Grandes dimensiones (1)

Y va de tamaños a tamaños, de besos a besos, de circunstancias a circunstancias. Notar la diferencia.

Llego corriendo al pequeño parador de autobuses, unos ojos grandes me miran, pinche anuncio, que me ves, pienso, jalando aire, encorvado por la cuadra que me avente corriendo desde Hamburgo, por Florencia hasta Reforma.

Son las dos y treinta de la madrugada, a mi nada mas se me ocurre andar en lunes por estos rumbos donde antes vivía. Los tres culeros que me asustaron, tres chavos de sweater holgado, gritándome, -ven pa’ca-, -nalgón, ricura-.

No estoy acostumbrado a semejantes comentarios, claro, medio ciertos, estoy bien nalgón.

Poco a poco, voy recobrando el color moreno claro, viniendo del rojo tomate que se me dio.

Si son jijos, van a salir de un momento a otro y no, mejor tomo el taxi, para llegar al estacionamiento donde dejé mi coche, exactamente en Génova y Hamburgo.

Veo que no pasa nada, siento el frío de la noche en la humedad de mi pantalón, en la entrepierna, en donde hace menos de una hora, en conocido antrote, el Gallo me estaba dando la sobadita, rico, sabroso, mientras su beso pernoctaba en mis labios. Definitivamente, si me lo volviera a encontrar, de día, ni cuenta me daría, solo recuerdo la oscuridad caliente, su cuerpo apretado al mío, su olor, ese olor característico de medio baño, ropa de dos días, su playera y su vientre peludín, de esos que me vuelven loco.

Ay, creo que de recordar su olor, su cuerpo sin granitos, sus nalgas delgadas, que apretaba encima del pantalón, carajo, la sangre se me agolpa y ya ando a media asta.

Un atos se acerca, verde, con placas de taxi y el grito de:

–ahí está¡-,

me hacen ponerme nervioso y alzo la mano, se detiene y los culeros corriendo hacía mí y hacía el taxi. Abro y me subo, incito al chofer y le digo:

pícale cabrón, que son ratas –

El chofer, me mira, los divisa y le pone primera y ya arranca, se pasa el alto, se pasa el Ángel y me dice:

pos que pedo, güey-

Volteo y observo los chiflidos de mentada de madre, de –ven puto-, me hacen casi llorar. Le digo al chofe,

Voy aquí a la vuelta, a Génova, por Niza, por fa, valedor-

Treinta y pico de años, camiseta del Guadalajara, pantalones azules, que no combinan, riéndose de mis carreras. Despacio, después de la prisa, me sonríe y aniquila mi total desconfianza en los humanos. Mi olor a cerveza, mis jadeos y mi ropa limpia, se acomodan al corto viaje. El chofe, con su barba de quizá dos días, me dice:

ya cálmate, ya pasó.

La nota periodística y la foto canalla del chavo que mataron y pintarrajearon por tener la valentía de ser puto, me hace recordar que en este País de hipocresía, no sabes que onda y quizá por eso corrí al oír a los culeros.

El alto se pone y el coche atiende el alto, marcado con el pie de huarache fino de mi salvador.

Gracias, por detenerte para que me suba, gracias a Dios andabas por aquí – expelo a mi adoradísimo chofe.

No hay pedo, cabrón, yo sé lo que es eso y en estos días mas vale, acogerse a lo que encuentres. – dice mi valedor manejador de auto-.

El remarque en la palabra "acogerse", me hace reír. Ahora hasta albur me avienta, ni cinco minutos y ya me anda "a-cogiendo" mi chofe, que la verdad, no está nada mal.

Característico en ciertos grupos de hombres, que si no la mayoría, el rascarse los huevos, les produce hombría o les mata ciertos animalitos invisibles. Mi chofe, Juan, leído de la credencial que cuelga enfrente de mí, está dentro de los que tienen animalitos y sin sobriedad, rasca y rasca, sus testículos, quizá su verga, mirando para adelante y yo viendo de reojo, como ejecuta tal arte.

y apoco ya te vas de por aquí – me dice mi chofe Juan,

Si, pues, ya no hay más por ésta noche. – le digo, intrigado en lo que me vaya a contestar.

El tiempo ha pasado, su pensamiento navega y mete primera, quita el clutch y vamos para la derecha, ya sobre Niza. Su mano derecha, llena de pelitos en sus dedos, su palma viajando de la primera a mi rodilla. Mi imaginación vuela, inmediata, dedos gruesos, palma clara, mano morena, que sin titubear, le ordena al chofe a hablar:

Ya estás tranquilo o te falta otro ratito.

Ah, caray, habla por la boca y por su mano también, que diferencía de un apretón común, ya que me palpa la rodilla, la aprieta cuál toronja, trata de diferenciar los huesos de mi rodilla y los músculos que ahí se ubican. Espera respuesta, induce la armonía, siento el calorcito y ahora viaja nuevamente a la palanca, metiendo ya tercera, forzando al coche, al no pasar por la segunda. Como ando de cabrón, dejo la huella de mis tres cerveza en mi raciocinio.

Ora, ora, viejo malora. – Digo sin pena y con aire de voz de pueblo.

Ríe y ahora si volteo, sonriendo yo también. Observo lo que me mata. El arte de reírse, coquetamente, maliciosamente, me ve a los ojos y no vaya a chocar el cochecito.

Tú dices, viaje corto o viaje largo, pa que nos hacemos pendejos. – Sonriendo, expone la invitación.

Uyyy, cámara. – mi voz diáfana y olorosa, grulle en mi garganta.

Siempre me ha gustado dejar las cosas en claro, nada de interpretaciones, pero en el chofe Juan, más directo, ni el aire que entra por mi ventanilla. Obvio que oyó que me gritaron "Puto", obvio es que no lo parezco, pero lo intuye, obvio es que cualquier güey le pararía los tacos o como yo, le paro lo que se deje parar.

Mi mente observa y mandando mensajes a mi conciencia, que alertada y medio peda, no se deja confundir. Estoy pensando en las dos posibles situaciones, la primera, que ya me deje por aquí y camino una cuadra, la segunda, pues más a la aventura o quizá al abismo. Pinches pensamientos siempre. Pasa la calle en donde se iba a dar la vuelta y ya caliente como ando, le digo:

Dime, mi Juan, que propones.

Alertado su machismo, se rasca nuevamente las bolas y ya en el descaro, la verga. Cuál macho callejero, se alza la camisa y se soba el abdomen. Abre su boca perfecta, engarza los ojos en los míos y acorta el espacio:

Que pronto te olvidas de uno, creo que ni me viste en el antro y los putos besotes que me diste se quedaron ahí, ¿no?.

Ah, cabrón, abro los ojos más de lo acostumbrado y trago verga.

No mames, tú eres el valedor del antro, el del dark, no mames....

Suelta la sonrisa matadora, toma mi pierna y arriba de la rodilla me aprieta, recorre la superficie de mi pantalón, en el vil descaro. Me ha contestado, sin palabras y al sobarme la pierna, ubicando su objetivo en el interior de la misma y punzando, exprimiendo cariñosamente mi músculo, me acaricia mi pollazo.

Pinche casualidad, ni madres, me siguió, se subió a su coche y dio la vuelta para encontrarse con una realidad homofóbica de esta gran ciudad. Tomo su mano, cruzamos ya Chapultepec, vamos hacia Puebla. Subo su bella piel, pringada de bellos a mi boca. Beso primero su mano, hago que sus pelitos del brazo se ubiquen en mi cachete. Beso y beso su piel, quiero llorar o reírme, pinche confusión.

Navega mis desventura en el olvido, el coche divaga en estas calles oscuras, detiene el coche frente el parque del Miguel Ángel, que desnudo en el frío y mi calor que nos invade. Pasa su mano por arriba de mi cabeza y no oigo nada más que el movimiento certero, cercano de su cuerpo, que acercando la cara, me besa, deliciosamente.

El olor del coche se vuelve caliente, mi boca avisa el inminente viaje hacia sus ojos, paso por su nariz. Sus manos viajan de la oquedad del vacío a todas partes de mi cuerpo, las mías acarician sus piernas y meto una por debajo de la camiseta del Guadalajara para pasar por músculos trenzados y piel áspera. Hace lo mismo, sube mi sweater y mi playera, acaricia mi pecho, pasa su mano por mis costillas y me aprieta por la espalda, jalándome para estar más cerca de él.

Estás bien suavecito, mi chavo. – musita entre mi piel y mis oídos.

Se alza levemente en su asiento, como que indicándome, que le agarre las nalgas, peludonas, flacas, pero no tanto. Atiendo al beso y a sus manos, dirijo mi mano para ubicarla debajo de él, tomo mi dedo anular y lo ubico mero en medio de las prominencias. Su elevación imperceptible y no tan abierta, me deja dedearlo. Me saben sus besos a Juan, a caramelo, sabor de su lengua palpando mis dientes, mi bigote sacude su nariz y mis labios me sellan su gusto en mi piel.

Pos que chingaos, a darle al pecado, de que alguien te guste y tú le gustes al Juan. Mi cordura me llama y canto:

Juan vamos a conocernos mejor, pero no aquí, voy contigo a donde quieras. – digo entre sus dientes, entre sus manos, entre esta calle oscura y peligrosa.

Sin decir nada, nos separamos, respira y sonríe. Con esa sonrisa del que sabe que hacer y que si no, a mi casa, ni madres.

Hotel o Motel, derecho de Chapultepec, quebrando por La Viga. Suites con jacussi. Me hago el dormido y después de mi billete de a quinientos con algo de cambio, pasamos sin ver, número 5 o letra S, no lo se. Sube el coche, se baja y tapa con la cortina. Abre mi puerta, caballeroso y la cierra.

No me deja avanzar, interrumpe mi caminar y mediamos estaturas, me besa, abrazándome.

Caminamos y abre la puerta, subimos una escalera, habla por teléfono y pide un six de cerveza. Tenemos sed, de la de tomar líquido y de la de otros menesteres.

Me deja con la media luz, va por las chelas para no enfrentarnos a las interrupciones, sabe su chamba, de hombre y yo se la mía, de caballero que le gustan los hombres. Prendo la tele, canal porno, una mona abierta de patas y alguien le está lamiendo el clítoris. Me hace recordar que sería válido el baño. Pongo el agua, entre tibia a caliente, a llenarse en el receptor de fibra de vidrio, grande. Me tengo que agachar, a mediar más el agua. Agachado estoy, cuando siento que mi Chofe Juan ubica su cuerpo en mis nalgas. No me vaya a tirar, mojadito no me veo bonito. Se hace un poco para atrás, después de dejármela ir, metafóricamente hablando y yo me levanto y ansiosamente me dirijo a su boca, lo beso y me besa, me aprieta con sus manos y el agua caliente sigue su paso.

Va de abrazos a abrazos, de besos a besos, mi Chofe Juan, es de los que les gusta besar, abrazar, sin complejos, ni tapujos. Eso es raro y lo raro me encanta, meto mis manos por debajo de su camiseta y lo estrujo. Alzo mis brazos y sale la ropa superior. Toma mi sweater y me deja en mi playera gris, jadeante y viéndolo sonreír.

Toma la playera y mete su cabeza, como si él se la quisiera poner. Besa mi pecho y mis axilas. Se entretiene demasiado en mi pezones, que rojos y oscuros hacen mover mi cabeza hacia el cielo, subo los brazos y me desprende de mi ropa.

El agua no deja de fluir, por lo que mi recuerdo me hace voltear y agacharme para cerrar el agua. Se ubica sobre de mí, pasando sus brazos por debajo de mi cuerpo, acariciando mi pecho lampiño, mientras yo disfruto su pelambre, restregándose en mi espalda. La frecuencia de su lengua en mi piel, no disminuye. Cerca está la cama, pero el prefiere el suelo. Me quito los zapatos mocasines que me cargo, cómodos, hasta para salir.

Mis rodillas y mis manos me sostienen sobre la alfombra. Mueve su pelvis, como si me estuviera cojiendo. Destraba el cinturón y uno de sus dedos se ubica en mi ombligo. Penetra en él. Ordenan sus manos que solo me hinque. Abre mis piernas y me desliza sus manos en mis pecho, besa mis hombros.

Que rica pielecita, suavecita, como de bebé. – califica el momento de su agasajo.,

Soy tu bebé, cuídame de los malos hombres. – lo primero es ocurrencia, lo segundo es la verdad.

Quiebra la tela del pantalón y desabotona, baja el cierre y se baja él. Muerde suavemente mis nalgas, todavía apenadas, con la trusa puesta. Siento que me está oliendo y huele bien. Mis manos para atrás, acariciando su pelo corto, incitándolo a que me lama todito. Me inclino dejando su cabeza, disfrutando el ambigú que se está dando, con todo y servilleta.

Siento que dirige su boca a mis huevos, rápidamente voltea su cuerpo, dejando su cabeza entre el pantalón a medio bajar y mi truza húmeda y sudada. Lame que da gusto, gusto de él y de su hombría. Mueve mi falo con su boca, pretende engullir mi aparato con su boca y la tela. Va cediendo el pantalón, lo tengo entre mis piernas, las junto para sentir su barba y sus oídos en mi piel, la pican, tengo ya la verga bien parada, bien erecta, como dijeran los que acostumbran hablar chido.

Mientras me sana mi cuerpo, siento como que yo ya quiero cambiar de posición, le gusta el cachondeo y a mi más. Sale de por abajo y toma el final de mis pantalones, jalándolos. Solo quedan los calcetines y mi coraza ligera, junto a mi rigidez. Toma sus pantalones y observo que vuelan. Los dos en calzones, solo el apresuramiento de que me posea.

Sus piernas peludas, su torso varonil, su vergota también sonriente y firme, cual usuario de pócimas de patente, me tiran en el suelo y sube por mi cuerpo, baja y sube, haciéndolo varias veces. Soldado de metal, contra trinchera mullida.

Cansado de ver el suelo, me volteo y él entiende lo que quiero, tener en mi boca el falo amigo, cubierto con su tela blanca y sin manchas, solo humedad viscosa. Gira 180 grados y el 69 está perfecto. Extiendo su lengua y cual espejo, la suya hace lo mismo, imita el movimiento. Pero hay diferencias, su extrema rigidez, igual a la mía, su grueso, diferente al mío, su longitud hacia arriba de su cuerpo, hace que salga la cabeza del encierro. Baja mi calzón y hago lo mismo. Beso la punta, él engulle fácilmente mi extremo. Abro la boca y me mete la cabeza, saboreo su sabor, mientras otra parte de mi cuerpo, sabe de su frescura.

Siento como las comisuras de mi boca, se abren para dar paso a un poco más. Siento su frenillo en mis dientes, lamo la circunferencia, subrayo el ojo tieso. Intento meter más y tomo aire por la nariz, sacándolo por la boca, para no atragantarme con tanta carne.

Los condones, ¿donde está mi pantalón?, mientras sigo saboreando el manjar. Su boca hace que suba mis nalgas. No puedo hablar, ya la cabeza ha llegado al tope de mi garganta, que prodigiosa no se atraganta. Y esto me lo va a meter en mi culito, pienso, mientras siento el líquido transparente viajar de dentro de su polla, hasta mi garganta. Como lubrica, que chingón.

Me voy a venir. - digo entre la salida de su verga y la vuelta a entrar.

Abandona el round y yo aprovecho para buscar los instrumentos plásticos.

Nuevamente en cuatro patas, buscó entre las bolsas del pantalón y él se acerca y hace que respingue mi cuerpo. En cuclillas me está mamando el culo, eso hace que busqué más rápido y suspire. Me duelen los extremos de mis labios, me inspira a encontrarlos y abrir uno. Color rojo, fuego de sexo. Ah, pero también traigo liquido para no sufrir demasiado.

Me volteo y me dirijo a ponerle un condón en su palo que apunta al cielo. Él de rodillas, se deja que yo se lo ponga. Que trabajo, talla equivocada, pero le va a quedar, cubriéndolo a medias. Tomo el líquido y lo esparzo, mucho, para que no quede huella. Apenadamente, tomo otro tanto y me lo meto en mi orto, como dicen en otras historias. Toma el tubo, él y lo esparce en su dedo pulgar. Mete el dedo y a la vez me voltea, los dos de rodillas, yo inclinado para permitirle seguir siendo caballero.

Que buenas nalgas, cabrón, apenas para mi verga. – dice el Chofe.

La punta enorme, se detiene en la puerta de mi placer. Hace conjuros con sus manos en mi cuerpo, desde mis hombros hasta mis nalgas, delinea trazos, mientras me distrae, para meterme un poco más esa punta que no quiere entrar. El ardor, peor que el de la piel de mi boca que se estiró hace poco, hace su aparición. La broca de diamante bruto trata de entrar. Hago como que voy a expulsarlo, abriendo mis músculos perennes y la cabeza entra un poco.

Tú me dices si puedes. – con miedo me dice.

Yo pensando que mejor no, pero la velocidad de su decisión penosa, cambia a arremeter un poco más. Entre el esfuerzo de abrir y continuar, sin que se le baje ni tantito la erección, logra unos centímetros más. Algo está tocando que hace que me den ganas de miar. Algo está empujando, que hace que un reflejo pesado viaje de mi culo a mi espina. Siento la forma enorme que mete y saca, está, medio culéandome.

Quizá si me muevo un poco, hará que venza esa masa, que me imagino es mi próstata. Toma la curva de mis intestinos y avanza. Junta las piernas y avanza con las rodillas, tocándome, exacerbando mi calentura. Son sus piernas o su vientre velludo, no lo sé, quizá su besos y quiere que me lo meta todo. Me hago un poco para atrás y me la deja ir todita.

Abrumado por las sensaciones, por su arremetida, por su metida de verga, dejo caer mis brazos y él, quiere que descanse un poco, pero no lo saca. Permito y me permite que nos acostemos en el suelo. Atravesado por una estaca, conocedora la méndiga, hace más exquisito el momento. No se le baja ni tantito. Lloro sin llorar, las lágrimas afloran en mis ojos, él me besa el cuello, mientras estamos bien unidos.

-----continuará -----