Haberlas, las hay (Parte 1).
Próxima a concluir EL VIAJE QUE ME CAMBIO LA VIDA que he ido publicando durante las últimas semanas, quiero someter a la consideración de mis lectores una nueva historia más breve pero no, por ello, menos interesante que las que hasta ahora han podido leer. Espero vuestros comentarios.
Nunca he creído en ellas pero, desde que era un crío, me han agradado todas las leyendas y los cuentos que tienen como protagonistas a las brujas, a las hadas y a las hechiceras lo que, durante mi juventud, me llevó a sentir un interés especial por conocer la ciudad belga de Brujas pero, como vivía en el seno de una familia humilde y la casi siempre maltrecha economía de mis padres les imposibilitaba para darme semejante capricho, tuve que esperar hasta que pude reunir algo de dinero trabajando y conseguí convencer a mis compañeros para efectuar el viaje de fin de estudios universitarios por los Países Bajos.
Llegado el momento me llevé una gran desilusión tras ver que nuestro paso por la ciudad de mis sueños había sido efímero por lo que, en cuanto me comunicaron que íbamos a disponer de un par de días libres en Bruselas para poder visitar algunas de las sedes de la Unión Europea, decidí desplazarme por mi cuenta para poder conocer mejor Brujas y su famoso Lago del Amor en compañía de Andrea, una joven, espigada y pelirroja compañera dotada de unas largas piernas y de un buen número de atractivos físicos, que se había convertido en mi más íntima e inseparable amiga.
Lo primero que hice fue reservar en un hotel situado cerca del Lago del Amor una habitación de matrimonio con intención de dar rienda suelta a nuestros deseos carnales que habíamos tenido que reprimir en lo que llevábamos de viaje puesto que los profesores que nos acompañaban, muy clásicos y puritanos ellos, al llegar a los hoteles nos separaban por sexos para darnos habitaciones en pisos diferentes. Como Andrea y yo llevábamos algo más de tres meses viviendo juntos en un apartamento alquilado cuyos gastos costeaba ella y manteníamos una actividad sexual intensa y regular, no nos resignábamos a permanecer en el “dique seco” a cuenta del criterio de los educadores por lo que aprovechábamos cualquier ocasión que se nos presentaba para follar aunque la mayoría de las veces fuera en unas condiciones no demasiado cómodas ni discretas.
De esta forma, un martes por la noche llegamos a Brujas y nos dirigimos directamente al hotel en el que había reservado la habitación y después de tomar posesión de nuestro acogedor y cálido, aunque un tanto angosto, “nidito de amor”, nos fuimos a cenar y a tomar una copa mientras recorríamos el centro de la ciudad de noche. No había ambiente nocturno y a pesar de que era primavera, desde que anocheció la temperatura resultaba bastante fresca y como Andrea llevaba puesto un corto, escotado y fino vestido veraniego, volvimos al hotel sobre la una de la madrugada, con mi pareja tiritando de frío, con intención de entrar en calor antes de dar rienda suelta a nuestros deseos sexuales.
En cuanto entramos en la habitación nos desnudamos rápidamente, nos metimos en la cama, nos tapamos hasta la cabeza y permanecimos un rato fuertemente abrazados hasta que nuestros cuerpos reaccionaron y nos comenzamos a sobar. La mamé las tetas y la “hice unos dedos” mientras Andrea se ocupaba de acariciarme los huevos sabiendo que con aquel estímulo mi miembro viril no tardaría en lucir espléndido con el capullo bien abierto. Como la joven se encontraba de lo más motivada enseguida empezó a lubricar de esa manera que tanto me agradaba para llegar al clímax con bastante celeridad. Después de disfrutar de su primer orgasmo estaba tan salida que, haciéndome extraer los dedos de su raja vaginal, se metió por debajo de la ropa que nos cubría para “bajar al pilón” y efectuarme una felación sin dejar de acariciarme los cojones. Me encontraba sumamente cachondo y tan deseoso como ella por lo que tardé poco en darla “biberón”. Como era habitual, al notar que estaba descargando, se apresuró a sacarse la chorra de la boca y mientras me veía echar el resto del “lastre” y entre sus clásicas arcadas, devolvió sobre mí la lefa que retenía en su garganta.
Cuándo acabé de eyacular se levantó de la cama para ir al cuarto de baño a enjuagarse la boca. Al regresar echó la ropa de la cama hacía atrás diciéndome que, como ya habíamos entrado en calor, podíamos prescindir de ella. Mi descarga había sido tan masiva que estaba empapado en mi propia leche y en la sábana había dos grandes manchas de “lastre” por las que, mientras se volvía a acostar, Andrea pasó su mano derecha antes de introducirse mis huevos en la boca, que era una cosa en la que la gustaba prodigarse, para chupármelos. Con aquel estímulo el cipote se me puso, de nuevo, totalmente erecto. Andrea, al observar que lo volvía a tener en condiciones y sabiendo que mi segunda explosión solía tardar bastante más en producirse que la primera, me propuso hacer un sesenta y nueve. Mientras ella se metía, una y otra vez, mi ciruelo en la boca y “degustaba” cada una de sus lentas chupadas, la mantuve abiertos los labios vaginales con mis dedos y la introduje lo más profunda que pude mi lengua en su caldosa almeja. Una vez más, alcanzó el orgasmo con rapidez y en cuanto disfrutó de él, se colocó a cuatro patas con el propósito de que me arrodillara detrás de ella y la “clavara” la minga por vía vaginal lo que, encantado, procedí a hacer de inmediato para disfrutar de su apetecible y jugoso chocho y de su magnífica lubricación durante varios minutos ya que, aunque ardía en deseos de tirármela y de mojarla, dispuse de tiempo para darla unos buenos envites vaginales mientras me mantenía echado sobre su espalda y la sobaba las “peras” antes de culminar dándola una soberbia lechada con la que, de nuevo, llegó al clímax. Unos segundos más tarde y como era habitual después de mi segunda descarga, me meé en su interior lo que a Andrea la agradaba que hiciera ya que, según me decía, sentía tanto gusto al recibir mi lluvia dorada que la permitía “romper” entre contracciones pélvicas y alcanzar el orgasmo dos veces prácticamente seguidas.
Después de darnos un descanso para que Andrea pudiera ir a orinar al cuarto de baño, lo que la gustaba hacer delante de mí, manteniéndose de pie y con las piernas abiertas, para que pudiera estimularla a través del clítoris y acariciarla con mi mano extendida la raja vaginal mientras expulsaba su pis y para reponer líquidos al mismo tiempo que nos fumábamos un cigarro, volvimos a acostarnos. Andrea se empeñó en cabalgarme para intentar evitar que mi nabo, que tras mi segunda eyaculación se mantenía tieso, se la saliera una y otra vez del coño a cuenta de su lubricación. Como sabía que la gustaba, además de magrearla y mamarla las tetas, la mantuve abierto el ojete con mis dedos para favorecer que liberara unas ventosidades mientras me cabalgaba con profusión de movimientos circulares con intención de que la metiera mi miembro viril hasta los huevos y lo pudiera sentir bien profundo en su interior para llegar al clímax una vez tras otra. Aunque necesité emplear mi tiempo, logré explotar por tercera vez y echarla una cantidad increíble de chorros de espesa leche que, en medio de su frenesí, recibió entre gemidos de placer y visibles muestras de satisfacción.
Me continuó cabalgando unos minutos más pero mi amiga sabía que podía darse por satisfecha con los tres polvazos que me había conseguido sacar por lo que, cuándo se cansó, decidió claudicar e incorporarse para extraerse el pene de la seta. Después de limpiarse con el tanga que había usado aquel día se tumbó de lado en la cama. Como la picha se me mantenía tiesa durante bastante tiempo tras eyacular dos ó más veces seguidas, me coloqué detrás de ella y se la pasé repetidamente de arriba a abajo y de abajo a arriba por la raja del culo. Cada vez que entraba en contacto con su ojete me detenía y hacía intención de “clavársela” mientras la volvía a acariciar su chorreante almeja. La dije al oído que me encantaría metérsela por el culo para intentar echarla mi cuarto polvo dentro de su precioso trasero, a lo que Andrea, como siempre, se opuso pero, como otras veces, accedió a colocarse boca abajo, abierta de piernas, para que la pudiera lamer el orificio anal antes de introducirla hasta el fondo uno de mis dedos con el que la forcé con movimientos circulares de “mete y saca” mientras ella mantenía presionadas sus paredes réctales lo que, en otras ocasiones, era más que suficiente para que, al ser de fácil defecación, no tardara en sentirse predispuesta para la evacuación pero esa noche aguantó perfectamente hasta que me pidió que dejara de hurgarla puesto que estaba cansada y quería descansar. La extraje el dedo y mientras lo olía, se volvió a colocar de lado para dormirse con una facilidad increíble por lo que, tras ponerla la pilila en la raja del culo y apretarme a ella, no me quedó más remedio que intentar conciliar el sueño para recuperar fuerzas mientras la pasaba mi mano extendida por el chocho.
C o n t i n u a r á