Gracias, David

Todo se debió a una camiseta de Beckam que adquirí en Internet.

Serían las doce del mediodía cuando me dirigía a mi casa después de un día tranquilo en el gimnasio de mi barrio. Tras el esfuerzo físico me puse una camiseta de mi equipo favorito, el Real Madrid, con el número 23 a la espalda: David Beckham.

Antes que nada he de comentar que tengo 32 años, mido 1,85, soy de complexión fuerte y que vivo en una ciudad al norte de España. Mi nombre es Luis Enrique y esta historia es tan cierta como reciente.

Al acercarme a mi domicilio observé a una vecina de unos 38 años (más tarde descubrí que tenía 43), delgada, con unos pechos de tamaño mediano, un cuerpo de ensueño y un culo perfecto para su edad. No obstante, ya había sido el objeto de mis fantasías nocturnas en varias ocasiones. Victoria, que así la voy a llamar, siempre me saludaba muy atentamente con una sonrisa y solía pasear a su perro todas las mañanas mientras su marido estaba en el trabajo.

En esta ocasión se dirigió a mi de la siguiente manera:

  • No sabía que eras del Madrid.

Yo contesté:

Tampoco me lo has preguntado nunca. Es más, yo creo que es la primera vez que hablo contigo.

Tienes razón. Como hablo tanto con tu madre, creo que contigo tengo la misma confianza. De cualquier forma, te lo pregunto porque mi hijo mayor (tiene 16 años) es también del Madrid y le gusta mucho el rubio este (por Beckham). ¿Dónde compraste esa camiseta?

Por internet -contesté-

A mi esas cosas ya me pillan muy mayor -dijo ella-. Tenemos un ordenador en casa y no lo he tocado en mi vida. ¿No te importará echarme una mano para darle una sorpresa a Sergio y que cuando venda de Salamanca tenga la camiseta en casa?

No tengo ningún problema.

Mientras subíamos en el ascensor de su casa ella me interrogaba:

Nunca te he visto con ninguna chica por aquí.

Es que mi novia vive en Madrid (lo que era totalmente mentira, ya que no tengo novia).

Uyy... Esas relaciones a distancia nunca acaban bien.

Eso dicen -respondí.

Al fin llegamos a su piso, ya que la conversación me estaba poniendo nervioso, no por el tema en sí, sino por lo que ella se acercaba con cada pregunta que hacía.

El ordenador está en la habitación del fondo. ¿Quieres tomar algo? Yo voy a sacar a Rusky (el perro)

a la terraza para que coma un poco. Ahora mismo estoy contigo.

No me apetece nada, gracias.

Al cabo de un rato y con todo preparado, le solicité un número de tarjeta de crédito para efectuar la compra. Una vez concluido todo, me disponía a marchar, pero ella me lo impidió enseñándome su escote a propósito:

¿Dónde vas tan pronto?¿No quieres una cerveza ni nada?

Bueno, la verdad es que tengo algo de sed.

Llevaba una camiseta blanca con cuello de pico por el que asomaban sus presumiblemente buenas tetas y yo ya empecé a tener una incipiente erección.

Al abrir la cerveza, su abridor se le cayó al suelo (estoy seguro que a propósito) y se dio la vuelta enseñándome su magnífico trasero aa través del que se le notaba el elástico de un tanga.

Yo ya estaba como un perro en celo, y ella continuaba calentándome acercándome el vaso con la cerveza y rozándome con uno de sus pechos.

Ella volvió a la carga:

  • Pues con tu novia fuera de tienes que aburrir un poco -la muy cabrona esbozó una sonrisa entre pícara y lasciva-

Yo pasé al ataque:

Pues tanto como tu por las mañanas sin tu marido ni tus hijos

A mis hijos si les echo de menos, pero a mi marido no quiero ni verlo.

Y sin más ni más me enseña un estracto de cuenta corriente en el que había un cargo proviniente de una casa de putas.

Debo tenerlo insatisfecho, porque mira donde tiene que ir.

Yo ya fui a por todas, seguro de sus intenciones.

Jamás entenderé esa actitud. Con lo guapa que tu eres.

No me adules -dijo ella_

Yo no regalo los piropos. Ya quisieran muchas chavalas de 20 años ser la mitad de preciosa de lo que tu eres.

Ella se avalanzó sobre mi abrazándome y rozándome con su estómago mi miembro que ya estaba a cien. Yo ya no podía más y la besé en la boca. Metí mi lengua hasta el fondo y jugueteé con la suya. Ella respondió como yo esperaba:

Me preocupa un poco lo que pueda decir tu madre, pero necesito alguien que me haga sentir mujer.

No te importe, mi madre no se va a enterar y tu vas a gozar como en tu vida.

Seguí besándola como si el mundo se fuera a acabar. Bajé por su cuello y le rompí su camiseta sin que a ella pareciera importarle. Nuestras respiraciones se aceleraron y su mano bajó hasta mi cintura sobando mi polla por encima del pantalón. La quité el sujetador, descubriendo las tetas del tamaño ideal con unos pezones oscuros que chupé y mordisqueé hasta hacerla jadear. Ella me quitó la camiseta y el pantalón del chandal en un santiamén diciendo:

Te voy a comer eso que tienes tan duro hasta que escupa en mi boca, cabrón.

Me masturbaba con una mano mientras me decía guarradas al oído y yo metí mi mano entre su pantalon para frotarla el coño sobre su tanga blanco. Bajé con mi lengua hasta su ombligo, deslicé sus pantalones dejándole el tanga puesto, ya que no podía evitar la posibilidad de ver su culo con ropa interior. Mordisqueé sus nalgas y separé la tira de su tanga para meter la lengua en su orificio. Ella suspiraba y jadeaba como un animal salvaje.

Quiero comertela -me dijo-

Se dio la vuelta y bajándome los calzones se agarró a mi falo y me lamió de arriba abajo. Me chupaba el glande y me la meneaba a una velocidad de miedo. Estaba a punto de correrme cuando ella frenó su impetu y me dejó hacer a mi. Busqué su raja. Metí mi lengua en su vagina y mordisqueé su clítoris. Me dediqué a fondo con su botoncito mientras ella se retorcía de placer y gritaba. Mientras lamía su clítoris introduje dos dedos en su vagina y ella gritó:

Me corroooooooo.

Soltó una cantidad de jugos enormes que yo chupé. Luego la besé y metí mi lengua en su boca hambrienta para que se saboreara a ella misma.

Sabes a gloria - le dije-

¡Fóllame ya! Quiero tu polla dentro de mi.

Tu mandas, puta mía

Empecé el mete-saca, no sin antes juguetear con la punta de mi nabo. Aproveché para meter un dedo en su culo.Ella se movía en círculos como una maestra. No aguantaba más y ella me dijo:

Córrete dentro de mi. Quiero tu leche caliente en mis entrañas.

Dicho y hecho. Solté una descarga tras otra en el interior de su vagina mientras ella se corría conmigo.

Descansamos unos minutos. Sería la una y media. Ella me dijo:

Tienes que marchar: mi marido llega a las dos. Dúchate si quieres.

Quiero ducharme contigo -contesté-.

Ay, que cabrón eres...

Nos duchamos y, por supuesto, a mi se me puso tan dura como antes. Ella me sentó en la ducha y se puso sobre mi. Me montó arriba y abajo gritando sin parar y cuando estaba a punto de eyacular, me dijo que tenía mucha sed y que la diera de beber. Se descabalgó y empezó a chupar hasta tragarse la última gota de semen.

Vístete ya -me dijo- te espero a las cinco de la tarde. No te pajees, te voy a dar mi culo.

Tu marido es un gilipollas. No sabe lo que tiene en casa.

Me metió la lengua en la boca y me dijo:

Vamos a follar todos los días, hijo puta. Me gusta tu polla a morir.

Y lo cumplimos.