Haberlas, las hay (Parte 5).
Quinta parte de esta historia que es más breve pero no, por ello, menos interesante que las que hasta ahora han podido leer mis lectores. Espero vuestros comentarios
Cuándo volvimos a salir a la calle nos encontramos con un día de temperatura agradable y con sol por lo que ambos tuvimos la sensación de haber “vivido” el mismo sueño pero el “paquete” que aún se me marcaba en el pantalón a cuenta de las seis lechadas que había echado y las frecuentes ganas de orinar de Andrea, lo que la sucedía después de haber mantenido un contacto sexual intenso, nos hicieron ver que había sido real. Por de pronto y por lo que pudiera ser, me hizo acompañarla a una farmacia en la que adquirió unos anticonceptivos de distinta marca a la que hasta ese momento había estado tomando puesto que, según me comentó, después de lo que la había dicho Bárbara no quería exponerse a que la hiciera lucir “bombo”.
Después de comer y de darnos un buen paseo por el centro de la ciudad, visitamos el famoso Lago del Amor, conocido también como Minnewater, que resultó ser un sitio encantador y romántico lleno de cisnes. Desde su puente pudimos disfrutar de unas maravillosas vistas panorámicas de la ciudad. Más tarde paseamos por el parque existente en torno al lago observando a varias parejas que, sin ocultarse de las miradas de los curiosos, estaban haciendo bueno el nombre del lago puesto que se encontraban retozando y la mayoría en bolas. A pesar de que Andrea me comentó que aquel lugar la hacía recordar a Bárbara y a Débora y que al acordarse de ellas llegaba a sentir escalofríos, el que nos paráramos para poder observar a dos bolleras que, en pelotas, se estaban dando caña y mutua satisfacción sexual sin que a mi amiga la repudiara verlas en acción y hasta llegara a sentir envidia antes de reconocer que aquel país se estaba convirtiendo en un autentico paraíso para las lesbianas y a una pareja que se estaba “metiendo mano” y magreando, la permitió entonarse lo suficiente como para acceder a que nos uniéramos a un par de parejas, una de ellas centroeuropea que se sobó a conciencia antes de que el varón se la “clavara” a estilo perro a la dama y otra inglesa en el que una fémina madurita de cabello rubio sin más ropa que el tanga le estaba efectuando una felación a su joven acompañante, a los que localizamos en medio de una rosaleda. Andrea pretendía colocarse a cuatro patas pero la pareja inglesa nos ofreció una esterilla sobre la que la hice acostarse boca arriba. Me quité el pantalón y el calzoncillo, la subí la ajustada y corta falda de su vestido, la separé el tanga de la raja vaginal, la hice abrir las piernas, la ayudé a mantenerlas dobladas sobre ella misma y la metí la polla entera por la almeja conociendo que aquella posición la encantaba ya que la estimulaba sentir el constante golpear de mis huevos en sus glúteos. En poco más de quince minutos y sin modificar nuestra posición, descargué, sintiendo un descomunal gusto previo y echándola leche en cantidad que expulsé con suma suavidad, dos veces dentro de su chocho para culminar meándome. Para entonces la pareja centroeuropea se había ido mientras la hembra inglesa, manteniendo el tanga colgando del tobillo izquierdo y dándole la espalda, intentaba sacar otro polvo a su pareja realizándole una cabalgada vaginal. Después de descargar y de mearme en su interior conseguí que Andrea me chupara durante unos minutos el rabo “saboreando” cada una de sus chupadas antes de permanecer en silencio contemplando el anochecer en aquel lugar misterioso y tranquilo mientras sentíamos como una ligera brisa nos acariciaba los atributos sexuales y observábamos a la incansable mujer inglesa que, tras haber recibido una buena descarga en el interior de su coño, continuaba cabalgando a su joven acompañante.
Al acabar de cenar la temperatura volvió a refrescar por lo que, aunque aún no era medianoche, regresamos al hotel. Durante nuestra velada sexual nocturna Andrea se hartó de chuparme la salchicha mientras me hurgaba en el ojete con sus dedos con el propósito de asegurarse que la diera un par de masivos “biberones” y de cabalgarme, intentando imitar a la dama inglesa a la que habíamos tenido ocasión de ver en acción por la tarde, hasta que decidí “clavársela” colocada a cuatro patas con intención de igualar mi récord echándola mi sexto polvo que resultó ser tan copioso, largo y placentero como los cinco anteriores y su consiguiente meada posterior por lo que, además de satisfecho, terminé el día exhausto lo que ocasionó que me durmiera mientras Andrea continuaba moviéndose echada sobre mí y con mi tranca dentro de su chorreante seta. A ella tampoco la debió de dar tiempo a cambiar de posición puesto que, cuándo horas más tarde me desperté, seguía penetrada y había conciliado el sueño tumbada sobre mí.
Pensábamos despedirnos de Bárbara y de Débora durante el desayuno pero cuando entramos en el restaurante nos encontramos con un ambiente menos lúgubre y más luminoso que el día anterior y con unas camareras distintas. En cuanto terminamos bajamos al sótano con el propósito de localizar la habitación en la que la mañana anterior habíamos mantenido nuestra intensa sesión sexual con ellas pero no conseguimos dar con el largo pasillo por el que se accedía a su alojamiento lo que nos llevó a preguntar por las dos bellas camareras en recepción en donde nos dijeron que entre las empleadas no había ninguna que se llamara Bárbara ni Débora y que nunca habían existido habitaciones en el sótano puesto que siempre se había utilizado como almacén. Bastante confundidos y sin estar tan seguros de que las brujas no existieran, volvimos a nuestra habitación en donde recogimos nuestras cosas para no tardar en emprender el viaje de regreso a Bruselas y unirnos a nuestros compañeros de estudios a la hora de comer.
Durante el resto del viaje Ana Eva, la chica con la que Andrea compartía habitación, me facilitó el que pudiera pasar las veladas nocturnas con mi amiga al permitirme el acceso a su dormitorio con intención de darnos mutua satisfacción sexual aunque me la tuviera que follar delante de ella. Al regresar nuestra relación se hizo aún más apasionada y fuerte y todo lo que sucedía nos incitaba a mantenernos unidos hasta el punto de acabar nuestros estudios al mismo tiempo y encontrar ocupación laboral en la misma empresa. Mi amiga decidió prescindir del apartamento en el que habíamos convivido durante los últimos meses para alquilar una amplia y muy céntrica vivienda. Incluso, el deseo carnal de Andrea y mi potencia sexual mejoraron considerablemente lo que ocasionó que la joven optara por ponerse el DIU para evitar algunos de los efectos secundarios que la originaban los nuevos anticonceptivos, sobre todo el aumento del vello en la pelvis y en las piernas, pero como se la desplazaba a cuenta de la largura de mi miembro viril y tenía que acudir todos los meses a la consulta de su ginecólogo para que se lo volviera a colocar en su sitio, decidió quitárselo para, de nuevo, tomar anticonceptivos orales.
C o n t i n u a r á