Guadalupe
Esta es la historia, simple, de una mujer muy joven, que apenas despierta a la vida, que se ve viuda de repente, con casi dos hijos. Es de buena posición social en el pueblo y, los amigos de su esposo deciden ayudarla. Le va tan bien , que hasta con la bendición salió aquella tarde.
Guadalupe
Resumen: esta es la historia, simple, de una mujer muy joven, que apenas despierta a la vida, que se ve viuda de repente, con casi dos hijos. Es de buena posición social en el pueblo y, los amigos de su esposo deciden ayudarla. Le va tan bien…, que hasta con la bendición salió en esa tarde.
Hola, soy Lupe; en aquel entonces, de la época de mi historia, yo tenía 17 años, había enviudado apenas hacia un mes, me encontraba embarazada de mi segundo hijo, el primero iba apenas pa’ un año. Yo llevaba en ese entonces ya cinco meses de embarazo, y ya se me empezaba a notar la panza.
El padre del pueblo me invitó a una comida que se organizó en la parroquia con motivo de la fiesta de san juan, al cual estaba dedicada esa iglesia. Era pleno verano y me fui con un vestido ligero, amplio, cruzado, blanco, abotonado con botones grandes, con imágenes de corazones negros, que resaltaban de inmediato, al igual que los botones, que eran de plástico, negros, grandes. Era un vestido sin mangas, con cuellito en V y un escote que mostraba buena parte de mis senos, que, además de ser de buen tamaño, ahora estaban mayores pues estaba yo embarazada y con leche.
Llegué y para mi sorpresa había muy poca gente, únicamente los más “pudientes” del pueblo, sólo que sin mujeres, eran sólo hombres. Estaba el alcalde, Don Ignacio, el jefe de la policía, Don Melquiades, el párroco, el padre Renato y Don José, el hacendado más rico de la región, un señor de unos cincuenta años, que también tenía ganado. Había un trío que estaba cantando y todos estaban cantando. Yo iba con mi niño, de apenas 2 años de edad.
Debo comentar que yo me había casado con Rafael, un hacendado también pudiente de aquellas tierras, a la usanza de ahí, me había “robado” cuando yo apenas era una niña, tenía apenas 13 años; me embaracé de inmediato y tuve a mi niño a los 14 años. Rafael era un señor viudo, de 43 años, que tenía hijos mayores que yo, pero que vivían en la ciudad capital y nos les interesaba el rancho, para nada, así que, nunca tuve problemas con ellos.
Yo era una mujercita tetona, senos prominentes, que eran mi mayor atractivo, todo el mundo los volteaba a mirar. Mis piernas eran gruesas, al igual que mis muslos, pues en el rancho todos acostumbran caminar. Soy nalgona, con nalgas respingaditas y bastante abultadas. Mi piel, a diferencia de casi todos los del pueblo, es blanca, aunque mis cabellos sí son negros, al igual que mis ojos. Mido 1.59 m y era delgada, aunque en ese momento, con una panza que crecía día con día.
Estuvieron tomando, cerveza. Yo les pedí una cuba con ron, pues la cerveza es amarga. Fueron directo al grano, que me aliara con ellos, igual que lo estaba mi esposo, para tener un emporio ganadero. Ellos pusieron las condiciones, yo nada más acepté.
Luego de eso, se dedicaron a platicar, a contar chistes, bromas y yo me retiré para darle pecho a mi niño; me fui a una recámara que tiene el padre en la parroquia y me desabroché mi vestido que tenía los botones al frente. Me quité mi brasier y me puse darle pecho al niño.
Lo estaba amamantando cuando entro Don José. Yo no me asusté ni me impacté pues eso para mí era de lo más natural, darle de comer a mi hijo.
Estuvo ahí unos minutos, viendo cómo lactaba mi hijo, hasta que se quedó dormido y dejó de lactar.
Me levanté; lo recosté en la cama y me iba a cerrar mi vestido, que estaba caído de la cintura hacia abajo. Tomé mi brasier, uno negro y antes de ponérmelo, Don José me comentó, en plan de broma, pero con mucho trasfondo:
= tu bebé me invitó a su banquete…, ¿me invitas?.
- ¡Don José…!,
le dije, diciéndole todo y no diciéndole nada.
= En serio Marel…, dime, ¿no te hace falta un hombre…?, ¡con lo guapa que estás…!.
Don José era un hombre soltero, un cabrón, como decimos aquí, pero que había respetado mucho a mi esposo y hasta ese momento me había respetado también a mí. Era un hombre de 54 años, fuerte, moreno, como de 1.80 m de estatura.
Se me acercó, me tomó de la cintura y me jaló hacia él:
= ¡me gustaría que fueras mi mujer…!. ¡Tienes unas tetotas muy lindas…!.
Y comenzó a pasarme su lengua por encima de mis pezones, que de por si ya se encontraban erectos, por la amamantada de mi hijo. Yo me encontraba caliente: siempre que amamanto a mi niño me pongo tremendamente caliente y…, dejé que me chupeteara mis senos, que me succionara un pezón, al cual de inmediato le sacó su lechita:
= ¡me gustaría que tú también me sacaras mi lechita…!, ¡del pene…!.
- ¡Don José…!,
volví a decirle, sin saber qué decir…, diciéndole todo y no diciéndole nada.
= ¡termina de desnudarte!,
me ordenó.
Levanté los ojos a verlo y tan sólo pude decirle:
- ¡Don José…!, es que…, ¡estoy muy caliente…!,
y sin decir nada más, procedí a quitarme el vestido, quedando exclusivamente con unas zapatillas negras, de tacón alto y mis pantaletas, unas negras, con encaje en el frente y en la cintura.
- ¡Me va a mirar toda gorda, Don José…!, gorda y fea…
= Al contrario mi linda…, así embarazada…, te miras bonita… ¡Quiero llenarte de mecos…!, aunque no te pueda hacer otra panza…, pero…,
¡ya veremos después…!. ¡Déjame sentirte tu panza…!,
me dijo, acariciándome el vientre y bajando despacio hacia el elástico de mi pantaleta, introduciendo su mano por debajo de ese resorte y llegando a mis vellos púbicos y casi de inmediato a mi sexo:
= ¡lo tienes muy mojadito!,
me dijo, al encontrarlo completamente mojado, por mis secreciones.
Mi clítoris se encontraba bastante parado. Don José lo notó y se puso a acariciarlo con dos de sus dedos, por lo que me hizo doblarme casi de manera inmediata, con el placer que me dio:
= ¡Don José…,
¿quieres que te lo meta?
¡Ay Don José…!, es que…, ¡hace mucho que no me lo meten…!,
¡estoy muy caliente…!.
= ¡Quítate tus calzones…!,
me dijo, mientras él, por su parte, ya se estaba desnudando; podía ver sus brazos y piernas, delgados pero fuertes, se le marcaban sus músculos, su vientre era plano y…, cuando se bajó sus calzones saltó un miembro de un buen tamaño con una erección a tres cuartos.
Me quité mis pantaletas, pero conservé mis zapatillas. Me recosté sobre de la cama, boca arriba, completamente desnuda; mis rodillas se flexionaban en la orilla de la cama y mis pies caían hacia el piso.
Don José me abrió las piernas, me las levantó y se colocó en medio de ellas; se flexionó y con su mano dirigió su pene hacia mi rajadita. La recorrió de arriba hacia abajo, varias veces:
= ¡estás muy venida mi niña…!,
me dijo sorprendido – maravillado – muy entusiasmado:
- ¡estoy muy caliente, Don José, ¡hace mucho que no me lo meten…!.
= ¿quieres que te lo meta, mi niña…?
- ¡Sí Don José…, métamelo por favor…, estoy muy caliente…!,
volví a repetirle, con sinceridad…
Se colocó en posición y aunque yo estaba muy lubricada, tuvo que hacer algunos intentos, para por fin lograr penetrarme, haciéndome proferir algunos gemidos muy placenteros:
- ¡Aaaaggghhh…, Don José…, está muy rico…!.
Empezó el mete y saca; comenzaba a bombearme. Lo hizo por algunos momentos y luego se aceleró fuertemente, se puso muy tenso y comenzó a descargarme su semen en el interior de mi vientre, aunque yo seguía con mis movimientos, tratando de alcanzar un orgasmo, hasta que lo logré, aunque no fue todo lo placentero que yo hubiera querido.
Don José se detuvo y se quedó estático, con su pene dentro de mi vagina, hasta que comenzó a perder la erección y luego de eso, se salió de mi vientre:
= ¡Estás muy sabrosa, mi niña…!,
me dijo, tratando de decir algo más, que ya no pudo decir…
- ¡Don José…, estoy muy caliente…!,
le volví a repetir y entonces, bajando los ojos y en voz baja, Don José me alcanzó a susurrar:
= Nachito (el alcalde), siempre ha querido contigo…
Don Ignacio era un hombre un poco más joven que Don José, pero unos años mayor que mi esposo; Don Ignacio tenía 47 años y de inmediato se apareció en la recámara, al mismo tiempo que se desaparecía Don José.
Yo me había cubierto mi cuerpo, desnudo, con mi vestido, hecho bolas sobre mis senos y vientre, pero clavé mi mirada sobre la cara de Don Ignacio, diciéndole:
- ¡Don Ignacio…, estoy muy caliente…!,
= Chiquita…, siempre he querido contigo… ¿Lo podemos hacer…?,
me preguntó, pidiendo mi consentimiento…, a lo cual tan solo le repetí:
- ¡Don Ignacio…, estoy muy caliente…!,
al tiempo que dejaba caer mi vestido, y me recostaba de nuevo sobre la cama, boca arriba, completamente desnuda, con mis piernas separadas y mis rodillas flexionadas en la orilla de la cama con mis pies hacia abajo, igual que hacia un rato, igual que con Don José.
Don Ignacio se apresuró a desnudarse y luego de ello, con el pene ya bien erecto, casi corrió hacia la cama, adonde yo estaba acostada, esperándolo.
Llegó, se colocó entre mis piernas, me las levantó y procedió a introducirlo, sin problemas y llegándome muy hasta el fondo, sacándome un gran gemido:
- ¡aaaggghhh…, Don Ignacio…!.
= ¡mi niña, tan linda…!,
me dijo Don Ignacio, caliente, a lo que yo respondí:
- ¡muévase…, muévete…, fuerte…, rápido…!,
a lo que “Nachito” decidió complacerme. Se movió rápido y fuerte pero…, se vino en menos de tres bombeadas: ¡también estaba tremendamente caliente!, ¡se nota que me traía muchas ganas…!, ¡pero me quedé con las ganas!.
Don Ignacio, después de “vaciarse”, se retiró de mi cuerpo y, a manera de disculpa, tan sólo me dijo:
= ¡creo que me vine muy pronto…!, ¡no pude contenerme…!, ¡te dejé muy caliente…!, ¿verdad…?, pero…, ¡también el Melquiades quiere pasar…!,
¡seguro que él sí pueda calmarte…!.
Esto me molestó y protesté:
- ¡Cómo creen…!, ¿es que creen que soy una puta…?. ¿Por quién me han tomado?.
= No mi niña, al contrario, creemos que te hace falta un hombre, y aquí somos cuatro…
Sabemos que estás muy caliente…, y creemos que el mejor es Melquiades…,
y sin decir nada más, poniéndose sus pantalones y tomando su ropa, se salió de aquella recámara.
Voltee mi cabeza a la puerta, a mirarlo como se retiraba, y…, ¡ahí estaba Melquiades!, parado, mirándome.
Melquiades era un hombre joven, menor a 30 años, el más joven de los cuatro reunidos, muy moreno y muy fuerte.
Melquiades se me acercó, me atrajo hacia él, me abrazó y me clavó su boca en mi cuello, mordisqueándomelo y apretándome mis senos, que escurrieron algo de leche y luego me recostó sobre de la cama; se desvistió.
Se acercó hasta la cama; me atrajo hacia él, me abrazó y me clavó su boca en mi cuello, mordisqueándomelo y apretándome mis senos, que escurrieron algo de leche y luego me recostó sobre de la cama; se desvistió. ¡No pude rehusarlo!.¡Tenía un pene de muy buen tamaño y con una erección portentosa, hacia el cielo!.
Abrí mis piernas de nuevo y…, lo dejé que me introdujera su miembro.
Levantó un poco mi pierna derecha; me introdujo su pene y luego de ello me sostuvo mi pierna levantada con su mano derecha y comenzó a penetrarme y salirse, una vez, otra vez, hasta alcanzar un gran ritmo, que comenzó a provocarme un orgasmo, ¡que me hizo gemir!:
- ¡aaaggghhh…, agh, agh, agh…!, ¡me vengo Melquiades, me vengo…!,
comencé yo a gritarle, a la mitad de mi orgasmo, al tiempo que sentía sus chorros calientes invadirme mi vientre, sacándome un buen orgasmo, de manera instantánea.
Cerré mis ojos y me dediqué a disfrutar ese orgasmo.
Cuando me repuse, entre-abrí yo mis ojos y vi, parado a mi lado, al padre Renato, que estaba con su pene de fuera, ya erecto, ¡y me lo estaba dirigiendo a mi boca!.
- ¡Padre…!,
le dije, ahora sí, de verdad sorprendida, y al mismo tiempo bastante apenada, y también asustada y avergonzada, por lo que traté de cubrirme mi desnudez, pero el padre, poniendo su mano en mi hombro, desnudo, me dijo:
= ¡discúlpame Guadalupe…, pero…, no pude resistirme a mirarlos, a verte…!. ¡Se que no debo…, pero no puedo resistir los deseos de que me des una
mamadita…!. No me rechaces por favor…, no me dejes a un lado… ¡Yo también te he deseado…, en silencio…!, y luego de hoy…, ya no puedo callarlo,
ya no pude ocultarlo…, ¡te pido que me perdones…!, pero te pido también que me aceptes…, y que nunca digamos más nada…
¡será nuestro secreto más grande…, y para mí el más preciado!. ¿Me dejas, chiquita…?.
No dije ya nada, simplemente abrí yo mis labios y dejé que me introdujera su miembro en mi boca. Me lo introducía una vez y otra vez y otra vez, sacando – metiendo, y así…
= ¡me quiero venir en tu boca…!,
me dijo, al momento que comenzaba a vaciarse, inundándome toda mi boca de semen:
= ¡trágatelo…, trágatelo Guadalupe…, trágatelo…!,
y me lo tragué y luego volteé a mirarlo a la cara, abriendo mi boca, sacando mi lengua, sonriéndole, satisfecha: ¡También estaba contento!.
Me di un baño, me vestí y al salir, me invitaron mis hombres una cuba reparadora, que me hizo feliz.
Me regresé para el rancho y desde ese momento, mi vida dio un giro bonito, que quise compartirles aquí.