Habitación 309-E (3)

Espero que no sea demasiado corto. Gracias por todos sus comentarios. Besos.

El sitio era realmente muy pequeño, unas cuantas mesas. Me gustaba ir allí cuando no quería cocinar, aunque no iba con tanta asiduidad para decir que fuera cliente habitual; estaba cerca de mi casa y no tenía que soportar miradas indiscretas o de compasión por comer sola.

-¿Vienes muy seguido? –preguntó Isabel.

-No tanto, prefiero comer en mi casa; a veces compro comida y la llevo.

-Oye… ¿y no hay alguien esperándote para cenar?

-No.

-¿Vives sola?

-Sí.

-¿Te molestan tantas preguntas?

-No.

No tuvimos que esperar, pasamos de inmediato a una mesa que quedaba en un rincón, aunque en realidad pasé yo sola pues Isa tenía apuración de ir al sanitario y se adelantó.

-¿Qué te apetece comer? –pregunté.

-No sé, ¿qué te gusta a ti?

-Pues… aquí sirven unas crepas muy ricas.

-¿De verdad?

-Pero hay otras cosas.

-Te digo un secreto –dijo bajando la voz y acercándose a mi- la verdad, yo preferiría unos tacos al pastor ¿Vives muy lejos?

-No, a unas cuantas calles, veamos… sí hay.

-¿Y si pedimos la cena para llevar?

La mire un poco desconcertada, no sabia si estaba lista para tanta confianza.

-¿No habíamos quedado en que ya nos teníamos confianza?

Empezaba a creer que esa mujer podía leer mi pensamiento.

-No es desconfianza –dije- sucede que no estoy muy segura de que mi casa esté en orden. Casi no recibo visitas y además hoy salí muy apurada y no tuve tiempo de ordenar ni un poquito

-No importa, ¿vamos si? –dijo poniendo una cara… que fue imposible negarme.

-Ok, pero no digas que no te lo advertí.

Ambas reímos con ganas e hicimos nuestro pedido.

-¡Listo! –le dije.

-¿Está muy lejos?

-No, a unas cuadras.

Nos fuimos conversando por el camino, era una mujer muy amena, con tanto que leía tenía mil temas de que hablar; yo la miraba embobada, no tenía un rostro hermoso en sí, pero cuando sonreía lo hacía con todo el cuerpo: su gran sonrisa de dientes “de conejo”, sus ojitos chispeantes y las arruguitas que se formaban alrededor de ellos…

-…¿Ya lo leíste?

-¿Mmmm?

-No me estás haciendo caso ¿ya te aburrí?

-¡Claro que no! Estaba muy concentrada en lo que dices.

-A ver, ¿de qué estoy hablando?

-De un libro.

-¿Cuál?

-…..

-¿Ves?

-Perdón; ya llegamos.

Entramos a mi edificio, vivo en un departamento más bien pequeño pero muy cómodo.

-No hay elevador, estoy en el último piso.

-¡Menos mal que sólo son cinco!

-¡Qué bárbara! –dijo en cuanto entramos- ¿a esto llamas desorden? Deberías ver mi habitación ¡no está así ni cuando ordeno!

La verdad sí soy muy meticulosa y ordenada, pero cuando titubeé no se me ocurrió mejor excusa para que no se diera cuenta de mis dudas.

-Ponte cómoda, voy por platos y vasos.

En vez de sentarse se fue tras de mi.

-Te ayudo.

La cocina es muy pequeña, quedamos muy cerca aunque sin llegar a tocarnos, asi que aproveché la oportunidad para ver de cerca el tatuaje de su cuello: era una salamandra.

-Bonito tatuaje –le dije dejando caer mi aliento en su nuca (soy un poco mas alta que ella); a lo que reaccionó con un estremecimiento, pero no volteó, se quedó de espaldas y bajo la cabeza.

-¿Te gusta?

-En realidad… sí.

-Te puedo llevar a dónde me lo hicieron.

-Creo que no, gracias. Me gusta como lo llevas.

-¿Cómo lo llevo? -dijo dando la vuelta y quedando su rostro muy cerca del mio.

-Sí, tienes un cuello largo y esbelto, eso hace que luzca.

-¡Guau! ¿Es un cumplido? Porque tengo otros dos tatuajes que puedo mostrarte.

-Puede que lo sea –dije apresurándome a salir de la cocina- ven, ya está listo.

-¿Dónde puedo lavarme las manos?

-¡Ah, claro! Por aquí –la guie- el único baño está en mi habitación, y ahí sí que es un desastre, ni mi cama tendí, que pena.

-No pasa nada, no vine a calificar la limpieza de tu casa, además fui yo la que insistió en venir.

-Pasa, te espero en el comedor –dije cerrando la puerta y enseguida me di prisa en arreglar un poco mi recámara.

-Es bonito tu apartamento –dijo sentándose junto a mi y no de frente como había yo puesto su servicio- ¡vaya que eres meticulosa! Pusiste la mesa como si fuera una cena de gala ¿tengo que comer los tacos con cubiertos? –y sonrió divertida.

-No, claro que no, come como prefieras –conteste un poco abochornada.

-¡Me encantas! –dijo.

-¿Cómo? –me hice la sorda.

-Que me encantas, pensé que ya no había gente como tú.

-¿??????

-Eres tímida y reservada sin llegar a ser pedante. Y tu cara no oculta tus emociones.

-¿Sí?

-¿No?

-No lo sé.

-¿Ves?

-¡Me encantas! Cuéntame de ti.

-¿Qué quieres saber?

-Ok ¿qué música te gusta escuchar?

-Depende del momento y el humor.

-Ahorita que te apetece escuchar.

-Fado.

-¿Perdón?

-Fado, es música portuguesa , muy sentida casi siempre canta una sola persona, los temas más cantados en el fado son la melancolía, la nostalgia o pequeñas historias del diario vivir de los barrios humildes. Una de las mejores definiciones de fado la ofrece Amália Rodrigues , considerada la Embajadora artística de Portugal: “el fado es una cosa muy misteriosa, hay que sentirlo y hay que nacer con el lado angustioso de las gentes, sentirse como alguien que no tiene ni ambiciones, ni deseos, una persona..., como si no existiera”.

-¿Así te sientes conmigo?

-No, es… creo que… el fado se parece a mi, o yo a él.

-No me lo parece.

-Escucha… -puse algunos cds de fado, mis favoritos, y terminamos la cena sin hablar.

-Es hermoso –dijo- esa música se cuela en los huesos, entiendo porque te gusta –tomó mi mano y la besó, yo la retiré con brusquedad- perdón, no quiero incomodarte. Creo que es tarde y debo irme –se levantó rápidamente y tomó sus cosas, la alcancé cuando abría la puerta para salir.

-Espera, no te vayas así –dije cerrando la puerta.

-¿Así?

-Sí, molesta.

-No estoy molesta, estoy apenada.

-¿Por qué?

-Creo que malentendí todo y te incomodé en tu propia casa…

No la dejé continuar, la puse contra la puerta, la besé con ternura y pasión. Cerró los ojos y sus labios correspondieron inmediatamente, sus brazos se enredaron en mi cintura en un abrazo muy estrecho; quité las manos de la puerta, una la llevé a su cuello y la otra a su cintura, intentando estrechar más el abrazo si eso era posible.