Grumetes en el palo mayor

...se sacó entonces el rabo de la boca, y pude contemplar cuán hermoso era aquel vergajo, qué bien hecho estaba, brillante y límpido, rosáceo y apetitoso, no menos de 20 largos centímetros que había sepultado en su boca como si tal cosa...

Grumetes en el palo mayor

(Publiqué este relato en Internet hace algunos años, con otro seudónimo, pero creo que merece la pena que esté en Todorelatos, la más interesante página de relatos eróticos de la red)

Os voy a contar mi historia; soy un chico de 18 años que este verano pasado se enroló en un barco; en mi ciudad, costera y marinera, es lo normal: cuando un chico tiene ya cierta edad, y sobre todo cuando no sirve para estudiar, lo normal es que entre como grumete en uno de los muchos buques de mercancías o de viajeros que pasan por nuestro puerto.

Pues yo me enrolé en el "S…", un barco de nacionalidad c..., dedicado al tráfico de mercancías, y cuyo destino era América; nos esperaba, pues, casi dos meses de travesía sin escalas.

Había otro chico, Jaime, que era también grumete; tenía un año más que yo, y ambos éramos los aprendices del barco, aunque él tenía ya experiencia porque llevaba un año enrolado en aquel buque. Era una nave de gran tonelaje, y la marinería era en general bastante joven; abundaban los hombres de menos de 30 años, incluso entre la oficialidad, y muchos incluso tendrían poco más de 20 años. Partimos, pues, hacia América, y me despedí de mi tierra; tardaría bastante tiempo en volver a verla, pero la verdad es que me apetecía mucho otear otros horizontes; siempre había soñado con viajar y ver mundo, y ahora podría conseguirlo. No tenía ni idea aún de hasta que punto se me iban a ensanchar los horizontes... y otras cosas.

Jaime me entregó mi ropa de grumete. Era un uniforme blanco, con pantalones cortos, y resultó que me estaban más bien pequeños.

--Oye, Jaime -le dije, cuando salí de mi cuarto con los pantaloncitos puestos, bastante estrechos--, esto me está muy chico...

Jaime me dedicó una mirada larga, quizá más larga de lo habitual en estos casos, y sonrió pícaramente.

--Vas a tener éxito, sí, señor, pero que mucho éxito -y siguió riéndose entre dientes.

Entendí que no había más cera que la que ardía, y que me tendría que conformar con aquel uniforme que, evidentemente, estaba hecho para alguien más pequeño que yo.

El caso es que ya estábamos en alta mar, y todo iba perfectamente. Hacía mis tareas, que me encomendaban o bien el cocinero jefe, o cualquier otro mando intermedio, o incluso me las indicaba Jaime, como grumete más antiguo.

Pero aquella primera noche, mientras dormíamos en nuestro camarote (Jaime y yo compartíamos una pequeña cámara en el sollado de la marinería), sentí como Jaime se levantaba y miraba hacia donde yo dormía; yo fingí que seguía entre sueños, y él salió de nuestra estancia. Lleno de curiosidad, deseoso de saber dónde iba Jaime a una hora tan intempestiva, me levanté como mucho cuidado y, en slips como estaba, lo seguí; por cierto que también me había llamado la atención que Jaime tampoco se vistiera, sino que salió de nuestra cámara también sólo con los pequeños slips con los que se acostó.

Aunque era de noche, había algunas luces mortecinas y pude seguir la pista de Jaime a cierta distancia, sin que me viera él ni nadie más; aprovechaba las sombras del barco para no pasar por los lugares donde la luz dejaba al descubierto todas las cosas. Por fin, vi como mi compañero entraba en la cabina del capitán.

Qué raro, me dije, que extraño que el grumete vaya a la cabina del jefe del barco de madrugada... El caso es que desde fuera no se oía nada, pero mi curiosidad seguía en aumento. Miré a mi alrededor, me asomé por la borda, y, joven e irreflexivo como soy, se me ocurrió una idea más bien descabellada, pero que en aquel momento no me lo pareció en absoluto; ardía en deseos de descubrir las razones de aquel misterio, así que me así a uno de los cabos que pendían de la amura de babor y, con sumo cuidado, marineé por el cabo poco a poco; imaginaréis que, siendo como soy de una población con puerto, sé marinear por una soga sin problemas. Claro que, si me hubieran fallado las fuerzas, habría dado con mis huesos en el agua, en alta mar... En fin, ya se sabe cómo somos los jóvenes.

El caso es que, marineando, me acerqué, siempre sujeto al cabo, al ojo de buey de la cabina del capitán. La soga se bamboleaba con el oleaje y no me resultaba fácil ver nada. Por fin conseguí agarrarme al picaporte exterior del ojo de buey, aunque a punto estuve de perder el cabo y precipitarme al agua... Cuando ya se me pasó el susto, me aproximé con cuidado al ventanuco; estaba un tanto empañado, así que tuve que limpiar un poco, hacerme un pequeño hueco para la visión. Apliqué el ojo por aquella pequeña abertura visual, y cuál no fue mi sorpresa cuando vi, dentro de la cabina, que mi amigo Jaime estaba totalmente desnudo y le chupaba la polla al capitán, un hombre joven, como de 28 años. Así que ésa era la razón de que saliera de nuestra cabina a una hora tan rara, y que fuera en slip; tengo que confesar que nunca he estado con chicas, y que siempre había sentido cierta fascinación por los uniformes de los marinos, que me parecían que estaban muy bien embutidos en aquellas ropas blancas. Quiero decir que nunca me había planteado que ese gusto por los marineros de uniforme tuviera ninguna connotación sexual, pero lo cierto es que ahora, suspendido a diez metros de la superficie del Atlántico, viendo por un ojo de buey como mi amigo, un efebo de poco más de mi edad, chupaba con ansia aquel rabo de considerables proporciones, me di cuenta de que me había excitado muchísimo, y que de alguna forma aquella aventura, suspendido sobre el mar, venía dada, sin yo saberlo, por la sospecha de que algo de esto pudiera estar sucediendo... y que yo quería verlo.

Y vaya si lo estaba viendo... Veía a Jaime un poco de lado, a unos dos metros del ojo de buey; él no me había visto, desde luego, y el capitán, que estaba recostado para atrás y follaba al chico tomándolo con las manos por la cabeza, tampoco. Limpié un poco más el cristal del ojo de buey, para ver mejor, y entonces me di cuenta de que había otro hombre, detrás de Jaime, que lo estaba enculando. Así se explicaba aquella especie de movimiento de uno a otro que veía en mi compañero. El rabo del que estaba detrás, cuya cara no podía ver, también era bien grande. Por un momento, allí en medio del Atlántico, sentí una gran envidia de Jaime, y sentí como el culo me empezaba a picar, como pidiendo una gran polla como aquélla que lo calmara. A estas alturas mi nabo estaba a plena potencia dentro del slip, y si hubiera tenido una mano que hubiera podido distraer, me habría hecho una paja de campeonato.

El capitán se detuvo un momento y vi cómo decía algo a Jaime, que yo no pude oír, lógicamente. Mi compañero se sacó entonces el rabo de la boca, y pude contemplar cuán hermoso era aquel vergajo, qué bien hecho estaba, brillante y límpido, rosáceo y apetitoso, no menos de 20 largos centímetros que Jaime había sepultado en su boca como si tal cosa. Se dio la vuelta mi amigo y entendí entonces lo que ocurría; ahora el capitán quería gozar del culo sonrosado de mi compañero; y digo sonrosado porque, al darse la vuelta, Jaime me ofreció, sin saberlo, un primer plano de su culo, con un agujero abierto por el nabo que lo estaba barrenando; y era, en efecto, sonrosado y deseoso de ser amado y follado. El capitán le colocó el glande en el umbral de su agujero, y con un solo golpe de pelvis la metió hasta la empuñadura; Jaime abrió la boca de gusto y el otro amante, al que no le veía la cara, aprovechó para introducirle hasta la garganta su vergajo, que ahora podía comprobar no era menor de 20 centímetros. Empezaron otra vez a follarlo por ambos extremos, y Jaime iba de uno al otro, como esas bolas de "pin-ball" de las máquinas de tacos; veía cómo culeaba queriendo meterse más y más el rabo que lo abría en canal por detrás, y cómo abría la boca desmesuradamente para dar cabida, también, a los huevos de su amante "por delante". De repente me sorprendió ver como Jaime, nervioso, se sacaba la polla hasta colocarla justo en el umbral de su boca, reposando el glande del hombre sobre su lengua. Entonces me di cuenta de qué ocurría: el tío se estaba corriendo, y mi compañero se había salido para que su amigo y el capitán (y yo diría que él también) disfrutaran viendo cómo los churretazos de leche aparecían uno tras otro sobre su lengua. Aunque estaba a cierta distancia de mí, la verdad es que yo también pude verlo muy bien, porque el cristal del ojo de buey tiene la propiedad de ser cóncavo, como sabéis, y realmente parecía que estuviera mucho más cerca de los dos metros reales. Me regodeé entonces viendo aquel vergajo "largando" varios trallazos de semen en la boca de efebo de mi amigo, y cómo el capitán dejaba de follarlo mientras asistía extasiado a aquel espectáculo extraordinario... Cuando ya parecía que no había más, Jaime atrapó de nuevo el vergajo de su amante y pude contemplar cómo lo volvía a chupar mientras iba tragando, poco a poco, el líquido viscoso que ahora atesoraba en su boca.

El capitán lo reclamó para sí, y mi amigo se giró en círculo hacia él; pero si antes lo hizo mostrándome el culo, ahora lo hizo dándome la cara, y por un momento creí que me había visto; fue sólo un momento, pero me entró el pánico. Estuve a punto de izarme a pulso por el cabo, pero tenía tantas ganas de ver qué ocurría, que la excitación pudo más que el miedo. Hice bien, porque aún me quedaba por ver algo bueno. Si Jaime me había visto, lo cierto es que no había dado muestra alguna de ello; al girar, se enchufó la polla del capitán adentro, muy adentro, y comenzó a metérsela y sacársela con un ansia fuera de lo normal; me di cuenta incluso cómo empezaba a culear, pidiendo al otro que se la metiera por el culo, aunque evidentemente éste no estaba en disposición de ello, recién corrido; en cambio, hizo otra cosa que me puso aún más caliente; el hombre se agachó hasta el culo de Jaime y entonces pude verle la cara; era el primer oficial, un chico joven, como de 26 años, muy guapo, al que la ropa de marino le sentaba estupendamente (se entiende cuando estaba vestido, porque entonces estaba totalmente desnudo…). Pues bien, el primer oficial se dedicó a lamerle el agujero del culo, metiéndole la lengua por el esfínter, y yo intuía cada vez que le daba un lametón porque Jaime se rebrincaba como si le llegara inexorable una oleada de placer intensísimo con cada lengüetazo. Por delante de mi amigo, el capitán no tardó en correrse; Jaime hizo la misma operación, y de nuevo pude ver los trallazos de leche correr por la lengua de mi amigo, empapándola, pringándola, haciéndola aún más deseable de lo que ya era. Jaime se tragó aquella gran cantidad de leche, poco a poco, como ya hiciera antes, y entonces yo me di cuenta de que tenía que salir de allí, y rápido, pues probablemente Jaime volvería a nuestra cabina pronto y no era cosa de que no me encontrara en ella.

Con gran esfuerzo (estaba muy excitado y tener una tranca como un palo dentro del slip no ayudaba mucho) me icé a pulso por el cabo, marineando expertamente; salté dentro del barco y corrí, amparándome en las sombras. Detrás de mí sentí una puerta cerrarse quedamente, y supe que Jaime ya había salido de la cabina del capitán; yo le llevaba como diez metros, como mucho, aunque la oscuridad de la noche y las sombras eran mis mejores aliadas. Apreté el paso, procurando no hacer ruido alguno. Por fin llegué a la cabina y me eché sobre mi litera. Caí boca arriba, y cerré los ojos fingiendo dormir; con la excitación y la carrera, estaba como sin respiración, así que tenía la boca abierta, intentando tomar aire para mis pulmones; esperaba que se interpretara como la boca de un "bello durmiente" y "roncante", y no como otra cosa...

Entreabrí ligerísimamente los ojos, de tal forma que era imposible que me descubriera, pero yo sí podía tener cierta idea de lo que ocurría. Jaime entró en la cabina; vi como miraba hacia mi litera, y parecía dudar. Se acercó, todavía dudando, y me percaté de que bajo su slip se veía un bulto bastante considerable... Entonces caí en la cuenta de que yo debía estar en una situación similar, puesto que la excitación no se me había bajado en absoluto; así que allí estaba yo, aparentemente dormido, con el slip como si fuera una tienda de campaña, delante de Jaime, que, evidentemente, venía también muy excitado; no sabía qué iba a ocurrir, pero deseé que fuera lo que finalmente sucedió. Jaime, empalmado, veía cómo su amigo, un efebo tan guapo como él mismo, estaba dormido plácidamente a su merced y debía tener un sueño erótico, a la vista de mi slip con el nabo erecto dentro de él; no pudo resistirse. Se agachó, me bajó con sumo cuidado el slip por la parte delantera y, con tacto, sumergió mi glande en su boca, mientras me miraba de vez en cuando para ver mi reacción; aguanté como pude para no saltar de alegría, y seguí fingiendo que dormía, aunque no pude evitar algunos estremecimientos, por lo demás, perfectamente razonables en alguien al que, incluso teóricamente en sueños, se la están mamando a placer.

Jaime sabía como hacerlo, no cabía duda; chupaba el glande con delectación, daba pequeños mordisquitos, lamía especialmente en el ojete y debajo de éste, donde el hombre siente mayor placer. Metía la lengua en los pliegues del prepucio, lamía a todo lo largo del mástil (nunca mejor dicho, dado que estábamos en alta mar), se metía un huevo en la boca, después el otro, finalmente los dos. Todo ello con gusto, con auténtico placer, con verdadero vicio. No me pude contener más y que corrí; hice un supremo esfuerzo para no dar gritos de satisfacción, aunque no pude contener un largo suspiro que me surgió de lo más hondo. Noté como sus labios se apretaron aún más a mi glande cuando sintió que me corría en su boca, cómo la ahuecaba para recibir mi sustancia, cómo paladeaba aquella materia viscosa como si fuera un néctar de reyes.

Me quedé con la boca aún más abierta, casi desencajada, pero aún manteniendo la ficción de que seguía dormido. Entonces vino lo inesperado, aunque para mí fuera lo auténticamente gozoso: Jaime se levanto, rechupeteándose aún las últimas gotas de mi leche, se sacó su vergajo y, con cuidado, me lo metió en la boca, que ya digo tenía yo abierta a más no poder. No sabía qué hacer, pero lo cierto es que aquella carne caliente y húmeda que por primera vez sentía dentro de mi cavidad bucal me hacía enloquecer; como quien no quiere la cosa, y como si aún siguiera dentro del sueño erótico, comencé a lamerlo, primero con lentitud, después ya algo más animado. Llegó un momento en que ya no pude evitar hacerlo de una forma descarada: abrí los ojos, y me di cuenta de que Jaime ya sabía que yo estaba haciéndome el dormido. Me metió la polla más adentro, aún más, y aquellos 18 centímetros de nabo me parecieron la cosa más gustosa que jamás hubiera probado. Creí que me iba a atragantar, pero parecía que mis tragaderas se habían acostumbrado pronto, y me di cuenta cómo traspasaba el glande la campanilla y se adentraba profundamente en mi garganta. Le tomé el nabo con mis manos, masajeando los huevos, acariciando la dulce piel del bálano, el vello sedoso del pubis. Se me ocurrió tocarle el culo, y él pronto me tomó la mano dirigiéndomela a su agujero, que estaba abierto, anhelante de nuevos obuses de carne que lo traspasaran limpiamente. Pero eso tendría que esperar. Ahora yo estaba dedicado en cuerpo y alma a chupar aquel rabo prodigioso, bello y deseable, la verga de un efebo vicioso del que estaba aprendiendo como del mejor maestro.

Jaime lanzó un alarido, y llegó el momento que esperaba y a la vez temía; porque yo había visto cómo Jaime se regodeaba con la leche que le desaguaban en la boca, y me había excitado muchísimo, pero no sabía si a mí también me gustaría; pero al recibir el primer trallazo se me disiparon todas las dudas. Aquello era lo más parecido a la ambrosía que se supone tomaban los dioses griegos en el Olimpo: como la vainilla, sedosa y suave, agridulce y densa, espesa y condensada, como la leche idem pero no tan empalagosa. Probarla y saborearla fue una sola cosa, y en ese momento comprendí por qué Jaime se puso nervioso cuando notó que se le corrían en la boca: era el momento culminante.

Me fueron entrando, uno tras otro, ocho o nueve trallazos de una leche que era un manjar de dioses, y, como ví hacer a mi maestro con sus otros dos amantes, no me la tragué inmediatamente, sino que volví a mamarle el nabo mientras trasegaba, poco a poco, aquel néctar único, saboreando con detenimiento el exquisito sabor de nabo con leche.

Jaime se echó sobre mí y me dio un larguísimo beso de lengua; me di cuenta cómo el tunante aprovechaba para recuperar algunos restos de su propia leche para su beneficio. Durante algunos momentos se entabló una incruenta lucha de lenguas en pos de aquellas últimas perlas del tesoro que hasta pocos minutos antes aún reposaba en los huevos de mi amigo, todavía ignorantes del placer que iban a proporcionar.

Aquella noche dormimos abrazados, y poco antes de amanecer, al despertarnos, nos regalamos mutuamente con un 69, y por primera vez disfruté de sentir mi nabo entre los labios de mi amante a la vez que yo saboreaba y exprimía el suyo en mi boca. Ésa fue la primera de las muchas noches de placer que nos regalamos mutuamente a lo largo de aquel viaje que fue el de mi iniciación en el sexo con hombres.