Haberlas, las hay (Parte 4).

Cuarta parte (justo la mitad) de una nueva historia más breve pero no, por ello, menos interesante que las que hasta ahora han podido leer mis lectores. Espero vuestros comentarios

De repente, se abrió la puerta de la habitación y en el umbral apareció una de las compañeras de la camarera que, muy sonriente, nos miró fijamente. Si Bárbara me había parecido un autentico “bombón” antes de su inexplicable transformación, la hembra que permanecía abierta de piernas en la puerta era una verdadera preciosidad. Su presencia hizo que se la “cortara el rollo” a Andrea que pareció volver a la realidad y se apresuró a sacarse la picha de la boca. La nueva mujer, que nos dijo que se llamaba Débora, en cuanto me la vio cerró la puerta, se aproximó a mí, me la sobó al igual que hizo con mis huevos y colocándose en cuclillas delante de mí, procedió a “cascármela” con rápidos movimientos de tornillo mientras comentaba que resultaba bastante evidente que estaba a punto de explotar y que la gustaría ver como aquella descomunal “cosita” daba leche. Estaba casi seguro de que, a pesar de lo que acababa de oír, iba a tardar un poco en complacerla. La cautivadora dama se incorporó y me ofreció sus labios pero no me dio tiempo a besarla puesto que, sintiendo un gusto previo impresionante, mi “lastre” comenzó a salir a borbotones y la joven, tras indicar a Bárbara que tal y como había dicho mi explosión era eminente, bajó su mirada para poder centrarse en mi pilila y no perderse detalle de mi portentosa eyaculación.

La fémina no dejó de meneármela en ningún momento y me agradaba que fuera así puesto que había conseguido sacarme una lechada excepcional con una celeridad impresionante y haciéndome disfrutar de un gusto indescriptible. Mientras la observaba “cascarme” la pirula con su particular y placentero estilo llegué a sentir un deseo incontrolado por poseerla pensando que, a pesar de haber sobrepasado el que suponía mi límite sexual, esa sensual hembra y su bella compañera podían conseguir que las diera mucha más leche.

Bárbara debió de leerme el pensamiento puesto que, mientras tocaba el culo a Débora a través de su vestido medieval, me indicó que me iban a sacar otra lechada pero de una manera muy especial. En cuanto me extrajo de golpe sus dedos del ojete, los olió y los chupó, me hizo ponerme a cuatro patas y muy abierto de piernas sobre la cama para que Débora me introdujera dos de sus dedos por vía anal con los que me efectuó un placentero masaje prostático mientras Bárbara me daba unos cachetes en la masa glútea y me sobaba los huevos y Andrea me pasaba su dedo gordo por la abertura del pito, me lo meneaba lentamente y me efectuaba unas breves “chupaditas” a la punta y al capullo. El ver a las tres mujeres centradas en darme placer y satisfacción me motivó tanto que en cuanto Andrea, siguiendo las indicaciones de Débora, me pajeó con movimientos más rápidos, volví a sentir un gusto previo intenso y eyaculé. Mis chorros de leche, que parecía que no iban a terminar de salir, fueron recibidos con gritos de júbilo y se depositaron libremente en la sábana bajo la atenta mirada de Bárbara, de Débora, que me incitaba a vaciarme y de Andrea. Aún me estaba saliendo el “lastre” cuándo me oriné abundantemente. Mi micción, copiosa y larga, se depositó también en la sábana mientras Débora, forzándome con más brusquedad y energía, me decía:

-       “ Venga, cabrón, ya te hemos sacado la leche y la lluvia dorada. Ahora queremos verte jiñar” .

Fue entonces cuándo Débora me sacó los dedos para proceder a introducirme su puño derecho por el orificio anal que debía de haber conseguido dilatarme lo suficiente como para que no la resultara demasiado costoso metérmelo. Mientras comenzaba a forzarme enérgicamente y con escasa sutileza, me indicó, como siempre en inglés, que no iba a parar hasta conseguir que defecara. Al no estar acostumbrado sentí que mi ojete estaba muy escocido y que me lo iba a desgarrar por lo que, de inicio, sus bruscos hurgamientos anales me resultaron bastante molestos pero, en cuanto me hice, los llegué a encontrar sumamente gratificantes.

No tardé en notar que aquella cerda había logrado hacerme liberar el esfínter y que me estaba cagando. Débora sintió que su puño se estaba impregnando en mi mierda pero me siguió forzando mientras, usando un tono de voz muy dominante, me decía:

- “Aprieta, aprieta con todas tus ganas” .

En los últimos minutos no había hecho otra cosa a cuenta de los exhaustivos hurgamientos que me estaba efectuando con su puño. De repente, sentí que me lo sacaba de una forma brusca y que Bárbara dejaba de castigarme la masa glútea para ponerme debajo del ano una palangana mientras por mi ojete aparecía un gordo y largo follete que, lentamente, fue saliendo al exterior para terminar depositándose en el recipiente. Acto seguido, expulsé otro mientras Débora decía:

- “Vaya “chorizos”, duros y largos, que caga este cabronazo” .

Me supuse que Andrea, viendo aquel espectáculo, se encontraría de lo más revuelta y a punto de devolver pero, una vez más, me sorprendió cuándo la vi de lo más entonada detrás de mí hasta el punto de que, en cuanto terminé de evacuar y mientras Bárbara y Débora se dirigían al cuarto de baño, olió y tocó mi mierda con sus manos antes de proceder a lamerme meticulosamente el orificio anal para limpiármelo. No me podía creer que, habiéndose mostrado siempre tan sumamente escrupulosa y remilgada con todo lo que tuviera relación con el culo, estuviera haciendo algo así.

Mientras Andrea acababa de limpiarme, Bárbara y Débora regresaron a la habitación en donde, manteniendo la segunda la falda de su vestido levantada, se sobaron mutuamente la raja vaginal y se besaron en la boca. Después Bárbara se volvió a vestir y limitándose a sonreírnos, salieron juntas de la habitación tocándose el culo a través de sus uniformes medievales. Andrea y yo nos quedamos tan confusos que, cuándo cerraron la puerta, nos sabíamos lo que hacer por lo que permanecí a cuatro patas y abierto de piernas sobre la cama. Fue mi amiga la que rompió el silencio al decirme que se encontraba perpleja pero muy relajada y satisfecha. Andrea me ofreció la posibilidad de que intentara darla una nueva lechada pero, después de negarse a que se la echara dentro del culo como culminación a esa penetración anal que tanto ansiaba, decliné su ofrecimiento puesto que sabía que, por mucho que se esmerara, no iba a conseguir que me llegara a poner tan sumamente “burro” como con Bárbara y Débora por lo que cerré mis piernas, me levanté de la cama sintiendo un intenso escozor en el ojete, me volví a vestir mientras mi amiga se colocaba bien el tanga y el vestido y salimos de la habitación para ir a la nuestra en donde nos dimos una ducha, me suministró una buena cantidad de crema hidratante en el orificio anal para aliviarme el escozor y acostados en la cama en bolas, descansamos durante más de una hora.

C o n t i n u a r á