Haadiya: Tradición y sexo en la familia (1 de 3)
Yo, Taslim, hayib de la gran casa de Al-Fahna, os voy a relatar como la primogénita Haadiya, se marchó (casi) inocente a París para completar sus estudios de arte y volvió doctorada en las más sublimes artes del sexo.
Una erótica y tierna historia, debe ser contada con la necesaria atención. En ésta, además, se dan abundantes escenas de tórrido sexo y lujuria, que bien merecen ser recogidas. Por eso, he dividido el relato en tres capítulos:
- 1.La casa de Al-Fahna. Los placeres compartidos. La voluptuosa adolescencia de Haadiya y su explosivo despertar sexual.
- 2.Haadiya se va a estudiar a París. Lujo y desenfreno con sus amigos y…con los de sus padres. Sexo, estudio y definitivo entierro de todos los tabús.
- 3.Su vuelta a casa revoluciona los placeres en familia. Una mujer cosmopolita que disfruta de su cuerpo y hace disfrutar a los demás.
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Al nacer, mi madre me puso el nombre de Taslim, que en nuestra lengua significa “sumiso”. Ocurrió en el año 1934 o 1935 y se lo recomendó uno de sus amantes, fuente de parte de los escasos ingresos ocasionales con que malvivíamos. Le dijo que como nací hombre y no podría continuar la saga familiar de meretrices, sería un buen indicador del camino por el que debía discurrir mi vida para no morir joven.
Afortunadamente, ya al despuntar mi pubertad, hice gala de dos atributos que permitieron mejorar notablemente mi existencia. La gracia divina había dotado dos de mis órganos de unas características fuera de las habituales: mi pene era uno de los mayores que se recordaban en la región, por no decir en el reino y mi cerebro tenía una memoria y facilidad para la aritmética prodigiosas.
Mis atributos sexuales, más que mis capacidades intelectuales, corrieron de boca en boca, hasta que llegaron a oídos del gran Nazih Al-Fahna, abuelo de Haadiya, nuestra protagonista y patriarca de la casa que desde hacía un milenio llevaba su nombre de familia y era dueña de buena parte de aquellos negocios y propiedades del país que no estaban en manos del monarca.
El que eligió su nombre, no estuvo muy inspirado, ya que Nazih no tenía nada de puro. Hasta tres días antes de su muerte, ya a edad avanzada, dos veces al día gustaba que le perforasen sus entrañas jóvenes efebos bien dotados, siempre probadamente heterosexuales, ya que le horrorizaba que alguien pudiese pensar que tenía inclinaciones homosexuales. Tres de sus cuatro mujeres les ponían a punto sus penes mientras Arub, la preferida, se encargaba de preparar y lubricar su culo.
Sólo copuló con ellas estando en periodo fértil y hasta que le dieron tres hijos varones. Nunca más probó hembra. Era un hombre extraño, del que nunca se conoció que tuviese un solo orgasmo.
Un día mandó llamarme. Calculo que tendría unos quince o dieciséis años. Al llegar a palacio, me bañaron, me perfumaron, me vistieron y me llevaron a su presencia. No sé para qué tantas molestias, en cuanto me vio, me mandó desnudar y al ver lo que me colgaba entre piernas, sonrió libidinosamente. Llamó a Arub y a otras dos de sus mujeres.
Aunque yo era de erecciones fáciles y largas, mi estado de ansiedad no favoreció una rápida y dura respuesta, pero sus nobles mujeres conocían mejor que mi madre el arte de enderezar al jorobado, prodigando a mi miembro y sus aledaños dulces caricias con sus enjoyados dedos y sus desnudas lenguas. Como mandan nuestras costumbres, se cuidaron mucho de no enseñar ni un ápice de su cubierto cuerpo.
Mientras, en medio de la sala de recepciones, un sirviente desnudó de cintura hacia abajo al señor Nazih que se arrodilló sobre un rico cojín, con los antebrazos descansando cómodamente en el sillón principal. Otro, trajo diversos ungüentos, le separó delicadamente sus glúteos y Arub, después de dar una preocupada mirada a mi inmenso pene, ya completamente erecto, inició la preparación de su ano introduciendo sabiamente su lengua bien ensalivada en él.
La enroscaba, la introducía y volvía a sacarla, más saliva, dentro, fuera, otra vez, hasta que el patriarca inició una tímida erección y dijo: basta! Era un hombre casto. Entonces, el mismo sirviente que los trajo, lubricó su ano con uno de los ungüentos. Arub le dijo algo al oído, señalando mi falo y volvió a untar el culo de su amo hasta el fondo, lo que incomodó a su señor, pero sin duda le evitó males mayores. Me iba a recubrir mi pene con otro de los ungüentos, pero Arub, con el vicio escrito en la cara, le paró, tomó el frasco y me untó ella misma el miembro completamente, frotándolo hasta acabar con el contenido del frasco.
Me dijo que era el momento de introducir mi falo en el ano de su esposo. Toda tu polla, me recalcó. Yo nunca había enculado a nadie y menos a uno de los señores más importantes del reino, por lo que desconocía el protocolo en estos casos. Me acerqué, cogí el pene, apunte y me dejé caer hasta que mis limpios vellos se fundieron con su culo.
Al ver que no dominaba el noble arte de la sodomización, Arub se me acercó y me susurró: muévete como si estuvieses cubriendo a una mujer y no pares hasta que te hayas corrido. Inocente de mí, yo le pregunté ¿Cuántas veces, señora?
¿Pero acaso crees que podrás más de una con éste zamarrón inerte?. Todas las que puedas, insolente, me respondió.
No pude cumplir sus instrucciones, porqué al completar mi cuarto orgasmo, el señor tuvo una erección e inmediatamente me mandó vaciar su culo. Me tomó su tiempo, dada las dimensiones de lo que tenía que sacar, pero acabó saliendo, entre bufidos y miradas de incredulidad de los servidores presentes y de insano vicio de sus mujeres. Le quedó el boquete más ancho que el oued Oum er Rbia.
Creo que el señor Nazih me cogió aprecio y para no hacerme ir y venir cada día de mi aldea para realizar mis funciones, me tomó como uno más de sus servidores personales. En esta decisión, sin duda, influyeron los insistentes consejos de sus esposas.
Mi señor era sabio y justo. Después del nacimiento del tercer varón y último de sus hijos, no le dio trato sexual alguno a sus cuatro esposas. Conociendo las necesidades de una mujer joven y sabiendo que no podía exigírsele a una mujer la fortaleza que él demostraba en la contención de su líbido, estipuló que desde ese momento, yo las complaciera sexualmente para así no provocar actos que pudiesen generar habladurías o cosas peores.
Nos reunió a ellas cuatro y a mí en una habitación sin uso: sólo la había utilizado dieciséis veces para preñar a sus esposas de sus once hijos. Estaba situada entre el ala de palacio destinada a las habitaciones de las mujeres y la suya. Nos impuso tres condiciones: ningún otro varón podía compartir sus cuerpos, en ninguna circunstancia podía preñar a ninguna de ellas y nadie más que los seis presentes podía tener conocimiento de ello.
Nos dejó bien claro que respondíamos con nuestra vida del complimiento de sus condiciones y nos indicó que usásemos la cámara en que nos habíamos reunido, ya que por un lado era la apropiada para la función y por otro, sumamente discreta. Años más tarde descubrí otro motivo: nos espiaba desde sus aposentos mientras se pajeaba de forma inmisericorde, eso sí, sin llegar nunca a correrse.
Aparte de mis obligaciones para con mi señor, esas cuatro mujeres me exigían mucho. Todas ellas habían desposado sin conocer varón. No sé como consiguieron ser más expertas y desvergonzadas en las lides sexuales que una odalisca que llevase veinte años satisfaciendo a los hombres más viciosos.
Normalmente, me hacían llamar después de que un compañero o yo mismo, porculizara a su amado esposo. Me recibían siempre desnudas. Mantenían un singular buen hacer entre ellas, sin odios ni prevalencias, sólo con ganas de disfrutar con manos y bocas de sus coños y anos.
Mi cometido era simple, aunque no sencillo: Darles todo el placer que podían obtener de mi falo en sus coños y en el caso de Arub, en su culo, ya que su raja la reservaba para sus compañeras y para los cuatro coitos que mantuvo con su venerable esposo. Cuando ya no se me mantenía por más tiempo erecto, lo cual, ciertamente, tardaba en producirse, me despachaban agradecidas y continuaban jugando animadamente entre ellas con sus juguetes de porcelana, marfil o madera de cedro, siempre recubiertos de los más finos aceites aromáticos y calentados previamente al baño maría.
Posteriormente, tomaban un hammam acompañadas de sus sirvientas personales, que aparte de cuidar su piel y su pelo con las más delicadas especias y ungüentos, les repasaban su completa depilación y les daban un masaje intenso, finalizando con unas íntimas caricias de carácter terapéutico, en sus pechos y genitales hasta lograr que experimentasen el orgasmo.
Dos meses después del inicio de mis nuevas obligaciones, ocurrió un suceso que habría de cambiar definitivamente el curso de mi vida. Mi señor estaba en la principal de sus extensas fincas de cítricos para la exportación, una actividad pionera en esos días en nuestro país. Yo le acompañaba. Le gustaba ser sodomizado al finalizar la tarde y no estaba seguro de poder encontrar un joven adecuado en esos parajes.
Los frutos estaban listos para iniciar su recolección y le era preciso determinar ese mismo día la cantidad de frutos que se recogerían. Tenía que decidir si podía aceptar o no un importante contrato oficial que le haría ganar una fortuna, pero que fijaba escrupulosamente la cantidad y plazos de entrega. Las toneladas fijadas parecían algo superiores a las que produjo el año pasado la finca, el tiempo de recolección que emplearon en la anterior campaña era casi un mes más que el que preveía el contrato para la entrega. El incumplimiento conllevaba unas penalizaciones tan elevadas que no solo podían hacer que no ganase nada, sino que implicarían perdidas desastrosas.
Sus contables e ingenieros agrícolas, le dijeron que era imposible hacer una estimación en menos de una semana, dado el número de parcelas de la gran finca, las diferentes variedades, años y marco de plantación y tantas otras cosas.
Cuando señor, que era codicioso, pero también prudente, iba a decidir renunciar a ese contrato extraordinario y venderlo por lotes a los mercados interiores y a los intermediarios de la antigua metrópoli, me miró mientras yo observaba concentrado los cerros existentes a lado y lado de la finca y los naranjos cercanos.
- ¿Qué miras con tanta atención, Taslim? ¿Mi frustración por perder un contrato muy jugoso por tener trabajadores incompetentes?
Pensé sólo un segundo las posibles consecuencias de lo que le iba a decir y me decidí:
No, mi señor. Estaba pensando si sería posible obtener el resultado que usted desea, usando el método que siempre han aplicado mis vecinos pastores para calcular cuanta lana obtendrán del trasquilado de un gran rebaño. He llegado a la conclusión de que sería posible. Creo que en unas seis horas le podría dar la cifra con un error menor del tres por ciento.
Para ello, necesito un sextante como el que tiene el señor ingeniero, unas decenas de metros de finas cuerdas y hombres, carros, las cuatro básculas disponibles, tizas o pintura blanca y unos dados.
Mi señor Nazih, me dirigió una mirada que no sabía si era de incredulidad, de asombro o sencillamente de desprecio por mi insolencia. Pero sólo me preguntó:
¿Estás completamente seguro de que puedes hacerlo? Si es así, tienes cuatro horas y media, ya que quiero que me porculices antes de que se ponga el sol. Las condiciones serán éstas: Si tu cifra resultante es la correcta, será una gran proeza y te nombraré mi contable jefe. Si manifiestamente no lo es, te cortaré tus genitales y los daré de comer a mis perros de caza. Es tu última oportunidad para me olvide de tu impertinencia.
No, mi señor, acepto el reto y las condiciones que me ha impuesto.
Utilicé lo que luego he sabido que se llama estadística y mis vecinos llamaban “oveja por diez y lana por veinte” para hacer el cálculo. Tomé las distancias triangulando las extensiones desde las colinas, usando el sextante (que más tarde descubrí que no era tal…) y las cuerdecitas, hice contar los árboles de las zonas seleccionadas y recoger y pesar todos los frutos de los arboles con marca blanca, determinados por los dados. Sin papel alguno, iba procesando los resultados que me iban llegando.
Habían pasado cuatro horas y un cuarto cuando determiné el número que se obtendría de la finca y se lo fui a comunicar al señor Nazih. Me dio un papel y un lápiz y sólo me dijo:
- Escríbelo aquí.
Me puse a temblar y ya viendo mis testículos y mi chorizo en la palangana de los perros, le dije con voz entrecortada:
Mi señor, no sé escribir. Llamó a uno de sus contables y me increpó:
Dile el número y él lo apuntará.
Sin vacilar le dije: cuarenta y seis millones doscientos ochenta y cuatro mil trescientos veinticuatro frutos. El contable me miró con cara de haber visto a un loco y apuntó la cifra.
El señor, rió ásperamente y me dijo ¿Me quieres tomar por tonto? Para que me sirve saber cuántos frutos recogeré. Necesito saber las toneladas! Le pedí al contable que era eso de las toneladas y él me dijo, tomándome por un completo ignorante y disfrutando por anticipado del budín que los perros de su amo iban a degustar a costa del vano intento de entrometerme en su privilegiado mundo.
Es una medida de peso, presuntuoso idiota ignorante.
En mi región los pesos se cuentan en quintales y onzas reales, señor. Cuando llegué a entender cuantos quintales y onzas de los nuestros, porque al parecer hay varios tipos de esas medidas para complicar las cosas, cabían en una tonelada, le dicté:
Escriba señor: siete mil setecientas cincuenta y seis toneladas, tres quintales y seis onzas. Cuando acabé el dictado, mi señor y yo vimos transformarse el color de la cara del contable y del ingeniero que se nos había acercado y quedar sus ojos más abiertos que los de un pez.
Mi señor remiró el contrato y dijo sorprendido: Nuestro dios es grande! La cifra calculada por nuestro buen Taslim es superior a la exigida en cuatrocientas cincuenta toneladas. El ingeniero añadió en voz casi imperceptible: Amo, el año pasado calculamos que se recogieron un poco más de siete mil trescientas.
- Taslim, el año pasado tardaron dos meses y medio en recoger todos los cítricos y debemos hacerlo en seis semanas. ¿Lo crees posible?
Mirando de reojo a los señores contable e ingeniero y armándome de un valor que no tenía, le contesté:
- Mi buen señor, creo que con otras maneras de hacer, con los hombres y animales de tiro suficientes y las carretas existentes sería posible, pero necesitaría conocer mejor los medios de que dispone la finca para poder darle una respuesta sólida.
El señor Nazih se dirigió al ingeniero: como Taslim va a tener trabajo mientras haya luz, dile a tu hijo que venga a llenar mi agujero trasero y a tu mujer a preparármelo y tu, contable, dile a la tuya que la voy a necesitar para que el pene del hijo del ingeniero esté como debe.
Estuve unas cinco semanas en la finca, ya que conseguimos acortar la recolección. Fue un periodo muy cansino, pues por expresa indicación de mi señor, aparte del trabajo encomendado, extenuante en sí mismo, tuve que penetrar tres veces a la semana a las mujeres de los dos ingenieros y de los tres contables por ser sus maridos incompetentes. Nunca aclaré si a los ojos de mi señor lo eran en el sexo o en la gestión de la finca.
Los frutos recogidos difirieron por alto sólo un dos porcentual con mi cifra. Mi señor hizo el negocio de su vida, que además le abrió las puertas a muchos otros.
Mi amo y señor, me compensó en demasía por ello. Después de recibir una formación básica por parte de los tutores de sus propios hijos y saltándose todas las trabas administrativas, me envió a estudiar a la real universidad. Aunque en los primeros meses fui el hazmerreir de todos aquellos estudiantes, hijos de importantes familias, con el tiempo fui el preferido de muchos de los profesores, especialmente de las disciplinas relacionadas con la ciencia matemática, gracias a mis capacidades y perseverancia.
De vuelta al lado de mi señor, éste me nombró hayib, esto es, el responsable o chambelán, de su magna casa, ofreciéndome una no despreciable asignación personal, casa y comida. Aunque seguía sodomizando esporádicamente al señor Nazih, lo hacía más como un respeto a su persona y para no olvidarme de los orígenes de mi nombre, que como una obligación de mi trabajo. Así mismo, continué atendiendo a sus cuatro esposas, en este caso, para mantener una buena convivencia entre todos y porqué no, para mi placer. Habían aprendido mucho en mis años de ausencia…
De sus tres hijos varones, el segundo, Fawzi, el que siempre tenía éxito, hijo de Arub, era su elegido como sucesor. Quedó meridianamente claro a finales de los años setenta, en una comida familiar íntima, siendo Nazih ya anciano, cuando su primogénito Munib le dijo:
Padre, no cree que es momento de nombrar ya a su heredero.
Munib, hijo, como te conozco y no quiero que haya rencillas y venganzas familiares que puedan destruir nuestra casa milenaria, como ha pasado a otras en estos tiempos modernos, en los que se respeta más la palabra de un juez civil que la de la tradición familiar, lo voy a hacer ahora mismo.
Mandó salir a todos los sirvientes, se bajó los pantalones, le pidió a la ya anciana Arub que aceitara su ano con la salsa del cordero, a su otra esposa y madre de Munib que masturbase el pene de su hijo hasta su completa erección y ante la atónita mirada de la esposa de éste, le dijo:
- Hijo, introduce tu falo en el ano de tu padre, como mi padre hizo con el mío y su padre con el de él. Así podrás entender la idiosincrasia propia de nuestra familia, que tal vez me ha hecho ser como soy, aunque en esta generación ya se hace necesario el cambio.
Estas palabras, me aclararon muchas cosas.
Munib enculó a su padre con un saber hacer no exento de un ánimo vejatorio. Al sacarla, sus ojos brillaron con el resplandor de la codicia mientras su venerable padre, a falta de una falcata, cogió el imponente cuchillo de trinchar el cordero y se le acercó. Uno creía que era para simular una imposición de armas, el otro sabía que era para rebanarle el cuello en un limpio corte. Munib, no tuvo ni tiempo de hacer honor a su nombre!
Nazih, entonces declaró: nombro a Fawzi, ahora mi hijo primogénito, heredero de la casa de Al-Fahna cuando yo muera. Desde hoy mismo, se responsabilizará de la gestión de nuestros intereses, hombres y haciendas.
La familia, encabezada por el venerable Nazih, celebró un fastuoso funeral por la prematura muerte en accidente de caza de su primogénito. A pesar de estar en las últimas décadas del siglo XX, todos dieron el pésame a la familia, sin pregunta alguna. Mataron al caballo causante del desgraciado accidente fortuito, que al parecer le produjo la rotura del cuello, ocasionándole la muerte y el médico más reconocido del país extendió el certificado de defunción. La justicia para las élites, no es la misma que para el resto, en nuestro país, en el resto del mundo de los creyentes y también en el de los impíos.
A los cinco años, pocos días después de cumplir la bella Haadiya su primer aniversario, murió Nazih, aquejado de una enfermedad irreversible relacionada con el colon. Creo que fui el único que lo lamentó de corazón.
Fawzi, como la mayoría de su generación perteneciente al fino estrato dirigente del país, es un hombre que demuestra un respeto de conveniencia con las tradiciones de su pueblo. Formado en las mejores escuelas y universidades europeas y americanas, su visión de la familia y de la vida en general, es moderna y cosmopolita. Tomó una sola esposa, hija de una de las familias más reputadas del país, entre cuyos miembros están algunos de los abogados más eminentes y el responsable de la gestión de las finanzas de la casa real en el exterior, concentradas en su mayor parte en un pequeño país centroeuropeo conocido por sus vacas y excelente chocolate.
Asiya, un acertado nombre que significa tutora de una poderosa dinastía en nuestra lengua, es la madre de Haadiya, primogénita de la pareja. Al igual que su marido, es una mujer actual. Formada en Europa, es doctora en ciencias económicas y habla con fluidez cinco lenguas. A diferencia de sus padres y otros muchos miembros de la familia, Fawzi y Asiya se casaron por amor. Estaban y continúan estando muy enamorados uno del otro. En la esfera privada y cuando están fuera del país se respetan como iguales y pasan por una pareja europea liberal y bien compenetrada.
Saben llevar sobre sus espaldas la representación de la casa de Al-Fahna con la necesaria diplomacia y equilibrio, tanto con respecto a su histórica posición en el país y las estrechas relaciones con la casa real, como a la vez con ese punto de apertura justo que les da un acceso y credibilidad para las nuevas capas emergentes, en algunos casos con representación parlamentaria en esa cámara que aunque sea títere de los intereses del monarca, cada día tiene algo más de protagonismo.
En ese tiempo, yo gozaba de la plena confianza del señor Fawzi, que me dispensaba el trato propio entre profesionales de nivel. En lo privado, manteníamos una cordial cercanía personal y me consideraba un miembro más de la familia. En la esfera pública, era considerado como un reputado alto directivo del conglomerado de empresas familiares.
Como no podía ser de otra manera, conocía los servicios personales, que presté a su padre y a sus esposas, incluyendo su propia madre. Yo también conocía las no muy típicas apetencias y prácticas sexuales suyas y de su esposa. Por eso no me extrañó excesivamente que un día me dijera:
- Mi buen Taslim, mi madre habla muchas veces de ti con Asiya, del placer que le habías proporcionado y de tu sensibilidad y extraordinarios atributos para el sexo. Como sabes, nosotros somos una pareja moderna y liberal. Hemos compartido amantes e intercambiado parejas con algunos de nuestros buenos amigos europeos y ambos disfrutamos del placer con hombres y mujeres. Asiya me ha pedido que te proponga que compartamos los tres una noche de lujuria entre iguales.
Lo escuché con atención y pensé en el delicioso cuerpo de Asiya. Bien entrada en la treintena, se encontraba en su mejor momento. Delgada y en excelente forma física, tenía un culito respingón y prieto y unas tetas de mediano tamaño, siempre turgentes, que lucía sin envoltorios excesivos en la intimidad de su casa.
Sólo había pasado por el quirófano una vez, en una afamada clínica de Barcelona, para hacerse una vaginoplastia que le había dejado su coñito con los labios simétricos y cerrados como una adolescente. Cuando hace unos años me pidió que preparase el viaje, me explicó riendo que tenía los labios menores muy desarrollados y quería que le quedaran como las actrices porno de las películas que veía a veces con su esposo. Salía del baño e iba con un albornoz, por lo que no le costó demasiado desabrocharlo y separando sus piernas enseñarme su precioso coño, para que me hiciese cargo de la situación.
Le había podido observar últimamente su decioso cuerpo al completo, cuando me llamaba para discutir algún tema de negocios o preparar un viaje mientras estaba tomando el sol en la terraza superior, en ocasiones acompañada de Haadiya, su hija mayor y ya una preciosa adolescente, a veces de una de sus cuñadas y eso sí, siempre totalmente desnudas. El pudor no era un atributo de la familia. Me sorprendió, y turbó, la primera vez, pero las palabras de Fawzi explicaban muchas cosas…
Mientras mi miembro se endurecía por momentos con estos pensamientos, le contesté:
Estas seguro, Fawzi. Aunque siempre serás mi señor, hace muchos años que mantenemos una cordial relación entre nosotros y con tu familia y no quiero que ésta cambie.
Sabes que Asiya nunca ha puesto impedimento alguno para enseñarme la plenitud de su cuerpo. Es una mujer deseable y sin tapujos, nada me gustaría más que disfrutar juntos del sexo. Y contigo… aunque no es que me gusten demasiado los hombres, tienes buen cuerpo y sé por alguno de vuestros amantes masculinos que sabes utilizarlo bien para hacer gozar un culo o un miembro en su máximo esplendor.
Además, como bien dices, sé que tu madre le ha contado cómo gozaba del sexo conmigo y tu esposa ya me ha dicho en alguna que otra ocasión que quiere probar lo que disfrutó tu madre. Que mi miembro es singular, lo sabe todo el mundo en esta casa y en medio reino.
Venga Taslim, no me digas que te has hecho viejo! Nada nos placería más que disfrutar juntos de tu pollón. Creo que ya hace años que lo tendríamos que haber probado. ¿Vienes mañana por la noche a nuestras habitaciones? Desde ahora hasta que vengas no te asees demasiado.
Yo sabía del gusto de Asiya por los hombres con olor a hombre y que le gustaba, más que molestarle, un cuerpo masculino bien sudado y con fuerte olor y sabor. En cambio, no toleraba encamarse con una mujer que no estuviese impoluta y bien perfumada.
El día siguiente, comí lo justo. Frutos secos, verdura y fruta. Quería estar preparado: que mi estómago no necesitase la sangre que requería para mi miembro. Sabía que sería una noche larga y dura y ya no era el joven de antaño. Deseaba poderles ofrecer lo mejor de mí a Fawzi y Asiya.
Por la noche, di un suave masaje a mi miembro con los aceites aromáticos que usaba para el difunto Nazih y limpié bien mi recto. Así preparado para lo que pudiese acontecer, me cubrí únicamente con un thawb y tomé el camino hacia sus habitaciones.
A medio camino, extrañamente, me topé con Haadiya. Estaba en plena adolescencia, era lista y muy curiosa, especialmente para todo lo relacionado con el sexo. Su madre la había educado de manera que no apreciaba el pudor propio de las mujeres. A ello unía un cuerpo prácticamente formado a sus catorce años, voluptuoso y a la vez atlético, alta, con unos pechos duros y ya de mayor tamaño que los de su madre y un culito alto, en forma de manzana. Su pubis, parecía un exquisito “coco de mer”, de las islas Seychelles. Ella me dijo sin más:
- Sé que vas a follar con mis padres. Que el placer os acompañe. Sólo te pido que antes de que ya no se te levante con la misma energía, me dejes probar tu mítico pollón. No me perdonaría haberte tenido tantos años tan cerca y no haberlo disfrutado como mis padres, mis abuelos y buena parte más de la familia. Estás avisado.
Me quedé de piedra y antes de que reaccionase, dejó caer su túnica, se me acercó, me morreó con una lengua larga y pulposa como otra no había probado, subió limpiamente mi thawb, me acarició mi miembro suavemente y entonces, se apartó.
- Es un anticipo. Vendré a por más. Se dio la vuelta y se fue, arrastrando su túnica por el suelo para no ocultar su magnífica desnudez.
Entré a la cámara de sus padres despacio, meditando lo que me acababa de ocurrir y las consecuencias que sin duda conllevaría. Lo que me encontré, hizo cambiar la atención de mi mente.
Asiya estaba estirada en su amplia cama, de espaldas. Su esposo le mantenía las piernas levantadas, atadas al dintel de la cama, con los muslos lo más separados que era posible sin forzar su dulce anatomía. Tenía un inmenso y grueso juguete de algún suave plástico introducido en su coño, mientras Fawzi desplazaba un rugoso vibrador de color violeta chillón en el interior de su ano. Sus pezones, uno a uno, estaban unidos a los de él mediante unas largas y finas cadenas acabadas en unas pinzas. Más robustas las que forzaban los pezones masculinos.
Exhibía un pubis precioso y como la mayoría de mujeres pudientes de nuestro pueblo, siempre perfectamente depilado. A pesar de tener los labios fuertemente dilatados por el juguete que llenaba su vagina, lucían finos y delicados. Su clítoris era realmente prominente. Algo se debía haber hecho a mis espaldas. Las tetas, no sólo no se le achataban en la posición que mantenía, sino que lucían toda su turgencia y color adquirido al sol del verano. Rezumaba sexo por todos sus poros.
Él no le iba a la zaga. Estaba estirado paralelamente a ella, con una erección imponente. Su falo estaba reluciente, igual que el resto de su cuerpo, sin duda debido a algún aceitoso y afrodisiaco ungüento. Era un hombre guapo, delgado, alto y fibroso. Cuidaba mucho de su estética y presencia y esto se notaba en su cuerpo y en su porte. Lo que realmente me sorprendió, fue el enorme aro que llevaba atravesando su glande. Le había visto desnudo en múltiples ocasiones en el hammam, pero nunca me había percatado. Lo debía usar sólo en la intimidad.
Mientras reía socarronamente ante mis miradas, levantó su culo de la cama y vi que en él podía verse un “butt plug” de fino cristal labrado y generosas proporciones. Lo cogió, con los dedos de su mano impura, y se lo extrajo limpiamente, diciéndome:
- Mi buen Taslim, acércate, mira como te he preparado mi ojete. Méteme tu falo en él, hasta que no quepa más y trabájamelo para que me corra en el delicado coño de nuestra compañera de juegos. Ella va a ayudarte a llegar al placer.
Fawzi tenía un buen pene, más largo que la media de nuestros compañeros y sobre todo, de un grosor inusual. Por contra, apenas se distinguían sus testículos, ya que los tenía muy subidos y no presentaban un tamaño relevante. Ensartó a Asiya, llenándole el coño de una estocada, lo que indicaba una extensa práctica por parte de ambos. Empezó un movimiento profundo y cadencioso y entonces, ella me dijo, con voz entrecortada:
- Métesela, cabrón, que hace años que lo desea y hasta ayer no ha osado pedírtelo. Toda la carne que le quepa, que lo tengo bien entrenado.
Se la introduje ano adentro, con suavidad, pero sin descanso, hasta que noté que el glande tocaba frontalmente las paredes del recto. El empezó a pujar con fuerza. Mientras, Asiya incrementó la velocidad de vibración del juguete que le llenaba el culo y estiraba de las cadenitas que unían los pezones de ambos. Creo que, especialmente a ella, le gustaba experimentar un punto de dolor cuando disfrutaba del placer sexual. Continuamos con un mutuo mete-saca unos minutos, hasta que Fawzi se corrió estrepitosamente en el coño de su esposa.
- No se la saques!, chilló Asiya. Sigue dándole por el culo hasta que te corras.
Sus palabras, eran órdenes para mí. Seguí entrando y saliendo de las profundidades del ano de su marido con todo mi pollón. Él no había sacado el suyo, que parecía que iba creciendo de nuevo al ritmo de mis envestidas, del coño de su esposa. Ella daba tirones, cada vez más fuertes, a las cadenas unidas a las pinzas de los pezones de su esposo. Podía aguantar mi orgasmo, pero Asiya estaba enfebrecida y si esperaba más, mi compañero se quedaría con una llaga en lugar de pezones. Me corrí y llené de semen su recto.
Los tres nos miramos a los ojos, cruzamos francas sonrisas y juntamos nuestros labios y lenguas en un beso compartido y cargado de lujuria. Los tres nos quedamos completamente satisfechos, aunque exhaustos.
Me iba a levantar para tomar un baño y marcharme a mis habitaciones, cuando Asiya me dijo con una mirada que transmitía un vicio clamoroso:
- Querido Taslim, quédate esta noche compartiendo con nosotros nuestra cama. Cuando nos despertemos quiero dedicar mi lengua y mis labios a ocuparme personalmente de tu aseo. Te voy a quitar todas las humedades de tu bien conservado cuerpo de la forma más placentera que hayas podido experimentar nunca. Ahora disfruta de los olores de todas y cada una de nuestras íntimas secreciones. Te llevarán a una nueva dimensión del placer, mientras te envuelven en un sopor reparador.
Dicho esto, introdujo con decisión los dedos índice y medio de su mano derecha tan profundamente como pudo en el ano de su esposo, rebañó bien los jugos que allí quedaban y sacándolos bien untados de una mezcla en la que predominaba mi lefa, se los llevó a la boca, relamiéndolos con gusto.
Justo antes de caer en un sueño profundo, susurró en mi oreja las siguientes palabras:
Ya sabes que el año próximo nuestra Haadiya se va a ir a Paris a estudiar. Conoces que como yo y la mayoría de nuestra familia, es una mujer caliente y que sabe obtener lo que quiere. Estoy segura que en Europa va a disfrutar de una sexualidad plena y cosmopolita y no quiero que tenga ningún disgusto o que la traten de inocente por llegar a ese mundo sin una preparación adecuada.
Te pido que en los próximos meses la lleves a un buen ginecólogo fuera de nuestro país y le enseñes como se disfruta del sexo. No te preocupes por su virginidad, hace meses que yo misma la penetré con el mismo consolador que usó mi madre conmigo y su madre con ella. Que sepas que Haadiya me ha pedido que te lo diga y nosotros creemos que eres la persona más indicada y experimentada para ello. Además, sabemos que la quieres como a una hija y solo buscarás lo mejor para ella.
Dio media vuelta en la cama y me abrazó, pegando su voluptuoso cuerpo a mi espalda, durmiéndose plácidamente, como un inocente bebé.
Aquí acaba esta primera parte de la historia. En el siguiente capítulo de esta trilogía os explicaré como la bella Haadiya casi me instruye más a mí que yo a ella, sus libertinas fiestas parisinas, los morbosos amigos y amigas que comparte en la ciudad de la luz y en sus viajes por Europa, como descubre a través de los amigos europeos de sus padres cosas sobre su vida sexual que sólo podía intuir y tantas cosas más que espero que os hagan pasar un rato entretenido y aflorar vuestra líbido, mejor si es acompañados…