Graciela, la esposa de mi amigo
Graciela, una rubia con un cuerpo fenomenal, con tan solo 22 años, es una chica realmente hermosa, aunque tiene solo un defecto, esta casada (...)
Graciela es una rubia de mediana estatura, con unos senos de tamaño regular, pero redondos y erguidos una joya en su cuerpo, es poseedora de un trasero fenomenal, con tan solo 22 años, es una chica realmente hermosa, aunque tiene un solo defecto, esta casada con un amigo mío.
Yo acostumbraba visitar la casa de mi amigo, llegué un sábado en la noche a visitarlos, pero mi amigo se encontraba fuera de la ciudad y regresaría el lunes. Graciela me hizo pasar a su casa, me invitó una cerveza y comenzamos a conversar de muchas cosas. Tiempo atrás, yo notaba que Graciela se sentía atraída por mí, porque al saludarme me daba los besos muy al cerca de la boca. Era muy reservado, más que nada por que la amistad que tenía con su esposo data de más de 20 años. Yo sabía que mi mejor amigo había sido el único hombre en su vida, pero aquel sábado Graciela parecía empeñada en tenerme en sus brazos. Me pidió que la esperara en la sala, pues iba a acostar a sus hijos y a darse una ducha. Yo le contesté que se tomara el tiempo necesario.
Al cabo de casi una hora, Graciela apareció en la sala con un vestido blanco de algodón, algo transparente y sin sostén, a juzgar por sus pezones erectos. Llevaba un bikini del mismo color, que apenas tapaban sus vellos. Se sentó frente a mí y cruzó las piernas de tal manera que yo podía apreciar sus hermosas piernas. De rato en rato cruzaba las piernas y en el ínterin me dejaba ver muy claramente su sexo, cubierto por pelos rubios y escasos.
Mi verga entonces comenzó a despertar y se puso dura como una piedra. Apenas podía cubrir mi erección, ya que yo vestía un short bastante apretado y de tela muy delgada. Graciela ya se había percatado de los resultados de su seducción y los ojos le brillaban de lujuria.
Pasaba el tiempo y bebíamos juntos. Ella decidió mostrarme unas fotos, para lo cual se sentó a mi lado en el sofá. Mientras me mostraba las fotos, apoyó su cabeza en mi hombro y me dijo que se sentía un poco cansada y tensa. Yo le dije que le podía dar un masaje en la nuca para relajarla. Graciela accedió y me dio la espalda para que comenzara mi parte de la seducción. Para ese momento, en mutua complicidad, mentalmente habíamos decidido que ambos seríamos amantes.
Comencé a masajearle la nuca mientras Graciela me decía que se sentía rico. Echaba la cabeza hacia atrás y quedaba su frente muy cerca de mis labios. Graciela jadeaba con cada movimiento de mis manos en su cuello y, muy lentamente, comencé a acariciarle los hombros. Ya no era un masaje de relajación sino que se había convertido en una seducción bastante excitante.
Graciela encogió los hombros al sentir mis manos en ellos y pegó más su espalda contra mi pecho. Lentamente bajé mis manos por sus brazos hasta llegar a sus manos y nos tomamos de las mismas. Graciela, en un movimiento muy suave, llevó mis dos manos hacia sus hermosas tetas. Volcó su cabeza hacia la mía y nuestras bocas se unieron en un apasionado beso.
Yo introducía mi lengua en su boca fresca y ella chupaba mi lengua como si fuera un caramelo, mientras jugaba con sus tetas. Los besos de Graciela se volvieron más calientes y yo logré levantar su vestido hasta tener acceso a su húmeda vagina por encima de su apretado y diminuto bikini. Pasé mis dedos por entre sus labios vaginales y encontré su clítoris. Graciela se estremeció de placer y, con una de sus manos, alcanzó mi verga, dura como una roca. Se separó de mí poniéndose enfrente, de rodillas, y comenzó a besarme, primero en la boca, mientras desabotonaba mi camisa, luego en mi pecho y, después de bajarme el short y los calzoncillos, tomó mi verga con sorpresa, diciéndome que era grande y bella.
Lentamente acercó sus labios hacia la cabeza de mi pene y pasó su lengua, haciéndome estremecer de gusto. Yo veía como en cada mamada de mi verga, Graciela sacaba un poco de mis jugos lubricantes. Se acercó más a mis bolas y se metió una en toda la boca mientras me acariciaba el pecho y me metía sus dedos a la boca. Graciela me dijo que no le gustaba mucho mamar verga, pero que la mía era tan hermosa y sabrosa que la estaba enloqueciendo. Yo miraba cómo Graciela, con dificultad, apenas llegaba a meterse la mitad de mi verga en su boca, mientras cerraba los ojos con delirio. Sus manos tocaban mis bolas y, a ratos, me agarraba la cara metiéndome sus dedos en la boca para que yo se los chupara.
Luego de un rato de verla chupar mi verga, levantó la cabeza y se paró frente a mí. Se quitó el vestido y quedó tan sólo en bikini. Me acerqué a sus senos y comencé frenéticamente a chuparle sus grandes pezones. Graciela echaba la cabeza hacia atrás y soltaba pequeños gemidos de placer. Lentamente, bajé mis labios hacia su sexo y, bajándole el bikini con dificultad, empecé a lamérselo. Le pedí que se recostara en el sofá y fue mi turno para atormentarla con mi lengua.
Graciela se colocó al borde del sofá y abrió sus piernas, colocando sus pies en el mismo sofá, de manera que quedara a disposición de mi lengua. Lentamente comencé a besarle sus piernas y llegué hasta su preciosa vagina, comencé a lamer su erecto clítoris, y a chuparlo con lujuria. Pasé con mi lengua por su rajita y llegué hasta su hermoso culito. Graciela saltó de placer y me dijo que sentía que se enloquecía de placer y que nunca le habían lamido el culito. Seguí mi frenético ritmo y sentí que Graciela comenzaba a temblar mientras gemía más insistentemente, acercándose a un orgasmo sin regreso. Le metí todo lo que pude de mi lengua en su mojada conchita y la hice explotar en un intenso orgasmo que la hizo lanzar suaves gritos de placer.
Yo todavía no había tenido un orgasmo y mi verga apuntaba dura como una piedra. Graciela me preguntó qué quería que me hiciera y yo le dije que me cogiera con locura. Nos fuimos a su cuarto y me pidió que me echara una tabla delgada que su marido usaba para hacer ejercicios. Me dijo que su fantasía era hacer el amor en esa tabla, pero que su marido era muy conservador y no se animaba a pedírselo.
Me recosté en la delgada tabla y Graciela se puso dándome la espalda, con mi verga grande y dura apuntando a su rajita. Con su mano izquierda agarró mi verga y con la derecha se apartó los labios vaginales y, lentamente, bajó hasta meterse todo mi pene en su húmeda vagina. Graciela soltó unos gemidos de placer al sentirme muy adentro de sus entrañas, y me decía que era grande y gruesa. Mis manos acariciaban su hermoso trasero y su orificio anal.
Graciela subía y bajaba con mi verga hasta el fondo, gemía de placer y me decía que no me viniera hasta que ella lo hiciera junto conmigo. Me cogió de esa manera durante más o menos 20 minutos y, con voz temblorosa, me dijo que estaba lista. Echó su cuerpo hacia delante, momento que yo aproveché para mojar mi dedo índice con saliva e introducírselo en su precioso culito, tras lo cual soltó un grito lujurioso y, con movimientos circulares de sus caderas, mi verga toda hasta el fondo y mi dedo metido en su hermoso culito, explotamos ambos en un sólo orgasmo conjunto que nos hizo estremecernos enteramente de placer.
Luego nos vestimos, regresamos a la sala a terminar las bebidas y desde entonces nos encontramos en las mañanas o tardes ya sea en un cuarto de hotel, o en mi departamento, y pasamos horas experimentando cosas nuevas.