Grandes amigos
Era increíble la confianza que una podía sentir para hablar con él sobre todo tipo de temas: desde los problemas con mi novio, donde él me daba sus consejos que en más de una ocasión me ayudaron; hasta fantasías sexuales...
Esta es la historia real de una extraña relación que sólo las grandes amistades pueden hacer que surjan. Aunque los nombres han sido cambiados porque no es sólo mi historia.
Yo tenía un amigo, y lo sigo teniendo, llamado David al cual conocí en la universidad debido a que había acabado una relación con una chica de esa misma clase y se vio obligado a cambiar de sitio para no sentarse con ella.
Fue él quien la había dejado porque no funcionaba, pero me sorprendía que aún así se sintiera mal por el daño que podía haberle causado. Es extraño encontrar a un chico que pueda albergar esos sentimientos.
Así comenzó una relación de amistad donde él se sinceraba conmigo y yo con él. Era increíble la confianza que una podía sentir para hablar con él sobre todo tipo de temas: desde los problemas con mi novio, donde él me daba sus consejos que en más de una ocasión me ayudaron; hasta fantasías sexuales que en el fondo sabíamos que no íbamos a hacer jamás, como bañarnos en un jacuzzi lleno de cava.
Me decía que podía contar con él a cualquier hora si tenía algún problema, y siempre lo cumplió. A veces discutía con mi novio y llamaba a David a altas horas de la madrugada para contárselo y él entendía mi postura pero conseguía hacerme ver las razones por las que mi novio actuaba así, aunque lamentaba que su forma de presentar sus quejas fuesen siempre a gritos.
No sé cuándo empecé a sentir algo por David, algo más allá de esa amistad.
Nuestros coqueteos a la hora de contar fantasías sexuales se volvían cada vez más explícitos, desde lugares, posturas e incluso le llegué a confesar que me afeitaba el sexo. El me decía que no se me ocurriera enseñárselo porque sino me lo iba a comer a cucharadas y yo, como una tonta, sentía cómo se humedecía mi sexo sin hacer nada por remediarlo... hasta llegar a casa.
Algunas veces, por la noche, nos quedábamos charlando hasta dos horas al teléfono. Nos picábamos en verano a ver quien dormía con menos ropa, y me lo imaginaba desnudándose para intentar ganarme, quedándonos ambos desnudos y medio tapados por la sábana.
Siempre que surgía la idea de dormir juntos para estar charlando de este modo me ponía de condición el estar separados por una sábana. Me excitaba su voz al otro lado del teléfono y en más de una ocasión me solía tocar mi sexo de arriba abajo, sintiendo cómo se mojaba, pensando en enseñárselo a David para que me hiciera suya por una noche. Acababa tan malita las conversaciones que tenía que masturbarme varias veces hasta acabar exhausta, metiéndome los dedos por delante y por detrás, metiéndome dos y hasta tres dedos imaginando el grosor de su falo llenando cada uno de mis agujeritos.
El peor día de mi vida fue cuando me contó que iba a pedir salir a una chica que había conocido hacía apenas quince días. Lloré delante de él y mi secreto quedó al descubierto. Sus besos en mis mejillas cubiertas de lágrimas y sus abrazos no fueron nada comparable al verle llorar a él también, porque él también estaba enamorado de mí pero no me había dicho nada porque tenía novio.
Aún así no quería que le dejara, ya que su filosofía era que si una chica deja a su novio por él, lo mismo podía dejarle a él por otro. Además, no podía esperar a que lo mío con mi novio se fuera al traste sin saber si eso iba a ocurrir algún día. Tenía que probar esa nueva relación.
Pasaron siete meses para que mi relación acabara por un asunto de cuernos, y dos meses más tarde la relación de David también se fue al traste.
Seguíamos siendo amigos y por eso nos apoyamos el uno en el otro para superarlo y, lo que tenía que ocurrir, ocurrió.
La noche anterior me dijo lo guapa que se me veía bañada por la luz de las estrellas, y me dio un beso en la mejilla que me hizo olvidar todos los males del mundo. Era extraño desear besarle al tiempo que hablábamos de nuestras respectivas exparejas.
Al día siguiente quedamos para comer. Ese día quería pasar la barrera del beso en la mejilla y me puse lo suficiente sexy como para que me deseara, pero de modo sencillo para que no se notara mi deseo.
Así acabé llevando unas sandalias de plataforma con un vestido sin ningún adorno, color crema, que quedaba justo por encima de las rodillas. Un tanga y no me puse sujetador pensando en que si me excitaba se podrían adivinar mis pezones a través del vestido que ya de por sí dejaba ver un escote generoso pero sin que pareciera otra cosa más que la necesidad de sentirme fresca en verano.
Comimos como otras veces habíamos hecho. Jugando con la comida, intentando manchar el uno al otro con alguna salsa... y aunque los dos decíamos siempre que no íbamos a repetir esas escenitas en los restaurantes, lo seguíamos haciendo porque en el fondo nos gustaba.
Así pasó. Yo puse cara enfadada cuando me manchó la nariz con salsa rosa y él me pidió perdón mientras me limpiaba, pero me negué a perdonarle.
¿Ni con un beso? me decía dándome uno de esos besos en la mejilla que tan nerviosa me ponían, mientras mi respiración entrecortada hacía que mi pecho subiera y bajara al tiempo que mis latidos se aceleraban y miraba disimuladamente mis pezones duritos que se dejaban adivinar a través de la tela.
¿Y si te diera un beso en los labios? -. Prueba le dije.
Por fin sentí su boca estrecharse con mi boca, su lengua cálida buscando mi lengua mientras apoyaba tímidamente una mano sobre mi muslo. Acariciaba mis piernas sin atreverse a meterme mano por debajo de la falda, pero esa dedicación a otra parte de mi cuerpo sin perderse el juego de nuestras lenguas entrelazadas, golpeándose, atrapando mis labios con su boca... sentía mi sexo caliente y me hubiera encantado ser el postre sobre la mesa de esa comida.
Pero no pasó más en ese restaurante.
Ya en el coche, mientras me llevaba de vuelta a casa, ya que ambos teníamos compromisos para esa tarde, le pregunté cómo estaba. Me confesó que por un momento dudó si iba a poder levantarse de lo malito que le había puesto... y eso me dio una rabia, porque no me había fijado, y se lo dije.
Así que, como no quería quedarme sin haber visto lo malito que le ponía, me descalcé en el coche, levanté mi pierna izquierda y apoyé mi pie sobre su paquete. Todo esto mientras él conducía. Me miró dejándose hacer. Sentí crecer su polla bajo el pantalón, ponerse dura...
- Espera me dijo que la tengo hacia abajo y como no la coloque...
Pero le aparté la mano. Quería hacerlo yo. Así que le desabroché el pantalón, le bajé la cremallera, metí mi mano por debajo de su ropa interior y coloqué su falo mirando hacia arriba dejándolo asomar bastante.
De este modo seguí acariciándole, esta vez sintiendo ese pedazo de carne dura al rozarla con la planta de mi pie, mirando ese capullo que se me antojaba tan apetecible. También, así, mi falda se subía hasta casi mi cintura, y me metí descaradamente los dedos por debajo mientras me masturbaba sin dejar de mirar la entrepierna de David. Estaba empapada y no reprimía los gemidos que me provocaba la situación. Sacaba los dedos y me los chupaba o se los daba a chupar a él. Apartaba el tanga cada vez que nos parábamos en un semáforo y cogía su mano para que me metiera los dedos mientras yo le sobaba la polla ya fuera con la mano o con el pie.
Así llegue a mi primer orgasmo junto a él, entre semáforo y semáforo, entre calle y calle hasta llegar a casa donde esperé su llamada para que me dijera que había tenido que ir al baño para correrse pensando en mi.
- La próxima vez quiero verlo, ¿vale? le insinué con la voz más golosa que pudo salir de mi garganta.
Esa noche, durante nuestra conversación nocturna me dijo que había estado a punto de pedirme que se la chupara, pero que no quería que yo hiciera nada que no quisiera. Me hizo gracia. Quizá tenga cara de niña buena que parece que no hace esas cosas, pero le dije que no sería la primera vez que chupaba una polla y que ya descubriría otras cosas que me gustaba hacer.
Continuará, lo prometo.
También quiero que me escriban. Me excita conocer las fantasías de otros chicos y chicas... para poder hacerlas realidad alguna vez. Y quién sabe... quizá con vosotr@s.