Gusano (XI)

De nuevo la serie del gusano...este capítulo XI algo aburridillo, de tràmite pero necesario...por eso publico el XII enseguida...luego uno cada semana

Gusano (XI)

La Soledad del Gusano

Lo peor que había podido hacer en mi vida era rebelarme contra Jordan.  Ese había sido mi peor crimen y no iban a alcanzarme los días de mi existencia para arrepentirme de haber sido tan imbécil de putear a quien en realidad era mi Dueño y Señor.  ¡Por Dios… ¿y ahora cómo diablos iba yo a salir de esto?!

Aquella asquerosa noche con Jeff no había sido sino el inicio de mis más dolorosos padecimientos.  Ese cerdo abusón y maloliente no había hecho más que empezar a joderme, pues de ahí en adelante me llevaría a conocer el infierno.

Luego de haberme jodido hasta el amanecer, Jeff me dio un pantalón y una camisa y me dijo que me pusiera esas prendas olorosas a sudor añejo.  También me dio unas viejas chanclas medio rotas y sucias y se dispuso para acompañarme a mi casa.

A pesar del ofensivo aroma de las prendas que me dio, tuve que agradecerle sinceramente, pues ir vestido con aquella ropa vieja, desgastada y que además no era de mi talla, me resultaba mucho menos vergonzoso que atravesar el pueblo llevando encima únicamente aquellas ridículas braguitas rosa y de encaje.

Camino a casa, el abusón se fue hablando de lo bien que se la había pasado conmigo y prometiéndome que aquella no sería la única vez que estaríamos juntos.

—   ¡Ya vas a ver putita…que hasta me arriesgo con el Jordan a que me apalee…pero que te vuelvo a hacer gozar como marrana…eso te lo prometo! – me decía el muy cerdo.

Yo iba como un sonámbulo.  Ya ni lágrimas me quedaban para llorar.  Y la evocación que hacía Jeff de las guarradas que habíamos hecho y la promesa de volver a usarme, me sonaban como palabras venidas de otro mundo.  Estaba muy asqueado y me sentía el ser más repugnante y sucio sobre la tierra.

Así llegamos a mi casa y luego de que Jeff tocara un par de veces, apareció mamá en la puerta.  Su expresión de desconcierto fue todo un poema.  No podía esperarse menos de mi pobre madre al verme las fachas y la compañía con la que llegué.

—   Aquí le traigo al niño Lucas, mi señora… – le dijo Jeff sonriéndole –…es que me lo encontré cerca de mi casa y andaba en pelotas y se notaba que lo habían apaleado…

—   ¡¿Pero qué te han hecho, niño?! – preguntó mamá entre alarmada y gimiente.

Me quedé absolutamente mudo y no pude más que inclinar mi cabeza con demasiada vergüenza.  ¡¿Cómo putas iba yo a explicarle a mamá todo lo que me había pasado?!

¡Jamás…nunca tendría los cojones suficientes para mirarla a la cara…no tendría el valor para decirle que había puteado a Jordan porque él se había cagado en mi boca…y que por esa rebeldía mía había terminado siendo poco menos que la puta de aquel cerdo que me había conducido hasta mi casa!

—   Pues mi señora, creo que el niño Lucas no tiene nada grave… – respondió Jeff por mí –…solo algunos golpes…

—   ¡Y qué olor traes, niño! – exclamó mamá con gesto de asco.

Entre ella y Jeff tejieron la hipótesis de que me habían asaltado en la noche, me habían golpeado y robado todo lo que llevaba encima, incluida mi ropa.  Cuando me preguntaron no tuve más que asentir, aliviado por no verme en la penosa obligación de contar todo lo que en realidad me había pasado.

Mamá se deshizo en agradecimientos para con Jeff y el cabrón se fue sonriente y satisfecho.  Yo debí ir a encerrarme en el cuarto de baño para darme una ducha que duró más de dos horas, tratando de sacarme toda la repugnancia de aquella puta noche que quería sepultar para siempre en mi memoria.

No pude sustraerme a que mamá me examinara por todos lados, poniéndome hielo en toallas sobre los incontables verdugones que me habían dejado los golpes de Jordan, de los otros chicos y de Jeff.  Y muy a regañadientes tuve que complementar aquella hipótesis que ellos dos habían tejido:

—   Pues me aburrí en la fiesta del refugio… – le dije a mamá que me preguntaba insistente –…y me quise venir a casa…

—   ¿Y entonces quién te golpeó así, niño?

—   Es que no sé… – mentí yo –…en el parque me salieron unos hombres y me golpearon y me robaron todo…

—   ¿Y por qué no viniste directo a casa?

—   Con los golpes creo que me quedé desorientado y me perdí y seguro fue así como llegué cerca de la casa de Jeff…

Mamá pareció quedar satisfecha con mis explicaciones y no me hostigó más con preguntas.  Pero para mi desgracia, me advirtió que debía estarle muy agradecido a Jeff pues según ella, aquel miserable tal vez me había salvado la vida.  ¡No faltaba más que yo tuviera que agradecerle al maldito hijoputa todo lo que me había hecho padecer!  Pero era claro que no iba a desdecirme de mi propia versión de los hechos.

—   Sí mamá… – le dije sollozante –…le estoy muy agradecido…

—   Es lo menos que puedes hacer…y que no te oiga yo hablando mal de ese muchacho, ni te vea haciéndole desplantes…que por muy mantenco que sea ya ves que te ha salvado la piel.

—   Sí mamá… – le respondí de nuevo con un sollozo.

¡Ese era el último ingrediente más de mi desgracia!  Estaba por completo en manos de Jeff.  ¡Y sin nadie que me defendiera!  ¡Por Dios…cuánto extrañaba ya estar bajo la protección de Jordan!

Con el argumento de descansar, me pude encerrar en mi habitación y le di rienda suelta a mi llanto.  Y tratando de borrar los recuerdos de lo que había padecido con Jeff, me dediqué a evocar cada minuto de mi existencia en compañía de Jordan.

Recordé cada uno de los golpes que mi Dueño me había obsequiado y encontré que cada uno de ellos, las bofetadas, las patadas, los tortazos, todos estaban justificados.  Yo me los había merecido y Jordan no había hecho sino castigarme con razones más que justificadas.

Incluso cuando me había golpeado sin que yo diera motivo, lo había hecho por divertirse y su diversión era una razón más que poderosa para que yo le estuviera agradecido y me mostrara conforme de recibir los castigos que me endilgaba.

Recapitulé también las múltiples y variadas guarradas a las que me había sometido y encontré que cada vez que lo hacía se descojonaba de risa.  Y su risa también era un motivo más que poderoso para que yo me plegara dócilmente a esos tratamientos tan humillantes y asquerosos.

Reviví incluso el momento en que se había cagado en mi boca y sentí otra vez el sabor amargo de sus zurullos embarrándoseme en la lengua, en el paladar y en los dientes, mientras se deslizaban hacia mi garganta.  Y no pude menos que concluir que eso le había provocado un gran placer y diversión a Jordan y entonces volví a recriminarme por ser tan estúpido de haberme rebelado contra él sólo por esa nimiedad.

¡Que volviera a cagarse en mi boca todas las veces que quisiera!  Al fin de cuentas era mi Amo y podía hacer de mí lo que quisiera.  ¡Y si quería convertirme en su retrete, pues que lo hiciera, con tal de que me protegiera, que me permitiera estar junto a él, que me diera la oportunidad de arrastrarme besando el suelo que él pisaba y lamiéndole sus hermosos, suaves y olorosos pies!

Pero entonces recordé la forma tan imbécil en la que me había comportado con Jordan y estuve seguro de que ya no iba a poder seguir siendo su gusano, ya no iba ser castigado, guarreado, humillado y usado por él.  Y eso me causó una terrible explosión de llanto que no pude contener más que volviendo a concentrarme en todo lo que había disfrutado comiéndole los pies.

Increíblemente a pesar de mi situación y de mi sentimiento de orfandad, el recordar los pies de Jordan y la forma en como yo solía lamérselos, besárselos y chupárselos, me fue generando un estado de excitación que creció en segundos.

La polla se me puso tiesa y yo no tuve ningún remilgo en empezar a machacármela, tendido en mi cama, con los ojos cerrados y tratando de traer a mi memoria el aroma de esos pies que tanto adoraba.  Pero sin darme cuenta, mi mente me traicionó y me llevó a evocar la potente verga de Jordan.

Y eso hizo que mi excitación se hiciera aún más acuciante, más urgente.  Así, mientras volvía casi a sentir entre mi garganta la fuerza de aquella verga blanca y arrogante, mientras mi lengua volvía casi a saborear su baba entre salada y dulce, mientras casi volvía a sentir mi boca invadida por su potente erección y llena de su abundante semen…me corrí como un animal, gimiendo y contorsionándome de placer, al tiempo que mi propia leche se me esparcía por el vientre y me llegaba casi hasta el pecho.

Resollé sin poder contenerme mientras eyaculaba sobre mí mismo, pero no pasó mucho antes de que mi excitación se desvaneciera y entonces me invadió un sentimiento de culpa y vergüenza que poco a poco me fue llevando a un estado de pánico.

¡Por Dios…me estaba convirtiendo en un puto!  ¡No podía ser…no podía ser que fuera a convertirme en un maricón!  ¡Noooo eso noooo!  ¡Eso no podía ser…yo no quería ir por la vida comiendo vergas!  ¡Noooo por Dios…eso noooo!

En mi pueblo se les llamaba mantecos a las personas de baja condición social, aquellos que no sólo eran pobres como ratas, sino que además carecían de cualquier educación y tenían una manera de comportarse muy grosera y muy vulgar.  Ser manteco era un estigma oprobioso.  Pero ser maricón era mucho peor que ser manteco.  !Y yo prefería morirme antes que ser un maricón!

Pero muy a mi pesar, aunque me costara una enorme vergüenza y aunque me generara un sentimiento de culpa y repulsión hacia mí mismo, no pude evitarme que a cada rato me viniera a la memoria la forma en como Jordan me había follado la boca frente a Steve y la vez que yo se la había lamido en el refugio.

Y eso volvía a calentarme como un cohete y me obligaba a macharme la polla como mono rabioso, para terminar corriéndome como un cerdo encima de mí mismo y concluir llorando de rabia, de vergüenza y de miedo, al irme reconociendo cada vez con menos dificultad, que me estaba convirtiendo en un maricón…

Por aquellas trampas de la mente que uno no alcanza a comprender cabalmente, terminé convenciéndome de que sólo con Jordan me sentía maricón.  Así que decidí que sólo sería maricón de aquel chico tan guapo y dominante que se había convertido en mi Amo y Señor.

Pero ahora estaba sin él, ya no era su gusano y eso me dolía y me angustiaba, aunque de alguna manera también me ponía a salvo de terminar siendo lo que no quería aceptar que ya era: un puto maricón…un marica comido de adoración por Jordan…

En esos momentos se me olvidaba que Jeff seguía presente en mi vida.  Y de ese cerdo asqueroso no iba a poder desprenderme con facilidad, menos aun cuando mi propia madre parecía haber decidido arrojarme en sus callosas y sucias manos.

Un par de días después de lo sucedido con aquel cerdo, mamá decidió invitarlo a casa para agradecerle formalmente por la “ayuda” que me había prestado aquella infausta noche.

Yo no me enteré de la presencia de Jeff sino hasta cuando me senté a la mesa para almorzar y me lo encontré frente a frente en el comedor, sonriéndome con sus blancos dientes y guiñándome un ojo como con gesto de complicidad.

Mamá lo había invitado a almorzar y yo no pude sustraerme a compartir la mesa con aquel manteco abusón.  Pero lo peor para mí, fue cuando mi propia madre me indicó que debía ir con él de compras, pues según ella había que compensarlo por el “generoso gesto” de darme su vieja y sucia ropa y lo mejor que se le ocurrió fue darme dinero para que lo acompañara a comprarse algunas camisas y pantalones, que buena falta que le hacían al muy ladino.

Me negué rotundamente.  Salí dando zancadas y fui a encerrarme en mi habitación.  Pero no pasó mucho antes de que mamá viniera y aprovechando que tenía copia de la llave de todas las puertas de la casa, violó mi intimidad y se apareció frente a mí en compañía de aquel cerdo abusivo.

—   ¡Eres un grosero! – me increpó mamá – ¡Ahora vas a ofrecerle una disculpa a Jeff y vas a ir de compras con él!

—   No se apure mi señora… – le pidió Jeff a mamá –…es que seguro el niño Lucas le da vergüenza irse por la calle con un manteco como yo…

—   ¡Qué vergüenzas ni qué niños muertos! – dijo mamá muy enfadada – ¡Este muchacho mal educado no pude comportarse así de grosero con quien le ha salvado la vida!

—   Si usted me permite unas palabritas con el niño Lucas…de pronto yo lo pueda convencer, mi señora…

—   Como gustes muchacho… – le respondió mamá –…ahí los dejo para que hablen como civilizados…

Y salió dando un portazo y dejándome a solas con aquel cerdo abusivo a quien tanto odiaba y que tanto asco me producía.  Y no fue sino estar allí conmigo, sin ningún testigo de sus abusos, que Jeff se abalanzó a ponerle seguro a la puerta para enseguida lanzárseme encima y asentarme un puñetazo por las costillas.

—   ¡Así que la putita está como muy rebelde, ¿no?! – me dijo siseándome en el oído – ¡Ahorita mismo te venís conmigo y nos vamos a divertir como Dios manda…o le voy a ir a contar a tu mamacita lo empeñoso que su niño Lucas come verga y se traga la lechita como marrana hambrienta!

Entré en pánico.  ¡Aquello no podía ser!  ¡Todo menos a que mi familia fuera a enterarse de que tenía un hijo maricón!  Los ojos se me llenaron de lágrimas y agaché la cabeza y asentí, sin el menor valor para negarme a hacer lo que Jeff me mandaba.

—   ¡Pero todavía no nos vamos, putita…! – me dijo el cabrón – ¡Todavía tenemos tiempito que me comas la polla un ratito!

Enseguida me agarró por los pelos y obligándome a ponerme de rodillas, se sacó su verga hedionda y untosa de esa repugnante nata blancuzca y me la metió en la boca sin ningún miramiento.

—   ¡Te vas a comportar como buena putita y me vas a chupar la polla bien chupadita! – me susurró dándome una embestida.

¡Aquello era increíble!  ¡Ahí estaba yo en mi habitación, en mi propia casa, puesto de rodillas ante aquel asqueroso manteco, con su hedionda polla entre mi boca!  No tuve más remedio que empezar a mamarle…la angustia y el temor de que alguien nos descubriera, me obligaron a tratar de hacer lo mejor que podía para que Jeff terminara lo antes posible.

Y al menos para aliviarme un poco de la repugnancia que me causaba lo que estaba haciendo, cerré los ojos y empecé a pensar en Jordan.  Si fuera su potente y blanca verga la que estaba mamando en ese momento, no estaría tan asqueado y humillado y me sentiría más bien feliz de poder darle gozo a mi Dueño.

Debí tardarme como diez minutos en lograr que Jeff se corriera y cuando quise darme cuenta, el muy cerdo me había obligado a ponerme en pie y me estaba morreando y haciéndome que le chupara la lengua, al tiempo que me metía mano en mi entrepierna.

—   ¡Pa’ que veas como gozas como marrana ¿eh putita?! – me dijo al notar la erección de mi polla entre mis pantalones.

Me sentí tan avergonzado y humillado que no pude replicar ni una sílaba.  No era el haberle mamado la polla a aquel manteco lo que me había puesto caliente.  Lo que realmente me tenía excitado era haber estado pensando en Jordan, en su potente y hermosa verga, en sus ojos azules, en su sonrisa, en sus olorosos y suaves pies.  Pero era claro que eso no iba a confesárselo a Jeff.

Más bien tuve que salir de casa con el cerdo abusón ante la complacencia de mamá.  Jeff me llevaba agarrado por un brazo, como para evitar que fuera a escaparme de él y por el camino iba describiéndome las guarradas a que me obligaría de ahí en adelante.

Pero al llegar al parque alcancé a divisar a Jordan que en compañía de Wil y de la cucaracha, estaba allí pateando un balón.  Dejé escapar un sollozo y sentí que al menos tenía una mínima esperanza de salvarme de los abusos de Jeff.  Sin pensármelo ni por un instante me sacudí y escapé de entre sus manos.

Y corrí como un loco hacia donde estaba mi Dueño.  El abusón me persiguió por algunos metros, pero seguramente al ver que Jordan estaba allí y que yo me dirigía hacia él, frenó su persecución y se quedó parado a prudente distancia, evitando el riesgo de ser apaleado por mi verdadero Amo.

Sin medir las consecuencias, olvidando cualquier rastro de dignidad y de orgullo, reconociendo que mi única salvación era lograr el perdón y la protección de Jordan, sabiendo ya que lo adoraba más que a mi propia vida, llevé mi carrera hacia él y literalmente me lancé a sus pies, gimoteando e implorándole entre sollozos que me perdonara y que me salvara de las garras de Jeff.

Seguramente Jordan debió sorprenderse un poco al verme llegar de manera tan intempestiva y eso me valió para alcanzar a pegar mi boca a sus zapatillas empezando a lamérselas entre sollozos y súplicas.

Pero al momento reaccionó y endilgándome una fuerte patada por el estómago me apartó, dio un par de pasos hacia atrás y me soltó un salivazo sobre mi lloroso rostro, al tiempo que me gritaba:

—   ¡Apártate basura que me ensucias las zapas!

Y volviéndose hacia donde se había quedado Jeff, le gritó:

—   ¡Y tú…manteco hijoputa…ven a recoger tu puta basura!

El abusón no se movió, seguramente temeroso de acercársele a Jordan y pensando que tal vez el chico lo apaleara.  Al ver aquello, Jordan se fue de allí seguido por la cucaracha y por Wil y entonces Jeff tuvo el valor suficiente para venir hacia mí.

Agarrándome por los pelos me obligó a ponerme de pie, me solmenó dos buenos tortazos por la cabeza y empezó a molerme las costillas a puñetazos, recriminándome por haberme escapado de entre sus manos para ir a arrastrarme a los pies de Jordan.

Alcancé a fijarme en que Jordan y los otros dos estaban comentando algo entre ellos y descojonándose de risa al observar cómo Jeff me apaleaba.  Mi última esperanza se había perdido.  Mi Dueño no quería saber nada de mí y no le importaba en lo más mínimo que el abusón me machacara.  Ahora estaba completa y absolutamente solo en la vida.

El desprecio de Jordan y su indiferencia ante mi desgracia, me demolieron por completo.  Ya no le opuse ninguna resistencia a Jeff ni se me volvió a pasar por la mente la idea de escaparme de él.  Sollozando me dejé arrastrar por aquel manteco abusón, que llevándome bien sujeto por los pelos y obsequiándome puñetazos por las costillas, iba conduciéndome por la calle del “Arrimadero” hacia su ruinosa casa.

—   ¡Ahora ya ves que tu noviecito no te quiere más de puta! – iba diciéndome – ¡Y pues así mejor pa’ yo solo ser tu macho y tu mi putita bien complaciente y marrana!

Sus afirmaciones me arrancaban sollozos incontrolables.  Jeff tenía razón.  Jordan no quería saber nada de mí y bien merecido me lo tenía yo.  Lo único que me quedaba de mi Dueño eran los recuerdos y aquel último salivazo que se iba secando en mi rostro.