Habitación 212

La recepcionista del hotel tiene preparado un servicio extra para un cliente muy especial

Habitación 212, la de siempre, con cama XL y bañera – me dijo la recepcionista sonriendo mientras me entregaba la llave. Me gustaba ese hotel, pero sobre todo me gustaba ella. Grandes pechos, sensuales y sabias curvas y una sonrisa pintada de rojo siempre perfecta, alegre y provocadora. Serena y madura y temerariamente sexual.

En uno de mis viajes de trabajo había acabado aquí y su encanto me atrapó con el primer check-in, así que en los siguientes viajes, cada vez más habituales, siempre pedía a la agencia que me reservaran en este hotel. Hace unos meses, mi empresa abrió una sede aquí en Tenerife, por lo que mis viajes se hicieron mucho más frecuentes y venía prácticamente todas las semanas. Yo ya no era un cliente más y ella ya sabía de mis gustos. De lunes a viernes, trabajaba por la mañana y pasaba toda la tarde en el hotel, navegando por internet y deambulando entre la cafetería y la recepción buscando algo que me alegrara los días.

Me gustaba ese interés que se tomaba por complacerme y trataba siempre de darle algo de conversación extra en nuestros escasos encuentros. Tenga su llave, pagará con tarjeta, espero que haya estado todo a su gusto, un placer volver a verle.. En fin, la conversación no daba para mucho más y yo ya había perdido la esperanza de poder abordarla, pero el último viernes, cuando me despedí de ella y le confirmé que volvería el lunes, que esperaba volver a verla, su contestación me destrozó la esperanza. Le habían cambiado el turno y ya no estaría de tardes, así que cuando yo llegase, estaría su compañero. Aun así, me dijo, se aseguraría de que todo estuviese a mi gusto.

No creía que fuera por eso, sino más bien porque los negocios no estaban saliendo tal y como esperaba, pero pasé todo el fin de semana con un nublado encima de la cabeza que no se me quitó hasta el lunes hacia las dos de la tarde cuando recibí un mail en mi teléfono. Era del hotel. Era ella. Me escribía para confirmarme que tendría disponible la habitación 212 para mi como siempre. Y luego decía algo que tuve que releer varias veces para creérmelo:

“Y si está dispuesto a cambiar las vistas, la 214 le deparará una sorpresa que estoy segura, será de su agrado. “

Acabé la reunión lo antes posible y me dirigí directo al hotel. Una sorpresa… por favor, ¡¡que no sea una cesta de frutas!! Al llegar, el recepcionista me dio directamente la llave de la 212 así que no me atreví a rechistar. Subí al segundo piso y me dirigí al fondo del pasillo. Del lado derecho, mi habitación y mi tarde aburrida de siempre. Del lado izquierdo, la 214… y la sorpresa. Diría que dudé pero no es cierto. Llamé con los nudillos aún sin quitarme el traje ni dejar la maleta.

Me abrió ella y el impacto no lo olvidaré jamás. Medias de rejilla sujetas por un liguero alzándose sobre unos brillantes zapatos de tacón negro. Sus curvas majestuosas envueltas en un picardías de seda y en el centro del canalillo, entre sus voluptuosos pechos a punto de escapar de esa fina puntilla, un par de cascabeles que tintineaban lo que yo recibía como música celestial.

Su sonrisa se abrió un poco más culminando en una risa satisfecha y tranquila. Me estaba esperando. La sorpresa había causado efecto y se adentró en la habitación dejándome ahí, en la entrada, aún sin poder reaccionar. Cuando al fin entré, ella estaba tumbada en la cama, relajada y ofrecida. Alargué mi mano y la deslicé suave por sus piernas hasta llegar al liguero. Envalentonado por el ardor de mi entrepierna, me atreví  a subirle el picardías para descubrir que no llevaba nada más. Estaba allí, aquel coño esplendoroso, goloso, glorioso, esperando por mí. No pude evitar llegar a su pecho e intentar abarcar con mi mano aquellas tetas que parecían prestas a desbordarse. A alimentarme. A saciar mi sed.

Tengo que darme una ducha -  acerté a decir. Y ella sonrió sabia y me indicó con la mano que fuera hasta el baño. Aún no había pronunciado una palabra y ya me había desencajado. Necesitaba refrescarme y recomponerme para disfrutar de esa diosa.

Entré en el baño y abrí la ducha mientras me desnudaba. Necesitaba agua fría para despejar un poco la calentura pero nada más pisar la bañera, ella tocó la puerta.  “¡Hola! ¿Puedo mirarte?“  - Dijo, y sin esperar respuesta, entró. “Te he imaginado tantas veces así…“

Me giré con el gel aún en la mano y la polla más tiesa que el grifo de la ducha. ¿Quieres entrar? -  dije invitándola con un caballeroso gesto.  Pareció pensárselo, pero se despojó de su ropa sin más tapujos, sensual y directa, mirándome a los ojos entró en la bañera y con su mano tomó el gel de la mía y empezó a acariciarme suave, fuerte, despacio.. desde el pecho hasta el vientre bajando hasta que agarró mi polla.

Enroscó unos de sus dedos en el abundante bello que la rodeaba y mirándome hizo un gesto negativo con la cabeza… Me voy a comer esta polla y los pelos no me gustan en la sopa me susurró al oído. Jolín, yo nunca había pensado en recortármelos pero tal y como me lo dijo, no me pude negar. Obedecí a sus indicaciones y me senté en el borde de la bañera. De su neceser sacó una Gilette y comenzó a rasurarme con una mano mientras que con la otra, extendía el jabón. El contacto frío y cortante de la maquinilla al contraste con la suavidad de su mano espumosa de gel, era algo totalmente nuevo para mí. Excitante. Morboso. Ella sentada en la bañera entre mis piernas se deleitaba en dejar perfecto su trabajo. El agua seguía cayendo de la alcachofa de la ducha y salpicaba sus senos y yo no podía dejar de mirarla y pensar lo cerca que estaba en ese momento mi polla de su roja boca.

Pero ella seguía concentrada en su tarea. Me peló hasta los huevos y cuando estuvo satisfecha con su obra, se retiró un poco para atrás para contemplarla y le dio su aprobado. Pero antes de rematar, queda el toque final – dijo. Y sacó una crema azul, “Debajo del agua” ponía la etiqueta, y allí, sentada entre mis piernas, se la echó en ambas manos y luego agarró mi polla, con las dos, arriba y abajo, con la presión justa, con un baile rítmico y ágil. Era la mejor paja de mi vida y cuando anuncié mi corrida ella dejó que mi leche cayera entre sus tetas, extendiéndosela con las manos sin acabar de soltar mi polla. Uff.. estaba exhausto.

Se puso de pie y reguló el grifo para que saliera templada. Me limpió la polla y el jabón de todo el cuerpo y se limpió mi semen del suyo también.

Salí yo primero de la bañera y me envolví rápido con la toalla. Igual que ella me había bañado, yo quería secarla. Acariciar con la toalla todos los recovecos de su cuerpo, apretar sus curvas, estrujar su culo..

Ven -me dijo, cuando estaba seca-. Ahora te toca a ti.

Y agarró una crema que tenía allí encima y me llevó para la habitación. Parecía que me hubiera leído el pensamiento. Se tumbó boca abajo y me pidió un masaje. Con su generoso culo a mi disposición, decidí ser bueno, y empecé por sus hombros. Quería recorrerla entera. Disfrutarla entera. Acaricié sus brazos, rollizos y fuertes, y luego bajé por su espalda. La crema se deslizaba bien y mis dedos masajeaban y amasaban a la vez. Se me escapaban por los lados, llegando hasta sus tetas y aún le calló algún pellizco. Se reía. Estaba excitado y alegre al mismo tiempo con esta mujer. Me tenía loco.

Su culo grande y carnoso se ofrecía a mi. Quería morderlo y azotarlo y a la vez colmarlo de caricias y besos. Mis manos resbalaban entre sus glúteos y ella gemía y acomodaba su posición para ofrecerse a mí. Con mis manos me fui adentrando y acaricié su coño. Caliente, sedoso, pringoso, hambriento.. Mi polla estaba ya tiesa. La ducha fría había activado mi circulación y no veía el momento de colarme entre sus nalgas. Mis dedos fueron abriéndose paso por su coño y entonces se dio la vuelta y ofreciéndome su coño me dijo: “Cómetelo”.

Me arrodillé entre sus piernas y agarré la crema de nuevo. Ante la vista de ese pecho, yo no podía dejar pasar la oportunidad de recrearme también. De pellizcarlo. De agarrarlo. De amasarlo. De morderlo. De llenarme de él. Ella se excitaba y gemía. Sigue.. suplicaba. Y cuando estaba a punto, buscó mi polla con su pelvis y con sus piernas me atrajo hacia sí. No fue una embestida. Quería prolongar este placer. Se la metí poco a poco, dejando que ella se exasperara. Que lo deseara más aún. Con una mano le acariciaba el clítoris y con la otra los pezones. Así, de rodillas frente a ella, tenía una posición privilegiada para maniobrar a mi antojo y ella estaba enloqueciendo.

Fóllame más fuerte. Más duro – jadeaba. Y cumplí sus peticiones bombeando con todas mis fuerzas hasta verla correrse, agitarse, morderse el labio y gritar. Y entonces, tres o cuatro sacudidas más, correrme yo por segunda vez en poco más de media hora..

La tarde prometía.. y aún no habíamos ni tomado el café.