Habitación 309-E

Tienen razón todos los que me reclamaron con el final, les quedé y deber y voy a pagar: prometo revisar el texto completo y volver a publicarlo corregido. No me molesta ningún tipo de comentarios, al contrario gracias por su tiempo.

No sé con certeza cuando comencé a poner mi atención en ella. Trato de hacer memoria y por más que lo intento no puedo recordar; he perdido la noción del tiempo

Lo único que puedo recordar es su rostro en la tienda departamental, en el centro comercial, en una sala de cine, el tren subterráneo… en realidad no siempre su rostro, a veces su cabello, la espalda, retazos de ella, instantáneas que acuden a mi mente como flashes. ¿Cómo puedo asegurar que siempre era ella? Solo lo sé. Fue algo sumamente raro, pero se dio una conexión entre nosotros. Me explico.

Empezó… en el subterráneo, claro. Uno de esos terribles días en que es imposible dar un paso por el andén sin rozar otros cuerpos (personalmente siempre me ha molestado la cercanía de cuerpos extraños, me producen gran malestar), intentaba buscar un espacio menos lleno donde acomodarme y eché a andar, a unos cuantos pasos ya me había arrepentido pues hacia el fondo el sitio estaba peor. Intenté regresar por donde había venido y en ese momento se escuchó por el túnel el sonido del tren, traté de apresurar mi marcha pero estaba rodeada, la gente comenzó a apretarse hacia el frente dejándome sin salida. Por fin llegó, cuando abrió las puertas intenté resistirme e ir en sentido contrario, sin embargo el tumulto de gente me arrastró casi sin que yo tocara el piso y me lanzó dentro; con resignación intenté encontrar a que asirme, cuando por fin llegué a la altura del pasamanos lo que sentí no fue el frío metal, sino una mano pequeña, tibia y suave que me causó sobresalto, al instante retiré la mía; sin embargo me tomó y puso mi mano sobre la barandilla soltándome después; yo esperaba sentir que se situara al lado de la mía, pero en lugar de ello encontré una mano fría y áspera. Busqué entre los rostros la dueña de aquella mano (seguro era de una mujer) y ahí estaba: tranquila y con una sonrisa a medio dibujar pese a la incomodidad que suponía estar en ese espacio compacto rodeada de extraños, no me sonreía a mí, solo sonreía.

Por un momento olvidé mi mal humor y el estar entre extraños… me concentré en ella, en cada detalle, calculé que tendría alrededor de treinta años, alrededor de sus ojos marrones llenos de luz se delineaban unas pequeñas arrugas, aunque el resto de su cara ponía en entredicho lo que sus ojos delataban: el cabello recogido en una coleta, un cuello largo, la barbilla cuadrada pero muy femenina, la boca que sonreía ahora mostrando una parte de sus dientes… hasta entonces me percaté que me miraba, tuve un momento de turbación y desvié la mirada. Llegamos a la estación y al levantar la vista ya no la encontré en el vagón, mientras el tren siguió su marcha distinguí a lo lejos una breve silueta que corría mientras su coleta se movía al compás. Tomé nota mentalmente del lugar en que había bajado y  me preparé para bajar en la estación siguiente: mi destino.

Qué curioso ha resultado escribir mi destino, es tan apropiado en más de un sentido, aquel encuentro realmente selló mi destino. Llegué a mi trabajo y por más que intentaba concentrarme en el ordenador me era imposible, en la pantalla aparecían una y otra vez los ojos marrones y la sonrisa. El día transcurrió de forma “normal” y a la salida en vez de correr al subterráneo como de costumbre decidí dar un paseo y acercarme caminando. La tarde era calurosa, me detuve en “El café  del centro”, que tiene mesas a la intemperie y estuve contemplando el ir y venir de las demás personas, esperando que el calor amainara para seguir mi marcha.

Observé de reojo que llegó un grupo de estudiantes con el ruido que los caracteriza, trataban de acomodarse todos en una de las pequeñas mesas, sin embargo no lo consiguieron, al estar mi mesa semivacía me pidieron permiso para llevarse las sillas que no utilizaba, a lo que accedí; los seguí con la mirada y cuando por fin todos se sentaron. Busqué otro punto de interés y descubrí más allá la parte posterior de un cuello al descubierto, ligeramente moreno que por alguna razón me hizo sentir un escalofrío. Fue una sensación tan extraña… pedí la cuenta y me dispuse a retirarme, fui a los lavabos a refrescarme un poco la cara, tenía el rostro mojado y buscaba a tientas con que secarme sin éxito, escuché que alguien salía de los servicios y traté de apurarme sin lograrlo. Una mano suave me acercó un par de toallas de papel, le agradecí y al levantar el rostro vi una sonrisa que me desconcertó, era ella… la chica del tren. Me saludó con un “hola” amistoso mientras yo la miraba con el ceño fruncido que tal vez ella interpretó como hostilidad así que se dio la vuelta y se lavó las manos, no podía quitarle la vista de encima y ella se notaba incómoda, reaccioné por fin y le ofrecí toallas para que se secara las manos, con una inclinación de cabeza me sonrió, le devolví la sonrisa y tendí mi mano para saludarla, levantó las cejas con incredulidad y preguntó:

-¿Eres siempre tan formal? Otra vez no supe que contestar, bajé la vista y retiraba mi mano cuando me dijo: -¡oye! No lo tomes tan a pecho, es una broma -y con sus dos manos tomó la mía- yo soy Isabel ¿Ya te conocía? Porque me parece que nos habíamos visto antes, no sé en qué lugar. Negué con la cabeza y ella continuó: -¿Eres prima de Miriam? O ¿acaso vas al club de lectura de la librería a dos cuadras de aquí? Seguí negando con la cabeza y entonces dijo: -¿Cómo dijiste que te llamas?

–De hecho no lo dije, no me has dejado hablar.

-¡Tienes razón!, voy a callarme para que me lo digas. Hizo mueca de niña regañada, apretó los labios con fuerza y me miró fijamente. Durante unos segundos no dije nada, todo esto sucedió sin que soltara mi mano, era un contacto cálido que –aunque venía de una extraña- no me causaba  incomodidad, sin embargo tradujo mi silencio como incomodidad y me soltó. Me sentí como abandonada y entonces dije mi nombre.

-Tengo que irme Leonor, vine con unas amigas y ya me tardé demasiado. A menos que… ¿quieres sentarte con nosotras?

-Gracias, pero tengo que irme ya.

-No sé porque pero me caíste simpática, ¿te parece bien si me das tu número y otro día quedamos? bueno… si quieres.

Lo medité un momento, ¿y si resultaba una loca? Qué era mejor, ¿mi casa? ¿el trabajo? ¿el móvil? Me miraba entre divertida y preocupada.

-¡Oye, si crees que soy psicópata mejor te doy el mío!

Me sonrojé y entonces su sonrisa se volvió carcajada, la vi a los ojos y su mirada brillante me convenció que no era peligrosa:

-¡Qué va! Solo meditaba cual era más conveniente darte. Te doy el de mi móvil porque en casa casi no me encuentras y en el trabajo no me pasan llamadas.

También pensaba que si me equivocaba era más fácil cambiar ese número que mi domicilio o trabajo. Por otro lado no tendría que ser yo quien marcara y evitaba sentirme ridícula llamando a alguien que ni conocía y con quien no tendría de que charlar.

-Ok, te llamo… ¿el jueves? Quizá nos pongamos de acuerdo y vamos a dar una vuelta por ahí.

-Está bien, nos vemos. Cuando estaba a punto de irme, se acercó a mí y me besó en las dos mejillas. Tuve un estremecimiento que me corrió desde la nuca hasta los tobillos.

Salí intentando disimular mi consternación, tres veces en el mismo día una extraña me había no solo tocado sino hasta besado… ¡y encima de todo le di mi número telefónico! ¿¡Qué demonios me estaba sucediendo!?

Ya en casa me tranquilicé e intenté convencerme de que todo había sido una broma, ¡claro! Que estúpida fui, era una de esas bromas de moda en la televisión en la que el objetivo es ridiculizar al incauto que les sigue la corriente. Por más que intenté convencerme a mi misma de que eso era lo que había sucedido, en mi interior albergaba la esperanza de que no fuera así.