Guitarra

Un chico y una chica disfrutando del sexo y de una infidelidad...

Me gustaba su forma de tocar la guitarra. Sugerente, sensual, llena de vida. Se sentaba en el banco que estaba frente a mi terraza, todo rubio y escuálido, y las notas cálidas no tardaban en dejarse oír. Más allá, el mar se deshacía contra las rocas, y a la playa acudían los primeros bañistas.

Yo, que sufría una lesión en un pie a consecuencia de un accidente, me recuperaba sin prisas, y pasaba largas horas en la galería. Sandra, mi novia, se entretenía tomando el sol, y yo agradecía infinitamente ese tiempo lejos de ella, de sus previsibles conversaciones, de su rostro malhumorado.

Una tarde, tormentosa, subió a visitarme su amiga Rebeca. Desde el balcón yo veía a Sandra, su delgada silueta tumbada sobre su toalla roja, su coleta cobriza mecida por el viento. Podría escucharme si la llamara en un tono de voz algo más alto del normal, y, sin embargo, no la sentía en absoluto cercana.

Rebeca, rubia, no demasiado alta y con algún que otro quilo sobrante, me parecía una mujer explosiva. Tal vez no fuera la suya una belleza de escándalo, pero era una chica dotada de mucho magnetismo, inspiraba pensamientos pecaminosos, sugería todo tipo de aventuras. Una noche había soñado con ella. Soñé que hacíamos el amor, ella cabalgaba sobre mí, y sus tetas me regalaban un baile perturbador. Soñé que la penetraba hasta el fondo, muy dentro, y pude notar la sensación de perder mi pene en las profundidades de un coño que intuía generoso, y seguí soñando sus jadeos, su rítmico movimiento de caderas, y sus labios de fresa madura.

Me despertó el sonido de la guitarra de aquel joven, y comprobé que estaba bañado en sudor. Sandra, enfadada, me propinó un codazo, y comentó que me movía tanto que le impedía quedarse dormida. Desde entonces, asocio a ese nórdico que compone temas a cambio de la voluntad con el sexo bueno y vicioso. Él, en ocasiones, levanta la mirada y me ve, y los dos nos sonreímos en un gesto cómplice. Él es prisionero de sus estrecheces económicas, yo de mi rotura de tobillo.

Rebeca se sentó conmigo en la terraza, y abrió una CocaCola. Contemplar cómo la lata se acercaba a su boca, como el líquido entraba en ella, cómo tragaba… todo eso tan natural… me puso a cien, y a ella no le pasó inadvertido el bulto que creció bajo mis pantalones cortos. Me guiñó un ojo, uno de sus preciosos ojos verdes, y yo pensé en arrancarle un beso, tocarle con disimulo el culo, quizá rozarle los muslos con un dedo.

Ella tomó la delantera. Tomó asiento en el suelo y, en menos de diez segundos, ya se había metido mi polla en la boca. Me encantó, claro, me pierden las mujeres que saben lo que desean. Van, y lo cogen, no se andan con rodeos. Mi pene tampoco es que sea precisamente enorme, así que Rebeca se lo tragó entero sin ninguna dificultad. Durante unos minutos creí que la vida no podía irme mejor: el sol me calentaba la cara, una mujer bonita me la estaba mamando, el guitarrista amenizaba la tarde con unos acordes divinos… y mi novia caminaba erguida hacia la orilla.

Mientras Sandra se iba metiendo poco a poco en el mar, el agua debía estar fría y ella se resistía a sumergir sus partes bajas, Rebeca me chupaba con placer. Su boquita era cálida, y acogedora, y me gustaba como me lo hacía su dueña. Lamía, despacio, y chupaba con ganas, ni con mucha dulzura ni con mucha agresividad, chupaba bien, y yo le susurraba guarradas que dudo que oyera, pues el joven de la guitarra había empezado con una canción bastante escandalosa.

Al fin Sandra se decidió, ya mi verga estaba muy crecida y juguetona, y se deslizó en el mar, Rebeca me obsequiaba con mágicas caricias de lengua, Sandra es una pesada pero tiene un cuerpo muy bonito, y se la intuía hermosa braceando contra las olas, mi polla quería más, yo estaba sudando, y la amiga de mi novia empezó a acariciarme la cara interna de los muslos

Cuando me corrí, Rebeca se bebió toda mi leche. Le acaricié la cabeza mientras le ofrecía un kleenex para limpiarse, y ella me comentó que debía irse, que había quedado con su novio para ir a comprar unas cosas. Se despidió de mí con un beso en los labios, y pude degustar el amargo sabor de mi semen.

Me quedé sólo en la terraza. Sandra continuaba nadando. La guitarra sonaba, melodiosa, y yo me deshacía en deseos de follar… El joven extranjero me miró, y con un dedo me indicó ok. Le contemplé… Estaba delgado, pero parecía fibroso… Su cara era simpática, tenía algo… Nunca, ni en la más temprana adolescencia cuando todo es experimentar, me había sentido atraído por los hombres.

Y, sin embargo, aquel rubio

CONTINUARÁ.