Gran Hermano
Un pequeño homenaje a todas las webcammers
- Señorita Alicia, por favor deje todo lo que esté haciendo, necesito hablar con usted - anunció el altavoz.
- Sí señor Martínez… ¿en su despacho? - preguntó con dudas.
- No es necesario, enseguida estoy con usted - se escuchó antes de que un sonido metálico cortara la comunicación.
Apenas un minuto después se abrió la puerta situada a la derecha de su escritorio, y el jefe apareció junto a ella, terminando de abrocharse los botones de la chaqueta de su traje negro impecable. Su presencia le imponía mucho respeto. Alto, grande, con esos ojos oscuros penetrantes, y el hoyuelo en la barbilla, que le daba un aspecto de malo de película. Llevaba el señor Martínez, don Miguel, la cabeza afeitada para disimular la calvicie, pero ni eso, ni su edad, rondando los cincuenta, eran impedimentos para que Alicia lo considerase atractivo. Lo veía caminar de un lado a otro de la estancia, alterado, casi como un animal enjaulado, y el nerviosismo hacía que Alicia clavara la punta de sus tacones en la alfombra sobre la que se erigía su escritorio. ¿Qué error he podido cometer esta vez que merezca esa actitud del señor Martínez?, ¿habré vuelto a meter la pata con los balances?, se preguntaba Alicia. En el tiempo que llevaba tras esa mesa, había cumplido siempre con todos los deberes, había cometido algún pequeño desliz, sobre todo al principio, cuando entró en la empresa y todo le era nuevo, pero en líneas generales había que decir que nadie tenía queja de su trabajo. Porque aparte de ser una chica joven, guapa, y decidida, Alicia era también una secretaria eficiente. Don Miguel se había parado por fin, junto al ángulo izquierdo de su escritorio, a un metro escaso de ella, y la miraba. Cuando sintió aquellos ojos negros clavándose en los suyos, bajó la cabeza, y aguardando el rapapolvo se perdió la pícara sonrisa que se dibujó en la cara de su jefe cuando éste advirtió que el botón abierto de su blusa azul celeste enseñaba, en esa perspectiva, las puntillas de su sujetador. Tal vez para no perderse en esas visiones, el señor Martínez, tras carraspear, comenzó a hablar:
- Verá…- y después de una sola palabra se dio cuenta de que la frase que iba a decir no era la más indicada, así que empezó de nuevo. – Usted sabe, señorita Alicia, que en el tiempo que lleva con nosotros no he tenido ninguna queja de su trabajo, más allá de aquel pequeño problema con los expedientes de Gifersa. Sin embargo, en estos últimos tiempos, han circulado por la empresa unos rumores que, de ser ciertos, claro está, la dejarían, a usted, y consecuentemente a todos nosotros, en un muy mal lugar.- Alicia asistía al soliloquio con la mirada baja, centrada en sus uñas pintadas de azul, sin comprender a dónde quería llegar su jefe con esa conversación. – Tiene que saber que yo, pese a su juventud, la he considerado siempre una mujer muy madura, responsable, una visión que no concuerda en absoluto con los comentarios que han llegado hasta mis oídos… -.
-No entiendo a qué se refiere - osó interrumpir Alicia con apenas un hilo de voz.
- Como espero que usted me asegure que son falsos esos rumores, voy a ser franco - dijo el jefe, impulsado quizás por la transparencia de la blusa de Alicia en la que acababa de reparar. – Se comenta que usted utiliza este despacho y medios de la empresa, como el ordenador, para intereses particulares suyos relacionados con negocios que, mejor, no deseo conocer -.
El rostro de Alicia se puso colorado denotando culpabilidad.
- ¿Así que es verdad? Nunca lo hubiese dicho de alguien como usted - decía el jefe negando con la cabeza para darle más contundencia a sus palabras.
- ¿Quién se lo ha dicho? - quiso saber Alicia.
- Entonces ¿es cierto? -
- ¿Quién se lo ha dicho? - preguntó Alicia subiendo la voz.
- Eso no importa -
- ¿Quién ha sido? - volvió a preguntar ella elevando un tono más la voz.
- García, de contabilidad - terminó por confesar el jefe ante su insistencia.
Cabrón de García. Pajillero. Pajillero y chivato. Alicia trató de calmarse y respirar profundo. Aún estaba a tiempo de negarlo todo. Lo primero que tenía que hacer era cerrar esa pestaña minimizada en la bandeja del ordenador. Casi lo consigue. Ya tenía el dedo sobre el botón derecho del ratón cuando la mano del jefe le agarró con fuerza la muñeca, reteniéndola, impidiéndole cerrar el navegador. En lugar de eso el señor Martínez maximizó la ventana, y apareció, a plena pantalla, lo que estaba haciendo antes de aquella inoportuna llamada. La imagen no era nítida, pero era esclarecedora: un brazo trajeado cruzándose frente a la blusa azul de Alicia. Hasta el jefe comprendió enseguida que aquella imagen viva en un recuadro junto a los mensajes del chat era lo que enfocaba la cámara del portátil.
- ¿Cuánta gente ha escuchado esto? - preguntó el jefe.
A Alicia no le quedó más remedio que mirar el número de espectadores que estaban en ese momento en su videochat y contestar: 321 -.
- ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo ahora que trescientas y pico personas saben que la secretaria se ríe de su empresa? - volvió a decir don Miguel mirándola. Y muy serio añadió: está usted despedida -.
- No, por favor… - Alicia sólo supo suplicar. Sin embargo el señor Martínez se mostraba impertérrito. Había tomado una decisión, precipitada y desproporcionada tal vez, pero era su decisión, y no volvería atrás. Tenía que hacer algo si no quería ver sus ingresos desaparecer.
- ¿Y si…? - insinuó Alicia al tiempo que agarraba la mano del jefe que había quedado muerta al expandir la pantalla del ordenador y descubrir la escena, y se la llevaba a la boca. Serio, sin pronunciar palabra, el director observaba cómo los labios de Alicia besaban su mano antes de abrirse ligerísimamente y dejar pasar su índice. La lengua juguetona de Alicia lo bañó de saliva al instante. En este su segundo trabajo también es muy competente, pensaba el señor Martínez.
Ya no tenía que guiarla con las suyas, la mano de su jefe ya no abandonaría su boca. Alicia aprovechó entonces para apretar sus generosos pechos por encima de la blusa mirando a don Miguel como nunca antes había hecho. Una sonrisa se dibujó en los labios del señor Martínez. Él, de pie junto a la silla de su secretaria, que entre miradas seductoras se tocaba por encima de la ropa, y ambos ajenos a ese ojo virtual que todo veía y transmitía a todos los rincones del mundo lo que sucedía entre esas cuatro paredes. Salieron los dedos del jefe de su boca, Alicia los mordisqueó antes de dejar que siguieran su camino, acariciaran su barbilla y bajaran junto a sus manos hasta detenerse a la altura del busto. Soltó don Miguel un botón en su blusa, y Alicia sintió que el aire en su piel alimentaba el fuego que le crecía dentro. Cerró los ojos al sentir otros dedos rondando sus pezones, aupando y apretando sus pechos. Cuando él dejó caer el sujetador, Alicia gimió no sólo para el señor Martínez. Antes de girar mínimamente su silla, echó un vistazo con el rabillo del ojo al ordenador, su show alcanzaba ya los setecientos espectadores.
- Mmmm, jefe, qué duro está… - dijo después de trepar con su mano por el muslo del director. Él no dijo nada y continuó soltando botones en la blusa de Alicia.
La excitación y sus caricias habían hecho crecer aquel sexo al máximo. Le costó manipularlo bajo el calzoncillo y conseguir sacarlo por la abertura de la cremallera. Pero ya estaba fuera. Grande, venosa y terriblemente dura, la polla formaba un ángulo de cuarenta y cinco grados que apuntaba directamente a su cara. Alicia no lo dudó. Agachó la cabeza, apoyó los labios en el glande, y fue tragando poco a poco. Él gimió y miró a la pantalla del ordenador para comprobar que no sufría alucinaciones. Sus dedos en los desnudos hombros de Alicia tuvieron que pararle los pies. Ella buscó su mirada y tras una pausa continuó más suavemente. Esa lengua y sus aleteos… A don Miguel le costaba aguantar la maestría de su boca.
Las pausas para besarle el vientre o succionarle los huevos ya no eran suficientes. La levantó y ocupó su lugar de secretaria. Ella se sentó en su regazo, de espaldas a él, de frente a la pantalla. Los dedos del señor Martínez eran garras que arañaban su pecho, ella salivaba y los espectadores no paraban de crecer. Su blusa celeste yacía ya en el suelo, y pronto le acompañarían el resto de sus ropas. Él la incorporó. Sus manos esculpieron una vez más su alargada silueta. Dobló sus caderas, miró sus tacones y las medias. Primero el botón, luego la cremallera de su falda beis. A cámara lenta fue cayendo frente al objetivo, premiando a los anónimos videntes con la visión de un precioso culo adornado con unas braguitas de satén granate. A don Miguel le cuesta retenerse, no desnudarse él también. Vuelve a sentarse en la silla de su secretaria y vuelve a sentar a Alicia sobre sus piernas. Esta vez de frente, la quiere para él solo. Se besan, se lamen, se muerden. Primero en los labios, luego el resto de la cara, hasta que su boca se desparrama y cae por el cuello blanco y pecoso de Alicia. Mira sus pechos y la mira a ella. Lo está deseando. Baja la cara y cuando siente los dientes de su jefe mordisqueándole las tetas, Alicia echa la cabeza hacia atrás mordiéndose el labio. Mece la polla del señor Martínez, la acaricia, la mantiene erguida entre sus manos. Se golpea con ella el pubis, provocando un sonido hueco apenas inaudible entre sus respiraciones agitadas.
Las manos de don Miguel levantándola por las axilas la cogen de improviso. Alicia ríe hasta que su espalda reposa en el escritorio. Luego apenas le da tiempo de pensar nada. Siente las manos de su jefe separando sus piernas, tirar de sus bragas, y el roce de una piel sobre su piel. Ya no le preocupa cuánta gente pueda estar viéndola. Lo hace muy bien el señor Martínez. Sus dedos decididos, y su lengua traviesa. Ya la han llevado al primer orgasmo y no quieren parar. Alicia estira los brazos, trata de abrir el primer cajón de su mesa. Él la ayuda. Por el tacto reconoce su juguete de goma roja. Lo agarra y se lo lleva a la boca, aunque es incapaz siquiera de lamerlo cuando el de carne y hueso da un nuevo y definitivo impulso a su lengua.
Los estertores de la descarga eléctrica que acaba de experimentar todavía recorren su cuerpo cuando nota las manos de su jefe tirar de ella, atrayéndola. Luego el roce en sus labios, y por fin la dureza de una polla penetrándola. Gime, se le seca la garganta, y lleva su juguete a frotarse en el clítoris. Luego lo devuelve a la boca mientras él empieza a adquirir un ritmo constante. Cierra los ojos y se sorprende con el estruendo de uno de sus zapatos cayendo al suelo. Después siente las cosquillas de una lengua en su pie descalzo, y hunde la polla de goma en su garganta. Las manos fuertes y masculinas del señor Martínez la retienen por las caderas. Siente que en cada una de sus embestidas va a salir disparada, pero las únicas que se mueven en un bailoteo loco son sus tetas. Don Miguel también se ha dado cuenta de ello. Se dobla sobre ella hasta que las alcanza con la boca. Le folla y le come las tetas a un tiempo. Ay, don Miguel…
Su cuerpo desnudo atravesado sobre el escritorio; encima suya el jefe, perfectamente trajeado, sólo su polla dura emerge de la negrura del pantalón. Alicia vuelve a buscar con la mirada en el cajón de la mesa. Un tubo de lubricante. Él le pregunta con la mirada, ella también con la mirada, responde. Su cara es lo único que no aparece en pantalla, sus cuerpos ocupan un primer plano. Don Miguel coge el gel, mancha con él unos dedos que enseguida desaparecen ocultos tras el cuerpo de Alicia. Al tiempo que extiende el lubricante por su ano, inicia una nueva tanda que hace poner los ojos en blanco a su secretaria. Aguarda su señal. Ella le mira, resopla y afirma. Él trata de dominar sus ansias, de entrar con tiento. Si ella tuerce el gesto, él se detiene, si no se queja, avanza triunfante. La silicona roja ocupa su coño. Prefiere la carne, para que engañarse. Se siente llena con dos pollas en su interior. Es su forma de decirle a los mil espectadores que se agolpan al otro lado de la pantalla que los quiere a todos allí, con sus pollas grandes o pequeñas, gordas y flácidas, rápidas e inexpertas.
Las quiere todas pese a que pocas como la de don Miguel le destrocen el cuerpo. Le pide que pare, le pregunta con la mirada si va a acabar ya. La respuesta es un empujón seco que la hace gritar. Luego las manos de su jefe manejan su cuerpo, hasta que su pecho generoso queda aplastado contra la madera. Lo siente a su espalda, dudando. Ya ha elegido, y ha entrado de golpe. Alicia grita como nunca, sus piernas patalean hasta derribar la silla de una patada. Pero no es la pierna lo que le duele, sino el ano ocupado por la gruesa anatomía de su jefe. Cuando la retira y la mete en su coño, el alivio hace que se corra casi en el acto. Él coge sus manos, tira de sus brazos, y Alicia se siente salvaje como una fiera herida. Aprieta el coño, trata de exprimirlo. Él no se deja. Vuelve a mover su cuerpo, hasta quedar frente a frente. Alicia enseña los dientes, él le responde con un pollazo. La vena que cruza la despejada frente del señor Martínez está hinchada, su traje descompuesto.
- Córrete, sí… dame tu leche…- las palabras de Alicia tienen otros destinatario. Con don Miguel no hacen falta. Ha salido de su cuerpo y se masturba con todas sus fuerzas. Ella busca con la mirada el momento en el que la polla reviente contra su cuerpo y comience a regar su fatigado y desacompasado respirar.
- Gracias - susurra Alicia en su oído cuando él baja la cabeza para besarla. Y las dos mil personas que acaban de ver a su jefe follándosela no saben que en realidad Alicia no le agradece el magnífico polvo que han echado, ni la implicación o las ideas para decorar esa habitación como si de verdad fuese un despacho, sino que le haya ayudado a batir su propio record de visitantes en el videochat.