Gris a-zu-lado

Se busca amiga con derecho en Cumaná xDDDDD

Suspiré al estacionar el auto en el garaje. Tenía todo lo que había deseado. Una inmensa y lujosa casa, un auto nuevo, un trabajo bien pagado. Y me sentía infeliz.

Mi jefe era el idiota más reconocido en el mundo. Mi relación había caído en la más peligrosa rutina jamás conocida. Todo se venía abajo.

Antes de llegar a casa, pasé por una tienda de dulces muy conocida en la ciudad. Compré montones de golosinas que sabía desde hace 5 años que Verónica adoraba. Porque ella era como una niña en cuanto a gustos. Y yo la conocía perfectamente, pero eso no podía darme una ventaja ahora. Conocerla demasiado era torturarme con sus actitudes y me volvía loca.

Eran, entonces, las 7 de la noche. Al abrir la puerta principal llegó a mi nariz el olor de velas aromatizantes, eso significaba que Verónica estaba en la ducha.

Otro día difícil – pensé.

Regué los dulces en el mesón de la cocina, de tal forma que cuando se dirigiera a la habitación los notara.

Ella había tomado la costumbre de ducharse en el baño fuera de nuestra habitación, eso solo me torturaba un poco.  Durante las noches, dormía dándome la espalda y casi no recordaba el último beso apasionado que nos dimos. Todo se había vuelto rutinario, robótico, básico, simple.

Me senté en el borde de la cama, desenredando las trenzas de mis botas de trabajo. Suspiré una vez cuando escuché la puerta de afuera abrirse. Ya había salido de la ducha.

El pomo de la puerta de la habitación giró y Verónica pasó, sin mirarme. Su cabello dorado estaba mojado, adoraba eso. Le sonreí y ella no lo notó.

Sentí una punzada en mi pecho.

¿Qué tal el trabajo? – pregunté, esperanzada.

Antes de dormir, recoges el montón de dulces de la cocina, no quiero tener la casa llena de hormigas – dijo con voz cansada – Esta bien – respondí.

¿Todo bien en la oficina? – me atreví a preguntar.

Si – dijo – saldré mañana con algunos compañeros del trabajo a almorzar.

Justo ese día se hacían 3 meses que no almorzábamos juntas. Empezó aceptando de mala gana, cuando todo se empezó a desmoronar, luego me evitaba con excusas, algunas buenas, otras malas. Al final, almorzaba con sus compañeros.

No pensaba almorzar contigo – dije cortante y sentí su mirada en mi nuca.

Era la única manera de que volteara a verme. Era mi forma de llamar su atención.

Tengo una cita con unos clientes, muy importante – advertí – te buscaré al trabajo a las 6, para cenar.

Cena de aniversario – dijo – muy original.

Gracias, me exprimí el cerebro con la idea – ella notó mi sarcasmo.

No me molestaba siquiera en preguntar qué le sucedía. Su respuesta era la misma de siempre. Nada. Si insistía mucho, me pedía muy amablemente que la dejara en paz.

Esta chica era lo mejor que alguna vez pudo pasarme. Y ahora, nos estábamos perdiendo.

*

La cafetera empezó a humear y la cocina se llenó del único aroma que me permitía sobrevivir un día más.

Tomé una taza que decía “Ten un buen día” de uno de los estantes. Un tonto regalo que le hice a Verónica tanto tiempo atrás que a veces dudaba que en realidad yo se la había dado. Un plato lleno de pan tostado y mermelada.

Me recosté del mesón, mirando hacia la ventana, con el vapor de la taza de café llenando mi rostro y relajándome.

Gracias – escuché decir.

Giré sobre mis pies y le sonreí. Ella se acercó y me dio un beso corto, me regaló una tierna sonrisa y se marchó.

Mi corazón latía a millón, luego de 5 años. Y después de varios meses sin alguna muestra de cariño, esto era un avance. Esto podría hacer diferente el día de hoy.

¿ La frívola de Victoria se acordó de su aniversario? Espero que sí. Me cuentas en el almuerzo. Los muchachos quieren comer langosta. Creen que son millonarios o algo así. – Se escuchó por el altavoz del teléfono fijo.

Si me acordé, espero tengan un buen almuerzo de aniversario, en mi lugar, ya sabes – dije tomando el teléfono apresurada, antes de que la chica colgara.

Un pitido sonó a los 5 segundos, ya había colgado. Sus amigos pensaban que yo era frívola. Eso no estaba bien.

Subí al auto con la llamada en mi cabeza. El buen día había finalizado. Noté el cielo gris y un escalofrío recorrió mi nuca.

Había empezado a amar los días grises, me hacía sentir menos sola. Era como si el cielo comprendiera lo que sucedía. Y estaba bien tener razones para sentirme distraída, era mejor que estarlo sin razón.

El jefe espera los planos dentro de 15 minutos – dijo Mark apenas entré en el lujoso edificio.

Genial – le respondí de forma sarcástica.

Nada de genial, su esposa volvió a mencionarle el divorcio, no es una mujer que hable disimuladamente – dijo con cara de terror.

Dios – resoplé – es un buen día para morir entonces.

No juegues con eso – dijo más aterrado. Yo solo le sonreí.

Tomé los planos del escritorio de Mark, mi asistente predilecto, los crucé en mi espalda y entré al ascensor.

El proyecto es increíble – dijo Mark entrando conmigo - ¿Lo pensaste todo tu sola? – preguntó curioso.

Verónica y yo habíamos hablado sobre eso – le dije – dijo que sería nuestro hogar, así que fue idea de ambas.

Si aceptan el proyecto será un perfecto regalo de aniversario – dijo.

Si – afirmé mirando los números del ascensor aumentar.

Todo va a mejorar Victoria – dijo en un intento de consuelo. Le ofrecí una sonrisa agradecida antes de que las puertas del ascensor se abrieran.

Me intriga la facilidad con la que aceptaste, diseñaste y terminaste este proyecto – fue lo primero que dijo mi jefe al entrar a su oficina. Mark estaba detrás de mí.

Considerando que hace ya un año de eso – dije – estaba en una buena época.

Hay que aprovechar esas buenas épocas – dijo mientras asentía mirando los planos sobre su escritorio – este proyecto me encanta, debo admitir. Y sus profundos ojos cayeron sobre mí. Cansado.

Te daré una semana de descanso Victoria – Y cayó pesadamente sobre su silla – luego tendrás todos los recursos a tu disposición para que inicies.

Mi sorpresa fue notable al salir de la oficina. Mark me miraba confundido.

Pues sí que la está pasando mal – fue lo único que dijo. Y yo lo entendí perfectamente.

*

El día se oscurecía rápidamente con el pasar de los minutos.

Tal vez salgamos antes – dijo Mark.

Sentada en mi oficina, con la mirada perdida en la ventana, mirando lo gris que se había vuelto el cielo en mi día de aniversario, asentí sin darme cuenta.

¿Hay reuniones hoy? – le pregunté a Mark sin quitar la vista de la ventana.

Uhm – lo escuché decir – No – dijo.

No creo que pueda seguir con ella – solté.

¿De qué hablas? – preguntó Mark y lo escuché levantarse de la silla.

Tienen que arreglar las cosas, sé que debe ser difícil, pero no te rindas ahora – dijo exasperado. Parecía que estuviese pensando dejarlo a él y no a Verónica. Lo miré desesperada, él entendía como me sentía, siempre lo hacía.

Estoy agotada – le dije – no físicamente, ya sabes. El asintió.

En vez de alejarte más de ella – dijo - ¿Por qué no intentas acercarte?

¿Para que me empuje más lejos? – Pregunté sarcástica – no, gracias.

No seas idiota – reprochó – eres una persona madura, ponte los pantalones.

Haré mi mejor esfuerzo – le dije y salí directo al estacionamiento.

Y las primeras gotas de lluvia empezaron a caer.

No es que no lo hubiese intentado antes, pero sentía estar dándome por vencida, sentía querer estar sola y aclarar mi mente. Tenía un proyecto increíble en manos, tenía todo para estar en mi mejor momento y sin embargo, ella podía opacar todo eso y llevarme a lo más profundo de la tristeza y mantenerme allí, esperando por una sonrisa suya que iluminara la salida.

El almuerzo se había cancelado. Con el proyecto aceptado, hablar sobre eso solo era una pérdida de tiempo. Y yendo en contra de las reglas de mi madre “Está mal comer solo” decidí irme a un pequeño restaurante en el centro de la ciudad, sin importar el tráfico y el espantoso clima.

Últimamente me hacía bien estar sola. Era algo que empezaba a agradarme, siempre supe que mi sentido de la independencia serviría de algo.

Para mi sorpresa, el suave tráfico me hizo más fácil el momento. Al parecer no era del agrado de las personas salir con tan espantoso clima apareciendo.

Me senté en una de las mesas individuales cercanas al ventanal que cubría gran parte de la pared principal y al terminar de comer mi mirada volvió a perderse en el paisaje.

Las irritantes voces de un grupo de personas que entraban al local me sacaron de mi trance. Inconscientemente giré a ver quiénes entraban y arruinaban mi momento de paz.

La melena rubia la reconocí al instante, estaba igual que cuando salió por la mañana de casa y mi corazón empezó a latir. Bajé la mirada y respiré profundo. Escuché sus voces callarse de repente y una sombra moverse hacia mí.

Hola – dijo fríamente. Levanté la mirada, cansada y le ofrecí una media sonrisa.

Creí que almorzarías con un cliente – dijo.

Sí – contesté – al final no ha hecho falta y he venido a almorzar sola.

Sus amigos empezaron a pedirle al mesero lo que iban a comer y Verónica bajó la mirada a mi plato vacío.

Ya debo irme, tengo cosas que hacer en la oficina – mentí – que disfrutes tu almuerzo.

Me levanté, pagué lo más rápido que pude y entré en el auto. Una lágrima atravesó mi cara y la limpié con ira. Recosté mi cabeza sobre el volante e intenté despejar la mente antes de irme. La puerta del auto se abrió y se cerró de golpe.

Tenemos que hablar – dijo.

Vaya – le respondí – pensé que ya no hacíamos eso.

La escuché resoplar. Encendí el auto y lo puse en marcha.

La lluvia ya había empezado a caer amenazante y los relámpagos rompían el cielo cada 5 segundos.

Siempre estás metida en la oficina – soltó de repente.

La miré sorprendida - ¿qué? – pregunté incrédula.

Que nunca estás en casa – dijo – siempre estás ocupada.

Si me la paso en la oficina es porque pareciera que mi presencia te molesta – espeté – no me hablas, no me tocas y si tenemos una conversación medianamente decente me discutes.

¡Porque nunca tienes tiempo para mí! – gritó.

No le respondí. Un torbellino con las palabras que acababa de escuchar daban vueltas en mi cabeza. La lluvia caía cada vez más fuerte y el día se pintaba completamente de gris, dificultando mi visión.

Es mejor que terminemos – Y de no ser por las lágrimas que nublaron mi vista, hubiese percatado que la luz que cruzaba frente a mí no era un relámpago.

Las luces de un enorme camión que patinaba por el asfalto me inundaron las retinas y mi cuerpo se lanzó sobre la chica que acababa de romper mi corazón.

No era un buen momento para morir entonces, no con ella a mi lado.

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Bueno, volví.

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