Granate oscuro

Esa barra de labios...

De pie, observaba a través del espejo, mi cuerpo desnudo. Nunca me ha gustado mi reflejo lleno de complejos e inseguridades. Pero anoche la visión de él era totalmente diferente. Anoche pude amarme un poquito más, gracias a Ella y a su carmín.

Me recibió por la tarde en su casa, a la hora acordada, collar en mano y con su sonrisa enmarcada bajo el pintalabios granate oscuro que solía utilizar siempre. Rodeó mi cuello con el collar y lo cerró con cuidado de no enganchar algún mechón de mi pelo. Se quedó mirándome de arriba abajo. “Da una vuelta” ordenó mientras hacía girar su dedo. Sentí algo de vergüenza, porque horas antes me envió un mensaje y me dijo que me pusiera un vestido. Hace muchos años que no lo hago, no me siento cómoda cuando llevo uno puesto. Tuve que rebuscar en el armario y finalmente encontré uno negro sencillo. Empecé a girar sobre mí misma. “Más despacio, que te vas a marear” dijo burlonamente y aminoré la velocidad. Cuando recuperé mi posición original y mirándome a los ojos me dijo “buena chica”. Toda mi vergüenza e incomodidad se esfumaron. Sólo Ella era capaz de hacerme sentir tan bien, incluso llevando vestido. Acto seguido me hizo seguirla hasta el salón.

Una vez allí, con un beso en los labios y levantando mi barbilla me sugirió que le preparara un té rojo. Ya estaba habituada a servirle, así que me dirigí a la cocina y dispuse todo lo necesario sobre el mármol. Llené la tetera y la puse sobre uno de los fogones y mientras el contenido se calentaba, preparé las hierbas. Cuando el agua comenzó a hervir, con cuidado de no quemarme, volqué el líquido dentro de su taza preferida. Le añadí una cucharada de azúcar moreno y me dispuse a servírselo.

“Aquí tiene Señora” y sin desdibujar la sonrisa, me besó en la mano, dejando el rastro de pintalabios en mi piel. Le acerqué el libro que sabía que estaba leyendo y me senté a sus pies. Verla sentada en su sillón  orejero, con las rodillas dobladas en el brazo y los pies colgando y balanceándose, hace que siempre me recorra un sentimiento muy hogareño, como estar en casa. Me gusta estar en silencio, sólo escuchando cómo pasa las páginas lentamente y percibiendo el aroma mezclado de papel y té. De vez en cuando me acariciaba la cabeza y yo ronroneaba bajito.

Sorbió el último trago de té y se levantó del sillón. Imité su gesto con unos segundos de retraso, uní mis manos por delante de mis piernas y agaché la mirada, esperando cualquier movimiento de mi Señora.

“Apoya las manos y las rodillas en los brazos del sillón” dijo finalmente. Aunque me parecía una postura con algo de riesgo conseguir, con movimientos lentos y cuidadosos adopté la pose, pensando en que si me caía podría hacerme bastante daño. Alejé rápidamente esos pensamientos y me concentré en mantener la postura.

Con mimo, arremangó mi vestido y lo dejó reposando sobre mi zona lumbar, dejando mi trasero al descubierto. Acarició suavemente y a continuación le dio un delicioso cachete. Se apartó y caminó hasta ponerse delante de mi cara. Llevaba algo en las manos. “Te voy a presentar a una nueva amiga, espero que os llevéis bien” hizo una pausa y continuó “Aunque yo creo que sí”. Alzó las manos a la altura de mi vista y me mostró una vara fina de bambú de color negro. Me hizo besar la punta de la caña y después la mano que la sostenía por la empuñadura. “Así me gusta” comentó mientras se dirigía de nuevo hacía mi retaguardia. No podía contener la emoción ni la excitación de sentir el miedo que me daba probar el nuevo juguete.

De repente, escuché el sonido de la vara impactando en mis dos nalgas y milisegundos después noté la mordaz y aguda punzada del golpe. El aullido de dolor que salió de mi boca recorrió el salón. Sentí la caricia reconfortante de su palma en la zona lastimada y de nuevo otro varazo acompañado de un grito que retumbó con eco y decidí entonces cerrar mis labios para no armar el escándalo que sabía que no le gustaba. Volvió a mimar mis nalgas con sus manos. Sabía que a continuación volvería a sentir la madera mordiente sobre mi culo. Y así fue. La acción se fue repitiendo a intervalos cada vez menores y con menos caricias entre los varazos. Notaba el ardor en mi piel y a medida que los golpes aumentaban, mi aguante y mi excitación también lo hacían. Finalmente, los varazos cesaron y sentí, esta vez los besos de mi Señora sobre mi piel hinchada y dolorida. Besos algo dolorosos por la inflamación, pero perfectos y reparadores en mi alma.

Con cuidado de no rozar demasiado la zona afectada por el bambú, bajó mis braguitas y las dejó a la altura de mis rodillas. Introdujo un dedo en mi muy húmeda cavidad y me dio un cachete. Para ese momento ya estaba más excitada que dolorida, por lo que involuntariamente mi cuerpo reaccionó ante Ella. Doblé un poco los codos, haciendo que mi trasero quedara más expuesto y mis piernas se abrieron a la demanda de sus dedos. Comenzó un juego de penetración y azotes, de dolor y placer, de su total dominación y mi total sumisión. Su boca se acercó, en vez de su mano y me profirió un mordisco, que en condiciones normales de mi piel, habría sido más bien suave. Pero me dolió y quedó el reflejo de sus dientes durante un buen rato en forma de escozor. Acto seguido lamió su mordisco y recorrió con su lengua un húmedo camino hasta mi clítoris. Me besó dulcemente, me lamió solo como Ella sabía y mordió con sus labios mi sobreexcitada entrepierna. A punto del clímax y con la sensación que en cualquier momento mi cuerpo iba a ceder y caer, conseguí articular el permiso para mi orgasmo. Sin verbalizar, me dio su permiso mediante la continuidad de sus movimientos. Me corrí con su boca.

“Quédate así” conseguí escuchar en medio de mi entrecortada respiración, mientras se levantaba y se alejaba. Escuché el agua salir del grifo de la cocina, fue cuando me di cuenta de lo sedienta que estaba. Volvió hacia a mi posición portando un vaso en una mano y me lo acercó para que bebiera. Me mostré agradecida, pues tenía la garganta seca. Lo que yo no vi, fue que en la otra mano llevaba una vela negra y un mechero. Cuando acabé de beber, dejó el vaso y lo demás en la mesita auxiliar que quedaba frente del sillón. Marchó de nuevo, esta vez en dirección al baño. Volvió enseguida y me contempló como el que contempla una obra de arte antes de darle los toques finales. Pintalabios en mano, escribió algo en mi nalga derecha, algo que no pude descifrar. Lo mismo hizo en mi izquierda. Agarró la tela de mi vestido y lo subió a la altura de mi cabeza. Una vez allí lo deslizó hasta que mis brazos hicieron tope y allí se quedó. Desabrochó mi sujetador y lo dejó caer para quedar junto a mi arrugado vestido. Acarició mi espalda con sus dedos y con sus labios. Detrás escuché el sonido del mechero encenderse. Esperé unos segundos y cayó una gota de cera sobre mi columna. Quemaba. Luego otra gota. Me mordía el labio para no quejarme. No recuerdo cuantas gotas dejó caer sobre mí, pero no fueron muchas. Sopló la llama y rápidamente el salón se inundó con el olor de la vela apagada.

“Levántate” ordenó con suavidad. “Despacio, no te caigas” y me agarró del brazo para ayudarme. Mi ropa se quedó en el brazo del sillón y mis braguitas acabaron de caer a la vez que me incorporaba. Levanté un pie y luego el otro para deshacerme de mi ropa interior. Se acercó y me preguntó si me encontraba bien. Asentí con la cabeza y con una sonrisa. “Bien, ahora quiero que te tumbes en el suelo” me dijo mientras con un trozo de tela, que sacó de uno de los bolsillos de su pantalón, tapaba mis ojos. “¿Ves algo?” preguntó. “Nada, Señora” respondí con sinceridad. Todo estaba a oscuras. En otro momento quizás me hubiera puesto nerviosa, pero confiaba en que no iba a ocurrirme nada malo. Ella no iba a permitirlo. Me recosté despacio sobre el suelo y el frío alivió la carne ardiente de mi trasero. Escuché movimiento alrededor y el sonido de una cremallera delató que mi Señora se estaba desvistiendo. La sentía erguida, ante mí, muy alta desde mi posición, caminando, como siempre, muy segura. Noté su pie descalzo en mi cara, acariciando mi mejilla y finalmente lo posó en mis labios. Le besé sin que me lo pidiera. Después escuché cerca de mi oído como lo posaba en el suelo. Volví a escuchar el mechero encenderse y al poco la cera caliente goteando sobre mi pecho. Una gota cayó justo en mi pezón y noté que con el calor y la reacción al dolor se volvió duro. De repente, y sin previo aviso, noté mi cara cubierta con su sexo. Intentaba recolocar mi cabeza, pero hasta que conseguí una buena postura pasaron unos cuantos segundos, los suficientes como para que se impacientara. “¿Tengo que decirte que debes hacer?”, con esa frase lapidaria, empecé a mover la lengua como podía y a respirar como podía. Añadir además, que para aumentar la dificultad a mi hazaña, el goteo de la cera no cesó. Sentía que estaba en un punto de no retorno, estaba muy excitada y, a pesar de haberme corrido hacía unos minutos, quería más. Necesitaba más. Me aferré a las piernas de mi Señora y Ella al darse cuenta, comenzó a balancearse sobre mí. Apagó la vela y se dejó llevar por el compás de mi lengua y su movimiento. Alcanzó su orgasmo y se dejó caer a mi lado. Exhalé una bocanada de aire fresco e intenté recuperar la normalidad de mi respiración. No escuché cuando se incorporó, pero si noté cuando volvió a escribir sobre mi barriga y sobre mi pecho. Maquilló mis labios y sin quitarme la venda me ayudó a levantarme. Me dio la mano y nos fuimos hacia su habitación. Escuché como se tumbaba en la cama y noté su mirada clavada en mí. “Ya puedes quitarte la tela de los ojos” me dijo desde atrás. Cuando lo hice, me encontré con mi reflejo en el espejo de cuerpo entero que tenía en una pared de su dormitorio. Ya se había hecho de noche y la habitación estaba iluminada sólo por una de las lamparitas de la mesilla de noche. Cuando conseguí poder enfocar la vista, pude ver todas las marcas que mi Señora, con su pintalabios y la cera negra de la vela, me había dejado por el cuerpo. La marca de su beso en mi mano, en mi pecho rezaba escrita la palabra “Mía”, en mi barriga había dibujado un triskel y en mi pubis había un borrón granate de los miles de besos que me había dado. Me giré para verme por detrás y mi culo estaba rojo, inflamado y la marca de la vara se había aposentado en forma de lo que iba a ser un moratón. En unos días mi culo iba a ser un arcoíris de rojos, granates, violetas y amarillos. Entre marca y marca podía dibujar la forma de varios besos y en mi nalga izquierda había escrito mi nombre en minúsculas y el suyo figuraba en la derecha en mayúsculas. No podía evitar sonreír, estaba contenta y me sentía muy bien mirándome al espejo. Y percibí que Ella, con su sonrisa de satisfacción, desde la cama, se sentía igual.