Gracias a mi malteada

De momento se levantó la playera y jaló de la cintura su pantalón hacia el frente. Mi vista se posó en un tramo de su erecto pene, que sobresalía de su calzoncillo, bajándose de inmediato su playera.

GRACIAS A MI MALTEADA.

Mauricio Adalid Campos N.

Siempre he pensado, que cuando menos lo esperas, salta la liebre.

Un día cualquiera, tuve necesidad de trasladarme al centro de mi ciudad, para adquirir un cartucho de tóner para mi impresora, ya que generalmente no los venden en cualquier lugar. Vivo en un desarrollo habitacional fuera de la zona céntrica. Todo marchaba sobre ruedas. Hice mi compra y, antojadizo como soy, pasé a una famosa tienda de hamburguesas localizada en un centro comercial y me compré una malteada.

Salí del establecimiento saboreando mi antojo y me dirigí caminando tranquilamente hasta una esquina del centro comercial, para abordar el transporte que me trasladaría a mi colonia. Al dar vuelta, casi choco de frente con un apuesto joven que caminaba apresuradamente. Ambos nos detuvimos de golpe. Balbuceé una disculpa y el hizo lo propio, al mismo tiempo. Nos vimos a los ojos y sonreímos. Yo seguí mi camino. Avancé unos metros y regresé la mirada, cuando observo que simultáneamente él también volteó. Crucé la calle para esperar mi transporte y seguí chupando el popote de mi malteada. Me coloqué en la acera, cerca de unas escaleras buscando la sombra de un edificio. El chico cruzó hacia la esquina de la banqueta donde me encontraba, volteando de vez en cuando hacia mí.

Con la natural percepción que me ha dotado la naturaleza, intuí que algo iba a pasar, pues él se dirigió hasta la escalera que quedaba tras de mí y se sentó en un tercer escalón, con las piernas casi en cuclillas. Me observaba mientras seguía mi tarea de absorber mi deliciosa bebida. De tanto en tanto, volteaba “descuidadamente” para verlo, y él se acariciaba la entrepierna. Terminé mi bebida y coloqué el vaso en un depósito de basura cercano y regresé a mi lugar. El se puso de pie y se paró junto a mí. De momento se levantó la playera y jaló de la cintura su pantalón hacia el frente. Mi vista se posó en un tramo de su erecto pene, que sobresalía de su calzoncillo, bajándose de inmediato su playera.

Se me queda viendo y me pregunta:

-       ¿Le gustó lo que vio?

-       Mmmjú. Asentí con mi cabeza.

-       ¿A donde vas?, le pregunté.

-       A trabajar. Entro dentro de una hora.

Qué lástima, pensé para mis adentros. El chavo tenía como unos 20 años, de complexión regular, con buenos brazos desarrollados quizá por el esfuerzo laboral. Sus ojos estaban rodeados de unas pestañas regulares y sus labios eran m apetecibles. Su pelo lacio, bien peinado.

-       ¿En que trabajas? Le pregunté.

-       En una distribuidora de cerveza. Tengo a mi cargo el almacén.

Comprendí de inmediato la razón de sus brazos fuertes y ausencia de sobrepeso,

-       ¿A qué hora sales?

-       Hasta las cinco de la tarde, pero hago como una hora para llegar a mi casa.

-       Entonces vives lejos…

Al contestarme hizo referencia a otro desarrollo habitacional que, casualmente, estaba cerca de mi domicilio. Y se lo hice saber.

-       Si quiere, deme su teléfono y le hablo cuando salga y vaya de regreso a mi casa.

Me pareció buena idea, pues el chavo estaba muy apetecible y joven, en pleno desarrollo. Intercambiamos la información y se despidió apresuradamente, pues ya se hacía tarde para llegar a su trabajo.

-       ¿Cómo te llamas?, para darte de alta en mis contactos, le pregunté.

-       Manuel, me contestó.

-       Oye, que buena onda, me gusta tu nombre. Me llamo Enrique. Espero que volvamos a vernos.

-       Le llamo por la tarde, cuando salga de trabajar.

Me quedé con una agradable impresión y algo sorprendido por su audacia. Lo vi marcharse y abordar un colectivo y aún volvió su mirada y se despidió con un ademán.

Creo que es el momento de describirme: Soy un hombre maduro de alrededor de 49 años, que trabajo por mi cuenta y me considero autosuficiente. Me dedico proporcionar asesoría a pequeñas y medianas empresas y cuento con una aceptable clientela en mi ciudad y poblaciones cercanas. No soy un adonis, pero trato de conservar mi presencia física. Mi edad me ha regalado algo de canas que creo me conceden cierto atractivo. Soy moreno claro, y como dije, pelo entrecano, ojos cafés y complexión regular y me siento atraído sensiblemente por hombres de entre 18 y 35 años, que estén preparándose profesionalmente o hayan logrado terminar una carrera.

Por la tarde, recibí su llamada.

-       ¿Cómo está don Enrique?

-       Quítame el don y háblame con confianza, le dije, preparando el camino para lo que podría venir.

-       Voy a tardar como una hora en salir, pues tengo que terminar un reporte. He estado muy atareado y ni siquiera tuve tiempo de comer, me comentó.

-       No te preocupes. Háblame cuando ya casi llegues por acá y nos ponemos de acuerdo para cenar. Yo tampoco he comido, de dije para tener algo en común.

-       Está bien. Le marco como a las siete y media.

-       De acuerdo, le contesté.

Aproximándose la hora señalada, salí de mi casa y me fui a una fondita donde vende antojitos por la noche. Pedí un refresco para hacer un poco de tempo. Sonó mi teléfono y vi que era Manuel. Le orienté para que llegara y en minutos estaba a la puerta del local. Lo invité a pasar y me acompañó a la mesa.

-       ¿Qué quieres cenar?

-       Lo que sea. Traigo un hambre que lo que caiga es bueno.

Le recomendé unas deliciosas enchiladas de mole y pedí lo mismo.

Iniciamos una agradable conversación, en la que me comentó que estaba casado y tenía una bebita, pero no vivía con su esposa, por problemas de su familia, que no lo aceptaban del todo y su suegra era muy entrometida en la vida matrimonial y decidieron darse un tiempo. Ella estaba con sus padres y la niña. Él estaba solo en su domicilio.

Por mi parte le hice saber donde vivía solo, por azahares de la vida. No preguntó mucho. Quedamos satisfechos de saber que ambos vivíamos solos.

La mesa era de plástico, de una conocida marca de refrescos, por lo que nuestras rodillas rozaban fácilmente. Por su posición, podía meter su mano bajo la mesa y cubrirse con el mantel y me empezó a acariciar la pierna. Su cálida caricia despertó la bestia que llevo dentro del pantalón, la que empezó a presionar suavemente y haciendo un suave movimiento de vaivén, me ponía en la gloria.

Varios minutos después, llegó nuestro pedido y tuvo que suspender su agradable tarea. Nos dedicamos a cenar y a comentar trivialidades, para amenizar el momento.

-       Mañana entro a trabajar muy temprano, pues me van a mandar de ruta, para verificar alguna información de los clientes. A veces, hasta me toca hacer reparto y entonces si me la veo más difícil, pues es muy cansado y salgo más tarde de lo normal.

-       No te preocupes, Manolo. Ya estamos a media semana. Me gustaría volverte a ver e invitarte a mi casa a tomar algo y seguir platicando. ¿Qué te parece el sabadito próximo?

-       Me parece bien, Enrique. Ese día salgo más temprano y puedo estar por acá como a las 3 o 4 de la tarde. Te marco al salir de la chamba para calcular a qué hora llego.

Ya con más entusiasmo, nos despedimos, no sin antes quedar en que me llamaría y yo lo recogería en mi auto, para facilitar su llegada.

Terminamos la cena. Pagué y le invité a subir a mi automóvil para acercarlo a su transporte, a unas cuadras de distancia. Afortunadamente ya había oscurecido y podíamos tener algo de privacidad en ese breve recorrido.

Retomó sus caricias a mi pierna y a mi pene, que volvió a la vida de inmediato. Yo empecé a manejar con la izquierda, en tanto la derecha hacía lo propio en su cuerpo. Sentí en mi mano una verga bien desarrollada, algo gruesa y palpitante, que rápidamente respondió a mis caricias. Que rico momento, pero siempre sobre la ropa, por que el tránsito era lento y había peatones a la orilla de la calle, pero no por eso dejamos de lado nuestro cometido.

-       Creo que la vamos a pasar muy bien en nuestra próxima cita, me dijo Manuel.

-       Ya lo creo. Depende de tu disposición y del tiempo que tengas libre.

-       No te preocupes. Me agradaste desde que nos conocimos. Me gusta tratar personas de mayor edad que yo, que saben lo que quieren y que no andan por las ramas.

-       ¡Hombre! Gracias por el cumplido.

Llegamos a la parada de su transporte y se bajó rápidamente para abordarlo. Al estar dentro, repitió la operación aquella de la primera vez. Volteó y me dijo adiós con un ademán.

Creo que lo que nos espera a ambos, será rico y agradable.

Seguiré comentando con ustedes lo que venga a futuro.

Saludos.

Mauricio Adalid

Escríbanme sus opiniones a mi correo electrónico:

soymauricioadalid7807@outlook.com

Localícenme en Facebook como Mauricio Adalid