Guerra de celos

Cuando parecía que nada podría encender la llama de nuestro matrimonio, mi marido se inventa un juego de consecuencias insospechadas.

Llegué a casa terriblemente cansada aquella tarde. El trabajo en la empresa era cada día más duro. Mi marido llegó al poco rato y para mi sorpresa venía con un regalo, lo único que dudé fue que prenda de ropa sería. Lo cierto es que en ese sentido era bastante espléndido. Por aquel entonces mi marido tenía 40 años y yo 32 pero se conservaba bastante bien y como pareja en ese sentido no llamábamos la atención. Trabajábamos en la misma empresa ocupando puestos importantes y no nos dejaba casi tiempo para nosotros. Con bastante dinero pero sin tiempo para disfrutarlo.

Al instante bajó a preparar una cena romántica dejándome sola con el regalo. Sin esperar a ver mi cara. Me llevé una gran alegría ya que era un precioso vestido de noche, de color rojo. A buen seguro mi marido había planeado todo con mucho mimo, tanto el vestido como la cena que preparaba. Yo no tenía muchas ganas de hacer el amor aquella noche pero no quería decepcionarle. No podía. Es triste reconocerlo pero a pesar, yo creo, de ser personas atractivas, la atracción entre ambos era casi inexistente. Por lo que buscábamos en estos detalles algo que pudiera despertar en nosotros una atracción que por sí sola no aparecía.

Cuando me puse el vestido y me miré en el espejo de nuestro dormitorio no cabía en mí de…..

De odio.

El vestido que me había comprado el muy cabrón para excitarse no era así porque sí. ¿Por qué aquel vestido rojo?

Para ordenar mis recuerdos tuve que remontarme a dos semanas atrás. Es decir, a finales del mes de mayo. Por aquel entonces cuando se avecinaba un fin de semana de tranquilidad en nuestra casa de campo nos avisaron desde la empresa que tendríamos que pasar la tarde del sábado en un hotel, reunidos en una ciudad no muy lejana, para acercar posturas con otra empresa. Para discutir sobre la conveniencia o no de una cooperación entre ambas sociedades. Mi enfado era monumental. Estaba desquiciada. Por muchos factores mi vida no iba bien y en determinados momentos quedaba en especial evidencia.

Cuando llegamos al menos me alegré de que el hotel fuera realmente lujoso. En aquella ciudad del interior el verano parecía ya haber llegado cogiéndonos a todos bastante desprevenidos. La tarde fue un desastre y al menos en el área que a mí respectaba no habíamos llegado a ninguna conclusión clara. Al llegar al dormitorio sobre las 8 de la tarde tuve que meterme urgentemente en la ducha para tranquilizarme. Para no explotar. Pero no pude evitar venirme a bajo al pensar en la eterna cena de negocios que aun nos esperaba.

Cuando salí del cuarto de baño mi marido se despedía de alguien en la puerta para meterse inmediatamente ahora él en la ducha.

Encima de la cama había ropa mía, cuidadosamente colocada. La había puesto allí mi marido. Cuando él quiere que me ponga algo nunca me lo dice, simplemente lo coloca y me da a entender que quiere que me lo ponga. Todo lo que había extendido me lo había comprado él: una mini falda negra, una blusa a rayas negras y blancas con los puños y los cuellos también blancos y un conjunto negro de ropa interior, con medias, liguero y sujetador. También había colocado con cuidado el collar de perlas que me había regalado por el aniversario. No me apetecía mucho ponerme esa ropa el día que parecía haber llegado el calor pero tampoco permitían desde la empresa asistir a una cena de negocios con un vestido de verano. Así que me puse lo que él indirectamente me había pedido. Era cierto que hacía muchísimo calor pero sobretodo porque sabía lo que a mi marido "le ponía" no me puse sujetador. Todo esfuerzo era poco para buscar algo de morbo en nuestra relación y que él supiera que mis pechos estarían desnudos toda la cena ayudaría mucho para cuando volviéramos al dormitorio.

La cena estaba programada para las 9 en el jardín, en una mesa larguísima y estrecha. Como siempre, antes de sentarnos, charlábamos un poco entre todos. Mi marido tomó asiento antes que yo y para mi desgracia se sentó al lado de Laura, de "Laurita" como quería hacerse llamar. Por un momento pensé en sentarme a su otro lado pero mi indignación no me lo permitió. Él sabía de sobra que yo odiaba a aquella chica y sin embargo no había tenido ningún reparo en situarse a su lado. Aproveché que en ese momento hablaba con Juan Carlos para insinuarle que se sentara conmigo. Yo no podía ni ver a Laura simplemente porque odiaba su semblante de falsa inocencia pero el odio entre Juan Carlos y mi marido se debía a motivos profesionales. Me senté en frente de mi marido con Juan Carlos a mi izquierda, en frente de Laura. Así le pagaba con la misma moneda. A mi derecha se sentó un amigo de Juan Carlos por lo que deduje que había partido su grupito de amigos por la mitad, -Que se jodan- pensé. En peor situación estaba yo que le tendría que ver la cara bonita a Laura durante toda la cena. Para colmo a la izquierda de mi marido se sentó Santiago, que a pesar de estar en los cincuenta y tantos había sido subordinado mío el año anterior. Creo que también se llevaba bien con Juan Carlos y durante el tiempo que había trabajado conmigo me había hecho sentir incómoda en varias ocasiones por una mirada lasciva que sólo yo parecía ver.

Aprovechando la estrechez de la mesa me incliné hacia delante y le dije al oído de mi marido:

-Lo has hecho por joder -.

Él se hizo el loco y comenzó la cena. Mi marido no sólo se había sentado a su lado si no que sólo hablaba con ella y rara vez se dirigía a mí. Cada vez que hablaba con Laura yo hablaba con Juan Carlos el cual era bastante guapo. Ya me había fijado hacía tiempo. Era rubito y con el pelo un poco largo pero lo que más me gustaba era su dulce cara de niño. Podría ser un poco más joven que yo pero como mucho un par de años. Llevaba una camisa blanca que le hacia muy sexy. El hecho de hablar con él era un poco por vengarme pero también porque tampoco me quedaba otra opción. Pude comprobar que Laurita se había saltado a la torera las normas de la empresa y se había puesto un vestido y para alegría de mi marido la muy zorrita no llevaba sujetador. Mi blusa, a pesar de ser muy fina, era oscura por lo que no se notaba demasiado, pero los pezones de Laura se veían respingones con mucha claridad. En cierto modo guardábamos cierto parecido ya que ambas éramos bastante delgadas y de piel clara, rondando el metro setenta. Pero ella era rubia y llevaba siempre el pelo recogido en una cola y yo una larga melena negra capeada. Por otro lado era, digamos, más mujerona, ya que tenía más cadera y más pecho pero aun así se la veía esbelta. Era la más joven en ocupar un puesto importante. Había tenido un ascenso meteórico.

A medida que el vino bajaba y subían los decibelios a mi marido y a Laura se les notaba más complicidad. Más sonrientes. Más atrevidos. Cuando vi que sus manos se posaban en las piernas del otro para contarse cosas que yo ya no alcanzaba a escuchar me indigné. Por momentos hasta mi marido parecía mirarme mientras reía con ella. -¿Me estás intentando poner celosa?- Pensaba sin acabármelo de creer. Yo no sentía celos pero empezaba a reavivar más y más mi enfado. Mi conversación con Juan Carlos era completamente insulsa hasta que me sorprendió sobremanera:

-Creo que tienes un morbo increíble Cristina -.

Me quedé paralizada. Me había cogido completamente desprevenida.

Como acto reflejo fingí no haberle escuchado. El chico era muy guapo pero no me parecía nada apropiado. Sin embargo en ese momento mi marido llegó incluso a juguetear con el pelo de ella. Estaba claro que lo hacía por joder. Se estaba pasando ahora ya si de la raya. El hecho de sonreírme cada vez que la tocaba…-¡Menudo hijo de puta!- Pensaba negando con la cabeza.

-¿Sabes? Me das mucho morbo – Insistió en mi oído.

Ante esa confesión me crecí. Me recosté, crucé las piernas y mirando a mi marido le dije haciéndome la inocente:

-¿Ah si? No te preocupes, le pasa a muchos-. El hecho de que yo también quisiera joder a mi marido entrando en esa especie de guerra de celos no quería decir que me apeteciera escuchar sus babosadas.

El ruido de fondo era terrible y sólo hablándonos al oído podíamos escucharnos.

-Bueno pero a mí me das un morbo especial. Creo que no sólo estás buenísima si no que tienes algo que las demás no tienen. Es más, no se qué haces con ese capullo -.

Era obvio que no se llevaba muy bien con mi marido. No sabía si los halagos eran sinceros o si él también buscaba venganza. Pensé en pararle los pies pero cada vez que dudaba en hacerlo algún gesto de mi marido hacia Laura me hacía desechar la opción.

En ese momento puso su mano en mi muslo. Sobre mis medias. Estaba apunto de apartarle la zarpa ya que el juego no incluía dejarme meter mano bajo la mesa como una cría. Sin embargo una caricia con el dorso de la mano en la mejilla de Laura me enfadó tanto que no hice nada. No sólo eso, decidí jugar fuerte.

-¿Y que harías con una chica tan morbosa como yo?- Le susurré de nuevo mirando a mi marido.

Sonrió sabiéndose con vía libre y sin apartar su mano de mi pierna me dijo:

-Te llevaría a mi habitación ahora mismo y te comería ese coñito que tienes -.

Mi corazón cambió estrepitosamente de ritmo. No esperaba semejante proposición. Ya tenía bastante calor por aquella noche bochornosa y las dichosas medias como para que aquel rubito tan atractivo me sobara la pierna diciéndome que me quería comer entera. La cosa estaba yendo demasiado lejos pero no quise pararle. Al menos todavía.

-¿Siempre te di morbo? ¿Pensaba que no te caía demasiado bien?- Yo siempre sin apartar la vista de mi marido.

-Bueno, si te digo la verdad, lo cierto es que me pareces una chula insoportable, pero eso no quiere decir que más de una vez no haya pensado en como sería follarte. Cada vez que te paseas por la oficina con esos aires de superioridad pienso en lo guapa que estarías a cuatro patas gritando mi nombre-.

De nuevo si el chico quería excitarme lo estaba consiguiendo. Sus palabras tan soeces en mi oído retumbaban por todo mi cuerpo. No podía evitar escenificar en mi mente lo que él me decía. Su mano había subido unos centímetros por mis medias, llegando al encaje, y yo se lo había permitido. Me estaba excitando de verdad. Sin embargo ante la llegada del segundo plato se aparto de mí y pasó una mirada él también por Laura. La muy zorra partía con ventaja ya que mi ropa era mucho más conservadora que la suya y ella enseñaba sus voluminosas tetas a toda la mesa. En ese momento al ver a mi marido y a Juan Carlos mirándola sí que sentí celos. El sol se había ocultado pero el calor a mí me parecía aumentar.

De pronto aproveché que mi marido me miró. Yo clavé mis ojos en él y desabroché un botoncito de mi blusa dejando ver gran parte del nacimiento de mis redondos pechos. Me giré hacia Juan Carlos sin perder de vista a mi marido y le susurré:

-¿No preferirías follarte a Laurita?-

Él parecía pensárselo mucho y me temía su respuesta.

-No no- sonrió. -Prefiero follarte a ti. Me ponen más las zorras que se van de estrechas. Esas son las peores-. En cierto modo y a pesar de su insulto me alegré.

-¿Ah sí? ¿Crees que soy una zorra?- Pregunté sonriéndome. Aun me parecía estar jugando con él.

-Creo que eres la más puta de toda la empresa. Bajo esa ropa tan rancia que siempre llevas yo sólo veo una fulana -.

Me estaba de calentando de nuevo. Mientras me hablaba volvía a pasar su mano por mis medias y no me quitaba los ojos de las tetas. ¡Joder, estaba buenísimo! Pero intenté defenderme:

-Si fuera una zorra como tú dices ya me habría ido contigo y no creo que eso pase- Le respondí fingiendo no ser victima de sus palabras. El muy cabrón estaba realmente bueno. Cada vez me parecía más atractivo y cada vez que su precioso pelo me rozaba… Cada vez que me susurraba me hacía estremecer. A mi derecha su amigo vestido de rojo y de ascendencia caribeña fingía no enterarse de nada mientras que el cabrón de Santiago, que estaba ya casi completamente calvo y con su enorme barriga no me quitaba los ojos de encima.

Juan Carlos subió más la mano y cogiéndome por sorpresa llegó hasta mi liguero.

-¿Pero que es esto maldita puta? ¿Ves como tenia razón? Esto sólo lo llevan las putas- Decía mientras jugueteaba con una de las tiras.

Sentí una inmensa vergüenza.

Notaba como me sonrojaba y me quedé paralizada, sin responderle, mientas él no paraba de preguntarme al oído si era una puta. Me estaba excitando con cada palabra.

En esos momentos ya no sabía lo que sentía. Me estaba dejando manosear el liguero, regalo de mi marido, por un desconocido. El liguero que sólo me había puesto 3 o 4 veces en toda mi vida y que llevaba para excitar a mi marido y para excitarme a mí estaba dándole a entender a Juan Carlos que era una auténtica guarra.

Entonces me susurró:

-Eres una buena zorrita. Estoy contando los minutos para llevarte a mi habitación, ponerte contra la pared y metértela una y otra vez. Tus gritos se iban a escuchar por toda la ciudad. Tu marido se iba a volver loco buscándote y tú desearás que te encuentre para que aprenda como quieres que te follen-.

Me quedé extasiada. Temblando. Tenía la garganta completamente seca de la excitación. Me había puesto increíblemente cachonda. No recordaba que nadie con palabras me hubiera excitado de esa manera. El morbo que me daba ser el centro de sus deseos. Imaginarme empalada por aquel chico. Imaginármelo agarrándome por mi estrecha cintura y clavándomela una y otra vez. Imaginármelo vengándose de mi prepotencia. Humillándome. Castigándome…Me temblaba todo el cuerpo y no podía articular palabra. Ya me había olvidado completamente de mi marido y de su dichoso juego de celos.

-¿Las tetas me las enseñas porque quieres que me las coma o porque eres así de puta?-

Yo no podía más. Necesitaba un respiro. Me adivinaba completamente colorada a los ojos de mi marido que no parecía inmutarse. O se hacia el loco o no se daba cuenta de nada. Al contrario que Santiago que seguía sin perder detalle. Gotas de sudor recorrían todo mi cuerpo y los cuellos de mi blusa se me pegaban haciéndome sentir cada vez más y más incómoda. Esa blusa que a mi marido tanto le gustaba se pegaba húmeda a mis pechos que yo ya notaba muy hinchados. Si a alguien le quedaba duda de que no llevaba sujetador el hecho de tener mis pezones queriendo reventar la blusa lo dejaba todo claro. Cada vez que me llamaba puta yo me sentía más que lo era. Cada vez que decía que quería arrancarme la ropa para follarme más calor sentía.

Un enorme estruendo me sobresaltó. La ciudad debía de estar en fiestas ya que unos impresionantes fuegos artificiales comenzaron a aparecer en el horizonte. Toda la fila de enfrente se giró para verlos y Juan Carlos no desaprovechó la ocasión para empezar a pasar de nuevo su mano por mis muslos. Primero por el exterior y después por el interior. Se recreaba en el encaje del principio de mis medias y me susurraba que si no fuera una puta no me estaría dejando tocar. Lo cierto era que yo no le paraba. Mis muslos ardían.

Me estaba volviendo loca. Nadie me había tocado así. Con tanto desprecio. Con tanta cara.

Cuando empezó a sobarme el interior de mis muslos no pude evitar abrir ligeramente las piernas. Me recosté hacia atrás, dejándome hacer. Empezaba a pensar que tenía razón en lo que decía de mí. Cuando me quise dar cuenta estaba sintiendo tanto placer que casi no podía sujetarme a la silla, y ponía mi mano izquierda sobre la pierna de Juan Carlos y la derecha sobre la de su amigo de pelo cortito, que se había quedado tan sorprendido por mi gesto como yo misma y ahora sí no perdía detalle.

Sin que él me hubiera dicho nada había abierto las piernas para él. Como una auténtica fulana. Pero lo peor fue que para mi propia sorpresa empecé a hablar:

-Quiero que me toques, por favor, tócame.- Le rogué suspirándole en el oído. Mientras lo decía me cogió la mano y la puso sobre su abultado pantalón.

-¿Quieres comerte esto?- me susurraba mientras me mordía el cuello.

-Sí, quiero comértelo todo-. Le gemía con los ojos entreabiertos al tiempo que le sobaba la polla por encima de su fino pantalón gris. -Estás buenísimo cabrón. Mira como me tienes- Le decía mientras le acercaba su mano a mis braguitas. Él opuso resistencia y mientras se recreaba en mis ingles me decía que no quería tocarme, que no se quería manchar. -Que cabrón eres- le repetía casi gimiendo mientras alargaba mi mano derecha para sobarle también la polla a su amigo. Yo abría más y más las piernas en una señal desesperada de que quería que me tocara bien el coño pero él me seguía haciendo sufrir.

-Si me enseñas las tetas a lo mejor me da igual ensuciarme - Me dijo.

Los fuegos seguían resonando. Toda la fila de enfrente seguía girada. Todos menos el maldito viejo. Cada vez que abría un poco los ojos veía la mirada lasciva de Santiago. Pero no me importaba. Todo me daba un morbo increíble. Dejarme meter mano como una cerda en los morros de mi marido, no hacía otra cosa que ponerme más y más cachonda. La excitación que me provocaba el cabrón de Juan Carlos... El hecho de que cada insulto, de que cada caricia, provocara en mí casi un orgasmo vencían a la sensación de miedo a ser descubierta. Con ambas manos les sobaba la polla a los dos amigos. El morenito también se animó y los dos me besaban el cuello con sutileza. No pude más y con los ojos cerrados desabroché un botón más quedando gran parte de mis hinchadas tetas al descubierto. Cuando por fin iba a cumplir su palabra y acercaba su mano a mi entrepierna escuchamos como acababa la traca final y la gente se empezaba a girar de nuevo. En un segundo todas las manos me abandonaron y apresuradamente intenté con nerviosismo abrocharme la blusa.

¡Dios mío! ¡Que caliente estaba! No me había sentido tan mojada en mi vida. El muy cabrón no había parado de pronunciar aquellas palabras tan insultantes en toda la cena y con cada una de ellas casi podía sentir una gota de mi interior abandonándome. Mi marido ahora sí se tenía que dar cuenta de que algo pasaba ya que me sentía ardiendo y tenía que estar completamente colorada como consecuencia del calentón. Sin embargo no dijo nada.

-Tienes la blusa mal abrochada- Me dijo Juan Carlos en voz baja y con tono jocoso.

¡Que vergüenza! Me miré y al abrocharme, con las prisas, me había saltado un botón. Me sobresalté y como acto reflejo me giré y me dirigí a los servicios de la planta baja del hotel ya que sería un escándalo arreglarlo en presencia de todos.

Cuando me miré en el enorme espejo de los servicios me di cuenta que mi marido no podía haber pasado por alto aquello. Estaba totalmente descamisada, mal abrochada y roja como un tomate. Intenté tranquilizarme. Me mojé un poco la cara y mientras me desabrochaba la blusa completamente para colocarla bien escuché a mi espalda:

-Al fin solos- .

Era Juan Carlos.

Me giré muy sorprendida y sólo acerté a decir:

-¿Qué haces aquí?-

Él se acercó sin responderme. Me cubrí con la blusa sin abrocharme para que no me viera desnuda y me dijo:

-¿Pero qué haces? ¿Cuando por fin llega lo que querías?-

Permanecí inmóvil y tuve que retroceder hasta que mi culo topó con el mármol que rodeaba los lavabos. Mantenía mis manos cruzadas tapándome y le pedía por favor que se fuera. Él agarró fuertemente mis manos y empezó a separármelas. No tardó en conseguirlo y yo simplemente dejé caer los brazos. Mirándole. La mezcla de excitación y miedo me invadía. La blusa a pesar de estar desabrochada no le permitía ver nada ya que sólo dejaba ver mi canalillo. Sin embargo mi collar tropezaba con un abultado pezón que me delataba. Empezó a mover el collar a izquierda y derecha de mi pezoncito recreándose en mi excitación, haciendo chocar las perlas con mis pezones. Erectos. Duros.

Ardía por dentro. Los dos lo sabíamos.

Puso un dedo en mi cuello y con él me recorrió de arriba abajo hasta mi falda. Me volvía loca. Volvió a poner la mano en mi cuello y ahora sí, lentamente, apartó la blusa hasta abrirla completamente y para que no se volviera a cerrar la llevó hasta el exterior de mis pechos. Yo ya no podía más. Estaba entregada:

-Cómemelas- le supliqué.

Él no me respondió y empezó a besarme en la boca pero no con besos normales si no que sacaba su lengua y la introducía en mi boca una décima de segundo para luego echarse atrás otra vez. Yo le respondía igual y totalmente desesperaba juntaba su lengua con la mía casi en el aire. Estaba acorralada, de espaldas al lavabo, con las manos apoyadas y los codos flexionados hacia atrás. Se apartó un instante de mí y empezó a desabrocharse los pantalones. Se los bajó hasta los tobillos y mi mano se lanzó a acariciarle por encima del calzoncillo. El tacto y las ganas de descubrir su polla hacían que gotas de mi interior resbalaran por mis bragas. Mientras le tocaba me sujetó por el pelo bruscamente y mordiéndome el cuello me dijo:

-Tendrás que perdonarme, te había dicho que quería comerte el coño pero no recordaba que lo primero que hacen las putas es una buena mamada -.

Es lamentable pero aquella frase aun me humedeció más.

-Maldito hijo de puta…- Le dije. Pero cuanto más cabrón era, cuanto más animal, cuanto más hacía desaparecer su cara de niño, más cachonda me ponía. En el fondo deseaba que me tratase cuanto peor mejor. Me arrodillé sin que él me lo pidiera y mientras me decía: -Así me gusta- me deshacía de su calzoncillo, quedando ante mi cara una polla casi completamente erecta. Tenía un buen tamaño sin ser excesivamente grande y en seguida empecé a lamerle los huevos con cuidado y a recorrer con mi lengua toda su polla de abajo arriba.

Me volvía loca lamiéndosela como una auténtica perra.

En ese momento me tiró del pelo hacia atrás y me dijo: -Una buena puta cuando la chupa me tiene que mirar a los ojos-. Yo obedecí inmediatamente y no era necesario fingir una mirada de lujuria cuando clavaba mis ojos en los suyos. Empecé a recrearme en la punta haciendo círculos con la lengua para acto seguido y mientras escuchaba un gemido metérmela todo lo que podía en la boca. Notaba su falo completamente duro en mi interior. Ahora sí me sentía como una autentica puta. Arrodillada ante él. Ahora empezaba realmente a creer lo que decía de mí. El morbo de cómo me trataba, de que alguien pudiera descubrirnos en cualquier momento y de tener ese pollón en mi boca produjo que desesperada intentase llevar una mano a mi entrepierna, queriendo calmar mi calor. Sin embargo él no me lo permitió. Es más, puso mis manos en mi espalda y agarrándome por la cabeza empezó a follarme la boca como un animal. Me daba más morbo si cabe que chupársela. Las embestidas se hacían más y más fuertes y yo sentía que estaba a punto de correrse. Poco más tarde se salió de mi boca y empezó a masturbarse delante de mi cara. ¡Dios mío, qué morbo me daba pensar que se iba a correr sobre mí! Deseaba con todas mis fuerzas que se vaciara, que bañara mi carita. Yo sacando una mano de mi espalda aparté mi blusa para no mancharme pero el muy cabrón me cerró la blusa de nuevo. Comenzó a gemir y con una mano sujetándome la cabeza comenzó su orgasmo. Los primeros chorros de su semen empezaron a caerme en la cara. No contento con eso, el resto de su corrida caía con menos fuerza sobre mi cuello y sobre mis tetas cubiertas por mi blusa. Al menos 5 o 6 chorros de su leche cayeron sobre mí.

Me dejé caer a un lado. Me sentía tan caliente. Tan sucia

No tardó en vestirse y decirme con cierta sorna que no había estado mal y que era mejor salir en seguida, que iban a empezar los postres. El muy cabrón salió por la puerta sin decirme nada más. Me quedé extasiada pero tenía que volver a la cena inmediatamente. Todo había sido muy rápido pero más de diez minutos de ausencia sería demasiado sospechoso.

Me volví al espejo. Vi una fulana. Manchada de semen por toda la cara. Humillada.

Me lavé la cara como pude e intenté en vano limpiarme la blusita. Le eché agua y no conseguí más que crear una asquerosa pasta densa a la altura de mis pechos. Me mojé también el pelo para disimular y hacer creer que era todo agua y volví a la mesa.

Cuando llegué nadie dijo nada y efectivamente estaban tomando los postres. Mi marido no me hizo ningún gesto y seguía hablando con Laura. Yo le busqué durante un rato con la mirada y por fin lo encontré. Mientras nos mirábamos en silencio no paraba de pensar que deseaba con todas mis fuerzas que se diera cuenta de todo. Quería que viera a su mujer manchada del semen de otro hombre. Que supiera que había sido forzada a mamársela. Me sentía tan sucia como excitada. Con mis braguitas negras encharcadas. Mis tetas hinchadas…Sin embargo no supe interpretar su mirada. El único que me miraba diferente, con aun más lujuria, era el gordo asqueroso de Santiago. Juan Carlos no tardó en seguir con su juego:

-Creí que te ibas a cambiar de ropa pero gracias, ya estoy cachondo otra vez de verte con tu ropita manchada de mi leche.-

Ya no podía más de lo encendida que estaba. Me sentía bañada de su semen en mi pecho y empapada de mis propios flujos entre las piernas. Cada vez estaba peor y ni siquiera me había tocado nada más que los muslos y apenas unos besos tan asquerosos como excitantes. Necesitaba sentir una polla dentro de mí. Lo necesitaba.

Me sentía tan cachonda como desconcertada. En un principio había pensado que mi marido se había sentado con Laura para joderme. Después pensé que simplemente quería excitarme a mí con su juego pero cuanto más me fijaba ahora en ellos, más juntos y calientes los veía. Los dos parecíamos excitados, cosa nada habitual. Me resultaba difícil pensar que no se había dado cuenta de nada de lo que pasaba entre Juan Carlos, su peor enemigo, y yo, su mujer. Hasta empecé a pensar si ya habría pasado algo entre ellos antes. Incluso recordé cuando al salir de la ducha él se despedía de alguien. ¿Se la habría follado en nuestra propia habitación? ¿Sería capaz de jugármela así el muy cabrón? Yo ya no sentía enfado. Me lo imaginaba follándosela y me excitaba. Me excitaba más y más. Me lo imaginaba tirándole de la coleta mientras se la clavaba una y otra vez y de nuevo las ganas de que me follaran aquella noche retornaban.

Muchas personas de la mesa se levantaban ya y se dirigían a un lateral del jardín donde había un bar con barra libre y así lo hizo mi marido llevándose con él a Laurita. Juan Carlos no se cohibió en cogerme la mano de forma falsamente caballerosa invitándome a ir.

Me levanté y mientras íbamos por un caminito de gravilla, entre el césped y la planta baja del hotel, sentí la presencia de no sólo mi acompañante si no también de sus dos amigos, el mestizo y el viejo Santiago. Estaba realmente incómoda pero a la vez cada vez más y más cachonda al notar el aire en mi cuerpo, secándome la leche con la que Juan Carlos me había bañado. Notaba una inmensa humedad entre mis piernas al andar que me hacía revivir la escena de cómo se la acababa de mamar a aquel guaperas. La zona no estaba casi iluminada y Juan Carlos iba sobándome el culo de una manera maravillosa. Mientras lo hacía me decía al oído:

-¿Quieres que te folle ya o tomamos unas copas primero?- Siempre sonreía.

Yo avergonzada no le respondía. Me tenía y él lo sabía.

En ese momento se situó tras de mí y me empujó hacia la derecha, contra una puerta, para acto seguido levantarme la falda y empezar a meterme mano por el interior de mis muslos y mi culo. Yo irremediablemente excitada le pedía por favor que me soltara sin demasiado convencimiento. Cuando un chasquido de la puerta hizo que nos precipitáramos al interior de un cuarto oscuro. Creo que ambos nos quedamos sorprendidos.

Alguien encendió una tenue la luz quedando ante nosotros una habitación llena de escobas, productos de limpieza y viejos muebles. Quise salir de allí inmediatamente, entre empujones, pero alguien me paró y comenzó a besarme. A meterme la lengua hasta el fondo. Mientras, otro a mi espalda me subía la falda hasta la cintura. Mi resistencia duró hasta que el de atrás pasó bruscamente un dedo sobre mis bragas.

Sin duda el que me besaba con violencia era Juan Carlos, que me aplastaba contra el que tenía detrás. En cierto modo me daba vergüenza que me tocaran ya que sentía que todo mi cuerpo era una mezcla de sudor y semen. Juan Carlos me abandonó y yo recosté mi cabeza hacia atrás, sobre el hombro del otro que para mi desgracia no era el mestizo, si no el viejo asqueroso de Santiago.

Cuando me di cuenta intenté desesperadamente soltarme pero él me rodeaba con los brazos y palpaba con torpeza mi coño. Era más bajo que yo pero sus peludas manos no me soltaban. El muy cerdo me lamía todo el cuello mientras intentaba masturbarme y yo me resistía como podía.

–Te voy a comer enterita jefa- Me bababa toda la oreja.

Consiguió, tras un intenso forcejeo, hacerme a un lado mis empapadas bragas y al pasar uno de sus gordos dedos por mi raja creí que me venía. Hice lo que no debí hacer pero no pude evitar:

Gemir.

Soltar un grito desesperado. Entregado. Me estaba dejando masturbar por aquel viejo que apestaba a vino y a colonia barata pero no podía esconder el placer que me estaba dando. Estaba tan caliente

Su dedo cada vez me recorría más y se hundía más. Estaba tan mojada…Sentía vergüenza de mi misma.

Después me giró bruscamente y abriéndome la blusa con torpeza comenzó una comida de tetas increíble. Me las bababa. Me las estrujaba. Me las mordía y succionaba mis pezones arrancándolos de mi fino cuerpo. Era una delicada muñeca en manos de aquel viejo gordo. La mezcla de dolor y placer no me permitía quejarme, sólo pedirle que me las siguiera comiendo. Ahora me avergüenzo de ello pero en aquel momento yo misma me agarraba los pechos y se los metía en la boca para que me los comiera.

Juan Carlos y también su amigo moreno eran testigos de excepción de aquella comida de tetas. Y mientras el mestizo se mantenía en silencio Juan Carlos jaleaba a su viejo amigo. Entre mordida y mordida Santiago me decía que se la iba a chupar. Que se la tenía que chupar. Yo lo que quería era que me follara.

Para mi desgracia bruscamente me arrodilló y empezó a desnudarse delante de mí. No pude evitar ver un cuerpo gordo y peludo y más tarde una vieja polla casi más gorda que larga. Lo cierto es que no sentí asco, aunque ahora no lo pueda comprender. En aquel momento estaba tan encendida que no pude más y lo hice: Me la metí en la boca.

Se la chupé con más lujuria que nunca. El muy cabrón no conforme con la comida de polla que le hacía me decía: –Más rápido jefa, más rápido que si no no me entero- Juan Carlos se reía de mí y sin embargo yo obedecía y poniendo mis manos en su culo peludo le comía su triste polla sin ayudarme de las manos.- Así jefa, así. Siempre supe que te morías de ganas de comérmela-. -¡Maldito hijo de puta! -Pensaba mientras el viejo se seguía aprovechando de mi calentón.

Después viví la terrible humillación. Tuve que sentir el terrible bochorno de que se corriera en mi boca.

Me lo tragué todo.

Me quedé aturdida un instante cuando Juan Carlos me levantó.

Yo le miré. Seguía terriblemente cachonda. Sólo quería que me follaran. Quien fuera. Me daba igual. Ya no podía más.

-¿Vas a follarme?- Le susurré.

Y al fin lo escuché:

-¿Cómo quieres que te folle?- Me dijo mientras me lamía la oreja.

Tenía que estar completamente fuera de mí ya que no me corté y suspiré:

-Quiero que me folles contra la pared-.

Mis palabras produjeron un gran calentón en él y me dijo que me colocara. Yo temblando de la excitación caminé avergonzada y mareada. Mis zapatos de tacón resonaban por todo el cuartucho con pasos nerviosos y me puse a casi medio metro de la pared, apoyando mis manos en ella.

Se acercó por detrás pegando completamente su cuerpo al mío, me separó las piernas y ahora sí con fuerza pasó su mano por mi raja. ¡Dios mío! ¡Que placer! Podía notar como pasaba sus dedos por entre mis labios y aun por encima de mis bragas mi coñito hacía un ruido que no dejaba duda de lo mojada que estaba.

– ¡Pero mira que eres guarra! ¡Mira como estás! - El muy cabrón llamó al moreno y le dijo que me tocara. –Pásale una mano por el coño a esta puta y alucinas- Sin embargo Juan Carlos no pudo más y echando a un lado mis bragas empezó a introducirme la punta de su polla.

– Métemela toda- Le rogaba –Métemela toda- ¡Estaba tan cachonda! ¡Estaba tan bueno! -¡Qué polla tan rica!– Pensaba. El muy cerdo seguía con su juego de hacerme sufrir y se quedó quieto. Yo no podía esperar más a sentirla dentro y yo misma empecé a echar mi culo hacia atrás mientras Juan Carlos se reía y le decía a su amigo: -Mira esto, mira como se la mete ella solita -. Él no usaba sus manos para nada. Sólo estábamos unidos por su polla. Yo me la metí hasta el fondo y estallé de placer soltando el gemido más placentero y esperado de mi vida:

-Ohhhhh-

-¡Oh dios, follame!- Comencé a gritarle. Sin embargo permanecía quieto. Jugando aun más conmigo. Y yo sola echaba mi culo adelante y atrás. Follándome su polla. Gritaba como una loca. Apoyaba la mano izquierda en la pared y con la derecha me pasaba la mano tocándome las tetas. Las tenía enormes y con una dureza en los pezones que nunca había sentido. A veces me detenía con sólo la punta dentro para introducírmela lentamente y así sentirla centímetro a centímetro. Lo cual era otro motivo para sus burlas. Al poco rato él tampoco pudo más y tomó el mando, clavándomela con saña a toda velocidad.

-¡Así cabrón, así! ¡Fuerte, fóllame fuerte! -Le rogaba mientras el collar de perlas de mi aniversario iba y venía.

-¿Cómo te sientes?- Me susurraba mientras me tiraba del pelo echándome la cabeza hacia atrás. En ese momento y mientras le decía -Como una puta ¡Me siento como una puta!- empecé a sentir en mi interior que me corría irremediablemente. El ruido de sus huevos chocando contra mí era ensordecedor y me excitaba más y más. Mis gemidos aumentaron en frecuencia e intensidad y él me decía: -¿Te vas a correr ya zorra?- Tan pronto escuché eso empecé a gritar como una autentica posesa. Me estaba corriendo de una manera desconocida para mí. Toda la noche esperando aquel momento que por fin había llegado. El placer que sentía me mantuvo gritando durante casi un minuto. Mis gemidos de perrita en celo hacían mella en Juan Carlos que estaba a punto de correrse. De correrse dentro de mí. Me puso las manos en las tetas, manos que yo agarré para que no me soltara, para que me las estrujara fuerte. ¡Me ponía tan cachonda! -¡Córrete dentro cabrón! ¡Quiero todo dentro!- Le gemía. En unos instantes se paró en seco y empezó a convulsionar llenándome las entrañas.

Permaneció con su cara apoyada en mi espalda extasiado por el placer, para acto seguido salir de mí, dejando caer gran cantidad de su corrida y de la mía por mis muslos. Por aquellas medias que me había regalado mi marido.

Sin darme tiempo a recuperarme el mestizo que ahora parecía fuera de sí me agarró y me sentó en un sillón viejo y medio roto. Se arrodilló delante de mí y poco a poco medio me quitó medio me arrancó las braguitas con violencia. Me subió la falda hasta la cintura y yo recostada y con las piernas totalmente abiertas no podía creer la suerte que iba a tener: – ¿Me lo vas a comer? ¿Me vas a comer el coñito? - Le gemía mientras él ya me lamía las ingles. Poco a poco su lengua se acercaba más a mi hinchado chocho y yo le suplicaba que me lo comiera ya. Pasó su lengua por entre mis labios y solté un grito ensordecedor. Me lamía de abajo arriba con maestría y a cada recorrido un "Ahhh" más grande y largo salía de mi boca. – ¡Haz que me corra, cabrón, cómeme hasta que me corra!- Le gritaba entre gemidos. Juan Carlos no tardó en sumarse a la fiesta y situándose a mi lado e hincando la rodilla en uno de los brazos del viejo sillón, me puso su flácida polla en la cara. -¿Crees que podrás arreglar esto?- Me dijo.

Mantenía los ojos casi completamente cerrados por la comida de coño que me hacía su amigo y no dudé en llenar mi boca con su polla completamente blanda.

Juan Carlos me seguía llamando absolutamente de todo y yo me sentía en la gloria. Me había olvidado completamente de cómo el cabrón de Santiago se había aprovechado de mí y ahora el morbo que sentía era incomparable. Por tener una polla y una lengua en mi cuerpo. Por lo buenos que estaban. Por como se balanceaba su melenita rubia al intentar follarme la boca. Por la blusita que me había regalado mi marido bañada en semen. Como las medias. Por el liguero que le servía de agarre al moreno para comerme bien el coño. Por las braguitas que yacían rotas en alguna parte del sucio suelo de aquel antro.

Su amigo no tardó en sorprenderme y empezar a besarme tanto mi coño como mi ano. Nunca me había dejado tocar ahí y sin embargo ni me planteé decirle nada y con la misma velocidad con la que la polla del rubio crecía en mi boca la lengua del moreno se habría paso por mi interior. Volvía a estar fuera de mí y deseaba con todas mis fuerzas que tanto su amigo como de nuevo Juan Carlos me penetraran. Los chicos parecieron leer mi mente ya que me abandonaron y el moreno se desnudó dejándose ver. Dejando ver ahora sí una polla preciosa. Dura. Grande. Joven. Que apuntaba al techo.

Éste se acosó en el suelo, invitándome a montarle. En principio dudé un tanto asustada pero Juan Carlos me agarró fuertemente del pelo y mientras me besaba me decía: -¿Nunca te has metido varias pollas a la vez? No te creo -. Mientras le obedecía y me dirigía a montar aquella polla Juan Carlos aguardaba con impaciencia su turno.

Estaba sentenciada y temblaba de miedo ya que después de escuchar sus palabras sabía que Juan Carlos ya había decidido metérmela por el culo. Lentamente pero con menos esfuerzo del esperado me metí la enorme polla de su amigo completamente. Cuando esperaba lo peor Juan Carlos simplemente se situó a un lado y se las arregló para ponerme de nuevo la polla en la cara, obligarme de nuevo a chupársela. Afortunadamente ninguna de las pollas estaba desvirgando mi culito por lo que además de excitada me sentía aliviada. Mientras el moreno me embestía lanzándome contra la polla de su amigo me separaba las nalgas y empezaba a introducir un dedo por mi culo. Yo ya sólo sentía placer. – Cómemela con ganas puta- Me decía Juan Carlos y yo le miraba a los ojos como me pedía. En ese momento el muy cabrón me sacó el collar de perlas, regalo de aniversario de mi marido y lo colocó colgando de su polla, obligándome a metérmela en la boca hasta besar las perlas. -¡Que hijo de puta! – Pensaba con una mezcla de odio y de excitación. ¡Que morbo! ¡Que mal sabía tratarme!

Entre la comida de coño que había recibido y estar invadida por sus pollas me sentía de nuevo con la sensación tan maravillosa de estar a punto de volver a correrme. Entre gritos. Como una autentica guarra. Gritos que sólo podía lanzar cuando la polla de Juan Carlos me lo permitía. El dedo del mestizo seguía abriéndose paso y aumentaba el ritmo de las embestidas mientras yo compungida de gusto me sujetaba en Juan Carlos. En su culo y en su polla. Cuando pensaba que no podía más el dedo del moreno me abandonó, él se paró y acto seguido algo se quería abrir paso de nuevo en mi estrecho culito. Yo intenté en vano girarme ya que Juan Carlos aprisionándome contra su polla no me lo permitió.

Sentí como una polla entraba en mi culo.

Tres pollas me penetraban.

El que me jodía desde atrás lo hacía con torpeza y pronto vi unas viejas manos estrujándome las tetas. Sin duda el viejo asqueroso me la estaba metiendo por el culo.

Yo no podía hacer nada y tampoco quería dejar de sentirlos dentro. El moreno y Santiago me follaban desacompasados lanzándome hacia la garganta de Juan Carlos. La mezcla de dolor y placer hacían de mí una puta que pedía más y más.

Gritaba como una auténtica perra cada vez que por sus embestidas su polla se me salía de la boca.

Me estuvieron dando con todo durante varios minutos y más tarde, uno a uno, se irían corriendo en mis entrañas.

Todo eran lamentos. Gruñidos. Gemidos. Y de fondo se oían mis agudos grititos de puta sodomizada.

Primero sentí la leche del mestizo en mi coño y al instante y sin previo aviso Juan Carlos se corría en mi boca. Yo intentaba tragar lo que podía sin poder evitar que gran parte rebosara de mi boquita y se abriera paso por la comisura de mis labios y gotas de su leche se deslizaran por mi cuello.

¡Me excitaba tanto! ¡Era tan puta! Cuanto más me bañaban, cuanto más me usaban, más se aproximaba mi orgasmo y para mi desgracia no pude evitar darle el placer a Santiago de empezar a correrme con él. El viejo gordo me arrancaba un orgasmo por el culo mientras me bababa la oreja gimiendo: -Así jefa, así. Córrete conmigo- y un estallido de ambos orgasmos produjo en mí un placer vergonzoso.

Follada. Enculada por aquel sucio viejo.

Rápidamente se vistieron y me dejaron. Allí. Sola. Tirada en el suelo y al borde del desmayo. Me dejaron tirada como a una puta.

No sabía el tiempo que había pasado y me arreglé como pude sin ponerme las bragas que no fui capaz de encontrar. Cuando por fin me vi capaz salí de allí para dirigirme directamente a mi habitación.

Tuve que secar todo el semen de mi cuerpo con unos viejos trapos.

Iba por el pasillo hacia nuestra habitación cuando alguien salía de ella. Era Laura.

Vestida con un precioso vestido rojo.

El mismo que me acababa de regalar mi marido.

Desde aquel momento nunca habíamos hablado de aquella cena y ahora, dos semanas más tarde, mi marido me regalaba el mismo vestido que Laura se había puesto aquella noche y yo empezaba a comprenderlo todo.

De vuelta a la realidad de verme reflejada en el espejo del dormitorio de nuestra lujosa casa, mi marido se acercó a mí y me dijo que estaba preciosa y que la cena ya estaba lista. Yo sabía lo que quería. Le besé como si no fuera a él, lo tumbé en la cama, me recogí el pelo en una cola y me lo follé. Mientras lo montaba él cerraba los ojos y yo sabía que no pensaba en mí. Sin embargo yo me excitaba por muchos motivos. Por lo que acababa de recordar. Por el morbo que me daba su retorcido plan. Por tener por fin la certeza de que se había follado a la joven Laurita. Me inclinaba hacia delante y sacaba los pechos de mi vestido metiéndoselos en la boca. Sabía que no eran tan grandes pero que los gozaría.

Echamos un polvo increíble. Sin embargo no nos dijimos nada. Yo no le dije que lo sabía y él no preguntó nada.

Se metió en el cuarto de baño y mientras se duchaba me quité el vestido y me puse la blusa que me había regalado. Con la que me habían follado en aquel hotel. En aquel cuartucho.

Entré en el cuarto de baño. Al momento de él cerrar el grifo yo abrí la cortinilla y él me miró. No me había vuelto a poner aquella blusa. Él lo sabía. Me sonrió.

Volvimos a la cama y me folló durante toda la noche sin quitarme la blusa.

Desde aquella noche tanto el vestido rojo como la blusa los cuelgo en un apartado especial de mi armario. Cuando llego de trabajar y me siento excitada me desnudo, me pongo sólo la blusa y le espero impaciente. Cuando él está especialmente caliente simplemente coloca el vestido rojo sobre la cama, yo me lo pongo y follamos durante horas.

Los días que me pongo tanto la blusa como el vestido no hacemos el amor. Follamos.

En qué pensamos mientras lo hacemos es cosa nuestra.