Haberlas, las hay (Parte 2).
Segunda parte de una nueva historia más breve pero no, por ello, menos interesante que las que hasta ahora han podido leer mis lectores. Espero vuestros comentarios
A la mañana siguiente ninguno de los dos oyó el despertador y nos dormimos. Fue Andrea la que me despertó cuándo se levantó para ir al cuarto de baño, lo que me obligó a quitarla mi mano de la raja vaginal y se dio cuenta de la hora que era. A pesar de las prisas aún tuvo tiempo para “bajar al pilón” con intención de beberse mi primera meada del día mientras me chupaba la pirula antes de que me la meneara, me sacara una nueva lechada y me viera echarla al ducharnos juntos.
Como suponíamos que nos íbamos a encontrar con la puerta del restaurante del hotel cerrada bajamos en el ascensor con la idea de ir a desayunar en alguna cafetería cercana pero, al pasar por delante, vimos que aún permanecía abierta y nos metimos dentro. Me pareció que aquella zona del establecimiento era mucho más lúgubre y se encontraba peor iluminada que el resto del local. A esas horas apenas había variedad en el buffet por lo que cogimos un poco de todo entre lo que quedaba, nos sentamos en una mesa y nos pusimos a desayunar mientras cuatro camareras muy jóvenes enfundadas en unos escotados vestidos largos que parecían más propios de la Edad Media preparaban las demás mesas para la comida. Una de ellas, con facciones asiáticas en su rostro, me llamó poderosamente la atención por su singular belleza. Cuándo pasó por nuestro lado para ocuparse de las mesas que se encontraban situadas detrás de nosotros observé que, colgando de su escote, llevaba una tarjeta identificativa en la que pude leer su nombre, Bárbara, lo que me hizo exclamar en voz alta que, verdaderamente, hacía honor a él ya que estaba muy buena.
Pero la chica en cuestión resultó ser una autentica calamidad en su trabajo y en pocos minutos y por dos veces, se la cayeron todas las tazas, los platos y los cubiertos que llevaba en la bandeja. En la primera ocasión se apresuró a recoger todo el destrozo que había causado mientras que en la segunda estuvo a punto de dar con la bandeja a Andrea y después de excusarse, en francés, se quedó parada y se puso a llorar. Sus compañeras se acercaron y la intentaron consolar en un idioma que nos resultó desconocido pero Bárbara se separó de ellas y salió del restaurante.
No dimos más importancia a lo sucedido hasta que, al terminar de desayunar, nos encontramos con la bella camarera llorando a lágrima viva en la puerta de acceso al hotel. Al pasar por su lado la miramos y llegué a sentir lástima al ver que el maquillaje de sus ojos se la estaba corriendo. Salimos a la calle y comenzamos a andar. El día era oscuro y parecía que, además de no haber amanecido, iba a diluviar de un momento a otro. No llegamos lejos puesto que, en la esquina, Andrea me indicó que no podía quitarse de la cabeza a Bárbara y que la había dado mucha pena verla llorando sin que nadie la consolara con lo que consiguió que nos diéramos la vuelta y que, sobre nuestros propios pasos, volviéramos al hotel.
Bárbara seguía llorando a lágrima viva en la puerta. Nos pusimos delante de ella e intentamos animarla hablándola en castellano, en francés y en inglés pero la joven no parecía entendernos y lo único que hacía era mirarnos con ojos llorosos y tristes. Como último recurso me decidí a abrazarla con lo que la joven reaccionó y de una manera que no me esperaba puesto que, además de dejar de llorar, se apretó con fuerza a mí con intención de frotar su cuerpo con el mío a través de nuestra ropa con lo que logró que me empalmara.
Al notar que el pito se me había puesto duro y tieso, se separó de mí y cogiéndome de la mano me hizo volver a entrar en el hotel y descender por unas estrechas escaleras hasta el sótano en el que seguimos un largo pasillo hasta llegar a una amplia y luminosa habitación con cuatro camas que, me imaginé, era la que ocupaba junto a sus compañeras. Andrea, que no daba crédito a lo que estaba viendo, nos siguió y cerró la puerta mientras Bárbara se colocaba a cuatro patas sobre una de las camas, se levantaba la larga falda de su vestido medieval y al no usar ropa interior, dejaba al descubierto su abierto y amplio coño y su redondo y terso culo que nos mostró bien ofrecida. Mi amiga, sin salir de su asombro, me preguntó que si la iba a dar “mandanga” y después de responderla afirmativamente con la cabeza, me acerqué a la atractiva camarera, me senté en el borde de la cama y procedí a lamerla el orificio anal al mismo tiempo que la acariciaba la seta. Andrea, demostrándome que era una joven liberal y moderna, se aproximó a nuestra posición y me dijo que aquella chica estaba tan húmeda y salida que lo mejor que podía hacer era “clavársela” de una vez. Mientras me desnudaba de cintura para abajo y me arrodillaba detrás de la joven, mi amiga la estimuló a través del clítoris y la sobó la raja vaginal. Me pareció que, a pesar de considerarse hetero y de que en múltiples ocasiones me había dicho de que la resultaba repulsivo el llegar a pensar en mantener relaciones sexuales con otras féminas, estaba disfrutando con aquello.
Enseguida la metí entera la polla a Bárbara, con ganas y de golpe, por su almeja que encontré convertida en un autentico río de “baba” vaginal. En cuanto, bajo la atenta mirada de Andrea, la comencé a dar unos buenos envites vaginales la joven se meó al más puro estilo fuente. Su copiosa lluvia dorada fue saliendo lentamente al exterior, cuándo mis movimientos de “mete y saca” y la fuerte presión que mi rabo ejercía en su vejiga urinaria lo permitían, mojándome la parte baja del estómago con lo que, mientras Andrea la repetía una y otra vez que era una cerda meona, la sugerente camarera consiguió excitarme para que no tardara en sentir un intensísimo gusto previo y la echara chorros y más chorros de espesa leche que fui depositando en su interior mientras ella gemía de placer.
Como me resultaba una autentica delicia mantener mi salchicha dentro del apetecible y caldoso chocho de Bárbara y notar como me lo empapaba en su copiosa lubricación y en su orina, me la continué trajinando mientras Andrea, introduciendo sus manos por el pronunciado escote del vestido de Bárbara, la sacaba las tetas al exterior y la daba unos manotazos en ellas con intención de poder observar como se la movían. Después comprobó que su tersa “delantera” no paraba un segundo quieta a cuenta de mis envites y tras agarrarla las “peras” con sus manos, tiró de ellas hacía abajo como si pretendiera ordeñarla. Más tarde, se recreó excitándola con sus dedos los pezones hasta que acabaron luciendo sumamente erectos, como si fueran a explotar. Finalmente, Andrea se acostó boca arriba en la cama, muy abierta de piernas, delante de Bárbara y tras levantarse la corta falda de su vestido y separarse el tanga de la raja vaginal, la dijo:
- “Venga, guarra, hazme una buena comida de coño y lámeme el ano”.
Al oírla me quedé de lo más sorprendido. Andrea parecía ser otra puesto que siempre se había mostrado contraria el sexo lesbico e incluso, la molestaba que alguna de sus amigas ó compañeras se empeñara en acompañarla cuándo tenía necesidad de acudir al cuarto de baño. Bárbara, aunque parecía no entenderla, se mostró dócil y obediente por lo que, dejándose guiar, introdujo su cabeza entre las extremidades inferiores de mi amiga y después de acariciarla su arreglado “felpudo” pélvico, comenzó a comerla la seta y a lamerla el ojete con unas ganas y un ímpetu increíbles consiguiendo que la “baba” vaginal de mi pareja no tardara en caer y en cantidad, en su boca. Andrea “rompió” con suma celeridad para repetir un poco después mientras la excesiva humedad vaginal de Bárbara empezaba a ocasionar que mi tranca se saliera una y otra vez de su almeja.
C o n t i n u a r á