas mucho y eso me hacía sentirme turbada, una vez lo intenté pero se me adelantaron; luego te vi otras veces, en otros lugares y lo tomé como una señal

– ¿Señal?

–Sí, y sentí que tenía que hacer algo. Ese día en el metro, cuandoel vagón llegaba a la estación te vi por la ventana y pensé "es mi oportunidad", pero estaba tan lleno...

–Pero tomaste mi mano y me sonreíste

–No pude hacer más —dijo con un suspiro— tenía que bajar. Sin embargo a la tarde volvimos a encontrarnos, creo que te asusté

–Un poco, sí —dije y volví a sonrojarme.

–No te había visto –continuó— pero al salir del sanitario estabas ahí, buscando toallas, te veías muy graciosa. No podía dejar pasar la oportunidad; pero fuiste tan hosca y yo me puse tan nerviosa que creí que me golpearías.

– ¿De verdad? —dije bajando a un tiempo la voz y la cara.

–No —dijo al tiempo que levantaba mi barbilla con su mano— pero sí pensé que me ibas a ignorar. ¡Y me sorprendiste! me diste tu número y yo quería esperar al jueves pero no pude...

–Qué bueno que no lo hiciste

–Ven, te voy a mostrar mi lugar favorito —extendió la mano y alargué la mía para tomarla, pero en vez de eso me abrazó por la cintura, me dejé llevar y la besé en el pelo. Levantó la bosta y me dedicó una gran sonrisa.

Fuimos al segundo piso, allí había una especie de salita privada –aquí vengo cuando no hay nadie más y quiero pensar, ven siéntate ¿te ofrezco algo?

Negué con la cabeza –siéntate conmigo —había mil cosas que quería preguntarle y no sabía por dónde comenzar. Se sentó a mi lado, hicimos silencioy sólo nos mirábamos. Me acerqué poco a poco a su rostro, volvía sostener su nuca con una de mis manos, me obsesionaba tocar su tatuaje, besé la comisura de sus labios, cerró los ojos y yo me atreví a besar sus labios. Me abrazó por la cintura y dejó caer el peso de su cuerpo sobre el mío recostándome poco a poco en el sofá; sus manos pasaron a mi vientre subiendo la playera y tocando la piel, un gruñido salió de mi garganta sorprendiéndote y paralizándome por un segundo, notó mi titubeo, se separó un instante que aproveché para volver a besarla, se dejó hacer, abrió la boca para recibir la tímida exploración de mi lengua que fue recibida por la suya que la invitó a una danza.

Mi otra mano bajó a sus caderas por encima de su pantalón, sentí su redondez y la apreté más a mi; se movió para que quedáramos lado a lado y volvió a tocar mi vientre, subió las manos hasta tocar mis senos por arriba del sontén. Eran demasiadas sensaciones que no podía procesar; me separé de ella y me senté nuevamente en el sofá.