Habitación 29
Breve relato de una salvaje polvo en una habitación de hostal, a la luz de la chimenea.
Desde el pasillo se podían oír los gritos de placer, gemidos de gozo y sonidos característicos del fuerte choque entre dos cuerpos desnudos. En el interior de la habitación 29 de aquel hostal la lujuria resuena en el ambiente. Huele a sexo en cada esquina. La tenue luz de la chimenea ilumina nuestras siluetas. Yo, de rodillas en la cama, detrás de ti, te agarro con firmeza de la cintura como si fueras a salir volando con alguna de mis embestidas. Tú, dándome la espalda, o mejor dicho el culo, adoptas la común postura del perrito. Común pero eficaz.
Estás a cuatro patas sobre la cama, con la cabeza baja y el culo levantado, como ofreciéndomelo. Desde atrás te penetró con dureza. El sudor de nuestros cuerpos delata que ya llevamos un rato entregados al placer. Con las manos agarras con fuerza las sábanas de la cama, como sujetándote a la cama ante tales golpes desde la retaguardia. Gritas. Mucho.
Con cada golpe la meto muy dentro de ti, entera, sin miramientos. Eso te gusta. Te estoy dando lo que te gusta. Retuerces los músculos de placer. Muerdes la almohada ahogando los gritos que te produce que te esté follando salvajemente como a una perra. La cama se mueve peligrosamente bajo nosotros, haciendo mucho ruido. Pero no me voy a relajar.
El sudor brilla a la luz de la chimenea y resbala por nuestros cuerpos desnudos. Por tus ingles también resbalan tus fluidos de lo cachonda que estás, bajando por tus piernas hasta impregnar las sábanas.
Mis manos solo se separan de tu cintura para azotar tus nalgas, ya rojas de la intensa actividad sexual. Azoto con fuerza, sin miedo a hacerte daño. En realidad sí que te hago algo de daño, pero ese dolor te gusta. La justa mezcla de dolor y placer. Cada azote te arranca un gemido, que se camufla entre los demás. A ello le sigue siempre un profundo suspiro.
Ahora me inclino para cogerte del pelo. Lo recojo con la mano y lo agarro bien para tirar hacia mí. Tu cuerpo acompaña el movimiento. Te coges con las manos del cabecero de la cama, que es lo que ahora queda a tu alcance. Noto la intensidad de tus gemidos y aumento la velocidad de mis penetraciones buscando tu orgasmo. Te muerdes el labio mientras te tiro bien del pelo y mi polla entra y sale de tu coño sin darte descanso. Tus preciosas tetas se balancean al ritmo de nuestro baile lascivo. Te follo casi brutalmente. El cabecero de la cama golpea violentamente la pared provocando un ruido que acompaña al de tus gritos y gemidos de placer, nuestros cuerpos impactando y las patas de la cama rasgando el suelo.
Al fin llegas al clímax. Tu cuerpo se tensa y tus gemidos aumentan. Me gritas que no pare y repites enérgicamente mi nombre. Tienes un brutal orgasmo. Tus gritos se silencian. Las piernas te flaquean. Suelto tu pelo y caes exhausta sobre la cama, retorciéndote de placer.
Sin embargo yo no paro de follarte. Estoy cerca de mi orgasmo. Ahora no tienes el culo levantado, sino todo el cuerpo tumbado en la cama boca abajo y descansado con ese relax corporal post-orgásmico. Yo sigo arrodillado, pero ahora separando tus nalgas con mis manos y follándote contra la cama. Tu cuerpo se mueve con cada penetración.
Finalmente me llega el turno a mí. La saco justo cuando empieza a brotar el líquido blanquecino por la punta. Latigazos de semen salen y caen sobre tu espalda sudorosa. Los últimos chorros salen con menos fuerza cayendo sobre tu redondo culo. Restriego la punta de mi polla contra tu culo dejando en él las gotas finales de mi corrida, para luego azotarlo con mi polla en señal de que esa noche has sido mía.
Me voy a la ducha y te dejo en la cama desnuda y satisfecha, con mi semen por tu cuerpo brillando a la luz de la chimenea de la habitación 29.