Gusano (I)
Relato de la vida que me contó un amigo. Un chico cobarde es convertido en un gusano por un chico macarrita y dominante. No tiene sexo...
Gusano (I)
Encuentro con Jordan
Jordan usaba su cabello rubio corto y su piel bien tostada. Tenía unos ojos azules que te cagabas del gusto y una facha de macarra que te podías cagar del miedo.
Cuando lo conocí estaba por cumplir sus trece y aunque yo ya iba por mis quince, me acojonó tanto su presencia, que desde el primer momento me sentí dominado por él.
Junto con Wil, Andy y Philip, formábamos un grupito de amigos típico de barriada. Andábamos siempre juntos, jugando al futbol, tramando pilatunas y robando frutas por ahí.
Wil y Anderson andaban por su doce o casi trece, Philipe tenía solo nueve y como yo era el mayor con ventaja, se podía decir que era el líder del grupito.
Aunque la verdad es que ninguno de los tres me hacía demasiado caso y con lo único que podía impresionarlos a veces era invitándolos a casa para que se calentaran viendo a mi hermana Carla, un año menor que yo pero ya estaba hecha toda una mujer.
Nos jodía la diversión cuando nos encontrábamos con Jeff, el macarra del barrio, como de mi edad y que parecía no tener más oficio que perseguirnos, robarnos los balones y molernos cuando lograba agarrarnos.
La tarde de mi encuentro con Jordan, estábamos en el parque jugando a darle patadas a un balón cuando apareció Jeff y sin más agarró a Philip por su camisa y se dispuso para apalearlo.
El pobre chiquillo gimoteaba y trataba de zafarse de las garras del macarra mientras que Anderson, Wil y yo nos manteníamos a prudente distancia, como para correr si Jeff quería meterse con nosotros o como para recoger lo que quedara del gimiente Philip.
Jeff estaba muriéndose de risa al ver los gestos de miedo de nuestro amiguito y sus vanos intentos por zafarse de sus garras, cuando como de la nada apareció Jordan.
— ¡Hijoputa! – le gritó el recién llegado a Jeff – ¡A ver si te metes con uno de tu tamaño!
Jeff se volvió a ver a quien le gritaba, soltó a Philipe que corrió hacia donde nos encontrábamos nosotros y se encaminó hacia donde Jordan lo esperaba con los puños crispados y gesto desafiante.
Sentí pena de que Jeff fuera a arruinarle tan bonito rostro a aquel chico. Pero pensé que bien merecido se lo tenía por meterse en un asunto que no era el suyo, a defender un chiquillo que ni conocería.
Jeff se le acercó como dispuesto a cobrarle el insulto y a hacerle a Jordan lo que no le había hecho a Philipe. Creí que cuando el macarra estuviera lo suficientemente cerca, el chico emprendería carrera para huir.
Pero lejos de eso. Jordan le plantó cara al macarra. Se mantuvo firme con sus puños crispados y mirándolo fijamente sin inmutarse por el gesto amenazante de Jeff.
Y cuando el abusón estuvo lo suficientemente cerca, Jordan le plantó un tremendo puño por los cojones, haciendo que Jeff se doblara sobre sí mismo sin casi poder respirar. No se lo pensó ni un segundo el chico para asentarle un rodillazo en pleno rostro que acabó de tumbar al macarra en el prado, gimiendo y agarrándose las bolas con las dos manos.
Enseguida, sin darle tiempo a recuperarse, Jordan se dedicó a moler a patadas a Jeff, que no atinaba a parar el aguacero de golpes, manteniendo sus manos ocupadas agarrándose los cojones.
Mis amiguitos y yo contemplábamos la escena a prudente distancia, sin poder creer lo que veíamos pero alegrándonos de que al fin hubiese habido alguien capaz de plantarle cara al idiota que tanto nos había jodido durante aquellos años.
Por fin Jeff pareció recuperarse un poco del dolor en sus cojones y arrastrándose en cuatro patas empezó a alejarse de allí para evitar que Jordan siguiera moliéndolo a patadas.
Al ver aquello, mis amigos y yo nos acercamos tímidamente hacia el chico que acababa de librarnos de tan pesado abusón. Jordan se había ganado al menos mi admiración y muy seguramente el agradecimiento de todos cuatro.
El chico se ocupó al primero de Philipe, preguntándole si estaba bien. Ante el asentimiento del chiquillo, se volvió hacia mí y con cara de pocos amigos me preguntó con aspereza:
— ¡¿Por qué putas no lo defendiste?! ¡Eres el más grande!
No supe que responderle. Me avergoncé tanto que no me atrevía mirarle a la cara y agaché mi cabeza ante él, tratando de balbucear alguna respuesta que no tenía. En esas Anderson comentó entre risas:
— Jajajaja…Lucas no es capaz de defenderse ni él mismo…
En ese instante vi como Jordan levantaba su mano lentamente para enseguida asentarme una bofetada que por poco me derriba. Gemí ante la violencia del golpe y estuve a punto de echarme a llorar, mientras los otros chicos se torcían de risa y el chico nuevo comentaba con rabia:
— Odio a los cobardes…son todos unos hijoputas y debieran andar arrastrándose como gusanos…
Curiosamente en ese momento sentí que Jordan tenía razón y que le asistía todo el derecho de castigarme por haber sido tan cobarde de no plantarle cara a Jeff en todos esos años en que había estado abusando de nosotros. Y ni siquiera se me cruzó por la cabeza rebelarme cuando me ordenó.
— ¡Al suelo gusano hijoputa! ¡Arrástrate!
Me dejé caer al suelo como me lo estaba ordenando Jordan. Y enseguida sentí en mi culo una primera patada que me obligó a reptar unos cuantos centímetros. Oí como los otros chicos soltaban la carcajada y casi al instante soporté una segunda patada por el culo y oí que Jordan me ordenaba:
— ¡Arrástrate, gusano hijoputa!
De esa forma me obligó a arrastrarme por el prado durante al menos diez minutos, arriándome patadas por el culo e insultándome al tiempo que mis amigos no paraban de carcajearse.
Estaba tan azorado, tan avergonzado y tan humillado, que ni me di cuenta en qué momento volvía a estar de pie y esta vez iba encabezando el grupo, un paso delante de Jordan que seguía pateándome el trasero. Nos dirigíamos hacia la vieja casa abandonada que era el refugio del grupo.
Y cuando entramos a la vieja casa y traté de sentarme como los otros chicos en los desvencijados muebles que habíamos dispuesto allí para obtener algo de comodidad, Jordan me lo impidió aclarándome:
— ¡Los gusanos no usan los muebles! – dijo – ¡Los gusanos van en el suelo! – remató señalándome un lugar en el piso cerca de sus pies.
Con toda docilidad me acomodé donde él me había ordenado y me dediqué a observarlo furtivamente, contemplando su bello rostro, sus ojos azules, su piel tostada y su facha tan de macarra que me causaba ya tanto temor y al mismo tiempo me fascinaba.
Entretanto él y los chicos comentaban entre carcajadas la paliza que le había propinado a Jeff y se burlaban de mí, de mi cobardía y de la forma en como Jordan me había estado castigando.
En esos instantes asumí que Jordan pasaba a ser el nuevo líder de nuestra pequeña pandilla y que yo pasaba a ser su pelele, su juguete, su sirviente. No me costó mucho aceptar mi nuevo rol, pues ese chico me fascinaba, lo admiraba, le temía y, a pesar de ello, me sentía seguro junto a él.
— Lo jodiste de verdad… – comentó Wil refiriéndose a la paliza que Jordan le había obsequiado a Jeff –…si hasta tus zapatillas te han quedado manchadas de sangre….
Todos volvimos nuestros ojos hacia los pies de Jordan y nos encontramos con que de verdad su zapatilla derecha tenía algunas manchas de sangre. El chico emitió un chasquido de disgusto con sus dientes y sin pensárselo ni por un instante levantó su pie ofreciéndomelo y me ordenó:
— ¡Límpiame mi zapatilla, gusano!
No me lo pensé para empezar a frotar mi mano sobre la mancha de sangre que afeaba la zapatilla derecha de Jordan, pero el líquido ya había secado y mi trabajo no parecía arrojar resultado, así que sin ningún remilgo me dediqué a frotársela con mi camisa, sin que esta vez tampoco valieran mis esfuerzos.
— ¿Puedo ir un por un poco de agua? – le pregunté con timidez.
— ¡¿Para qué, gusano?! – me preguntó él a su vez.
— Para limpiar tu zapatilla… – le respondí con un hilo de voz señalándole la persistente mancha de sangre en su calzado.
— No es necesario, gusano – me respondió - ¡Límpiamela con tu lengua!
Los chicos, que parecían estar atentos a lo que ocurría, soltaron la carcajada ante semejante orden. Me sentí demasiado humillado y esta vez dudé en obedecer a Jordan. Pero él no iba a admitirme ninguna rebeldía, así que me amenazó con molerme si no hacía lo que me ordenaba y ya no tuve remedio.
En el colmo de la vergüenza y la humillación, acabé de inclinarme hasta el suelo y me dediqué a lamer la zapatilla de Jordan, mientras los otros chicos se torcían de risa y hacían comentarios que más me avergonzaban y me humillaban.
Esta vez mi trabajo dio resultado y la mancha de sangre desapareció por completo de la zapatilla de Jordan. Supuse que mi humillante labor había terminado y para tratar de agradarle levanté mi cabeza y le pregunté con un hilo de voz:
— ¿Así está bien? – señalándole su zapatilla.
— ¡¿Quién putas te ha ordenado que dejes de lamer, gusano estúpido?! – fue su respuesta que acompañó con un gesto amenazante de su mano.
No me atreví a proferir ni una sílaba. Me incliné nuevamente para seguir lamiendo su zapatilla mientras oía las risas y las burlas de los otros chicos. Y en ello me estuve al menos unos diez minutos, recogiendo con mi lengua todo el polvo de la zapatilla derecha de Jordan mientras mis amigos no paraban de burlarse de mí y de hacer esos comentarios que me ponían al borde de las lágrimas, aunque la verdad es que extrañamente me sentía a gusto ejecutando tan vergonzosa labor, pues algo dentro de mí me decía que así agradaba a Jordan y ello me causaba estremecimientos.
— ¿Así está bien? – le pregunté tímidamente mirándolo desde el suelo.
Jordan levantó su pierna para mirarse el calzado y sin proferir ni una sola palabra me señaló esta vez su pie izquierdo. No necesité ninguna explicación para saber que me estaba ordenando lamerle su otra zapatilla.
Por un instante quise negarme. Aun me quedaba algo de dignidad. Pero supuse que si me negaba, Jordan me golpearía y de todas formas tendría que hacerlo. Así que no protesté y más bien moví mi cabeza un poco hasta que mi boca quedó cerca de su pie y me dediqué a lamerle su zapatilla.
Seguía tendido en el suelo, oyendo las burlas de mis amigos, completamente humillado, pero sin dejar de lamer la zapatilla de Jordan, esforzándome por dejársela perfectamente limpia y sin imaginarme en ese momento que aquello era el principio de una vida muy diferente a la que había llevado hasta entonces.
Al rato cuando ya había dejado bien lamida y limpia su otra zapatilla, Jordan les preguntó a los chicos cuál de ellos quería que le limpiara también su calzado. En medio de las risas de todos, alcancé a oír a Wil que aceptaba el ofrecimiento del chico nuevo.
Odié a mi amigo por pedirle a Jordan que me enviara a lamerle sus zapatillas. Y esta vez sí que me negué. Levanté un poco mi cabeza para ver a Jordan desde el suelo y con mirada suplicante le imploré con un hilo de voz:
— No…por favor…con ellos no…si quieres te sigo lamiendo tus zapatillas… ¿sí…? – le ofrecí con voz melosa.
— ¡Cállate gusano y anda a limpiarle las zapatillas al chico…!
— Po…por…favor…te lo implo…ro…déjame…déjame que te siga…siga lamiendo tus zapatillas…por favor… – le supliqué.
Jordan me dedicó una mirada fría de sus ojos azules que me hizo estremecer, me asentó una patada por la barriga y me reiteró la orden de ir a lamerle las zapatillas a Wil. Entendí que debía obedecerle o iba a molerme a golpes y luego de todas formas me obligaría a humillarme lamiéndole el calzado al otro chico.
Así que opté más bien por obedecer. Me arrastré sobre el suelo y fui a lamerle las zapatillas a Wil, mientras los chicos se torcían de risa y yo empezaba a sollozar por la humillación.
Wil estiró sus piernas y entre carcajadas me ofreció sus pies para que empezara a lamerle las zapatillas. Inicié con mi tarea entre sollozos y sin mucho convencimiento, mientras los chicos seguían torciéndose de risa y comentando sobre lo ridículo que debía verme en semejante situación.
Al cabo de algunos minutos de estarme lamiéndole las zapatillas a Wil, sin poder parar de sollozar, vi de soslayo cómo Philipe se me acercaba. Temí que también quisiera hacerme lamerle su calzado y traté de esforzarme en las zapatillas de Wil para evitarme esa nueva humillación.
Pero lo que sucedió fue que Philip me asentó tal patada por la cabeza, que creo que perdí el sentido de inmediato. Cuando desperté, los chicos estaban a mi alrededor algo alarmados mientras yo permanecía estirado en el suelo.
Fue entonces cuando Jordan selló su dominio sobre mí al darme la primera prueba de que además de convertirme en su gusano estaba dispuesto también a protegerme. Encarándose con Philip le dijo con tono algo paternal:
— Mira nene: este idiota es un verdadero gusano… – dijo señalándome –…pero es mi gusano y solo yo lo castigo o digo cuando otro chico puede castigarlo ¿está claro?
Philip hizo un puchero de niño consentido y fue a sentarse. Wil y Andy también se acomodaron en el sofá y Jordan regresó a su sillón y desde allí tronó los dedos indicándome que me acercara. Me arrastré sobre el suelo como lo había estado haciendo durante todo ese tiempo y acercando mi rostro a los pies de Jordan le besé sus zapatillas con agradecimiento y de nuevo, sin que él tuviera que ordenármelo, me dediqué a lamérselas a conciencia.
Desde ese día me convertí en el gusano de Jordan, en su sirviente, en su mandadero. Andaba siempre en pos de él, revoloteando a su alrededor como un perrito que salta a de alegría al ver a su Amo.
Él por su parte me trataba con altivez y total desprecio, mientras yo me desvivía por lograr su atención, le obedecía ciegamente y me afanaba por servirle, al tiempo que lo admiraba más cada día.
A Jordan le bastaba con tronar sus dedos para que yo me dejara caer al suelo a sus pies y me dedicara a lamerle las zapatillas con entusiasmo. Y aunque no me escatimaba las bofetadas y las patadas, yo sentía que cada vez que me castigaba él tenía todo el derecho de hacerlo y hasta se lo agradecía interiormente, aunque un resto de dignidad me impidiera expresárselo con palabras.