Greg…, mi fiel amante

Relato número 10 de mi próximo libro, de título: “Relatos calientes para dormir mejor”, una obra con la única finalidad de entretener. Al ser un compendio de relatos de todo tipo de historias. Hoy toca un relato sobre un amistoso y eficaz amante nocturno.

Sin más preámbulos aquí les dejo el relato:

...

Desde que me divorcié, hace ahora diez años aproximadamente, me recluí voluntariamente en la casa de campo que en el reparto de gananciales me había correspondido.

Me encantaba vivir en el campo y en soledad.

Apenas salía de aquel retiro agradable, dado que mi actividad laboral la desarrollaba casi completamente por Internet.

Escribía generalmente libros de misterio, con toques románticos, que estaban teniendo bastante éxito, eso sí, bajo un alias muy sofisticado, entre otras cosas porque no quería ir a presentaciones, ni firmas de libros, ni eventos de ninguna clase.

También escribía en alguna revista semanal artículos  sobre nutrición, hábitos saludables, trucos de cocina y consejos de belleza.

No quería tener nada de vida social.

Fue tan desagradable la separación y el divorcio que durante muchos años rechacé al género masculino en general.

Creo que durante los primeros cuatro o cinco años, no tuve ni una sola conversación con ningún hombre, salvo las habituales frases con el cartero, el panadero, el frutero y el carnicero. En el súper, gracias a Dios solo había chicas.

Me llamo Rebeca, acabo de cumplir este mes 53 años. Dicen que además de ser muy atractiva, que aparento quizás hasta diez años menos.

No llegué  a tener ningún hijo, sin saber muy bien la causa. Ahora me alegro, ya que así, no he de dar explicaciones a nadie de nada. Mis padres hace años que ya no están y fui hija única.

Mi número de amistades se había reducido considerablemente desde mi divorcio porque la gran mayoría de las personas que decían tenerme aprecio solo se obsesionaban, los unos en acostarse conmigo y las otras en buscarme pareja.

Sé a ciencia cierta, pues ha ocurrido con varias de mis antiguas amigas, que al separarse o divorciarse,  entran en una vorágine sexual que llenaría de páginas y páginas un diario sexual.

En mi caso, como les decía al principio, sentí y sigo sintiendo un gran rechazo hacia los hombres en general, creo que ahora mismo con una única excepción en particular.

Ahora, después de casi diez años, eso ha cambiado drásticamente.

He conocido a Greg, mi fiel y único amante.

Esta es la historia que quiero contarles…, la de Greg…, pero antes de describir mi primera gran noche con él, han de seguir conociéndome algo más, y también he de presentarles a una increíble pareja y a su mascota.

Unos de los pocos amigos que me trataron como una persona, de manera comprensiva, fueron Verónica y José Miguel, un matrimonio que vivía muy cerca de mi chalet a las afueras de la ciudad en un camino que se denominaba antiguamente de los Moledores.

Éramos ambas partes, José Miguel y Verónica por un lado y yo por el otro, los únicos propietarios de las dos únicas casas de campo de aquel camino.

En aquel camino, que solo transitaban antiguamente molineros y panaderos, desde hace años tengo mi refugio.

Durante muchos años estuve sola. No tenía miedo ninguno. Aprecio la vida y sé sin duda que habré de morir algún día, aunque deseo que sea lo más tarde posible y que mi cabeza sepa razonar medianamente bien hasta el último día.

José Miguel y Verónica, compraron una parcela y construyeron allí su casa ideal, hace ahora unos cinco años.

Al final, inevitablemente, tuvimos que conocernos, por aquello de ser los únicos vecinos y por si nos pasaba algo a alguno de los dos.

Sé que donde está el cuerpo está el peligro y lo único que hay que hacer es tener sentido común, a pesar de que mayoritariamente es el menos común de los sentidos.

Ellos llegaron a preguntarme al principio, si no me daba miedo estar sola, y realmente no me había dado nunca miedo. La ciudad es pequeña y tranquila. En las provincias castellanas hay generalmente buena gente y poco maleante.

Habíamos hablado muchas veces de enfermedades y de la soledad. Estábamos ambas partes comunicadas por teléfono, por si necesitábamos algo. Si ellos iban a comprar me llamaban antes por si necesitaba algo. Yo hacía lo mismo.

Realmente no tenía miedo a una enfermedad repentina. Quizás a un accidente fortuito, sí, pero sin quitarme el sueño nunca.

Mis conocimientos de nutrición son altos, y creo que sé cuidarme adecuadamente. No fumo, no bebo a diario y pudiendo, suelo andar todos los días un rato por la mañana después de desayunar y otro por la tarde noche después de cenar ligero.

Con todo y con eso, disfrutaba cada día como un regalo. Trabajaba lo imprescindible, para poder obtener unos ingresos aceptables que me permitiesen vivir dignamente.

Tenía un bonito jardín lleno de rosales de varios colores y  margaritas de invierno amarillas y blancas. En un patio interior tenía dos docenas de geranios preciosos que mimaba, y en verano cultivaba un pequeño huerto con cuatro cosillas, más para entretenerme que para otra cosa.

A la muerte de mis padres heredé una suma importante de dinero, que sin ser demasiado, me hacía despreocuparme prácticamente, por mi futuro.

Compraba una vez por semana en un súper cercano de las afueras de la localidad, centro neurálgico de una gran urbanización  y disfrutaba como digo de las pequeñas cosas.

Lectura, paseos, cocinar y escribir eran mis habituales quehaceres.

No limpiaba mucho mi casa, solo lo imprescindible, aunque tampoco la ensuciaba demasiado, solo lo habitual.

Puntualmente, si era necesario acudía a la panadería, la frutería o a la carnicería de la zona de la urbanización, para adquirir algún producto particular que no encontraba en el súper.

José Miguel y Verónica, cuando vinieron me trataron como a una amiga de toda la vida.

Jamás me juzgaron y jamás les juzgué.

Sin ser una obligación paseábamos casi todos los días juntos los tres por algunos de los senderos que bordeaban nuestras casas y el monte bajo hacia los chaparros y almendros desperdigados.

Un día aparecieron con un joven pastor alemán, que desde entonces nos seguiría a donde fuésemos en cada uno de nuestros paseos.

Tener un perro cerca no me desagradó. Si alguien se acercaba de noche, ladraría.

Con el tiempo, fui también aceptada por aquel noble animal, al que ellos llamaban Alex, nombre que nunca me gustó.

Nuestras casas estaban separadas, quizás por unos cuatrocientos metros, y estando cada uno en su refugio, cada cual hacía su vida totalmente independiente, los unos de los otros, o mejor dicho la una de los otros y los otros de la una.

Ninguna de las dos partes invadíamos la intimidad de la otra. Es la mejor fórmula para llevarse bien.

Puedo decir que no conozco la casa de esta amable pareja, ni ellos la mía.

El único vínculo que tendríamos sería su mascota.

Poco a poco aquel inteligente animal se escapaba a visitarme, seguramente atraído por alguno de los olores de mi cocina o quien sabe qué…

Cocinaba mucho, especialmente cocina casera. A veces preparaba una porción para aquella amable pareja y se la daba en el paseo.

Verónica también de vez en cuando, me apartaba algún trozo de bizcocho de chocolate que a las dos nos encantaba.

No me gusta mucho lo dulce, pero no desprecio un bizcocho bien hecho con chocolate negro.

Su mascota sabía que si quería disfrutar de algo de comida especial tendría que ir a buscarlo.

Finalmente, terminé poniendo un comedero y una manta, en un apartado del porche trasero que daba a mi habitación, para que aquel bello e inteligente animal de ojos sinceros y tiernos,  pudiese comer e incluso descansar un rato si lo deseaba.

Generalmente Verónica me llamaba antes de dormir, si su mascota no había regresado aún a su casa.

Se acostaban tarde viendo películas antiguas y leyendo según me contaban en nuestros paseos.

-       ¿Rebeca sigue el niño por allí?

-       Sí, por aquí sigue.

-       Mándamelo, porfa.

-       Claro.

Solo con mi mirada, aquel dócil animal sabía que tenía que marcharse, al recibir aquella llamada y ver la cara que ponía.

El tiempo transcurría en paz y en armonía.

Mi alma y mi ser se adaptaron a aquella paz y tranquilidad sin necesitar a nadie del género masculino.

Quizás solo mi sexo pedía atención, pero no de una manera normal.

Antes de relatarles como una noche Greg, mi fiel amante, apareció en mi cama sin ser invitado, para no dejarla ya ninguna noche más, aunque solo fuese durante el rato que me daba placer, he de hablarles de mi vida sexual…

No sé cómo explicarme.

Me apetecía sexo, pero no buscarlo…

Me tocaba, pero no disfrutaba, aunque me gustaba.

Probé algún consolador natural, pero aquello no era lo mío. Habiéndolos probado, creo que un buen pepino o una hermosa zanahoria están hechos para una ensalada o un puré, y poco más.

Sé que no soy normal, pero no me importa. Soy así y así me siento cómoda.

Creo que hasta que mi fiel amante Greg,  desde aquella primera noche en que se metió en mi cama sin avisar, para sacarme un buen par de orgasmos…, creo que llevaba varios años sin tenerlos, al menos de manera consciente.

He de confesarles al respecto, que de vez en cuando, como cada dos o tres meses, más o menos, tenía un sueño recurrente que me obsesionaba levemente, con un desconocido que se metía en mi cama y me follaba salvajemente.

Llegaba a correrme una o varias veces siempre con aquel sueño.

Creo que mi cuerpo se acostumbró a ello…

Analizándome a mí misma, creo que llegué a pensar que no lograba ver con claridad la cara ni el cuerpo de aquel amante de ensueño, debido a mi aversión a los hombres.

Antes de seguir quiero aclararles que esa actitud hacia el hombre en general, no tenía fundamento lógico. Es cierto que mi ex marido me había engañado cruelmente, pero no creo que fuese esa la razón.

Había leído mucho. Los hombres y las mujeres somos diferentes en el amor y en la pasión.

Quizás me podría haber enamorado de un romántico del XIX, no de Gustavo Adolfo Bécquer, que tuvo que ser una verdadera “joyita”…, pero si quizás de alguien romántico que no fuese egoísta y que pudiera ver a una mujer sin ver solo carne, sino su espíritu.

Sé que hay muy pocos hombres así.

Dejaré ya de filosofar inútilmente.

Soy como soy, y punto.

Greg…

No era su nombre, pero yo le llamé siempre Greg… El consintió sin replicar.

Por nada especial, sino porque me gustaba aquel enigmático nombre que había sacado de una novela de misterio, de la que había empezado a hacer una serie.

Greg solo venía por las noches a follarme, lamerme, amarme,  idolatrarme…, en fin…,  a hacerme lo que yo necesitase que él me hiciese.

No era egoísta.

Jamás me pidió que le hiciese yo nada.

Si intuía que quería sexo con él, nunca me ponía pegas.

Si me apetecía que me lamiese mi coño, solo tenía que esperarle sin bragas…

Jamás me dijo qué no…, a nada…

Si quería ser penetrada, él lo sabía…, se acoplaba y me follaba sin contemplaciones.

Permanecía unido a mí, hasta que su miembro se ablandaba y entonces si notaba que quería dormir, se iba sin molestarme.

Que quería abrazarle o besarle, solo tenía que mirarlo y él se dejaba abrazar y besar.

Ya les digo, Greg es el perfecto y fiel amante.

Les contaré con detalle, la primera noche.

Era finales del mes de junio, acababa de empezar el verano y hacía calor. Me acosté desnuda. Estaba algo excitada. Me toqué mi coño y estaba algo húmedo, pero no me apetecía masturbarme.

No es que tuviese un coño delicado, a veces de joven me había metido un consolador bruscamente y me había gustado mucho, pero no solía repetir muchas veces.

Incluso recuerdo que con aquellas esponjas de guante de cuerda, o material similar al esparto, que se utilizaban para quitar pieles muertas, me había frotado el coño hasta llegar a correrme varias veces seguidas, pero me cansaba siempre de volver a hacer lo mismo.

Creo que soy una perezosa en el sexo.

Quiero que me hagan cosas y yo solo disfrutar.

Creo que mi coño podría aguantar de todo, pero no me apetecía tocármelo.

Me apetecía que alguien me usase…

Quizás que me lo comiesen sin compasión, pero sintiendo algo de ternura.

Quizás que me follasen bruscamente, pero sintiendo su cariño…

Pensaba que estaba como una auténtica chota…

Quise dormir para soñar con él…, con mi misterioso amante de ensoñación, un amante irreal que me penetraba bruscamente hasta sacarme un grandioso orgasmo, que a veces se multiplicaba por dos o tres, pero de vez en cuando, solo de vez en cuando. No necesitaba más…

Decidido, llamaría Greg al amante de mis sueños…

Quise afinar aquel sueño alguna que otra noche. Creo que me corría precisamente cuando sentía inundar mi coño con su leche caliente.

Quería dormirme rápidamente para que la oscura noche me trajese aquel amante nocturno de ensoñación, que me poseyese, y me inundase hasta correrme como una auténtica mujer objeto.

Quería ser su objeto sexual para siempre.

Solo necesitaba que se metiese dentro de mí y que golpease fuertemente mi interior con su miembro enorme y turgente.

Quería correrme intensamente y sentirme húmeda el resto de la noche.

Fantaseaba con que dejase todos sus fluidos dentro de mí durante toda la noche, para despertarme y notar reseca la leche en mi sexo externo y en las sábanas…, además, por la mañana, levantarme al servicio y notar como terminan de salir los últimos fluidos, sintiendo los surcos que se conformaban  a través de mis muslos cuando me ponía de pie e iniciaba mi camino hacia el inodoro…

Aquella noche creo que lo necesitaba.

Daba vueltas y vueltas, y no podía dormir.

Me había acostado temprano, estaba algo cansada de regar árboles y plantas al atardecer. Tomé una pieza de fruta y un vaso de batido de leche de arroz con remolacha. Me encanta esa cena ligera.

Tenía calor. Abrí un poco la puerta para que entrase algo de fresco.

Notaba como me iba durmiendo y aun tenía fuerzas para mentalmente llamar a mi amante.

Greg…, ven.

Greg…, te necesito.

Greg me despertó lamiéndome con su lengua posesiva mi coño hambriento de sexo.

Estaba tumbada allí, con las piernas abiertas disfrutando de su lamida incesante y rabiosa por darme placer.

Tuve enseguida un tremendo orgasmo, pero necesitaba hoy extraordinariamente un segundo orgasmo bestial.

Me puse de rodillas en la cama, le mostré mi sexo húmedo y necesitado. Me agarré fuertemente a la almohada esperando su soberbia entrada.

Noté cómo lo olía, cómo lo saboreaba un poco con su lengua y cómo se posicionaba en la cama para follarme violentamente.

Se sujetó en mis caderas.

Mi sexo explotaba de ganas.

Se preparó y de un certero golpe, entró plenamente en mí…

También él estaba excitado, notaba sin apenas verle en la oscuridad, como su aliento acelerado demostraba su esfuerzo, apenas me dio cuatro o cinco grandes golpetazos, cuando noté como se inundaba mi vagina con aquella enorme descarga de fluido caliente y oloroso.

Tuve otro tremendo orgasmo al notar como se corría dentro de mí.

No necesitaba más.

No necesitaba horas y horas de sexo.

Necesitaba lo que Greg me daba…, un sexo rápido y complaciente.

Me dormí plácidamente.

Al despertarme la claridad al amanecer, me noté satisfecha sexualmente.

¿Habría soñado con Greg?

Durante unas décimas de segundo, estuve aturdida.

No sabía diferenciar entre sueño o realidad. Estaba en ese momento previo a despertarme de verdad.

Estaba aún semidormida.

Abrí los ojos y reconocí mi habitación perfectamente.

Palpé mi sexo y noté aquella sustancia reseca en todo su contorno, ingles e incluso ano, partes interiores de mis muslos, e incluso uno de mis glúteos.

Me corazón se aceleró. Empezaba a recordar. No había sido un sueño.

Tanteé las sabanas.

Noté los círculos endurecidos de leche seca a los lados de mis caderas.

Me levanté entusiasmada y conforme avanzaba hacia el baño notaba como aún algo de fluido salía de mis adentros.

Todo lo que había soñado había ocurrido de verdad.

Greg, mi amante fiel, me había follado de verdad.

Deseaba que llegase la noche para que volviese a mi cama para volver a poseerme salvajemente, sin compasión.

Pasé todo el día ensimismada en mis pensamientos. Apenas hice nada, solo pensaba en la noche y en Greg.

En el paseo después de cenar con José Miguel y Verónica, ésta me notó cambiada.

-       Rebeca, te encuentro genial.

-       Estoy ilusionada con un nuevo proyecto.

-       ¿Literario?

-       Sí, una novela de misterio y de pasión.

-       ¿Tiene título?

-       No, aún no. (Le mentí sin malicia. Tenía ya título: “Greg..., mi fiel y único amante”).

Cuando llegué a casa, me duché y me metí rápidamente en la cama.

Estaba totalmente desnuda y preparada.

Noté como se acercaba.

Noté sus pisadas.

Noté como abría la puerta suavemente.

Noté como se acercaba a la cama.

Noté como se subía a ella.

Yo, ya estaba de rodillas bien abierta para él…

Quería que me penetrase enseguida, directa y salvajemente.

Apenas la segunda noche y Greg, ya conocía mis pensamientos.

Se acercó a oler mi sexo, noté un par de rápidas lamidas…, sabía que hoy necesitaba ser penetrada violentamente.

Subió a la cama, sin decirme nada.

Se posicionó adecuadamente, buscando el ángulo apropiado para hacerme suya de un soberbio golpe genital.

Apoyó sus manos en mis caderas, y me metió su enorme miembro ya sobradamente endurecido en mi sexo de un certero movimiento.

Empezó a darme golpetazos gigantescos.

A los pocos minutos me inundaba totalmente con su néctar caliente.

Me recosté y él hizo lo mismo, aún unido a mí por medio de su enorme sexo, que aún notaba duro y comprimido.

Sonó el teléfono.

Era Verónica:

-       Hola Rebeca, buenas noches.

-       ¿Está mi niño por allí?

-       Si claro, aquí está mirándome con esos ojazos tiernos, tumbado junto a mí.

-       Mándamelo.

-       Claro que sí. Dale unos minutos, que parece que necesita un descansito…, parece que se ha hecho un “carrerón” (Aunque pensaba en haberle dicho…, un “correrón”). (Sonreía maliciosamente).

-       Greg…, a casa…, claro, cuando puedas.

Greg, unos minutos después, y una vez que pudo desenganchar el nudo de su enorme polla de mi coño, me miró y se marchó dócilmente. Sabía que su hembra mañana por la noche volvería a estar dispuesta para él…

Hasta mañana Greg…, mi fiel y único amante. (Pensé).

FIN.

...

Espero que lo hayan disfrutado.

Escríbanme. Contestaré a todos los que deseen contarme cualquier cosa, a través de mi correo electrónico. Me encanta compartir de todo, con todo tipo de personas, incluso detalles sobre vida en general, gustos y aficiones, sin que sea que ser necesariamente sobre sexo.

Les cuento que uno de mis próximos proyectos, hay varios más,  sin más pretensiones que el de hacer disfrutar a los lectores, es un libro que tengo en marcha de título provisional: “Historias reales de cornudos complacientes”. Quiero contarles diez historias reales noveladas con escenas de sexo morboso. Llevo actualmente redactadas en borrador siete historias y aún puedo integrar tres historias más si alguno de ustedes, quiere que su experiencia como cornudo o cornuda quedé para la posteridad..., cambiando obviamente nombres y ciudades.

Hasta muy pronto.

PEPOTECR.