Gracias por el té
No tenía nada que perder. Una simple camiseta escotada sin nada debajo y una jarra de té helado serían mis aliados. Llamé. Mis pezones casi se salían de la camiseta.
GRACIAS POR EL TÉ
Me desperté de la siesta estirándome perezosa. Había tenido un sueño erótico muy placentero. Durante unos segundos me dediqué a recordarlo. Estaba en una fiesta de cumpleaños y yo era el regalo. Me excitaba no saber a quién iba a ser regalada. Pronto lo supe. Una bella mujer madura me estaba esperando. Noté un calor intenso en mi clítoris y percibí claramente cómo aumentaba de tamaño. Lo palpé. ¡Ah, era enorme! La bella mujer me enseñó el suyo. ¡Aún más grande que el mío!. Después de aquella visión, sólo recuerdo un clítoris gigante en mi boca y un orgasmo inmenso.
Me levanté para ir al baño. Miré por la ventana del patio y... ¡Creí estar soñando de nuevo! Desde la ventana de mi baño podía ver el reflejo de mi vecina en su espejo. Casi la tenía de cuerpo entero, y ella no podía verme a mí, a menos que sacara el cuerpo por la ventana. Mi hermosa vecina de enfrente. Desnuda, cepillando su precioso pelo, dejándolo caer encima de sus pechos. Se acercó al espejo recogiéndose la melena por encima de la nuca. Allí estaba en todo su esplendor.
Como movida por mis pensamientos, la vecina se miró complacida y comenzó a acariciar su silueta. Su vientre, su cintura, sus caderas, su monte de Venus. Lo hacía despacio, mirándose, gustándose, tanto como me estaba gustando a mí. Recordé algunas de las miradas que nos habíamos echado en la escalera. Casi podría afirmar que le gustaban las mujeres. O quizá fuera una fantasía provocada por mi deseo. En ese momento ya había subido hasta sus pezones, los masajeaba y pellizcaba sensual. Yo, extasiada, imitando sus movimientos, iba sintiéndome cada vez más y más caliente. Llevó su mano derecha hasta su vulva, mojó un poco sus dedos para llevárselos a continuación a la boca y deleitarse con su propio sabor. Dios, cómo me estaba poniendo, tendría que masturbarme allí mismo. Pero yo quería más.
Decidí hacerle una visita. Pensé que cuando mirase por la mirilla y me viera, o no me abriría la puerta, o si lo hacía, sería para seguir juntas lo que habíamos empezado por separado. No tenía nada que perder. Una simple camiseta escotada sin nada debajo y una jarra de té helado serían mis aliados. Llamé. Mis pezones casi se salían de la camiseta. Mirando distraída la escalera, me acaricié un poco los pechos cuando sentí que se abría la mirilla. Se lo pensó durante unos segundos, pero abrió.
¿Un té frío? Adelante. Se había cubierto con una pequeña toalla que dejaba sus muslos al descubierto. Sacó dos vasos y nos sentamos en el sofá del salón. Serví el té, dejando caer los tirantes de mi camiseta en un descuido. Con un pecho ya completamente al aire, le acerqué su vaso. Bebimos y brindamos por nosotras, por la felicidad y por el placer. Tienes un cuerpo precioso, me dijo. Y tú, te estaba mirando por la ventana de mi baño y me he quedado impresionada. Confesé. Y acerté. Y, dime, ¿quieres que te ayude a terminar lo que habías empezado? Le baje la toalla y rocé con mi vaso helado uno de sus pezones. Bebimos otro sorbo. Ella se puso aún más cómoda. Abrió su toalla mostrándome todo su cuerpo. Dejó su vaso sobre la mesa, yo hice lo mismo. Nos dimos un largo beso. Húmedo, suave y lento.
Totalmente depilada, se abrió de piernas delante de mí, ofreciéndome aquello que tanto estaba deseando. Oh, cariño, tienes un coñito precioso. Lo abrí lentamente, paseé dulcemente mis dedos por sus pliegues hasta que llegué a su botoncito y ella comenzó a gemir. Rocé su clítoris con los labios, con la punta de la lengua, lo succioné. Empujaba su pelvis contra mi cara, movía las caderas buscando más placer. Estaba bellísima así, tan libre, tan excitada.
Sigue. Sigue. Ah, qué bueno lo que me haces. Mi vecinita de enfrente me estaba pidiendo más, y yo le daría más. Metí dos dedos en su vagina, mientras con el pulgar le seguía frotando el clítoris. Le masajeé los pechos, se los lamí, le succioné los pezones. Me estás llevando al cielo, no te pares. Así, así, así,... qué... gusto... me...da... Me voy ya... Toma, toma, toma.... No esperó más. Noté en mi mano cómo se corría. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!...
Dame tu lengua, mamita. Me besó largamente. Acarició mis pechos, mis muslos. Mi coño entero. Oh, cielo, qué mojada estás. ¿Es culpa mía? Sé cómo arreglarlo. Arréglalo preciosa, soy toda tuya. Me coloqué de rodillas, de espaldas a ella, mostrándole mi culo. Ella se colocó debajo y me empezó a comer. Lo estaba haciendo muy, pero que muy bien. Abrió suavemente mis orificios y empezó a meter sus dedos en ellos poco a poco, muy despacio. Lo hacía tan bien con la mano como con la boca. Sigue mi niña, haz que toque yo también el cielo. Me gusta mucho lo que me haces. Movía los dedos a toda velocidad. Empecé a notar que mi culito estaba a punto de correrse. Me agarré los pechos con fuerza, también mis pezones se correrían esta vez. Iba a ser algo explosivo, mi vagina, mi clítoris, mi culo y mis pezones, todo en conexión. ¡Sí, cariño! ¡Ah! ¡Ya! ¡Sí, mi amor! ¡Me corro entera, amor!
Nos besamos antes de despedirnos.
Me has regalado un orgasmo maravilloso.
Gracias por el té.