Haberlas, las hay (Parte 6).

Sexta parte y penúltima de esta historia que es más breve pero no, por ello, menos interesante que las que hasta ahora han podido leer mis lectores. Espero vuestros comentarios.

Pero, un año después de nuestro viaje de fin de estudios, Andrea comenzó a demostrar interés por ciertas féminas que llegó a reconocer que la gustaban y motivaban tanto como los hombres por lo que, sin dejar de atenderme en mis necesidades sexuales y después de sufrir varios “patinazos” con algunas supuestas bolleras que resultaron ser heteros, decidió empezar a aprovechar su bisexualidad manteniendo contactos regulares de tipo lesbico con algunas de sus amigas y de sus compañeras.

Unos meses más tarde esos contactos homosexuales comenzaron a afectar a nuestra relación ya que, cuándo retozaba con Andrea ó lo intentaba, estaba demasiado cansada y no conseguía obtener de ella ni la mitad del rendimiento sexual que precisaba para mantenerme satisfecho. Aunque mi amiga me indicaba que era algo pasajero y que nuestra actividad sexual no tardaría en normalizarse, empeoró desde que sus amigas y compañeras decidieron aportar al grupo a otras supuestas bolleras, con una amplia mayoría de jóvenes estudiantes que parecían no tener muy claras sus ideas y se tomaban aquello como un juego que las permitía obtener satisfacción sexual, con las que lograron formar un grupo bastante numeroso lo que las obligaba a programar bacanales y orgías diarias para que todas sus integrantes pudieran disfrutar del sexo.

Andrea, contando con la ayuda económica de sus padres que vivían con cierto desahogo, decidió gastarse un pastón instalando un complejo circuito cerrado de televisión para que, desde nuestra habitación y con la posibilidad de disfrutar de las imágenes desde distintos ángulos, pudiera ver todo lo que sucedía en el resto de la casa durante sus orgías puesto que, según me decía, podía observarlas sin que ellas lo supieran ya que ninguna de aquellas cerdas quería relacionarse con varones.

Como supuso que con aquellos espectáculos iba a sufrir un “calentón” tras otro y ella no tenía tiempo para aliviarme, consiguió convencer a Sofía, una vecina madurita que acababa de separarse, no tenía hijos y estaba dotada de unas tetas impresionantes y de un culo bastante voluminoso, para pasar las veladas nocturnas en mi compañía mientras “disfrutábamos” visualmente del espectáculo lesbico. Pero a Sofía no la motivaba nada el ver a dos ó más hembras sobándose a conciencia, mamándose las tetas, masturbándose, comiéndose la almeja, bebiendo la orina de las demás, lamiéndose el ojete, provocándose unas masivas defecaciones líquidas y metiéndose todo tipo de “juguetes” por delante y por detrás por lo que, cuándo se acostaba conmigo, dejaba su exuberante “delantera” al descubierto y subiéndose la falda, se bajaba la braga hasta las rodillas para que la pudiera sobar y magrear a mi antojo mientras disfrutaba de las imágenes que veía a través de los monitores y Sofía me meneaba lentamente la verga para ir sacándome, una tras otra, tres ó cuatro lechadas que la gustaba recoger con su braga por lo que la prenda acababa siempre empapada en mi “lastre”. No tardó en descubrir que, inexorablemente, me meaba tras mis descargas pares por lo que, en estos casos, en cuanto terminaba de echar leche se metía mi chorra en la boca y me la chupaba con intención de que beberse mi lluvia dorada.

Cierto día reconoció que hacía bastante tiempo que su ex marido había dejado de darla lo suyo y que durante sus últimos meses de convivencia lo único que le importaba era que, de vez en cuándo, le chupara el cipote para ponérselo bien tieso y poder culminar echándola la leche en las tetas mientras ella se lo “cascaba” por lo que la propuse mantener una actividad sexual bastante más completa. Como Sofía aceptó, aquella noche la agarré con fuerza de la cabeza y la obligué a chupármela hasta que, tras darla un par de “biberones” haciéndola tragar mi leche, se bebió mi orina. Después reconoció, entre arcadas y náuseas, que hasta esa noche nunca había recibido la lefa masculina en su boca. Una vez que logré que se acostumbrara a recibirla y a ingerirla nos prodigamos en hacer sesenta y nueves y en mantener relaciones con penetración. Sofía, que resultó ser una mujer ardiente y viciosa, estaba tan deseosa por sentirse jodida que, además de vestirse de una manera provocativa, se mostraba ofrecida para que, a mi antojo, se la metiera por delante y por detrás y descargara y me meara en su interior hasta estar seguro de haber vaciado mis huevos. La agradaba que la insultara mientras me la tiraba; que la obligara a retener su pis para que se meara en cuanto se la “clavaba” por vía vaginal; que depositara mi lluvia dorada en su interior; que tras echarla una lechada dentro del culo la sacara el ciruelo para verla defecar y que, al terminar y sin limpiarse, se lo volviera a enjeretar por detrás y que se la “clavara” vaginalmente colocándome detrás de ella mientras mantenía una de sus piernas más elevada que la otra para favorecer una perfecta penetración.

Obtuve una gran satisfacción sexual durante mi relación con Sofía a pesar de que aún estaba en edad de fecundar y al no tomar precauciones, en cuanto sufría uno de sus habituales retrasos con su irregular ciclo menstrual nos pasábamos varios días en vilo pensando en la posibilidad de que la hubiera preñado hasta que, al final, la bajaba la regla y nuestros temores desaparecían. Pero todo se complicó cuándo comenzó a tener problemas renales que la provocaban unos cólicos cada vez más frecuentes y mientras se reponía, me tenía que “aliviar” sin su ayuda por lo que me harté de hacerme pajas hasta que una noche observé por las imágenes de los monitores que una cría, tras haber sido poseída por vía vaginal y anal, parecía demandar una buena minga de carne y hueso por lo que me decidí a salir en bolas de la habitación y dirigirme a su encuentro. En cuanto me puse delante de ella, muy abierto de piernas, nos besamos y procedió a “cascarme” el nabo que, en aquel ambiente lesbico, tardó muy pocos segundos en lucir inmenso. La joven, que se llamaba Amparo, se arrodilló delante de mí y alabó lo abierto y brillante que tenía el capullo y lo apetitosa que se mostraba la punta de mi pene antes de proceder a chupármelo, con esmero y ganas, hasta que la di “biberón” que ingirió íntegro demostrando que, a pesar de su edad, aquella no era la primera lechada que se tragaba y que lo suyo no era el sexo lesbico. Después me acompañó a la habitación en donde la hice permanecer con sus piernas dobladas sobre ella misma para que se mostrara bien ofrecida antes de introducirla la picha tanto por delante como por detrás, con lo que la desvirgué el culo. Desde ese día, en cuanto Sofía no me podía acompañar y observaba que el ambiente estaba bastante caldeado, hacía acto de presencia en las orgías luciendo mis atributos sexuales y raro era el día en que no me topaba con alguna “yegua” ardiente, salida y viciosa deseosa de chupar y de sentir en su interior una buena pilila.

C o n t i n u a r á