Haadiya: Tradición y sexo en la familia (2/2 de 3)

Haadiya se establece en París. Sus padres y tíos la visitan a menudo, ayudándola a perfeccionar el francés y el griego. Degusta preciados caldos, destilados por los más experimentados coños y pollas de la familia y de sus amigos.

Una erótica y tierna historia, debe ser contada con la necesaria atención. En ésta, además, se dan abundantes escenas de tórrido sexo y lujuria, que bien merecen ser recogidas. Por eso, había dividido el relato en tres capítulos, que finalmente serán cuatro:

1.La casa de Al-Fahna. Los placeres compartidos. La voluptuosa adolescencia de Haadiya y su explosivo despertar sexual. (http://www.todorelatos.com/relato/101458/)

2/1.Haadiya se va a estudiar a París. Mejora su formación sexual con prácticas intensivas en Barcelona. (http://www.todorelatos.com/relato/107934/ )

2/2.Haadiya se va a estudiar a París. Lujo y desenfreno con sus padres y sus amigos, sin olvidarse de los suyos... Sexo, estudio y definitivo entierro de todos los tabús

3.Su vuelta a casa revoluciona los placeres en familia. Una mujer cosmopolita que disfruta de su cuerpo y hace disfrutar a los demás.

Aunque no sea imprescindible, si no lo habéis hecho, os aconsejo leer los capítulos anteriores para situaros mejor en esta increíble y pervertida historia.

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Después de pasar casi tres semanas de diversión y meticulosa formación práctica en el difícil arte de dar y obtener el mayor placer sexual posible con aquellos que tuviesen  la suerte de ser sus compañeras y compañeros de aventuras de cama, Haadiya y yo dimos por finalizada nuestra estancia en Barcelona y retornamos a nuestro país.

Creo que sin pecar de pedante, yo, Taslim, hayib de la gran casa de Al-Fahna, había cumplido satisfactoriamente el encargo que me habían encomendado sus padres: convertir a la que ya era una lúbrica adolescente, en una mujer diestra y desinhibida en las artes del goce sexual.

Al llegar al aeropuerto de la ciudad en la que estaba enclavado lo que sus padres llamaban modestamente el riad familiar y el resto, desde hace muchos siglos, el gran palacio Al-Fahna, nos encontramos con la grata sorpresa de que sus padres, Fawzi, actual jefe de la casa Al-Fahna y Asiya, su única esposa, nos estaban esperando.

Haadiya, antes de descender del avión se cambió su ropa sexy y europea. De un mínimo shorty y uno de los tops stretch de finos tirantes que había comprado en Escada de Passeig de Gràcia, pasó a vestirse con un rico caftán y unos elaborados sabo, el calzado tradicional de las mujeres de nuestra tierra, con hebilla de plata.

  • Haadiya!, gritó su madre levantando las manos al verla descender del coche de cortesía que había puesto a nuestra disposición la dirección del aeropuerto.

  • ¡Hola mamá!. ¡Cuántos días sin abrazarte! Papá, como me alegro que hayáis venido a recibirnos.

Él la miraba con adoración, pero a la vez, no podía esconder una inequívoca cara de sorpresa:

  • Pero niña, no te conozco vestida así. Te marchaste para abrirte nuevos horizontes como mujer y nos vuelves con un envoltorio más tradicional que el que usaban las mujeres de tu abuelo.

  • Querido padre, te quiero mostrar que he madurado. Quiero ser tan ardiente y desvergonzada en privado como la más guarra de las putas, pero también he querido mostrarte que he aprendido lo que representa ser la primogénita de la casa a la que pertenecemos. Estás viendo el envoltorio, espera a que te muestre lo que hay debajo.

Y si no erraba, lo que ocultaba el casto caftán, no era otra cosa que las prietas carnes de nuestra desvergonzada Haadiya. En Barcelona, para mi desesperación y el goce de más de un improvisado admirador anónimo, había tomado por costumbre prescindir de cualquier calzón. Le pregunté por lo incómodo y poco higiénico de tal praxis. Ella me lo aclaró con todo detalle: Cuando usaba un pantalón, leggins o similar, mínimo salvaslip al canto, adherido a la prenda. Con falda, chumino al aire, que va más ventilado. Menstruando, dependiendo del momento, la compresa o tampón bajo las bragas y si la situación lo requería, dejándolas en el cajón e introduciéndose a fondo el absorbente, con su cordoncito recortado colgando. Era verano y estaba lejos de su país…

El sujetador, nunca había sido una prenda de su gusto. Como su madre, siempre dice que con sus tetas, medianitas y bien puestas, sobran envoltorios incómodos que constriñan su esplendor. Además, desde que han aparecido sesudos estudios que concluyen que más que favorecer la conservación de la gracilidad de los pechos propia de la adolescencia, los sostenes atrofian su sujeción natural, ha visto fortalecida su posición.

Sus padres le habían preparado para la noche una fiesta para celebrar su vuelta. Aparte de los parientes cercanos, incluidos, a pesar de su corta edad, su hermano y su hermana, habían invitado a sus amigos más próximos. Fue una velada íntima y divertida. Cena al estilo tradicional de la región, música y baile. Las apariencias cuentan y por ello no se sirvieron alcoholes, aunque… el pastel estaba generosamente “aromatizado” con aceite de hachís.

Sus amigas más intimas, golfas como ella, en cuanto vieron la oportunidad, la increparon para que les contase las aventuras vividas durante su viaje. Aunque les explicó cómo había disfrutado de su cuerpo y aprendido nuevas formas de gozar del sexo con amplios y escabrosos detalles, hizo oídos sordos a sus peticiones para que les dijese quienes habían sido sus folladores ocasionales. Mi niña aprendía rápido.

Viendo como se les encendía la vista y se les empitonaban sus pezones, Haadiya cogió de la mano a sus dos confidentes, diciéndoles:

  • Venga, acompañadme a mis habitaciones que os lo podré mostrar con detalle.

Su hermano, las miraba intuyendo de que iba la conversación y deseando participar en ella, pero todavía no tenía la edad para empezar a actuar como un hombre y había crecido demasiado para acompañarlas como un niño. ¡Tiempos difíciles el despertar de un inquieto adolescente!

Al llegar a su cámara, mientras dejaba en la silla la única prenda con que cubría su cuerpo, les dijo sin preámbulos:

  • Desnudaos, guarras.

Lo hicieron sin rechistar. Se tendieron de inmediato en la amplia cama y ella les empezó a comer los morros con fruición. Ellas no se quedaron quietas: una se capiculó con ella para iniciar un delicioso 69, pero la otra separó los labios de Haadiya del coño de su amiga, introduciéndose entre ellas para formar un libidinoso triangulo.

Una, lamía con desespero el abultado botón de la otra amiga. Ésta, estiraba los labios vaginales de Haadiya presionándolos enérgicamente con sus dientes, ora uno, ora otro, haciendo titilar su lengua sobre ellos mientras introducía tres de sus finos dedos en su bien lubricado coño. Entre ellas no habían secretos y conocían bien que sólo una de ellas mantenía el virgo intacto y esa era la que aportaba tan gratificantes caricias a su anfitriona.

Haadiya no desatendía a su otra amiga. Con los labios sobre el capuchón de su clítoris, aspiraba aire con fuerza a modo de ventosa ligeramente separada de la superficie y a la vez hacía vibrar su lengua sobre el extremo del sensible botoncito que ya asomaba fuera de su estuche. Sin duda, quería mostrar a sus amigas las deliciosas formas de dar placer que había aprendido en su viaje.

Este sofisticado tratamiento, unido a las caricias y suaves pellizcos que sus dedos prodigaban a los labios de su sexo, provocaron lo predecible: el intenso orgasmo de su querida amiga. Absorbió con fruición los concentrados jugos que desprendía su coño y preparando su propio orgasmo chilló a su glotona compañera:

  • Cariño, ya sabes que hace años mi madre me rompió el himen. Durante este placentero viaje, también he perdido la virginidad posterior. Méteme todos los dedos que te quepan en el culo, verás cómo lo sé dilatar yo solita. Ya os enseñaré a hacerlo. Os aseguro que el placer que se obtiene corriéndose con un buen cipote atravesándote el ano, es diferente al del coño y tanto o más intenso que por delante. Aunque lo mejor… ¡es recibir a la vez por ambos lados!

Su amiga, conociéndola, no dudó en introducirle tantos dedos como pudo. Haadiya ya tenía el culo bien entrenado después de que yo se lo hubiese penetrado reiteradamente con mi desmesurado cipotón en la capital catalana. Si a ello unimos la finura de la mano de su amiga, al final consiguió introducirle el puño entero en su cavidad rectal.

Con semejante tratamiento y sin descuidar el gratificante tratamiento vaginal que le estaba ofreciendo su otra amiga, Haadiya no pudo más que correrse voluptuosamente mientras de su coño emanaba una marea de espesos flujos.

En estas circunstancias, las bocas de ambas amigas pelegrinaron hacia sus genitales y sorbieron ese caldo tan abundante con glotonería, compartiéndolo como lo que eran: buenas amigas.

Mientras ocurrían estos hechos en la alcoba de nuestra protagonista, Asiya, como sabéis, la guapa madre de nuestra querida Haadiya, la buscó en medio de la fiesta. Se percató de su marcha y le preguntó a su hijo Mounir:

  • Querido. ¿Sabes dónde está tu hermana mayor?

  • Ha salido de la sala con dos de sus amigas hace unos veinte minutos. No sé dónde han ido.

Ella, no tenía claro dónde estaban, pero sí bastante más lo que debían estar haciendo. Pensó un poco y decidió que o estaban en el baño o en las habitaciones de su hija. Como la conocía bien y en el baño sólo podían hacer las cosas banales propias de adolescentes presumidas, no lo dudó y se dirigió directamente a sus habitaciones en la segunda planta. Una sirvienta le confirmo que las tres habían pasado en esa dirección.

Al llegar y abrir la puerta, se las encontró desnudas, estiradas indolentemente sobre la cama de su hija acariciándose unas a las otras. Las tres estaban sudadas y pringadas de lo que supuso que eran sus jugos íntimos. No sabía cómo se corrían las amigas de su hija, pero su primogénita era una auténtica fuente, por lo que no le extrañó nada su estado. Además flotaba en el ambiente un sutil olor a mierda.

Evaluando la situación, dedujo que ya habían degustado el placer a raudales. Parecía que estaban a punto de ducharse y vestirse para volver a la fiesta. Iba a marcharse y avisar a una de las sirvientas de confianza para que discretamente les indicase que estaban esperando a la anfitriona en la sala, cuando oyó a Haadiya decir a una de sus amigas:

  • ¡Jo!, nosotras dos nos hemos escurrido a gusto, pero nuestra compañera se ha quedado a dos velas. Venga vamos a ayudarla, que aunque sea tan lenta para llegar al orgasmo como un caracol en un día seco, te ha comido el chumino con muchas ganas y no la podemos dejar a medias.

Mi querida Señora, es un trozo de pan y viendo la situación, no pudo más que decidir ayudar a la pobre chica a correrse como nunca lo había hecho. Sin duda su experiencia sería de gran provecho.

Entró a la habitación. Las dos amigas chillaron al ver a la madre de su amiga y se cubrieron como pudieron su sexo y los pechos. Haadiya en cambio, sonrió coquetamente, levantó el tronco abriendo bien las piernas para tener mayor estabilidad y sólo dijo:

  • Hola mamá.

  • Hola cariño. He venido a buscaros porque abajo te esperan. Es tu fiesta.

  • Os iba a decir que bajaseis rápido, pero sin pretenderlo, he oído vuestra conversación y creo que antes de que bajéis hemos de ayudar a vuestra amiga a que se relaje tanto como vosotras dos y así pueda llevarse una buena impresión de ésta casa.

Mientras iba hablando, Asiya caminaba hacia la cama de su hija e iba despojándose de sus ropas. Poco había que quitar, aunque debajo de su túnica labrada en oro, no prescindía de toda la ropa interior, como su hija: Llevaba un escueto culotte de fina seda gris transparente conjuntado con una camisola de la misma gasa. Si no la llevase, tampoco hubiese mostrado más abiertamente sus pechos.

Llegó a la cama completamente desnuda. Las amigas de su hija, no sabían qué hacer. Era evidente que no iba a regañarlas. Tenían frente a ellas a una mujer al final de la treintena, bella, elegante y completamente desinhibida. Mostraba un cuerpo proporcionado, alta, con finas pero marcadas caderas. Unos pechos no muy grandes, tersos y con unos pezones que aparentaban la dureza y prominencia que realmente tenían. Los ojos de ambas acabaron el recorrido en su vulva. Tenía una hendidura de finos y proporcionados labios, cerradita y alargada. En su parte superior, le sobresalía el botoncito del clítoris, ya húmedo y envuelto por una apetitosa capucha. Realmente era una mujer preciosa y ellas lo apreciaron sin ambigüedades.

Asiya acercó sus labios a los de cada una de las tres y los envolvió en un lascivo morreo sin concesiones. Empezó por los de su hija. Entonces, dijo:

  • A ver, ¿quién de vosotras todavía no se ha corrido?

Una de las dos amigas respondió con voz trémula:

  • Yo.

  • Pues venga, que hemos de bajar a la fiesta. Estírate de través en la cama. Tú, Haadiya, cómele las tetas como sólo tú sabes hacerlo y tú, ponte en cuclillas sobre su cara y déjale el coñito justo encima de su boca, que llegue con la lengua tanto a tu sexo como al ojo del culete. Yo voy a trabajarte a fondo ese coñito tan precioso que tienes, verás cómo te corres como una perra en menos de lo que tarda el almuédano de la Kutubia en llamar a la oración delfaŷr .

  • Señora, tenga cuidado, todavía tengo el virgo intacto, le dijo con una vocecilla casi inaudible y más roja que un tomate maduro.

  • No te preocupes, preciosa, haces bien de decírmelo. Lo respetaré como no puede ser de otra manera. Conozco a tus padres y sé su manera de pensar.

A partir de ese momento, ninguna de las tres utilizó la lengua para hablar. Asiya comió y rebañó el coño de la joven virgen con una extraordinaria habilidad, sin descuidar los sutiles masajes en el clítoris y los ejercicios que el pulgar proveía a su ano. Si a esto le unimos las sabias caricias que le prodigaba Haadiya a sus tetas y el sabroso coño que le ofrecía su amiga, el resultado estaba cantado: inició un largo, larguísimo orgasmo. Nunca había disfrutado de una experiencia semejante.

Cuando inició el descenso de su placer, Asiya llamó a las otras dos y les indicó que lamiesen suavemente el coño de su amiga, para que se relajase con delicadeza después de tan brutal orgasmo. Ante el pasmo de las dos amigas, ella se dirigió al sexo de su hija y su acompañante y se lo repasó a fondo con su lengua y dedos hasta que pudo deleitarse con los fluidos resultantes de la corrida que consiguieron ambas.

Su hija se lo agradeció con un beso profundo y sensual, mientras le metía los dedos por el coño y decía a su amiga:

  • Venga ayúdame, cómele el chichi a mi madre. Te aseguro que lo tiene riquísimo. Verás cómo se corre. Sus orgasmos son una pasada.

Desbordada por los acontecimientos, su amiga se centró en la labor y al poco rato, Asiya se desmadejó con un orgasmo devastador, fruto del trato de su hija y su amiga, pero también de la tensión, por lo depravado de la situación. Ella es así.

Pasaron menos de dos minutos indolentemente estiradas, relajándose las cuatro, cuando la propia Haadiya tomo cartas en el asunto:

  • Venga, perezosas. Vamos a darnos una ducha rápida y bajamos.

  • ¿Te duchas con nosotras mamá? En mi bañera cabemos todas.

  • De acuerdo, pero sólo nos enjabonamos, sin deditos ni otras cosas…

Tomaron una ducha para quedar limpias, sin más. Asiya dio un piquito a cada una al acabar de secarse. Se vistió rápidamente y salió de la cámara de su hija, picándole el ojo.

En cuanto hubo cerrado la puerta, las amigas de Haadiya la molieron a preguntas:

  • Oye, tu madre es un encanto, aparte de estar buenísima. ¿Es lesbiana? Porque, saber cómo tratar un coño, sabe un rato largo.

  • ¿Te has acostado más veces con ella? Yo creo que sí, porque os tenéis unos cariños que…

  • ¿Has dicho que te ha desvirgado ella? ¿Cómo fue? ¿Lo sabe tu padre?

  • ¿…? y ¿…? y ….

Haadiya, las paró y les resolvió algunas de sus inquietudes, además de pedirles con rotundidad que lo que viviesen en su casa, se quedase en ella y no lo contaran a nadie más. Ni a sus más íntimas amigas o familiares. Ellas dos se lo juraron por el más sagrado.

  • Mirad, en mi familia somos muy abiertos para las cosas mundanas del cuerpo, sexo incluido. No voy a entrar ahora en detalles, que tenemos prisa. Sí, me acuesto a veces con mi madre y no es la única de mis amantes en esta casa… Ella es bisexual: le gusta follar tanto con hombres como con mujeres y no os digo más.

  • Es tradición en mi familia que cuando una llega a los catorce o quince años, su madre, acompañada de las abuelas, penetre a la hija adolescente con un consolador de marfil que ya pertenecía a la familia hace muchas generaciones. Evidentemente, todos los que lo deben saber, lo saben y mi padre está entre ellos. Este rito nos abre la puerta a un paulatino aprendizaje sexual.

  • Ya veis, somos una familia bastante singular. Otro día os cuento más cosas, que no quiero que se os vuelvan a mojar vuestros chochetes otra vez.

Bajaron las tres a la fiesta. Pocos se habían percatado de su ausencia. Media hora después, se fueron despidiendo los invitados, hasta quedar sólo la familia y algunos muy próximos que también dormíamos en palacio.

Fue en ese momento que Fawzi se acercó a su hija y le dijo con voz aterciopelada:

  • Cariño, tu madre me ha contado lo bien que te lo acabas de pasar con ella y tus amigas. ¿Supongo que una mujer joven y fuerte como tú, no se ha quedado tan cansada como para no poder degustar nuevos placeres esta noche?.

  • ¿Quieres compartir con tu madre y conmigo nuestra cama? Te prometo que lo vas a disfrutar tanto como nosotros. Además, me muero por que me muestres las nuevas habilidades que has aprendido en tu viaje. ¡Mmmm!, se me levanta sola al pensar como te comeré esos pezones tan tiesos que se te intuyen bajo la ropa…

  • Papá, ¡eres un pervertido!. ¡Quieres follarte a tu hijita!. Pues sabes que te digo: ¡Que tu hijita quiere que esta noche te la folles y le revientes el culo!.

  • Pero, te voy a poner una condición: Quiero que Taslim nos acompañe. Me ha hecho disfrutar mucho estos días con sus lecciones y se merece una recompensa. Además mamá y tú os pirráis por compartir su pollón, ¡que yo lo sé!

La miró. Se rió de buena gana y le dijo:

  • Haadiya, eres tan guarra y lujuriosa como tu madre. Ella, antes de los veinte, ya sabía lo que era dar y recibir placer de un hombre o una mujer, aunque no se inició en las praxis sexuales más desinhibidas hasta los veinte y bastantes, pero tu… vas a cumplir los diecisiete de aquí unos meses y ya eres una mujer experimentada.

  • Voy a hablar con tu madre y si lo ve bien, como estoy seguro que lo verá, invitaré a Taslim. Teníamos unos planes más íntimos, pero… que le vamos a hacer si me ha salido una hija tan putona como su madre.

  • Como a ti te gusta que sea, ¿no?, le dijo Haadiya, riendo.

  • Por cierto, a Taslim ya le invito yo. Es mi maestro. Además, le voy a pedir que quiero ver cómo te comes su desmesurado rabo. Mientras me lamías el coñito la semana antes de irme a Barcelona, me dijiste que eras capaz de tragártelo entero. ¡Yo lo he intentado varias veces estos días y ni el glande me he podido meter completo en la boca!

Un rato más tarde, los cuatro, padre, madre, hija y yo, entramos en la magnífica cámara principal del palacio. Hacía ya bastantes años que Fawzi había pedido a un afamado ebanista que modificase la estructura de la histórica cama de los patriarcas de la casa de Al-Fahna. Acabó convertida en una inmensa superficie de dos metros sesenta de ancho. Para cubrirla, encargó un firme colchón “The Vividus”, del exclusivo fabricante sueco Hästens. Tenían claro que las prácticas sexuales de las que pretendían disfrutar, necesitaban mucho espacio, ya sea por las sofisticadas piruetas que requerían o bien por el número de acompañantes…

Nos desnudamos rápidamente y fue Asiya la que puso orden:

  • Taslim, lléname con tu tranca, que ya hace semanas que no me la metes y se me cerrará el agujero del coño.

En su entorno social, Asiya pasaba por una respetabilísima señora de fina educación, pero en la intimidad, en cuanto se le encharcaba el chocho, disfrutaba usando un lenguaje que escandalizaría al más hosco de los pescaderos o curtidores. Nunca he sabido dónde había aprendido ese tipo de obscenidades… Y continuó diciéndole a su hija:

  • Cariño, toma la polla de papá y ensártatela por delante. Hace días que está esperando poder follarte de nuevo.

  • Espera que me doy la vuelta y mientras él te la mete, yo te voy dando lengua en el culito. Quiero que me demuestres que eres capaz de aguantar el pollón de nuestro buen Taslim. Me has contado cómo te lo fue abriendo y que al final, en Barcelona, ya te lo metía casi cada noche. Si hasta el mío, que ya está muy entrenado, necesita una preparación esmerada para recibir su ariete, el tuyo, mucho más.

Durante unos minutos, estuve serruchando a Asiya y amasándole sus pechos, sin descuidar estrujarle los pezones con cierta rudeza, como sé que a ella le gusta. Mientras, ella se comía con glotonería el ano de su hija, aprovechando para rebañarle con la lengua las paredes interiores y repasaba el apreciable cipote de su marido. Sus manos tampoco paraban quietas: tanto acariciaban los minúsculos huevines de Fawzi, como las voluptuosas tetas de Haadiya o la parte de mi verga que sobresalía de su coño.

Cuando Haadiya empezó a jadear apuntando un inminente orgasmo, decidió cambiar de tercio:

  • Papá, sácamela que quiero ver como se la chupas al buen Taslim. Y tú, mamá, date la vuelta que quiero comerte el chumino mientras me vas dilatando y lubricando a fondo el culo con tus manos.

Me cogió la verga por la base. La tomó con una mano, aunque sin poder abarcarla y con la otra empujó la cabeza de su padre contra ella. Se notaba que a Fawzi le gustaba tanto comerse un buen rabo, como degustar un coño. Su padre me iba lamiendo el glande con largos pases de lengua: abajo, arriba, alrededor de la parte más gruesa, intentando lengüetear el interior del agujerito… Era una delicia. Se notaba su buen saber hacer. Pero su hija quería más:

  • Venga papá, ahora métetela entera. Hace unas semanas me confesaste que eras capaz de amoldar tu garganta al volumen de su brutal polla y como te tengo por un hombre de palabra, quiero que me lo demuestres.

De las palabras pasó a los hechos: Haadiya hizo que su padre se estirase de espalda, con la cabeza colgándole en un extremo del colchón. Apuntó mi verga, ya totalmente enhiesta, a su boca abierta de par en par. Se instaló en el suelo, tras de mí y tomándome los glúteos, empujó sin piedad hasta que mi enorme miembro fue entrando poco a poco en la garganta de su padre. Creo que si no hubiese sido un capricho de su hija, nunca se hubiese prestado a tan extremo tratamiento. Gruñía mientras le resbalaban gruesos goterones de saliva por los lados de su nariz.

  • Joder, en “Garganta Profunda”, Linda Lovelace decía que ésta era la mejor posición para tragarse una polla respetable. Venga papaíto ¡hasta el fondo!. Se te está poniendo la cara más roja que un pimiento.

  • Taslim, sácasela un poco. Aunque la muerte fuese muy dulce, todavía no me ha enculado y no quiero marcharme a París sin que haya catado los placeres que le puede proporcionar a mis esfínteres.

En la posición que se encontraba, Fawzi tenía su miembro mirando al cielo, duro y brillante por la envoltura de espesas secreciones. Su esposa decidió aprovecharlo. Se encaramó sobre su pelvis y de una certera acometida, se lo metió entero en su elástica, empapada y bien entrenada vagina.

  • Dedícate al pollón de nuestro amigo, le dijo, que nuestra hija quiere ver si puede confiar en que eres capaz de hacer lo que dices. Además, me parece que estás disfrutando de la situación más de lo que tú mismo esperabas. ¡Veo que con el tiempo me has salido un poco masoca!. No te muevas que con tu polla, ya hago yo todo el trabajo.

Mientras se lo decía, Asiya apoyó sus manos a la altura del pecho de su hombre y empezó una desenfrenada carrera hacia el orgasmo, subiendo y bajando su cuerpo sobre el cipote de su marido. Debía ser el lado femenino de Fawzi el que actuaba, pero era capaz de hacer bien dos cosas a la vez: concentrarse en darme el mayor de los placeres en mi verga, abriendo y cerrando la glotis y jugando como podía con la lengua y a la vez, responder a los envites del sexo de su esposa con duros y acompasados golpes de pelvis.

  • Cariño, ¡ya! ¡ya!. ¡Me vieeeene!. ¡Oooohh!. Joder, ¡me estoy corriendo como una cerda preñada!. Hija deja de lamerle el culo a Taslim y ven. ¡Bésame!. ¡Arráncame los pezones a mordiscos!

  • Mamá, coño, ¡cierra el grifo!. Estas dejando la cama empapada. Espera que te los aprieto más fuerte.

Haadiya estaba morreando con furia a su madre mientras tenía uno de sus pezones entre el pulgar y el índice de cada mano, pinzándolos sin compasión y estirándoselos hacia ella.

  • Así, así, cariño. Más fuerte. Hasta que estén morados. ¡Retuércelos entre los dedos!. ¡Muérdeme el labio!

Sin duda, la niña sabía lo que quería su madre. Apretó el labio inferior entre sus dientes, hasta hacerla sangrar. Le dio un último tirón a los pezones, sin dejar de apretarlos entre sus dedos con rudeza y en ese momento, Asiya llegó al culmen del placer. Se desmadejó sobre la cama, gritando obscenidades inconexas. Las paredes de su vagina se contraían y distendían sin parar sobre la polla de su hombre, soltaba un rio de flujo por la raja y acabó perdiendo el conocimiento entre espasmos.

Su padre, al notar en su propio miembro los espasmos de placer de su esposa, sacó la mitad de mi verga de su garganta y deslizando frenéticamente arriba y abajo su mano por la mitad inferior de mi tronco, se corrió sin remedio. La situación era realmente excepcional y el orgasmo que disfrutó, lo fue igualmente.

Como si fuese el pistón de una máquina de vapor, iba moviendo su cadera contra el pubis de Asiya a una velocidad de vértigo. Mientras, expulsaba sucesivas andanadas de espesos grumos de semen que se mezclaban con los flujos que todavía escurrían de la gruta de las maravillas de su mujer.

Estando inmerso en tan tierna estampa familiar, no pude hacer otra cosa que eyacular en la boca de mi querido Señor. Se la llené de una lefa líquida, blanquecina y muy olorosa. El placer que me proporcionó hizo que se me distendiesen mis esfínteres anales y empezaron a cerrarse y abrirse sin control. Eso, aumentó mi placer y… provocó que me tirase un oloroso pedo. Asiya, guarra como era, lo disfrutó con una sonrisa. ¡Ya no daba para más!

Al percatarse que me había corrido en la boca de su padre, Haadiya inmediatamente se giró, cogió mi bálano con su mano, apartando la de su padre y sacó el glande que todavía permanecía en la boca de Fawzi de ella. Entonces nos dijo:

  • Acaríciame las tetas Taslim, suavemente. Juega con mis pezones un poco. Con tantas emociones, mi excitación está a punto de llegar al límite, pero no quiero acabar la noche sin que me hayas enculado.

  • Y tú, papá, ven acá. Dame tus labios. Compartamos la golosina que Taslim te ha regalado. Y luego, acaríciame tú, que él va a tener que concentrarse en el nuevo trabajo.

Con su padre, se besaron con glotonería. Sus lenguas jugueteaban entre ellas, lamiéndose los labios e intercambiando lo que él todavía no se había tragado de mi placentera corrida. Realmente, era una imagen impúdica, pero de una belleza y sensibilidad exquisitas. Compartir esos momentos, consiguió que mi verga grande y vieja volviese a empalmarse.

Su madre se recuperaba poco a poco del increíble orgasmo que acababa de disfrutar. Se acariciaba los pezones. Le debían doler, seguro. Se pasaba la lengua por su labio inferior, degustando la sangre que aún le brotaba. Entonces se dirigió a su marido:

  • Querido, límpiame el chocho con esa lengua que yo he entrenado tan bien. Entre tu leche y mis jugos, lo tengo tan encharcado que no puedo ir a ayudar a mi niña sin mojar toda la cama. Aprovecha para darme un orgasmo largo y suave, el último de la noche. ¡Ya no puedo absorber mas placer por hoy!

  • Ven Haadiya, voy a prepararte el culo mientras tu padre me rebaña bien el coño. Tu padre y yo, queremos ver lo mucho que has aprendido estos días. Si puedes aguantar el cipote de Taslim por detrás, es que has aprovechado muy bien las lecciones.

De la mesa de su lado de la cama, cogió dos tarros. Untó copiosamente dos de los dedos de su mano izquierda en uno de los recipientes y atacó con ellos el ano de su hija. Tenía larga práctica y eso se notaba. En menos de cinco minutos, casi podía introducir su mano hasta los nudillos en los bien entrenados esfínteres de su hija.

Como la decisión de pasar la noche juntos fue tan poco planificada, Haadiya no había podido aplicarse previamente un enema suave y levemente purgante, como yo le había enseñado que debía hacer antes de dejarse sodomizar. La situación, no sólo no incomodó a su madre, sino que parecía excitarla más. Al sacar la mano de su culo, la olía con evidente placer y algunas veces, aprovechaba para lamer los dedos, riéndose de tal despropósito.

Entonces me llamó por mi nombre y me dijo con voz solemne:

  • Ven Taslim. Nuestra hija está preparada.

Me tomó de la mano, hizo que me estirase sobre la cama dejándome con la verga en alto y bien inhiesta. Besó con lujuria incontenida a Fawzi, le tomó por sus cabellos, le acercó su boca a mi miembro y le ordenó:

  • Chúpasela otra vez, querido.

Él así lo hizo. Repartió un buen número de suaves lametones alrededor de mi glande, consiguiendo que mostrase su máximo esplendor. Sólo entonces, su mujer lo apartó. Tomó una apreciable cantidad del resbaloso contenido del segundo de los tarros y me untó la verga hasta los pelos del pubis. Entonces ella volvió a requerir los servicios de su esposo:

  • Cariño, ayúdame a recubrir ese inmenso cabezón con nuestras salivas. Escupe con fuerza como hago yo.

Me dejaron el cipote tan lleno de babas que se iban deslizando a lo largo del tronco. Sólo entonces, tomó los brazos de su hija, le dio un sublime morreo y la acomodó de espaldas a mí sobre mi lubricado miembro. Esa posición, también era la preferida de su madre, como me lo había demostrado de primera mano en más de una ocasión.

  • Ven preciosa, ábrete tu misma los cachetes del culo, que lo que te ha de entrar es monstruoso.

  • Y tú, Fawzi, ayúdala sujetándole el nabo a tu amigo. Pónselo en la entrada del culo.

Cuando estuvo en posición, fue la propia Haadiya quien empezó a descender sobre mi miembro, embutiéndoselo sin descanso en su recto mientras emitía un agudo silbido. No paró hasta que notó que mi vello púbico se le incrustaba entre los pliegues de su esfínter. Entonces lanzó un bufido y mirando alternativamente a su padre y a su madre nos dijo:

  • Véis, os lo dije, soy capaz de meterme la polla de Taslim entera por el culo. ¡A partir de ahora ya no podréis negarme el que participe en vuestras orgías en igualdad de condiciones!

  • Venga Tallim, muévela que yo te acompaño.

No podía decepcionar a mi pupila y menos delante de su padres. A pesar de mi cansancio, bombeé con fuerza la verga, enfilándole mi prieto cilindro de carne. Asiya me ayudaba acariciándome amicalmente la base de mi cipote y el pecho. Fawzy besaba amorosamente los pechos de su hija y le acariciaba los labios de la vulva con el índice y el anular, dedicando su experto pulgar a enfebrecer su voluptuoso clítoris.

Era tal la tensión psicológica que nos creó la situación, que a los pocos minutos ambos nos corrimos. Yo con discreción, pero no con menos placer. Haadiya, con roncos gemidos y repartiendo sus flujos sobre la mano de su padre, mi verga, sus glúteos y la propia cama.

Se tomó unos segundos de descanso y con una relajada sonrisa en los labios, nos besó en los labios a cada uno de nosotros.

  • ¡Gracias! El placer que me habéis dado, lo que estoy viviendo, pocas mujeres lo disfrutan a lo largo de su vida y a mí, ¡me lo habéis regalado con sólo dieciséis años!. ¡Lo que me queda por gozar!

En los meses que siguieron, Haadiya disfrutó de otras tórridas experiencias sexuales con sus padres y algunas intensas y discretas conmigo. Gozó intensamente de los placeres sáficos con sus amigas más íntimas y exprimió a algún que otro amigo especial, en quien podía confiar. Aunque estemos en pleno siglo XXI, nuestro país es como es. Un hombre puede hacer muchas tropelías con las mujeres y se le perdonan o incluso se le celebran. Si es una mujer, puede quedar marcada y proscrita en su entorno. Haadiya había aprendido a maniobrar en ese barrizal desde temprana edad. Tenía a los mejores maestros: sus padres.

Llegó la última semana de agosto y Haadiya se trasladó a París, ya que los cursos universitarios en Francia empiezan a principios de septiembre.

La familia disponía de dos apartamentos a su disposición en la capital francesa. Uno, el lujoso penthouse situado en el último piso de una finca histórica de la Rue Montaigne, cerca del Sena y con magníficas vistas al Jardin des Tuilieries. Era el que usaba habitualmente Fawzi y yo mismo cuando viajábamos por negocios a la capital o bien el matrimonio u otros familiares próximos de vacaciones.

Era una opción tentadora. Estaba situado a menos de un cuarto de hora en bicicleta del  14 de la Rue Bonaparte, donde estaba su universidad, la prestigiosa École National Supérieure des Beaux-arts .  Sólo tendría que cruzar el Sena después de la Place de la Concorde.

Haadiya lo descartó de entrada. Aunque lo fuese, no quería pasar por una niña rica viviendo en un lujoso appartement con cuatro personas de servicio y sin privacidad.

El otro, era el discreto picadero de sus padres en París. Muy pocos conocemos su existencia. Ni está inventariado entre los bienes de la familia, ni está a nombre de ninguna empresa que pudiese relacionarse con ellos. Un libanés muerto en la segunda guerra mundial, cuando contaba con seis años y del que me encargo personalmente de mantenerlo muy vivo, administrativamente hablando, es el “legitimo” propietario formal de la empresa que lo compró y que tiene en su haber, además de ese apartamento, un amplio conjunto de bienes inmuebles y activos financieros que nadie necesita saber de quién son realmente.

Las acciones al portador de esa sociedad luxemburguesa fueron “vendidas” a una empresa de la familia, públicamente conocida, hace años. El espacio de la fecha de la compra-venta, quedó en blanco. Guardamos el documento firmado por el administrador fiduciario y el propio Fawzi, junto a la máquina de escribir con que se redactó y dos cintas de recambio, en la caja de seguridad que mantiene la familia en la oficina principal de un discreto banco privado del cantón suizo de Zug. Hasta el momento, no hemos estimado necesario elevar a público el acto.

Si iban solos, lo usaban uno u otro indistintamente y luego se contaban sus aventuras. Si viajaban juntos, compartían en él algunos de los momentos más excitantes de su vida sexual, ya sea con alguna pareja abierta, mujeres, hombres o especímenes con una delantera de las que no pasan desapercibidas, combinada con un colgajo de palmo y medio entre las piernas. Los transexuales le ponen verraco a Fawci, lo sabré yo… Siempre amigos, discretos y libidinosos. Está decorado para el uso que tenía: No es una casa para vivir. Es un sitio para follar.

Es un cómodo appartement , como otros cuidadosamente rehabilitados en la zona bohemia del barrio de Les Halles. A cinco minutos del Centre Pompidou. Tiene seis plazas de garaje en el sótano del edificio, con un ascensor que las comunica directamente con el piso. De hecho, el piso es la unión de los tres inmuebles de la planta. Con el ascensor, sólo se puede llegar usando un llavín en la botonera. ¡No quieren intromisiones en su intimidad o en la de sus amigos!.

Los vecinos, acabaron pensando que eran unas oficinas clandestinas de los servicios secretos. Que una noche viesen llegar a uno de los ministros más conocidos del gabinete y a un relevante banquero, les reforzó esa idea, aunque les sorprendiera que llegasen acompañados de sus bellas esposas. Más le sorprendió a la vecina del segundo primera: Se cruzó con la señora del político y al abrírsele involuntariamente el abrigo, le mostró lo bien recortados que llevaba los pelitos del pubis.

La vecina era una ferviente militante del partido que sustentaba al gobierno y como en otros muchos casos semejantes, su mente estaba condicionada para no aceptar lo evidente. Decidió verlo como el resultado del mal gusto de la señora de tan importante personaje por llevar una falda color carne y encima, haberse manchado en el sitio menos oportuno. Sólo así, pudo olvidarse para siempre de tan inquietante encuentro. ¡Los suyos no pueden hacer esas cosas!.

Haadiya decidió finalmente buscar un piso de estudiantes cerca de la universidad y con el beneplácito de sus padres, usar a su conveniencia el coqueto y lujoso picadero que, para sus amigos y folladores de conveniencia, le dejaría “un pariente francés” mayor y rico.

Después de unos días de interminables visitas, encontró el piso ideal en el tablón de la propia École des Beaux-arts . El anuncio, acabado de poner, le llamó inmediatamente la atención. Decía así:

Nous sommesdeux étudiantes de l'École et un type adorable. Partageons un appartement a quatre chambres et nous avons besoin d'un compagnon si fou comme nous pour que puissions payer le loyer à la fin du mois. ¿Joignent à nous?….“

En fin, dos chicas y un chico, alumnos de la propia escuela que buscaban alguien tan loco como ellos para ayudarles a pagar el alquiler. Seguía una descripción “maravillosa” del apartamento, dirección y teléfono.

Lo arrancó del corcho y sin ni siquiera telefonear, se encaminó hacia el piso. Realmente, lo que decía el anuncio era cierto. Estaba a dos esquinas de la École .

Le abrió una chica alta, de cara bonita, aunque tal vez demasiado delgada. Aparentaba veintidós o veintitrés años. Llevaba un abrigo puesto, informal, pero de corte perfecto. Parecía hecho a medida. La experta mirada de Haadiya catalogó rápidamente el tejido como un fino cachemir. Parecía que estaba delante de una niña bien con tintes hippy. Como ella…

  • Hola. ¿Qué quieres?

  • Vengo por el anuncio.

  • ¡ Chatte !. Acabo de colgarlo en la escuela. Todavía no me he quitado el abrigo y me encuentro a una “ sand coon” en la puerta. No esperarás que te aceptemos. En este barrio los alquileres salen por una pasta. Además el casero es votante fijo de Le Pen y no queremos problemas.

Haadiya se quedó mirándola unos instantes antes de contestar. Veía que su futura compañera, porque ya había decidido que esa sería su casa para el próximo curso, era tan frívola que había utilizado el término inglés mas despectivo para decirle que era árabe. Estaba segura de que ni tan solo sabia lo ofensivo que podía llegar a ser. Eso sí, conocía perfectamente el gusto que tenían las pijas francesas por intercalar palabras en inglés en sus conversaciones banales. A veces sin tan solo conocer su verdadero significado original.

  • Me llamo Haadiya. Me he presentado a las pruebas de este año de l’École y me han admitido. A mí me trae sin cuidado, pero como sé que a ti no, te diré que las he superado con una de las tres mejores puntuaciones. Por el pago del alquiler no tienes que preocuparte, se lo que cuestan aquí los apartamentos y si lo vengo a ver, es que puedo pagarlo. A tu casero, me lo dejas a mí. Como más fachas y mayores son, más fácil es llevarles. La mayoría son tan hipócritas que ni siquiera se atreven a defender sus posiciones y menos sus ideas, ante una mujer bonita, solo saben babear.

  • Por cierto, ¿cómo te llamas?.

  • Claire.

Le dio dos besos, el segundo rozando la comisura de sus labios y le dijo, agarrándola por la cintura como si ya fuesen íntimas:

  • Encantada Claire. Creo que nos llevaremos muy bien. Anda, déjame pasar a ver el piso y enséñame cual sería mi habitación, si nos ponemos de acuerdo.

La contagiosa empatía de Haadiya desarboló las defensas de Claire. La hizo pasar y le mostró el espacioso apartamento. En verdad, no sólo cubría las expectativas del anuncio, sino que las superaba con creces. Tenía cuatro amplias habitaciones, dos de ellas amuebladas con una cama doble, la otra con una para una sola persona y la última y más amplia, sin muebles. Dos habitaciones daban a la pequeña y tranquila Rue de Nevers y las otras dos, al gran patio interior ajardinado, que también servía de aparcamiento a los vecinos de las casas colindantes.

Al ser el piso superior, justo debajo de los pequeños apartamentos de las buhardillas, también tenía una terraza con muebles de jardín y tumbonas. Lo completaban dos salas comunes, una de ellas de no menos de cuarenta y cinco metros cuadrados, recibidor, baños y aseos por doquier, cuartito de la plancha y una cocina espaciosa y bien equipada.

  • ¡Es precioso, Claire, y a cinco minutos andando de l’Ècole !

  • Sí. A los tres nos gusta mucho, pero nos sale bastante caro. Además, como la habitación que queda es la más grande, tendrías que pagar una parte mayor. El alquiler es de 3.600 € al mes y con los gastos, contamos 4.100 €. Para la habitación disponible, pedimos 1.350 € y los muebles los ha de traer el que venga.

  • La otra chica se llama Site y es danesa. El chico es Valéry, es el hijo mimado de unos industriales de Lyon. No te hagas ilusiones, porque los tres te hemos de aceptar y además queremos garantías de que ingresarás tu parte cada mes.

  • Venga, preséntamelos y hablemos. Por el dinero, no te preocupes. Os ingresaré los seis primeros meses de una vez para despejaros las dudas.

  • Site llegará a las dos y él, los martes acostumbra a venir sobre las dos y media. Vuelve por la tarde, aunque no te garantizo nada.

  • Sabes qué vamos a hacer, Claire. Te invito a comer y luego volvemos para que me conozcan tus compañeros y podáis decidir. Venga, iremos al Dali. Es el mejor restaurante del Hotel Meurice, y está en Rue Rivoli, justo al cruzar el Sena. Llegaremos andando en un cuarto de hora.

  • Oye, pero ese hotel es muy caro, seguro que el restaurante también.

  • Venga, déjate mimar, que pago yo.

Como el restaurante también estaba cerca del apartamento familiar, uno u otro miembro de la familia lo utilizaban tanto para comidas privadas como de negocio. Yo mismo he ido a comer más de una vez. El afamado chef que lo gestionaba, Yannick Allenó, conocía personalmente a Haadiya, por lo que ésta, a pesar de lo difícil que era reservar mesa con poca antelación, estaba segura de que les atenderían.

Había elegido ese restaurante por un doble motivo: demostrarle sutilmente a Claire que el dinero no era problema para ella y de paso, que aunque pudiese ser una “ sand coon” para una pija francesa, para la dirección de uno de los más lujosos establecimientos de su país, era una persona a quien debían ofrecer un trato incluso mejor que a la mayoría de sus conciudadanos…

Llegaron al hotel y se dirigieron directamente al restaurante. El maître les indicó con contundencia y repasando, con una mirada no exenta de un cierto desdén su informal indumentaria estudiantil, que no había ninguna mesa disponible.

  • Dígale a Yannick que Haadiya de Al Fahna está en la puerta con una amiga. Seguro que él encuentra alguna solución.

El tono del maître cambió como de la noche al día. Conocía perfectamente a la familia y los ingresos que generaba al establecimiento. Las hizo pasar y como el chef no estaba en el restaurante en ese momento, fue a buscar al jefe de cocina. Recordaba que también les habían presentado. Por el camino, indicó al servicio de sala que se apañase para acondicionar una mesa para dos.

  • ¡Querida Haadiya, que placer volver a tenerte entre nosotros!, la saludó a los pocos minutos Jules Frapard, el jefe de cocina, entre mutuos besos.

  • Hola Jules, vengo a estudiar unos años en la EN de Beaux Arts . Compartiré el appartement de Claire, aquí cerca. Seguro que nos iremos viendo, con lo bien que siempre me tratas, no puedo perderme tus platos.

  • Venga, sentaos que ya tenéis la mesa preparada. Ahora mismo vuelvo a ver qué queréis comer.

  • Cariño, no te preocupes. Elige tú. Ya sabes que me gustan las buenas sorpresas y seguro que a Claire también.

Le miró a los ojos y lo que vio, se lo apuntó. Detectó una mirada cargada de lujuria. Le gustó y le puso inmediatamente en la lista secreta de sus posibles amantes parisinos. La sonrisa que le ofreció a él, también fue de las que abre puertas oscuras…

Mientras comían un menú bien balanceado y compuesto por platos de una sencillez sólo aparente, ellas dos iban profundizando en su conversación. La intimidad de lo hablado, avanzaba pareja al descenso del nivel de las botellas de finos caldos que iban maridando con los platos.

  • Háblame de nuestros compañeros de piso. ¿Cómo son?. ¿Qué edad tienen?. ¿Qué os gusta hacer?. ¿Quién tiene pareja?. ¿Folláis mucho?. ¿Alguno de vosotros es bisexual?. ¿Os traéis los rollos al piso?. ¿Los habéis compartido entre vosotros alguna vez?...

  • ¡Acabamos de conocernos y ya me preguntas cosas que nunca he explicado a nadie! Como si tú me lo fueses a contar a mí.

  • Pues claro que te lo cuento. Mira, hasta en orden te lo digo: No soy la chica típica de mi país. Como pertenezco a una familia significada, guardo las apariencias en público, pero ya no se vivir sin sexo. Me gustan tanto los hombres, como las mujeres. No tengo pareja, ni quiero tenerla hasta dentro de unos cuantos años, al menos, hasta que tenga veinticinco y, sí, me encanta participar en una buena orgía de tanto en tanto.

  • Pero… entonces ¿cuántos años tienes ahora?

  • Diecisiete, pero seguro que yo he follado ya con más gente, que vosotros tres juntos. A los doce años me lo monté por primera vez con otra mujer y a los quince con un hombre, aunque no fue él el que me desvirgó. ¡Para eso hay consoladores!

  • No creo que sea verdad ni la mitad de lo que me cuentas, pero aún así eres muy lanzada.

  • No te miento en absoluto, de hecho, me quedo muy corta, pero hay cosas que es mejor que se queden sólo entre los que deben conocerlas. Cuéntame sobre ti, anda.

  • Yo, yo, soy una chica más normal. Acabo de cumplir veinticuatro años y este es mi último curso. Me quiero dedicar al diseño gráfico. Mi familia…

  • Si ya, pero cuéntame la parte guarra de ti: cómo te gusta que te coman el chocho, si te lo montas con los tíos o también tías, cuantas veces te han dado por el culo en las últimas fiestas,… ya tendrás tiempo de contarme lo otro.

  • Jo, como eres. Pues mira, aunque no sé porqué te lo cuento, me gustan los tíos y nunca se me ha pasado por la cabeza acostarme con una chica. Además…

  • Klongggg. Mentira cochina. Esos ojitos con que me miras, dicen que las chicas no te son indiferentes y creo que algún escarceo has tenido…  ¿o no?. Anda venga, que a mí sólo puedes contarme la verdad.

  • No puedes ocultar que te excita lo que te cuento. Tienes los pezones empitonados. ¿También has mojado las bragas?. Ven, acompáñame al baño, que lo voy a mirar.

Claire, estaba tan impresionada con las palabras y la fuerza interior de Haadiya que, sencillamente, aceptó la mano que le ofrecía y la siguió hasta los lujosos baños de mujeres de la zona cercana a las salas de conferencias del hotel, colindantes con el restaurante.

Entraron en el baño y sin más, Haadiya le bajó la cremallera del vestido de verano que llevaba y separando los tirantes se lo dejó recogido a la altura de la cintura.

  • Ves, aquí estamos más tranquilas que en el restaurante. No sé porque te pones sujetador, si tienes unos pechos tan pequeñitos como preciosos y turgentes. Venga, quítate eso.

Tomando los corchetes, ella misma se lo quitó. Haadiya lo tiró a la papelera y tomó sus pezones con los labios a la vez que le levantaba la falda del vestido.

  • Anda quítate las bragas, que así no puedo tocarte el coño en condiciones.

Claire se las bajó, se las quitó de los tobillos y las puso en la mano que Haadiya mantenía abierta, esperándolas. Mientras, mi querida pupila no dejaba de morderle a su nueva amiga suavemente los pezones y de explorar con sus dedos, cada vez más profundamente, su poco aprovechada vagina.

  • ¡ Merde !. ¡Me estoy corriendo como una cerda!. ¡Oooohhh! ¡Mmmmmm!. No puedo parar. Nunca nadie me había hecho esto. ¡Aaajjjhhhh!.

Haadiya continuó acariciándole el clítoris sin sacarle los dedos del coño. Lo tenía húmedo, pero no desbordaba flujos como le pasaba a ella cuando se corría. La dejó deslizarse suavemente cuesta abajo en la meseta del orgasmo que estaba disfrutando. No le sacó los dedos hasta unos minutos después de oír su último bufido de placer.

  • ¡Que me has hecho!. Nunca había gozado tanto. Me has provocado un orgasmo demoledor.

  • Cariño, sólo acabamos de empezar. Cuando salgamos de este baño, te habrás corrido unas cuantas veces más y todas más intensas. Creo que no sabes lo que es gozar. Te tendré que enseñar unas cuantas cosas...

  • Siéntate en la repisa de los lavabos y abre bien las piernas, que te lo voy a comer. No con la puntita de la lengua, como alguna mojigata amiga tuya ya debe haber ensayado, como si eso fuese la mayor de las transgresiones, sino como la más cerda y curtida de las tortilleras. Vas a escurrir jugos hasta la rodilla.

Le comió el coño de una forma tan magistral, que Claire se corrió varias veces hasta que los orgasmos se le encadenaron en uno sólo y continuado, largo, largo, largo y… brutal.

Cuando le volvió la consciencia, flotaba. No sabía dónde estaba, ni que le había pasado. Sólo sabía que el placer que nunca creyó que existiera más allá de las experiencias picantes que tan sólo llegaban a imaginar sus pijas amigas, existía y ella lo había experimentado en primera persona. Lo absurdo, es que se lo había proporcionado una chica árabe que acababa de conocer, a la fuerza, hacía menos de dos horas. Y que esa chica iba a ser su compañera de piso y eso… cambiaría su vida, porque ya no podía renunciar a ese placer…

  • Anda, Claire, vístete y vamos a tomarnos los postres que me has de presentar a tus otros dos compañeros.

  • ¿Dónde están mis bragas?

  • En mi bolsillo, ya te las devolveré en casa. Has de aprender a ser menos pudorosa. Vamos… un poco más putita. Vas a disfrutar mucho más la vida.

  • Así, ¿tú no llevas?.

  • Claro que llevo, aunque no siempre. A veces las pierdo o las olvido en el bolso.

  • Has de adecuar tu forma de mostrarte, cuándo y cómo transgredir lo políticamente correcto, a tu estado de ánimo, a las circunstancias, a cómo quieres actuar delante de los demás en cada momento. Ahora tú estás excitada y quiero que te demuestres que puedes romper las reglas que tu entorno y tú misma, te has puesto. Para eso, tienes que aceptar que te excita hacerlo y que eres capaz de hacerlo con total normalidad. Por eso, hasta mañana irás con el coñito al aire.

Volvieron a sentarse en la mesa y tomaron el suculento postre preparado especialmente para ellas. La decoración del plato, sugería una alegoría sexual picante, impropia del establecimiento. Al cabo de unos minutos, vino el jefe de cocina, riendo, a explicarles su particular divertimento y a despedirse.

  • Querido, nos tratas de forma exquisita, aunque… un poco atrevida. Veo que a los otros clientes no les preparas estos postres tan sugerentes. ¿Qué nos quieres decir?.

  • Mi preciosa niña, solo hago estas excepciones con las amigas más queridas.

  • ¡Ay, ay, ay!. Tu nos quieres decir algo y veo que usas para ello el arte con el que mejor te expresas: el culinario, antes que proponérnoslo directamente. Anda dame tu teléfono, que te llamaremos para quedar una noche después de cerrar. ¡Estamos tan cerca!, verdad Claire.

  • Pero Haadiya, ¡qué dices!. ¿Cómo quieres que quedemos con él?. Si es mucho mayor que nosotras y ¿dónde iremos?, ¿qué haremos?.

  • Que poca imaginación tiene mi amiga ¿verdad?, de dijo Haadiya a Jules.

  • Mira, Claire. Que tenga unos años más que nosotras, quiere decir que posiblemente, tiene más experiencia y nos puede enseñar nuevas maneras de extraer todo el placer que nuestros cuerpos son capaces de destilar.

  • Para que lo sepas, mi mejor maestro, que algún día te presentaré, es un interesante maduro con una dotación y experiencia sexual alucinante. Él es quien mejor me ha enseñado a dar y recibir placer sin prejuicio alguno.

Y entonces, mirando coquetamente a los ojos de su amigo, pero dirigiéndose a Claire, le dijo:

  • Cariño, le vamos a llamar para pasar la noche juntos: él, tu y yo. Vamos a compartir los tres nuestros sexos hasta que no podamos corrernos ni una sola vez más. Además, quedaremos en el piso. Así nuestros compañeros, verán que la pudorosa niña bien que eras, se ha convertido en la desenvuelta putita libre de prejuicios que ya estás empezando a ser.

  • Prepárate, Jules, espero que tu polla esté a la altura de las circunstancias, porque entre las dos te vamos a destrozar. Tú lo has pedido.

Haadiya se levantó. Dio un piquito al sorprendido y empalmado cocinero y pagó la cuenta. A pesar de que le dijeron que estaban invitadas por la casa, sólo aceptó que no le cobrasen los postres. Dejó una generosa propina y tomando a Claire de la cintura, salieron andando hacia su piso.

  • ¿Verdad que es excitante andar por el boulevard notando como te rozan los labios del chochito entre los muslos?. Seguro que los sigues teniendo mojados pensando cómo debe tener el cipote nuestro querido Jules. O… ¿tal vez imaginando cómo debe ser mi sexo y cuántos deditos podrás meterme en el culo antes de que me hagas correr como una vaca?. ¿Que me dices?

  • ¡Jo!, Haadiya, nunca había conocido a nadie como tú. Si hace unas horas alguien me dice que una desconocida me va a masturbar en los baños de un hotel hasta darme los mejores orgasmos de mi vida, le parto la cara y me voy corriendo. Mírame ahora… andando cogida de la mano de esa chica, con el chichi rezumando, sin bragas y pensando en el nabo del chef.

  • Claire, conmigo y en París, tu vida va a cambiar y verás como a mejor. Anda entremos en el piso y preséntame a tus compañeros, que quiero instalarme mañana mismo.

Llegaron al apartamento, Claire abrió la puerta y al pasar a la sala se encontró a Site saliendo de uno de los baños, envuelta en una toalla.

  • Hola Site. Te presento a Haadiya -dos castos besos-. Ha visto el anuncio que he puesto esta mañana en l’ École y ha venido a ve el piso. Le ha gustado y quiere quedarse. Si la aceptamos, claro.

La danesa la miró con una cara mezcla de intriga e indiferencia. Haadiya también la escrutó con detenimiento. Era una chica con un cuerpo poco habitual.

Grande, muy grande. Casi metro noventa, amplias espaldas, piernas robustas, musculadas, de pies y manos grandes y pechos prietos y prominentes. Aunque ancha de cuerpo, no le sobraba un gramo de grasa y se le intuía bajo la prieta toalla una barriga ligeramente curvada por la dureza de sus músculos. Pero a pesar de su fuerte complexión, era una chica guapa, muy guapa. Su rubia melena, unos ojos azul-verdoso de mirada profunda y su cara simétrica y bien proporcionada, le conferían una marcada feminidad.

Creo que Haadiya, con sólo verla, decidió que no podía finalizar la primera semana sin haberse acostado con ella. Además, pensó que si tenía su vagina proporcional al tamaño de sus manos o pies, iba a disfrutar enormemente practicando el arte del fisting , que con gran aprovechamiento, le había enseñado su madre.

  • Site juega a balonmano con la selección nacional de su país. Es una de las mejores defensas. ¡Hasta ha participado en unos juegos olímpicos!, le informó Claire. Estudia en l’École , pero como es una deportista de élite, le dejan hacer cada curso en dos años y así puede entrenar y competir con su equipo, el Issy-Paris.

  • Estoy encantada de conocerte, Site. Claire ya me ha enseñado el apartamento y me ha gustado mucho. Si me aceptáis, creo que nos lo podremos pasar muy bien, además como será mi primer año en l’École , me seréis de gran ayuda.

La pícara sonrisa que le dedicó, no pasó desapercibida a la danesa.

Con el revuelo, salió de su habitación Valéry. Era un chico fino, menudo, vestido con una estudiada informalidad de marca.

  • Mira Valéry, dijo Claire, esta es Haadiya. Viene para quedarse la habitación.

  • Pero, ¡os habéis vuelto locas!. Miradla, es una mora. Oye, yo no quiero problemas con el casero. Además, ya sabes mi opinión: con “esas” no quiero nada. Además, seguro que se larga sin pagar el último mes cuando tenga problemas.

  • Menuda amplitud de miras que tienes chaval, le contestó ella. Lo único que te pido, es que no hables con esta frivolidad de lo que no conoces. A pesar de tus comentarios, quiero quedarme con vosotros. Seguro que cuando nos conozcamos mejor, te daré poderosos argumentos para que te quedes muy triste cuando nos tengamos que separar…

Cuando lo oyó Claire, no pudo estarse de lanzar una libidinosa risotada, que no pasó desapercibida a Site.

  • Con un: anda, déjanos hablar cinco minutos a solas y dos cálidos besos, Claire la dejó en la puerta.

Sin entrar en más detalles, sólo deciros que Clare los convenció y Haadiya hizo venir la misma tarde a una conocida decoradora para amueblar la habitación. Si ellos querían ir de pijos y niños bien, ella les demostraría que podía serlo más.

A la mañana siguiente, trajeron una amplia cama de época, el resto de muebles para la habitación y tres maletas con su ropa y complementos. Por la noche ya estaba instalada en el piso. Le explicaron cómo funcionaban, las áreas que eran comunes y el uso de los baños. Aquí surgió un problema.

El appartement tenía dos confortables salas de baño y otros dos aseos de cortesía, sin bañera. Hasta ahora, uno de los dos baños lo usaban las chicas y el otro Valéry. Ellas dos no veían justo que el suyo lo compartiesen tres y él siguiese teniendo uno para él solo. Haadiya, encontró una solución sencilla y equitativa:

  • No sé por qué os preocupáis tanto: un baño para cada dos y en paz. Como vosotras ya tenéis el vuestro, yo comparto el otro con Valéry. ¿Te parece?.

  • Ya, pero seguro que tardas la tira en ducharte o peinarte o si estás tú yo me despisto y entro o al revés… ¡no me gusta!. No quiero problemas.

  • Oye, esté meando, maquillándome, duchándome o haciéndome un dedo, puedes pasar. Me importa tan poco que me veas desnuda como vestida. Y si un día tienes prisa, nos duchamos juntos. Así, hasta ahorraremos agua. ¿Tú tienes algún problema?.

  • Si, esto lo dices ahora, pero si se te escapa una teta de la toalla y te la veo, me vas a machacar. No quiero problemas.

Haadiya, no respondió con palabras. Se quitó las sandalias, soltó los botones del pantalón, se lo sacó. Cogió los laterales de las bragas y se las bajó hasta pasar los pies. Tomó con parsimonia el borde inferior de la camiseta que llevaba y la estiró hasta que hubo pasado por la cabeza. Aparecieron sus dos tetas, macizas, turgentes, ni muy grandes ni pequeñas, con los pezones gruesos y carnosos que ya habían intuido las chicas debajo de su camiseta.

La mirada de Valéry se centró en su pubis. Como sabéis, siempre lo lleva completamente depilado, como es costumbre entre las mujeres de la clase alta de su país. Mostraba unos labios mayores altos, ligeramente abiertos, pulposos, totalmente simétricos, entre los cuales se perfilaban los finos labios menores que enmarcaban la entrada de su vagina, alargada y flexible. En su parte superior, se cerraban en un capuchón del que sobresalía sutilmente un clítoris prominente y rosadito. Haadiya tenía un coñito realmente precioso.

  • Ves, tonto. Nunca miento. Para demostrarte lo poco que me preocupa que me vean desnuda, no voy a vestirme hasta mañana. A ver si así te convences.

Entonces Site descolocó a sus dos compañeros:

  • Mi familia es naturista. En Dinamarca, en casa casi siempre vamos desnudos, pero como vosotros sois tan puritanos para esas cosas, nunca os he pedido si os importa que tome el sol sin el bikini en la terraza o esas cosas. Ahora, viéndola a ella, no voy a esperar más.

Y se desnudó.

La verdad, desnuda, Site tenía un cuerpo impresionante. Tan fuerte y musculada como un tío, pero a la vez delicada como la más femenina de las modelos. Eso sí, iba un poco descuidada con el vello, cómo muchas de sus compañeras nórdicas. Claro, eran tan rubias… Se le notaba la pelambrera en las axilas y tenía el monte de Venus un tanto selvático. De muslos y brazos, mejor no hablar. Haadiya vio que se le acumulaba el trabajo…

  • ¿Qué?, ¿no os animáis los dos que quedáis?. Hace una temperatura estupenda y se está muy bien en pelotas, ¿verdad Site?.

Ella se rió y animó a Claire a probar.

Mientras, las dos vestales desnudas empezaron a preparar la cena de bienvenida de Haadiya. Se pusieron delantales. Desde la sala, las veían trajinar en la cocina. De espaldas, con las tiras del delantal y los culos al aire. Las gruesas tetas de Site, le salían por los laterales. Como el delantal de Haadiya sólo cubría de cintura para abajo, ella las mostraba al completo al mínimo movimiento. Sin duda, era una estampa más erótica que verlas desnudas sin más.

La situación hizo mella a las dos restantes habitantes del piso. Claire tenía los pechos duros, con los pezones verracos, por no hablar del humedal que le iba creciendo entre las piernas. Lo de Valéry era peor, aunque no tan evidente. Tenía el miembro más duro que una baguette de dos semanas y los huevos le habían subido hasta fundirse con el culo. Sólo el que su polla fuese de dimensiones, digamos, escasas, le permitió no mostrar un bulto delatador.

Claire meditaba, pasándose la lengua por encima del labio superior una y otra vez. Pensaba en lo vivido hace sólo un día con Haadiya, en los servicios del restaurante y en sus palabras y tomó una decisión: ¡sólo se vive una vez!.

  • Oye Valéry, creo que yo también me voy a despelotar. Puede ser divertido. Siempre he querido tostarme en verano en las playas nudistas de la Costa Azul o Canarias sin que me queden marcas y nunca me he atrevido. Empezar a quitarme los prejuicios aquí, entre amigos, me va a ser más fácil. ¿Te apuntas?

Mientras hablaba, se iba desprendiendo de la poca ropa que llevaba: vestido veraniego y tanga de algodón. Desde ayer mismo, había decidido hacer caso de su nueva y desenvuelta amiga y prescindir del sujetador por muchos años.

Cuando el único representante masculino la vio desnuda, le lanzó un silbido. Al oírlo sus compañeras, se giraron y al verla tan desnuda como ellas, la aplaudieron entre exclamaciones de ánimo.

  • Sólo quedas tú, le dijeron a coro.

  • ¡Yo no me voy a desnudar!. Estáis todas locas. No sé por qué hacéis caso a la nueva. No ha sido una buena idea aceptarla. Mirad dónde nos está llevando.

Le dejaron en paz y le pidieron que pusiese la mesa mientras ellas acababan con la cena.

Como los padres de Site eran naturistas de siempre, ella conocía bien el protocolo y les dijo que para estar desnudas, por higiene, tenían que coger una toalla cada una para sentarse e irla llevando a dónde fuesen, sin intercambiársela. Ella misma fue a buscar una para cada una de ellas al armario de la ropa de casa.

Fue una cena un tanto curiosa. Tres chicas guapas, muy diferentes entre ellas, desnudas, exponiendo sin tapujos sus cuerpos, junto a un chico vestido normalmente. Los cuatro, sentados en la misma mesa, cenando animadamente, hablando de todo un poco. El más cohibido, sin duda era Valéry.

Por la conversación que mantenían, Haadiya se daba cuenta que Valéry deseaba integrarse en el grupo y desnudarse como ellas. Como más avanzaba la tertulia y más vacías las botellas de vino, más claro le iba quedando que el motivo por el que no lo hacía, tenía un componente sexual inequívoco. Además, seguro que era lo que le generaba ese punto misógino y distante que mostraba en su relación con las mujeres.

Al acabar la cena, recogieron rápidamente la mesa. Haadiya decidió ducharse antes de irse a dormir. Las otras dos chicas se fueron directas a la cama.

Iba a entrar en el baño, cuando se dio cuenta que Valéry se le había adelantado. Al oír el sonido del agua de la ducha, se quedó unos instantes pensativa y con una sonrisa pícara en los labios, abrió un poco la puerta para decirle:

  • Cariño, veo que vas a ducharte. Yo iba a hacer lo mismo. Si no te molesta, paso y nos duchamos juntos.

  • ¡Joder, Haadiya,  sólo hace dos días que nos conocemos y me pides compartir la ducha!

  • Venga, Valéry, si lo estás desando. Además, no te voy a violar… si tú no quieres, claro…

Y entró sin más. La ducha ocupaba un lateral del amplio baño, separada del resto por un cristal transparente que hacía de tabique, dejando casi un metro para pasar. El piso de la ducha estaba cubierto de pequeñas losetas vitrificadas y las paredes, pintadas a juego con un grueso estuco veneciano y un barniz protector impermeable. La zona de aguas, tenía dos caños y en las tres paredes rinconeras una instalación de hidromasaje.

Al verla entrar, él se cubrió sus genitales con las manos, increpándola por su intromisión. Ella le miró a los ojos y viendo que la excitación que mostraban no se correspondía con sus palabras, hizo oídos sordos y se sentó en el inodoro con las piernas bien separadas para mear a gusto. Se iba a soltar, pero al darse cuenta de la expectación con que le miraba el coño, esperando que empezase a salirle la orina, cambió de opinión. Se levantó y se metió en la ducha.

  • Anda, Valéry, déjame un poco de espacio, le dijo, tomándolo suavemente por su cintura para apartarlo y a la vez pegarse a él y así poder compartir el agua que caía.

  • No te tapes más la polla y usa esas manos para enjabonarme. Empieza por la espalda y ve bajando hasta el culo, luego sigues por delante. Te prometo que después, te voy a dejar limpito y relajado. Ya verás cómo me lo agradeces.

Al ver que no reaccionaba, se dio la vuelta y dándole un piquito suave, le apartó las manos de sus genitales y las llevó a sus pechos. En ese momento, Valéry rompió a llorar.

  • ¡Mira que polla tengo!. ¡Es más pequeña que la de mi hermano de doce años!. Déjame solo, por favor. No soy capaz de dar placer a una mujer.

Ya sabéis que aunque sea joven, Haadiya es una chica sexualmente muy experimentada. Ha compartido multitud de parejas sexuales, buena parte de ellas hombres, como es de esperar, con todo tipo de miembros. A más a más, es una chica cariñosa y buena persona. Siempre procura dar una mano a quien la necesita.

Se dio cuenta enseguida de que más que un estigma físico, su problema era de inseguridad y falta de experiencia. De hecho, su pene, no era grande, pero tampoco muy pequeño. Aún sin conocerlo demasiado todavía, decidió que le iba a ayudar a convertirse en un buen amante, capaz de confiar en su capacidad para proporcionar placer a una mujer.

  • Querido, déjate de gilipolleces. Mira, no te voy a engañar: no tienes la polla como la de un actor porno, aunque, si yo te contara… pero he follado con bastantes tíos que la tienen igual o más pequeña que tú y te puedo asegurar que algunos de ellos me ha hecho disfrutar de más orgasmos de los que soy capaz de acordarme.

  • Déjate de chorradas y enjabóname el coño y las tetas. Cuando acabes, toma este gel íntimo y límpiame bien el culito por dentro y por fuera. Después, nos iremos a mi cama y vamos a pasar la noche juntos, muy juntos. Pero antes, déjame acabar lo que no me has dejado hacer en el wáter.

Se abrió de piernas, le tomó la mano, se la puso sobre sus labios vaginales y empezó a mear con ganas. Al notar el calor del orín en su mano, la polla de Valéry se puso tan dura como una estaca de madera vieja. ¡Había interpretado bien el fulgor de su mirada!.

Cuando ya no salían más licores amarillos de su coño, ella le enjabonó a fondo, centrándose sobre todo, en sus genitales. Eso, le produjo una nueva erección. Le apetecía regalarle en la ducha una de  sus sublimes mamadas, para ir abriendo boca, pero no hizo nada de eso. Justo al acabar de aclararse ambos, le tomó su miembro y le llevó, como si llevase un corderito al matadero, a su habitación.

Al llegar a la habitación de Haadiya, se percató que no le llevaban al matadero. ¡No podía existir un matadero tan placentero!.

  • Te voy a enseñar a dar placer a una mujer con tu cuerpo. Con tus manos, con tus piernas, con tus dedos, con tus labios, con tu verga, con tu lengua y sobre todo, con tu cerebro. Si te aplicas, voy a practicar contigo las enseñanzas de mi maestro. Vas a gozar tanto, que los paraísos más libidinosos que hayas podido imaginar, serán sólo tus primeros pasos en la rampa del infinito placer.

Esa noche, no durmieron. Las primeras horas las pasaron explicándole Valéry su vida sexual, o la casi falta de ella. Resultó que aún a sus veintidós años, tenía una experiencia ridícula con las mujeres. Nunca había tenido una pareja y los cinco o seis polvos de circunstancias con alguna chica inexperta, habían sido un desastre. Dos de ellas resultaron ser vírgenes y ni tan sólo salieron desfloradas del encuentro. Si ya tenía prejuicios, acabó totalmente frustrado.

Nunca se había atrevido a intentar algo con alguna de las “tías buenas” de l’ École o su entorno. Se decía que eran bastante experimentadas y él estaba sobrepasado por las comparaciones que harían con sus otros ligues. Resultado: matarse a pajas culpables durante una buena temporada y no pasar de restregones con chicas tanto o menos desenvueltas o pudorosas que él mismo.

Haadiya es una mujer inteligente, comprensiva y muy dulce. Aplicó sus cualidades innatas y las adquiridas a conseguir que su compañero de piso fuese un buen amante.

Primero, le pidió que se sentase en el suelo. Ella se sentó en un borde de la cama, frente a él y se abrió de piernas tanto como le permitió su elástico cuerpo. Le mostraba el coño en todo su esplendor. Sin vello alguno, como lo suelen llevar las mujeres de su entorno social en su país. Le explicó detalladamente la anatomía íntima femenina, los puntos y caricias que les resultaban más placenteras, los tiempos y cadencias, las reacciones que podía esperar de  su pareja sexual,…

Al acabar esta primera lección, le pidió que practicase todo lo hablado. Empezó acariciándole con sus dedos los labios y su clítoris. Lo hizo pausadamente, con delicadeza y perseverancia. Haadiya se iba excitando por momentos. Lo hacía realmente bien, para la poca experiencia que tenía. Le pidió que continuase aplicando el mismo tratamiento, pero usando sus labios y su lengua.

Como se imaginaba, con lo que le gustó tomar sus meados en la mano, nuestro aprendiz de follador, era un poco guarrillo. Ella ya tenía su vulva empapada, pero eso no sólo no coartó a Valéry, sino que le incentivó a comer conejo con más hambre. Lamió, acarició, besó, chupó y tragó todo lo que encontró por delante. El resultado, no esperado, es que ella se corrió como una cerda. De su fuente, manó abundante leche y miel y él lo disfrutó. Su nabo le creció como nunca, hasta quedar tan duro y vertical como el obélisque de la Place de la Concorde, aunque eso sí, de proporciones más modestas...

La maestra se lo agradeció con un beso tierno y pasó a la siguiente lección: como tratar las tetas de una mujer. Metódica como es ella, siguió una aproximación semejante a la aplicada para enseñarle a trabajar bien un coño. Los resultados no se hicieron esperar: ayudándose levemente, acariciando con sus propios dedos su vulva, volvió a tener un plácido orgasmo. ¡Resultó ser un alumno ejemplar!.

Había decidido que el método pedagógico consistiría en ir de las zonas más erógenas a las de menor intensidad lúbrica, dejando la penetración para el final. Siguió con los consejos sobre cómo acariciar, besar y lamer el resto del cuerpo de una mujer. Cuello, orejas, codos,… Dejó el cómo jugar con los pies y el agujero del culo para el final, ya que estaba convencida que a su pupilo, le iba a excitar demasiado y no quería que eyaculase hasta concluir la noche.

Finalizó la primera parte de la noche explicándole que, a según qué mujeres, les gustaba oír palabras fuertes mientras follan, a otras, recibir suaves azotes en el culo, otras… y a identificar a qué tipo pertenecía cada una de ellas, para así ofrecerles lo que más placer les podía dar. Luego, le habló de los hombres. Vio en sus ojos una reacción de, llamémosle, interés y dejó el tema para más adelante, aunque anotó en su mente que debía abordar su inexplorada bisexualidad.

Completó las explicaciones refiriéndose a que en un encuentro sexual, pueden participar más de dos personas, tres o más a la vez y el confuso placer que ella misma obtenía cuando disfrutaba de una orgía, o las especiales sensaciones que se dan en un intercambio de parejas, especialmente cuando se trata de parejas reales y estables.

Entonces, se tomaron un descanso de media noche. Los orgasmos que su alumno, inesperadamente, había conseguido arrancarle y el esfuerzo pedagógico llevado a cabo, la tenían exhausta.

En la cocina, tomaron un brick de zumo de naranja de la nevera y lo acompañaron con unos frutos secos. Sin más ropa que su propia piel, se sentaron en la mesa conversando sin pudor alguno sobre sus miedos y alegrías sexuales más intimas. Haadiya, con su empatía congénita, había conseguido en unas horas, provocar en Valéry ese “clik” que a veces, tardan meses o años en lograr buenos profesionales. Ahora, su compañero parecía otra persona.

  • ¿Ya te has repuesto?. Venga, volvamos a mi habitación que todavía me la has de meter. Ya tengo el coño mojado, esperando a tu polla bien dura.

Pasaron las cuatro horas siguientes follando como animales. Ella le iba dando consejos y él los aplicaba… o no.  La tendría pequeña, pero era un auténtico prodigio de la naturaleza. En ese rato, le llenó el chocho de espesos grumos de lefa, cuatro veces y seguía poniéndosele dura como una escarpia a los diez minutos. Con algo más de práctica y experiencia con otras mujeres, iba a ser un compañero sexual impagable.

Se levantaron de la cama sobre las diez. Como todavía no habían empezado las clases, Haadiya le convenció para que saliesen a tomar el sol en las tumbonas de la terraza. Valéry iba a ponerse un bañador, pero ella se lo impidió:

  • No seas mojigato. Has de perder el pudor de una vez y para eso más vale que completes el tratamiento intensivo que ayer iniciamos. ¡En pelotas!.

  • Pero preciosa, arriba vive la hija del casero y su pareja. ¿Qué van a pensar si nos ven así?. Su padre es un facha de mucho cuidado. Igual nos echa de aquí.

Ella sólo le miró y le indicó con el dedo que cogiese únicamente un toallón. Se hicieron unos humeantes capuchinos y con unos croissants que les quedaron del día anterior, se estiraron bajo el sol parisino.

Mientas estaban hablando despreocupadamente, vieron aparecer en una de las ventanas de la buhardilla una bonita cabeza rubia y al poco, la morena de su robusto acompañante.

  • Hola, Valéry. Veo que has decidido aprovechar el fantástico día para tostarte un poco. Nunca te había visto hacerlo y menos con un atuendo tan sexy. Nosotros siempre que podemos lo tomamos igual que vosotros, en la terracita de arriba. A mi novio, August, tampoco le gusta nada quedarse con las marcas del bañador. Por cierto ¿Quién es esa chica tan guapa que te acompaña?.

  • Hola Charlotte, Se llama Haadiya y es la que ocupa la habitación que nos quedaba libre.

Haadiya la saludó con un gesto de la mano, lanzándoles un beso a ambos desde su tumbona.

  • Veo que su llegada ha cambiado tus hábitos. ¿Porqué no subís a nuestra casa y desayunamos juntos?. August acaba de comprar croissants recién horneados. Así nos la presentas.

Hace sólo dos días, él habría puesto una mala excusa y se hubiese encerrado en su habitación. Con su recién estrenada seguridad en sí mismo, aceptó encantado.

Haadiya se puso sobre su piel un fino vestido de verano de Miu-Miu, con un bonito estampado de flores y las sisas generosamente abiertas, por las que mostraba los laterales de sus pechos sin ambigüedad alguna. Completó su atuendo con unas sandalias planas que dejaban todo el pie a la vista. Él se puso un niki y un pantalón corto y subieron al piso de arriba.

  • ¡Hola chicos!, les dijo Charlotte. Nunca habías venido a casa. Veo que ha de llegar una nueva compañera para conocernos mejor. Pasad.

A la vecina se le transparentaban las aureolas, tan oscuras, que no podía esconderlas bajo la fina camiseta que llevaba. Además por la sombra del pubis, se veía que también había dejado las bragas en el cajón. Él siempre había visto en su vecina una mujer seria y conservadora, pero la imagen que mostraba, no era lo que reflejaba. ¡Ay, cuantas cosas no sabía ver!.

  • Sentaos, vamos a desayunar. ¿Té, café?. Probad la mermelada de arándanos. La hace especialmente mi madre para papá, pero siempre acaba en nuestra casa. A él nunca le ha gustado, pero jamás se ha atrevido a decírselo a mamá.

Valéry no apartaba la vista de las tetas de la anfitriona. Charlotte se dio cuenta enseguida y miró a Haadiya con una sonrisa, ladeando la cabeza en dirección a su invitado. Riendo, ella le dijo:

  • Compañero, me estás poniendo celosa. ¿Es que no has jugado suficiente esta noche con mis tetas?. Si sigues taladrando con esa mirada las de Charlotte, le tendré que pedir que te las enseñe. ¡Tal vez entonces, podamos desayunar tranquilos!.

  • ¡Ja, ja, ja!. No me digas que nuestro hobbit del piso de abajo te ha metido mano. Por lo que sé de él, nunca me lo hubiese imaginado. Mira, hombre, mira, que de mirarlas no se gastan.

Charlotte, sin pensarlo dos veces, se sacó la camiseta y se quedó en pelotas.

  • El cochito no me lo puedes mirar, que no entra en el trato. ¿Te gustan mis tetas?. ¿Ya estás más relajado?. Venga, sentémonos y desayunemos de una vez.

  • Yo sí que puedo mirártelo ¿no?. Tienes unos labios preciosos, cerraditos, largos y carnosos. Además, me gusta como tienes escondido el botoncito del placer. Y los pelitos, tan rubios y así cortitos, bien recortados por los lados y dejando el coñito lampiño, me encantan. En mi país lo llevamos siempre bien depilado. Mira.

Y sin más palabras, Haadiya se levantó el vestido por delante, separó las piernas y mientras no dejaba de mirar a su vecina, se abrió los labios vaginales con el pulgar y el índice de la mano impura.

  • ¿Te gusta? Lo tengo un poco hinchado porque hace sólo unos días que ha acabado de bajarme la regla y sobre todo, porque este mosquita muerta, me ha estado follando toda la noche.

  • ¡Uuuuuuyyy!. Pero si sus compañeras siempre me dicen que liga menos que una iguana.

  • ¡Es que no me conocía!. Me han bastado dos días para convertirlo en un desvergonzado y excelente amante. Ya ves, ahora ¡hasta toma el sol en bolas a la vista de sus vecinos!

En esto que entra August. Venía con el torso desnudo y unos pantalones hindús, de esos con la entrepierna a la altura de la rodilla. Miró por un segundo los pechos de su mujer. Sería porque la tenía delante,  ya que en cuanto se fijó en que su nueva vecina iba sin bragas y con un bonito chumino al aire, bien abierto, no apartó la vista de su raja.

  • ¡Pero qué coño estáis haciendo, chicas!. ¡Mirad cómo me estáis poniendo!. Seguro que a nuestro invitado se le ha levantado, como a mí. Joder, Chatte, que esta noche he llegado a casa a las cinco y ya no nos hemos podido marcar ni un triste polvo. No me hagas esto, que no respondo. ¡Mira como está de buena la nueva!.

  • Siéntate a desayunar, que eres un salido. Aunque… si a ellos les apetece, a mi no me importa regalarnos un revolcón mañanero. Los cuatro…

  • Sabes, Haadiya, somos un matrimonio un poco pervertido. Sí, sí, estamos casados desde hace cuatro años y por la Iglesia, no te pienses, pero… a ambos nos tira el cuerpo y cómo no nos representa ningún problema separar el amor y el sexo, pues… el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

  • ¡Pero qué me dices!. Has encontrado los compañeros ideales. A mí me encanta disfrutar del sexo, con chicos y… con chicas. Nuestro amigo necesita practicar mucho con diferentes mujeres y tal vez… probar alguna nueva e insospechada experiencia. ¿Te animas Valéry?

El chico tenía el rostro más rojo que el chile picantón. Pero algo había cambiado en él de forma irreversible. No se lo pensó dos veces y aceptó el desafío con una risa contagiosa:

  • Vamos allá, ¡que por mí no quede!.

Todos rieron con ganas. Acabaron el desayuno entre toqueteos mutuos, explicándose, los tres iniciados, anteriores experiencias y anhelos, ante la mirada de pasmo de Valéry. Al acabar, Haadiya tomó a la pareja de las manos y dando un morreo libidinoso a Charlotte o Chatte, como la llamaba su marido, tiró de él.

Los cuatro pasaron a la habitación de la pareja, presidida por un una inmensa cama-futón de estilo japonés. A partir de ese momento, todo entró en un torbellino de sexo desenfrenado. Resultó que los anfitriones era una pareja de sátiros. Vivían de renta y su principal actividad era el sexo. Así como suena. Chatte, era un diminutivo muy apropiado: era una puta con todas las de la ley.

¡Qué más os voy a contar que no podáis imaginaros!. Estuvieron toda la mañana follando. Las dos chicas empezaron compartiendo sus bocas y acabaron degustando recíprocamente sus coños a bocados. Se corrieron tantas veces y tan intensamente que la cama parecía un estanque. Suerte que, fruto de la experiencia, tenían un protector impermeable bajo las delicadas sábanas de satén.

Cuando las chicas acabaron su fiesta particular, los chicos penetraron con dedos, vergas y lenguas todos los recovecos de los cuerpos de sus amigas y probaron otras tantas cosas, propias de los amantes con recursos. Lo que no se esperaba más de uno, es que August sacase la polla de Valéry del coño de su mujer, justo antes de que eyaculase y se la llevase glotonamente a la boca. Acabó con un trabajo oral de lujo y no dejó que se le escapase ni una gota de la lechada de su compañero. Pero, la cosa no acabó aquí.

Haadiya no se había equivocado al evaluar la dormida bisexualidad de su compañero de piso. Al acabar de correrse entre los labios de su nuevo amigo, éste último le dijo sin tapujos:

  • Venga, vecino, encúlame con ahínco. Tienes un buen rabo para romper culos. No muy grande, pero lo tienes duro a todas horas. Ponme lubricante y toma un condón, que para entrar por la puerta de atrás, siempre es necesario ir bien protegido.

La cosa acabó en una lúbrica melé de cuerpos, sin importar mucho si lo que lamía la lengua de unas u otros era un coño o una polla, ni si el agujero al que dar placer, estaba rodeado de finos labios o curtidos glúteos. ¡Una orgía en toda regla!.

Pasaron una semana increíble antes de empezar las clases. Por las noches, no sabían quiénes ocupaban las habitaciones. Charlotte y August pasaron tanto tiempo en casa de los jóvenes estudiantes como en la suya. El jefe de cocina del Dalí, pasó una noche compartiendo la cama con Claire y Haadiya. No llegó a tiempo de organizar la comida en el restaurante. Le dejaron tan exhausto, aunque eso sí, feliz como nunca, que decidió no volver a verlas. Otra noche como esa y perdía su trabajo.

La única que se controló algo, fue Site. No volvió a vestirse mientras estaba en casa, pero sólo se acostó con Claire i Haadiya, por separado. Como muchos de los naturistas convencidos, era una asceta en muchos aspectos y en el sexo, sin tener pudor alguno, tampoco veía correcto el desmadre. Su liberalidad, facilitaba el que no le representase problema el nuevo libertinaje que se vivía en el appartement, pero cuando le inmiscuía a ella, normalmente prefería mantenerse al margen.

El domingo antes de empezar las clases, a instancias de la propia Haadiya, tuvieron una reunión de compañeros de piso, de compañeros de sexo y de compañeros de estudios. El tema a tratar era claro: todos ellos eran buenos estudiantes y querían sacarse el curso con brillantez. Si seguían con el la recién descubierta prodigalidad sexual y al ritmo y desenfreno con que lo  habían practicado la última semana, aparte de acabar como unas piltrafas humanas, iban a enterrar el curso antes de empezarlo.

Visto lo visto, decidieron no volver a invitar a sus vecinos entre semana y controlar el desmadre follador en el apartamento. Sexo sí, pero con orden y sin excesos que les apartasen de atender sus actividades con normalidad.

Pasaron un curso maravilloso los cuatro. Se esforzaron en los estudios. Trabajaron duro para poder entregar los proyectos de la escuela a tiempo. Siempre vanguardistas y con la calidad necesaria para hacerse notar en el grupo de los mejores. Entre ellos se ayudaban y complementaban sus habilidades.

Site, encontró el tiempo y la voluntad necesarios para seguir entrenando con su equipo y ganar con ellos la Coupe de la Ligue femenina de esa temporada. Sin duda, era la que menos dedicación prodigaba a disfrutar del bonito e inmenso chocho con que la naturaleza había dotado a su cuerpo.

Pero no os penséis que iba de monja. De tanto en tanto, sonreía a Haadiya o a Claire antes de acostarse, proponiéndoles compartir las sábanas a alguna de ellas. A veces, traía una chica, un ligue de una noche. El poco tiempo del que disponía y lo mucho que imponía su cuerpazo, hacía que la mayoría, fuesen compañeras suyas del mundo del balonmano. Unas, amantes de Lesbos, pero casi todas, con un novio cornudo y desconocedor de la otra mitad de su pareja.

A lo largo del curso, no faltó un intenso folleteo entre ellos, ni con otros amigos o esporádicos compañeros, pero no quiero aburriros describiéndoos los muchos fines de semana o noches de placer que compartió Haadiya. Llegaron a constituir parte de la normalidad de los habitantes del appartement . Aunque…, tampoco puedo acabar este relato sin contaros al menos algunas experiencias singulares e inolvidables. Así podréis conocer de primera mano, como mi querida pupila es una inolvidable amiga de sus amigas y a la vez, una completa disoluta en busca del placer compartido.

Lo primero que os quiero relatar, aconteció la mañana de un desapacible domingo de invierno. Me apetece contároslo porque yo mismo participé y gocé tremendamente del juego del amor con tres de esos jóvenes.

Como ya os he dicho, vengo a menudo a París por negocios y con Haadiya estudiando en la ciudad, todavía paso más tiempo en ella. Muchas veces, sólo la llamo o quedamos para comer o cenar. Así puedo hacerle el seguimiento que esperan de mí sus padres, disfrutar de su conversación, de sus esperables anécdotas de l’École y de las que cada vez son menos predecibles, en la cama de alguno de sus amantes.

Algunas veces, me convence para pasar la noche juntos. Siempre insisto en lo viejo que soy para ella, pero tanto sabe camelarme, tanto placer me proporciona y tan felices son sus padres al saber lo que va aprendiendo conmigo, sobre el dar y recibir placer, que no sé negarme.

Cuando supo que iba a pasar una semana entera en París, me pidió que reservase una noche para ella. Por compromisos de trabajo, sólo quedaba la noche del martes. Esa noche, me llevó a cenar a un bistrot de estudiantes cerca de Montmartre y durante la cena, sin preámbulo alguno, me soltó:

  • Querido Taslim, hace más de dos meses que no me has dado por el culo y sin recibir amorosamente un pollón como el tuyo de tanto en tanto, iré perdiendo la capacidad de dilatar los esfínteres. Ya ves que te necesito porque sigo deseando poder tomar una verga como la tuya o la de mi padre y que mamá me haga correr llenándomelo con sus manos.

  • Quiero que cambies tu vuelo del sábado y que pases el domingo conmigo y un chico y una chica, compañeros de piso. Son encantadores y necesitan que les enseñemos juntos algunas cosillas. Te lo pasarás tan bien como yo y podrás tomar el avión por la tarde.

Obviamente, no pude negarme. Con cara de tonto y el miembro apretando sin descanso la pernera de mi pantalón, acabamos de cenar. Me llevó al “piso de follar” de sus padres, como ella lo llamaba y pasé dos horas inolvidables en los brazos de mi adorada niña. Al acabar, nos duchamos juntos y aprovechó para regalarme una de sus increíbles mamadas. No cejó hasta que me corrí, una vez más, en su boca. Entonces, en medio de besos guarros teñidos de blanco, me advirtió entre risas:

  • Abuelete mío, en los cuatro días que faltan, no quiero que te tires a ninguna de tus admiradoras parisinas. Tampoco ofrezcas tus habilidades a alguno de los amigos que compartís a veces con papá. Y, por supuesto, pajas, ni una. El domingo, he de quedar bien con mis amigos. Te quiero en plena forma.

El domingo, me esperaban los tres en el mismo piso. Cuando entré con mi propia llave, me los encontré desnudos en la sala, viendo una película pornográfica alemana que iba de sexo en grupo. Los tres tenían las manos es sus genitales, acariciándoselos con indolencia, sin buscar excitarse hasta llegar al orgasmo. Creo que lo que Haadiya pretendía, es que al llegar, viese de primera mano lo que ya había conseguido: que en su diccionario particular, como en el de ella, no existiese el significado de la palabra pudor.

  • ¡Hola Taslim!. Te esperábamos. Anda, desnúdate y acompáñanos cinco minutos. Luego nos iremos los cuatro a la cama de la habitación principal. Ya hemos preparado nuestros orificios para gozar de tus atributos sin problemas.

Hizo levantar a Claire, la inclinó hacia delante y le separó las piernas. A continuación, le abrió todo lo que daban de sí los labios vaginales y luego el ano, separándole con las dos manos los cachetes del culo. El chocho rezumaba sus propios licores y su culo… lubricante a mares.

Entonces, se rió y me presentó a Claire y Valéry con unas palabras que enardecieron mi ego e hicieron levantar sutilmente mis atributos, bien predispuestos desde que vi los jóvenes y bellos cuerpos de mis acompañantes.

  • Mirad, este es Taslim, mi tutor y en lo que a gozar del sexo se refiere, mi mejor maestro. Es una persona muy querida en mi familia. Os puedo asegurar que su pollón, es una leyenda entre los hombres y mujeres más influyentes de mi país y creo que también de algunos otros lugares…

En unos minutos, calientes por las fuertes escenas de la pantalla, pasamos a la habitación y comenzó el juego. Haadiya marcó el territorio frente a sus compañeros. Se comió mi miembro hasta llevarlo al máximo de su poderío. Cuando lo vieron sus dos amigos, se acojonaron. Una empezó a dar grititos cantarines y el otro, se llevó la mano derecha a la raja de su propio culo, mientras empezaron a caerle gruesas gotas de la frente.

Haadiya, sin más demora, se puso a lo que había venido. Llamó a Claire para que la ayudase con mi tranca y a mí me pidió que empezase a abrir el culo de Valéry a base de manos y lubricante acuoso. Viendo la cara desencajada de su amigo, le miró a los ojos, sonrió y le dijo:

  • Venga, no quieras ser más marica de lo que ya vas a serlo en unos minutos. No temas. Taslim no sólo no te va ha hacer daño alguno, sino que te va a dar tanto placer como nunca hasta ahora has recibido. Para que sea así, te hemos de preparar a fondo ese culito, neófito en tragarse barras de su calibre.

Ese domingo, disfruté de tres cuerpos jóvenes y bellos. Les aleccioné en aquello que la experiencia de un viejo en las prácticas del amor puede serles de más utilidad: las sutilezas del conocimiento del cuerpo, la mente y de aquellos deseos oscuros que tanto nos cuesta aflorar, pero que son los que nos permiten reencontrarnos con el yo verdadero y poder gozar sin los límites que nos impone la “normalidad” de otros.

Los tres probaron mi verga hasta enrojecer sus mucosas más recónditas. Sus cuerpos, desde los cabellos, ellos que aún los conservaban, hasta los muslos, acabaron bañados en una espesa mezcla de nuestros propios elixires, sin distinguir salivas, flujos vaginales o el fruto de las reiteradas eyaculaciones propias y de Valéry.

Todos obtuvimos un placer profundo y a la vez, de una intensidad poco habitual en un encuentro puramente sexual. Sin duda, unió a los tres jóvenes por mucho tiempo en algo más que una amistad verdadera.

La segunda escena que os quiero contar, ocurrió unos meses más tarde. Aprovechando un largo week-end , Asiya, la madre de nuestra protagonista, vino a visitarla a París. Como hacía tiempo que no se veían, quedaron en pasar unos días juntos en la finca de un anciano matrimonio, patriarcas de una adinerada familia francesa, con la que la casa de Al-Fahna mantenía importantes vínculos empresariales y una franca amistad desde hacía más de cinco generaciones.

Iban a pasar los tres días en el magnífico château que los ancestros de la familia francesa habían mandado construir a orillas del Loire a finales del siglo XVII. Como Site no tenía ningún compromiso deportivo ese largo fin de semana, Haadiya le pidió a su madre si podía acompañarlas:

  • Mamá, ¿te importa que invite a una compañera de piso? Ya te he hablado de ella, es la estrella del balonmano, Site.

  • ¿La quieres invitar para hablar y pasear, o para follar?

  • ¡Mamá! Ya sabes que para las dos cosas, pero creo que más lo segundo que lo primero. Además, es una chica impresionante, diferente. No te digo más, pero estoy segura que te va a encantar compartir la cama con nosotras. Venga mamá, ¡tengo muchas ganas de follar contigo, pero también con ella!.

  • Lo arreglaré, pero hemos de ser discretas. Los Gilledubois, no entienden lo mucho que se puede gozar del sexo de la misma forma que nosotros.

El día previsto, Asiya llegó al Charles de Gaulle en el vuelo de la tarde. Su hija tenía trabajo en la École y habían acordado que Mohamed, el chofer y hombre para todo, la fuese a recoger al aeropuerto. Mohamed, junto a su esposa y otro matrimonio, todos ellos originarios de la ciudad de los Al-Fahna, cuidaban de sus residencias parisinas. Posteriormente, pasarían a recoger a Haadiya y Site en el appartement de la Rue de Nevers.

Al llegar al edificio donde vivía su hija, dado que era imposible aparcar, Asiya envió a Mohamed a dar unas vueltas con el coche mientras visitaba el piso. Llamó al portero electrónico:

  • Haadiya, querida, ya estoy aquí.

  • ¡Mamá!. Venga sube que te estamos esperando.

Tomó el viejo ascensor y subió en él hasta el sexto piso. Su hija ya la estaba esperando risueña en la puerta.

  • Cuantos días sin verte mamá. ¡Ya te echaba un poco de menos!

  • ¿Sólo un poco?

  • Es que, entre que tengo un montón de trabajo en l’ École durante el día y que mis compañeros de piso son muy simpáticos y con ellos no tengo tiempo de aburrirme en las noches…

  • ¡Serás sinvergüenza! No me digas que no añoras ese punto perverso que nos da el jugar juntas de tanto en tanto.

Mientras mantenían la conversación, se acariciaban sutilmente por encima de su ropa, hasta que dándose un piquito cariñoso, dieron por finalizados los saludos. Pasaron al interior y Haadiya le enseñó el appartement a su madre y le presentó a sus tres compañeros.

Cuando le llegó el turno a Valéry, se lo presentó con éstas palabras:

  • Éste es Valéry. Es un chico maravilloso, estaba un poco verde cuando llegué, pero tomé como un reto personal completar su formación mundana y ahora, como ya te debe haber contado nuestro buen Taslim, es uno de los mejores amantes que tengo en París. Nuestras amigas y también alguno que otro de nuestros amigos, se disputan el poder compartir con él una fiesta desenfadada.

Mientras escuchaba estas palabras, la cara de su compañero viraba de un moreno “pijo” a un rojo “tierra trágame”. Al verlo, Asiya le dijo:

  • Pero hombre, no te pongas así. ¡Si la que le ha enseñado a disfrutar de su cuerpo he sido yo!. ¡No me dirás que no se ha convertido una putita encantadora!. Ya casi es tan guarrilla como su madre. Anda, enseñadme la casa.

Juntos le enseñaron la casa. A Asiya le gustó mucho, especialmente la discreta terraza y así se lo dijo.

Cuando ya daban por acabada la visita, llegaron Claire i Site. Su madre las saludó con un piquito a ambas, lo que sin duda, descolocó especialmente a Claire. No tanto por el atrevido beso, sino por lo que implicaba: sin duda la madre de Haadiya conocía hasta dónde llegaba la relación entre ellos…

Como Site lo tenía todo preparado, se despidieron y las tres bajaron a la calle. Haadiya no se ahorró un morreo en toda regla a sus dos compañeros que se quedaron en el piso y su madre, al verlo, les dio un tratamiento similar, tomando con su mano uno de los pechos de Claire. Todo ello, sin dejar de exhibir su mejor sonrisa socarrona.

El chofer ya las esperaba con las puertas delantera y trasera de la lujosa berlina de la familia abiertas.

  • Iremos las tres detrás, Mohamed, le dijo Asiya al verle. Deja su equipaje junto al mío y vámonos antes de que el peripherique se ponga imposible.

Pasaron las tres al asiento trasero, pero cuando Mohamed vio que su señora ocupaba la plaza central, sin suda la menos cómoda, la increpó con estudiada mesura:

  • Señora, creo que irá más cómoda delante, o si lo prefiere, escoja al menos una de las butacas laterales. Aunque sean unos 190 Km, con el tráfico que hay, el viaje durará entre tres horas y tres y media y ellas son jóvenes.

  • Venga, Mohamed, toma el volante y ponte en ruta antes de que me sienta ofendida por tratarme de vieja. Además, como para ti ya soy una mujer caduca que no merece ni ser contemplada, harás el favor de girar el retrovisor interior para no ver mi cara decrépita.

El chofer se quedó con la cara más blanca que una estatua de mármol de Carrara. Deshaciéndose en excusas y disculpas, ocupó su puesto rápidamente y arrancó el vehículo.

Mientras circulaban por las calles de la ciudad, estuvieron hablando animadamente de su trabajo en l’ École , de la carrera deportiva de Site, de las últimas tendencias en el maquillaje… y de tantas otras cosas que podían compartir tres mujeres.

Al acabar la Avenue du Général Leclerc, salieron de la ciudad por la Porte d’Orleans y tomaron la A6. Entonces, Adiya manipuló los controles del sofisticado sistema de audio del vehículo. Elevó el volumen de forma casi exagerada en la parte delantera, ocupada exclusivamente por el conductor y redujo al mínimo el de la zona trasera.

Reclinándose de forma indolente en el asiento, llevó su mano al interior de los muslos de Site, iniciando una suave caricia hasta llegar a su sexo. Cuando su mano se topó con unos abultados labios vaginales, húmedos y desprovistos de braguitas, se giró hacia ella y le dijo boca-oreja:

  • Querida, veo que vas muy preparada para un week-end intenso. ¿Siempre llevas el chocho al aire?

  • Tu hija me ha dicho que contigo al lado, no llegaríamos a medio camino sin que me hubieses metido unos cuantos dedos en el coño y como soy una buena chica… pues… he decidido facilitarte el trabajo.

  • Ya me ha contado Haadiya que eres una gran bollera con recursos. Este fin de semana, lo dedicaremos a gozar las tres chicas solas, sin hombres, como a ti te gusta. Aunque ya sabes que tanto a mí como a mi hija, nos gusta igual o más, corrernos con una buena polla entre las piernas que saboreando un chumino. ¡Hay que aprovechar todo lo bueno que nos da la vida!.

  • ¡Joder!. Tienes un coño inmenso y muy jugoso. Tírate hacia delante todo lo que puedas. Quiero meterte todo lo que te quepa. Hasta el codo, si puedo.

Mientras, Haadiya las oía, reía y se tocaba con fuerza desde el capuchón del clítoris, hasta el final de los pliegues anales. Deslizaba su mano plana, encima de sus bragas, una y otra vez. Arriba y abajo. Abajo y arriba.

Como quería sensaciones más fuertes, deslizó las bragas hacia las rodillas y se las sacó pies abajo. Separó los muslos y pinzó con dureza el grueso botón de su clítoris con el pulgar y el índice de su mano izquierda. Lo apretó y lo hizo rodar entre sus dedos, hasta llegar a ese punto dónde se confunde el inicio del dolor con el placer extremo.

Tenía una mano libre y como no quería desaprovecharla, la envió a separar los muslos maternos. Ella no sólo consintió, sino que la ayudó, manteniéndolos abiertos en un generoso ángulo, aunque sin forzar la postura. Su hija, al darse cuenta que no los iba a cerrar, tomó la mano de Site y la depositó, junto la suya propia, sobre la parte más alta de los muslos de su madre.

Asiya siempre viste de forma elegante. Como en otras muchas ocasiones, llevaba un fino collant de Gerbe, color ala de mosca, sin costuras ni protector en la entrepierna.

  • Chicas, acariciadme el coñito por encima del panty. ¡No he sido tan previsora como Site!, pero no voy a hacer un número en el coche para quitármelo. Esta noche os dejaré comerme el chocho al natural tanto como queráis. No os vais a quedar con las ganas.

Dicho esto, todas volvieron a su tarea: Asiya no paró hasta introducir prácticamente toda su mano en la generosa vagina de Site. Las dos chicas, revolotearon con las suyas sobre la zona genital de la madre hasta conseguir arrancarle un pequeño orgasmo. Suerte que la tapicería era de cuero y fue fácil limpiarla con unos pañuelos de papel, porque si hubiese sido de tela, habría quedado tan calada e impregnada de olor a sexo, que se tendría que cambiar el asiento para poder usar el vehículo normalmente.

Pasaron tres días inolvidables en el château familiar, disfrutando de las atenciones que sólo pueden proporcionar unos anfitriones habituados a un lujo discreto desde muchas generaciones. Para Asiya y su hija no era nada nuevo que no viviesen cotidianamente, pero para Site, representó conocer un estilo de vida que sólo podía imaginar por las revistas del corazón.

Asiya había hecho mover sutiles hilos entre las amas de llaves para que las dos chicas compartiesen una habitación contigua a la suya y ambas, estuviesen comunicadas entre ellas, como era habitual en muchas ocasiones en los palacios y châteaux de esa época.

Aunque todas las camas amanecieran desechas, sólo una había soportado el peso de las tres mujeres. Tuvieron dos noches de sexo desenfrenado entre las tres. Comieron, bebieron, lamieron, penetraron y acariciaron sus cuerpos sin restricciones. Disfrutaron de las caricias tanto bajo el agua de la ducha, como sobre las sábanas de satén o encima de mullidas alfombras.

Dado que Haadiya no es amante de degustar los chorros dorados sobre su anatomía, dejó que Site y su madre los compartiesen cada vez que la vejiga de una de ellas reclamaba evacuar y disfrutaban de la necesaria intimidad. Sabía que su madre era la más guarra, pero pudo comprobarlo en vivo y en directo una vez más, cuando estirada en la bañera, con la boca bien abierta, le pedía a su amiga:

  • Site, cariño, vacíate en mi boca, dame ese aromático elixir amarillo, bien calentito.

Mientras Asiya recibía esos chorros de oro líquido que tanto apreciaba, ella misma se restregaba el chocho enfurismadamente con su mano derecha. Descubrió un cepillo de crin para exfoliar la piel y dándole la vuelta y se lo introdujo dentro del coño por el mango sin compasión, deslizándolo enérgicamente hacia adentro y hacia afuera de su sexo sin parar.

Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, se levantó rápidamente, dejando el cepillo colgando de su prieto coño. Todavía tenía la boca llena de los meados de la compañera de piso de su hija. La cerró con fuerza y no la volvió a abrir hasta que pudo morrearse con ella, devolviéndole sus propios elixires, que ambas compartieron con una viciosa sonrisa.

Mientras se comían los labios y sus lenguas degustaban tan guarro manjar, Asiya trataba de introducir una mano por delante y otra por detrás a su joven y puerca compañera de juegos y ésta metía y sacaba sin descanso el cepillo del entrenado chumino de la madre de su amiga. Haadiya se lo miraba con cierto asco, no exento de lujuria, avariciándose sus labios vaginales con parsimonia.

Todo acabó de golpe al alcanzar las dos amantes ocasionales un sonoro e intensísimo orgasmo. Ambas cayeron al piso de la bañera entre estertores y placenteras convulsiones. Fue tan intenso que más bien parecía un ataque epiléptico compartido, pero la realidad era otra y no requirió intervención médica…

Después, Haadiya las ayudó a lavarse, acariciando sus cuerpos con indolencia. Las secó, una después de la otra y quitándoles las toallas, hizo que se estirasen sobre ellas en la cama. Les dio un masaje reparador, aplicándoles amorosamente una crema hidratante por todo el cuerpo. Al acabar, se estiró entre las dos y les pidió:

  • Venga gandulas, habéis hecho todas las porquerías que habéis querido hasta correros como cerdas, pero yo todavía sigo con las ganas. Hoy no he gozado ni una sola vez y ya casi son las diez de la mañana. Mamá, cómeme el coñito. Site, cariño, trabájame las tetas.

Pero sólo obtuvo lamentos por respuesta:

  • Preciosa, estamos desechas. Lo siento. No respondo de mi cuerpo.

Se abrazaron entre ellas dos y se durmieron cual bebés.

Haadiya, excitada y sin encontrar quien le bajase la calentura, cubrió sus cuerpos con la sábana, se levantó y rebuscó entre sus cosas el grueso vibrador fucsia que le había regalado su padre antes de irse a París.  Se sentó espatarrada en el sillón Luís XV que había enfrente de la cama y se masturbó con él hasta correrse dulcemente.

Durante los dos días siguientes, hasta su vuelta a París, descansaron de día, recorrieron la impresionante finca familiar y visitaron los encantadores pueblos vecinos. Follaron sin descanso al anochecer, al despertar y durante la noche. Site descubrió nuevas formas de disfrutar del sexo con una mujer experimentada cuyos límites eran prácticamente inexistentes. Asiya encontró una compañera de cama tan lujuriosa y guarra como ella.

Haadiya también descubrió sin querer que detrás de gente virtuosa, muchas veces se esconden vicios inconfesables. Como su madre y Site se habían convertido en amantes inseparables circunstanciales, superando algunas veces sus límites de lo bizarro, ella no siempre compartía sus juegos.

La noche del domingo, las dos más guarras querían practicar un fisting anal, sin importarles demasiado su falta de higiene previa. Ella decidió que no deseaba, ni participar, ni sufrir de cerca los hedores propios de las circunstancias. Optó por relajarse haciéndose una paja en la terraza de su habitación. Cogió su bolsa de los placeres solitarios, se desnudó del todo, salió a la terraza, se reclinó en una de las chaisse-longue y tomando el dildo que mejor le pareció, entró en materia.

A los pocos minutos, observó como desde la terraza de la habitación principal, había alguien que la observaba disimuladamente. Cuando vio que se trataba de la anfitriona y que no se apartaba, hizo como si no la viese y siguió con sus quehaceres de forma ostensible durante más de veinte minutos, alternando sus juguetes sexuales, hasta que se corrió muy a gusto bajo la luz de la luna y la mirada de la anciana señora de la casa.

Se quedó estirada, relajándose, cinco minutos más y decidió entrar a ver qué guarradas hacían Site y su madre. Al levantase, pudo distinguir en una de las esquinas de la terraza principal a la señora de Gilledubois en lo que le pareció una posición muy poco decorosa. Como es una chica curiosa por naturaleza, decidió ir a verlo más de cerca.

Decidió espiarla sin revelarse. Se puso una camiseta y salió camino de la habitación que usaba uno de los hijos de la señora cuando venía de visita. En uno de los laterales, tenía un balcón colindante con el extremo opuesto del que ocupaba en su terraza la anfitriona de la casa. Saltó sigilosamente a la terraza y se colocó al lado izquierdo de la señora, protegida por la oscuridad y las exuberantes plantas que decoraban esa zona de la terraza.

Lo que vio, realmente le impactó. A pesar de su juventud, Haadiya es una chica curtida en la vida y en el sexo, pero no estaba preparada para contemplar la escena que veían sus ojos. Malenne du Gilledubois, es una aristocrática señora de casi ochenta años de edad, elegante y sofisticada, conocida por su rectitud moral.

Encontrársela estirada en el extremo de una tumbona, con su bata de seda completamente abierta y con el fino camisón de batista arremangado por encima de su ombligo, con las piernas tan separadas como le permitía su edad, sujetando los labios de su coño con el pulgar y el índice de su mano derecha, para abrírselo lo más posible y que “Loló”, su caniche preferido, pudiese lamérselo con mayor aprovechamiento, no entraba en su imaginario.

El que la respetable señora, además, llevase el pubis completamente depilado y decorado con el tatuaje de un pequeño sátiro, no encajaba en la imagen más laxa que ella podía hacerse de su anfitriona.

Se dio cuenta enseguida de que Loló estaba perfectamente entrenado para la tarea que realizaba con tanto esmero y que esa práctica, y a saber cuáles otras, eran habituales en esa casa. Entonces, le vino a la mente una pregunta: ¿Lo sabían sus padres?. Y otra más: ¿Mantenían una relación que iba más allá de la ancestral amistad entre las familias?. Y…

Si me hubiese hecho a mi, Taslim, hayib de la casa de Al-Fahna ya desde los tiempos de su abuelo, esas preguntas y tantas otras, sin duda se las hubiese podido responder, aunque no lo hubiese hecho. Todos tenemos nuestra zona oscura y así debe permanecer si no somos nosotros mismos quienes queremos mostrarla.

Mientras nuestra lúbrica Haadiya estaba sumida en esas reflexiones, a Malenne, porque después de verla en esa situación, ya podemos llamarla por su nombre de pila, le llegó el orgasmo.

No un leve estertor y un suspiro de conveniencia, como podía esperarse de una mujer de su edad todavía con ganas de disfrutar, en lo que se pueda, de su cuerpo. No, nada de eso, se corrió con todas las de la ley, relinchando como una yegua en celo cubierta por su semental, mientras su perro no dejaba de lamerle el coño con ahínco y ella se restregaba los dedos de una mano en su clítoris y se machacaba los pezones, metiendo la otra mano en el escote de su camisón.

A Haadiya le costó poco levantarse la camiseta y hacerse un dedo a la par que crecía el placer de la señora. Sólo tardo unos segundos más que ella en conseguir su orgasmo. Se relajó y se marchó hacia su habitación con dos lecciones aprendidas: para el sexo, en general, las personas no somos lo que aparentamos ser a simple vista y… ¡joder!, una puede disfrutar del cuerpo hasta… ¡y eso le gustó!.